15/6/22

Todo Ripley

 

Patricia Highsmith.
El talento de Mr. Ripley.
La máscara de Ripley.
El amigo americano.
Tras los pasos de Ripley.
Ripley en peligro.
Traducciones de Jordi Beltrán e Isabel Núñez.
Compactos Anagrama. Barcelona, 2022.

Pocos personajes literarios tan objetivamente despreciables como Tom Ripley son a la vez capaces de suscitar la comprensión del lector y hasta una simpatía cercana a la complicidad. El mérito evidente es de Patricia Highsmith, que construyó desde dentro y con profundidad psicológica un personaje complejo y contradictorio, reprobable y seductor y lleno de matices.

“En mi primer libro sobre Tom Ripley, éste es un joven de 25 años, inquieto y sin tra­bajo en Nueva York, que temporalmente vive en el apartamento de un amigo. Se había quedado huérfano a una edad temprana y fue criado en Boston por una tía bastante tacaña. Tiene un cierto talento para las matemáticas y la mími­ca, y estas dos habilidades lo capacitan para llevar adelante. por carta y teléfono, un pequeño juego de intimidación a los contribuyentes estadounidenses: les pide un nuevo pago a una oficina del Servicio Interno de Recaudación cuya sucursal. dice, se encuentra en una determinada dirección: la del amigo en cuya casa está viviendo, y Ripley recoge las cartas cuando llegan, aunque no puede hacer nada con los cheques que éstas contienen excepto reírse con una extraña satisfacción.
Cuando Ripley se da cuenta una no­che de que es seguido en las calles de Manhattan por un hombre de mediana edad, su primer pensamiento es que el hombre es, o podría ser, un agente de la policía enviado para detenerle por su fraudulento juego tributario. El segui­dor resulta ser el padre de un conocido de Ripley al que a éste, de entrada, le resulta difícil recordar: Dickie Greenleaf, que ahora vive en Europa, dice el padre. Herbert Greenleaf invita a Tom a cenar al día siguiente, y en la cena Tom conoce a la madre de Dickie y tiene una visión momentánea de las más refinadas cosas de la vida: buen mobiliario, servicio de plata en la mesa, orden y buenas maneras. Estas cosas —se da cuenta Tom, y no por vez primera— constituyen sus aspiraciones. Además, los Greenleafle ofrecen costearle un viaje de ida y vuelta a Italia. Tom acepta ir”, escribía Patricia Highsmith en ‘El escenario del crimen’, un artículo en el que evocaba las primeras andanzas de su mejor creación: Tom Ripley.

En torno a ese antihéroe amoral, inteligente y refinado, en torno a ese psicópata sin escrúpulos a la hora de medrar, estafador, asesino implacable e impune y sin embargo fascinante, vertebró Patricia Highsmith su ciclo de cinco novelas que inició en 1955 con El talento de Mr. Ripley y prolongó hasta 1991, pocos años antes de su muerte, con la última entrega, Ripley en peligro.

Algunas de esas novelas han tenido memorables adaptaciones cinematográficas como la de René Clément en 1960 (A pleno sol, protagonizada por Alain Delon) o El amigo americano de Wim Wenders en 1977, con Matt Damon en el papel de Ripley.

A propósito de esa última adaptación hay una anécdota muy significativa: Patricia Highsmith vio aquella versión cinematográfica y no le gustó nada hasta que la vio por segunda vez, lo que posiblemente revela también la complejidad de un personaje tan poliédrico y escurridizo como el ambiguo simulador que es Tom Ripley, un mentiroso reprobable y atractivo, cínico y generoso, insolente y audaz, emocionalmente frágil y sociópata, autor directo de ocho asesinatos y promotor o inductor de otras cuatro muertes.

Porque, como escribió Graham Greene en una de las mejores aproximaciones al universo literario de Patricia Highsmith, “no estamos ya en el mundo que creíamos conocer, sino en otro que, de un modo aterrador, parece más real que la casa de al lado. Los actos son repentinos y espontáneos y los motivos a veces tan inexplicables que solo podemos darlos por válidos.”

Ripley es uno de esos “criminales simpáticos” de los que habla su creadora en uno de los capítulos de Suspense. Cómo se escribe una novela de intriga: “Hay muchas clases de libros de suspense —por ejemplo, relatos protagonizados por espías del gobierno— que dependen de héroes psicópatas o neuróticos como los míos. Los escritores que deseen escribir libros parecidos a los míos se encuentran con un problema extra: cómo hacer que el héroe sea simpático, o, al menos, que sea razonablemente simpático. A menudo resulta tremendamente difícil. Aunque pienso que todos mis héroes criminales son bastante simpáticos, o al menos no son repugnantes, debo reconocer que no he conseguido que todos mis lectores piensen lo mismo, si he de juzgar por los comentarios que me han hecho: «Encontré a Ripley (A pleno sol) interesante, supongo, pero en realidad me pareció odioso. ¡Uf!».”

Compactos Anagrama recupera, con traducciones de Jordi Beltrán e Isabel Núñez, los cinco títulos de esta serie absorbente y adictiva sobre la mentira y la simulación, una estimulante lectura veraniega, trepidante y de intenso suspense, entre la perversidad del personaje y el placer de la lectura de las obras más significativas y asombrosas de una maestra de la narrativa contemporánea que va mucho más allá de los límites literarios de la novela negra. 

Para leer a pleno sol y celebrar párrafos como estos:

La atmósfera de la ciudad se hacía más extraña a medida que transcurrían los días. Era como si algo se hubiese marchado de Nueva York —su realidad o su importancia— y la ciudad estuviese montando un espectáculo para él solo, un espectáculo colosal de autobuses, taxis y gente que caminaba presurosa por las aceras, de televisores enchufados en todos los bares de la Tercera Avenida, de cines con el neón de las marquesinas encendido en plena luz del día, y de efectos sonoros compuestos por el sonar de millares de claxons y voces humanas que parloteaban sin sentido. Parecía que el sábado, cuando su buque soltase amarras, toda la ciudad de Nueva York iba a desplomarse como una gigantesca tramoya de cartón piedra.
Tom pensó que quizá era que estaba asustado. Odiaba el mar. Nunca había viajado por mar, salvo un viaje de ida y vuelta desde Nueva York hasta Nueva Orleans, pero a la sazón lo había hecho en un buque platanero, pasándose la mayor parte del viaje trabajando bajo cubierta, sin apenas darse cuenta de que navegaban por el mar. Las escasas veces que se había asomado a la cubierta, la vista del mar le había asustado al principio, luego le había hecho sentirse mareado, impulsándole a regresar corriendo a la bodega, donde, en contra de lo que decía la gente, se había sentido mejor. Sus padres habían perecido ahogados en el puerto de Boston, lo cual, según siempre había pensado Tom, tal vez tenía algo que ver en su aversión hacia el mar, ya que, desde que tenía uso de razón, el agua le infundía pavor, y nunca había conseguido aprender a nadar. Al pensar que en el plazo de menos de una semana iba a tener agua bajo sus pies, con varias millas de profundidad, sufría una sensación de vacío en la boca del estómago, y aún más al pensar que pasaría la mayor parte de su tiempo contemplando el mar, ya que en los transatlánticos el pasaje pasaba casi todo el día en cubierta. Además, tenía la impresión de que marearse resultaba muy mal visto. Nunca le había sucedido anteriormente, pero había estado muy cerca de marearse durante los últimos días, con sólo pensar en el viaje a Cherburgo.

Santos Domínguez