Henry James. Las bostonianas.
Traducción de Sergio Pitol.
Mondadori. Barcelona, 2006
En su Cuaderno de notas, el 8 de abril de 1883, Henry James, que estaba en Boston por entonces, transcribía la carta que le acababa de escribir a su editor, J. R. Osgood. En ella le daba cuenta del argumento de una nueva novela que había empezado:
El marco de la historia se sitúa en Boston y sus alrededores; relata un episodio conectado con el llamado «movimiento femenino». Los personajes que incluye son en su mayoría personas del tipo reformista radical, particularmente interesadas en la emancipación de las mujeres, en concederles el sufragio, librarlas de las ataduras, coeducarlas con los hombres, etc. Consideran que es ésta la gran cuestión del momento —la reforma más sagrada y urgente.
Fuera de la carta, Henry James hacía esta anotación para sí mismo:
El tema es fuerte y bueno, con un interés ampliamente rico. La relación entre ambas jóvenes debería ser el estudio de una de esas amistades entre mujeres tan comunes en Nueva Inglaterra. Todo debe ser tan local, tan americano, tan lleno de Boston como sea posible: un intento de demostrar que puedo escribir una historia americana.
Esa novela iba a ser Las bostonianas y ocupa una posición central en la producción novelística de Henry James. Publicada cinco años después del Retrato de un dama, en ella está ya el mejor James, el sutil intérprete de la psicología femenina y el lúcido analista de la sociedad norteamericana y europea de finales del XIX.
La clave técnica de casi todas sus novelas es, además del tan mentado punto de vista, la composición, la preocupación por lograr una estructura cuidadosamente pensada por la que discurran el eje narrativo, las acciones y los personajes. Y esa precupación es particularmente visible en una novela como esta, en la que se van entremezclando tres planos con los que se teje un entramado complejo en el que coinciden lo individual, las relaciones de pareja y el trasfondo social.
Lo psicológico, lo sentimental, lo político. Los matices de la personalidad, las claves que explican los comportamientos en las relaciones amorosas entre las dos protagonistas y el convulso telón de fondo del sufragismo y el feminismo en el marco de una sociedad dinámica como la bostoniana de finales del XIX.
En los tres niveles hay luces y sombras, contradicciones, inseguridades, esperanzas y frustraciones. La complejidad psicológica es solidaria de la complejidad de los sentimientos y todo ello se proyecta en las difíciles relaciones sociales y de los esquemas conservadores del poder político.
Un complejo claroscuro ambientado en Bacon Hill, el distrito aristocrático de una sociedad en plena revolución industrial como el Boston de la novela, en el que se nos sumerge con ese ritmo lento y ese fondo de tristeza que suelen dejar en el lector los relatos y las novelas de Henry James.
Pese a la profundidad en el estudio psicológico de las protagonistas, Las bostonianas no tuvo una buena acogida crítica. Fue, eso sí, muy bien acogida por los sectores más abiertos y progresistas de la sociedad norteamericana. De hecho, contribuyó, si no a poner de moda, a normalizar relativa y efímeramente los matrimonios bostonianos, las parejas femeninas de hecho.
La aparición de este clásico en Mondadori, en un formato muy cuidado, recupera la traducción de Sergio Pitol que publicó Seix Barral a principios de los setenta. Y eso le otorga un valor añadido a un libro que por sí solo ya tiene muchos otros.
El marco de la historia se sitúa en Boston y sus alrededores; relata un episodio conectado con el llamado «movimiento femenino». Los personajes que incluye son en su mayoría personas del tipo reformista radical, particularmente interesadas en la emancipación de las mujeres, en concederles el sufragio, librarlas de las ataduras, coeducarlas con los hombres, etc. Consideran que es ésta la gran cuestión del momento —la reforma más sagrada y urgente.
Fuera de la carta, Henry James hacía esta anotación para sí mismo:
El tema es fuerte y bueno, con un interés ampliamente rico. La relación entre ambas jóvenes debería ser el estudio de una de esas amistades entre mujeres tan comunes en Nueva Inglaterra. Todo debe ser tan local, tan americano, tan lleno de Boston como sea posible: un intento de demostrar que puedo escribir una historia americana.
Esa novela iba a ser Las bostonianas y ocupa una posición central en la producción novelística de Henry James. Publicada cinco años después del Retrato de un dama, en ella está ya el mejor James, el sutil intérprete de la psicología femenina y el lúcido analista de la sociedad norteamericana y europea de finales del XIX.
La clave técnica de casi todas sus novelas es, además del tan mentado punto de vista, la composición, la preocupación por lograr una estructura cuidadosamente pensada por la que discurran el eje narrativo, las acciones y los personajes. Y esa precupación es particularmente visible en una novela como esta, en la que se van entremezclando tres planos con los que se teje un entramado complejo en el que coinciden lo individual, las relaciones de pareja y el trasfondo social.
Lo psicológico, lo sentimental, lo político. Los matices de la personalidad, las claves que explican los comportamientos en las relaciones amorosas entre las dos protagonistas y el convulso telón de fondo del sufragismo y el feminismo en el marco de una sociedad dinámica como la bostoniana de finales del XIX.
En los tres niveles hay luces y sombras, contradicciones, inseguridades, esperanzas y frustraciones. La complejidad psicológica es solidaria de la complejidad de los sentimientos y todo ello se proyecta en las difíciles relaciones sociales y de los esquemas conservadores del poder político.
Un complejo claroscuro ambientado en Bacon Hill, el distrito aristocrático de una sociedad en plena revolución industrial como el Boston de la novela, en el que se nos sumerge con ese ritmo lento y ese fondo de tristeza que suelen dejar en el lector los relatos y las novelas de Henry James.
Pese a la profundidad en el estudio psicológico de las protagonistas, Las bostonianas no tuvo una buena acogida crítica. Fue, eso sí, muy bien acogida por los sectores más abiertos y progresistas de la sociedad norteamericana. De hecho, contribuyó, si no a poner de moda, a normalizar relativa y efímeramente los matrimonios bostonianos, las parejas femeninas de hecho.
La aparición de este clásico en Mondadori, en un formato muy cuidado, recupera la traducción de Sergio Pitol que publicó Seix Barral a principios de los setenta. Y eso le otorga un valor añadido a un libro que por sí solo ya tiene muchos otros.