Dominique de Courcelles.
Habitar maravillosamente el mundo.
Jardines, palacios y moradas espirituales
en la España de los siglos XV al XVII.
Prefacio de Tom Conley.
Traducción del francés de Susana Prieto Mori.
Siruela. Madrid, 2020.
“No
se habita únicamente el lugar donde uno se encuentra, sino también
todos los lugares que se ofrecen a la mirada, que llevan la mirada a
otro lugar. Estas realidades, que son las de la percepción visual, están
al servicio del movimiento del cuerpo y del ojo a través de una
diversidad de situaciones y un entramado de recorridos posibles que
asocian a la experiencia de habitar el deseo de infinito y eternidad,
ese porvenir presentido, y la memoria del pasado recorrido.
Existe,
pues, creación, es decir,
poiética de un mundo que es otro distinto del
mundo en el cual vivimos, donde se reunirían los tres campos
fundamentales de la axiología humana: la verdad, el bien y la belleza.
El arte de construir jardines, o palacios, o galeras reales, de escribir
un viaje experimental o una búsqueda mística, de pintar paisajes y
glorias celestiales da fe de una renovación de la mirada: filosófica,
alquímica, teológica, política. Se trata al mismo tiempo, a riesgo de
caer en la paradoja, de experimentar y de hechizar duraderamente el
mundo, la estancia en el mundo en armonía con la tierra, el agua, el
aire y el fuego, de establecer sólidamente la estrecha conexión entre el
príncipe, sus países o territorios y sus pueblos. El arte de los
príncipes se acerca a la preocupación mística: habitar maravillosamente
el mundo es habitar el mundo tal cual es, es decir, experimentar la
presencia divina en el mundo, ver el mundo en Dios, estar vinculado al
mundo compartiendo la apertura al infinito”, escribe Dominique de
Courcelles, historiadora de las ideas y especialista en la mística
española del Siglo de Oro, en
Habitar maravillosamente el mundo, un
volumen espléndidamente editado por
Siruela en su colección El Árbol del
Paraíso.
Jardines, palacios y moradas espirituales en la España
de los siglos XV al XVII es el subtítulo de este ensayo que, organizado
en cuatro partes -Palacios y jardines de España, Las maravillas del
universo: de Sevilla a México, Paisajes, mística, magia natural y
Miradas al infinito, deseo de eternidad- y rematado con treinta
ilustraciones, aborda en sus ocho capítulos la renovación de la mirada
renacentista al mundo y al paisaje, a la filosofía y la religión.
Frente al mundo cerrado de la Edad Media, el Renacimiento trajo una apertura de perspectivas mentales y una renovación de la mirada que se proyecta en el arte de construir jardines como forma de ver y reflejar la naturaleza, en la dimensión filosófica y teológica de los palacios y jardines del alma con los que los místicos abordaron los secretos naturales, en la mística del paisaje como invocación y búsqueda poética en fray Luis o san Juan de la Cruz, en el centelleo de plumas durante una misa celebrada por san Gregorio en lo alto de una pirámide azteca, en la mirada hacia la eternidad desde El Escorial y la sierra de Guadarrama o en la visión del infinito a través de la profundidad de la nube ascendente en El entierro del conde de Orgaz.
Todos
los elementos de esa enumeración están conectados por un vínculo común:
la representación plástica o verbal de las conexiones entre lo material
y lo espiritual, entre lo terreno y lo celeste, entre el microcosmos y
el macrocosmos. Así en los jardines granadinos de la Alhambra: “su diseño geométrico, sus terrazas, sus fuentes y estanques y sus plantas suscitan una impresión de paradisiaca serenidad para el mayor placer de los sentidos. En todos los casos, el jardín anuncia la belleza de un mundo nuevo. [...] La visión de los jardines y, tras ellos, del mundo se percibe como una apertura al universo.”
Porque, como señala Tom Conley en el Prefacio,
“los secretos del mundo disfrutan de una luz paradójicamente invisible y
esclarecedora, que a nosotros, habitantes del bajo mundo, nos atañe
ver.”
“¿Consiste habitar maravillosamente el mundo en habitar una utopía? -se pregunta en el prólogo Dominique de Courcelles- La utopía ignora el tiempo. Pero ni los príncipes ni los jardineros ni los místicos ignoran el tiempo, el de los nacimientos y las muertes y las estaciones, el de las batallas en tierra y en mar o en lo más íntimo de sí, el de la grandeza y la derrota de los reinos, el de la edificación de palacios y ciudades, el de la agricultura y la jardinería, el de las grandes ceremonias religiosas, el de la transformación y la conversión interior. En el tiempo de la historia pasada o presente pueden discernirse acontecimientos sorprendentes, admirables, maravillosos, indispensables, que se inscriben en las representaciones literarias o pictóricas y son absolutamente diferentes, nuevos. ¿Acaso no es diferencia pura el jardín de la Casa de Campo, o la ciudad de Sevilla entre el Viejo Mundo y el Nuevo, o el Cántico espiritual de san Juan de la Cruz, o el palacio-monasterio de El Escorial? Con el mismo punto de vista se han seleccionado las Moradas de Teresa de Ávila, un cuadro mexicano de plumas regalado al papa Pablo III, la obra Félix o Libro de maravillas de Ramon Llull, el eje del mundo del retablo de Lluís Borrassà para las clarisas de Vic y El entierro del conde de Orgaz del Greco en Toledo, por citar solo algunos ejemplos.”
Y así, entre reyes y poetas, pintores y místicos, jardineros y arquitectos, sabios y alquimistas, aparece en estas páginas la mirada al jardín como utopía, como galería artística y como esperanza de la vida eterna, el paraíso cerrado para muchos y los jardines abiertos para pocos, del granadino Soto de Rojas, el itinerario alegórico y místico que guía al castillo interior de Santa Teresa, el espacio poético por el que transcurre la travesía espiritual del Cántico de San Juan de la Cruz.
Jardines donde se experimenta un nuevo arte de vivir, como la propuesta filosófica y teológica de los de la Casa de Campo, encargados por Felipe II para verlos desde el Alcázar de Madrid, o los de la Alameda de Hércules y los de la Casa de Pilatos en la Sevilla del XVI, Nueva Roma y proa hacia el Nuevo Mundo, en el México del XVII, la Nueva España, donde en el siglo XVII “más que en Sevilla, se sabe habitar maravillosamente el mundo, se sabe proseguir el sueño heroico o utópico.”
Aquella nueva mirada hacia la eternidad se concretó monumentalmente en la concepción, diseño y construcción en la sierra del Guadarrama de El Escorial -“centro geométrico y místico de España”-, donde se buscó la integración armónica del macrocosmos y el microcosmos:
A través de este arte de habitar maravillosamente el mundo en su centro, según los principios de Pitágoras y Vitruvio, que retoman la perfección arquitectónica del templo de Salomón, en la perspectiva de la ciudad celestial de san Agustín, las miradas del rey, de su corte y sus Estados se encuentran orientadas hacia el infinito de la Trinidad divina. El proyecto cosmológico y teológico de Ramon Llull en su Gran Arte encuentra aquí una inesperada actualización.
Cierra el conjunto un análisis de El entierro del conde de Orgaz, en el que El Greco reflejó en las nubes “el paso de los ángeles y las almas entre dos realidades del habitar, habitar la tierra y habitar el cielo, como otras tantas órbitas en perspectiva siempre renovada, pero siempre alejada del centro infinito, cósmico y divino.”
Por eso -señala la autora en el párrafo final- “contemplar El entierro del conde de Orgaz es aprender a habitar maravillosamente el mundo a la espera de una transmutación anunciada, de un renacimiento celestial y espiritual, del fin del mundo.”
Santos Domínguez