12 febrero 2010

Cortázar. Cuentos completos




Julio Cortázar.
Cuentos completos I y II.
Prólogo de Mario Vargas Llosa.
Alfaguara. Madrid, 2010.


En 1994, para conmemorar los diez años de la muerte de Julio Cortázar, Alfaguara publicaba sus Cuentos completos en dos volúmenes que incorporaban el libro inédito La otra orilla, un tanteo exploratorio que explica la asombrosa madurez de Bestiario.

Aquella primera edición, agotada desde hace tiempo, se recupera ahora en la renovada colección de Cuentos completos que está relanzando Alfaguara desde el pasado otoño.

Y aquí se recogen todos sus libros de cuentos, desde ese inicial La otra orilla hasta el final Deshoras, pasando por Final del juego, Las armas secretas, Historias de cronopios y de famas, Todos los fuegos, el fuego, Octaedro, Alguien que anda por ahí, Un tal Lucas o Queremos tanto a Glenda.

La verdadera revolución literaria de Cortázar está en sus cuentos, escribe Vargas Llosa en el prólogo que titula La trompeta de Deyá.

Y el lector puede comprobarlo nuevamente en estos dos magníficos volúmenes de relatos de Cortázar. Desde Bestiario, un libro sin balbuceos que contiene relatos perfectos como Casa tomada, Circe o Carta a una señorita en París, el cuento es para Cortázar el territorio de lo fantástico, de la extrañeza que irrumpe en lo cotidiano en forma de pesadilla, de sorpresa o de revelación.

Esa es una de las líneas de fuerza de la narrativa breve de Cortázar, que en el más amplio y variado Final del juego incluye relatos fundamentales en su obra como Continuidad de los parques, La noche boca arriba o Final del juego. Están en ellos todas las variantes de lo fantástico y de los mundos del argentino. La línea imprecisa que separa la realidad de la ficción y el sueño de la vigilia, el misterio que surge de lo trivial, la incursión de lo fantástico en lo cotidiano son algunas de las claves del Cortázar más sorprendente, variado o provocador.

Las armas secretas, el libro que contiene Las babas del diablo o El perseguidor, marca una sutil evolución de la narrativa breve de Cortázar. Contemporáneos de Rayuela, esos relatos marcan un antes y un después en el tratamiento de los personajes, que dejan de ser meras piezas de un mecanismo para ganar en profundidad psicológica y en autonomía vital. Especialmente en El perseguidor, un relato en el que se acercó a la figura de Charlie Parker. En él está en germen Rayuela como en Charlie Parker está la semilla de Oliveira.

Las Historias de cronopios y de famas son un ejercicio desenfadado contra la solemnidad, una defensa de la libertad imaginativa y una lúcida taxonomía de la humanidad. Cualquiera que haya leído esos relatos – que esconden una ética bajo el disfraz del humor- caerá alguna vez en la tentación de clasificar a las personas en cronopios, famas o esperanzas.

En conjunto, Todos los fuegos, el fuego posiblemente sea el mejor libro de relatos de Cortázar. Cualquiera de los ocho cuentos que lo integran -y sobre todos ellos La isla a mediodía y La salud de los enfermos- podrían figurar en la más exigente antología de relatos de la literatura contemporánea. La tensión entre lo irracional y lo cotidiano, el tema del doble, la distorsión del espacio y el tiempo están presentes aquí en su expresión más definitiva.

Con ese libro se cierra el primer volumen, que recoge los libros fechados entre 1945 y 1966. El segundo, que abarca desde 1969 hasta 1982, lo abre Octaedro, en el que la preocupación política y el compromiso con la sociedad entran en el terreno del cuento. Chile, Biafra, Israel comparten espacio con temas como el de la pesadilla, el amor, la muerte, la infancia o el sueño. Una lección de geometría que se explica en las ocho caras de este libro poliédrico del que forman parte relatos como Manuscrito hallado en un bolsillo o Lugar llamado Kindberg.

En los once cuentos de Alguien que anda por ahí conviven el tono nostálgico de Cambio de luces, la simultaneidad de perspectivas en Usted se tendió a tu lado o la brutalidad represiva de la policía en La noche de Mantequilla.

Con Un tal Lucas Cortázar regresa al tono lúdico de los cronopios para proponer un nuevo manual de instrucciones de la informalidad. Es un Cortázar deslumbrante e ingenioso que proyecta en este tal Lucas su mirada irreverente, sus pudores y sus desconciertos, su método de trabajo, sus traumatoterapias.

Los diez cuentos de Queremos tanto a Glenda son una muestra del Cortázar maduro, menos visitado por lo fantástico, menos proclive a la sorpresa, pero dueño de un virtuosismo que aborda todos los registros y tonos, los rituales, la mezcla ambigua de imaginación y realidad, de humor y melancolía. En su escritura, tan similar al swing jazzístico, la exigencia se proyecta en cuentos como el inquietante Orientación de los gatos, o en Anillo de Moebius, un relato que funciona como un mecanismo perfecto. Maquinaria asombrosa para el lector y maquinaciones de un narrador que encuentra una vez más en el relato corto su mejor distancia. La nostalgia, el tiempo, las difíciles relaciones humanas pesan más ya que lo fantástico en un conjunto que con su difícil facilidad estilística parece demostrar que el medio es el mensaje y que al final siempre nos espera el asombro.

Entre Botella al mar, que tiene mucho de epílogo, y el magnífico Diario para un cuento, una muestra del taller del narrador, en Deshoras, su último libro de cuentos, lo misterioso vuelve a invadir lo diario y comparte territorio con la infancia y el sueño, con la sensibilidad y la imaginación. En medio, Pesadillas y su alegoría de la situación política argentina.

Y atravesando todos sus libros, desde lo patológico y excepcional de las situaciones y los personajes de Bestiario a la cotidianeidad de Alguien que anda por ahí y Deshoras, una coherencia profunda de temas y enfoques. Una línea secreta que los une en la creación de mundos posibles; en el descubrimiento de que estaban ahí, ocultos e inexplorados, invisibles e inquietantes; en la función del narrador y la distancia variable de su voz; en el planeamiento de finales que son la raíz del relato; en la configuración de los personajes; en el desajuste entre la realidad y el personaje, y en el diseño del espacio y el tiempo.

Entre lo fantástico y lo testimonial, entre la denuncia y la nostalgia, el realista imaginativo que fue Cortázar construye desde su primer libro sus relatos como esferas perfectas, como estructuras cerradas en las que la tensión atrapa al lector. Relatos que reflejan la evolución a una escritura cada vez más escueta, más seca y directa, una escritura en la que materia y forma se explican mutuamente y mutuamente se sostienen.

Santos Domínguez

10 febrero 2010

Cuentos esenciales de Maupassant


Guy de Maupassant.
Cuentos esenciales.
Selección de Marie-Helène Badoux.
Traducción de José Ramón Monreal.
Debolsillo. Barcelona, 2010.


Maestro de la narrativa breve y la palabra justa, Guy de Maupassant (1850-1893) es para muchos no sólo el más interesante y actual de los narradores naturalistas, sino el mejor escritor de relatos cortos de la historia de la literatura.

Desde Bola de sebo hasta Las sepulcrales, pasando por obras maestras del género como La casa Tellier, Mademoiselle Fifi, Coco, El collar o El horla, las mil doscientas páginas de estos ciento veinte Cuentos esenciales, que publica Debolsillo con selección de Marie-Helène Badoux y traducción de José Ramón Monreal, proponen un recorrido completo por una obra diversa en temas, en tonos y en atmósferas morales.

Sus relatos son una constante lección narrativa, construyen el canon del relato perfecto. La técnica y el oficio de Maupassant, su destreza en el uso de la mecánica del relato, la intriga y la sorpresa despiertan el interés del lector ante unos textos que son mecanismos de precisión en los que nada sobra, unos relatos sostenidos por unos personajes caracterizados con sobriedad y eficacia por sus actos y sus palabras.

La calidad de su prosa se suma al arte de la composición que evidencian estos relatos desarrollados en ambientes rurales o urbanos. Sombríos o humorísticos, ingeniosos o trágicos, hondos o superficiales, ásperos o melancólicos, pero siempre significativos de su talento, estos ciento veinte cuentos esenciales contienen al Maupassant más moderno, directo y cercano de los narradores del XIX. El pesimismo, la crueldad del mundo o el egoísmo de algunos personajes, el enfoque irónico y sus desenlaces sorprendentes o sugeridos siguen sosteniendo en pie unos textos en los que la crítica social convive con el humor y la brutalidad con el afecto.

Remy de Gourmont, que no valoraba la superficialidad de sus novelas, escribió junto a esas líneas críticas este elogio definitivo de los relatos de Maupassant: Ninguno de esos últimos libros tiene la menor oportunidad de perdurar, pero de sus cuentos se harán tiradas en uno o dos volúmenes muy buenos, uno de historias un poco atrevidas, el otro de los relatos más moderados, que se transmitirán eternamente.

Sin sus cuentos, que ejercieron una influencia determinante sobre Chejov y sobre la narrativa norteamericana, probablemente la literatura del XX no hubiera sido la misma.

Santos Domínguez

08 febrero 2010

Naiyer Masud. Aroma de alcanfor


Naiyer Masud.
Aroma de alcanfor.
Traducción de Rocío Moriones Alonso.
Atalanta. Gerona, 2010.

Naiyer Masud (India, 1936) vive en su Lucknow natal en la Casa de la Literatura que construyó y bautizó con ese nombre su padre, catedrático de persa como él.

Ningún lugar más idóneo para alojar a este autor asombroso al que se traduce por primera vez al español en este Aroma de alcanfor que edita Atalanta en su colección Ars brevis con una espléndida versión de Rocío Moriones Alonso.

Los siete relatos de Aroma de alcanfor reflejan el gusto de Masud por lo extraño y por lo oculto, la serenidad de una prosa precisa y una ilimitada capacidad para deslumbrar al lector con este libro prodigioso, un nuevo libro de las maravillas que llega de Oriente.

Del realismo de lo extraño ha hablado algún crítico a propósito de estos textos. Y esa es una de las claves de sus relatos, que como los de Poe, Kafka o Borges, admiraciones declaradas por Masud, introducen con naturalidad lo fantástico en lo cotidiano y desdibujan las fronteras entre la realidad y el sueño.

La otra clave no es temática, sino formal, y tiene tanta fuerza que no se pierde con la traducción: es la lección constante de sutileza, sugerencia y sensibilidad que dan estos criptogramas líricos, como los ha definido otro crítico.

Porque también lo secreto recorre estos siete relatos que se alimentan del material del sueño y lo proyectan en la realidad con la destilación lenta de una prosa y unas historias que en algún caso han requerido un año de elaboración y depuración de la materia narrativa y de la forma que la expresa.

Las narraciones de Masud, sostenidas por igual en la imaginación y en el estilo, están tan depuradas que prescinden de la concreción espacial o temporal y no se centran en el detalle, sino que buscan el centro, la esencia envolvente de unas narraciones que atrapan al lector.

Son historias abiertas, sin finales cerrados, en las que la infancia o la adolescencia que descubre el mundo, el misterio, lo lejano y la muerte se convierten en temas constantes.

Narrados desde la subjetividad insegura de la primera persona, son la antítesis del objetivismo. En estos relatos elusivos la evocación importa más que la narración de hechos, y más que el análisis de los personajes pesa la descripción de los objetos, que ocupan un papel central en ellos.

En las narraciones de Aroma de alcanfor lo importante no es el desenlace, sino el puro estar de la secuencia y su desarrollo dibuja el plano de un laberinto sin salida cuyo trazado esconde abundantes tesoros en sus calles sinuosas.

Son cuentos en los que lo importante es la atmósfera en la que penetra el lector: la desolación vacía del aroma de alcanfor o el pájaro hecho de esa misma materia volátil con la que están destilados estos magníficos relatos. Porque en ellos todo es frágil como la vida y leve como los sueños y en su interior conviven- como en las casas de Lo oculto- las zonas de temor y las de deseo.

Unos relatos escritos lentamente durante décadas con la materia impalpable y borrosa de los sueños. Un prodigio delicado y sostenido, una constante celebración de la literatura.

Santos Domínguez

06 febrero 2010

Un libro levemente odioso


Roque Dalton.
Un libro levemente odioso.
Prólogo de Antonio Orihuela.
Baile del Sol. Madrid, 2009.



¿Para que debe servir
la poesía revolucionaria?
¿Para hacer poetas
o para hacer la revolución?

Esa es una de las preguntas esenciales de este libro lleno de certezas y de dudas que se resuelven finalmente en sarcasmo, en ironía o en rabia indisimulada.

Un libro levemente odioso es un póstumo de Roque Dalton, que probablemente lo escribió a comienzos de los años 70. Cuando se publicó por primera vez en México, a finales de los ochenta, Elena Poniatowska escribió un prólogo en el que evocaba así a su autor, asesinado el 10 de mayo de 1975:

No, los vientos no huyeron de su asombro
y su cara.
Roque Dalton
asesinado a los cuarenta años
fue siempre,
hasta el último momento,
un sorprendido,
un cielo tomado por asalto,
una risa interrumpida.

Un póstumo que ha ido ganando actualidad a costa de una historia lamentable, que - a su pesar- ni lo ha enterrado por completo ni ha dejado envejecer versos como estos:

¿Qué es el asalto de un Banco
comparado con la fundación de un Banco?

Está en este libro, recuperado ahora por Baile del Sol en su Biblioteca Roque Dalton, el menos póstumo, el más actual de los libros del salvadoreño, que escribió proféticamente en sus páginas Prometo no llegar a viejo, encomendó sus versos a una cita de Nicanor Parra ( Me da sueño leer mis poesías/ y sin embargo fueron escritas con sangre), practicó la ironía en estas dos Actividades culturales de esta semana:

Conversatorio sobre
poesía conversacional.

Mesa redonda sobre
el círculo vicioso.

Fue combativo sin contemplaciones en MIS MILITARES III:

LOS H. P. (HIJOS PRÓDIGOS)

Los soldados ingleses mataron
chipriotas,
árabes,
tanganikenses,
georgianos,
persas,
hindúes,
pakistanos,
chinos,
turcos,
polinesios.

Los soldados ingleses hoy matan
irlandeses.

Así retorna el tigre al hogar,
a la cultura cristiana,
a la civilización occidental.

Así hermana el tigre a los hombres:
en la patria, en la cultura de la muerte.

Y reflexionó sobre la relación del poeta con la vida:

NO TE PONGAS BRAVO, POETA

La vida paga sus cuentas con tu sangre
y tú sigues creyendo que eres un ruiseñor.
Cógele el cuello de una vez, desnúdala,
túmbala y haz de ella tu pelea de fuego,
rellénale la tripa majestuosa, préñala,
ponla a parir cien años por el corazón.
Pero con lindo modo, hermano,
con un gesto propicio a la melancolía.


Está en este libro todo Dalton, en estado puro, quiero decir impuro:

Así en la iglesia como en Gólgota

Ganaron los ladrones:
dos a uno.

o

El talento es pura gana de molestar a los demás.

Santos Domínguez

05 febrero 2010

Edificio

Ana García Bergua.
Edificio.
Páginas de Espuma. Madrid, 2009.

En su imprescindible Cuentos y cuentistas. El canon del cuento, que publicó también Páginas de Espuma, señalaba Harold Bloom que los cuentos tienen la virtud de relacionarse entre ellos. A esa transitividad del relato, a ese diálogo de unos textos con otros responde la estructura de Edificio, un conjunto de quince cuentos de Ana García Bergua (México D. F., 1960) que se organizan alrededor de la alegoría del título para componer un espléndido edificio narrativo.

Un edificio habitado por variados personajes a los que la autora trata con la curiosidad de una vecina chismosa y la pericia de una narradora con talento que sabe que detrás de un contador de historias se esconde siempre un voyeur vocacional.

Y así, como un diablo cojuelo contemporáneo, la narradora levanta los tejados y atraviesa las paredes para entrar en las vidas que ocultan los distintos apartamentos del edificio en el que se ambientan los quince relatos. Quince apartamentos que son quince pequeños mundos en los que conviven lo patético y lo divertido, el absurdo y el humor negro, y lo insólito o lo inquietante incurren en lo cotidiano.

La utilización del edificio como eje de referencia permite que el narrador y el lector vayan ascendiendo desde la planta baja a la azotea, que los personajes se crucen en las zonas comunes y se conviertan en observadores de los demás y observados por ellos, en definitiva que unos cuentos se comuniquen con otros.

Imaginación, curiosidad y sátira se despliegan en el volumen para entrar, más que en el interior del edificio, en el interior de los personajes, en las vidas secretas de una viuda enamorada y un ingeniero celoso, un escritor tímido que atiende de forma rara a sus visitas, en las vidas dobles de un coleccionista de coches o de un bígamo.

Y cuando el lector quiere darse cuenta, se ha convertido en cómplice del narrador, en voyeur él mismo, en inquilino de este edificio de apartamentos, en un vecino más que por un rato comparte escaleras y secretos con los personajes de ficción.

Santos Domínguez

03 febrero 2010

A la intemperie. Exilio y cultura en España


Jordi Gracia.
A la intemperie.
Exilio y cultura en España
.
Anagrama. Barcelona, 2010.

En Argumentos, su colección de ensayo, Anagrama publica A la intemperie. Exilio y cultura en España, un estudio de Jordi Gracia sobre los exiliados españoles tras la guerra civil y sus relaciones con la España del interior.

Su propósito lo explica Gracia en el Prólogo para una insatisfacción:

El origen de este libro no está en una reacción emocional, sino en una insatisfacción. Es concreta pero es más difusa de lo que me gustaría reconocer. Intenta vencer la ferocidad que transmite esa ruta de la derrota, e intenta explicarse desde ese punto la evolución de la derrota en el exilio sin separarla de su única alternativa: la derrota vivida en el interior.

Esa evolución fue desde la ilusión efímera de una tregua que forjaron quienes se quedaron en un exilio interior - nombres como Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre o Rafael Lapesa, que tuvieron que esgrimir coartadas para explicar su permanencia en la España franquista-, hasta la postura de quienes decidieron convertir el exilio en un destino asumido para siempre – Juan Ramón Jiménez, Salinas, José Gaos, Casals, Gaya o Buñuel- pasando por los que volvieron pronto, como Ortega, que representó para los exiliados la imagen de la deserción.

Y es que el exilio y la posguerra fueron un laboratorio ético que puso a prueba a los intelectuales de dentro y de fuera. El momento decisivo del exilio ocurre entre 1946 y 1948. A partir de entonces quedaría claro que el franquismo no iba a ser un paréntesis transitorio, sino un régimen duradero. Los exiliados asumen entonces su condición de exiliados y admiten la posibilidad de que la continuidad con la cultura española no la tenían en exclusiva los desterrados.

Fue una evolución convergente del mundo del exilio y de la España del interior, una evolución en la que se vieron implicadas varias generaciones de escritores: el novecentismo, el veintisiete, la primera generación de la posguerra y el grupo del medio siglo para ir tendiendo puentes que desde ambas orillas conectarían la cultura del exilio con la del interior.

A través del intercambio epistolar y de la publicación en editoriales españolas y en revistas como Ínsula, Cuadernos Hispanoamericanos o Papeles de Son Armadans, Ramón J. Sender, María Zambrano, Francisco Ayala, Max Aub, Rosa Chacel o Bergamín fueron restableciendo los nexos con la vida cultural del interior.

Tras el franquismo, no fue fácil la reincorporación de aquellos exiliados a la nueva España democrática. Su integración en esa democracia caníbal de la que habla Jordi Gracia en el último capítulo del libro tuvo la forma de una curiosidad anacrónica.

Por eso, Jordi Gracia hace en las últimas páginas de su ensayo una elegía de la invisibilidad social y cultural de los derrotados, reivindicados por la memoria histórica desde finales de los noventa en novelas como Soldados de Salamina, Los girasoles ciegos, La voz dormida o Enterrar a los muertos y películas como La lengua de las mariposas o El laberinto del fauno.

Suscitará más de una controversia por su benevolencia o su comprensión con las actitudes colaboracionistas de un buen número de intelectuales, pero este ensayo de Jordi Gracia tiene una virtud fundamental: completa un panorama del exilio y la posguerra desde una perspectiva inusual y por eso mismo enriquecedora.

Santos Domínguez

01 febrero 2010

Rafael Alberti. Prosa II. Memorias


Rafael Alberti.
Obras completas.
Prosa II. Memorias.
Edición de Robert Marrast.
Seix Barral. Barcelona, 2010.

Cuando en 2002 se cumplió el centenario del nacimiento de Rafael Alberti, Seix Barral y la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales se unieron para publicar sus Obras Completas con la totalidad de la poesía, la prosa y el teatro de Alberti en ocho volúmenes coordinados por varios especialistas.

El proyecto editorial lo dirige Pere Gimferrer, que ha implicado a diferentes especialistas en la realización de cada uno de los ocho tomos. El objetivo fundamental es no sólo reunir en una edición fiable los textos de Alberti, sino ofrecerlos al lector para una lectura limpia, según el modelo de la Bibliothèque de la Pléiade, con las notas, las variantes y los comentarios no a pie de página, sino al final del volumen.

Acaba de publicarse la que hasta ahora es la última entrega: un amplio volumen que recoge la prosa memorialística del poeta. El volumen, preparado por Robert Marrast, ofrece la edición definitiva de los cinco libros de La arboleda perdida, que se agruparon en tres volúmenes. A ese material se añaden los capítulos que habían ido apareciendo en El País y que finalmente no incorporó al quinto libro, y las Visitas a Picasso, que llevaban como subtítulo Notas para La arboleda perdida y que forman parte del libro Canciones del Alto Valle del Aniene y otros versos y prosas.

La serie memorialística de La arboleda perdida, que abarca en tiempo narrado o evocado desde 1902 hasta 1996, la empezó a escribir Alberti a finales de 1938 o comienzos del 39, poco antes de que terminara la guerra civil. Empezó pronto, pero el proceso de publicación fue muy lento: más de cincuenta y cinco años separan la primera edición de 1942 de la definitiva de 1997.

Y desde el principio llama la atención en la serie la superposición de tiempos, el pasado evocado desde un presente que aparece como contrapunto interpretativo, y la convivencia de dos pasados, uno remoto y otro próximo, lo que da lugar a una constante mezcla de épocas y enfoques. Si a eso unimos el origen de estos capítulos en los artículos que Alberti publicaba en el Corriere della Sera y luego en El País, es inevitable el desorden cronológico, o mejor, la renuncia a la cronología a partir del tercer libro de La arboleda perdida.

Un libro de memorias, por cierto, polémico e inusual en el grupo del 27. Sólo Rosa Chacel en Alcancía o Vida en claro de Moreno Villa, que no es exactamente un autor de ese grupo, tienen un propósito parecido.

Posiblemente sea este el volumen más problemático de los ocho del proyecto, porque La arboleda perdida sufrió una serie de avatares y de polémicas que culminaron en la rara desaparición de las alusiones a María Teresa León, a su hija Aitana, a su sobrina Teresa o a amigos como García Montero. Sobre ese asunto tan vidrioso escribió Mario Muchnick en Lo peor no son los autores.

En todo caso se trata de una controversia que Marrast ha evitado en su prólogo - De La arboleda perdida a Las arboledas perdidas: Historial y metamorfosis de un libro de memorias – pero cuyo alcance puede comprobar el lector curioso en las variantes que se recogen en las notas finales. Posiblemente era la decisión más sabia, asumir la versión definitiva firmada por Alberti e incorporar en las notas los pasajes eliminados.

Además de su valor memoriográfico, además de su contundencia testimonial sobre el grupo del Veintisiete y la experiencia del exilio y el retorno, La arboleda perdida mantiene vínculos constantes con la poesía de Alberti y la ilumina: Marinero en tierra, La amante, Sobre los ángeles, Entre el clavel y la espada o Retornos de lo vivo lejano no pueden entenderse de forma cabal sin tener en cuenta las precisiones y las referencias biográficas, literarias o ideológicas que sobre el origen o el sentido de esas obras contienen estas páginas. Páginas en las que, pese a algún desfallecimiento que otro, suele brillar la buena prosa de Alberti.

Completa el volumen un amplio apéndice que recoge, entre otros documentos, los de su peripecia de refugiado en Francia, los expedientes de la censura en 1968 y 1975 y cuatro textos inéditos: tres poemas rescatados y la traducción en verso de un acto del Britannicus de Racine.

Santos Domínguez

29 enero 2010

La casa que habitaste


Jorge de Arco.
La casa que habitaste.
Rialp. Colección Adonáis. Madrid, 2009.


Lenguaje de la culpa tituló su segundo libro Jorge de Arco (Madrid, 1969). Y desde el principio hasta el final su última entrega poética, que mereció el Premio Internacional de Poesía San Juan de la Cruz en 2009, está sometida a ese círculo cerrado y opresivo de la culpa.

Organizada en tres partes, La casa que habitaste no es un conjunto disperso de poemas, sino un desagarrado poema amoroso articulado con una evidente coherencia temática y estilística y una notable unidad de tono.

No es esta la casa sosegada de San Juan, pero sí resuena aquí su oscura noche purgativa y la madrugada fría de las separaciones:

A veces la memoria es una casa
por habitar, un ámbito
oscuro, al que se accede
a través de un postigo que carece de llave

A esa casa de la memoria regresa el poeta para reencontrarse con las cenizas y las heridas, con unas brasas y una sed que persisten en la soledad y en el silencio frente a la escarcha y el humo de los otoños.

En intenso diálogo consigo misma, la voz poética que se proyecta en una segunda persona rememorativa o en una primera persona a veces reflexiva y a veces confesional, entre la puerta que se abre en el primer poema y se cierra en el último, entre el sueño y la vigilia, el pasado y el presente, recorre las estancias vacías para asomarse a la luz del amanecer:

Me asomo al ventanal de la memoria
y la lenta alborada me devuelve
el río ardiente de tus pies descalzos.

Entonces, el pasado, pareciera
no haberse ido,
no haber disuelto

la amante ceremonia del gozo en nuestros labios.

Pero ya sin remedio tus palabras golpean
los resquicios del alma,
y el eco de tu voz
se derrama en las sábanas del tiempo

desde el instante aquel en que dijiste
"Mi corazón ya late en otra casa".

Y ese vacío creciente se va llenando con palabras, con una constante capacidad de sugerir a través de las imágenes, pero con una extraordinaria contención verbal y emocional y con un ritmo sometido siempre a la creciente emoción del poema:

Aún nos queda un zumbel de pesadumbre,
una peonza pálida,
la seda de un ciprés,
el oro de los muertos,

las cenizas cautivas en las playas,

los trenes de marfil y sin destino,
las heridas abriéndose a la luz,
las sombras que tan lóbregas disuelven
los gélidos paisajes del adiós.

Esa casa vacía del abandono, no la casa encendida que vio Luis Rosales otra noche desde la calle Altamirano, sino la casa apagada del olvido, la habita finalmente el poeta con memorias y palabras que la salvan a ella de la ruina y a él de la desolación. Desde siempre, esa ha sido una de las misiones más altas de la poesía:

Nunca estuve en la casa que habitaste,
porque yo era esa casa, y tú, quizás,
la que no estuvo nunca.


Santos Domínguez

27 enero 2010

Oficio de tinieblas


Rosario Castellanos.
Oficio de tinieblas.
Prólogo de Jordi Soler.
Libros del Silencio. Barcelona, 2009.

Escribir ha sido, más que nada, explicarme a mí misma las cosas que no entiendo. Cosas que, a primera vista, son confusas o difícilmente comprensibles, declaraba en una entrevista de 1964 Rosario Castellanos (México, 1925- Tel Aviv, 1974).

Quien está considerada la primera narradora importante de la literatura latinomericana contemporánea pertenecía a una poderosa familia de terratenientes de Chiapas, donde vivió los primeros años de su vida y parte de su adolescencia. Fue entonces cuando, a la vez que empezaba sus estudios de Filosofía y Letras, tomó conciencia de las injusticias seculares padecidas por los indios en aquella sociedad caciquil y patriarcal, cuando se perfiló su carácter introvertido y se fraguó una vocación literaria que la convertiría en uno de los nombres de referencia de la literatura mexicana del siglo XX.

Poeta, dramaturga, ensayista y narradora, Rosario Castellanos denunció aquellos abusos en un libro de cuentos (Ciudad Real) y en dos novelas (Balún Canán y Oficio de tinieblas), que son la expresión literaria de las experiencias que tuve en Chiapas en mi trabajo para el Instituto indigenista. En esos lugares la lucha ha llegado a extremos desgarradores de brutalidad.

Publicada por Joaquín Mortiz en 1962, Oficio de tinieblas - explicaba Rosario Castellanos en esa entrevista- está basada en un hecho histórico: el levantamiento de los indios chamulas, en San Cristóbal, el año de 1867. Este hecho culminó con la crucifixión de uno de estos indios, al que los amotinados proclamaron como el Cristo indígena. Por un momento, y por ese hecho, los chamulas se sintieron iguales a los blancos. Acerca de esta sublevación casi no existen documentos. Los testimonios que pude recoger se resienten, como es lógico, de partidarismo más o menos ingenuo. Intenté penetrar en las circunstancias, entender los móviles y captar la psicología de los personajes que intervinieron en estos acontecimientos. A medida que avanzaba, me di cuenta que la lógica histórica es absolutamente distinta de la lógica literaria. Por más que quise, no pude ser fiel a la Historia. Abandoné poco a poco el suceso real. Lo trasladé de tiempo, a un tiempo que conocía mejor, la época de Cárdenas, momento en el que, según todas las apariencias, va a efectuarse la reforma agraria en Chiapas. Este hecho probable produce malestar entre los que poseen la tierra y los que aspiran a poseerla: entre los blancos y los indios. El malestar culmina con la sublevación indígena y el aplastamiento brutal del motín por parte de los blancos.

Casi cincuenta años después de aquella primera edición, la reedita en España Libros del Silencio en su colección Miradas, prologada por Jordi Soler.

El enfrentamiento entre terratenientes e indígenas, entre los ritos cristianos y la concepción mágica del mundo, entre lo prehispánico y lo occidental está en la raíz de una novela espléndida en la que conviven el propósito de denuncia, el tono mítico y el propósito documental, el análisis social y la capacidad narrativa de su autora, siempre exigente con su literatura y consciente de su responsabilidad ética y estética:

El arte tiene, ante todo, el deber de ser arte. Como fenómeno social que es, puede teñirse de propaganda política, religiosa, etc. Pero esta propaganda no será de ninguna manera eficaz si no se subordina a las exigencias estéticas.

De su exigencia literaria, de la potencia de su prosa dejo aquí la muestra de dos párrafos:

Amanece tarde en Chamula. El gallo canta para ahuyentar la tiniebla. A tientas se desperezan los hombres. A tientas las mujeres se inclinan y soplan la ceniza para desnudar el rostro de la brasa. Alrededor del jacal ronda el viento. Y bajo la techumbre de palma y entre las cuatro paredes de bajareque, el frío es el huésped de honor.

Pedro González Winiktón separó las manos que la meditación había mantenido unidas y las dejó caer a lo largo de su cuerpo. Era un indio de estatura aventajada, músculos firmes. A pesar de su juventud (esa juventud tempranamente adusta de su raza) los demás acudían a él como se acude al hermano mayor. El acierto de sus disposiciones, la energía de sus mandatos, la pureza de sus costumbres, le daban rango entre la gente de respeto y sólo allí se ensanchaba su corazón. Por eso cuando fue forzado a aceptar la investidura de juez, y cuando juró ante la cruz del atrio de San Juan, estaba contento. Su mujer, Catalina Díaz Puiljá, tejió un chamarro de lana negra, grueso, que le cubría holgadamente hasta la rodilla. Para que en la asamblea fuera tenido en más.

La concepción circular del tiempo por parte de los indígenas es la base del diseño narrativo de Oficio de tinieblas, el relato de una sublevación que anticipaba la rebelión zapatista de enero de 1994 en Chiapas.

Porque también en la realidad parece a veces circular el tiempo.


Santos Domínguez

25 enero 2010

Troppo vero

Andrés Trapiello.
Troppo vero.
Pre-Textos. Valencia, 2009.

En Troppo vero, decimosexta entrega del Salón de pasos perdidos (Pre-Textos) Andrés Trapiello vuelve donde solía, a una novela en marcha que cumple ahora veinte años de existencia.

Con siete años de diferencia entre su redacción y su aparición, Troppo vero corresponde a 2002 y en sus casi ochocientas páginas el lector encontrará - ya se lo advierte el autor- lo de siempre: páginas de vida, fractales de tiempo para olvidar el tiempo en su lectura.

Esto no es, como creíamos, ni un diario ni una novela. Ni siquiera una dianovela o un novelario. Esto, señores, no es más que un vidario, el lugar en el que concurren los sueños y las vidas de las gentes, de modo que podríamos también apodar a su autor como "el soñabundo".

Este volumen tiene como eje el propósito de enmienda (He de ser bueno y sencillo) de Andrés Trapiello tras una revelación sobrenatural. Es uno de esos píos propósitos para empezar un año más: los libros, el Rastro, la vida y la literatura confundidas, la muerte de Cela, el centenario de Cernuda, las pequeñeces del mundillo literario y artístico, la pintura y la fotografía, Las Viñas y Conde de Xiquena, Ferlosio, Gaya, los amigos murcianos...

Híbridos de novela y de dietario, Trapiello reflexiona sobre los volúmenes del Salón de pasos perdidos con estas palabras:

Algunas personas, ante estos libros, dicen, primero, que son demasiados, y luego, si son piadosos, que son demasiado verdaderos, y es lo raro, porque a uno le parecen pocos y, sobre todo, pura ficción.

Un diario sin nombres, una novela sin tesis ni viajes, una obra descomunal por la que pasa la vida, contemplada y contada por un melancólico misántropo, por un narrador distante y autocompasivo que, a caballo entre la melancolía y la mordacidad, entre el sarcasmo y la piedad, entre el diario testimonial y la ficción narrativa, es el ortónimo de alguien que no es exactamente el autor. Un escritor que tiene en Cervantes, Galdós, Baroja, Juan Ramón o Gaya los referentes éticos y estéticos más reconocibles de sus Confesiones de un pánfilo, como titula el prólogo de este volumen.

Santos Domínguez

20 enero 2010

Larra. Obras completas


Mariano José de Larra.
Obras completas.
Tomo I. Artículos.

Tomo II. Novela. Poesía. Teatro. Varia.

Biblioteca Avrea Cátedra. Madrid, 2009.

Murió de viejo antes de cumplir los 28 años y todavía ahora, recién cerrado el bicentenario de su nacimiento, nos sigue pareciendo un contemporáneo. Mariano José de Larra (1809-1837) sigue siendo, con todas sus contradicciones, su desgarramiento y sus zonas de sombra, un escritor actual.

Su formación neoclásica le dotó de una concepción de la literatura más cercana a la ética ilustrada – lo primero que publica es una Oda a la exposición de la industria española- que a la estética individualista del Romanticismo. Y por eso, el cambio de rol del escritor entre el final de la edad moderna y la época contemporánea le cogió a Larra con el paso cambiado. Ese cambio de papel, que desplazaba al escritor a los márgenes de la irrelevancia social lo sufrió Larra en primera persona, desconcertado tras comprobar la incapacidad de la literatura para transformar la sociedad.

Larra, que fue el creador de un costumbrismo alejado de toda nostalgia, un costumbrismo que miraba hacia delante y no hacia atrás, comprobó el fracaso de su idealismo transformador y regeneracionista. Entonces empezó para él una caída libre que se complicó con circunstancias políticas y personales. A partir de 1836, Larra es sobre todo un perplejo que no entiende la suma de sus fracasos y que no acepta la ausencia de respuestas sociales a su literatura.

Complejo y contradictorio ideológicamente, neoclásico y romántico, conservador y liberal, ambicioso y desengañado, introvertido y exhibicionista, su metro sesenta no le impidió ser un dandy, pero no deja de ser una muestra de las contradicciones de aquel hombre desgarrado entre la realidad y el deseo que proyectó su peripecia sentimental en El doncel de don Enrique el doliente y en Macías el enamorado.

Larra fue desde niño una víctima de aquella guerra civil que la propaganda llamó guerra de independencia. Sufrió aquel enfrentamiento fratricida en su propia familia con un padre afrancesado, médico del ejército de Napoleón, y un abuelo patriota que provocaron su desarraigo familiar y su marcha a Francia.

Y hay siempre un contrapunto trágico entre lo privado y lo público, entre la biografía de Larra y la situación histórica, que confluyen dramáticamente la tarde del 13 de febrero de 1837, lunes de carnaval, en aquel pistoletazo en su casa de la calle de Santa Clara que ha pasado a la historia de la literatura española.

Aquella tarde coincidieron en uno solo todos sus fracasos: el desengaño amoroso por el abandono de Dolores Armijo se sumaba al fracaso político de su proyecto regenerador y moderado que frustró la sublevación de los sargentos de La Granja y a la insoportable presión del descrédito que había sufrido en la prensa progresista.

Aunque Larra se había alineado siempre con la reacción y el absolutismo: desde su ingreso en las milicias reaccionarias de los Voluntarios Realistas hasta el apoyo al gobierno moderado de Istúriz sólo se había permitido una parada en el centrismo de Cea y en alguna efímera veleidad progresista. Es otra muestra de sus contradicciones: quien apoyaba en la práctica a la España tradicional renegaba de ella en sus artículos: Solamente el tiempo, las instituciones, el olvido completo de nuestras costumbres antiguas, pueden variar nuestro oscuro carácter.

Hay un momento crucial en su vida y su obra, un punto sin retorno. una definitiva bajada a los infiernos. Es en el segundo semestre de 1836 cuando Fígaro es cada vez más un Larra amargo y desesperanzado. A partir de ese momento, el sujeto y el objeto de la crítica se superponen y él mismo se convierte en objeto de autocrítica. Es lo que ocurre en El día de difuntos de 1836 (¡Aquí yace la esperanza! ) y La nochebuena de 1836 (¿Llegará ese mañana fatídico?), que reflejan su desazón, su pérdida de la autoestima y son la expresión anticipada de los impulsos suicidas de un Larra desarraigado de sí mismo que ya se sentía más en el mundo de los muertos que en el de los vivos: como estoy viviendo de milagro desde el año 26 –escribió- , me he acostumbrado a mirar el día de hoy como el último".

Pese a todo, fue un heterodoxo y un adelantado a su tiempo, reivindicado por sus nietos del 98 y luego por un poeta como Cernuda, un dramaturgo como Buero Vallejo y un narrador y ensayista como Juan Goytisolo.

Para culminar la conmemoración del bicentenario de Larra, Cátedra publica la que hasta la fecha es la edición más completa de su obra: dos tomos con sus Obras completas con edición, introducción y notas de Joan Estruch Tobella.

Un primer tomo de artículos ordenados cronológicamente permite comprobar su evolución ideológica y vital, su progresivo desengaño, desde el primer impulso modernizador –más ilustrado que romántico, más social que individualista, más regenerador que rebelde- hasta el desasosiego amargo de la sátira ácida. Es la mejor herencia de Larra, que hizo del artículo periodístico un nuevo género literario, con el costumbrismo casticista de El duende satírico del día, el análisis político y sociológico de El Pobrecito Hablador, o la expresión de su personalidad atormentada en el Fígaro de La Revista Española y El Observador, donde acabó describiendo la vida como un amasijo de contradicciones, de llanto, de enfermedades, de errores, de culpas y de arrepentimientos.

En el segundo tomo, su novela histórica, sus dramas en verso, su esporádica poesía, su epistolario, las traducciones y adaptaciones teatrales de aquel escritor complejo y contradictorio que pasó en pocos meses de la crítica constructiva a la desesperación del suicida ante un carnavalesco desfile de máscaras, la alegoría siniestra de este viejo país.


Santos Domínguez

18 enero 2010

Juan Goytisolo. Ensayos literarios


Juan Goytisolo.
Ensayos literarios (1967-1999).
Obras completas VI.
Edición del autor al cuidado de Antoni Munné.
Galaxia Gutenberg / Círculo de lectores. Barcelona, 2009.

Galaxia Gutenberg publica el sexto volumen de las Obras Completas de Juan Goytisolo con una recopilación de más de mil quinientas páginas que recoge todos sus ensayos literarios, escritos entre 1967 y 1999.

Entre Furgón de cola y Cogitus interruptus, libros como España y y los españoles, Disidencias, Crónicas sarracinas, Contracorrientes o El bosque de las letras resumen la biografía intelectual de Goytisolo, su canon intelectual entre San Juan de la Cruz y José Ángel Valente, su reivindicación de la libertad y la heterodoxia en una tradición que arranca de Rojas o Cervantes y pasa por Larra, Blanco White o Cernuda, extranjeros en su patria o trasterrados fuera de ella.

Con el magisterio intelectual de Vicente Llorens y Américo Castro al fondo, la postura intelectual que revelan estos ensayos permite entender no sólo la evolución ideológica de Juan Goytisolo, sino los cambios en su narrativa, sobre todo a partir de Reivindicación del conde don Julián.

Porque estos ensayos evidencian la relación directa entre su obra ensayística y su creación novelística. Señas de identidad o Reivindicación del conde don Julián no se pueden disociar de la crisis ideológica y literaria y de la mirada crítica sobre la tradición cultural que proyectan los ensayos de El furgón de cola. El propio Goytisolo escribe en el prólogo que ha preparado para esta edición que esas novelas no hubieran sido posibles sin ensayos como Examen de conciencia. Y esa misma relación es palpable entre los textos de Disidencias y una novela como Juan sin Tierra o entre Crónicas sarracinas y Makbara.

En España y los españoles, un libro de encargo, Goytisolo analiza la realidad conflictiva de España a través de La Celestina o el Qujote, el siglo de las luces, la pintura de Goya o el paisaje en Unamuno. En ese análisis Goytisolo aborda la realidad problemática de España desde una perspectiva excéntrica, deliberadamente alejada de la imagen oficial de la historiografía tradicionalista. Por eso asume el punto de vista de viajeros foráneos como Casanova, Borrow o Brenan o de españoles heterodoxos como Goya o Blanco White, al que dedicó su siguiente volumen ensayístico: Presentación crítica de Blanco White.

Cuando Goytisolo empezó a redactar esta introducción a la obra inglesa de Blanco White, la obra que el sevillano escribió siglo y medio antes aún no había sido editada en España, pero el deslumbramiento que produjo en él la figura del disidente trasterrado llegó al extremo de la identificación y la autofagia. Al fin y al cabo Goytisolo era también un disidente expatriado hablando de otro, reivindicando su obra, su rebeldía y su lucidez, explorando los paralelismos con otros destinos semejantes, como el de Cernuda, o analizando las situaciones que en la posguerra reproducían las sufridas por Blanco.

A esas alturas, ya era posible percibir una serie de rasgos comunes en los ensayos de Juan Goytisolo: la lectura crítica de la tradición, la reivindicación de la heterodoxia frente a la España sagrada y tradicionalista, la denuncia de la pereza mental de la crítica, mirada integradora de la literatura clásica y la contemporánea, de la cultura y la ética, de la sociedad y la creación.

Y una indisimulada simpatía por los disidentes, los periféricos, los desterrados o los extranjeros en su patria, como Rojas, con el que se identifica Goytisolo como con “todos los disconformes y rebeldes que se internan en la lengua en que escriben como en territorio ajeno.” Y añade: “Al expresarme de este modo quiero dejar bien sentado que no expongo una mera teoría: mi experiencia personal coincide en efecto, al cabo de los siglos, con la del autor de la tragicomedia. Obligado a desconfiar de la propia lengua, es más, a pensar contra ella, el desafecto se esfuerza, hoy como ayer, en instilar en su ámbito un elemento de subversión – ideológica, narrativa, semántica- que la corrompe y desgasta.”

Esas líneas, que pertenecen a Disidencias, podrían resumir la actitud del Goytisolo ensayista y sobre todo la actitud del novelista que entiende su disidencia no sólo como una cuestión de ética o de pensamiento, sino como una postura ante la lengua y la creación.

Porque Goytisolo es un desafecto, su situación es la de los márgenes, y por eso su mirada disidente y distante la comparte con escritores como los ya citados, Rojas, Delicado, Cervantes, Blanco White, Larra o Cernuda, que constituyen referencias constantes en sus ensayos.

Frente a la indolencia intelectual de la crítica literaria española, que evidencia “un vacío mental digno de una máquina neumática”, Goytisolo asume ejemplos como el de Américo Castro, uno de sus maestros reconocidos, al que dedicó su excelente “Supervivencias tribales en el medio intelectual español.”

El magisterio de Castro y la lectura de Said son la base de Crónicas sarracinas, diez aproximaciones al mundo islámico y al imaginario español sobre lo árabe . Una lectura orientalista de la Reivindicación del conde don Julián, Juan sin Tierra o Makbara vuelve a poner de manifiesto la vinculación entre el pensamiento ensayístico de Juan Goytisolo y su práctica novelística.

La defensa de lo mestizo y lo heterogéneo frente al pensamiento único recorre Contracorrientes y El bosque de las letras, dos volúmenes misceláneos en los que el Arcipreste de Hita, Cervantes, Gil de Biedma, La Regenta, Sor Juan Inés de la Cruz, Carlos Fuentes, Manuel Puig o Severo Sarduy son objeto del análisis de Goytisolo.

Un Goytisolo especialmente brillante en Nuestra cultura, la serie de ocho artículos que abren Cogitus interruptus. Son ocho textos esenciales en los que está contenida la mirada más cáustica y más certera del ensayista, que denuncia en ellos “una concepción patrimonial de la cultura y sus instituciones de parte del gremio de sus titulares, celosos guardianes de sus privilegios y de un saber a menudo vetusto y precario, amenazado por la falta de respeto y "rareza" de cuanto acaece fuera de sus bastiones y prolifera extramuros, bosque de letras en movimiento como el profetizado por las hechiceras de Macbeth. “

La revisión de la cultura desde una perspectiva heterodoxa es la base de una relectura de los clásicos -La Celestina, San Juan de la Cruz, Cervantes- y los contemporáneos -Max Aub, Jaime Gil de Biedma, José Ángel Valente, Carlos Fuentes, Octavio Paz- y una nueva propuesta para interpretar el pasado y el presente de la literatura y la historiografía hispánica desde un ángulo polémico e inédito.

La mirada del Goytisolo ensayista reúne en estos textos el análisis del pasado y la lectura crítica del presente. En todos ellos se funden presente y pasado en la lucidez descarnada del ensayista.

Termino con un ejemplo significativo que lo confirma:
Para Vd. no pasan días, decía irónicamente Larra para diagnosticar el atraso de la realidad española. Ese es un diagnóstico compartido por Goytisolo, que lo recuerda una y otra vez en estos ensayos por los que tampoco parece pasar el tiempo. Afortunadamente para su autor, porque revelan lo certero de su análisis. Desgraciadamente para España, por la que siguen sin pasar los días.

Santos Domínguez

15 enero 2010

Cuadernos de José María Millares Sall



José María Millares Sall.
Cuadernos (2000-2009).
Calambur. Madrid, 2009.

Entre la piedra y la luz titulaba Selena Millares el iluminador prólogo de Esa luz que nos quema, la antología póstuma de José María Millares Sall que preparó para la Editorial Barataria con una selección de textos inéditos de la poesía de madurez – entre 2002 y 2009- del autor canario.

Y la piedra y la luz en la memoria y la palabra de Millares son el eje de los Cuadernos que acaba de publicar Calambur, apenas un año después de la feliz recuperación de Liverpool.

Precedidos por Del taller del poeta, un texto de 2009 en el que el autor habla de la poesía de sus últimos años, y rematados por una declaración epilogal, las Reflexiones que leyó en Las Palmas en mayo de este mismo año, cuando recibió el Premio Canarias de Literatura, se editan cronológicamente diez cuadernos que contienen una serie de veinte poemas cada uno. Sigue siendo tan sólo una muestra, aunque amplia, completa y significativa, de los cientos de cuadernos que José María Millares escribió en los últimos diez años de su vida.

Años de palabra en libertad y escritura desatada a partir del 2000, cuando el poeta decide escribir “como quería, o como me daba la gana, sin pensar si lo que hacía era o no del gusto del lector. Y fue así como comencé a llevar a la práctica lo que ahora escribo /.../ escritura anárquica que, a veces sin buscarlo, hace uso de lo esperpéntico, de lo onírico, del surrealismo, si bien mi poesía es básicamente existencial.”

Palabra y luz, memoria y piedra, infancia de playas y azoteas, escaleras y alas, pájaros y celdas –que así tituló cada uno de los cuadernos- en una mirada que recuerda, se dirige hacia el interior o hacia el exterior, se eleva en el aire o excava en la sombra y plantea un diálogo constante entre la intimidad y un mundo laberíntico de túneles y pasillos.

La poesía sonámbula y visionaria de José María Millares busca la luz detrás de la piedra, es palabra vertical en vuelo frente al tiempo, la destrucción y el olvido. Es la verticalidad del ascenso espacial o del descenso de las excavaciones, en una poesía en la que luchan la luz y la sombra, entre la celebración y el desgarro, con un lenguaje que es sonido y sugerencia, respiración de la palabra en busca del

misterio de una memoria
hacia otra orilla que toca tierra
con otra lengua diferente a la del espejo
de esta playa vacía
que de ojos
se llena.

La poesía de Millares se convierte aquí en una ventana hacia la luz y el vuelo y la palabra se hace conocimiento, descubrimiento iluminado de otra realidad:

Debajo
de la piedra hay un reloj
y agujas que caminan y el rodar del agua bajo tierra
y encima de esa nube el tiempo
y tras del pájaro que vuela
otra piedra lanzada tras el reloj que escapa
y tras de todos esa sombra
que huye y el silencio y más allá de su luz
ese animal sin ojos
que aún
nos llama.

Tal vez pensaba en textos como este cuando escribía en Del taller del poeta:

A veces pienso que escribo para una generación que aún no ha nacido, y para otros que todavía tendrán que aprender a leer poesía.


Santos Domínguez

13 enero 2010

Alfonso Reyes. La experiencia literaria


Alfonso Reyes.
La experiencia literaria
y otros ensayos.

Selección y prólogo de Jordi Gracia.
Fundación Banco de Santander.
Colección Obra Fundamental. Madrid, 2009.


Este 2009 recién terminado se cumplieron cincuenta años de la muerte de Alfonso Reyes (México, 1889-1959). Borges, que mantuvo con él una relación contradictoria, lo llamó ser absurdo, pero también lo consideraba el mejor prosista de la lengua española, sin excluir a los clásicos.

Probablemente exageraba las dos veces, pero es innegable la importancia de Alfonso Reyes en la modernización literaria y cultural de Hispanoamérica. Y a poner en primer plano su figura y su obra se destina la edición que ha preparado Jordi Gracia de La experiencia literaria y otros ensayos en la colección Obra Fundamental de la Fundación Banco de Santander.

Escribió una obra ingente que, sin su epistolario ni su diario, abarca más de doscientos libros recopilados en veintiséis volúmenes de Obras completas. Naturalmente, no todo es mayor en una obra tan amplia que trata de todo, se desenvuelve en todos los géneros y habla con la misma cercanía de la Grecia clásica, de la América precolombina o del Madrid novecentista. Una obra que va de la narrativa a la poesía y pasa por la crítica literaria con una nota común que es la naturalidad. Ese era el rasgo que destacaba José Emilio Pacheco cuando hablaba de la prosa en movimiento de Alfonso Reyes.

Una prosa que alcanzaba una cima asombrosa en 1915 con su Visión de Anáhuac, una síntesis de ensayo y poesía, de capacidad visionaria y descriptiva encauzada en un estilo que puso a la lengua española en uno de sus momentos más altos.

De ese libro tomó el título de La región más transparente Carlos Fuentes, que explicaba que una de las aportaciones fundamentales de la obra de Alfonso Reyes consistía en demostrar “que la tradición intelectual del mundo entero era nuestra por derecho propio y que la literatura mexicana era importante por ser literatura y no por ser mexicana.”

De la génesis y la recepción de su obra habla en el prólogo Jordi Gracia, que propone en este volumen una selección representativa de la fuerza estilística de Reyes y de su potencia intelectual: cartas, fragmentos de memorias, muestras de libros descriptivos y evocadores como Cartones de Madrid, algunos de los relatos vanguardistas de Huelga y Calendario o una selección de La experiencia literaria y El deslinde, un texto en que Reyes desarrolla por primera vez en un autor de lengua española una filosofía de la literatura.

Alfonso Reyes se convierte en estos textos en cronista de la vida literaria de los años veinte en Madrid, con retratos de escritores (Juan Ramón, Azorín, Valle, Ortega, Gómez de la Serna) o una evocación de la Residencia de Estudiantes en unas páginas en que conviven Virgilio, el Arcipreste y Mallarmé con Garcilaso y con el espléndido análisis de las jitanjáforas, que desde su publicación se ha convertido en un texto de referencia.

Está aquí la doble lección del optimista y del humanista, la experiencia del lector feliz que fue Alfonso Reyes, que entendió el pensamiento no como una tarea solitaria, sino como una actividad que compartir con sus lectores.

Esa es una de las grandes aportaciones de Alfonso Reyes a la teoría y la práctica literarias. La otra afecta a la prosa hispánica y equivale a lo que hizo Rubén Darío con el verso: fundir tradición y modernidad, clasicismo y vanguardia en una literatura nueva, de altísima calidad y de sólido rigor intelectual.

Este volumen ejemplar es una prueba irrefutable de ello.

Santos Domínguez


11 enero 2010

Giacomo Casanova. Historia de mi vida




Giacomo Casanova.
Historia de mi vida.
Traducción y notas de Mauro Armiño.
Prólogo de Félix de Azúa.
Atalanta. Memoria mundi. Gerona, 2009.

En 1767 una lettre de cachet de Luis XV expulsaba de Francia al abate Giacomo Casanova (1725-1798). En casi toda Europa le había ocurrido lo mismo a aquel veneciano que ya se había convertido en la imagen tópica del libertino.

Pero esta vez era peor. Casanova había entrado en una edad en la que la Fortuna desprecia a los hombres. Tenía 42 años y la saturación de experiencias de una vida vertiginosa. Llevaba a sus espaldas la tristeza por la muerte de algunos amigos y protectores, la muerte reciente de su bella amiga Charlotte. Y solo le quedaban por visitar sin prohibiciones dos países excéntricos, España y Portugal.

Con ese equipaje de malos augurios y muertes recientes inicia el viaje y atraviesa en mulo los Pirineos. No había malos caminos. No había caminos. Las penosas comunicaciones de las que hablan otros viajeros de la Ilustración no le importan demasiado. Las asume como una prolongación de su decadencia, como una proyección de su desgracia.

Y pasa sus días madrileños con ilustrados de la corte de Carlos III, con libertinos ibéricos ajenos a todo refinamiento. Fue una víctima indirecta de aquel vergonzoso motín de Esquilache en el que unieron sus fuerzas (no era la primera vez y no sería la última) la delincuencia común y el clero.

Ha perdido el abate energía sexual y ya no le hacen demasiado caso las mujeres. Las conquistas son cada vez más escasas y penosas. Con amarga ironía reconoce Casanova que alguna mujer ha hecho en la cama lo que ha querido y él lo que ha podido. Así es que en España se dedica sobre todo a hacer informes reformistas, a pretender un cargo y a reunirse con librepensadores. La última (o la penúltima) aventura de un Casanova para el que el mundo no es ya más que un recuerdo en el que se confunden las luces y las sombras.

Como una obra maestra literaria, un relato que conmueve, exalta, divierte, inspira, solaza y excita tanto la lujuria como el raciocinio define Félix de Azúa la Historia de mi vida de Giacomo Casanova en el prólogo que ha escrito para la espléndida edición que publica Atalanta en su colección Memoria mundi con traducción y notas de Mauro Armiño. Hasta la edición alemana de 1960, sólo se publicó en versiones mutiladas y esta es la primera vez que se publica en versión íntegra en español, en dos volúmenes anotados y con un imprescindible índice de nombres y lugares.

Redactada en francés, su segunda lengua, en un francés oral y cercano, casi actual, la Histoire de ma vie, que convirtió a Casanova en uno de los autores más leídos del XVIII, dedica una parte sustantiva a ese viaje a España que lo llevó de Madrid a Valencia y luego a Barcelona para dar con sus ajetreados huesos en la cárcel de la Ciudadela.

Giacomo Casanova, el libertino ilustrado, el intelectual vitalista y masón encarcelado por el Santo Oficio veneciano, escapó de la cárcel en 1755 y recorrió las principales ciudades de Europa. De Venecia a París, de Praga a Dresde o Viena, introdujo la lotería en Francia, se relacionó con Rousseau, discutió con Voltaire y colaboró con Mozart. Fue un anti-Don Juan, como explica Félix de Azúa en el prólogo, frecuentó la alta sociedad, pero también a aventureros, depravados o marginales como él.

Violinista discreto y poeta ocasional, seminarista escéptico y militar a tiempo parcial, alquimista y espía, el Casanova que rememora su vida no tenía nada más que tiempo y memoria de las tabernas y las cárceles, de los palacios y los burdeles. Munich, Constantinopla, Barcelona o Madrid fueron algunas de las estaciones de paso de una vida errante y errática antes de quedarse como bibliotecario en el castillo del conde de Waldstein, en Bohemia. Allí escribió estas memorias a lo largo de siete años, entre 1791 y 1798, para recuperar lo que se había llevado el tiempo: Al acordarme de los placeres que he experimentado, los revivo y gozo con ellos por segunda vez, y me río de las penas que ya he sufrido y que ya no siento.

Unas memorias que contienen una detallada descripción de la Europa anterior a la Revolución Francesa, además de la memoria personal de un hombre contradictorio y cínico, apasionado y racional, vitalista y autodestructivo a un tiempo. Como un clásico incómodo definió Ángel Crespo a aquel hombre múltiple y crucial para entender el siglo de las luces, que resume en Casanova sus propias contradicciones.

Aquel ser refinado y grosero, superficial y lúcido que no quiso ser nada ni nadie escribió estas memorias desde el fondo de la desolación, pero sin renunciar a la provocación ni al descaro como última venganza ante un mundo que ya no era el suyo.

He sido, durante toda mi vida, víctima de mis sentidos. Me he complacido en descarriarme - escribe en el prefacio. Y esa arrogancia con la que se ufana de sus aventuras está en las antípodas de la actitud confesional de Rousseau. No son estas las confesiones de un penitente arrepentido. Están escritas con la distancia satírica de quien ya no se reconoce sino como personaje que vive en el pasado y en la literatura.

Tras la lumbre apagada del conquistador, quedaba el rescoldo del recuerdo. Y a esa luz construye Casanova el simulacro de la realidad en la memoria, en un intento inútil de reavivar la llama en el siglo de las luces que se han ido apagando. Declaró que no le gustaban las novelas, pero esta narración de su vida, un relato que mezcla verdades y ficciones, es probablemente la mejor novela del siglo XVIII.


Santos Domínguez


08 enero 2010

París Francia


Gertrude Stein.
París Francia.
Traducción de Daniel Najmías.
Editorial Minúscula. Barcelona, 2009.

Lo único que interesa a todo el mundo, es decir, a todo el mundo que escribe, es vivir dentro de sí mismo para contar lo que hay dentro de sí mismo. Esa es la razón por la que los escritores tienen que tener dos países, el país del que son y el país en el que realmente viven. El segundo es romántico, es algo aparte, no es real pero está realmente ahí. Los victorianos ingleses lo hicieron con Italia, los norteamericanos de principios del siglo XIX lo hicieron con España, los norteamericanos de mediados del siglo XIX lo hicieron con Inglaterra, mi generación la generación norteamericana de finales del siglo XIX lo hizo con Francia.

La autora de ese párrafo, la estadounidense Gertrude Stein (1874-1946) vivió en París desde 1903. Allí convirtió su casa en un lugar de reunión de la vanguardia artística y literaria. Renovadora de la literatura memorialística, mucho antes de instalarse en Francia había publicado un artículo en la Psychological Review sobre la escritura automática. Era 1896 y Gertrude Stein se anticipaba así en un cuarto de siglo lo que iba a ser la propuesta central del Primer manifiesto superrealista de 1923. Protectora de pintores como Picasso, Braque, Matisse o Gris, fue también una figura clave en el impulso a las vanguardias literarias y en la consolidación de la que ella misma bautizó despectivamente como generación perdida. Contribuyó de forma decisiva a convertir París en la capital cultural del mundo. Apoyó o protegió a Joyce, a Scott Fitzgerald, a Ezra Pound, a T.S. Eliot, a H.D., y tuvo una relación tormentosa con Hemingway, que se vengó de ella en París era una fiesta.

Cuando escribía intentaba hacer en prosa lo que Pîcasso en pintura, quería conectar los hallazgos del cubismo y la abstracción con la experimentación verbal. Despreciaba las comas, ese punto pobre que más que un signo de puntuación era un error existencial que interrumpía la fluidez del presente continuo que aspiraba a crear en su literatura. Una literatura que vive más en el párrafo que en el capítulo, lo que le permite innovar la sintaxis o el ritmo de su prosa libre.

París Francia, el libro que publica Minúscula en su colección Paisajes narrados, apareció en 1940 y coincidió con la entrada de los nazis en París, que ya no era lo que había sido. Gertrude Stein resume en él su visión de la ciudad en descripciones que juegan con el punto de vista y arrancan de los recuerdos infantiles de una primera visita:

París, Francia es emocionante y tranquilo. Solo tenía cuatro años la primera vez que estuve en París y allí hablé francés y allí me sacaron fotos y fui al colegio y desayuné sopa y almorcé pierna de cordero con espinacas, siempre me han gustado las espinacas, y un gato negro trepó de un salto a la espalda de mi madre. Eso fue más emocionante que tranquilo. No me molestan los gatos pero no me gusta que se me suban a la espalda. Hay montones de gatos en París y en Francia y pueden hacer lo que se les antoje, sentarse encima de las verduras o entre los comestibles, quedarse en casa o salir. Considerando los muchos gatos que hay es extraordinario que se peleen tan poco.

Y a partir de ahí se suceden la gastronomía y los perros callejeros, los cuadros y la historia, Zola y Sarah Bernhardt, Satie y la guerra, el superrealismo y las relaciones familiares para completar un panorama plástico e inédito de París en un momento en el que Inglaterra y Francia, los países a los que dedica el libro Gertrude Stein, tienen que asumir el papel de civilizar el siglo XX.

Santos Domínguez

04 enero 2010

La casa de cartón


Martín Adán.
La casa de cartón.
Prólogo de Vicente Luis Mora.
Barataria. Barcelona, 2009.

Mi primer amor tenía doce años y las uñas negras. Mi alma rusa de entonces, en aquel pueblecito de once mil almas y cura publicista, amparó la soledad de la muchacha más fea con un amor grave, social, sombrío, que era como una penumbra de sesión de congreso internacional obrero. Mi amor era vasto, oscuro, lento, con barbas, anteojos y carteras, con incidentes súbitos, con doce idiomas, con acecho de la policía, con problemas de muchos lados. Ella me decía, al ponerse en sexo: Eres un socialista. Y su almita de educanda de monjas europeas se abría como un devocionario íntimo por la parte que trata del pecado mortal.

Así comienza La casa de cartón, del limeño Martín Adán (1908-1985), impulsor de la vanguardia peruana, poeta y bohemio algo anacrónico, una llamativa mezcla de apariencia estrafalaria y prosa admirable.

Publicada en 1928, cuando su autor aún no había cumplido los veinte años, La casa de cartón representa en la prosa peruana lo que Trilce en la poesía: la irrupción de una vanguardia que, pese al ninguneo o las descalificaciones de la crítica oficial, acabaría con el regionalismo indigenista de las novelas de la tierra.

La casa de cartón, una novela de aprendizaje y de iniciación erótica adolescente, una novela lírica y descriptiva que refleja la capacidad poética de su autor y la intensa elaboración metafórica de su estilo, acaba de reeditarse en Humo hacia el Sur, la nueva colección de bolsillo que Barataria dedica a las vanguardias latinoamericanas.

Aparte de las virtudes literarias de su prosa excepcional, La casa de cartón contiene los rasgos formales y las actitudes que caracterizan a la literatura vanguardista: la provocación y el escándalo, la subjetividad, el fragmentarismo caleidoscópico y el esbozo, la discontinuidad espaciotemporal, las secuencias de escenas yuxtapuestas, la disonancia, el culto a la imagen, el juego metafórico, el humor, el mundo urbano, la exaltación de la velocidad, que contagia el ritmo de la frase:

Pero todavía es la tarde —una tarde matutina, ingenua, de manos frías, con trenzas de poniente, serena y continente como una esposa, pero de una esposa que tuviera los ojos de novia todavía, pero... Cuenta, Lucho, cuentos de Quevedo, cópulas brutas, maridos súbitos, monjas sorprendidas, inglesas castas... Di lo que se te ocurra, juguemos al sicoanálisis, persigamos viejas, hagamos chistes... Todo, menos morir.

El despliegue verbal e imaginativo de las descripciones, la anulación de la trama o el estilo envolvente que desplaza de su lugar tradicional a los personajes y se convierte en primer protagonista de la descripción de la vida en el barrio limeño de Barranco, son la antítesis de lo que proponía el costumbrismo mundonovista que constituía el canon de la novela hispanoamericana en el primer tercio del siglo XX.

Novelas como La casa de cartón rompieron ese canon indigenista y fueron preparando el terreno y ampliando horizontes que hicieron posible la aparición de la gran novela latinoamericana de la segunda mitad del siglo. Además de su valor estético, novelas como esta cumplieron ese decisivo papel histórico.



Santos Domínguez