Honoré de Balzac.
La comedia humana.
Escenas de la vida privada.
Volumen II.
Traducción y notas de
Aurelio Garzón del Camino.
Hermida Editores. Madrid, 2015.
Durante la fugaz estación en que la mujer permanece en flor, los caracteres de su belleza sirven admirablemente para el disimulo a que la condenan su debilidad natural así como nuestras leyes sociales. Bajo el rico colorido de su rostro lozano, bajo el fuego de sus ojos, bajo la graciosa red de sus facciones tan delicadas, con sus múltiples líneas, curvas o rectas, pero puras y perfectamente definidas, todas sus emociones pueden permanecer secretas: el rubor nada nos revela entonces al aumentar con su color los colores que de por sí son tan intensos; todas las llamaradas interiores se confunden entonces de tal manera con la luz de sus ojos fulgurantes de vida, que la llama pasajera de un sufrimiento aparece en ellos como una gracia más. Por eso nada hay tan discreto como un rostro juvenil, ya que no hay nada tan inmóvil. El semblante de una joven posee la calma, la limpidez y la frescura de la superficie de un lago. La fisonomía de las mujeres no se cuaja hasta los treinta años. Hasta esa edad, el pintor no encuentra en sus semblantes más que el rosa y el blanco, sonrisas y expresiones que repiten un mismo pensamiento de juventud y de amor, pensamiento uniforme y sin profundidad; pero, en la vejez, todo en la mujer ha hablado ya, y las pasiones se han incrustado en su rostro; ha sido amante, esposa, madre; las expresiones más violentas de la alegría y del dolor han acabado por desfigurar y violentar sus rasgos, /.../y, entonces, una cabeza de mujer llega a adquirir el aspecto de un horror sublime, de una melancolía hermosa, o de una tranquilidad magnífica; y si es lícito proseguir esta extraña metáfora, el lago desecado deja ver entonces las huellas de todos los torrentes que lo han formado: una cabeza de anciana deja entonces de pertenecer al mundo que, frívolo, se espanta de encontrar en ella destrucción de todas las ideas de elegancia a las que está habituado, y a los artistas vulgares, que ya no descubren nada en ella; pero no a los verdaderos poetas, que poseen el sentido de una belleza independiente de todas las convenciones en las que se basan tantos prejuicios en lo que al arte y a la belleza se refiere.
Ese párrafo, que contiene alguna de las claves del estilo, la mirada y el mundo narrativo de Balzac, pertenece a La mujer de treinta años, una de las siete novelas cortas y relatos que Hermida Editores publica en el segundo tomo de La Comedia humana, con la estupenda traducción y las escasas pero suficientes notas de Aurelio Garzón del Camino.
La paz del hogar, Estudio de mujer, Otro estudio de mujer, La Gran Bretèche (Fin de Otro estudio de mujer), Una doble familia, Memorias de dos recién casadas y La mujer de treinta años son los títulos que se recogen en este volumen.
Como los del primer tomo, todos forman parte de las Escenas de la vida privada, que a su vez son una sección de los Estudios de costumbres, el apartado fundamental en que se agrupan los casi cien títulos que Balzac afrontó en menos de veinte años para reflejar la historia de quienes no aparecen en los libros de historia, para poner en el primer plano de sus novelas a quienes hasta entonces habían sido figurantes anónimos, para revelar la vida privada y los comportamientos sociales y familiares de cientos de personajes intensamente individualizados en su carácter y en sus actitudes.
Aquel ambicioso proyecto que Balzac había decidido titular La comedia humana parodiando el título de la obra mayor de Dante, era un empeño titánico que le igualaba a Napoleón, porque si el emperador había acumulado un poder inmenso, él se enorgullecía de llevar una sociedad entera en su cabeza y de componer una obra de enorme ambición, con tres o cuatro mil personajes, siguiendo los modelos de los tratados de biología para reflejar la sociedad de su tiempo.
Escritas en una época de transición entre un Romanticismo declinante y un Realismo emergente que alcanzaría su cima con Flaubert, las novelas de Balzac tienen su centro de interés situado en el lugar en donde se cruzan los individuos con la sociedad, los ideales con las reglas del juego, los sentimientos y la observación, el idealismo y el pragmatismo.
Y es que Balzac es ya un avanzado del Realismo y de su mirada al interior de los personajes individualizados en su carácter y en sus actitudes, pero observados también con minuciosidad en sus contextos sociales y familiares.
La sutileza psicológica, la capacidad de observación, la ironía crítica, las descripciones matizadas son algunas de las armas narrativas con las que Balzac aborda en estas novelas el papel de la mujer como objeto de deseo, el amor y el matrimonio, la infidelidad y la hipocresía, la envidia y la crueldad de las relaciones sociales, las seducciones grotescas o sórdidas de unos donjuanes de baja intensidad que presumen de sus conquistas como signo de poder.
Y en casi todas estas páginas se describen escenas, a menudo sombrías, de la vida privada. Escenas en las que bajo la apariencia idealista de las clases acomodadas, bajo las convenciones sociales, bajo los buenos modales de unos personajes atildados, románticos de andar por casa, se desvelan los impulsos más turbios de los comportamientos humanos.
Santos Domínguez