25 mayo 2009

Especial Feria del Libro. Bolsillo

Rachel Bespaloff.
De la Ilíada.
Traducción de Rosa Rius Gatell.
Minúscula. Barcelona, 2009.

Quizá un libro tan intenso como este no hubiera sido posible sin una situación extrema. Su autora, Rachel Bespaloff, empezó a escribirlo cuando tuvo su propia experiencia de la guerra, cuando era inminente la entrada de los nazis en París. Si el exilio fue su forma de huir del terror, la escritura de este ensayo, De la Ilíada, y la relectura actualizada del poema homérico fue su modo de encarar la humillación del vencido, porque la poesía tiene una función reparadora y –escribe Rachel Bespaloff- extrae de la belleza reconquistada el secreto de la justicia vetado a la historia. Solo ella restituye al mundo oscurecido la dignidad ofuscada por el orgullo de los vencedores y el silencio de los vencidos. La edición de Minúscula enriquece el libro con un excelente posfacio de Hermann Broch sobre el estilo de la edad mítica y una nota biográfica de Fina Birulés.


Debolsillo publica la Biblioteca Juan Benet, un ambicioso proyecto coordinado por Ignacio Echeverría que se concretará en diez volúmenes y se completará en dos años. Las cuatro primeras entregas están ya en las librerías y son cuatro novelas ambientadas en Región, el territorio imaginario fundado por Benet: Volverás a Región, Una meditación, Un viaje de invierno y La otra casa de Mazón. Dos títulos más, Saúl ante Samuel y El aire de un crimen, aparecen esta misma semana. Aspira a ser la edición definitiva del corpus benetiano con una fijación textual que Ignacio Echeverría ha realizado desde los manuscritos originales para establecer el texto de uno de los mundos narrativos más interesantes de la literatura española del siglo XX. Además de eso, cada volumen va presentado por una nota de los editores y lleva siempre, a modo de epílogo, un conjunto de reseñas o estudios que iluminan esas novelas.



William Carlos Williams.
Antología bilingüe.
Introducción y traducción de
Juan Miguel López Merino.
Alianza Editorial. Madrid, 2009.

William Carlos Williams (1883-1963) es uno de los grandes poetas norteamericanos contemporáneos. Nieto de Emily Dickinson, amigo de Hilda Doolittle y Ezra Pound y precursor de Ginsberg y Kerouac, William Carlos Williams buscó la precisión de la palabra poética, la exactitud de lo concreto, la transcendencia de lo cotidiano, la fuerza conceptual del habla coloquial. No ideas but in things - no hay ideas sino en las cosas- fue la frase en la que cifró su poética, su idea de la poesía como exploración y descubrimiento, como resultado de la observación de la vida y la mirada detenida en el objeto. En su poesía convergen la vista y el oído que escuchan las cosas, pintan con palabras los objetos cotidianos y nombran lo próximo. A las traducciones de su obra al español se suma ahora en formato de bolsillo esta Antología bilingüe que propone una visión panorámica de la trayectoria poética de Williams, con muestras de todos sus libros.



Ángel Crespo.
Antología poética (1949-1995).
Edición de José Francisco Ruiz Casanova.
Cátedra Letras Hispánicas. Madrid, 2009.

Memoria y tiempo, búsqueda y palabra son claves en la obra de Ángel Crespo. En su poesía se cruzan en una síntesis enriquecedora la reivindicación vanguardista del postismo, el realismo mágico y el hermetismo. Heredera de Dante, Pessoa y el onirismo superrealista, la de Ángel Crespo es una obra poética en construcción a lo largo de casi medio siglo, el resultado de una búsqueda constante que acaba encontrando una voz personal y configurando un tono propio. Una obra exigente hecha de intuiciones y reflexiones, de observación de la realidad y reelaboraciones simbólicas. Y por costumbre/ desacostumbro al verso acostumbrado.



Francisco García Pavón.
La cocina de Plinio.
Rey Lear. Madrid, 2009.

A veinte años de la muerte de García Pavón, Rey Lear le hace un homenaje que él hubiera celebrado más que nadie: una antología culinaria que recoge los pasajes de las novelas y relatos de Plinio en los que se habla de recetas manchegas. Los galianos, los buñuelos de Rocío, la pipirrana, las migas, las gachas o el zancarrón con huevos... Unos platos tan contundentes como sus nombres. La antología, ilustrada por Kim, ha sido preparada por Sonia García Soubriet y las recetas las ha actualizado y aligerado de colesterol el cocinero Miguel López Castanier.



Javier Marías.
Faulkner y Nabokov: dos maestros.
DeBolsillo. Barcelona, 2009.

Cuando en 1997 se cumplía el centenario de William Faulkner, Javier Marías le rendía su particular homenaje en Si yo amaneciera otra vez. Dedicado a la memoria de Juan Benet, llevaba como subtítulo elocuente Un entusiasmo. Año y medio después, un nuevo centenario, el de Vladimir Nabokov, daba lugar a otro título espléndido, Desde que te vi morir, y a otro subtítulo significativo, Una superstición. Agotados desde hace años, Debolsillo ha tenido la feliz idea de reunirlos en un volumen. Faulkner y Nabokov: dos maestros, además de dos semblanzas memorables, contiene la traducción que hizo Marías de la poesía de estos dos maestros de la novela. Aparece en formato de bolsillo y con las mismas ilustraciones expresivas de la edición original.


Santos Domínguez




23 mayo 2009

La frente pensativa

Juan Ramón Jiménez.
La frente pensativa.
Edición crítica, introducción y notas
de José Antonio Expósito Hernández.
Linteo Poesía. Orense, 2009.

Linteo publica en su colección de poesía La frente pensativa de Juan Ramón Jiménez, un rescate que se suma al de otros dos libros juanramonianos en esta misma editorial: Ellos (2006) y Libros de amor (2007).

La frente pensativa, uno de los libros amarillos de Juan Ramón Jiménez, lo escribió en una época de intensa actividad creativa en Moguer. Seis años soñando a la sombra del pino de la Corona dieron para mucho: para once proyectos de libro, uno de los cuales es
La frente pensativa. Quedó parcialmente inédito y sin embargo es un texto fundamental para entender la evolución de Juan Ramón desde la etapa modernista de los borradores silvestres a la época intelectual de la poesía pura.

Está organizado en tres partes -La frente pensativa, Canciones y Ceniza de rosas- y en torno a ellas 113 poemas en los que la música interior sustituye a la musicalidad modernista y la melodía ocupa el sitio de la armonía, desde el ¡Quién sabe del revés de cada hora! del primer verso hasta esa verdad serena e infinita con que se cierra el libro.

Con el mismo diseño que en Ellos y Libros de amor, La frente pensativa incorpora en apéndice un álbum con fotografías y documentos que reproducen los manuscritos de Juan Ramón. Por cierto, la viñeta que se ha elegido como motivo de la portada es el boceto que el propio poeta había dibujado para la cubierta de un proyecto de edición del libro.

De la edición crítica se ha responsabilizado José Antonio Expósito, que explica en la introducción la importancia de este libro escrito entre 1911 y 1912, en el que Juan Ramón quería reunir los poemas más reflexivos - de ahí la metonimia del título- para construir con ellos un libro ideológico que apuntaba ya hacia una superación de la época sensitiva, unos poemas en los que la inteligencia introspectiva se impone a la sensorialidad y la influencia de la poesía inglesa se superpone a la del simbolismo francés.

A través de la exploración de diversas formas métricas y de nuevos temas y tonos, La frente pensativa significa un cambio crucial en la relación entre el poeta y el mundo. La fluidez de la sintaxis y la silva romance en esta lírica meditativa y confesional apuntan ya hacia la desnudez y la levedad e inician la transición hacia la segunda etapa de la creación juanramoniana.

Está aquí ya el Juan Ramón dueño de una voz propia que ha ido madurando a lo largo de tres lustros aunque no ha encontrado aún el tono inconfundible y renovador del Diario de un poeta recién casado, que cambiaría el rumbo de la poesía española contemporánea.

Santos Domínguez

22 mayo 2009

Paradigmas de la guerra absoluta


Nil Santiáñez.
Goya/Clausewitz.
Paradigmas de la guerra absoluta.
Alpha Decay. Barcelona, 2009.

Carl von Clausewitz fijó por primera vez el código y el concepto de la guerra absoluta. Escrito entre 1832 y 1834, su tratado Vom Kriege (De la guerra) se adentra en la formulación intelectual de un fenómeno nuevo que había aflorado en las guerras napoleónicas. El general prusiano estableció en ese libro la gramática de la guerra absoluta, su lógica y su dialéctica.

Si ese tratado establece el marco teórico de la guerra absoluta, Goya propone en Los desastres de la guerra su representación plástica, su iconografía definitiva a partir de su experiencia como testigo de aquellos acontecimientos bélicos.

No terminan ahí las relaciones entre ambas obras. Póstumas una y otra, son obras abiertas que han suscitado desde su publicación interpretaciones encontradas que son las que mejor avalan la vigencia de sus análisis.

Y a describir esos dos paradigmas culturales de la guerra absoluta, el paradigma teórico de Clausewitz y el paradigma artístico de Goya, a analizarlos con rigor y a compararlos en contrapunto, se dedica el excelente ensayo de Nil Santiáñez que publica Alpha Decay.

Sus abundantes e imprescindibles ilustraciones conectan por ejemplo el grabado 37 de Goya con un dibujo de Moreau de 1917, con una perturbadora fotografía de Capa fechada en 1937 en Teruel, en plena guerra civil, y con un cuadro sobre Hiroshima de Masato Yamashita, pintado hacia 1974.


Luis E. Aldave

20 mayo 2009

Quédate donde estás


Miguel Ángel Muñoz.
Quédate como estás.
Páginas de Espuma. Madrid, 2009.

Estar aquí, pero formar parte del sueño, escribe en lo que podría ser todo un resumen de la poética del cuento, el narrador de Quiero ser Salinger, el texto que abre el segundo libro de relatos de Miguel Ángel Muñoz.

Quédate como estás es el título de este volumen que confirma la calidad literaria y la pericia técnica que evidenció en El síndrome Chejov, publicado -como este- en Páginas de Espuma.

Como en su primera colección, aunque con mayor madurez, dueño ya de una voz propia, Miguel Ángel Muñoz vuelve a explorar con su mirada personal ese territorio de frontera que es el relato. Entre la vigilia y el sueño, entre la realidad y la fantasía, entre lo conmovedor y lo irónico, los cuentos de Quédate como estás contienen una marca de agua, un sentido oculto que los enriquece e invita a una segunda lectura.

El monólogo actual y casi profético de una mujer sola de Ropa de verano, en el que el relato va surgiendo desde el interior del personaje; la insoportable gravedad del ser en el cuento que da título al libro; las pesadillas kafkianas del inquietante Vitruvio o el espléndido Los niños hundidos –dos textos centrales en este libro- podrían mostrarse como pruebas de la diversidad de enfoques, de la versatilidad técnica y la destreza narrativa de su autor en el uso de distintos tipos de narrador.

Quizá ninguno más inolvidable que Quédate como estás, en el que la creciente intensidad opresiva del relato es el resultado de una técnica que con la eficacia del flashback crea la sensación de que el horror está instalado en los pliegues de la felicidad cotidiana.

Con una estructura equilibrada en la que se van sucediendo el relámpago del relato breve de una o dos páginas y el cuento de mayor tamaño y ritmo más sostenido, los trece textos del volumen están llenos de guiños literarios y son un constante homenaje a los maestros del cuento contemporáneo: Chejov, Carver, Salinger, Ford.

Y sobre todos ellos Kafka, una sombra persistente a la que se rinde homenaje no sólo en un relato explícito ( Hacer feliz a Franz), sino en muchas de las páginas de libro. Una presencia con la que Miguel Ángel Muñoz comparte la fuerza persuasiva de la primera persona, la invasión de la pesadilla en la realidad, la presencia de la fantasía en los mundos triviales de cada día o el sarcasmo de un texto como Profesor Armine.

Cierra el libro un breve y potente Banda ancha, que contiene un aleph de realidad virtual, la misma que crea para sumergirnos en ella el que cuenta historias, el que mantiene encendido el fuego del relato, el que sabe que contar un cuento es guardar un secreto, el que guarda el secreto: Miguel Ángel Muñoz.

Santos Domínguez

18 mayo 2009

Leopardi. Diario del primer amor

Giacomo Leopardi.
Diario del primer amor.
Traducción de César Palma.
Prólogo de Rafael Argullol.
Errata naturae. Madrid, 2009.

Errata naturae inaugura nueva colección, La mujer cíclope, que se acoge a un apócrifo de Pausanias, el geógrafo siciliano que añadía a la trinidad de Hesiodo la figura de un cuarto cíclope “con los senos y la belleza propios de una hembra” y cuyo culto, por razones desconocidas, fue prohibido hasta entre aquellos impíos corintios a los que San Pablo escribió una muy comentada carta.

Bajo el auspicio de ese patronazgo apócrifo, femenino y verbal, la colección se inaugura con una delicadeza literaria, el Diario del primer amor, que Leopardi escribió en unos pocos días de fiebre amorosa provocada por la dama adriática de Pésaro. Es el Leopardi juvenil -¿dejó de serlo alguna vez?- que a los diecinueve años se enamora de una mujer casada, casi diez años mayor y prima de su padre. Fue una experiencia efímera que sin embargo marcó decisivamente la educación sentimental del poeta.

Las noches en vela para poner en orden los sentimientos y los pensamientos ante un amor imposible buscado como novedad y experiencia de amargura, el "querido dolor" son las claves que poco después concretaría poéticamente en su Canto del primer amor.

En ese diálogo interior, afrontado con sutileza introspectiva y con la contención expresiva característica de la reflexión leopardiana, el pensamiento analítico se impone a la melancolía.

Traducido por César Palma y prologado por Rafael Argullol, que escribe sobre la ironía melancólica del solitario de Recanati, el volumen – cuidado con el mimo que merece la fragilidad de Leopardi- se completa con los Recuerdos de infancia y de adolescencia, las notas introspectivas que escribió dos años después, en 1819, como preludio del Zibaldone dei pensieri.

Santos Domínguez

16 mayo 2009

Ánima mía


Carlos Marzal.
Ánima mía.
Tusquets. Barcelona, 2009.


Desde la invocación inicial a la inspiración en el poema que da título al libro, la mirada de Carlos Marzal en Ánima mía, que acaba de publicar Tusquets, se proyecta hacia fuera y hacia dentro, hacia el pasado y hacia el presente y se convierte en palabra de melancolía y esperanza, en elegía y oda para lamentar el atardecer o la larga noche del insomnio y para celebrar el amanecer.

Y también, y sobre todo, para convertir la escritura en una forma de conocimiento:

Si sé lo que escribir, jamás escribo.
Si escribo es por saber lo que sabré,
aquello que aparece al descubierto,
mientras uno lo escribe (...)
Si sé lo que decir, no digo nada.

Con una palabra recortada que aspira a la exactitud del concepto, Marzal convoca emociones y pensamientos, vivencias y recuerdos en un conjunto de poemas recorridos por el fluir de la temporalidad, que está en la base de la celebración o del lamento.

En todos los textos de libro hay un diálogo del poeta con la realidad, un debate con el mundo para salvarse en él, para inventarse en él:

Soy yo quien es feliz. Yo quien se salva,
después de su diluvio, en el diluvio.

Esa conversación provoca el constante juego de espejos de estos poemas, la geometría verbal que da lugar al juego de palabras o a la paradoja.

Como en otros libros de Carlos Marzal, la poesía se convierte en Ánima mía en un puente de palabras sobre el abismo, en una afirmación de la vida, en una actividad curativa frente a la desdicha:

Me curo de vivir en lo que escribo
(...)
si el ángel del poema se me anuncia.


Santos Domínguez

15 mayo 2009

Al final del mar


Gabriel Sofer.
Al final del mar.
Prólogo de Luis Alberto de Cuenca.
El olivo azul. Córdoba, 2009.



Rodeado de misterio en torno a su autor, El olivo azul publica Al final del mar, un volumen de relatos prologado por Luis Alberto de Cuenca y firmado por Gabriel Sofer, hijo de norteamericano y española y residente en Brooklyn, madrileño de 1973 o 1970, que en esto no se ponen de acuerdo la nota editorial y el prologuista.

La solapa biográfica, que elude la imagen del autor y la sustituye por una suerte de retrato robot, avisa de la tendencia de Sofer a cambiar de casa y de nombre cada dos años. Si lo primero le es completamente indiferente al lector, lo segundo le inquieta sobremanera y le suscita unas cuantas preguntas. No sabe, por ejemplo, si se trata de su primer libro -no lo parece-, si lo ha leído con otra firma, cuánto lleva con este nombre o cuánto le falta para sustituirlo por otro.

La nota editorial indica que este es el primer libro que publica en España. Al menos –supone el lector- con ese nombre, porque este no parece el libro de un principiante. Al contrario, los relatos que forman parte de Al final de la tarde muestran una pericia envidiable y una soltura narrativa impropia de un escritor bisoño.

Sin efectismos fáciles, sin trucos industriales de primer curso de taller de escritura, los textos de Al final del mar son mecanismos de precisión – bombas de relojería los llama Luis Alberto de Cuenca en su prólogo- en los que cada pieza cumple su función exacta para conseguir la intensidad y la unidad de efecto que le pedía Poe al relato.

En estas narraciones llenas de sutilezas, homenajes y guiños literarios para iniciados, la variedad geográfica (de Marsella a Liverpool, de San Sebastián de los Reyes a los Balcanes, del Madrid actual a la Sevilla andalusí, pasando por China, Roma, la mar océana entre Cádiz y La Habana, Viena o Grecia) contrasta a veces con textos que suceden en el interior de un cuarto y en todo caso plantea un territorio incierto que es paralelo al dinamismo temporal que nos lleva del presente a la Edad Media o a la Ilustración, y de ahí al XIX o a la época clásica.

Es verdad que se trata de un conjunto desigual, en el que no faltan errores sintácticos y deslices léxicos que serán la alegría de cierta crítica. Y aunque es probable que no se le pueda celebrar por su nombre verdadero, hay en el volumen varios relatos memorables: El incendio de Homero, por ejemplo, es uno de los mejores cuentos que han caído en mis manos en los últimos meses. Pero otros rayan a la misma altura sorprendente. Es el caso de la excelente Historia de un autor de libros, o de la Memoria del Inquisidor Guevara.

O del inmejorable epílogo, Hechos de un hombre, la biografía azarosa y desordenada de Rafael Matías (1762-1835), que a su muerte deja un folio en el que se puede leer esta frase, que podría atribuirse el propio Gabriel Sofer: “pues ni mi nombre es mío.”


Santos Domínguez

13 mayo 2009

El padre Sergio

Lev Tolstói.
El padre Sergio.
Traducción de Bela Martinova.

Rey Lear. Madrid, 2009.


En su colección Breviarios, Rey Lear recupera El padre Sergio, una novela corta que Tolstói terminó en 1898 aunque no apareció hasta 1911, al año siguiente de la muerte del novelista. Reeditada ahora con una traducción directa del ruso de Bela Martinova, es una de las cimas creativas del autor, un texto que sintetiza en menos de cien páginas muchas de las claves temáticas, estéticas e ideológicas de un Tolstói poderoso y contenido.

Es un resumen del Tolstói de la segunda época, que ha hecho de la narrativa una forma de reflexión moral, un reflejo del estado de ánimo atormentado y dubitativo del novelista que había alcanzado la fama y con ella la desazón existencial. Por eso, se puede hacer una lectura del itinerario vital e ideológico del autor en la figura del príncipe Kasatski, retirado del mundo en un convento donde emprende una nueva vida

El padre Sergio es el relato de una búsqueda interior, el reflejo de las contradicciones de un autor famoso y problemático, en constante debate existencial entre razón y fe, entre moral y vida, en busca del sentido de la vida.

Cada vez más lejos de una intelectualidad desorientada en medio de la crisis de la literatura, la ciencia y la conciencia de aquellos años finales del XIX, Tolstói creyó haber encontrado el sentido de la vida entre los humildes.

Como el padre Sergio, que alcanza a entenderlo al final de la novela, después de la revelación de un ángel y antes de una huida radical del mundo ascético hacia la solidaridad, que parece presagiar la del propio autor, que asume la voz del personaje:

Ahora sé lo que significaba mi sueño. Páshenka representaba aquello que yo hubiera tenido que ser y no fui. Yo vivía para la gente con el pretexto de vivir para Dios, mientras que ella vive para Dios con el pretexto de vivir para la gente.

Santos Domínguez

12 mayo 2009

Anatomía de un instante


Javier Cercas.

Anatomía de un instante.

Mondadori. Barcelona, 2009.


Cuenta Javier Cercas, extremeño de Gerona, en su libro Anatomía de un instante (Mondadori), que el 23 de febrero no hubo un golpe, sino tres. Esta trinidad es un aspecto esencial del acontecimiento, pues explica entre otras cosas, buena parte de las dudas y rumores que desde entonces se han venido difundiendo; en especial sobre el papel que ciertos políticos e instituciones desarrollaron durante el pronunciamiento y -lo que es probablemente más importante- en los meses previos, que forman parte de esa agitada parte de nuestra historia contemporánea a la que llamamos la Transición.


Los golpes eran tres, y tres los golpistas. El golpe más elemental era el de Tejero, un patán reaccionario que al mando de unas decenas de guardias civiles y a bordo de unos mugrientos autocares, tomó el edificio del Congreso. El golpe más lógico, el de Milans del Bosch, miembro de una saga de espadones golpistas; franquista, monárquico, y veterano de la División Azul; resentido por los manejos (naturales en una democracia, ante estas credenciales) que le habían privado de ser Jefe del Estado Mayor. El golpe más viscoso, el urdido por Armada, aristócrata, cortesano, secretario, confidente y amigo durante años del Rey, e incapaz de entender como cualquier humano (y mucho menos, Suárez, ese arribista provinciano) podía presidir un gobierno de España, en lugar de Alfonso Armada Comyn, marqués de Santa Cruz de Rivadulla.


El libro de Cercas analiza minuciosamente la grabación televisiva del acontecimiento, centrándose en los tres parlamentarios que no se arrojaron al suelo al comienzo de la balacera: Santiago Carrillo, el general Gutiérrez Mellado, Vicepresidente del gobierno, y el propio Adolfo Suárez.


Dice Cercas que Anatomía de un instante iba camino de ser una novela, pero que al final nació como un híbrido de crónica y ensayo. Puede especularse con que esa novela podría haberse centrado en tres personajes política y personalmente abatidos (Suárez, Gutiérrez Mellado y Carrillo), que ese día se encuentran cada uno con su anverso. Suárez, el advenedizo, con Armada, el cortesano predestinado a ser valido del Rey. Gutiérrez Mellado, el franquista traidor que sirve de parapeto a la democracia contra los militares golpistas, se encuentra con Milans, el contumaz franquista cuyo nombre suena en cuantas intentonas se prepararon durante los primeros años de la Transición. Y Carrillo, el símbolo vivo de la España roja, enfrentado a Tejero, nacido en 1932, al que tenemos que imaginar como un producto perfecto y acabado del sistema educativo franquista, que enseñó a odiar todo lo que representaba la España republicana.


Cercas rebusca obsesivamente en las biografías de estos y otros personajes, en las circunstancias que condicionaron sus conductas para hacer comprensible el golpe y el contexto (“la placenta”, dice Cercas) en el que se gestó la intentona.


Al final, y a modo de coda sentimental, aparece el propio padre, recientemente fallecido, de Javier Cercas, porque el libro es también una crónica dirigida a quienes nacieron en torno a 1960 y les cuesta entender a sus padres y su actitud durante los últimos años del franquismo y la Transición.


Hace pocos meses se organizó un revuelo considerable ante el intento de colocar una placa honrando en el Congreso de los Diputados a la beata Maravillas de Jesús. Al final se impuso la cordura o la vergüenza, y no hubo nada.


Desde aquí una humilde proposición a nuestros próceres: lean el libro de Cercas, revisen hasta el dolor de ojos el vídeo del golpe, y pongan una placa en honor de Suárez, Gutiérrez Mellado y Carrillo, que no eran beatos, ni mucho menos santos, pero que el día 23 de febrero de 1981 (mientras “el país entero se metió en su casa a esperar que el golpe fracasase. O que triunfase.”), demostraron estar dispuestos “a jugarse el tipo por defender la democracia”.


Jesús Tapia Corral



11 mayo 2009

Memoria de Georges el amargado


Octave Mirbeau.
Memoria de Georges el amargado.
Traducción de Lluís Maria Todó.
Impedimenta. Madrid, 2009.


Es la memoria prosaica de un hombre sentado en un antro oscuro y húmedo que parece un símbolo del mundo. La publicó Octave Mirbeau en 1899 y la edita Impedimenta con traducción de Lluís Maria Todó.

Hoy, por casualidad, me he mirado en un espejo.

Así comienza esta novela corta e intensa que es una reflexión sobre la decrepitud física y la fealdad como reflejo de la ruina interior del narrador-protagonista y del resto de los personajes.

Georges L., que ha perdido todos los trenes, escribe la memoria de la insatisfacción y hace su autorretrato de hombre mediocre que no envejece porque ha nacido viejo. La escritura de estas memorias, que su viuda hace llegar al autor, es la última venganza del protagonista contra un mundo hostil y en descomposición, contra el pasado de su infancia sombría y su familia lamentable, contra el presente de un matrimonio humillante y una mujer odiosa.
En contraste con la nítida prosa de Mirbeau, todo es viscoso y lóbrego en este catálogo de rostros siniestros que reflejan las ruindades personales y colectivas de una sociedad perversa.

En el París miserable donde trabaja como cajero o en la ciudad de provincias de la que viene Georges, sólo los animales –los perros o las gallinas- tienen destellos de inteligencia, afecto, voluntad o ironía.

Sospechoso de un crimen sórdido, Georges pasa un día detenido en un calabozo. Y a partir de ese momento, la novela toma otro cariz, menos individual, y se convierte en una denuncia de las leyes y el sistema penitenciario, en un alegato contra las desigualdades y las injusticias.

La piedad y la rebeldía surgen de aquel hombre arrestado en medio de otros hombres. Y así la peripecia personal de un ser empequeñecido por las circunstancias acaba transformándose abruptamente en un grito, en la airada denuncia social y cultural de una colectividad que encubre la miseria tras el brillo aparente de su lujo:

En París los filósofos del optimismo mortífero no ven la miseria. ¡No sólo no la ven, sino que la niegan!

Santos Domínguez

09 mayo 2009

Guardia nativa


Natasha Trethewey.
Guardia nativa.
Edición bilingue.
Traducción y prólogo de Luis Ingelmo.
Bartleby Editores, Madrid, 2009.

Desconocida en España hasta ahora, Natasha Trethewey (Misisipi, 1966) obtuvo el Premio Pulitzer de Poesía con Guardia nativa, su tercer libro.

Guardia nativa se plantea como una elegía doble para restaurar una parte de la memoria histórica de los Estados Unidos y de la memoria personal de su autora a través de un conjunto sólido de poemas que acaba de publicar Bartleby en edición bilingüe con traducción y prólogo de Luis Ingelmo.

A veces la historia no la escriben los ganadores. Quienes han reescrito la historia desde una perspectiva racista han borrado la participación de soldados negros en la Guerra de Secesión. Aquellos regimientos de libres o libertos, desatendidos y despreciados, relegados a tareas insalubres o rebajados a la consideración de animales de carga, integraban la Guardia nativa de la que toma título este libro. Para rescatarlos del olvido y del silencio, les presta su voz Natasha Trethewey .

Fiel a la vocación narrativa de la poesía norteamericana, el relato central de las tres partes del libro se organiza en torno a un conjunto de fotografías y a diez sonetos de un soldado negro durante la Guerra de Secesión. Se agrupan bajo el rótulo Guardia nativa y se encadenan en una estructura circular en forma de corona de homenaje fúnebre.

En esa parte las Escenas de la historia documental de Misisipi son otro espléndido conjunto de poemas que toman como punto partida una fotografía. Es lo que ocurre en este Glifo, Aberdeen, 1913:

La cabeza el niño inclina, como en sueños.
Desnudo el pecho, de perfil, se sujeta
en el regazo del hombre que, con peto,
flaco, mece el brazo delgado del niño
-codo en punta, de hueso y piel marcas blancas-
tira de él para exhibir al contrahecho
y acentuar -joroba, columna curva-
el diario infortunio de su vida, el niño
que le sigue a los campos, horas junto a un
saco pasa, desplomado inquiere su
cuerpo ¿cuánto algodón?, o ¿cuánta comida?
buscando en la nevera de la cocina,
o de rodillas en la iglesia a su lado,
¿por qué, Señor, por qué? Posan y nos dicen
Miradnos, del dolor somos la silueta:
con él carga el niño, un túmulo como
tierra sobre una tumba amontonada.

Las otras dos partes del libro, más líricas, reflexivas y evocadoras, se centran en la propia biografía de la autora y en las composiciones elegiacas en memoria de su madre, asesinada y silenciada también en una tumba sin nombre. El paralelismo con los soldados afroamericanos es evidente. No hay lápidas para conservar su memoria y el libro las reivindica cuando se convierte en el monumento que rescata los nombres de los soldados negros y de su madre, también negra.

Por eso Natasha Trethewey, hija de un matrimonio interracial, de padre blanco y madre negra, dedica el volumen a la memoria de su madre, Gwendolyn Ann Turnbough. El tono de esos textos sobre el Sur, Misisipi, el mestizaje y los recuerdos familiares es el de este poema, provocado por la muerte de su madre:

Tras tu muerte

Saqué primero tu ropa de los armarios,
a la basura tiré la fruta, macada
por el tacto de tu mano, dejé vacíos

tus tarros de conservas. Al día siguiente
oí unos pájaros en los frutales, luego,
al ir a coger un higo maduro y suelto,

lo encontré medio comido, la otra mitad
pudriéndose, o -como otro que arranqué y abrí
al medio- comido desde dentro hacia fuera:

mil insectos lo vaciaban. Llego tarde
de nuevo, otro espacio por la pérdida hueco.
El mañana, el frutero que habré de llenar.


Santos Domínguez

08 mayo 2009

El rosa Tiepolo


Roberto Calasso.

El rosa Tiepolo.

Traducción de Edgardo Dobry.

Anagrama. Barcelona, 2009.



Seguramente, como escribe Calasso, el destino más deseable para un pintor es convertirse en un color, pasar a la historia identificado con un cromatismo personal. Eso era Tiepolo para Proust: “el rosa cereza que es tan particularmente veneciano que se llama rosa Tiepolo.” Ese color unía en el recuerdo proustiano a Odette, Albertina y la Duquesa de Guermantes, tres mujeres muy distintas de su serie novelística.


Sobre ese color y el artista que lo identifica ha escrito Roberto Calasso El rosa Tiepolo, un libro memorable que publica Anagrama y está a medio camino entre el ensayo y la novela, entre el estudio de Historia del Arte y el relato biográfico. Es la quinta entrega de un proyecto que se inició con La ruina de Kasch, siguió con Las bodas de Cadmo y Harmonía, Ka y K, y ha continuado con un sexto libro, La folie Baudelaire, que no ha sido traducido aún.


Giambattista Tiepolo, pintor veneciano del XVIII que acabó sus días en 1770 en el Madrid de Carlos III, fue, en palabras de Calasso, el último soplo de felicidad en Europa. Con él se cerraba una época (entre los grandes de la pintura, Tiépolo fue el último que supo callar) y se despedía la pintura para dejar su lugar a los artistas.


Su apacible vida feliz, su biografía invisible (Tiepolo es la desesperación del biógrafo) en la Venecia del XVIII es la de alguien que está más cerca del artesano que del intelectual ilustrado. Fue un pintor de técnica refinada, incomprendido y denostado en ocasiones por su aparente facilidad, por su fluidez creativa (representó mejor que nadie la sprezzatura, la ligereza que recomendaba Castiglione como alternativa a la afectación) o por su exceso de teatralidad.


Todo es teatral en su pintura. Sus frescos en los techos Würzburg y en el Palacio Real de Madrid, sus cielos con figuras, son máquinas teatrales que incorporan una peculiar compañía de actores y figurantes.


Pero el Tiepolo central de este libro, el que despierta la atención de Calasso, no es el de esos frescos espectaculares en la gloria de su escenografía barroca. Es el Tiepolo de los grabados, el de los diez Caprichos horizontales y sobre todo el de los veintitrés Scherzi verticales.


Los argumentos enigmáticos de esos grabados misteriosos y oscuros, sus fantasías secretas, los obsesivos sueños de la razón que se suceden en ellos construyen una novela muda que tuvo su preludio y su diseño espacial en los Caprichos y su expresión más alta en los Scherzi.


Extraños y graves, herméticos e inquietantes, Calasso acepta el desafío que plantean los grabados y se centra en el análisis de sus personajes, sus motivos y sus claves, en los lugares en que transcurre esa novela demoniaca y circular, en la importancia que tiene en ellos la mirada o en la función crucial que desempeñan los personajes orientales.


Las abundantes ilustraciones que acompañan al texto ponen de manifiesto la teatralización del mundo en los frescos de Tiepolo, el misterio de sus grabados y el estilo depurado y tardío de los nueve lienzos de caballete que pintó en Madrid, una de las zonas más memorables de su obra. Fue poco antes de su despedida secreta para entrar en el purgatorio de un largo olvido.


Esas ilustraciones evidencian la soltura de su pincel y el desenfado de sus representaciones mitológicas. Con el mismo desenfado, la misma soltura y la misma naturalidad de la sprezzatura, afronta Calasso este acercamiento profundo a las profundidades de Tiepolo.


Santos Domínguez


06 mayo 2009

Fiesta para una mujer sola


Ángel Vázquez.
Fiesta para una mujer sola.
Prólogo de Sonia García Soubriet.
Rey Lear. Madrid, 2009.


Ángel Vázquez (1929-1980) fue posiblemente el último escritor maldito de la literatura española. Indefinible como el Tánger donde nació y vivió hasta 1965, marginal por vocación y por destino, escritor a contracorriente e inclasificable, la literatura fue para él una forma de defenderse de las injurias de la vida.

Ángel Vázquez publicó en 1964 la segunda de sus tres novelas, Fiesta para una mujer sola, que acaba de rescatar Rey Lear con prólogo de Sonia García Soubriet. Tardaría doce años en publicar su tercera novela, la espléndida y desgarrada La vida perra de Juanita Narboni. Inadaptado y pobre, solitario y alcohólico, despectivo consigo mismo y con su escritura, exigente hasta el límite del rechazo, un rato antes de morir en una pensión de Atocha de un ataque al corazón había estado quemando dos novelas que no había conseguido terminar y que sus amigos tienen por lo mejor que había escrito.

Fiesta para una mujer sola es una obra de encargo, una novela alimenticia que Vázquez había contratado con sus editores para aprovechar el tirón comercial de Se enciende y se apaga una luz, con la que había ganado el Planeta en 1962.

Pero se acabó convirtiendo en la novela maldita de un escritor maldito. La novela, que habla de adulterios, homosexualidad y libertad de costumbres en un Tánger decadente, no gustó a la censura franquista, que sin llegar a prohibirla dificultó su distribución. El silencio o los reproches de la crítica oficial, cómplice habitual de los censores, hizo el resto y Fiesta para una mujer sola acabó descatalogada y olvidada.

Cuando la escribió, Tánger, que es el eje de la novela, había dejado de ser la ciudad del esplendor cosmopolita y era un lugar en decadencia, un mundo que Ángel Vázque había visto cómo se derrumbaba. La vieja ciudad internacional había perdido su estatuto especial para convertirse en una ciudad marroquí en la que convivían caóticamente lenguas y religiones, razas y clases sociales, los restos del lujo y la frecuente miseria, las fiestas en los jardines y las tabernas de mala muerte.

Como a otros europeos, la nueva situación relegó a un lugar secundario a Ángel Vázquez, que la escribió poco antes de abandonar Tánger para arrastrar sus vagabundeos por el Madrid oscuro de las pensiones.

Como en sus novelas o en los cuentos que Pre-Textos ha editado recientemente, el autor proyectó en la ciudad norteafricana su amargura, la metáfora de su situación personal. Tánger es, como en La vida perra de Juanita Narboni, no sólo el telón de fondo de la narración, es el centro de una novela sobre la decadencia de la ciudad y sus habitantes.

La protagonista, la madura e insatisfecha Paula, una probable metáfora de la ciudad, es el eje, la guía y el precedente de la soledad destructiva de Juanita Narboni, la imagen de la soledad en una ciudad que ya no existe, la expresión del vacío presente (Mi vida es una isla rodeada de muertos) en el centro de una novela rememorativa en la que irrumpe la presencia de un joven recién llegado como un soplo de aire nuevo y de vida.

Una novela en la que el pasado se impone con la misma fuerza que en el resto de la obra de Ángel Vázquez, que despliega aquí su pericia en la construcción de diálogos - La vida perra... será un portentoso monólogo- y da muestras de la enorme potencia descriptiva de su prosa, de su capacidad de recordar el tiempo perdido a través de la sensación o la evocación proustiana de los olores de la ciudad.

Santos Domínguez