24/12/18

Ernest Hemingway. En nuestro tiempo


Ernest Hemingway.
En nuestro tiempo.
Prólogo de Ricardo Piglia. 
Traducción de Rolando Costa Picazo.
Lumen. Barcelona, 2018.

In Our Time fue considerado desde su aparición en 1925 un clásico que renovaba la tradición narrativa. La calidad de su prosa y la originalidad de su estructura lo convierten en uno de los mejores libros de cuentos que se han escrito. Aparte de los irrepetibles modelos tradicionales (como Las mil y una noches o el Decamerón) el libro es un ejemplo de unidad en la composición: entre los cuentos se intercalan lacónicas viñetas de guerra en las que se describen escenas que influyen tangencialmente en las conductas de los personajes de los relatos. Por eso es una paradoja, pero también un acontecimiento que esta sea la primera edición en castellano de este libro extraordinario”, escribe Ricardo Piglia en el prólogo de la estupenda edición que publica Lumen de En nuestro tiempo, el primer libro de relatos de Hemingway, con traducción de Rolando Costa Picazo.

Entre dos cimas de la narración breve, Campamento indio y El gran río de dos corazones, donde -en palabras de Piglia- “Hemingway lleva al límite su técnica”, un conjunto de quince relatos atravesados por la sutileza y la elipsis, por el secreto del tema oculto y el principio del iceberg, por personajes que pasan de unos cuentos a otros, como Nick Adams, una proyección autobiográfica del autor.

Quince relatos, entre ellos el magistral Gato bajo la lluvia, en los que aparentemente no sucede nada pero que ocultan bajo su superficie una corriente torrencial y desbocada que arrastra también al lector. 

Así evoca Piglia su primera lectura de este libro: “en una librería de libros usados en la terminal de ómnibus de Mar del Plata, en una galería encristalada, sobre una mesa de saldos, encontré, en 1959, un ejemplar de In Our Time y esa tarde volví a casa y lo leí de un tirón, me tiré en un sillón de lona, con las piernas apoyadas en una silla, y empecé a leerlo y seguí y seguí. A medida que avanzaba en la lectura la luz cambiaba y declinaba. Terminé casi a oscuras, al fin de la tarde, alumbrado por el reflejo pálido de la luz de la calle que entraba por los visillos de la ventana. No me había movido, no había querido levantarme para encender la lámpara porque temía quebrar el sortilegio de esa prosa. Concluí el libro en plena oscuridad. Cuando por fin me levanté y prendí la luz ya era otro.”

La mayoría de estos cuentos se habían publicado en español, pero el libro del que forman parte permanecía inédito. Su publicación permite no sólo revisitar algunos de estos textos, que forman parte del canon contemporáneo del cuento, sino apreciar cómo se organizan en una estructura trabada que van engarzando los quince textos breves que alternan con los relatos para integrar un todo que no es una mera yuxtaposición del relato sino el esqueleto que los articula orgánicamente con un hilo conductor, como ocurría en el Decamerón, en los Cuentos de Canterbury o en El Conde Lucanor.

Hay otros elementos que contribuyen como hilos conductores a la unidad del conjunto: la insistencia en temas como la guerra, los toros, la pesca, la soledad, la muerte o el alcohol y la presencia de personajes que pasan de un cuento a otro, en especial Nick Adams, en el que Hemingway proyectó un evidente fondo autobiográfico. 

Están aquí algunos de los mejores cuentos de su autor, de la literatura norteamericana y del siglo XX , modelos memorables que dan lecciones continuas sobre la técnica del relato corto.

Muchos de estos cuentos son obras maestras fáciles de parodiar e inmunes al olvido. Esas palabras son de Harold Bloom, que detectó ese carácter magistral y aludió a que Hemingway practicó con frecuencia la autoparodia involuntaria que le llevó al fracaso estético de El viejo y el mar.

Fue en estas distancias cortas donde Hemingway demostró su mayor capacidad. Y al igual que en el boxeo o la tauromaquia, dos de las más conocidas aficiones de Hemingway, en el cuento todo es cuestión de distancia, geometría y precisión. No decía ninguna tontería Cortázar, otro apasionado del boxeo cuando, desde su esquina, recomendaba el k.o. para el cuento y la victoria a los puntos para la novela.

Hemingway no siempre lo entendió así, y sus novelas, cuentos desmedidos según la frase de García Márquez, acusan con frecuencia una serie de defectos propios de quien no era un corredor de fondo en el campo de la narrativa. Harold Bloom lo decía más sibilinamente: Había un daimón en Hemingway, pero era un espíritu lírico que solía alejarse cuando la narración se extendía demasiado.

Con ese aliento genial pero de corta duración, Hemingway crea en sus cuentos un mundo de perdedores y de idealistas fracasados, de personajes maltratados por la vida y abocados a la muerte. En muchos de estos cuentos resuenan, además de las voces de Shakespeare y de Withman, los silencios, porque la escritura de un cuento sólo funciona si por encima del agua, como en un iceberg, sólo emerge la octava parte de su volumen.

Por eso cuando se leen estos cuentos por primera vez o cuando se releen después de varios años -vuelvo a Harold Bloom otra vez- lo toman por asalto: su estilo y su visión imaginativa son ejemplares.

Santos Domínguez