Felipe Benítez Reyes.
Caballero Bonald.
Entre el mito y el verbo.
Centro Andaluz de las Letras. Sevilla, 2022.
Entre el mito y el verbo es el título del volumen en el que Felipe Benítez Reyes recorre la vida y la obra poética, novelística y memorialística de José Manuel Caballero Bonald.
Forma parte de la colección ‘Clásicos Singulares’ del Centro Andaluz de las Letras, que conmemoró con su publicación el primer aniversario de la muerte de Caballero Bonald.
El volumen, que se abre con dos retratos evocadores de la figura de Caballero Bonald, recuperados de publicaciones anteriores de Benítez Reyes (‘Verticalidad de Caballero’ y ‘El emperador Bonald’) se organiza en torno a tres ejes: la poesía, la novela y las memorias.
Tres ejes creativos vinculados por dos líneas de fuerza: la dimensión mítica de un mundo resumido en el territorio de Doñana, convertido en el espacio literario de Argónida, y la preocupación por el estilo de quien, como recuerda Benítez Reyes, “se permitió, entre la jactancia y la broma, algunas hipérboles: «No estoy capacitado para escribir mal» o «Puedo perder la salud buscando un adjetivo».”
Una preocupación estilística que le llevaba a afirmar en una entrevista que “el lenguaje es para mí una ética, una reflexión ético-estética. Mi ética, mi responsabilidad como escritor, consiste en mi trabajo artístico con el lenguaje, en la búsqueda de un lenguaje que se corresponda con una aproximación al conocimiento de la realidad. Las palabras que yo uso son las que mejor hablan de mí.”
En Somos el tiempo que nos queda reunió Caballero Bonald toda su obra poética, sometida a un constante proceso de revisión y depuración, desde Las adivinaciones, Descrédito del héroe o Diario de Argónida hasta Manual de infractores o La noche no tiene paredes, que se abre con esta ‘Teoría de los antídotos’:
La edad me ha ido dejando
sin venenos, malgasté en mala hora
esa fortuna,
¿qué más puedo perder?
Llega el tiempo ruin de los antídotos.
Materia devaluada, la aventura
disiente de ella misma y se aminora.
Ya sólo quedan rastros de peligros,
una zona prohibida apenas frecuentada,
la pauta exigua de lo inconfesable,
cierto amago fugaz de furia y desacato.
La osadía de bordes delictivos,
los deseos gastados
en los bruscos dispendios de la infidelidad,
la virtud y su inercia depravada,
el amor consumiéndose
como un licor impuro, la excitante
trastienda de la noche,
¿qué se hicieron?
Los años, ay de mí, me han desmentido.
Tras un recorrido por sus cinco novelas (desde el realismo social de Dos días de septiembre al realismo mágico de la cima narrativa que es Ágata ojo de gato; desde cruce problemático del pasado y el presente de Toda la noche oyeron pasar pájaros, a la irrealidad alucinatoria de Campo de Agramante, pasando por la más endeble En la casa del padre) y por sus dos tomos de memorias (Tiempo de guerras perdidas y La costumbre de vivir), agrupadas luego en La novela de la memoria, un último capítulo aborda la relación de Caballero Bonald con otros escritores y con el propio Benítez Reyes, que escribe:
Cuando me propusieron la escritura de estas páginas, alguien, ante mi duda de poder abordar de manera crítica –y por tanto fría– la obra de un amigo recién muerto, me sugirió la opción de acogerme al registro de la «semblanza personal», al anecdotario más o menos curioso y más o menos indiscreto –todo anecdotario lo es– de mi larga relación amistosa con José Manuel Caballero Bonald, que de ese modo pasaría a ser llanamente Pepe.
Ese tipo de libros, en fin, que corren el riesgo de convertirse en un relato del tipo «Yo y un hombre célebre que pasaba por allí», por ese orden, y con esa mayúscula.
Aparte de que algo así no me hubiese dado para más de una veintena de páginas, y me temo además que muy triviales, y aparte de mi sospecha de que lo que entendemos por anécdota queda mejor de viva voz que por escrito, no creí que fuese el registro adecuado: de cara al público, un escritor es su obra, debe ser su obra, aun en el caso de que, de puertas para adentro, el autor de esa obra haya sido un querido amigo.
Santos Domínguez