Xavier Franquesa.
Mentir es un instante.
Ediciones del subsuelo. Barcelona, 2020.
“Mentir es un instante reúne
una selección de cuentos aparentemente diversos, pero todos ellos con un
núcleo común: el imposible acceso a una verdad que no mienta. Porque
toda verdad, y en estos cuentos hay mucha, deja de serlo en el momento
en que se dice, en el momento en que una palabra le da soporte. Sin
embargo, estos cuentos no nos abandonan a esa impotencia sino que nos
enfrentan a una imposibilidad con la que hay que arreglárselas”, escribe
Rosa Roca Romalde en el posfacio de Mentir es un instante, el volumen que reúne catorce relatos de Xavier Franquesa en Ediciones del subsuelo
en torno a este punto de partida resumido en su pórtico: “Mentir es un
instante; supone el valor de la decisión, la voluntad de ocultar esa
verdad que siempre se nos escapa.”
Entre La vida de los espejos y El cine de Jonas Winnicott,
catorce cuentos que exploran los límites de la expresión verbal y la
fantasmagoría de la realidad con una admirable agilidad narrativa y con
una prosa trabajada y eficiente que lleva al lector a un potente
territorio de ficción que invade el mundo real.
Con narradores que entran y salen de los relatos como en un trampantojo para mostrar distintas perspectivas de los hechos, incluso contradictorias, propias de un mundo equívoco, para reflexionar sobre la materia narrada y para apelar a la complicidad del lector, hay en estos cuentos reflexiones constantes sobre la escritura, como estas:
Escribir
lleva tiempo y eso sume a menudo al autor de una historia en la
incertidumbre de mantenerse en sus trece, o en sus convicciones, al
verse obligado a dar con una explicación sobre determinados hechos y
acontecimientos que distan mucho de ser como los cuenta. Pero por algo
había que empezar, dado que las evidencias cambian de aspecto y de
nombre con suma facilidad. En eso estarán ustedes de acuerdo conmigo.
La
literatura debería ser no un espejo sino una mentira que aparece en el
espejo; un espejo sobre el que la mano nada encuentra, nada toca sino la
fría y desnuda superficie de lo inexistente, de algo que se niega a
corresponder, a doblegarse a nuestro deseo de otredad. Somos los mismos
al otro lado del espejo, es decir, nada. Allí no hay vida. No la busque
porque no la encontrará.
El humor negro y cómplice con el lector, las sorpresas en la revelación final de las voces del relato más que en los desenlaces y la soltura narrativa recorren estos relatos en los que hay una entrevista en directo con Dios en una iglesia de Soria o un terremoto que interrumpe la venganza de un ex recluso sobre un desenfrenado juez cuesta abajo en una calle de San Francisco, un asesinato de pianista en pleno concierto mientras interpreta una sonata de Schumann, un músico ambulante polaco que toca el acordeón en el metro de Brooklyn, la investigación de un posible asesinato en la estación de Penitents de la línea 3 del metro de Barcelona o un narrador testigo de la discusión de una pareja en el interior de un coche.
Dejo
aquí como muestra y como invitación al libro este párrafo del cuento
inicial, sobre el dudoso accidente de un autobús que cae a un pantano.
Con él puede el lector hacerse una idea del alto nivel literario de
estas espléndidas narraciones:
¡Qué
incómodos debieron de ser para Cipriano los momentos previos al
accidente! Como decía al comienzo, se acercaba por detrás un Chevrolet
Fleetmaster Woody, familiar, tipo rubia, y el conductor del turismo,
anticipándose a un tramo sinuoso repleto de curvas, quiso adelantar —a
Cipriano le pareció una temeridad—, aproximarse al autocar para que este
le cediera el paso arrimándose a su derecha. No queda claro cómo se
comunican dos vehículos en marcha, pero ante la imposibilidad de
dialogar, de que el conductor del Chevrolet pudiera informar amablemente
a Cipriano de que también él tenía prisa, que lo esperaban urgentemente
en Espot antes de las nueve, sólo cabían las intermitentes
exclamaciones previstas en el claxon, interjecciones a lo sumo que sin
el amable concurso de una traducción prevista, en ausencia de convenio,
admiten como solución provisional un mensaje cualquiera; definitiva
también, porque en casos semejantes la interpretación es bien recibida y
si no ayuda a comprender lo que se dice, al menos siempre llama la
atención. Sin que pueda decirse que fuera una casualidad —de no ser el
Chevrolet pudo ser un automóvil cualquiera—, los dos conductores
llegaban al mismo tiempo al recodo donde cabe situar el puente del
siniestro, el del atolladero —así lo llaman los vecinos de la comarca
que en trayecto ascendente circulan desde Sort al Port de la Bonaigua—.
La recta anterior no era muy larga y, siendo así, para dejar pasar al
turismo, Cipriano tenía que echar pie al freno y apear el autocar en la
cuneta. En un día como aquel —como he dicho el retraso era excesivo y
los usuarios del transporte llegaban tarde a su destino—, aquello era
pedir la luna, de modo que, convencido de que lo mejor era no darse por
aludido, hacer oídos sordos a lo que en su opinión no era sino una
impertinencia, el buen hombre se enzarzó con el volante y lo apretó con
las manos como si quisiera atornillarlo al chasis del vetusto y
voluminoso vehículo, sin darse cuenta de que esa acción de
autoafirmación, a falta de otras explicaciones, restaba agilidad, o
entorpecía por completo su voluntad de encarar con eficacia la estrecha
carretera entre los dos pretiles.
Entre la revelación y la alucinación, los relatos de Mentir es un instante
exploran los límites difusos de lo creíble y lo inverosímil hasta el
punto de que el lector de estos cuentos llega al posfacio y duda si no
será otra fabulación la psicoanalista lacaniana que lo escribe con tan
buena prosa.
Ya
sabe el avisado lector que esa no es otra alucinación, que Rosa Roca
Romalde es una persona real, pero hasta ese punto le ha enredado Xavier
Franquesa con la tela de araña que ha ido tejiendo en el libro, hasta
ese punto le ha abducido el poder seductor de estas páginas.
Porque, como se lee en Una sonata, “¿qué es la verdad sino la amiga, la escandalosa pareja sentimental de todo aquello que no es cierto?”
Santos Domínguez