Javier Cercas.
El punto ciego.
Las conferencias Weidenfeld 2015.
Literatura Random House. Barcelona, 2016
Búsqueda, caos, azar... Esas son algunas de las palabras con las que se encuentra el lector en el comienzo del volumen El punto ciego, en el que Javier Cercas reelabora las conferencias que impartió en la primavera de 2015 en la Universidad de Oxford, en la Cátedra Weidenfeld de Literatura Europea Comparada, por la que habían pasado ya figuras como Steiner, Vargas Llosa o Umberto Eco.
Javier Cercas se incorpora así a la tradición del creador reflexivo, del escritor-crítico, una línea que ha dado en la literatura inglesa nombres como los de Eliot o Auden y entre nosotros alguien que, como Borges, en realidad forma parte de esa tradición.
Pero, si exceptuamos las figuras del marqués de Santillana y de Fernando de Herrera, que proyectaron su reflexión sobre la poesía, esa tradición del narrador consciente la inaugura en España Cervantes, que por cierto es una de las referencias constantes, una de las columnas vertebrales de este libro que aborda la novela del siglo XXI y reflexiona sobre el papel del novelista a partir –explica Cercas- “del diálogo que he mantenido en público conmigo mismo durante los últimos años.”
De esa reflexión continuada surge “una idea central; esa idea entraña una teoría de la novela (y en cierto modo también del novelista): la teoría del punto ciego”, cuya naturaleza resume con estas palabras:
“En cierto modo el mecanismo que rige las novelas del punto ciego es muy similar, si no idéntic
o: al principio de todas ellas, o en su corazón, hay siempre una pregunta, y toda la novela consiste en una búsqueda de respuesta a esa pregunta central; al terminar esa búsqueda, sin embargo, la respuesta es que no hay respuesta, es decir, la respuesta es la propia búsqueda de una respuesta, la propia pregunta, el propio libro. En otras palabras: al final no hay una respuesta clara, unívoca, taxativa; sólo una respuesta ambigua, equívoca, contradictoria, esencialmente irónica, que ni siquiera parece una respuesta y que sólo el lector puede dar.”
o: al principio de todas ellas, o en su corazón, hay siempre una pregunta, y toda la novela consiste en una búsqueda de respuesta a esa pregunta central; al terminar esa búsqueda, sin embargo, la respuesta es que no hay respuesta, es decir, la respuesta es la propia búsqueda de una respuesta, la propia pregunta, el propio libro. En otras palabras: al final no hay una respuesta clara, unívoca, taxativa; sólo una respuesta ambigua, equívoca, contradictoria, esencialmente irónica, que ni siquiera parece una respuesta y que sólo el lector puede dar.”
Como se ve, esa teoría de la novela otorga un papel decisivo al lector, aquel “lector atento” al que invocaba Cervantes como quien no quiere la cosa. Así pues, en las novelas del punto ciego la pregunta se convierte en motor de la búsqueda de respuestas que no existen. La respuesta es la búsqueda, la pregunta misma, que delimita su territorio como el de la conjetura. Por eso decía Ortega, pensando en el Quijote, que clásico es aquel libro que a lo largo de los siglos sigue planteándonos preguntas.
Como decía Cervantes, “es mejor el camino que la posada”, porque “la novela no es el género de las respuestas, sino el de las preguntas.” Por eso la novela es el género de la modernidad y la multiplicidad, y surge con una obra tan ambigua, tan abierta como el Quijote, dotado ya de un rasgo genérico que lo acompañará a lo largo de todo su desarrollo: su difuso contorno, pues desde su origen se perfila como un género invasivo que va ocupando territorios y haciéndolos suyos. Ese atributo y el de la libertad delimitan desde su comienzo cervantino el ámbito de la novela.
Una muestra: la novela Anatomía de un instante, de Javier Cercas, que muestra esa capacidad invasiva, esos límites difuminados entre la ficción y la realidad que en último extremo ponen en cuestión el carácter mismo de lo real. Y años antes, en Soldados de Salamina había ya una importante zona de la realidad que era fagocitada por la novela.
Si la novela tiene como motor de su desarrollo una pregunta, si “la respuesta es que no hay respuesta”, la función de la novela no es responder a la pregunta que plantea, sino formularla con el mayor grado de complejidad posible. Porque esa pregunta que plantea la novela no se refiere, claro está, a la trama superficial de la obra sino que se formula sobre algo más abstracto, sobre su sentido profundo, sobre su propuesta de articulación moral del mundo: el equívoco baciyelmo del Quijote o el contenido simbólico de la ballena en Moby Dick. Y también una pregunta es la materia medular de El proceso, La montaña mágica o La ciudad y los perros, ejemplos destacados de novelas del punto ciego.
Pero este es también un libro que “aunque sea fruto del azar, no es fruto de la improvisación”, un libro lleno de reflexiones iluminadoras sobre un mundo sin verdades absolutas, sin dioses y sin certezas, sobre la realidad ambigua y poliédrica que refleja Cervantes; “un enésimo intento de asentar mi propia genealogía, de señalar a mis progenitores literarios”; una reflexión sobre el compromiso en literatura a partir de preguntas como ¿qué es un escritor comprometido?, o ¿qué es la literatura comprometida?
Aquí sí hay respuestas: el prototipo de ese compromiso lo encuentra Cercas en la figura de Kafka, el hombre que dice NO, el modelo del intelectual dotado por igual de inconformismo crítico y de dignidad desobediente.
Santos Domínguez