Xavier Seoane.
Abre la puerta al mar.
Reino de Cordelia. Madrid, 2015.
En aquella casa, suspendida milagrosamente sobre las olas en el promontorio más extremo del pueblo, había que retirarse en aquel momento, porque el mar remontaba tanto que sumergía el arenal, subía lentamente las escaleras exteriores, invadía la terraza, inundaba el umbral y comenzaba a trepar por las escaleras que ascendían al piso, sumiendo los cuartos y los objetos en una ensimismada y lenta navegación. Luego, subía al desván, revolvía los trastos amontonados y remontaba, chimenea arriba, hasta el punto más alto, donde la lengua de espuma rebosaba como el humear que los leños de roble producían en la lareira.
Esa casa anfibia, en el extremo atlántico de la Costa de la Muerte y Finisterre, es el eje de referencia de Abre la puerta al mar, una novela que Javier Seoane publicó hace quince años en gallego y que ahora, reescrita en castellano, publica en Reino de Cordelia.
A esa casa volverá en una nave de retorno Lolo, el protagonista, después de un destierro en el que comprendió una vez más que lo que los adultos llamaban realidad no eran hermosas leyendas de ciervos navegantes e islas encantadas a la deriva sino un vendaval que destrozaba cuanto encontraba a su paso.
Emparentada con el realismo mágico del Noroeste, con Valle-Inclán, con Cunqueiro, con Torrente Ballester, pero sobre todo con el mundo narrativo de Méndez Ferrín y su intensidad verbal, Abre la casa al mar superpone la realidad y la fantasía, reúne la historia y la leyenda para hablar de los Mallante, una extraña familia que habita en esa casa, en medio de un laberinto de medusas y murciélagos con el telón de fondo de la guerra civil y de la represión.
Una familia matriarcal presidida por la abuela Ada, de espesa cabellera de algas verdes, que vive en un lugar que no figura en los mapas y que pertenece a una nostalgia anterior al tiempo y la memoria, que echa al fuego hojas de roble y plumas de cuervo y se escapa por las noches al mar, guiada por el instinto y por sus ojos de delfín, que ven en la oscuridad.
Melchor, su hermano misterioso y violento; el abuelo Reymundo, que vuelve del mar con escamas y tentáculos de pulpo en la piel; su nieto Lolo, que respira burbujas y come algas; Carmen, la madre de Lolo, que supo desde el parto que su hijo era un delfín y su destino era de sal...
Una familia tan anfibia como la casa cubierta de algas y rodeada de espumas, donde los lenguados llegan al desván cuando sube la marea y aparecen en la orilla las ballenas errantes.
Una familia que es víctima de un peligro peor que el de las sirenas, que más que de carne se le antojaban como de algas y olían a nácar, y algo recordaban a las manzanas que maduraban en el desván: el triunfo de la alianza de las tinieblas y las ballenas del odio en un tiempo de naufragios y de represión, de inmersiones sin retorno.
Una familia y unos personajes que viven en una novela inolvidable narrada con una prosa de alta calidad sus destinos de pez o de niebla, de ballena o de medusa.
Santos Domínguez