22/9/14

Madame Bovary


Gustave Flaubert.
Madame Bovary.
Prólogo de Mario Vargas Llosa.
Edición, traducción y notas de Mauro Armiño.
Siruela. Madrid, 2014.

Con Madame Bovary, una de las novelas imprescindibles del realismo europeo, Flaubert cambió su forma de escribir y construyó durante más de cinco años, de 1851 a 1856, una de las piezas fundacionales de la narrativa de la segunda mitad del XIX.

No se trataba solamente de abordar el mundo con una nueva mirada, no era una mera aproximación temática a la realidad diaria y trivial, a esas “costumbres de provincia” que Flaubert resalta en el subtítulo. Era sobre todo una cuestión de estilo y, más aún, de tono. 

Flaubert hacía en Madame Bovary y con su protagonista –“Madame Bovary soy yo”- su propia transición de la subjetividad lírica a la objetividad narrativa, su mutación autocrítica de la exaltación romántica a la distanciada contención del realismo.  

Como en toda la novelística del realismo, lo que se cuenta aquí es el choque entre el personaje y el ambiente, el conflicto entre la realidad y el deseo, entre la voluntad y el mundo. Como en toda la novelística del realismo, solamente hay dos salidas para esa lucha desigual: o la integración del personaje o su marginación, la cara o la cruz de una misma derrota del individuo frente a la sociedad.

Ese planteamiento, que estaba ya en Cervantes, es el motor de la novela moderna y tiene una de sus piedras angulares en Madame Bovary, que publica Siruela en su colección Tiempo de Clásicos con una magnífica traducción anotada de Mauro Armiño y prólogo de Mario Vargas Llosa, autor de La orgía perpetua, el mejor ensayo que se ha escrito en español sobre Flaubert y Madame Bovary, que además de una creación esencial que inaugura un nuevo tipo de novela es una obra que cambió la vida del Nobel peruano y le abrió múltiples caminos narrativos.

Antes de publicarla en 1857 en formato de libro, Flaubert fue dándola a conocer en entregas quincenales en la Revue de Paris entre octubre y diciembre de 1856. Y aunque la autocensura había aconsejado eliminar algunos pasajes, el autor y los editores de la revista tuvieron que comparecer ante los tribunales del Segundo Imperio a principios del año siguiente acusados de ofensa a la moral religiosa y ultraje a las buenas costumbres, aunque finalmente serían absueltos.

No fueron motivos morales, sino de carácter literario los que indujeron a Maxime du Camp, codirector de la Revue de Paris y amigo de Flaubert, a sugerir la supresión de tres fragmentos -Conversación durante el baile, Una discusión sobre libros y El juguete de los niños Homais- por redundantes o porque interrumpían el ritmo narrativo de la obra o distraían al lector de lo esencial.

Esos tres fragmentos, rescatados por Gallimard el año pasado en la publicación  de las obras completas de Flaubert para La Pleïade, son la novedad más llamativa de esta edición en la que aparecen en apéndice y con una indicación del lugar exacto que ocupaban en la novela según los manuscritos de Flaubert, que siguió descartándolos en la edición definitiva de 1873.

Santos Domínguez