Después del éxito de crítica y público de su primer libro, El ruido eterno, Alex Ross, crítico musical del New Yorker, publica Escucha esto en Seix Barral con traducción de Luis Gago.
Este libro surgió de una manera muy peculiar. Ross estaba redactando un prólogo para ese primer libro y se dio cuenta de que lo que estaba escribiendo tendría que ser el primer capítulo de una nueva obra.
Esa es la génesis de un volumen que desmitifica la música clásica desde una perspectiva cultural amplia y tolerante. Y es que así como conviene tener una mente abierta a la realidad, conviene también tener los oídos libres de prejuicios culturales, porque para Alex Ross la música es una forma de conocer el mundo.
Esta misma idea era la que estaba en la raíz y en el resultado de su imprescindible El ruido eterno, que dispensaba la misma atención al canon clásico, a la música moderna y al jazz.
Escucha esto da un paso más y se propone cruzar la frontera de la música clásica al pop. Y el problema no es cruzarla, lo que se necesita es un explorador experto, alguien que conozca los puentes que hay que atravesar para salvar esa frontera entre la música culta y la música popular.
Ese es el papel de Alex Ross, cuya formación musical empezó siendo la de la música clásica y desde ahí se fue abriendo a otros horizontes tradicionalmente despreciados por quienes tienen un concepto elitista de la música y la cultura.
Contra los estereotipos retrógrados de ese elitismo mediocre que intenta fabricar autoestima aferrándose a fórmulas hueras de superioridad intelectual se levanta este libro que niega esos planteamientos, porque –añade Ross- la música es un medio demasiado personal para apoyar una jerarquía absoluta de valores.
Frente al desprecio implícito en expresiones del tipo “gran música”, “música culta”, “música seria” o “música buena”, Alex Ross propone, a través de una docena de músicos, la convivencia de Bob Dylan y el último Brahms, de Mozart y Radiohead, de Stravinsky y Charlie Parker, de Verdi y Björk, de Mahler y Pink Floyd, la ópera y el jazz, recorre la línea musical que va de la chacona al blues o analiza el hip-hop o las fronteras del pop en Sinatra o Kurt Cobain.
Y lo más importante, lo que le da sentido al conjunto del volumen es la idea de que la dificultad de escribir sobre música no estriba, en fin de cuentas, en describir un sonido, sino en describir a un ser humano.
Este libro surgió de una manera muy peculiar. Ross estaba redactando un prólogo para ese primer libro y se dio cuenta de que lo que estaba escribiendo tendría que ser el primer capítulo de una nueva obra.
Esa es la génesis de un volumen que desmitifica la música clásica desde una perspectiva cultural amplia y tolerante. Y es que así como conviene tener una mente abierta a la realidad, conviene también tener los oídos libres de prejuicios culturales, porque para Alex Ross la música es una forma de conocer el mundo.
Esta misma idea era la que estaba en la raíz y en el resultado de su imprescindible El ruido eterno, que dispensaba la misma atención al canon clásico, a la música moderna y al jazz.
Escucha esto da un paso más y se propone cruzar la frontera de la música clásica al pop. Y el problema no es cruzarla, lo que se necesita es un explorador experto, alguien que conozca los puentes que hay que atravesar para salvar esa frontera entre la música culta y la música popular.
Ese es el papel de Alex Ross, cuya formación musical empezó siendo la de la música clásica y desde ahí se fue abriendo a otros horizontes tradicionalmente despreciados por quienes tienen un concepto elitista de la música y la cultura.
Contra los estereotipos retrógrados de ese elitismo mediocre que intenta fabricar autoestima aferrándose a fórmulas hueras de superioridad intelectual se levanta este libro que niega esos planteamientos, porque –añade Ross- la música es un medio demasiado personal para apoyar una jerarquía absoluta de valores.
Frente al desprecio implícito en expresiones del tipo “gran música”, “música culta”, “música seria” o “música buena”, Alex Ross propone, a través de una docena de músicos, la convivencia de Bob Dylan y el último Brahms, de Mozart y Radiohead, de Stravinsky y Charlie Parker, de Verdi y Björk, de Mahler y Pink Floyd, la ópera y el jazz, recorre la línea musical que va de la chacona al blues o analiza el hip-hop o las fronteras del pop en Sinatra o Kurt Cobain.
Y lo más importante, lo que le da sentido al conjunto del volumen es la idea de que la dificultad de escribir sobre música no estriba, en fin de cuentas, en describir un sonido, sino en describir a un ser humano.
Santos Domínguez