Yorgos Seferis.
Mythistórima.
Poesía reunida.
Traducción, prólogo y notas de
Selma Ancira y Francisco Segovia.
Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores. Barcelona, 2012.
Entre el mito y la historia sitúan a Yorgos Seferis (1900-1971) Selma Ancira y Francisco Segovia en el prólogo a la edición bilingüe de su poesía completa que acaba de aparecer en la indispensable colección de poesía de Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores.
El que posiblemente sea el libro central en toda su trayectoria -Mythistórima- es el que se ha utilizado como título para reunir toda la poesía de Seferis. Ese libro se abría con este espléndido poema:
Al mensajero
tres años lo esperamos a porfía
pegada la mirada
a los pinos la playa y las estrellas.
Fundidos a la reja del arado o a la quilla del barco
buscábamos hallar de nueva cuenta la semilla primigenia
de la que germinase una vez más el más antiguo drama.
Hemos tornado a nuestras casas rotos
extenuados los miembros, las bocas agrietadas
por el sabor de la salmuera y de la herrumbre.
Al despertar viajamos hacia el Norte, extranjeros
sumidos en la bruma de prístinas plumas de cisnes que nos herían.
En las noches de invierno el impetuoso viento del Este nos volvía locos
en el verano errábamos en la agonía del día que no sabía entregar el alma.
A nuestra vuelta hemos traído
estos bajorrelieves de un arte humilde.
En los veinticuatro cantos de ese libro que se publicó en 1935 con una cita de Arthur Rimbaud al frente (si j'ai du goût, ce n'est gueres / que pour la terre et les pierres) se mostraba ya en plena madurez el mundo poético de Seferis, proyectado a menudo en máscaras mitológicas como esta de su espléndido Andrómeda:
Se abre otra vez la herida de mi pecho
cuando declinan las estrellas y se hacen una misma sangre con mi cuerpo
cuando el silencio cae bajo los pasos de los hombres.
Estas piedras que se hunden en el tiempo ¿hasta dónde me arrastrarán?
El mar, el mar ¿quién podrá agotarlo?
Cada mañana veo las manos que hacen señas al buitre y al halcón
atada a este peñasco que el dolor ya ha hecho mío,
miro los árboles cómo respiran la negra calma de los muertos
y luego la sonrisa sin despliegue de las estatuas.
Nacido en Esmirna, la trimilenaria ciudad griega, poco antes de que fuera conquistada por los turcos, en Seferis se cumple como en pocos autores el destino del poeta como un extranjero.
Seferis ejerció como diplomático en una vida errante que le llevó a Alejandría, Pretoria, El Cairo, Estambul, Londres, Nueva York, Beirut, Damasco, Amman o Bagdad, pero su referencia constante fue Grecia. Escribía en 1936, a bordo de un barco, como Ulises:
Dondequiera que viajo Grecia me hiere,
cortinas de montañas archipiélagos granito vivo...
El barco en que viajo llama AG ONÍA 937.
Por eso su obra está escrita desde la noción y el núcleo del exilio y hay en ella una presencia constante del tema del viaje y del eterno retorno que iguala al poeta con Ulises. De esa circunstancia que atraviesa la poesía de Seferis hablan los editores en el prólogo:
Todo en los poemas de Seferis es regreso. Regreso imposible,si se quiere, pero siempre en curso, como el de Ulises en la Odisea. Quizá por eso para él no hay nada más griego que el viaje de vuelta, que carga a las espaldas la nostalgia de una tierra a la que hay que regresar, siempre regresar, pues acaso sea verdad que una patria no es nunca el lugar del que se parte sino siempre el lugar al que se vuelve. Esto es lo que le enseñan Ulises y Jasón.
A los Argonautas les dedica Seferis un poema que comienza así:
Y si el alma a sí misma
se quiere conocer,
es en un alma
donde debe mirar:
al extranjero y al enemigo en el espejo los hemos visto.
Y así, a la vez que se produce esa disolución del yo en el nosotros, el mito, que no es un adorno, se hace dolorosamente historia en Seferis, actualiza su sentido en el presente y el drama clásico revive en tragedias contemporáneas. De esa manera, el mito se convierte en su poesía, como en la de Elytis, en fuente del sentido para el poeta, que une mito, historia y experiencia personal en correlatos como Stratis el Marinero, que aparece prefigurado tempranamente en su primer libro, Estrofa.
En ese libro hay un poema que es en gran medida un homenaje al buque fantasma de Arthur Gordon Pym. Se titula El aire de un día y termina así:
Han muerto todos los del barco, pero el barco sigue la idea que tenía al zarpar del puerto.
Cómo han crecido las uñas del capitán ... y el contramaestre sin afeitar, que tenía tres amantes en cada puerto...
El mar lentamente se hincha, se jacta el velamen y el tiempo se calma.
Destellan los lomos negros de tres delfines, sonríe la sirena, y un marino olvidado hace señas montado en la gavia.
Desde ese primer libro hasta el último, Tres poemas escondidos, pasando por Mythistórima, Gimnopedia, Cuaderno de ejercicios, las tres Bitácoras o El Zorzal, la peregrinación, la búsqueda, el viaje por mar y las preguntas se convierten en claves poéticas que cifran la imagen de la vida para Seferis sobre un paisaje de olivos y rocas, de islas con estatuas y caballos y viento en los cipreses.
Y al fondo, siempre, la temporalidad, la conciencia de la pérdida:
Lamento haber dejado correr un ancho río entre mis dedos
sin beber una sola gota.
Ahora me hundo en la piedra.
Un minúsculo pino sobre la tierra roja,
mi sola compañía.
Cuanto amé se ha perdido con las casas
que eran nuevas el último verano
y se desmoronaron con el viento del otoño.
Incluso tras el intenso ejercicio de abstracción y despojamiento que caracteriza los textos de sus últimos libros, sobre todo los de Tres poemas escondidos, se siguen percibiendo esos mismos temas, aunque sometidos a un radical proceso de desnudez en el que los versos se han adelgazado y adquirido una nueva tensión.
Es lo que ocurre, por ejemplo, en uno de los poemas de Solsticio de verano:
Hablabas de cosas que no ellos no veían
y se reían.
Rema en el oscuro río
a contracorriente;
recorre el camino ignoto
a ciegas, obstinado
y busca palabras enraizadas
como el olivo de muchos nudos—
déjalos que se rían.
Desea que pueblen también otras personas
la soledad sofocante de hoy
en este presente aniquilado—
déjalos.
El viento del mar y la brisa del alba
existen sin que lo pida nadie.
Ningún poema mejor que este para invitar a la lectura de un poeta fundamental.
Santos Domínguez