José Antonio Ramírez Lozano.
Un calcetín de lana rojo.
Menoscuarto. Palencia, 2019.
Ignacio Andía no esperaba que un calcetín rojo de lana fuera a cambiar su vida ni que sus artes de pesca se volvieran de repente tan provechosas. Acababa de alquilar aquel pisito de estudiante en Triana y esa noche la fortuna le puso delante el mejor caladero de su vida, el del patio interior. Parece ser que se asomó a tender el dichoso calcetín y, con esa torpeza suya y el recelo de que lo vieran las vecinas, el calcetín se le fue al fondo del patinillo. Y el suyo era un tercero.
Con ese párrafo que proyecta la intriga sobre la trivialidad de un hecho cotidiano comienza el primero de los veinticuatro capítulos de Un calcetín de lana rojo, la novela con la que José Antonio Ramírez Lozano obtuvo en 2017 el Premio de Narrativa Camilo José Cela y que publica Menoscuarto en su colección Cuadrante nueve.
Un relato sobre la negra memoria de la hormiga a la que se alude en la fraternal dedicatoria de la novela que arranca con un comienzo intrigante y un hecho trivial como motor de la historia, porque de eso hace un mundo el protagonista Ignacio Andía, vizcaíno de Yurre, estudiante del último año de Traducción e Interpretación.
Un protagonista tímido, solitario y parco en palabras que vive en un pisito de estudiante en Triana para aprender de la extroversión sevillanas relaciones sociales, “espontaneidad y don de gentes” en ese barrio que es más que un barrio una ciudad en la otra orilla del Guadalquivir, lugar de residencia no sólo del protagonista, sino del propio autor, afincado allí desde hace cuatro décadas.
Un día se le cae un calcetín rojo de lana al patio del tendedero. Y, como en el resto de la literatura de Ramirez Lozano, lo cotidiano se convierte así en la base de la fabulación y la imaginación que sustenta el desarrollo argumental con una complicación progresiva de la trama a la que contribuyen por igual la torpeza social del protagonista y el azar, las señales mal interpretadas y las insuficiencias comunicativas.
Una trama con un misterioso perro pequinés que repudia el mapa de España y un misterio chino en el se cumplirá la misión social y existencial del calcetín, porque “hay un momento en la vida de cada joven en que la fortuna se muestra complaciente y deja el cabo suelto de una señal para que el perdido la interprete y redima con ella su soledad. La de Ignacio había estado en ese calcetín. Con él había descubierto el hilo de esa madeja con que la vida se teje y de la que ahora tenía un cabo en su mano.”
Las sospechas ante la oscura trama china y su amenaza las comparte Ignacio con Sofía Malerba, antropóloga italiana doctoranda en Sevilla. Juntos descubrirán un poema chino cifrado y cosido a una media y proyectarán sus delirios paranoicos sobre las etiquetas chinas de las sopas de sobre, las bufandas y los electrodomésticos. En esas etiquetas irán descubriendo mensajes cifrados y modos de control que preparan una invasión devastadora con las hormigas como correos.
Porque con los chinos -dice un personaje- “ya no queda Europa. Yo creí que mi máquina de afeitar Philips estaba hecha en Holanda y el otro día me da por mirarle la chapa y veo que no, que ponía Made in China. Y lo mismo pasa con los espárragos de Navarra que, si se fija usted en las latas, pone Envasados en Navarra. Origen China.”
Y de San Jacinto a Pagés del Corro unos azares se irán encadenando con otros y los hechos fortuitos o las simples coincidencias se interpretarán como revelaciones para descubrir textos cambiantes escritos por hormigas chinas y mártires que toman las comunicaciones y llegan al Guadalquivir o para comprobar que la trama oriental está infiltrada hasta en las etiquetas de las túnicas de las cofradías. Porque Ignacio y Sofía, intrépidos luchadores contra la conjura amarilla en la Semana de Pasión, tendrán una de sus intervenciones más disparatadas en plena procesión de Lunes Santo con un plan peregrino para liquidarlos.
En medio de todo ese entramado de señales y conjuras, etiquetas y caracteres chinos, una luna de abril con ojeras y unas albóndigas de perro pequinés, doña Mima, viuda de un catedrático de Lengua que hace el elogio del subjuntivo, un afinador de ollas que silban con la pesa el Bolero de Ravel y la marcha nupcial, un sacristán y un comisario o el memorable Antoñito el de los números, que saluda así:
-Veinte más dos, paréntesis, raíz cuadrada de tres por siete, cierra paréntesis, más siete.
Pero no todo es aquí trama y peripecia, paisaje de patio de vecinos y personajes, ironía y humor. Hay fragmentos como este donde brilla el cuidado de la prosa:
Hay tardes de domingo que hacen interminable la agonía de la semana. Son tardes lánguidas que se apagan en su propia tristeza, esa tristeza agria por ahíta, rayada por el llanto impaciente de algún niño o la cucharilla del café. La del de Ramos no. La del de Ramos es una tarde de domingo que aventura la Semana de Pasión y hay una lumbre en ella que no acaba de apagarse y queda como un horizonte, un lubricán de sangre y espinas.
Y hay también un hueco para reflexionar sobre la escritura, la vida y las palabras:
El mundo estaba más allá de la escritura. Detrás de las palabras hay cientos de lecturas posibles que son, a la postre, la vida misma.
Santos Domínguez