Antonio Cabrera.
El desapercibido.
Pepitas de calabaza. Logroño, 2016.
"El contemplador aspira, de entrada, a
constatar que sigue dándose el contraste primario entre el interior de su mente
y el mundo. Quien mira es movido por la esperanza de un afuera. Sin la certeza o
la suposición de que la vista se dirige más allá de uno mismo y alcanza
realidad, el hecho de sostener voluntariamente la mirada no se habría
convertido en uno de nuestros rasgos esenciales. Ahí está el mundo y aquí yo.
Si mirar implicara de inicio un mirar dentro ¿cómo podríamos soportarnos?",
escribe Antonio Cabrera en Antes del horizonte, uno de los textos en prosa que
forman parte de El
desapercibido, el libro con el que obtuvo el XXII Premio Literario Café
Bretón & Bodegas Olarra.
Lo publica Pepitas de Calabaza y es una nueva muestra, al margen de
las prescripciones genéricas, de esa peculiar mirada reflexiva sobre la que
Antonio Cabrera ha construido su obra poética.
Literatura del fragmento emparentada con los presocráticos en su mirada a los cuatro elementos,
microensayos o poemas en prosa, greguerías de verano o microcuentos, prosas
breves unidas por una constante: la reflexión a partir de la observación, el
espacio de escritura donde se conjuntan el paisaje exterior y el interior, lo
que es y lo que somos a través de la mirada desde fuera de un yo ensimismado en
diálogo con el mundo.
Una voz y un territorio familiares para
quienes conozcan la poesía de Antonio Cabrera, que como en el resto de su obra
reúne en sus textos lo de dentro y lo de fuera, el yo y lo otro en un viaje de
ida y vuelta cuya meta final es comprenderse mejor a sí mismo, el conocimiento
de lo propio en lo ajeno, la expresión del sentimiento personal de lo vivido y
lo contemplado.
Desde esa vocación reflexiva y observadora
que tiene toda su obra, Antonio Cabrera convoca una serie de temas unidos por
hilos temáticos como el tiempo, la memoria y la mirada a una naturaleza animada:
la muerte que rumia como una vaca en el cementerio de Peliceira, la pálida luz
que irradia un níscalo o la desorientación de una libélula, la elegía del sílex
mate como metáfora del futuro o el olor de la noche, la sutileza cromática de
un pájaro o la fronda invisible de los bosques, el pregón de muertos a través
de la megafonía urbana, la torpe inteligencia de los mirlos o la memoria parada
en una fotografía de la infancia o en un trastero de azotea.
Con la actitud consciente de quien está “solo
pero sin dejar de oír las voces de este mundo”, Antonio Cabrera reivindica el tacto como el
sentido que mejor entra en contacto con el mundo, evoca la fuerza simbólica de
un episodio trivial con Keith Richards o se reencuentra con palabras
imprevistas almacenadas desde la infancia, hace el elogio del color granate de
los objetos de plástico o defiende la dignidad moral del cascarrabias, revive la
milagrosa presencia de una oropéndola de colores inimaginables o los ladridos
de todos los perros matinales a su paso intruso y el olor de la primera claridad del día.
Porque “gracias al mundo nos salvamos” desde una sensibilidad como la de Antonio Cabrera, "volcada a la luz y a
las cosas en la luz.”
Santos Domínguez