Adolfo García Ortega.
Verdaderas historias extraordinarias.
Cuentos reunidos.
Biblioteca Breve Seix Barral. Barcelona, 2013.
En un laberinto de calles, W acaba dando con un letrero que pone “LIBROS USADOS”. Más adelante, siguiendo la flecha, ve otro letrero que pone “LIBROS EN BUEN ESTADO”, y más aún otro con una flecha señalando la palabra “LIBROS”. Es un piso bajo, al fondo de un patio de luces interior. Entra y hay una mujer de unos cuarenta años con un liviano vestido con tirantes que enseguida le resulta a W muy atractiva. En cierto modo es un rostro que siempre le ha excitado. El rostro suele ser el motor de su deseo, más que otras partes del cuerpo de las mujeres, cuando las conoce. El de esta mujer es un rostro familiarmente cercano al de otras mujeres que W ha conocido y ha amado. No puede sustraerse al modo cómo ella lo mira; interpreta en ella también una mirada de deseo, quizá más clara aún que la suya.
Así comienza La mujer de Sorrento, el cuento de Adolfo García Ortega que da nombre también al conjunto inédito de catorce relatos que publica, junto con los ya conocidos Privado paraíso (1988) y La ruta de Waterloo (2008), en Verdaderas historias extraordinarias. Cuentos reunidos, que edita Seix Barral.
Esa reunión de toda la narrativa breve de García Ortega permite comprobar no solo la pericia con la que están elaborados esos relatos, sino también el aire de familia que tienen estos textos de un narrador que ha creado un mundo propio.
Un mundo propio que se percibe con manifiesta coherencia en este conjunto de treinta y nueve cuentos organizados originariamente en tres títulos que se iniciaron con aquel Privado paraíso que en 1988 mostraba una brillante hibridación de ensayo y relato en torno a la literatura, las ciudades y la memoria del lector: Flaubert y Nietzsche, Toulouse y Weimar, Cadalso y Montaigne, Florencia y París habitan esos textos en los que un Pavese suicida en un hotelucho de Turín convive con el cuerpo sin cuerpo de Cernuda en el invierno de Mount Holyoke mientras Salinger pone el punto final a un cuento memorable.
Y antes de llegar al magnífico La curiosa circunstancia de un taxidermista recorremos las calles por las que discurrieron los últimos días de Larra en Madrid y olemos el alcohol literario que empapó la vida y la obra de escritores como Rubén Darío, Omar Jayyam, Villon, Poe, Baudelaire, Joyce, Hemingway, Dylan Thomas o Malcolm Lowry.
En un terreno de indefinida frontera entre la realidad y el sueño, entre lo real y lo irreal, se mueven los nueve relatos de La ruta de Waterloo, en los que la ficción se convierte en el cauce de evasión de las frustraciones de la vida.
Vida y literatura: La Cartuja de Parma en manos de un aviador obsesionado con el libro y con la batalla, el azar que trastorna la rutina, el fracaso de las ilusiones y el viaje de vuelta, un cocinero o un director de cine, el intenso párrafo inolvidable en el que el narrador ve cómo asesinan a su padre en el portal, las existencias desorientadas o triviales que se cruzan en Vidas, mitad de trayecto.
Es evidente el parentesco de ese relato, uno de los mejores del volumen, con Soy multitud, uno de los que integran La mujer de Sorrento, la colección hasta ahora inédita de la que forman parte los excelentes La conferencia o La música de los planetas, la penetrante mirada femenina de Cosas que sé de las mujeres cuando pienso en los hombres, la pareja de terroristas de Los héroes, una venganza de mujer en La venganza o la violencia racista ante el inmigrante en el intenso y duro Evítame, por favor.
Y en todos los cuentos reunidos en este volumen, un rasgo narrativo común, heredero de Poe, de Onetti o de Cortázar, el propósito de Adolfo García Ortega de trazar el borroso perfil de un mundo extraño, de “mostrar un rasgo extraordinario de un universo ordinario.”
Santos Domínguez