Rafael Alberti.
Obras completas.
Prosa II. Memorias.
Edición de Robert Marrast.
Seix Barral. Barcelona, 2010.
Obras completas.
Prosa II. Memorias.
Edición de Robert Marrast.
Seix Barral. Barcelona, 2010.
Cuando en 2002 se cumplió el centenario del nacimiento de Rafael Alberti, Seix Barral y la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales se unieron para publicar sus Obras Completas con la totalidad de la poesía, la prosa y el teatro de Alberti en ocho volúmenes coordinados por varios especialistas.
El proyecto editorial lo dirige Pere Gimferrer, que ha implicado a diferentes especialistas en la realización de cada uno de los ocho tomos. El objetivo fundamental es no sólo reunir en una edición fiable los textos de Alberti, sino ofrecerlos al lector para una lectura limpia, según el modelo de la Bibliothèque de la Pléiade, con las notas, las variantes y los comentarios no a pie de página, sino al final del volumen.
Acaba de publicarse la que hasta ahora es la última entrega: un amplio volumen que recoge la prosa memorialística del poeta. El volumen, preparado por Robert Marrast, ofrece la edición definitiva de los cinco libros de La arboleda perdida, que se agruparon en tres volúmenes. A ese material se añaden los capítulos que habían ido apareciendo en El País y que finalmente no incorporó al quinto libro, y las Visitas a Picasso, que llevaban como subtítulo Notas para La arboleda perdida y que forman parte del libro Canciones del Alto Valle del Aniene y otros versos y prosas.
La serie memorialística de La arboleda perdida, que abarca en tiempo narrado o evocado desde 1902 hasta 1996, la empezó a escribir Alberti a finales de 1938 o comienzos del 39, poco antes de que terminara la guerra civil. Empezó pronto, pero el proceso de publicación fue muy lento: más de cincuenta y cinco años separan la primera edición de 1942 de la definitiva de 1997.
Y desde el principio llama la atención en la serie la superposición de tiempos, el pasado evocado desde un presente que aparece como contrapunto interpretativo, y la convivencia de dos pasados, uno remoto y otro próximo, lo que da lugar a una constante mezcla de épocas y enfoques. Si a eso unimos el origen de estos capítulos en los artículos que Alberti publicaba en el Corriere della Sera y luego en El País, es inevitable el desorden cronológico, o mejor, la renuncia a la cronología a partir del tercer libro de La arboleda perdida.
Un libro de memorias, por cierto, polémico e inusual en el grupo del 27. Sólo Rosa Chacel en Alcancía o Vida en claro de Moreno Villa, que no es exactamente un autor de ese grupo, tienen un propósito parecido.
Posiblemente sea este el volumen más problemático de los ocho del proyecto, porque La arboleda perdida sufrió una serie de avatares y de polémicas que culminaron en la rara desaparición de las alusiones a María Teresa León, a su hija Aitana, a su sobrina Teresa o a amigos como García Montero. Sobre ese asunto tan vidrioso escribió Mario Muchnick en Lo peor no son los autores.
En todo caso se trata de una controversia que Marrast ha evitado en su prólogo - De La arboleda perdida a Las arboledas perdidas: Historial y metamorfosis de un libro de memorias – pero cuyo alcance puede comprobar el lector curioso en las variantes que se recogen en las notas finales. Posiblemente era la decisión más sabia, asumir la versión definitiva firmada por Alberti e incorporar en las notas los pasajes eliminados.
Además de su valor memoriográfico, además de su contundencia testimonial sobre el grupo del Veintisiete y la experiencia del exilio y el retorno, La arboleda perdida mantiene vínculos constantes con la poesía de Alberti y la ilumina: Marinero en tierra, La amante, Sobre los ángeles, Entre el clavel y la espada o Retornos de lo vivo lejano no pueden entenderse de forma cabal sin tener en cuenta las precisiones y las referencias biográficas, literarias o ideológicas que sobre el origen o el sentido de esas obras contienen estas páginas. Páginas en las que, pese a algún desfallecimiento que otro, suele brillar la buena prosa de Alberti.
Completa el volumen un amplio apéndice que recoge, entre otros documentos, los de su peripecia de refugiado en Francia, los expedientes de la censura en 1968 y 1975 y cuatro textos inéditos: tres poemas rescatados y la traducción en verso de un acto del Britannicus de Racine.
El proyecto editorial lo dirige Pere Gimferrer, que ha implicado a diferentes especialistas en la realización de cada uno de los ocho tomos. El objetivo fundamental es no sólo reunir en una edición fiable los textos de Alberti, sino ofrecerlos al lector para una lectura limpia, según el modelo de la Bibliothèque de la Pléiade, con las notas, las variantes y los comentarios no a pie de página, sino al final del volumen.
Acaba de publicarse la que hasta ahora es la última entrega: un amplio volumen que recoge la prosa memorialística del poeta. El volumen, preparado por Robert Marrast, ofrece la edición definitiva de los cinco libros de La arboleda perdida, que se agruparon en tres volúmenes. A ese material se añaden los capítulos que habían ido apareciendo en El País y que finalmente no incorporó al quinto libro, y las Visitas a Picasso, que llevaban como subtítulo Notas para La arboleda perdida y que forman parte del libro Canciones del Alto Valle del Aniene y otros versos y prosas.
La serie memorialística de La arboleda perdida, que abarca en tiempo narrado o evocado desde 1902 hasta 1996, la empezó a escribir Alberti a finales de 1938 o comienzos del 39, poco antes de que terminara la guerra civil. Empezó pronto, pero el proceso de publicación fue muy lento: más de cincuenta y cinco años separan la primera edición de 1942 de la definitiva de 1997.
Y desde el principio llama la atención en la serie la superposición de tiempos, el pasado evocado desde un presente que aparece como contrapunto interpretativo, y la convivencia de dos pasados, uno remoto y otro próximo, lo que da lugar a una constante mezcla de épocas y enfoques. Si a eso unimos el origen de estos capítulos en los artículos que Alberti publicaba en el Corriere della Sera y luego en El País, es inevitable el desorden cronológico, o mejor, la renuncia a la cronología a partir del tercer libro de La arboleda perdida.
Un libro de memorias, por cierto, polémico e inusual en el grupo del 27. Sólo Rosa Chacel en Alcancía o Vida en claro de Moreno Villa, que no es exactamente un autor de ese grupo, tienen un propósito parecido.
Posiblemente sea este el volumen más problemático de los ocho del proyecto, porque La arboleda perdida sufrió una serie de avatares y de polémicas que culminaron en la rara desaparición de las alusiones a María Teresa León, a su hija Aitana, a su sobrina Teresa o a amigos como García Montero. Sobre ese asunto tan vidrioso escribió Mario Muchnick en Lo peor no son los autores.
En todo caso se trata de una controversia que Marrast ha evitado en su prólogo - De La arboleda perdida a Las arboledas perdidas: Historial y metamorfosis de un libro de memorias – pero cuyo alcance puede comprobar el lector curioso en las variantes que se recogen en las notas finales. Posiblemente era la decisión más sabia, asumir la versión definitiva firmada por Alberti e incorporar en las notas los pasajes eliminados.
Además de su valor memoriográfico, además de su contundencia testimonial sobre el grupo del Veintisiete y la experiencia del exilio y el retorno, La arboleda perdida mantiene vínculos constantes con la poesía de Alberti y la ilumina: Marinero en tierra, La amante, Sobre los ángeles, Entre el clavel y la espada o Retornos de lo vivo lejano no pueden entenderse de forma cabal sin tener en cuenta las precisiones y las referencias biográficas, literarias o ideológicas que sobre el origen o el sentido de esas obras contienen estas páginas. Páginas en las que, pese a algún desfallecimiento que otro, suele brillar la buena prosa de Alberti.
Completa el volumen un amplio apéndice que recoge, entre otros documentos, los de su peripecia de refugiado en Francia, los expedientes de la censura en 1968 y 1975 y cuatro textos inéditos: tres poemas rescatados y la traducción en verso de un acto del Britannicus de Racine.
Santos Domínguez