20 junio 2006

Flannery O'Connor





Flannery O’Connor.Cuentos completos.
Traducción de Marcelo Covián, Celia Filipetto y Vida Ozores.
Lumen. Barcelona, 2006.


Contra el lector cansado titula Gustavo Martín Garzo el prólogo que ha escrito para esta edición de los Cuentos completos de Flannery O’Connor que reúne Lumen por primera vez en español. Allí define estos relatos como “una de las obras más extrañas, perturbadoras e inclasificables de la literatura universal.”

Escritora del Sur, la vida y la obra de Flannery O’Connor (Georgia, 1925-1964) quedaron marcadas por su pertenencia a esa región conocida como el cinturón bíblico y por una enfermedad degenerativa que apareció a la vez que su primera novela, Sangre sabia. Si esa dolencia deterioró sus huesos, mermó su movilidad y la confinó a la literatura y a la cría de pavos reales en una granja que se llamaba Andalusia, el ambiente asfixiante, de violento fanatismo religioso y prejuicios racistas propio del Sur profundo es fundamental para entender su obra narrativa.

Una obra narrativa en la que destacan especialmente sus relatos. El negro artificial, Un hombre bueno es difícil de encontrar, El pavo o La espalda de Parker son algunos de esos textos que sitúan a Flannery O’Connor en un lugar destacado de la narrativa norteamericana contemporánea.

En 1971 se habían reunido todos sus relatos en un volumen (The Complete Stories) que ahora aparece en español. Se recogían allí treinta y un relatos, de los que diecinueve se habían traducido y editado por Lumen en dos tomos en los años setenta, y doce inéditos.

Se unen en estos textos el horror y el humor, la risa y el escalofrío en una mezcla desgarrada y grotesca de enorme intensidad y que en más de un sentido recuerda el esperpentismo.

Es esta una literatura del exceso, porque en ese mundo sureño todo es excesivo y está enraizado en un desatado y extravagante fondo bíblico sobre el que crecen con la misma naturalidad el fanatismo y la maldad.
Y personajes grotescos y terribles en los que conviven la depravación y las buenas intenciones, profetas lunáticos y predicadores iluminados son los que habitan ese mundo narrativo de Flannery O’Connor, católica en aquella región de fundamentalismo protestante. Del esfuerzo por comprender un mundo ininteligible y unos comportamientos imprevisibles se nutre esta serie de relatos, como los de Faulkner y Tennesse Williams y antes los de Hawthorne.
Son cuentos desconcertantes como el mundo del que surgieron, una galería de posesos y tarados, el muestrario morboso de una mentalidad enfermiza.
Flannery O’Connor obtuvo en vida el reconocimiento de la crítica, los premios y las becas y la facilidad de las editoriales para publicar sus cuentos y sus novelas. Dio conferencias cuando la salud se lo permitía, y en ellas reflexionó sobre el oficio del escritor y su función social, sobre el cuento y su técnica, sobre el lector.

Un hombre bueno es difícil de encontrar es seguramente la más conocida de sus historias. Desde luego, la más emblemática, la que mejor resume ese mundo inverosímil y terrible. Arranca de una situación esperpéntica que parece anticipar las películas de Tarantino: una familia viaja a Florida, tiene un accidente y quien acude en su ayuda es un criminal que ha huido de la prisión, el Desequilibrado.

“Jesús es el único (dice el personaje) qu’ha resucitao a los muertos y no tenía qu´haberlo hecho. Rompió el equilibrio de to.”

Esa es la razón de la ensalada de tiros que viene después. Y después de acabar con la abuela, remata con estas palabras el angelito:

“Habría sido una buena mujer si hubiera tenío a alguien cerca que le disparara cada minuto de su vida.”



Santos Domínguez

18 junio 2006

Leer Guerra y paz




Liev Tolstói. Guerra y paz.
Traducción de Lydia Kúper.
Taller de Mario Muchnik.Madrid, 2003.



Para ver, junto al río Inn, al norte de Salzburgo, cómo Kutúzov pasa revista a las tropas zaristas.
Para estar con el príncipe Andrei Bolkonski el día antes de Austerlitz y después de la batalla, cuando, desde el suelo, herido, ve pasar a Napoleón.
Para entrar en los palacios de Moscú y en el Club inglés antes de que ardan.
Para ir a San Petersburgo con Bezújov y ser testigo de su ingreso en la masonería.
Para echarse a un lado cuando Napoleón atraviesa el Niemen y entra en Rusia.
Para oír los cañones cerca de la ciudad y el silencio de la nieve sobre las cúpulas.
Para oler la pólvora y la sangre y el barro mientras se comparten penurias con el ejército ruso.
Para conocer a Natasha. Y a Nesvitski.
Para acompañar a un Napoleón acatarrado antes de la batalla decisiva de Borodinó, donde se enfrenta (nos dice Tolstói) su incompetencia a la de Kutúzov, el viejo zorro.
Para no olvidar la tierra quemada y el Moscú vacío e incendiado que se encuentra Napoleón, la retirada de los franceses cuando se ha echado encima el invierno, y la descomposición de su ejército en la estepa nevada de noche.
Para volver a irritarse con esa insoportable segunda parte del epílogo, pretenciosa y altisonante.
Para entender que las noches anteriores a las batallas son más intensas y más inolvidables que las batallas mismas, como en el Enrique V de un Shakespeare del que Tolstói renegó y aprendió tanto. Del que aprendió, por ejemplo, que la víspera de Agincourt es una de las cimas de la literatura.

Y aunque nuestra perezosa imaginación visual apenas tiene que hacer ya un mínimo esfuerzo para ver las escenas que nos ha contado el cine, en otras épocas, y aún hoy, las descripciones de las batallas, sólo comparables a las de La Cartuja de Parma, siguen produciendo una enorme emoción en el lector actual.

Para estar con Andrei Bolkonski, inteligente y aburrido.
Y con Pierre Bezujov, bastardo y despistado en ese episodio del tricornio de un general que va desplumando hasta que su legítimo dueño le ruega que se lo devuelva.
Para conocer a todos los hombres en todas las situaciones y con todos los sentimientos.

A todas esas razones (y otras que me callo para no ser prolijo) se añade la de la fácil lectura en esta edición que para el Taller de Mario Muchnik preparó Lydia Kúper. Una excelente traducción en un papel ligero para un libro manejable a pesar de sus casi dos mil páginas de agradable tipografía para una lectura descansada.

Esta es, sin duda, la mejor versión en español de Guerra y paz, la que mejor se lee, por la traducción y por el cuidado tipográfico que se ha puesto en su edición.

Si el reto parece excesivo, se puede empezar con otra obra maestra del mismo autor: Hadji Murat, la impresionante novela corta sobre el líder separatista checheno que publicó Cátedra Letras Universales.

Santos Domínguez

16 junio 2006

De toda la vida

Francisco Ayala.
De toda la vida. 
Relatos escogidos. 
Tusquets. Barcelona, 2006.

Preparada por Carolyn Richmond, esta amplia recopilación de relatos representativos del mejor Ayala, reúne en un enfoque que combina lo biográfico, lo temático y lo estilístico, los textos más significativos de sus épocas estéticas y de sus preocupaciones y temáticas. 

 El libro lo publica Tusquets y abarca setenta años de labor narrativa y es un homenaje y un resumen de una larga vida dedicada a explorar distintos terrenos estéticos y diversas situaciones vitales. Los casi cincuenta relatos que se han seleccionado se agrupan según una ordenación cuidadosa en distintas secciones marcadas por el tiempo y el espacio: 

 1. Fulgores vanguardistas (Madrid, años 20). 
 2. A raíz de la guerra civil (Buenos Aires, años 40). 
 3. A seguir viviendo (Norteamérica, 1950-75). 
 4. Ars longa (En adelante y sin fecha). 
 5. La "autobiografía" del escritor (Toda una vida). 

 De Cazador en el alba o El boxeador y un ángel hasta El jardín de las delicias pasando por La cabeza del cordero, Los usurpadores o Historia de macacos, esta es la antología más extensa y representativa de los relatos de Francisco Ayala. Relatos en los que se equilibran experiencia e invención como en el título de una colección de ensayos y comentarios literarios del autor granadino. 

 Y un valor añadido: el excelente epílogo de Carolyn Richmond: Ayala en su tiempo. Un ensayo que ilumina la obra de Ayala y la sitúa en su contexto. Un viaje por el siglo XX, en el que se repasa la trayectoria vital y literaria del autor, se justifica cada uno de los apartados y se analizan los cuentos antologados como exponentes de su evolución estilística e intelectual. 

 Desde los relatos vanguardistas de los años 20 a los relatos marcados por la herida de la guerra civil y el exilio hasta el análisis de la realidad sudamericana que conoció en su exilio. Y así hasta llegar a los textos más cercanos que completan el recorrido de este volumen, que la responsable de la antología ha definido como el libro más importante del centenario. 

 El más reciente de los relatos recogido en De toda la vida, El filósofo y un pirata (Cruce de miradas), de 1999, es seguramente uno de los más brillantes de la trayectoria narrativa de Ayala y una demostración de su envidiable vitalidad creativa e intelectual. “La biografía de un escritor consiste en sus escritos” decía Ayala en Recuerdos y olvidos. Y eso es también este libro, además del mejor homenaje en sus cien años: una biografía literaria en la que cabe el análisis atento de la realidad pero también la intimidad y la fantasía.
Santos Domínguez

14 junio 2006

La nieta del señor Linh



Philippe Claudel. La nieta del señor Linh.
Salamandra. Barcelona, 2006.

Un anciano en la popa de un barco. En los brazos sostiene una maleta ligera y una criatura, todavía más ligera. El anciano se llama Linh. Es el único que lo sabe, porque el resto de las personas que lo sabían están muertas.

El francés Philippe Claudel (Nancy, 1962) abre con ese párrafo La nieta del señor Linh, que publica Salamandra. Desde ese momento hasta el final estremecedor el lector avanza sobrecogido por sus páginas mientras mantiene su intensidad esta novela corta centrada en la figura de un anciano que huye de la guerra con su nieta.

Como una alegoría sobre el exilio y la amistad ha definido Claudel esta obra en la que los lugares no tienen nombre porque asumen una condición simbólica que va más allá de la anécdota o de la referencia histórica.

La nieta del señor Linh se abre con la llegada en barco de un anciano a un país extraño. Viaja en compañía de su nieta, casi una recién nacida a la que colma de cariño: huyen de la terrible guerra que ha arruinado su país. Los paisajes de la novela son indefinidos. El escritor no menciona ni el lugar de origen de esta triste diáspora, ni su puerto de destino, una gran ciudad occidental que desprecia a los extranjeros. La guerra de la que huye el personaje es todas las guerras, sus víctimas, todas las víctimas. No son arquetipos, pero tienen un valor universal, como sus modelos literarios, que remiten en último extremo a la Odisea, otra historia de viajes, guerras y exilios.

Como en todos los exilios, lo que cuenta en principio es lo que se deja atrás: el señor Linh mira hacia atrás desde la popa de un barco. Pasa todo el viaje mirando la estela que deja el barco. Y aunque la orilla ya es invisible, cuando mira el rostro de su nieta ve en él los paisajes y la bruma y las mañanas luminosas de su tierra.
No quiere bajar del barco que es lo único que le une a una tierra asolada por la guerra, a un país de arrozales en el que no le queda nada ni nadie.
En el nuevo país no huele a nada el aire, no sabe a nada la comida y hace mucho frío, pero el viejo canta una vieja canción a la niña. Las palabras de la canción le alivian, se burlan del tiempo, del lugar, de la edad y son una declaración de esperanza en que pese a todo vuelva la luz de la mañana, como en el nombre de la niña. Porque La nieta del señor Linh es también una historia de esperanza, amistad y solidaridad, por encima de diferencias culturales o barreras lingüísticas, de seres solitarios que se comunican con gestos y algo tan impalpable como la melancolía.

En torno a ese abuelo y a su nieta, en torno a su evidente simbología de vida y de muerte, de presente y futuro se desarrolla una fábula de enorme intensidad, una alegoría dedicada a todos los señores Linh de la tierra y a sus nietas. Un relato sobrecogedor desde el principio hasta el final. Y una tristeza blanca y amarilla, en la que flotan la memoria y el olvido, la guerra y las personas sencillas que las sufren.
Santos Domínguez




12 junio 2006

Travesías del ausente


Luis Izquierdo. 
Travesías del ausente.
Lumen. Barcelona, 2006

Coincidiendo con sus setenta años y como homenaje a su jubilación como profesor de la Universidad de Barcelona, Luis Izquierdo (Barcelona,1936) ve recogida una amplia recopilación de su obra poética en Travesías del ausente, que publica Lumen.

Seis libros, casi cien poemas, algunos de ellos inéditos y recientes, que abarcan una trayectoria de más de treinta años: desde Supervivencias (1970) hasta el último No hay que volver (2003) que había publicado esta misma editorial.

Como otras antologías, estas Travesías cumplen dos funciones esenciales: por un lado reúnen una poesía dispersa y la acercan a un público más amplio y por otro lado son una muestra de la profunda unidad temática de esos itinerarios y de su evolución.

La poesía de Luis Izquierdo tiene una coherencia asegurada en temas vertebrales como el recuerdo y en una práctica de la escritura como ejercicio de la memoria y recuperación del tiempo perdido. En esa dirección la infancia marcada por la posguerra ocupa un lugar privilegiado. Textos como Un escolar de los años 40 o Sesión continua lo ratifican.

Otros temas, como el del viaje (Lisboa, Londres, Praga, Viena), las referencias autobiográficas, la reivindicación de lo cotidiano como objeto poético, vinculan estos textos con la poesía de la experiencia. Por cierto: ¿hay alguna que no lo sea?

Ese planteamiento central no evita la reflexión sobre la literatura como forma de conocimiento y de reconstrucción del pasado que nos ha construido y nos ha hecho como somos.

Pero la poesía es también un instrumento para estar en guardia ante la ficción del recuerdo: la poesía miente, como decía Machado:

Se miente más de la cuenta
por falta de fantasía.
También la verdad se inventa.


Kafka, Hopper, G. Ferrater, Praga, Viena y Brodsky son algunos de los lugares y los nombres que completan la referencia de la aventura vital y estética de Luis Izquierdo, nombres y lugares que explican y resumen estos poemas y son algunas de las presencias de estas Travesías del ausente, que nos ofrecen, antes que otra cosa, una buena oportunidad para conocer una de las voces más personales e intensas de la poesía actual a través de unos textos que reivindican un lugar en el mundo:

De modo que otro día recomienza
y entenderlo es no sólo disentir.
Sin ser del mundo, hay que estar con él.

Santos Domínguez



10 junio 2006

Viaje sentimental por Francia e Italia



Laurence Sterne.
Viaje sentimental por Francia e Italia.
Traducción, edición y postfacio de Max Lacruz Bassols.
Funambulista. Madrid, 2006.

El Viaje sentimental por Francia e Italia, la última obra que publicó Laurence Sterne, es el título elegido por los editores de Funambulista para abrir una colección de Grandes clásicos en la que ya ha aparecido también el hasta ahora inédito Roderick Hudson, de Henry James, y en la que se recuperarán, en nuevas traducciones, textos tan interesantes e inencontrables como el Jean Santeuil, de Marcel Proust.

El criterio de selección de títulos es el de su transcendencia en la configuración de la literatura actual. Esa es su filosofía y su propuesta: la recuperación de clásicos incontestables de la literatura de los siglos XVIII, XIX y XX que, inexplicablemente, permanecían olvidados, y que ahora vuelven a ver la luz en ediciones cuidadísimas, en tapa dura, y con nuevas traducciones.

La colección la abre, decíamos, una nueva y cuidada traducción que Max Lacruz ha hecho del Viaje sentimental por Francia e Italia, de Laurence Sterne, la obra que consolidó su fama literaria y uno de los textos fundamentales de la literatura inglesa. Se narra en él la deambulante peripecia de un errático y jovial párroco: el mismo Yorick (alter ego del propio Sterne) que aparecía en Tristram Shandy. Con el modelo itinerante de la novela picaresca, se cuenta aquí la minúscula peripecia de un viaje por el continente.
Un viaje que empieza cuando Yorick coge en Dover la diligencia con la que inicia el viaje hacia Calais. Muy pocos años antes, William Hogarth había terminado un lienzo que sería famoso: En la puerta de Calais. Está en la Tate Gallery y el centro del cuadro es un fraile que podría haber alternado con Yorick.
Pero no se trata de un libro de viajes, sino de algo menos y de algo más. Como en sus modelos picarescos y cervantinos, el viaje no es aquí más que un pretexto, el eje constructivo en torno al cual se organizan los acontecimientos y los personajes con los que se cruza el narrador y con los que se articula una reflexión sobre la vida que entronca sorprendentemente con la mentalidad contemporánea. Y quizá ahí radique lo más acertado de esta elección: en la recuperación de un texto de una modernidad pasmosa. Un texto híbrido de narración, ensayo y libro de viajes en el que los acontecimientos y los personajes construyen, con enorme libertad y una estructura apoyada en la digresión y la anécdota, una alegoría de la existencia.

Laurence Sterne publicó este Viaje sentimental apenas tres semanas antes de morir. Ocupó la vicaría de Sutton-in-the-Forest, cerca de York, y su condición de clérigo no le impidió llevar una vida licenciosa y festiva, y leer a Rabelais, Cervantes y Burton en casa de su amigo John Hall-Stevenson. Sterne se dio a conocer como escritor a los cuarenta y cinco años, cuando publicó un escandaloso panfleto satírico.
Ese mismo año comenzaría a publicar su obra más famosa, Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy, que tiene en español una traducción excelente de Javier Marías.
Después de un viaje por Francia e Italia durante siete meses de 1765, empezó a escribir este Viaje sentimental, este juego de la edad madura que agotó, con la colaboración eficiente e involuntaria de su amante Elisa, su cuerpo y su valentía y se publicó en febrero de 1768. Tres semanas después, una gripe se le complicó con su tuberculosis crónica, y murió de pleuresía el 18 de marzo de 1768.
Su muerte la sintieron más en Francia y en Alemania que en la puritana Inglaterra.
En España fue una autor desconocido durante mucho tiempo. En 1821 se tradujo por primera vez este Viaje sentimental. Su Tristram Shandy corrió todavía peor suerte. La primera traducción al español es de 1975. Sí, de hace poco más de treinta años, aunque sus ecos nos habían llegado a través de Borges, Lezama o Cortázar.

Santos Domínguez

08 junio 2006

Nuestra epopeya



Manuel Longares. Nuestra epopeya.
Alfaguara. Madrid, 2006.

Así es nuestra epopeya. Fuimos el alquitrán de la nueva España. Pedíamos la luna y nos dieron una carretera.

Carretera y manta para el viaje de toda una generación de españoles del campo a la ciudad. Para salir de la miseria, para ir del infierno rural al purgatorio de la ciudad dormitorio y de ahí al paraíso artificial del adosado.

De la bicicleta y la tartera al puente aéreo y al club de golf, pasando por el coche de línea y el vagón de tercera.

Un pueblo, un barrio, una ciudad, el extranjero son los espacios en los que transcurre esta epopeya colectiva de la gente humilde, de un grupo de supervivientes de unos años fundamentales para entender la historia reciente de España.

El viaje, además de su dimensión espacial desarraigada, es un trayecto hacia el progreso material: de la cartilla de racionamiento a invertir en bolsa, de la aldea a Wichita, pasando por el limbo, para volver al cabo de los años con los ahorros y una historia olvidada y una nueva actitud, la del que ha aprendido la lección. Porque, como todos los viajes literarios, este también tiene un sentido moral.

Nuestra epopeya, la nueva novela de Manuel Longares que acaba de publicar Alfaguara, es una obra coral con múltiples voces e historias que, complementaria de su imprescindible Romanticismo, centrado en la clase alta del barrio de Salamanca, sitúa ahora su foco sobre la evolución de la clase trabajadora a través de la voz de los pobres, con un enfoque alejado de la ya muy explorada técnica neorrealista, y emparentado con el expresionismo y el esperpentismo de Valle-Inclán.

Si en Romanticismo era evidente la influencia del Galdós de las novelas españolas contemporáneas, un Galdós actualizado al que se le homenajeaba constantemente, Nuestra epopeya explora el expresionismo valleinclanesco con diálogos contundentes y enfoques que recuerdan el ciclo de novelas del Ruedo ibérico.
Y como en su modelo, la narración y el diálogo van alternándose con la tensión sostenida de un ritmo vertiginoso. A un párrafo no le sucede otro, sino un diálogo y a este un fragmento en el que nuevamente irrumpe el narrador para dar paso otra vez en una espiral envolvente a intervenciones rápidas y muy expresivas, a frases lapidarias como chispazos, a diálogos que construyen al personaje con nervio valleinclanesco.

El recuerdo de la infancia, la adolescencia, el miedo y el trabajo articulan esta exploración en la memoria reciente que no debe perderse. Aunque no sea fácil que los que hoy disfrutan de la prosperidad se reconozcan en aquellos que pasaron calamidades y aprendieron de los golpes de la vida.

La novela arranca un amanecer de otoño de 1986, cincuenta años después de la guerra. Cincuenta años que son el horizonte temporal y el punto de referencia de Nuestra epopeya, aunque

Al cabo de medio siglo (dice el cazador) nada de lo que se recuerda vive.

El tema ha sido objeto de textos narrativos y dramáticos, pero muy pocas veces con la altura estilística y moral que tiene esta obra de Longares, que había dejado muy alto el listón de su exigencia y su prestigio en Romanticismo y ahora lo supera de forma admirable.

Es esta una lectura exigente pero gratificante y placentera y nada difícil. La exigencia recae más en el autor que en el lector de un texto de soberbia calidad que confirma lo ya sabido: que Manuel Longares, dueño de una de las prosas más densas y de mayor calidad de la literatura española actual, es también uno de los mejores novelistas españoles contemporáneos.

- Vosotros, para haceros ricos –dice uno de los personajes al cabo de los años- no tuvisteis que cambiar el mundo, sino crear más pobres.

Esa es la desolada conclusión de Nuestra epopeya. Ahora esos pobres no se llaman José sino Mustafá o vienen desde Senegal en cayucos, no en autobuses desvencijados desde un secarral mesetario.

No convendría olvidar que este país de nuevos ricos fue hasta no hace mucho un país de emigrantes. Aunque sepamos que los que habían salido de la miseria y del pueblo cuando vuelven no vuelven. Son ya otros con un poco de calderilla sucia en el bolsillo.
Santos Domínguez

07 junio 2006

Editar Guerra y paz





Mario Muchnik.
Editar Guerra y paz.
Taller de Mario Muchnik. Madrid, 2003.


Desde hace ya muchos años he estado buscando una buena edición en español de La guerra y la paz de Tolstoi.


Así empezaba Augusto Monterroso un texto titulado El humor de Tolstoi, que recogió en 1999 en La vaca.
Monterroso era uno de los millones de lectores fascinados por la novela que tuvieron que leerla en malas traducciones que no se hacían desde el ruso, sino de una versión interpuesta en inglés o francés.
La muerte de Monterroso en 2003 coincidió por raro azar con la publicación de la mejor versión al español de Guerra y paz, la que publicó por esas mismas fechas el Taller de Mario Muchnik.

La historia de un viejo deslumbramiento y del terror a que la novela se acabe, la labor editorial en el impulso de una traducción que abarcó cuatro años y medio, casi el mismo tiempo que le llevó a Tolstoi la composición de la novela, la cuenta el editor Mario Muchnik en Editar Guerra y paz, un librito fascinante, escrito desde la admiración por esa obra que para muchos lectores es la mayor de las que se han escrito.
¿Quién sabe eso? Lo que sí es verdad es que quienes tengan la suerte de no haber leído Guerra y paz podrían ir soltando los músculos con la lectura de este diario de un lector apasionado, de este ejemplo de editores.
Los que hayan leído otras traducciones descubrirán que Guerra y paz es otro libro en esta traducción brillante y cuidada que, además de ser más respetuosa con el original, se presenta en una tipografía de fácil y descansada lectura y con un papel de calidad y poco peso, lo que en una obra de ese tamaño se agradece siempre.
Nada que ver con las viejas ediciones de Aguilar o Porrúa, de tipografía mínima y páginas de dos columnas que hacían casi imprescindibles la lupa o el microscopio.
Lo que se ofrece en estas páginas introductorias editadas en el Taller de Mario Muchnik es la intrahistoria de una traducción, la que hizo Lydia Kúper, con casi 90 años, y el relato apasionado de esos cuatro años y medio que llevó la tarea. Solo seis meses menos del tiempo que Tolstoi confesaba haber dedicado a la escritura de Guerra y paz. Ese dato confirmaría que con los grandes libros la traducción se acomete como una empresa parecida a la de la construcción original.
Santos Domínguez

06 junio 2006

Antón Chéjov. Vida a través de las letras


Natalia Ginzburg.
Antón Chéjov. Vida a través de las letras .
Traducción de Celia Filipetto.
Acantilado. Barcelona, 2006.


Vida a través de las letras
se subtitula esta apretada e intensa biografía de Chejov que Natalia Ginzburg publicó en Italia en 1989, un par de años antes de morir y que Acantilado edita ahora con traducción de Celia Filipetto.

Este libro está llamado a convertirse, si no lo es ya, en un clásico sobre un clásico. En los quince años que lleva publicado, se ha convertido en un texto de referencia sobre el padre del cuento contemporáneo.

Es un relato chejoviano en tono y en economía de medios eficientes el que nos dejó Natalia Ginzburg en este librito lleno de sugerencias y de sensibilidad. Una narración más amplia y más profunda de lo que hacen pensar sus páginas y su formato, porque en ella cada palabra está pensada para que quede flotando en la mente demorada del lector, para introducirle en una atmósfera que es la propia del biografiado.

No se trata, claro, de un seguimiento minucioso de la biografía de Chejov, sino de una exploración de sus líneas vitales en relación con su literatura, de una reconstrucción de acontecimientos que marcaron su personalidad y su actividad literaria, de una demostración de las profundas relaciones que hay entre vida y literatura en Chejov.

Tras el texto, oculta y latente, está la sensibilidad delicada de Natalia Ginzburg envolviéndonos en el ambiente y el tiempo en los que el narrador ruso fue construyendo una obra viva que sigue respirando y fortaleciéndose a medida que pasa el tiempo. Una obra que es menos un edificio que un árbol frondoso de hojas perennes que no han dejado de fortalecerse y de dar sombra apacible al lector.

El relato de la niñez de Chejov lo hace la autora como si se tratara de alguno de los personajes de sus cuentos tristes. Su padre, despótico y borracho, religioso y cruel, su madre sumisa y resignada, nutren también unos relatos levantados magistralmente sobre el cimiento del personaje y el silencio de algún dato definitivo que se nos oculta.

Y, como en los cuentos de Chejov, también aquí, leves y fulminantes, aparentemente intranscendentes, esos detalles menores que nos acercan mucho al personaje: las secuelas que le dejó una peritonitis, la pobreza, el ambiente familiar insufrible que persisten como un dolor sordo, como una molestia crónica.

Absorto o divertido, emocionado siempre, asiste a la lectura el lector de Chejov y el de este libro.

En las primeras páginas del libro, Natalia Ginzburg resume los cuentos de Chejov con una imagen intuitiva y precisa: su obra es la de alguien que nos abre una puerta o una ventana y nos deja mirar dentro de la casa por un momento. Luego, la misma mano que la había abierto, cierra la ventana o la puerta.

Esa imagen humilde, brillante y acertada, se puede aplicar también a este libro impregnado del espíritu de Chejov.

Con esa actitud se reconstruyen las últimas horas de Chejov en la habitación de un hotel de Badenweiler el 15 de julio de 1904, junto a Olga y una botella de champán que les mandó el médico como última terapia.

¿Para qué poner hielo sobre un corazón vacío?
, dicen que dijo, casi al final.

La situación la inmortalizó también esa cima de Carver que es Tres rosas amarillas.

Santos Domínguez



04 junio 2006

La suela de mis zapatos



Gonzalo Suárez. La suela de mis zapatos.

Seix Barral. Barcelona, 2006.

“El periodismo es una tribu compuesta de un solo indio”, señala Eduardo Mendoza al comienzo del magnífico prólogo que ha escrito para la edición en Seix Barral de La suela de mis zapatos, la recopilación de los artículos que Gonzalo Suárez firmó con seudónimo y fue publicando a principios de la década de los sesenta en Dicen, La gaceta ilustrada y El noticiero universal.

Martín Girard era el personaje que firmaba unos textos periodísticos que son, cuarenta años después, una brillante evocación de aquellos años sesenta.
Pasos y andanzas de Martín Girard se subtitula esta selección representativa de artículos, crónicas y reportajes, una muestra significativa e iluminada por los comentarios que hace su autor desde la perspectiva del presente.
Porque La suela de mis zapatos es una recuperación de textos pero sobre todo una reconstrucción de contextos y ambientes: los de la España de comienzos del desarrollismo, de los primeros años sesenta.

Circunstancias azarosas, como que Helenio Herrera fuese el segundo marido de su madre, colocaron a Gonzalo Suárez en una posición privilegiada para acceder a ambientes futbolísticos que reflejan algunos de los perfiles definitorios de aquella España. Eso provoca peripecias hilarantes como la de ver a Martín Girard convertido en buscador de padres para un oriundo nacido en Cabo Verde.

Precedidas de unas líneas explicativas del propio Gonzalo Suárez en las que fija esos textos en el contexto de aquellos años, por estas páginas pasean personajes como Fred Galiana o Helenio Herrera, Buñuel o Dalí.

Más allá de la mera recopilación de textos que justificaría por sí misma esta edición, el libro tiene un sentido unitario: es una reflexión sobre el pasado, sobre la fama, sobre la vanidad y la vida, sobre personajes que se creían Alejandro Magno o Gengis Khan y a los que el tiempo ha ido haciendo desaparecer en el olvido.
Ganadores y perdedores que el tiempo ha igualado: desde el futbolista famoso al loco de tercera del manicomio de Leganés, desde el pirómano que arruinó la carrera periodística de Martín Girard hasta Fred Galiana.
Diez años antes de que Tom Wolfe hablase de nuevo periodismo, Martín Girard (Gonzalo Suárez) lo practicaba con estos merodeos. Merodeos de infiltrado que nos ofrece en estas crónicas sus ejercicios de estilo narrativo y una infrecuente soltura en el uso de los diálogos.

Por entonces Gonzalo Suárez, escindido entre la literatura y el periodismo, trama una de sus novelas más ambiciosas y complejas, Rocabruno bate a Ditirambo (1966), que tiene como base el reto literario entre un periodista y un narrador. Esa novela fue mucho después una película, Epílogo, que dirigió él mismo.

Sobre Gonzalo Suárez, escritor y cineasta polifacético, escribió Julio Cortázar:
"Para alguien que aprecie los juegos sigilosos de una inteligencia irónica, y la marginalidad deliberada allí donde la gran mayoría trabaja a full time, la obra resbaladiza y casi inasible de Suárez dibuja en el panorama español contemporáneo algo análogo a lo que pudo dibujar en Francia la obra de Boris Vian."

Santos Domínguez

02 junio 2006

¡El autor, el autor!



David Lodge.
¡El autor, el autor!

Traducción de Jaime Zulaika.
Anagrama. Barcelona, 2006.

Finales de la década de 1880. Henry James, el gran novelista norteamericano, vive en Londres años de desazón y dudas.
La frialdad de la crítica o el fracaso de ventas de obras como Las bostonianas le inducen a intentar el éxito en el teatro, el reconocimiento inmediato del aplauso y la petición del público entusiasta que reclama a gritos que salga al escenario: ¡El autor, el autor!
Este es el tema y el título de la excelente obra de David Lodge que acaba de publicar Anagrama. Un texto profuso en el que conviven el enfoque biográfico y la ficción novelística. Literatura y vida en una novela cuya trama es el esfuerzo constructivo del escritor y la búsqueda del éxito en unos años cruciales en la vida y la creación de Henry James.

La incursión del novelista en el mundillo teatral se saldó con un estrepitoso fracaso. Guy Domville, la obra que debía abrir esa nueva vía en la literatura de Henry James, fue un descalabro que le quitaría las ganas de insistir. La amargura era mayor aún porque esos fracasos coincidían con los éxitos de autores mediocres que conectaban con el público desde su primera obra.

Claro que todo ello tuvo un saldo positivo. Superada esa época confusa y problemática, el novelista se reencontraría consigo mismo a comienzos de siglo con sus mejores obras, que vinieron en una avalancha sorprendente: sucesiva y progresivamente, Los embajadores, Las alas de la paloma y La copa dorada.

Hay en la base de este libro un inteligente manejo de documentación abundante: cartas, cuadernos de apuntes, novelas. Lodge, gemelo de Henry James, no en talento, pero sí en su visión desesperanzada, sombría y humorística de la realidad, del escritor y de sus ambiciones y mezquindades pequeñas, ha construido con ese material una novela que coge altura a medida que se va imponiendo la seriedad de la acción profunda. Porque en ¡El autor, el autor! no hay solo una reflexión sobre la vida y sobre alguna de las obras fundamentales de Henry James, sino una meditación sobre el hombre y los mecanismos que intervienen en el proceso creador.

Con su conocimiento profundo de la escena victoriana y su familiaridad con el taller de la narrativa y la técnica jamesiana, Lodge ha escrito la que seguramente es su obra más importante.
Los lectores de Henry James estarán encantados leyendo este libro que es una recreación, una actualización, un repaso por temas y episodios conocidos. Como introducción al autor y a su obra es una invitación irrenunciable.

En cuanto a la traducción, basta con decir que es de Jesús Zulaika. Esa es garantía suficiente de la calidad del texto resultante.

Santos Domínguez

31 mayo 2006

Pío Baroja, a escena


Miguel Sánchez-Ostiz.
Pío Baroja, a escena.
Espasa. Madrid, 2006.

Con una personalidad tan compleja como la de Baroja, con una obra de tanta apariencia autobiográfica y tan mixtificadora al menos como la de Silvestre Paradox, no se puede tener el convencimiento de que todo está dicho sobre su obra.

Demonizado por unos y sacralizado por otros, su personalidad contradictoria, ha generado toda una bibliografía que bebe en las fuentes de sus memorias y las mira al trasluz.

Desde aquel lejano Pío Baroja en su rincón con el que Pérez Ferrero daba otra imagen del escritor y del hombre, Baroja ha ido saliendo de un espacio de sombra en el que en el fondo parece que nunca quiso estar.

Porque la biografía de Baroja es la del personaje literario que se crea una imagen pública sobre el eje precisamente de su aborrecimiento de lo público, de un carácter insociable más que dudoso.

Aceptemos que no hubo en ello simulación sino incoherencia. Aunque fuera así, explorar esas contradicciones e iluminar esas zonas de sombra justifica un nuevo acercamiento como este que hace Miguel Sánchez Ostiz en un libro de título significativo: Baroja a escena.

Un libro equidistante de la hagiografía barojiana y de la descalificación destemplada de Gil Bera, escrito con admiración contenida y crítica, con la brillante subjetividad de quien culmina en este libro una larga dedicación a Baroja y una lectura consolidada en la que el hombre malo de Itzea, aquel fauno reumático, le irrita y le emociona a la vez. Y con él a los lectores de Baroja y de Sánchez-Ostiz.

La obra de Baroja, y no solo sus memorias, es una autobiografía hecha a medida, la invención de una imagen. Una construcción sistemática pero llena de escamoteos, lagunas y contradicciones del Baroja personaje a través de sus apariciones estelares. Solitario y sociable, humilde y ególatra, insatisfecho y sedentario, rebelde y orgulloso, contradictorio siempre, buscó el calor de las tertulias y la congregación en torno a él de jóvenes admiradores entre los que fue fomentando el culto a la imagen oficial del novelista, su puesta en escena.

Ese es el punto de partida, el método y la tesis de este libro: la idea de que Baroja construyó simultáneamente su obra literaria y su proyección social. Lejano por igual de la inquina y de la beatería, no es este un estudio objetivo, sino una integración de vida y literatura en un peculiar rompecabezas compuesto desde la perspectiva de un curioso de la obra y de la persona que acude, más que a las memorias, a las abundantes contrafiguras que aparecen en sus novelas.

Ese es quizá el más alto valor del libro de Sánchez-Ostiz: el proponer un nuevo e inteligente manejo de materiales que integran y explican vida y literatura, materiales que refrescarán la memoria de los barojianos, que siguen siendo legión agradecida.

El hombre y su obra, dos construcciones paralelas llenas de luces y sombras, de virtudes y defectos, de vitalidad en suma.

Santos Domínguez

27 mayo 2006

El amor y el tiempo y su mudanza


Kenneth Rexroth.
El amor y el tiempo y su mudanza. Cien nuevas versiones de poesía china.

Traducción de Carlos Manzano. Gadir. Madrid, 2006.


Heterodoxo, autodidacta y beat, Kenneth Rexroth (1905-1982) es uno de los nombres imprescindibles en la poesía norteamericana contemporánea.

Y lo más reciente es El amor y el tiempo y su mudanza. Cien nuevas versiones de poesía china. Un libro que apareció en 1970 y que publica Gadir, donde se había editado recientemente una antología de su obra poética en Actos sacramentales.

Pensadas en un principio para su propio y privado uso y disfrute, Rexroth se decidió a publicar estas versiones de poesía china en lengua occidental. La sugerencia, el temblor, la sensibilidad, la reflexión y un agudo sentimiento de la naturaleza se unen aquí para darnos otra dimensión de la poesía y de la realidad en una actividad que tiene más de ejercicio espiritual que de simple práctica literaria.

Actividad de la que surge la piedra filosofal de la poesía como una forma superior de conocimiento y depuración del espíritu. La contemplación serena y una conciencia que ilumina el mundo y es iluminada por él en un diálogo incesante que llamó la atención de otros poetas occidentales como Ezra Pound, que la tradujo, la imitó y la integró en su propia creación.

El amor, el ensueño y la meditación se funden en el marco de una naturaleza estilizada, con otoños propicios para sentir la fugacidad y el agua de los años y un sfumato difuso como la pena que flota en estos poemas y estos paisajes como una variante de la plenitud.
Pocas veces tendrá el lector oportunidades como esta para adiestrarse en el consuelo de la quietud y la escuela de la mirada entre bosques de bambú y flores de almendro, bajo la luna llena y por los senderos del tiempo.

Y en muchos de estos poemas, la sorpresa de encontrar un fondo compartido con la lírica primitiva europea, con las canciones femeninas que aquí se ponían en boca de las muchachas de Al Andalus.
En algunos de estos poemas nos parece oír a aquella misma muchacha inquieta y agitada que no quiere que amanezca o a la criatura impaciente ante la llegada del amigo.
Es la misma que canta junto al río de aguas verdes, al otro lado de un puente. Al otro lado del mundo y al otro lado del tiempo, es la misma muchacha la que se exalta o llora.


La intachable traducción de Carlos Manzano contribuye a acercar a nuestra sensibilidad estos poemas que no son cien, sino ciento once, en parte por generosidad y en parte por la supersticiosa seguridad de que eso trae buena suerte.

Santos Domínguez

25 mayo 2006

Las bostonianas



Henry James. Las bostonianas.

Traducción de Sergio Pitol.
Mondadori. Barcelona, 2006

En su Cuaderno de notas, el 8 de abril de 1883, Henry James, que estaba en Boston por entonces, transcribía la carta que le acababa de escribir a su editor, J. R. Osgood. En ella le daba cuenta del argumento de una nueva novela que había empezado:
El marco de la historia se sitúa en Boston y sus alrededores; relata un episodio conectado con el llamado «movimiento femenino». Los personajes que incluye son en su mayoría personas del tipo reformista radical, particularmente interesadas en la emancipación de las mujeres, en concederles el sufragio, librarlas de las ataduras, coeducarlas con los hombres, etc. Consideran que es ésta la gran cuestión del momento —la reforma más sagrada y urgente.

Fuera de la carta, Henry James hacía esta anotación para sí mismo:

El tema es fuerte y bueno, con un interés ampliamente rico. La relación entre ambas jóvenes debería ser el estudio de una de esas amistades entre mujeres tan comunes en Nueva Inglaterra. Todo debe ser tan local, tan americano, tan lleno de Boston como sea posible: un intento de demostrar que puedo escribir una historia americana.

Esa novela iba a ser Las bostonianas y ocupa una posición central en la producción novelística de Henry James. Publicada cinco años después del Retrato de un dama, en ella está ya el mejor James, el sutil intérprete de la psicología femenina y el lúcido analista de la sociedad norteamericana y europea de finales del XIX.

La clave técnica de casi todas sus novelas es, además del tan mentado punto de vista, la composición, la preocupación por lograr una estructura cuidadosamente pensada por la que discurran el eje narrativo, las acciones y los personajes. Y esa precupación es particularmente visible en una novela como esta, en la que se van entremezclando tres planos con los que se teje un entramado complejo en el que coinciden lo individual, las relaciones de pareja y el trasfondo social.

Lo psicológico, lo sentimental, lo político. Los matices de la personalidad, las claves que explican los comportamientos en las relaciones amorosas entre las dos protagonistas y el convulso telón de fondo del sufragismo y el feminismo en el marco de una sociedad dinámica como la bostoniana de finales del XIX.

En los tres niveles hay luces y sombras, contradicciones, inseguridades, esperanzas y frustraciones. La complejidad psicológica es solidaria de la complejidad de los sentimientos y todo ello se proyecta en las difíciles relaciones sociales y de los esquemas conservadores del poder político.
Un complejo claroscuro ambientado en Bacon Hill, el distrito aristocrático de una sociedad en plena revolución industrial como el Boston de la novela, en el que se nos sumerge con ese ritmo lento y ese fondo de tristeza que suelen dejar en el lector los relatos y las novelas de Henry James.
Pese a la profundidad en el estudio psicológico de las protagonistas, Las bostonianas no tuvo una buena acogida crítica. Fue, eso sí, muy bien acogida por los sectores más abiertos y progresistas de la sociedad norteamericana. De hecho, contribuyó, si no a poner de moda, a normalizar relativa y efímeramente los matrimonios bostonianos, las parejas femeninas de hecho.

La aparición de este clásico en Mondadori, en un formato muy cuidado, recupera la traducción de Sergio Pitol que publicó Seix Barral a principios de los setenta. Y eso le otorga un valor añadido a un libro que por sí solo ya tiene muchos otros.

Santos Domínguez

22 mayo 2006

El hijo de Gutenberg


Borja Delclaux. El hijo de Gutenberg
Nueva Biblioteca. Lengua de Trapo, 2006.

Ha muerto el dadaísmo, viva dadá. Con ese motivo se celebra una exposición en una imprenta. Allí coinciden Vargas, administrador de fincas, y Bruno, contable, que ya se conocían. Y ahora se reconocen y descubren la doble vida del otro: uno es linotipista un día a la semana; el otro es un experto en pantuflas.

El hijo de Gutenberg, que ha publicado Lengua de Trapo, es la historia de Bruno y Vargas, dos personajes atrabiliarios y tiernos que se alegran de saber que también el otro suele ir con los calcetines desparejados; la historia de la relación entre sujetos, pero también entre sujetos y objetos. La mirada del autor y de los personajes sobre el mundo es tan peculiar que los hombres, los animales y las cosas acaban cobrando una nueva dimensión y el mundo queda iluminado con una nueva luz. De esa manera, la mirada de los personajes da nueva vida a los objetos que les rodean, y los objetos, a su vez, influyen en los personajes para hacer que se comporten y acaben siendo de otra forma.

Y así, Dadá, Cortázar y los cronopios acaban conjurándose para que se nos haga creíble el desarrollo de la vida en el interior de unas zapatillas-tiesto.

De Borja Delclaux (1958-2006) decía Javier Goñi que pertenece a la tribu de los frecuentadores del fulgor de unas pocas palabras. Eso explica el divertido episodio de la competición de palíndromos entre dos personajes, Otto y Elle que son –también ellos- dos palíndromos.
Entre La sed de sal, y Loca la albahaca habla a la col, un palíndromo dadaísta en el que resuena la voz de Neruda, un ejercicio constante de divertido fulgor entre internautas.

Creo que me hice escritor -confesaba Delclaux- cuando leí Rayuela y descubrí una escritura diferente, una forma distinta de plantearse la literatura. No me atrevo a decir que me influyó —de hecho, por si acaso se me cae, no he vuelto a leerla ni creo que lo haga nunca—, pero me abrió una puerta y me mostró un camino que yo estaba buscando sin saberlo. No me atrevo a citar ninguna influencia en particular, aunque seguramente a uno le influyen, de una u otra forma, todos los escritores que va conociendo. Y no sólo escritores: también artistas como Duchamp, cuya vida y obra he seguido con enorme interés. Hay, sin embargo, un libro con el que, salvando las distancias, encuentro cierta identificación con mi novela: Historia abreviada de la literatura portátil.

Perteneciente según confesión propia a la secta de los walserianos, no es que trate de imitarlo, porque el mundo de Walser es inimitable, pero hay unos rasgos de familia, una actitud ante el mundo, una forma de mirar a los demás y de enfocar la vida desde una radical soledad que le emparenta de forma inconfundible con el autor de los Microgramas y con el absurdo asumido a través de un humor inteligente.

Terminado El hijo de Gutenberg – decía Borja Delclaux hace pocas semanas- he vuelto a La sonrisa de un árbol, novela que tengo bastante avanzada y que espero terminar... Eso nunca se sabe. En un futuro me gustaría escribir un segundo libro de picatostes.

Desgraciadamente, nada de eso será ya posible. Borja Delclaux murió el pasado 8 de abril sin coronar esos dos proyectos.

Nos deja de recuerdo un libro como este.

Santos Domínguez

20 mayo 2006

Puedo escribir los versos más tristes esta noche


Félix Grande
Puedo escribir los versos más tristes esta noche
Bartleby Editores. Madrid, 2006

Para inaugurar su nueva colección Lecturas21 Bartleby acaba de reeditar, con una lectura de Manuel Vilas, Puedo escribir los versos más tristes esta noche, un libro de poemas en prosa que Félix Grande escribió entre 1967 y 1969 y que se editó formando parte de Biografía, su obra poética completa.
Es la primera vez que se publica exento este libro alucinado y potente, lleno de misterio y de temblor, de técnica y llanto. Un libro escrito entre Blanco Spirituals y las Rubáiyátas de Horacio Martín, dos obras esenciales de las que existe una magnífica edición prologada y anotada por Manuel Rico en Cátedra Letras Hispánicas.

Poesía visionaria que se proyecta sobre la realidad cotidiana para ungirla con la dignidad del dolor o la protesta desde una posición moral que va más allá del compromiso con la realidad y con la palabra poética, como si nos hablase un Lear contemporáneo.
Nos llega desde estos poemas en prosa la respiración atormentada y jadeante del insomne, del exiliado del mundo que pelea a pecho abierto contra la injusticia metafísica del tiempo y contra injusticias más concretas.
Quedan estos textos como el testimonio de un hombre que dialoga consigo mismo y con los demás y se purifica en ese experimento con los límites del lenguaje y de la realidad.
Límites que en el libro quedan marcados por un espacio que cubren las palabras entre la primera frase (Caía en mi herida como en un barranco) y la última (Y todo es solitario y sideral).

Decía más arriba que es la primera entrega de Lecturas21, una colección con la que Bartleby irá recuperando libros esenciales de la poesía española contemporánea que no se encuentran ya en ediciones exentas. Se anuncian ya nuevas entregas: Fiesta en la oscuridad, de Diego Jesús Jiménez, Tratado de urbanismo, de Ángel González, Descrédito del héroe, de Caballero Bonald y Blues castellano, de Gamoneda.
Santos Domínguez

18 mayo 2006

El testamento de un bromista





Jules Vallès
. El testamento de un bromista.
Traducción de Luis Eduardo Rivera.
Periférica. Cáceres, 2006.

Construido como una sucesión de viñetas, este Testamento de un bromista que publica por primera vez en español Periférica con una traducción de Luis Eduardo Rivera, es un peculiar diario que se inicia en 1838 cuando el bromista tiene, como Jules Vallès (1832-1885), seis años.

Estos apuntes autobiográficos, estas escenas rápidas y vivas, estos bocetos de una niñez maltratada sirvieron de base para la redacción de El niño, la primera novela de la trilogía autobiográfica Jacques Vingtras, que completan El bachiller y El insurrecto y que admiraron lectores tan dispares como Zola, Camus o Jorge Semprún.

El testamento de un bromista se publicó en 1869, un par de años antes de la Comuna de París de 1871 y es en gran medida una explicación de sus causas y de la experiencia de Vallès como víctima de una sociedad injusta y arbitraria. Con una educación degradante y cruel que le preparaba para ser mendigo, criado o asesino, el personaje acaba siendo un revolucionario. La fuerza de esos cuadros que articulan el relato es la que procede de lo vivido, de lo sufrido, porque este es un texto amargo y escrito en unos tonos negros apenas suavizados por algún leve toque de humor distante.

Cuando La Pléiade publicó la obra de Vallès no incluyó este texto, por el que su autor sintió el aprecio que se tiene ante lo germinal, ante lo que finalmente cumplió la misión imprescindible del borrador o del acopio de materiales que acaban integrándose en un proyecto más amplio.

Este es su brillante antecedente.

Santos Domínguez

16 mayo 2006

Connolly. Obra selecta



Cyril Connolly. Obra selecta.
Lumen. Barcelona, 2005.


Uno de los mejores críticos del siglo XX, W.H. Auden reclamaba una práctica desenfadada y conversacional, en la que estuviera desterrado el engolamiento académico. Exactamente eso es lo que representa él mismo o su amigo Cyril Connolly, del que Lumen ha publicado un voluminoso tomo con su Obra selecta, un enjundioso libro de más de mil páginas de imprescindible y refrescante lectura.

Aquí, donde la crítica se ha hecho por gente que no escribe y a veces ni siquiera lee, o lee sin gusto o con envidia, o con la parcialidad y la mala intención propias de los académicos de Argamasilla, ese tipo de crítica(con alguna brillante excepción como El pie de la letra de Gil de Biedma, que hoy se puede leer en una cuidada edición en Mondadori) ni se practica ni se entiende. Pero quizá es la única que de verdad agradecen los lectores. Una crítica que a veces no es demasiado profunda, ni demasiado rigurosa, pero es siempre apasionada y sincera porque está hecha con la visceralidad y la subjetividad del buen lector que fue Connolly. Practicada sin pompa ni dogmatismo, esa tarea está cerca del memorialismo porque para los buenos lectores literatura y vida se confunden para bien y para mal y las lecturas se integran en sus recuerdos personales.

Heredero de Chesterton en más de un aspecto, Cyril Connolly es, como aquel, un escritor inteligente y desenfadado. Fue un novelista y un poeta frustrado y a pesar de eso no ejerció el rencor en las reseñas sobre las que proyectó su talento indisciplinado. Pertenece a la espectacular promoción de escritores (Auden, Orwell, Isherwood) que sucedió al grupo de Bloomsbury. Como ellos, vivió una época de convulsiones políticas y morales. Igual que Auden, que escribió el famoso Spain 1937, como el Orwell de Homenaje a Cataluña, Connolly estuvo en España durante la guerra civil como corresponsal en la retaguardia republicana y con ese motivo escribió excelentes artículos, algunos de los cuales se recogen en esta edición.

Disperso y desordenado, Connolly terminó pocas obras. Una de ellas, Enemigos de la promesa (1938) es una interesante ingagación sobre la literatura contemporánea en la que se mezclan el ensayo y la autobiografía. Se abordan en ese libro los peligros a los que tiene que enfrentarse el joven escritor: el periodismo, el éxito, la pereza, el compromiso. Esos son los enemigos de la promesa.

Tú de verdad escribes sobre literatura -le decía en una carta Auden a propósito de este libro- de la única manera que resulta interesante a todo el mundo, salvo a los académicos, como una ocupación real semejante a la banca o a follar, con todas sus servidumbres de egoísmo, aburrimiento, excitación y terror.

Sobrevivió a su abulia, a las guerras y a un matrimonio fracasado redactando artículos y cobrando anticipos por obras que no llegaría a escribir nunca.
En cambio, los apuntes (reflexiones, citas, notas de lectura), que va anotando en sus cuadernos entre 1944 y 1945 como el diario de una crisis, cuajaron en un libro misceláneo, inclasificable e intenso: La tumba inquieta, firmada con seudónimo: Palinuro, el timonel de Eneas. Pecios, restos, astillas conforman ese libro de fragmentos, el último de Connolly, que a partir de entonces se dedicó a sobrevivirse a sí mismo, a sus fracasos, a su indolencia con artículos y recopilaciones.

Todo eso puede leerse en esta Obra selecta recogida con generosa amplitud en esta edición. Eso y lo que seguramente es lo mejor de todo el libro: la selección de textos dispersos sobre poesía y narrativa contemporánea: Hemingway y T.S. Eliot, e.e. cummings y Joyce, Auden y Orwell aparecen analizados en textos memorables que podrían servir de prólogo a cualquier edición rigurosa de esos autores.

Y el último artículo, La poesía, mi primer y último amor. Lo escribió Connolly en 1974, poco antes de morir, y es su brillante testamento crítico.


Santos Domínguez

14 mayo 2006

La verdad de Agamenón

Javier Cercas.
La verdad de Agamenón. Crónicas, artículos y un cuento.
Tusquets. Barcelona, 2006.


La verdad de Agamenón es el vertiginoso y divertido cuento que cierra este libro y lo abre. Le da título y es el último de los textos reunidos en este volumen recopilatorio del Cercas disperso que publica Tusquets. A la vez homenaje y parodia, es un relato ejemplar, uno de esos textos que resumen las claves narrativas, literarias y vitales de su autor.

Híbrido de técnicas y enfoques, conviven en ese cuento y en los artículos de La verdad de Agamenón la realidad y la ficción, la hondura y el sarcasmo en un tránsito por las fronteras de los viejos géneros para completar una imagen cercana del autor de Soldados de Salamina. Aquí la autobiografía se mezcla con la imaginación, la literatura con la memoria, la lectura con la experiencia hasta cuajar en esa fórmula felizmente recuperada de los relatos reales que empezó a publicar en la edición catalana de El País y se recogieron hace unos años en Acantilado.

En el peculiar cajón de sastre que es la literatura caben el provecho y el gusto, la reflexión y el chiste, el relato y el apunte autobiográfico. Creo que en ese mestizaje de literatura y realidad, de narración y crónica está no solo el mejor Cercas, sino sus peculiares señas de identidad.

Los textos que ahora se recogen en este volumen enjundioso y apretado se habían venido publicando en los últimos cinco años.

Es una reunión de perplejidades y nostalgias que se agrupan en la sección Autobiografías, son los textos combativos o plémicos de Cartas de batalla, los Nuevos relatos reales que retoman la línea de los textos mestizos a los que se aludía más arriba, los homenajes a los narradores, poetas o ensayistas con los que Cercas mantiene el diálogo de la gratitud y el reconocimiento.

El título del libro es una alusión al chiste que abre el Juan de Mairena. Javier Cercas explica en el prólogo el sentido del pasaje machadiano. Contra la verdad oficial de los que se arrogan la autoridad sobre la palabra para falsificar la realidad y reescribir la historia está escrito este libro.
Santos Domínguez

12 mayo 2006

Ligero de equipaje


Ian Gibson.
Ligero de equipaje. La vida de Antonio Machado.
Aguilar. Madrid, 2006.


En ningún otro poeta español contemporáneo se cumple de modo tan natural la compenetración entre vida y literatura como en Antonio Machado. Por eso era tan indispensable en la bibliografía machadiana un libro como este Ligero de equipaje de Ian Gibson que acaba de publicar Aguilar.
Desde las viejas biografías de Pérez Ferrero o Ribbans han ido apareciendo nuevos datos y nuevos textos que hacían imprescindible un estudio global como este, que es más que una biografía.
Un estudio en el que debían integrarse adecuadamente en una visión revisada los nuevos datos biográficos a la luz de unos textos que a su vez quedan iluminados por la peripecia vital de quien no es ( ni de lejos) el mejor poeta del siglo XX, pero sí probablemente su referencia fundamental, el poeta más importante. No es lo mismo.

Y ese es precisamente el valor de este Ligero de equipaje: más que la aportación de novedades, una integración de referencias biográficas y poéticas para llenar un hueco, para construir una imagen total de Antonio Machado, un recorrido minucioso por su biografía y su trayectoria literaria.

Escrito con admiración y sin beatería, el libro es también un homenaje al poeta que Gibson frecuenta desde hace cincuenta años.

Es muy inteligente el planteamiento que hace Gibson cuando organiza el libro en una doble línea que une tiempo y espacio, la geografía vital con la palabra en el tiempo que es el poema para Antonio Machado. De esa manera se nos lleva, combinando tiempo, espacio y poesía, de Sevilla a Collioure pasando por el Madrid bohemio de las tertulias, el teatro y el periodismo o el París simbolista de Verlaine.

Y ya en la fase de madurez, Soria y el paisaje de Castilla y Leonor y la Baeza provinciana de don Guido. Y entre Segovia y Madrid el tren y Guiomar, una relación problemática y desdichada, una de las tres heridas de Antonio Machado, junto con Leonor y la guerra.

No se trata solo de esos paisajes exteriores, sino también y sobre todo de las galerías del alma, de los paisajes íntimos: del patio de la niñez o la rebotica oscura o la fuente del recuerdo. Unos espacios domésticos propensos al recuerdo, a la evocación y a la ensoñación simbolista.

Con un manejo muy solvente de datos y textos a la que nos tiene acostumbrados desde su monumental biografía de Lorca, Gibson ha elaborado otra de esas obras definitivas que además son un éxito de ventas.

Habrá (estoy seguro) una reedición muy pronto. Será el momento de corregir las transcripciones descuidadas de algunos textos en los que se han deslizado errores que afean el libro y desmerecen de una obra que se ha hecho con tanto esfuerzo y talento.

Santos Domínguez