08 noviembre 2013

Mahmud Darwix. La huella de la mariposa


Mahmud Darwix.
La huella de la mariposa.
Traducción de Luz Gómez García.
Pre-Textos. Valencia, 2013.


Si me dijeran: Esta tarde será tu última tarde,
¿qué vas a hacer el tiempo que te queda?
―Miraré el reloj,
me beberé un zumo,
morderé una manzana
y me eternizaré mirando a una hormiga
que ha encontrado sustento...
Miraré de nuevo el reloj:
Me da tiempo a afeitarme
y a meterme en la bañera / Murmuraré:
«Para escribir, hay que estar presentable,
algo azul, por ejemplo...»
Me sentaré hasta mediodía, aún vivo:
las palabras carecen de color,
blanco, blanco, blanco...

Me haré la comida por última vez,
llenaré dos copas de vino,
no sea que venga alguien.
Echaré un sueño entre dos sueños
y me despertarán mis ronquidos...
Miraré de nuevo el reloj:
Me da tiempo a leer algo.
Leeré un poco de Dante y la mitad de una vieja casida,
y veré cómo la vida se va
con los demás, y no me preguntaré quién
va a llenar su vacío.
―¿Eso es?
―Eso es.
―¿Y luego?
―Me peinaré,
tiraré el poema, este poema,
a la papelera,
me pondré la camisa italiana más nueva
y me despediré de mí mismo
con violines de España.
Luego,
me iré andando
al cementerio.


Este poema, Lo que queda de vida,  es uno de los más significativos e intensos del último libro de  Mahmud Darwix, La huella de la mariposa. Se publicó en Beirut en 2008, el año de la muerte del poeta palestino y ahora Pre-Textos lo edita en España en edición bilingüe con una estupenda traducción de Luz Gómez García, que lleva años dando a conocer en esta misma editorial la poesía de este autor. De hecho, fue Premio Nacional de Traducción por su versión de otro libro de Darwix, el más leído y traducido de los poetas árabes contemporáneos, En presencia de la ausencia (Pre-Textos, 2011).

Diario (verano 2006-verano 2007) es el subtítulo bajo el que se reúne un centenar de textos variados en técnica, en tono, en temática y en lenguaje. Entre el verso y el poema en prosa, entre la protesta por las condiciones de vida de su pueblo y el tono confidencial, se suceden el apunte impresionista del paisaje,  el recorrido por ciudades como Rabat, Beirut o Córdoba donde aspira a captar el momento huidizo de la luz, el gueto o la denuncia de los asesinatos masivos en el norte de Gaza por parte del ejército israelí, como en Rutina, que termina así:

Las criaturas, si se despiertan con vida, siguen siendo capaces de decir: Buenos días. Y se van a su quehacer diario: el funeral por los caídos. No saben si volverán sanos y salvos a las casas que quedan, cercadas por buldózers, tanques y cipreses partidos. La vida es tan poca cosa que no parece sino el borrador de un deseo inconfesable: disfrutar de la seguridad de la cueva en igualdad de condiciones que el chacal. Pero además se nos exige una ardua tarea: que hagamos de intermediarios entre Dios y el demonio, para que pacten una corta tregua que nos permita enterrar a los nuestros.

Entre poemas que dejan el testimonio del exiliado o evocan el recuerdo del paisaje y de la niñez, surge de repente el tono intimista en los poemas de carácter amoroso y en aquellos otros donde se presiente la muerte. Y, como en Una sola palabra, es frecuente también en este libro de Darwix la reflexión sobre la poesía:

El susurro de la palabra en lo invisible es la música del significado, que se renueva en cada poema: quien lo lee, de tan secreto como es, cree haberlo escrito.

Una sola palabra, una única palabra, que brilla como un diamante o una luciérnaga en la noche de las especies, es lo que hace de la prosa poesía.

Una palabra corriente dicha atolondradamente en una esquina o en el mercado, es la que hace posible el poema.

Una frase desangelada, sin metro ni ritmo, puede, si un buen poeta le busca acomodo, ayudarle a fijar el ritmo, y le alumbra el camino del significado en la noche cerrada de las palabras.

Santos Domínguez

07 noviembre 2013

Rimbaud. Illuminations


Arthur Rimbaud.
Illuminations
(Painted Plates). 
Edición, traducción y notas 
de Xoán Abeleira.
Bartleby Editores. Madrid, 2013.

Ochenta apretadas páginas de notas de Xoán Abeleira iluminan su traducción de Illuminations (Painted Plates), de Arthur Rimbaud, que acaba de publicar en una cuidada edición bilingüe Bartleby Editores.

Una versión que incorpora las últimas aportaciones y descubrimientos textuales sobre un libro deslumbrante y visionario, decisivo en la construcción de la poesía contemporánea, y que recoge en su bibliografía algunas de las páginas  de internet dedicadas a la figura y la obra de Rimbaud.

Edmund White, uno de los mejores conocedores del mundo poético de Rimbaud, lo definió como el poeta más experimental de su época, como el poeta que sigue eludiéndonos, el que corre por delante de nosotros, justo fuera de nuestro alcance, con sus “suelas al viento.”

Ese mundo poético, destructivo y renovador, llegaba a la plenitud literaria en las Iluminaciones, su libro más radical y hermético, pero también el que abría nuevas vías expresivas, miraba de una manera inédita la realidad e inauguraba una tonalidad lírica desconocida hasta entonces: 

En el bosque hay un pájaro, su canto os detiene y ruboriza.
Hay un reloj que no suena.
Hay una hoyada pantanosa con un nido de bichos blancos.
Hay una catedral descendente y un lago ascendente.
Hay un pequeño carruaje abandonado en el soto, o bien bajando a todo correr por el sendero, adornado con cintas.
Hay una compañía de comiquillos de la legua, vestidos para la actuación, divisados en el camino por entre la linde del bosque.
Hay, en fin, cuando tenéis hambre y sed, alguien que os echa de allí..

Publicados por primera vez en una revista en 1886, la peripecia textual de los manuscritos autógrafos de este conjunto es laberíntica, aunque las últimas investigaciones críticas han fijado casi por completo lo que se podría llamar ya una edición definitiva de las Illuminations, que recuperan el subtítulo en inglés (Painted Plates) que planeó el propio Rimbaud.

Esta edición pone en primer plano el misterio de sus imágenes opacas y poderosas y asume un principio elemental de la poesía contemporánea que la crítica filológica se resiste a aceptar desde Mallarmé hasta hoy mismo: que el poema crea su propia realidad con una trama tejida con palabras e imágenes, con palabras y sonidos, no con ideas ni con contenidos narrativos que son más propios de otros géneros.

Porque desde el Simbolismo a las vanguardias históricas y el  Superrealismo la poesía contemporánea se propone como objetivo la iluminación de la realidad bajo una nueva luz que está más cerca de lo visionario y de la alucinación que de la razón:

Y la Reina, la Hechicera que aviva las brasas de su puchero, jamás querrá contarnos lo que ella sabe y nosotros ignoramos.

De este libro decía su primer editor que estaba al margen de cualquier literatura e incluso es superior a cualquier literatura. Aunque entonces no podía saberlo, esa era una forma de decir que con esa obra se estaba fundando una nueva literatura.

Santos Domínguez

06 noviembre 2013

Verdaderas historias extraordinarias


Adolfo García Ortega.
Verdaderas historias extraordinarias.
Cuentos reunidos.
Biblioteca Breve Seix Barral. Barcelona, 2013.

En un laberinto de calles, W acaba dando con un letrero que pone “LIBROS USADOS”. Más adelante, siguiendo la flecha, ve otro letrero que pone “LIBROS EN BUEN ESTADO”, y más aún otro con una flecha señalando la palabra “LIBROS”. Es un piso bajo, al fondo de un patio de luces interior. Entra y hay una mujer de unos cuarenta años con un liviano vestido con tirantes que enseguida le resulta a W muy atractiva. En cierto modo es un rostro que siempre le ha excitado. El rostro suele ser el motor de su deseo, más que otras partes del cuerpo de las mujeres, cuando las conoce. El de esta mujer es un rostro familiarmente cercano al de otras mujeres que W ha conocido y ha amado. No puede sustraerse al modo cómo ella lo mira; interpreta en ella también una mirada de deseo, quizá más clara aún que la suya. 

Así comienza La mujer de Sorrento, el cuento de Adolfo García Ortega que da nombre también al conjunto inédito de catorce relatos que publica, junto con los ya conocidos Privado paraíso (1988) y La ruta de Waterloo (2008), en Verdaderas historias extraordinarias. Cuentos reunidos, que edita Seix Barral.

Esa reunión de toda la narrativa breve de García Ortega permite comprobar no solo la pericia con la que están elaborados esos relatos, sino también el aire de familia que tienen estos textos de un narrador que ha creado un mundo propio.

Un mundo propio que se percibe con manifiesta coherencia en este conjunto de treinta y nueve cuentos organizados originariamente en tres títulos que se iniciaron con aquel Privado paraíso que en 1988 mostraba una brillante hibridación de ensayo y relato en torno a la literatura, las ciudades y la memoria del lector: Flaubert y Nietzsche, Toulouse y Weimar, Cadalso y Montaigne, Florencia y París habitan esos textos en los que un Pavese suicida en un hotelucho de Turín convive con el cuerpo sin cuerpo de Cernuda en el invierno de Mount Holyoke mientras Salinger pone el punto final a un cuento memorable.

Y antes de llegar al magnífico La curiosa circunstancia de un taxidermista recorremos las calles por las que discurrieron los últimos días de Larra en Madrid y olemos el alcohol literario que empapó la vida y la obra de escritores como Rubén Darío, Omar Jayyam, Villon, Poe, Baudelaire, Joyce, Hemingway, Dylan Thomas o Malcolm Lowry.

En un terreno de indefinida frontera entre la realidad y el sueño, entre lo real y lo irreal, se mueven los nueve relatos de La ruta de Waterloo, en los que la ficción se convierte en el cauce de evasión de las frustraciones de la vida. 

Vida y literatura: La Cartuja de Parma en manos de un aviador obsesionado con el libro y con la batalla, el azar que trastorna la rutina, el fracaso de las ilusiones y el viaje de vuelta, un cocinero o un director de cine, el intenso párrafo inolvidable en el que el narrador ve cómo asesinan a su padre en el portal, las existencias desorientadas o triviales que se cruzan en Vidas, mitad de trayecto.

Es evidente el parentesco de ese relato, uno de los mejores del volumen, con Soy multitud, uno de los que integran La mujer de Sorrento, la colección hasta ahora inédita de la que forman parte los excelentes La conferencia o La música de los planetas, la penetrante mirada femenina de Cosas que sé de las mujeres cuando pienso en los hombres, la pareja de terroristas de Los héroes, una venganza de mujer en La venganza o la violencia racista ante el inmigrante en el intenso y duro Evítame, por favor.

Y en todos los cuentos reunidos en este volumen, un rasgo narrativo común, heredero de Poe, de Onetti o de Cortázar, el propósito de Adolfo García Ortega de trazar el borroso perfil de un mundo extraño, de “mostrar un rasgo extraordinario de un universo ordinario.”

Santos Domínguez

05 noviembre 2013

Almanaque de asombros



Ángel Olgoso.
Claudio Sánchez Viveros.
Almanaque de asombros.
Ediciones Traspiés. Granada, 2013.

Florilegio de rarezas y selva de prodigios, inventario erudito de maravillas y gavilla de hechos peregrinos y curiosos.

Todo eso es Almanaque de asombros, un relato que Ángel Olgoso publicó en 1994 y que recupera Ediciones Traspiés en una bellísima edición exenta ilustrada por Claudio Sánchez Viveros.

Una demostración de virtuosismo del admirable narrador que es Ángel Olgoso, que transcribe –con el viejo y eficaz recurso del manuscrito hallado- los textos inéditos de su antepasado renacentista Bautista Fulgoso, cuyos manuscritos, cuenta su descendiente en el prólogo, nutrieron de invenciones la Silva de varia lección de Pero Mexía y aportaron materiales narrativos al Jardín de flores curiosas de Antonio de Torquemada.

De aquel infolio rescatado solo permanecían legibles trece de sus cincuenta hojas frágiles maltratadas por el tiempo. Con ellas y con las ilustraciones de línea clara de Claudio Sánchez Viveros, este Almanaque de asombros propone un diálogo múltiple entre la palabra y la imagen, entre el pasado y el presente, entre la fantasía y la realidad.

A través de diez relatos en los que no faltan el humor y la parodia se reconstruye una suerte de prehistoria de la literatura fantástica en una época en la que la ciencia no había delimitado aún el límite de la magia y la física, de la realidad y el sueño, de lo natural y lo sobrenatural.

Y así, el filósofo natural Fulgoso hace quinientos años describe, con verosimilitud creíble y con fundamento textual en los sabios antiguos, un asombroso mundo de prodigios en donde un sapo se alimenta de piedras y un cirujano sanador sutura sombras a las que repara las costuras; donde se comercia con el elixir de la inmortalidad y se localiza la boca del infierno cerca de Carrión; donde hay un pez mujer, sirena inversa, que vara en la orilla del mar de Albuñol herida de una pedrada infantil y el demonio penetra por las bocas abiertas de los durmientes; donde hay montañesas leves y volátiles y se indaga en las características sutiles del miembro de los ángeles; y hay calaveras que chillan y protestan de las mudanzas de osarios; donde se encuentran los antecedentes de la viagra que permiten doce encuentros por noche, uno por cada lombriz ingerida y se revela el secreto del santo sepulcro en donde entierran a una puta galiciana.

Un retablo de maravillas sin trampa ni cartón, hecho de verdades y asombros que viven en la buena literatura y la potente voz narrativa, aun impostada en la transcripción, de Ángel Olgoso y en su excelente prosa.

Santos Domínguez

04 noviembre 2013

El reinado de Witiza


Francisco García Pavón.
El reinado de Witiza.
Prólogo de Raúl Guerra Garrido.
Literatura Rey Lear. Madrid, 2013.

Oscuro y tormentoso se presentaba el reinado de Witiza, se leía en la prosa retórica de los viejos manuales de Historia de Bachillerato. Lo recuerda don Lotario, el ayudante de Plinio, en El reinado de Witiza, la novela de García Pavón que acaba de publicar Rey Lear con un prólogo –Oscuro y tomelloso se presentaba el reinado de Witiza- de Raúl Guerra Garrido, que habla de esta obra como "una lectura sostenida y placentera."

Se publicó en 1968 y no era la primera obra que tenía como protagonista al irrepetible jefe de la guardia municipal de Tomelloso, de ahí el subtítulo Un nuevo caso de Plinio, que orientaba al lector sobre el peculiar detective que es su protagonista, al que se refería así García Pavón en la Breve noticia de Plinio que escribió como prólogo de algunas de sus historias:

Desgraciadamente en mi pueblo nunca hubo un policía de talla, es natural. Pero sí hubo un cierto jefe de la Guardia Municipal, cuyo físico, ademanes, manera de mirar, de palparse el sable y el revólver, desde chico me hicieron mucha gracia. El hombre, claro está, no pasó en su larga vida de servir a los alcaldes que le cupieron en suerte y apresar rateros, gitanos y placeras. Pero yo, observándole en el Casino o en la puerta del Ayuntamiento, daba en imaginármelo en aventuras de mayor empeño y lucimiento.

Por fácil concatenación, hace pocos años se me ocurrió que mi «detective» podría ser aquel jefe de la Guardia Municipal de Tomelloso, que en seguida bauticé como Plinio, e intenté mi primera salida aplicándolo a desentrañar el famoso caso de las «Cuestas del hermano Diego», que me habían referido tantas veces camino de Manzanares, en cuyo «carreterín» se encuentran.

Vázquez Montalbán despachó estas narraciones con tanta displicencia como injusticia como un mero "estudio de costumbres en un pueblo de la Mancha" y les negó la condición de novelas policiacas. Se equivocaba, probablemente: ningún lector podrá echar de menos ninguno de los componentes ni de los engranajes de la narración de detectives en estos textos que tienen una dignidad estilística y técnica que nunca desmerece de la buena literatura.

Manuel González, Plinio, confuso a veces, perplejo otras; modesto y desanimado siempre, actúa con sentido común, con inteligencia práctica y con un sexto sentido, la intuición, con sus famosos y esclarecedores pálpitos.

Más Sancho que Watson, le acompaña don Lotario, que aporta una ayuda eficiente para desentrañar los móviles de los asesinatos, las claves psicológicas o morales del asesino, la importancia del ambiente en esa explicación de un secreto que es siempre la narración policiaca.

No era nuevo el peculiar personaje, con el que ya se habían familiarizado bastantes lectores. Lo que sí constituía una novedad era la extensión –esta es la primera novela larga de una serie que hasta entonces había dado lugar a cuentos y novelas cortas- y su ambientación en un Tomelloso contemporáneo del texto, en los años sesenta, cuando ha llegado la televisión y circulan por las llanuras manchegas Seiscientos como el de don Lotario. En esa misma línea vendrían inmediatamente después El rapto de las Sabinas y Las hermanas coloradas, que completan la trilogía novelística esencial del ciclo.

En ese mundo rural la rutina cotidiana queda alterada por situaciones que introducen el desorden del mal: crímenes rurales, oscuros y primitivos como los de algunas novelas provinciales de Simenon o Camilleri, cuyas claves tiene que reconstruir el jefe de la Guardia Municipal de Tomelloso. Si Rafael Reig decía que Galdós era Dashiell Hammett en versión Chamberí, de García Pavón puede decirse que con Plinio pone a Maigret en Tomelloso, a Montalbano en la llanura manchega.

Como en toda novela policiaca, en el principio era un muerto. Pero aquí el cadáver es un muerto anónimo y desubicado que ocupa el nicho que Antonio el Faraón, corredor de vinos, tiene reservado a su suegra en el cementerio municipal. 

A partir de ahí, Plinio inicia una investigación para determinar quién y por qué ha dejado en un cajón de mercancías un cadáver que se parece mucho a los retratos de Witiza.

Frente a Sherlock Holmes, Manuel González, Plinio, actúa con prudencia y astucia, con intuición y sentido común más que con brillantez deductiva, fuma caldo de gallina en vez de tabaco de pipa, y recurre al café con churros en vez de a la heroína y la cocaína.

Y al fondo siempre, una cuidadosa descripción de ambientes, una crítica social cubierta de sutileza cervantina, un muy eficiente manejo del diálogo y una exigencia estilística que le da altura literaria a un género tradicionalmente despreciado, por el descuido con el que se ha trabajado por lo común.

De ahí que en El reinado de Witiza, posiblemente su mejor novela, además de la bien trabada intriga y del trazado profundo de los personajes, brille otra vez la habilidad, el sentido del ritmo y el buen oído de García Pavón en la construcción de los diálogos agilísimos o destellos de virtuosismo en fragmentos de prosa espléndida como este:

Y a la izquierda del Casino, la iglesia. Plomo sobre piedra, torre chata y hechuras sin gracia, donde fueron bautizados cinco siglos de tomelloseros. Suspiradero de beatas, alivio de afligidos, oficina de funerales, catálogo de purpurinas y amenes.

Santos Domínguez

01 noviembre 2013

Antología Cátedra de Poesía de las Letras Universales


Antología Cátedra 
de Poesía de las Letras Universales.
Edición de José Francisco Ruiz Casanova.
30 años Letras Universales. Cátedra. Madrid, 2013.

Una de las colecciones de referencia en el panorama de la edición en español, Letras Universales Cátedra, cumple treinta años de feliz existencia.

Y para celebrarlos reedita en un formato más amplio y más legible algunos de sus títulos emblemáticos: Crimen y castigo, Werther, Mme. Bovary, Las flores del mal en la espléndida edición bilingüe –sin duda la mejor en nuestro ámbito- de Alain Verjat y Luis Martínez de Merlo, o La transformación y otros relatos de Kafka en una nueva y muy reciente –es de 2011- traducción de La metamorfosis y del resto de relatos breves que Kafka publicó en vida, en un volumen presentado por una amplia introducción de Ángeles Camargo y Bernd Kretzsmar.

Pero la joya fundacional de esta colección conmemorativa es la magnífica Antología Cátedra de Poesía de las Letras Universales, preparada por José Francisco Ruiz Casanova.

Presentadas con una honda reflexión del editor sobre la naturaleza de la poesía y su condición de “ensayo de explicación del mundo” y como “lenguaje inexpresable del yo”, sus más de mil páginas reúnen una muestra representativa de la poesía universal desde Homero a Eliot, pasando por Wang Wei, Virgilio, Petrarca, Hölderlin, Rimbaud o Rilke.

Un más que recomendable y espectacular panorama organizado por lenguas (griego, latín, árabe, chino, francés, rumano, portugués, italiano, inglés, alemán y ruso), que reúne a los mejores poetas y los mejores versos de la historia en las eficientes traducciones que ha ido recogiendo la colección en estos treinta años. Un mapamundi de la poesía que debería además ser un incentivo para entrar con más profundidad y extensión en la obra de autores de los que aquí aparecen muestras significativas pero necesariamente breves que resumen el casi centenar de volúmenes de poesía que acumula ya el catálogo de Letras Universales.

Santos Domínguez

31 octubre 2013

Escritos en la corteza de los árboles



Julia Uceda.
Escritos en la corteza de los árboles.
Fundación José Manuel Lara. Vandalia. Sevilla, 2013.

Una pregunta -¿Somos quienes quisimos ser?- da título y tono al prólogo que Julia Uceda ha puesto al frente de su último libro, Escritos en la corteza de los árboles, que acaba de publicar en la colección Vandalia de la Fundación José Manuel Lara

Otra pregunta sin respuesta -¿dónde estaba yo antes de estar aquí?- centra el primer poema del libro, Kairós, cuyo título alude a ese tiempo indeterminado, siempre anterior y siempre por llegar, un pasado remoto y desconocido por el que pregunta la niña a los mayores en ese texto: ¿dónde ese antes deshabitado?

¿Cómo saber en qué tiempo he vivido?, se sigue preguntando ya hacia el final del libro, en Simposio.

Esa tonalidad interrogativa recorre la mayor parte de las páginas de este libro de preguntas, el tercero de los que Julia Uceda ha publicado tras la recopilación de su poesía completa en el volumen En el viento hacia el mar, que publicó en esta misma colección y con el que obtuvo hace diez años el Premio de la Crítica.

En el prólogo, donde Julia Uceda hace un recorrido rememorativo por su propia obra, surgen preguntas como estas: 

La poesía ¿descubre un tipo de realidad o, por el contrario, la encubre y la guarda esperando? ¿Es un acto de comunicación o lo contrario? ¿Por qué, desde el fondo del tiempo (...) hubo experiencias que solo se pudieron comunicar en la forma poética, incluida la historia?

Y esa voluntad interrogativa, que es a la vez ambición expresiva y conciencia de los límites del lenguaje, exploración y reconocimiento de las carencias de la poesía como conocimiento de un tiempo anterior al tiempo y al espacio, le sirve a la autora como motor para remontarse al pasado absolutamente imperfecto hasta imaginar una escritura anterior a la propia escritura: signos en cortezas de árboles.

Ante ese mundo opaco, la poesía sale en busca de palabras que no se formulan y se sitúa en los límites de la expresión, de la memoria y del conocimiento. Es el dudoso tiempo del sueño en el que vive quien escribe poesía, una persona desamparada que no sabe por dónde va ni a dónde, ni quién le empuja, ni qué busca, ni cómo encontrar la palabra adecuada para nombrar lo que permanece en el silencio, porque a veces no bastan las palabras conocidas sino que es precisa también la habilidad de organizarlas de modo que digan lo que nunca antes habían dicho.

Esa es la raíz de la duda, de las interrogaciones y de la inseguridad, pero también el impulso de la búsqueda que justifica el ejercicio de la poesía, la puerta de entrada en lo desconocido, en la terra incognita del poema, porque el trabajo de un poeta oscila entre el conocimiento, algo más complejo que la memoria, y la pericia para organizar las palabras que habrían de dar forma a una idea que nunca fue expresada antes y, por tanto, desconoce. Es decir, es el mismo lenguaje y es la palabra la que descubre las cosas.

Yo solo voy buscando / palabras e historias no nacidas, escribe Julia Uceda. Por eso el esfuerzo del poeta es el de “un ser pretérito por establecer una comunicación con su propio y primitivo yo” mientras fuera, la noche continúa cayendo y se evapora / la sangre, el agua del vaso abandonado.

Santos Domínguez

30 octubre 2013

Tomás Segovia. El tiempo en los brazos



Tomás Segovia.
El tiempo en los brazos.
Cuadernos de notas (1984-2005).
Pre-Textos. Valencia, 2013.

El mundo está desierto. Escribo para nadie, anota Tomás Segovia en uno de los apuntes de El tiempo en los brazos, la segunda entrega –póstuma ya- de sus  cuadernos de notas, que publica Pre-Textos y recoge anotaciones de más de veinte años, entre 1984 y 2005.

El deseo como concepto y como experiencia, como fe y como iluminación, el tiempo como forma y como contenido, el orgullo del desarraigado, el amor extranjero o la reflexión sobre el lenguaje son algunos de los hilos conductores de una páginas intensas en las que el poeta – que no sólo habla con los muertos, habla por los muertos- escribe sobre la creatividad alucinada y la frustración de las ilusiones, sobre la soledad y la amistad, la vejez y la pintura, sobre el animal y su noche del lenguaje, sobre la música o la memoria en unas anotaciones discontinuas que saltan de unos meses a otros como salta el desarraigo de su autor de México a Madrid, de Perpiñán a Murcia, de Berkeley a París, de Londres a Roma, de Nápoles a Caracas.

El aislamiento, las relaciones de pareja, las evocaciones y las reflexiones sobre ciencia, filosofía y sociedad, arte -una rama de la ética- y melancolía, amor y celos, traducciones y momentos de plenitud o baches creativos en unos cuadernos que no se someten a la disciplina del dietario porque hay a veces enormes lagunas temporales de ocho o nueve meses entre una nota y otra, y a veces, como en 1989, una solitaria -aunque larga- anotación.

Pero para compensar esa discontinuidad temporal, hay una enorme coherencia en los temas que son objeto de análisis o que provocan digresiones filosóficas de Tomás Segovia: la reflexión sobre el tiempo y el espacio en la que se conjuntan ciencia, filosofía y la mirada metafórica del poeta, la meditación constante sobre el lenguaje, los altibajos emocionales, la nostalgia por las ilusiones perdidas, la desolación y las épocas de largo silencio, los proyectos de libros, el desamor como un largo y doloroso aprendizaje, la civilización consumista y el liberalismo desbocado, la crítica al neoliberalismo del FMI, las notas de viaje y de lectura, los referentes decisivos: Vallejo y Foucault, Lacan y Kafka, Nietzsche y Sade, Mann y Mallarmé...

Y sobre todo, como en el primer volumen de El tiempo en los brazos, la lucidez constante, la profundidad y la verdad que atraviesan las más de seiscientas páginas de un libro que se lee no como un monólogo sino como una conversación con el lector. Una conversación cercana, llena de dudas y de silencios porque el poeta tiene a veces la sensación de que lo único no ridículo que se puede decir es “Me callo.”

Sentir el lenguaje desde el ojo, no desde la pluma, escribe en una reflexión sobre la poesía. Y esa mirada tiene en Tomás Segovia la dosis de perplejidad justa para indagar y dudar, para huir de la certeza inmóvil y estéril: 

“Nosotros los estudiosos” ¿Qué relación tiene eso con la lectura? Quien no se lo pregunte, peor: quiere decir que ni sabe ni lee.

Santos Domínguez


29 octubre 2013

Hadjí Murat



Lev Tolstói.
Hadjí Murat.
Edición de Víctor Andresco.
Traducción de Irene y Laura Andresco.
Navona Editorial. Barcelona, 2013.

Navona Editorial publica, con traducción de Irene y Laura Andresco y edición de Víctor Andresco, autor también del epílogo, Hadji Murat, una novela prodigiosa que lleva suscitando el asombro y el entusiasmo de generaciones de lectores. 

Un Tolstói anciano y poderoso la escribió y la reescribió varias veces entre 1896 y 1904, aunque no se publicó hasta 1912, dos años después de su muerte. El novelista ruso elaboró y descartó borradores sucesivos hasta que probablemente tuvo la certeza de haber escrito una obra maestra. 

Hadji Murat es la mejor novela corta de un maestro indiscutible del género. Y es más que eso, una cima de la narrativa universal, como explicó Harold Bloom en El canon occidental: “representa lo sublime en la prosa de ficción y lo considero el mejor relato del  mundo, o al menos el mejor que yo he leído.”

El autor potente y seguro de su voz narrativa que era Tolstói aborda la apoteosis heroica del guerrero checheno en una obra que no es una novela histórica, porque prescinde de reflexiones, análisis políticos y moralejas para hacer literatura en estado puro, para construir el retrato complejo de un personaje inolvidable.

En la figura grandiosa de Hadji Murat, que quiere, como Ulises, regresar a casa cuando termine la guerra, Tolstói hace resonar el eco de los héroes homéricos, en una suma de Aquiles y Héctor. 

Fuerte pero nunca brutal, valiente y humano, astuto y enérgico, pero cercano y generoso, Tolstói lo dota además, como al resto de personajes de la obra, de una profunda individualidad de la que el autor no quiso privar ni siquiera a los secundarios, en los que late la vida en la precisa construcción de sus caracteres.

Basada en los hechos que tuvieron lugar en 1851, en el contexto expansionista planeado por el zar Nicolás I y en el Cáucaso, un problemático territorio de frontera entre Europa y Asia, azotado por las guerras y poblado por gentes belicosas, a Tolstói no le interesa el enfoque documental, el relato de un episodio bélico, sino la complejidad humana del héroe.

Y le importa también, y mucho, la descripción de ese paisaje montañoso que separa el Mar Caspio del Mar Negro en el que el novelista había estado destinado como soldado el mismo año en el que se sitúa la novela. Y le interesa sobre todo la conexión que hay entre el paisaje y los personajes. Y así el cardo tártaro enmarca memorablemente el comienzo y el final de la obra como símbolo del héroe.

Con la extrañeza como tonalidad, con una mirada que presenta el mundo como si estuviera recién descubierto, Tolstói crea con Hadji Murat una figura cambiante, contradictorio y por eso mismo convincente como personaje literario. Y lo hace desde la admiración y desde una honda identificación con el lider checheno, íntegro y altivo, colérico y desinteresado.

Como si Homero y Shakespeare se hubieran reunido en el Cáucaso para hacer esta obra maestra.

Santos Domínguez

28 octubre 2013

1001 películas que hay que ver antes de morir



1001 películas que hay que ver antes de morir.
Coordinado por Steven Jay Schneider.
Grijalbo Ilustrados. Barcelona, 2013.

Han pasado diez años desde la primera edición de este volumen espectacular, de este recorrido imprescindible por 1001 películas que se han convertido en clásicos indiscutibles o que, sin llegar a ese nivel, han tenido un impacto fuerte en la crítica o un notable éxito de público, porque esta obra no es exactamente una selección de las mejores películas, sino algo más complejo y menos técnico.

A lo largo de esta década estas 1001 películas que hay que ver antes de morir que publica Grijalbo Ilustrados se han venido poniendo al día con nuevas ediciones anuales que recogen los últimos títulos que un amplio equipo de decenas de expertos coordinados por Steven Jay Schneider ha considerado dignos de figurar en esa relación.En esta edición, por ejemplo, se incorporan obras como Django desencadenado, Amor, Lincoln, Los miserables Argo.

Quizá parezcan muchos títulos, pero son miles y miles los que se han estrenado, de manera que, como señalan los responsables de la selección, los que han sido recogidos en este libro no son más que gotas en el océano fílmico. Como es lógico, y ya que el número es intocable, cada una de las actualizaciones no sólo añade varias películas nuevas, sino que revisa el conjunto para eliminar tantos títulos como los que se incorporan. 

Esos títulos sacrificados (El rostro impenetrable, El hombre de LaramieFanny y Alexander, El turista accidental, Drácula de Bram Stoker, La edad de la inocencia o El gran Lebowski) es quizá lo más discutible de una obra tan ambiciosa como irreprochable, en la que la cantidad y la calidad se hacen compatibles página tras página.

Porque además de un profundo y apretado análisis de cada una de las películas, las casi mil páginas del libro contienen momentos de prosa brillante como estos, que copio aquí a título de ejemplo, porque esa altura estilística y crítica es lo usual en unas reseñas que combinan el rigor y la amenidad:

No vean Jules et Jim en versión doblada, puesto que la voz en off de François Truffaut es el sonido del viento que acaricia y hace desaparecer el mundo propio y aparecer otro.

Si no puede con semejante artificio [en Johnny Guitar] tal vez sería mejor que viese un documental.

Una ambigua declaración sobre el lugar de la violencia y el individuo en la sociedad estadounidense. [La ley del silencio]

Una aventura misteriosa, un sermón o una visión que supuso el “trip” definitivo para hippies colocados con drogas psicodélicas, pero incluso vista sencillamente como un espectáculo cautivador resulta insuperable. [2001: Una odisea del espacio]


Santos Domínguez


25 octubre 2013

Fernando Pessoa. Un corazón de nadie


Fernando Pessoa.
Un corazón de nadie.
Antología poética (1913-1935)
Selección, traducción y prólogo 
de Ángel Campos.
Galaxia Gutenberg /Círculo de Lectores. 
Barcelona, 2013.

Dorme, insciente de alheios corações,
Coração de ninguém.

Doce años después de su primera edición en la colección de poesía de Galaxia Gutenberg /Círculo de Lectores, se reedita en rústica Un corazón de nadie, la imprescindible antología bilingüe que reúne un nutrido conjunto de poemas escritos por Fernando Pessoa entre 1913 y 1935.

Tres heterónimos –Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Álvaro de Campos- y el ortónimo Fernando Pessoa, que representan el drama em gente sobre el que se construye una de las obras poéticas más relevantes del panorama poético europeo del siglo XX.

Editada por primera vez en 2001, vuelve ahora a las mesas de novedades en un nuevo formato con el prólogo esclarecedor y las traducciones memorables de Ángel Campos, uno de los mejores traductores de poesía portuguesa.

“Creador -en palabras del editor- de una de las obras más complejas e inquietantes de la literatura contemporánea,” Fernando Pessoa, aquel extraño extranjero del que habló Robert Bréchon en un libro fundamental- encauzó en la poesía sus trastornos psíquicos y elaboró una obra plural y compleja.

Una obra que nace de la niebla interpuesta entre su yo y el mundo y que desde el 8 de marzo de 1914 se resuelve en el drama em gente que vertebra su obra a través de un diálogo constante entre los heterónimos que responde a la voluntad abarcadora de Pessoa y a su voluntad de proyectar en ellos la expresión de un mundo plural y una visión multicéntrica, porque cada uno de los heterónimos expresa un concepto distinto de la vida y de la poesía. 

Caeiro, poeta sin instrucción, pasó toda su vida en el campo. De él decía su discípulo Ricardo Reis que fue un objetivista absoluto, de intuición sobrehumana y que “sus poemas son lo que hubo en él de vida.” Instintiva y vitalista, su poesía surge y se desarrolla con la misma naturalidad que la vida. En El guardador de rebaños, uno de sus textos fundamentales, escribe: el único sentido oculto de las cosas / es que no tienen ningún sentido oculto.

De Ricardo Reis, clásico en su pensamiento estoico y en su poesía equilibrada, escribió Pessoa: “por la educación que recibió es latinista, y por la que se procuró a sí mismo, semihelenista.” El epicureísmo triste de su pensamiento busca la calma -Mejor saber pasar en silencio y sin grandes desasosiegos- y su verso aspira a expresarse con el equilibrio de la serenidad -aguardando la muerte / como quien la conoce.

De los poemas de Álvaro de Campos, ingeniero naval en paro formado en Glasgow, poeta futurista y complejo, decía Ricardo Reis que “son un derramarse de emoción. La idea sirve a la emoción, no la domina.” Campos es el autor de Tabacaria, quizá el más memorable poema de Pessoa, y de la Oda triunfal, urbana y vanguardista, escrita en Londres en junio del 14: A la dolorosa luz de las grandes lámparas eléctricas de la fábrica tengo fiebre y escribo...

Llevan su firma algunos de los mejores y más recordados poemas –Oda marítima, Lisbon Revisited, Al volante del Chevrolet por la carretera de Sintra, Callos a la manera de Oporto...- de Fernando Pessoa, el ortónimo en cuyos poemas conviven –en sus propias palabras- “la exaltación íntima del poeta y la despersonalización del dramaturgo.”

Es el poeta que escribe esta exaltación insegura de lo opaco:

Nadie conoce el alma que atesora 
ni sabe lo que es bien ni lo que es mal.

Poeta del vacío y de la nada, dijo de él Jorge de Sena. Es, tal vez, pese a su máscara ortónima, el más directo de todos los actores del drama em gente que desarrolla esta poesía imprescindible.

Santos Domínguez

24 octubre 2013

El libro de los indolentes



Javier Sánchez Menéndez.
El libro de los indolentes.
I.- El encuentro en Camarinal.
 Imagine Cloud Editions. La Florida, 2013.

Así como por los ríos de Granada sólo reman los suspiros, por la Punta Camarinal sólo pasan el viento que viene de África y los indolentes, irrepetibles gentes sin grey, huéspedes del viento, ajenos a un aire de escuela y a grupos poéticos de presión.

Y algún que otro siniestro que no sabe que lo es, uno de esos hombres huecos que vio también Eliot, el hueco de la sombra de una sombra sin estirpe, autores de versos de sombra y humo, porque -escribe Sánchez Menéndez- un libro de poesía con más de cincuenta páginas está lleno de humo.

Los mira y habla con ellos en El libro de los indolentes el farero distante que en sesenta fragmentos atómicos e intensos de prosa sincopada y fragmentaria reflexiona sobre la vida y la poesía, sobre la vida en la poesía, sobre la poesía en la vida, sobre la vida, sobre la poesía.

Entre la alucinación y la lucidez, estos sesenta apuntes habitan los días y las noches de un mundo sin mundo cuyo aleph en clave es ese enclave atlántico, ese rincón secreto del tiempo.

Si a lo que debe aspirar un escritor es a articular una voz inconfundible, aunque en ella resuenen inevitable y felizmente los ecos de otras voces inconfundibles –Platón y Parra, Novalis y Dante, Juan Ramón y Rilke, Rosales y Claudio Rodríguez- con las que construye un mundo propio, un bosque de frontera donde no hay sitio para el rebaño ni la majada de cabras, Javier Sánchez Menéndez ha ido delimitando ese territorio personal, ese bosque peculiar en el fondo y en el estilo.

Y lo ha hecho no sólo con este último libro, sino en una trayectoria lenta y prolongada, mientras plantaba árbol tras árbol, con su poesía –por cierto, está a punto de reeditarse El violín mojado- y con ese proyecto de obra en marcha que es Fábula, de la que han aparecido tres entregas, la última, Libre de la tormenta.

Contaba Diego Jesús Jiménez que él era poeta porque le había pasado lo mismo que a un albañil de su pueblo, que se puso a construir un muro para un corral y se quedó dentro porque no pudo salir.

Me acordaba de eso mientras releía los sesenta capítulos de este Libro de los indolentes y recordaba el mundo que se construye en Fábula. Un mundo del que es difícil salir. Si se quisiera, que no es el caso.

Aunque no forma parte de ese ciclo, el Libro de los indolentes es un texto transversal escrito en el mismo tono que los volúmenes de Fábula, una nueva aproximación a ese mundo sin mundo y un recorrido por lo que está en el límite del bosque o de la costa, donde llega la ola sin dueño de una poesía que salpica de esencia la conciencia.

Como cualquiera, los indolentes y los siniestros son inabarcables e indefinibles, no caben en la simpleza de un adjetivo, ni en la elucubración de un nombre propio. Ni siquiera en el inventario del apéndice que remata el libro, en donde el cifrado de las claves numéricas plantea un desafío al que el lector sensato no debe responder.

No debe el lector entrar en ese juego sin premio. Y aunque está en su derecho de malgastarlo, pierde el tiempo quien busque las claves de este libro en clave: acabará desorientado en la anécdota y en la inseguridad de la apuesta. Y le sorprenderá con su confusión la noche en un carril de los pinares que suben desde el faro de Camarinal hasta la cercana playa de Bolonia. 

Y es que a la literatura, contra lo que se cree a veces, no hay que pedirle explicaciones. 

A la crítica, claro es, tampoco, aunque Sánchez Menéndez escribe: Alguien que no es poeta, ¿cómo puede escribir de un poeta? Una afirmación poco discutible si se piensa en críticos tan ejemplares como Eliot, Cernuda o Auden. 

Santos Domínguez

23 octubre 2013

Javier Aparicio Maydeu. Continuidad y ruptura


Javier Aparicio Maydeu
Continuidad y ruptura.
Una gramática de la tradición en la cultura contemporánea.
Alianza editorial. Madrid, 2013.

Nadie puede articular una sílaba que no esté llena de ternuras y de temores, escribió Borges. Balthus nos recordó que el arte sin memoria no es posible. Y Canetti añadió que dos frases juntas ya parecen de otro.

Frases como esas las evoca Javier Aparicio Maydeu al frente de Continuidad y ruptura. Una gramática de la tradición en la cultura contemporánea, un ensayo breve e intenso que acaba de publicar en El libro de bolsillo de Alianza editorial.

Con un guiño en su subtítulo a Steiner y sus gramáticas de la creación y con un método comparatista abarcador y de largo alcance, Aparicio Maydeu, que abordó recientemente el desguace de la tradición en un tomo monumental, va más allá de la literatura y de la consideración del texto como un inevitable palimpsesto para explorar todos los campos artísticos, de la pintura a la música, y de la ficción narrativa a la arquitectura y al cine.

El núcleo de este ensayo aborda la tensión entre la tradición y la originalidad  para analizar de qué manera la tradición encauza la creatividad y proyecta en la aventura creativa un orden que une las manifestaciones artísticas con un hilo profundo y continuo.

Esa relación conflictiva se la han planteado siempre los autores más lúcidos, de Eliot a Jünger y de Hannah Arendt a Octavio Paz, que han desmentido la falsedad del progreso lineal de la cultura y han defendido – como Canetti y Shklovsky- la idea de que la evolución literaria y artística avanzan con  movimientos laterales como los del caballo de ajedrez.

Esa es la línea quebrada de evolución de la historia de la cultura y de las mentalidades, una línea quebrada que se mueve entre la imitación mimética y la parodia burlesca, a través de épocas de continuidad en las que la tradición es una coartada y otras de ruptura en las que se plantea como desafío. Épocas en las que se fundan o se protegen los museos frente a épocas que plantean la necesidad de quemarlos. Y en un plano más individual, la tradición como estímulo o como bloqueo de la creatividad que se mueve en los autores más conscientes entre la voluntad de ruptura  y la conciencia de continuidad, o en palabras de Steiner,  entre el canon como generador o el canon como inhibidor de la creación.

Entre el reconocimiento de la tradición como continuidad y la originalidad como ruptura y como descubrimiento, este libro indaga en esos conceptos, en sus protocolos de funcionamiento y en su presencia en la literatura y el arte contemporáneos, en la transtextualidad o en el canon como un destilado de la tradición frente a la originalidad que desmitificaron analistas y semiólogos como Barthes.

Con Bloom y la angustia de la influencia al fondo – precisamente el siglo XX insolente y contestatario, el más inconformista, es el que más ha mirado hacia tras, el que más ha necesitado evocar el pasado y apropiárselo, bien para desacreditarlo, bien para manipularlo o refundarlo-, el siglo XX aparece en este análisis como un viaje de la tanatofilia destructiva de la vanguardia al eclecticismo posmoderno.

Un viaje que Aparicio Maydeu cierra con este párrafo brillante y definitivo:

En cualquier caso, que se metamorfosee una morcilla de arroz en una burbuja transparente que contiene su sabor intacto no es muy distinto de que se pinte un bodegón barroco con la ayuda de un Ipad o que un microrrelato descargado de una App comience con un Érase una vez, el sintagma de las Caperucitas de libro ilustrado y tazón de café caliente. Todo resulta más complejo de lo que en apariencia pueda pensarse. Que continuidad no sea sino un sinónimo de ruptura, y al revés, es únicamente una cuestión de tiempo. La tradición es un catálogo de antinomias y de anonimatos, de pretéritos (im)perfectos, presentes continuos y futuros ya pretéritos, de precursores ancestrales, insurrectos obsoletos, genios intrascendentes y epígonos innovadores, y también la gramática de la tradición es una gramática parda.

Santos Domínguez



21 octubre 2013

Exiliado en el arte


Alfredo Rodríguez.
Exiliado en el arte.
Conversaciones en París
con José María Álvarez. 
Renacimiento. Sevilla, 2013.

Exiliado en el arte, que publica Renacimiento en su colección Los cuatro viemtos, es una larga conversación que puede leerse también como una antología comentada a dos voces de la poesía de José María Álvarez. 

Si se tiene en cuenta que esas dos voces son la del propio poeta y la de Alfredo Rodríguez, un conocedor excepcional de la obra de Álvarez, sobre la que está preparando una edición anotada, se comprenderá que estas conversaciones parisinas de enero de 2009 son una magnífica puerta abierta al mundo literario de un poeta tan fundamental como José María Álvarez.

La escritura y el arte, el sentido de la poesía en el mundo actual, los novísimos y los temas de la literatura, el proceso de construcción de un poema o un libro como Museo de cera, sus claves significativas, la memoria y la mirada, los libros y la vida, la poesía como destino, las ciudades vividas por el poeta –París, Venecia, Alejandría-, las traducciones, Mozart, el alcohol y el tabaco, la muerte y el amor, la política y la sociedad, Dante y Borges, Cervantes y Shakespeare, Kavafis y Omar Khayam, Montaigne y Tácito, Pound y Aleixandre...

Esos nombres y esos temas, que constituyen la columna vertebral de la poesía de José María Álvarez, son también ejes de referencia constante de estas conversaciones que -entre el brillo y la provocación, entre el premeditado anacronismo ideológico y la lucidez estética- dilucidan una obra poética de la que el volumen contiene una muestra significativa, una antología esencial que se va construyendo al hilo del diálogo.

Y al fondo siempre la poesía y la cultura, no como gesto exhibicionista, sino como expresión asumida de “la vasta, excitante, desoladora y asombrosa vida” de la que hablaba el poeta al final de Los decorados del olvido.

Santos Domínguez


20 octubre 2013

Jimi Hendrix. Empezar de cero


Jimi Hendrix. 
Empezar de cero.
Traducción de Raquel Vicedo.
Sexto Piso. Madrid, 2013.

No soy capaz de expresarme en una conversación. No sé explicarme. Así que el escenario es lo único que existe. Es toda mi vida, dice Jimi Hendrix en uno de los textos recogidos en Empezar de cero, que publica Sexto Piso con una eficiente traducción de Raquel Vicedo.

En el origen de este libro hay una biografía para el cine en la que estaban trabajando Peter Neal y Alan Douglas. Gran parte del material recogido en el dossier que iba a servir de base al documental se ha reordenado en este volumen.

Empezar de cero, aclara en el prólogo Peter Neal, el cineasta que ha recopilado y ordenado los escritos, cartas y entrevistas “es el resultado de reorganizar este material en una estructura narrativa (...) como si estuviera editando secuencias fílmicas de un documental.”

Con ese material vertebrado en una estructura coherente en nueve capítulos –el último, claro, es Nine To The Universe-, “queda patente que Jimi dejó su propio relato de sí mismo, extraordinariamente claro y exhaustivo, aunque de un modo fragmentario y un poco elíptico.”

Un relato que resume la biografía externa del guitarrista en sus primeros veintitrés años y que a partir de ese momento, en la parte más importante del libro, se convierte en un viaje al interior del músico y del hombre, en una autoexploración de su mundo artístico, de su conciencia y de su percepción de la realidad.

Pero Empezar de cero es también un recorrido por las canciones más emblemáticas de Hendrix, un material autobiográfico de primer orden que sirve también para estructurar la secuencia que articula el libro.

El recuerdo de un primer viaje infantil con un colocón de penicilina mirando los fuegos artificiales en brazos de una enfermera, su familia problemática, las estancias con su abuela medio cherokee en una reserva india en Vancouver, la expulsión del instituto, la vida callejera de aquel muchacho que “nunca hizo lo que debía”, su descubrimiento de la guitarra, su autodidactismo, los problemas con la policía, el alistamiento en el ejército, los inicios en bandas de blues y soul, su trabajo con Little Richard, un improductiva borrachera de cerveza con Dylan, la creación de su propia banda, The Experience, y su éxito en Inglaterra, Francia, Holanda o Suecia, los años londinenses, la vuelta a Estados Unidos de la mano de Paul McCartney, las drogas, el agotamiento, las dudas, la desorientación...

Son algunos de los episodios que retratan a un personaje irrepetible que tenía la  música en la cabeza, tocaba de oído y escribía canciones para no tocar las de otros: Tienes que escribir –decía- tus propias canciones para conseguir tu propio sonido.

Hendrix se escandalizaba de las debilidades necrofílicas de cierta gente que se deshace en babas ante los muertos. Los despreciaba y se limitaba a pedir que cuando muriera solo siguieran escuchando sus discos.

Santos Domínguez

19 octubre 2013

Japón sobrenatural


Daniel Aguilar.
Japón sobrenatural.
Susurros de la otra orilla.
Satori. Gijón, 2013.

Traductor e intérprete de japonés, especialista en cine de ese país, Daniel Aguilar explora en Japón sobrenatural esos susurros de la otra orilla que figuran en el subtítulo de este espectacular volumen que publica Satori.

Espectacular por la forma –repleta de ilustraciones bellísimas e inquietantes- y por su contenido: un detallado y documentado análisis de la representación de lo sobrenatural en la cultura oral y escrita, gráfica y visual, de la cultura japonesa en todas sus épocas y en sus diversas variantes: desde los relatos tradicionales al cine, pasando por la novela, el manga o el kabuki, un espectáculo semejante a la ópera en su integración de música, palabra y coreografía.

Precisamente a ese género pertenece el libreto de un clásico del terror japonés, La historia sobrenatural de Yotsuya, que se estrenó en 1825 y se traduce por primera vez al español en estas páginas y que forma parte de un viaje a lo sobrenatural que comienza en la Taberna del Barón con esta pregunta: “¿Cuándo empezaría el gusto japonés por lo sobrenatural en su cultura?”

Así se inicia un recorrido por los espíritus que pasaron del sermón budista a la narrativa clásica japonesa y del papel a los escenarios teatrales, un repaso a las criaturas sobrenaturales que habitan el imaginario cultural y popular de Japón: aparecidos a la penumbra de las velas o sombras oscuras en la espesura del bosque, en un recorrido histórico en imágenes y palabras que se remontan a las tradiciones ancestrales del periodo Edo y llegan hasta este presente de terror globalizado haciendo paradas en las figuras espectrales de la época imperial en la literatura, los escenarios y las pantallas; o en el posterior resurgir de sus cenizas fantasmales en el cine; en los monstruos de papel, en el Tokyo de los años 60 y su sueño dentro de otro sueño; o en los puentes hacia la otra orilla que busca un pujante turismo de lo sobrenatural en Japón.

Es la otra orilla de los espectros y las almas en pena, de ejércitos de esqueletos, trasgos malignos o traviesos y animales con formas humanas, criaturas híbridas cuya existencia se sitúa al margen de las leyes naturales.

Cierran el volumen una amplia filmografía escogida con un centenar largo de películas, fundamentales en el género de lo sobrenatural o que se han difundido en España, y una bibliografía esencial sobre el tema en los diversos géneros: ensayo, crítica y narrativa.

Santos Domínguez

18 octubre 2013

Condición del extraño



Efi Cubero.
Condición del extraño.
La isla de Siltolá. Colección Tierra.
Sevilla, 2013.


Sin prisas el extraño no desea
la exactitud perdida en el camino,
de vector a vector vive el presente,
transporta la memoria fragmentada
y aplaza siempre todo; el encuentro,
el abrazo, la amistad perdurable o pasajera.

Carga al hombro su mundo, su lenguaje,
ese fuego solar sobre los ojos
con que impregna la vida.

A veces lo sorprende una palabra
que llega desde dentro sin buscar ni explicar,
así, como el rasar tan silencioso
que producen los remos sobre el mar interior
de la conciencia…
Un cielo de baldosas
lo mira desde abajo sorprendido
de la profundidad de su pisada.

De ese texto, Condición del extraño, que abre la primera parte de las tres que tiene el libro, toma su título el volumen que Efi Cubero acaba de publicar en la colección Tierra de La Isla de Siltolá.

Y hay ya en ese poema, como en una obertura, el anuncio de varios de los temas y de las actitudes que recorren el conjunto de la obra: la exactitud, la memoria, el lenguaje, los ojos, la conciencia, la búsqueda de profundidad. Y la condición del extraño, claro, la condición del poeta, que –como dejó dicho Edmond Jabès- es el extranjero por excelencia. 

Pues desde esas afueras asumidas por voluntad y por destino, Efi Cubero mira la realidad con ojos mentales que pretenden ir más allá de la superficie del mundo y bucean en lo esencial por debajo de lo accesorio y del accidente, sin que eso suponga renunciar a una emoción o una sensorialidad intensa en ocasiones.

Y así se construye este tríptico que dibuja el mundo como un territorio extraño y transparente con una palabra que desde la exactitud aspira a representar el fondo invisible y esencial de la realidad., como en Vaho, que termina con estos versos:

Hay una blanca luz de claraboya 
en el impersonal cuarto de hotel.
Se inclina hacia otro tiempo cuando escribe, 
a veces la palabra llena de un fulgor frío
la noche errante de las convicciones.
El vaho es un esfumato que proyecta al espejo 
su vaga y fantasmal fisonomía.

Con sus versos armónicos de música variada y compás bien medido, Efi Cubero combina la emoción y la inteligencia, la abstracción y los sentidos para hacer lo que un escritor tiene que marcarse como labor imprescindible: nos devuelve una imagen del mundo transfigurado con la palabra exacta del poeta, nos deja, como la música, algo muy breve y bello. / Como una huella limpia y luminosa, / donde imprime el espíritu cansado / cierta forma de huida.

Santos Domínguez



17 octubre 2013

Kafka. El fogonero


Franz Kafka.
El fogonero.
Ilustraciones de Max.
Traducción de Juan Andrés García Román.
Nórdica. Madrid, 2013.

El conflicto entre la autoridad y el individuo, la opresión ambiental de un entorno hostil, la búsqueda de identidad, la desorientación ante la impenetrable maquinaria del poder que aniquila a la persona, la culpa y el castigo, la pérdida y la huida son algunos de los temas que permiten conectar tres relatos que Kafka escribió en la misma época, en el creativo otoño de 1912.

Tres relatos que concibió como una trilogía  que quería publicar en un solo tomo con el título Hijos porque mantenían una serie de vínculos más o menos explícitos: La condena, El fogonero y La metamorfosis, narrados con parecida distancia indiferente ante los hechos y los personajes y que comparten también ese tono casi notarial que es uno de sus rasgos más llamativos.

Animado por la facilidad con la que acababa de terminar La condena, Kafka escribió con rapidez exaltada El fogonero como primer capítulo de una novela que acabó malográndose. Iba a ser el primero de los seis capítulos de una novela muy crítica con las injustas relaciones laborales en el capitalismo norteamericano –El desaparecido- que dejó inconclusa y que su amigo Max Brod editó con un título póstumo y no autorizado: América.

Ese relato escrito en un estado de euforia le gustó mucho, pero los otros capítulos no mantenían ni su tensión narrativa ni su altura literaria, de manera que lo publicó al año siguiente como relato exento. 

Y para celebrar el centenario de su publicación, Nórdica ha preparado la espléndida edición ilustrada por Max de este relato que tiene un ritmo casi cinematográfico y transmite la imagen del mundo como un laberinto metaforizado en el interior intrincado del barco en el que llega a América el protagonista, un joven Karl Roßmann obligado por su familia a hacer ese viaje que lo aparta de su entorno para purgar su culpa:

Al entrar en el puerto de Nueva York a bordo de un barco que se iba deteniendo, Karl Roßmann, un joven de diecisiete años al que sus padres pobres habían enviado a América por tener un hijo con una criada que lo había seducido, creyó ver la Estatua de la diosa Libertad, que divisaba desde hacía un buen rato, como si estuviera dentro de un rayo de sol que fulgurara de repente. El brazo con la espada parecía recién alzado y en torno a su silueta soplaban aires libres.
«Qué alta», se dijo.

Esa Estatua de la Libertad, que levanta llamativamente una espada en lugar de una antorcha, es un símbolo de lo que se va a encontrar el joven inmigrante: el castigo, el poder, la jerarquía, el abuso, la injusticia, la aniquilación del individuo en una degradante sociedad de masas al servicio de un sistema productivo jerárquico que funciona como una máquina de destrucción de la persona.

Santos Domínguez


16 octubre 2013

Del color de la leche


Nell Leyshon.
Del color de la leche.
Traducción de Mariano Peyrou.
Prólogo de Valeria Luiselli.
Sexto Piso. Madrid, 2013.



éste es mi libro y estoy escribiéndolo con mi propia mano.

en este año del señor de mil ochocientos treinta y uno he llegado a la edad de quince años y estoy sentada al lado de mi ventana y veo muchas cosas, veo pájaros y los pájaros llenan el cielo con sus gritos, veo los árboles y veo las hojas.
y cada hoja tiene venas que la recorren.
y la corteza de cada árbol tiene grietas.
no soy muy alta y mi pelo es del color de la leche.
me llamo mary y he aprendido a deletrear mi nombre, eme. a. erre, i griega, así es como se escribe.

quiero contarte lo que ha pasado pero tengo que tener cuida-do de no apresurarme como hacen las vaquillas en la entrada, porque entonces iré por delante de mí misma y puedo tropezarme y caerme y de todas maneras tú querrás que empiece por donde se debe empezar.

y eso es por eí principio.


Así comienza Del color de la leche, de la novelista inglesa Nell Leyshon.

Con leves variaciones, pero nunca con mejor ni menos verosímil ortografía, esas frases se van repitiendo como una salmodia al comienzo de cada una de las cinco partes –Primavera, Verano, Otoño, Invierno, Primavera- en las que se organiza este intenso relato en primera persona.

Esa salmodia con variaciones marca no solo el comienzo de cada una de las secciones del libro, sino también y sobre todo la transición circular del presente de la narradora, la primavera de 1831, a un pasado muy reciente que se inicia en la primavera anterior y discurre por las otras tres estaciones del año.

En esa estructura circular el quinto capítulo, la primavera de 1831, es en realidad un epílogo que remata con su urgente brevedad una narración conmovedora escrita con la fuerza convincente de la primera persona, con la palabra torpe y precisa que reproduce la voz de esa muchacha inocente que a sus quince años espera en una celda –de ahí la prisa y el ritmo del relato- el momento de su ejecución en la horca.

Por encima de sus virtudes narrativas, que son muchas, Del color de la leche es también una denuncia de las víctimas dobles –mujeres y pobres- y una reivindicación del poder testimonial y liberador de la palabra, una muestra –como señala en su prólogo Valeria Luiselli- de “la relación entre el poder y la escritura como forma individual de resistencia.”

Un libro imprescindible que publica Sexto Piso con una magnífica traducción de Mariano Peyrou.


Santos Domínguez