30/11/12

Francisco Brines. Aún no


Francisco Brines.
Aún no.
Lectura de Juan Carlos Abril.
Bartleby Poesía. Madrid, 2012.

En su imprescindible colección Lecturas21, Bartleby Editores recupera una obra central en la poesía de Francisco Brines: Aún no, un libro de 1971 que Juan Carlos Abril define en su lectura epilogal como “una obra actual que se balancea entre el pesimismo y el optimismo, y que inexorablemente se decanta hacia lo segundo porque ante todo existen poderosos argumentos para disfrutar de lo que poseemos, de lo que estamos viviendo. El carácter temporal y reflexivo de esta dicotomía implica un descrédito del futuro y una apuesta radical por el presente.”

En ese difícil equilibrio inestable (La gloria de la vida, y su fracaso) se sostiene la poesía de Brines y de manera especial Aún no, al que pertenecen algunos de los poemas más representativos de su obra como Los signos de la madrugada, ¿Con quien haré el amor?, Estela griega, Palabras para una despedida o el texto final, Cuando yo aún soy la vida, donde se lee:

La rosa cuchillada
de la mar, las derribadas luces
de los muertos, fragor de las palomas
en el aire, la vida en torno a mí,
cuando yo aún soy la vida.

“La poesía –ha explicado Brines- surge del mundo personal y de las obsesiones del poeta, pero yo no puedo escribir desde la plenitud ni desde el dolor, necesito un distanciamiento con respecto a la experiencia. La poesía desvela una visión del mundo, una cosmovisión de la vida como pérdida, que me ha concedido la poesía, y así surgen los poemas: del amor y de la pérdida, de la luz y de la sombra. La poesía, secretamente da a conocer aquello que está en uno y no se conoce y, además, es un retrato opaco del escritor.”

Un retrato opaco que dibuja el contorno moral y biográfico de Brines, su mezcla de reflexión y pasión sobre el fondo de luz y sombra de la realidad. De esa lucidez y esa intensidad se alimenta su obra:

"Estimo particularmente, como poeta y lector, aquella poesía que se ejercita con afán de conocimiento, y aquella que hace revivir la pasión por la vida. La primera nos hace más lúcidos, la segunda, más intensos."

En Aún no, esas dos líneas en las que se cruzan la vida y la muerte, el tiempo fugaz  y el amor más fugaz aún, el deseo y el abandono, conviven armónicamente en versos como estos:

¿Cuál será la esperanza?
Vivir aún;
y amar, mientras se agota el corazón,
un mundo fiel, aunque perecedero.

O en otros textos en los que sin abandonar el tono clásico que recorre muchos de los poemas de un libro tan mediterráneo como este, la elegía deja paso a incursiones brillantes en la sátira. Es lo que ocurre en la parte central –la única de las tres que tiene título propio, Composiciones de lugar-, a la que pertenece Vidas paralelas, que termina así:  

que a debida distancia cualquier vida es de pena.

Esa distancia irónica persiste también en otros poemas del libro, como El testigo, de la tercera parte:

creía que la vida
fuese eterna. Bien sé que ya no es cierto
perdí la eternidad, y tú la vida.

Forma de conocimiento, lamento de las pérdidas y afirmación de la vida, como en Métodos de conocimiento, uno de los textos que pueden tomarse como cifra de Aún no y como síntesis del tono, los temas y el lenguaje poético de Francisco Brines. Termina con estos versos:

Algún puñal fallido buscaba un corazón.

Yo alcé también mi copa, la más leve,
hasta los bordes llena de cenizas:
huesos conjuntos de halcón y ballestero,
y allí bebí, sin sed, dos experiencias muertas.
Mi corazón se serenó, y un inocente niño
me cubrió la cabeza con gorro de demente.

Fijé mis ojos lúcidos
en quien supo escoger con tino más certero:
aquel que en un rincón, dando a todo la espalda,
llevó a sus frescos labios
una taza de barro con veneno.
                                                       Y brindando a la nada
se apresuró en las sombras.

Santos Domínguez

29/11/12

Cimas y abismos de José Luis Parra



José Luis Parra.
Cimas y abismos.
Antología poética.
Selección y prólogo de Antonio Cabrera.
Renacimiento. Sevilla, 2012.

José Luis Parra: Estrago del tiempo y esplendor de la poesía. Con ese título, profético y exacto, resume Antonio Cabrera el sentido de la escritura poética de José Luis Parra (1944-2012) en el prólogo de Cimas y abismos, la antología que apareció en Renacimiento pocos meses antes de la muerte del poeta.

En ese prólogo a su selección de poemas, Antonio Cabrera destaca el proceso de ósmosis entre vida y poesía que alimenta la obra del poeta tardío y el muerto prematuro que fue José Luis Parra.

Porque la poesía no puede nunca con la vida; la vida con la poesía, a veces. Y el tiempo con la palabra, nunca.

Y es que la vida y el tiempo habrán hecho su estrago irreparable, pero no podrán con el esplendor memorable de algunos de los mejores poemas de Parra, con la progresiva intensidad de sus libros sucesivos, sobre todo desde La pérdida del reino. Poemas como este Noviembre, de Tiempo de renuncia:


Tardíamente llegas a mí, país sereno,
otoño dulce, destilada luz.
¿Tardíamente digo? ¿No es, quizás, prematuro,
cuando el clima del corazón aún reverbera
de excesos y nostalgia?
Nada, nada
en mi vida llegó a su hora justa:
muertes anticipadas por el miedo,
impuntuales citas, demoras humillantes
cuando el vigor del cuerpo joven, con más ferocidad,o
precisos cumplimientos reclamaba.
¿No vibra ahora, delicado, el armonioso acorde?
En leve balanceo, en transparente música,
caen las hojas de los plátanos,
salpica la llovizna
tenue de las acacias.
Aunque temo del frío los rigores,
compasiva comienza a ser la carne,
y los labios caídos susurran por el suelo
su mansa aceptación.

La conciencia del tiempo y sus devastaciones, el conocimiento del vértigo y las ruinas son el centro de una poesía caracterizada por la cercanía de su tono y la intensidad de una palabra fluida y sólida que se mueve en el difícil filo que transcurre entre lo narrativo y lo lírico, entre la precisión expresiva y el vuelo de la imagen, a caballo entre la ironía y la emoción.

De poeta a poeta escribe Antonio Cabrera en el prólogo: “estamos ante un poeta para quien la poesía se sobrepone a la vida, ya enumerada por las renuncias y socavada por los descensos.” Un poeta que sabe –añade Cabrera- que “la belleza nunca es modesta, no pierde nunca la sustancia de su brillo. El amor caduco alcanza a regalar todavía instantes grávidos. El sol sigue clavando rayos en el banco de la cocina. El mirlo silba. Hay a veces una luz leonada. Y existe la cerveza.”

Porque en la trama verbal y emocional de todo poeta elegíaco hay un fondo hímnico, ese impulso levanta algunos de los mejores  poemas de José Luis Parra, como este baudeleriano y otoñal Adieu, vive clarté, de su último libro, Inclinándome.

Con él se cierra esta antología, Cimas y abismos, que toma de este texto repleto de antítesis su título, central en la obra de Parra y muy significativo de su desgarro afectivo:

Con qué dulzura expira este verano
de corteses tormentas y turbias claridades,
y qué melancolía
no haber sabido aprovechar su regalada plenitud,
aunque el otoño, con pausada cadencia,
no menos pleno y sosegado se presiente.
En el confín de la orfandad,
cimas y abismos, que tanto me elevaron
y me hundieron,
                              por fin caminan juntos
en una extraña e inquietante calma.
Ah concordia tardía,
la alegría y la desesperación
son ya casi lo mismo.

Santos Domínguez


28/11/12

La historia del mundo en 100 objetos

Neil MacGregor.
La historia del mundo en 100 objetos.
Traducción de Francisco J. Ramos Mena.
Debate. Barcelona, 2012.

Una estatuilla tallada en un canto rodado en Judea hace once mil años es la representación más antigua que se conoce de una pareja practicando sexo. Representa el abrazo de dos amantes de Ain Sakhri y fue hallada en Uadi Jareitun, cerca de Belén, y fechada hacia el año 9000 a.C.

Está expuesta en una caja en la Sala de Manuscritos del British Museum y forma parte de la selección que resume La historia del mundo en 100 objetos, un espectacular libro escrito por Neil MacGregor, que lleva una década como director del museo, como guión de A history of the world in 100 objects, una serie de programas radiofónicos que emitió la BBC en 2010, y  que acaba de aparecer en español editado por Debate y traducido por Francisco J. Ramos Mena. 

Bajo las luminosas claraboyas del atrio del British Museum este es uno de los libros que más se venden, entre otras cosas porque los cien objetos se presentan con textos como este:

Cuando la última era glacial tocó a su fin, alguien cogió un guijarro de un riachuelo no lejos de Belén –escribe MacGregor- y talló este canto rodado, ya maravillosamente traqueteado por la naturaleza, convirtiéndolo en uno de los objetos más conmovedores que hoy alberga el Museo Británico.

O como este otro, a propósito de la Momia de Hornedjitef, una caja de momia de madera, procedente de Tebas, cerca de Luxor, Egipto y datada hacia el 240 a. C.:

La primera vez que crucé las puertas del Museo Británico, en 1954, a los ocho años de edad, empecé por las momias, y creo que todavía es por ahí por donde empieza la mayoría de la gente en su primera visita. Lo que me fascinó entonces fueron las propias momias, la emocionante y terrible idea de los cuerpos muertos. Hoy, cuando atravieso el Gran Atrio o subo la escalinata frontal, sigo viendo a grupos de niños emocionados dirigiéndose a las galerías egipcias para desafiar el terror y el misterio de las momias.

El objetivo de la serie era hacer un viaje por la evolución de la humanidad a través del tiempo, de distintos lugares del mundo y de diversas civilizaciones. Se trataba, y a eso respondieron los programas y los capítulos de este volumen, de seleccionar cien objetos que debían abarcar el mundo entero y reflejar la enorme variedad de la experiencia humana, de las civilizaciones y de las diferentes capas sociales.

Cada uno de esos cien capítulos incluye no solo el texto de MacGregor, sino una ilustración imprescindible que permite que el lector se acerque a cada uno de esos objetos significativos y a veces humildes que resumen una civilización, la vida diaria o la intimidad de los hombres que vivieron hace miles de años. 

Desde hachas de sílex hasta una Visa oro de los Emiratos árabes, desde una herramienta cortante – un canto tallado bifacial- encontrada en Tanzania y datada hace dos millones de años hasta una lámpara solar china de 2010, pasando por el papiro matemático Rhind, hallado en Tebas, que contiene ochenta y siete problemas aritméticos y geométricos, las piezas de un ajedrez noruego del siglo XII talladas en marfil de morsa y dientes de ballena, un galeón mecánico de finales del XVI o el Rinoceronte de Durero, los cien objetos, organizados en veinte bloques de cinco elementos, trazan la biografía de las cosas, como señala MacGregor en la introducción y resumen una historia de los objetos a través de muchos mundos distintos.

Una momia egipcia, la etiqueta de una sandalia del rey Den hecha con marfil de hipopótamo, mosaicos aztecas y tablillas de escritura cuneiforme en arcilla, una taza de jade o un Buda sedente, un pimentero inglés o el cronómetro marítimo del Beagle, un astrolabio judío o la Piedra Rosetta, uno de los referentes imprescindibles del British... 

Son algunos de los objetos en torno a los que se organiza este libro, que muestra, en palabras de us autor, que la de la “familia humana” no es una metáfora vacua, (...) que toda la humanidad tiene las mismas necesidades y preocupaciones, temores y esperanzas. Los objetos nos obligan a reconocer con humildad que, desde que nuestros antepasados dejaran África para poblar el mundo, hemos cambiado muy poco. Ya sea en piedra o en papel, en oro, plumas o silicio, es seguro que seguiremos fabricando objetos que configurarán o reflejarán nuestro mundo, y que nos definiràn ante las generaciones futuras.

Santos Domínguez


27/11/12

Seferis. Poesía reunida


Yorgos Seferis.
Mythistórima.
Poesía reunida.
Traducción, prólogo y notas de
Selma Ancira y Francisco Segovia.
Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores. Barcelona, 2012.


Entre el mito y la historia sitúan a Yorgos Seferis (1900-1971) Selma Ancira y Francisco Segovia en el prólogo a la edición bilingüe de su poesía completa que acaba de aparecer en la indispensable colección de poesía de Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores.

El que posiblemente sea el libro central en toda su trayectoria -Mythistórima- es el que se ha utilizado como título para reunir toda la poesía de Seferis. Ese libro se abría con este espléndido poema:
   

        Al mensajero
        tres años lo esperamos a porfía
        pegada la mirada
        a los pinos la playa y las estrellas.
        Fundidos a la reja del arado o a la quilla del barco
        buscábamos hallar de nueva cuenta la semilla primigenia
        de la que germinase una vez más el más antiguo drama.

        Hemos tornado a nuestras casas rotos
        extenuados los miembros, las bocas agrietadas
        por el sabor de la salmuera y de la herrumbre.
        Al despertar viajamos hacia el Norte, extranjeros
        sumidos en la bruma de prístinas plumas de cisnes que nos herían.
        En las noches de invierno el impetuoso viento del Este nos volvía locos 
        en el verano errábamos en la agonía del día que no sabía entregar el alma.

        A nuestra vuelta hemos traído
        estos bajorrelieves de un arte humilde.


En los veinticuatro cantos de ese libro que se publicó en 1935 con una cita de Arthur Rimbaud al frente (si j'ai du goût, ce n'est gueres / que pour la terre et les pierres) se mostraba ya en plena madurez el mundo poético de Seferis, proyectado a menudo en máscaras mitológicas como esta de su espléndido Andrómeda:

Se abre otra vez la herida de mi pecho
cuando declinan las estrellas y se hacen una misma sangre con mi cuerpo
cuando el silencio cae bajo los pasos de los hombres.

Estas piedras que se hunden en el tiempo ¿hasta dónde me arrastrarán?
El mar, el mar ¿quién podrá agotarlo?
Cada mañana veo las manos que hacen señas al buitre y al halcón
atada a este peñasco que el dolor ya ha hecho mío,
miro los árboles cómo respiran la negra calma de los muertos
y luego la sonrisa sin despliegue de las estatuas.

Nacido en Esmirna, la trimilenaria ciudad griega, poco antes de que fuera conquistada por los turcos, en Seferis se cumple como en pocos autores el destino del poeta como un extranjero.

Seferis ejerció como diplomático en una vida errante que le llevó a Alejandría, Pretoria, El Cairo, Estambul, Londres, Nueva York, Beirut, Damasco, Amman o Bagdad, pero su referencia constante fue Grecia. Escribía en 1936, a bordo de un barco, como Ulises:

Dondequiera que viajo Grecia me hiere,
cortinas de montañas archipiélagos granito vivo...
El barco en que viajo llama AG ONÍA 937.

Por eso su obra está escrita desde la noción y el núcleo del exilio y hay en ella una presencia constante del tema del viaje y del eterno retorno que iguala al poeta con Ulises. De esa circunstancia que atraviesa la poesía de Seferis hablan los editores en el prólogo:

Todo en los poemas de Seferis es regreso. Regreso imposible,si se quiere, pero siempre en curso, como el de Ulises en la Odisea. Quizá por eso para él no hay nada más griego que el viaje de vuelta, que carga a las espaldas la nostalgia de una tierra a la que hay que regresar, siempre regresar, pues acaso sea verdad que una patria no es nunca el lugar del que se parte sino siempre el lugar al que se vuelve. Esto es lo que le enseñan Ulises y Jasón.

A los Argonautas les dedica Seferis un poema que comienza así:

Y si el alma a sí misma
se quiere conocer,
es en un alma
donde debe mirar:
al extranjero y al enemigo en el espejo los hemos visto.

Y así, a la vez que se produce esa disolución del yo en el nosotros, el mito, que no es un adorno, se hace dolorosamente historia en Seferis, actualiza su sentido en el presente y el drama clásico revive en tragedias contemporáneas. De esa manera, el mito se convierte en su poesía, como en la de Elytis, en fuente del sentido para el poeta, que une mito, historia y experiencia personal en correlatos como Stratis el Marinero, que aparece prefigurado tempranamente en su primer libro, Estrofa.

En ese libro hay un poema que es en gran medida un homenaje al buque fantasma de Arthur Gordon Pym. Se titula El aire de un día y termina así:

Han muerto todos los del barco, pero el barco sigue la idea que tenía al zarpar del puerto.

Cómo han crecido las uñas del capitán ... y el contramaestre sin afeitar, que tenía tres amantes en cada puerto...

El mar lentamente se hincha, se jacta el velamen y el tiempo se calma.

Destellan los lomos negros de tres delfines, sonríe la sirena, y un marino olvidado hace señas montado en la gavia.

Desde ese primer libro hasta el último, Tres poemas escondidos, pasando por Mythistórima, Gimnopedia, Cuaderno de ejercicios, las tres Bitácoras o El Zorzal, la peregrinación, la búsqueda, el viaje por mar y las preguntas se convierten en claves poéticas que cifran la imagen de la vida para Seferis sobre un paisaje de olivos y rocas, de islas con estatuas y caballos y viento en los cipreses.

Y al fondo, siempre, la temporalidad, la conciencia de la pérdida:

Lamento haber dejado correr un ancho río entre mis dedos
sin beber una sola gota.
Ahora me hundo en la piedra.
Un minúsculo pino sobre la tierra roja,
mi sola compañía.
Cuanto amé se ha perdido con las casas
que eran nuevas el último verano
y se desmoronaron con el viento del otoño.

Incluso tras el intenso ejercicio de abstracción y despojamiento que caracteriza los textos de sus últimos libros, sobre todo los de Tres poemas escondidos, se siguen percibiendo esos mismos temas, aunque sometidos a un radical proceso de desnudez en el que los versos se han adelgazado y adquirido una nueva tensión.

Es lo que ocurre, por ejemplo, en uno de los poemas de Solsticio de verano:

Hablabas de cosas que no ellos no veían
y se reían.

Rema en el oscuro río
a contracorriente;
recorre el camino ignoto
a ciegas, obstinado
y busca palabras enraizadas
como el olivo de muchos nudos—
déjalos que se rían.
Desea que pueblen también otras personas
la soledad sofocante de hoy
en este presente aniquilado—
déjalos.

El viento del mar y la brisa del alba
existen sin que lo pida nadie.

Ningún poema mejor que este para invitar a la lectura de un poeta fundamental.
         
        
Santos Domínguez
        

        

26/11/12

María Zambrano. La tumba de Antígona

María Zambrano.
La tumba de Antígona
y otros textos sobre el personaje trágico.
Edición de Virginia Trueba.
Cátedra Letras Hispánicas. Madrid, 2012.

La figura trágica de Antígona es una de las que ha alimentado con más fuerza y con mayor continuidad la literatura y la filosofía desde Sófocles hasta hoy. De hecho, George Steiner dedicó un ensayo a las diversas Antígonas de la historia.

Desde la de Eurípides a la de Brecht, pasando por la de Hölderlin, y desde Goethe a Kierkegaard pasando por Hegel, pocos mitos han inspirado tantas interpretaciones, variaciones y reelaboraciones como el de la hija de Edipo.

En la historia de Antígona, explicaba Steiner, se resumen cinco conflictos propios de la condición humana: el enfrentamiento entre hombres y mujeres; entre la senectud y la juventud; entre la sociedad y el individuo; entre los vivos y los muertos; entre los hombres y Dios (o los dioses).

Desde la experiencia de la guerra civil y el exilio, desde los años cuarenta, ese personaje se convierte en un referente constante del pensamiento de María Zambrano, que ya en 1948 hizo una primera aproximación al tema en su “Delirio de Antígona.” Ese es uno de los textos sobre la heroína trágica –entre ellos dos cuadernos inéditos- que recoge Cátedra Letras Hispánicas en La tumba de Antígona y otros textos sobre el personaje trágico, con edición de Virginia Trueba.

Además de los temas que enumeraba Steiner para explicar la enorme fecundidad de la figura de Antígona, en la obra de Sófocles vio María Zambrano una síntesis de poesía y conocimiento que se ajustaba a su concepción de la razón poética. Por eso afirmaba en el prólogo que esta tragedia es entre todas las que de este autor y de todos los demás conocemos la más cercana a la filosofía.

Y hay además otras razones añadidas que explican su interés por el personaje: la rebeldía del resistente, la guerra civil y la condición de exiliada, la angustia y la soledad esencial del personaje.

De manera que, por su sentido existencial o por su dimensión política, Antígona se convierte para María Zambrano en una figura viva y en un símbolo contemporáneo al que dedicó este ensayo de estructura dramática que publicó en 1967 y que, junto con Claros del bosque, es su obra más ambiciosa desde el punto de vista literario.

Pero en medio del desamparo del vencido, del abandono en la oscuridad y de ese no-lugar que define el territorio existencial del desterrado, aparece el sentido moral de Antígona, que nace del todo a la vida en un re-nacimiento que consiste en un nuevo proyecto vital construido con el sacrificio, la piedad y la conciencia, en un nuevo conocimiento poético en busca de la luz que surge de las sombras:

Pedíamos que nos dejaran dar. Porque llevábamos algo que allí, allá, donde fuera, no tenían; algo que no tienen los habitantes de ninguna ciudad, los establecidos; algo que solamente tiene el que ha sido arrancado de raíz, el errante, el que se encuentra un día sin nada bajo el cielo y sin tierra; el que ha sentido el peso del cielo sin tierra que lo sostenga.

En todas las voces sobre las que se vertebran las doce escenas de su estructura dramática suena el eco del pensamiento de María Zambrano, en un viaje sin retorno al fondo de la conciencia a través de la palabra y sobre todo de la escucha, que en su pensamiento filosófico tiene, como en Heidegger, más importancia que el decir, como explica Virginia Trueba en un excelente estudio que ocupa la mitad del volumen. Más que una mera introducción, es el mejor ensayo que conozco sobre La tumba de Antígona.

Por eso el motor esencial de la búsqueda de Antígona es la necesidad de saber y su centro es la palabra contra el poder injusto. Palabra que desde la conciencia se proyecta en una orquestación de voces y ecos, de sombras y de sueños, de metáforas y símbolos (la luz y el agua, la sangre y la piedra) alrededor de los dos monólogos de la protagonista –el personaje autor- que abren y cierran este libro imprescindible y central en la obra de María Zambrano.

Santos Domínguez

24/11/12

Marco Aurelio, una vida contenida

Fernando R. Genovés.
Marco Aurelio, una vida contenida.
Evohé Didaska. Madrid, 2012.

Siempre hay buenas razones para volver a los clásicos. En especial, volver a quienes, como Marco Aurelio, han dejado una obra de referencia de lo más estimable. Para muchos, entre quienes me incluyo, las Meditaciones representan un libro de cabecera.

Esa es la perspectiva con la que define Fernando R. Genovés su ensayo Marco Aurelio, una vida contenida, que publica Evohé Didaska, un recorrido por la vida y la obra de Marco Aurelio, eslabón de una cadena de filósofos morales de la que formarían parte también Montaigne y Spinoza que como él hicieron de la ética el eje de su pensamiento y sus escritos.

El contento moral y la coherencia del estoico son los objetivos que definen la ética del presente que dio uno de sus mejores frutos en las Meditaciones, que el emperador Marco Aurelio escribió en griego helenístico en el siglo II.

La ecuanimidad, la independencia de juicio, la piedad y la liberalidad, la constancia y la continencia, la frugalidad y la vigilancia sobre sí mismo, la llaneza en el trato y la impasibilidad ante las adversidades, la autosuficiencia, la razón natural y la tolerancia son algunas de las claves de la vida y la obra de quien hizo de la contención su disciplina espiritual y existencial y dejó testimonio de ello en unas Meditaciones que no contienen la propuesta de un sistema filosófico orgánico, pero constituyen –como señaló Stuart Mill- la más alta producción ética del espíritu antiguo.

Hasta tal punto es cierta esa afirmación que –concluye Fernando R. Genovés- con la desaparición de Marco Aurelio la sabiduría y la serenidad dejan de estar presentes en la acción política de la Antigüedad. En rigor, el mundo antiguo queda atrás. El estoicismo abandona el Poder, aunque no perderá en el futuro energía ni fuerza entre los hombres prudentes. Porque para muchos esta perspectiva moral e intelectual sigue definiendo la línea del horizonte en la que mirarse, en la que aprender a vivir, saber pensar y ser uno mismo.

Santos Domínguez



23/11/12

Mario Luzi. Honor de la verdad



Mario Luzi.
Honor de la verdad.
Estudio introductorio y traducción
de Francisco Deco.
Ediciones Linteo. Orense, 2012.

Con Honor de la verdad, el libro que Mario Luzi (1914-2005) publicó en 1957, Linteo incorpora a su catálogo una de las voces más representativas de la poesía italiana del siglo XX.

Ese título marcaba un cambio decisivo en su trayectoria poética, que a partir de entonces superaría el periodo hermético y abriría las puertas a la realidad. Con esa apertura a lo exterior, Luzi se iría desvinculando paulatinamente de una concepción subjetiva de la poesía para buscar un lugar de encuentro entre el sujeto y el objeto en la conciencia de la naturaleza, para construir unos textos que revelan la convergencia entre el poeta y el mundo, igual que en uno de sus poemas sale el hombre del faro con su barca, / indaga, escruta, va hacia lo abierto.

Frente a la actitud órfica que había predominado en su primera etapa hermética, en Honor de la verdad Mario Luzi se impone la asimilación de la realidad a través de un lenguaje coloquial que no renuncia a la interrogación metafísica y se proyecta en la contemplación del paisaje con un alto contenido simbólico:

la cortina de lluvia abriéndose y cerrándose,
árboles, trozos de ciudad, carretas,
gente, lluvia en la lluvia, humo.


Voces y pájaros, olas y veranos, otoños y ríos, epifanías y noches son algunos de los centros de esos paisajes en los que se resumen la mirada y las imágenes de una poesía en busca de respuestas y de claridad. Así ocurre en este texto, Como debe:

¿Qué quieres tú que vienes de tan lejos
y en vuelo ciego entras en la niebla
hasta aquí donde aun los pajarillos
se desorientan de una rama a otra?

La vida, como debe, se perpetúa,
en mil arroyos se derrama. La madre
entre los hijos parte el pan, alimenta
el fuego; la jornada pasa, plena
o fastidiosa, llega un forastero,
se va, cae nieve, escampa o una llovizna
de fin de invierno apaga los colores,
moja zapatos y vestidos. Llega la noche.
Es poco, de otra cosa no hay señales.



En su estudio introductorio, Francisco Deco, autor de la traducción, explica que en este libro “cada poema abre desde su respiración contenida un tiro de aire. No sabemos hacia dónde. Pero las respuestas posibles se multiplican. En la densidad del misterio se extienden fisuras que van generando un tipo de conocimiento intuitivo.”

Porque en la poesía intensa y figurativa de Mario Luzi la realidad aparece cambiante como la suerte del día,/ el granizo, la lluvia, el claro o es contradictoria como la oscuridad que envuelve días claros, como el día de primavera que ilumina y daña las flores efímeras, o como ese mar que lucha consigo mismo y en el que se proyecta la duda agónica del hombre que lo contempla y del poeta que lo escribe.

Los vivos y los muertos, los días y las noches, los soles y la nieve, la corriente ligera y agitada, el movimiento que es quietud, forman parte de esa lucha interior y expresan un debate existencial metaforizado en ese paisaje con figuras, en la sucesión de las estaciones y los meses y en una aguda conciencia del tiempo y de la pérdida que tiene siempre al fondo la esperanza, como en estos dos espléndidos versos:

Me precedes, no sabes si en verdad
habrá un fanal también sobre esta noche.


O en este arranque de los Versos de octubre:

Aquí donde al vivir se va creando sombra, misterio
para nosotros, para el que debe recogerlo y a su vez
lanza a la espalda su semilla, aquí
es donde debe hacerse luz, no en otra parte.

Santos Domínguez

22/11/12

Francisca Aguirre. Los trescientos escalones

 
Francisca Aguirre.
Los trescientos escalones.
Lectura de Marta Agudo.
Lecturas21. Bartebly. Madrid, 2012.

Dos homenajes, uno a César Vallejo - Me moriré en Madrid / un día cualquiera / me moriré sin aguacero- y otro a Antonio Machado – En el corazón tenía / la espina de una pasión / no pude arrancarla un día / y el corazón se pudrió-, dos escritores esenciales en su formación ética y estética, abren Los trescientos escalones, el libro con el que Francisca Aguirre ganó el Premio Ciudad de Irún en 1976 y que Bartleby incorpora a su serie Lecturas21 con una lectura epilogal –Las razones de una vida- de Marta Agudo.

Escrito entre 1973 y 1976, era el segundo libro de Francisca Aguirre, tras la revelación deslumbrante que había sido Ítaca poco antes.

El poema que lo cierra es el que da título a la obra. Y es lógico que así sea, porque todos sus textos adquieren su verdadera dimensión cuando se lee Los trescientos escalones, que es la clave de bóveda del libro, la evocación de un cuadro desaparecido de Lorenzo Aguirre, un cuadro que acaba convirtiéndose, como el poema, como el libro, en cifra de la memoria que se levanta frente a las pérdidas. Todos los poemas del libro parecen justificarse en esa ascensión que culmina en este texto fundamental en la trayectoria poética de su autora:

Papá, perdimos tantas cosas
además de la infancia y los trescientos escalones que tú pintaste
nunca he sabido si para decirnos que había que subirlos o bajarlos.
Y ahora pienso, desde tu mano que me ayudaba a recorrerlos,
que tal vez me dijiste entonces
que había que subirlos y bajarlos
y para eso los pintaste
y para eso pasaste días enteros
pintando una escalera interminable,
una hermosa escalera rodeada de árboles y árboles,
llena de luz y amor,
una escalera para mí,
una escalera para que pudiera subir,
vivir,
y una escalera para descender,
callar,
y sentarme a tu lado como entonces.

Actitud presente, Resultados y La infancia continúa subiendo la escalera son las tres partes en que se organiza el conjunto de un libro en el que confluyen pasado, presente y futuro y la vida se hace literatura y la literatura se hace vida, refugio del desamparo y habitación de los sueños frente al miedo, el hambre y el frío de la guerra y la posguerra, frente a una intemperie desvalida, en mitad de un mundo desaforado / cubierto de horror y pena.

En Frontera, el poema que cierra la primera parte del libro, reaparece Antonio Machado evocado en los primeros días del exilio y en la imaginación de un encuentro imposible entre la niña y el maestro:

Yo, que llegué a la vida demasiado pronto,
que fui-que soy-la que se anticipó,
la que acudió a la cita antes de tiempo
y tuvo que esperar en la consigna
viendo pasar el equipaje de la vida
desde el banco neutral de la deshora.

Yo, que nací en el treinta, cuando es cierto
-como todos sabéis-que nunca debí hacerlo,
que hubiera yo debido meditarlo antes,
tener un poco de paciencia y tino
y no ingresar en este tiempo loco
que cobra su alquiler en monedas de espanto.

/.../

Llegué, tal vez al mismo tiempo que él
pero en distinto tiempo.
                                   No lo supe.
(Oh tiempo miserable e injusto.)
Estuve allí -quizá lo vi-.
Pero era tarde.
                                   Yo era pequeña
y tenía sueño.

                              Don Antonio era viejo
y también tenía sueño.
(Señor, qué imperdonable:
haber nacido demasiado pronto
y haber llegado demasiado tarde.)


Los trescientos escalones es un libro atravesado por la experiencia vital y moral del viaje al exilio y a las pérdidas, un  viaje  rememorativo en el que Francisca Aguirre ajusta cuentas con el pasado, como en el espléndido Mi carta que es feliz, pues va a buscaros ("Dura y dura la guerra y esa carta no llega"), rinde homenaje al padre asesinado en prisión por la iniquidad de un régimen criminal ("Cuando mataron a mi padre..."), a la madre “que lo fue resucitando en cada uno de sus cuadros”, como escribe en El último mohicano: 

Mamá nos trajo El último mohicano
y de la mano de ese indio solitario
entramos en el mundo de lo maravilloso
y lo tuvimos todo para siempre.

Y ya nadie podrá quitárnoslo.

Y es que Los trescientos escalones es también una obra celebratoria en la que hay un homenaje constante a lo que nos salva de la desgracia, a la amistad y la literatura (Olga Orozco, Onetti, Don Quijote), a la música de Beethoven o a la copla, a la pintura de Klee y Picasso.

Y, a pesar de todo, es también un homenaje a la vida:

La vida entre los dientes de repente
como un sabor neutral nos pulveriza,
nos somete, nos calla, nos ofende
y nos deslumbra, y nos levanta, y crece.

Porque a pesar del dolor, de la orfandad y la injusticia -esta vida, hay que ver, qué desatino-, sobre el sufrimiento y la desolación se impone la esperanza en este verso memorable:

el mundo para siempre ya es mañana.

Santos Domínguez

21/11/12

William Shakespeare. Dramas históricos



William Shakespeare.
Dramas históricos.
Obra completa III.
Debolsillo. Barcelona, 2012.

Debolsillo sigue publicando la obra completa de William Shakespeare, el mayor dramaturgo de la historia, el clásico primordial.

El tercer volumen de los cinco que componen el proyecto recoge los dramas históricos vertidos al español por distintos traductores españoles e hispanoamericanos.

Roberto Appratto, María Enriqueta González Padilla, Pedro Serrano, Juan Fernando Merino, Mirta Rosenberg y Daniel Samoilovich, Elvio E. Gandolfo y Carlos Gamerro ofrecen sus versiones de Enrique VI, partes 1, 2 y 3, Ricardo III, El rey Juan, Ricardo II, Enrique IV, partes 1 y 2, Enrique V y Enrique VIII.

El mundo, el hombre y la vida según Shakespeare, cuyo teatro contiene la totalidad de la realidad: la corte y la taberna, la espada y la corona, la traición y la lealtad, la fama y la muerte, el horror y la risa, la simulación y el secreto.

Algunos de estos títulos, como Ricardo III o Enrique IV, figuran entre los más populares y representados de Shakespeare. Y es que por encima de la misión de propaganda patriótica que tienen algunos de estos dramas, compuestos en la primera época de Shakespeare, hay en ellos un análisis profundo de la condición humana entre la dimensión pública del personaje y su fragilidad privada, entre su apariencia exterior y sus dudas interiores, entre el esquematismo y la hondura. En ese cruce de política e intimidad brilla especialmente Ricardo III y las dos partes de Enrique IV, seguramente la cima del género.

Y así como lo más local suele ser clave de lo universal si lo trata una mano con talento artístico, así también estos dramas que hunden sus raíces en el pasado contienen la cifra intemporal del mundo y una profunda interpretación del hombre.

Como todos los clásicos que están por encima del tiempo, Shakespeare es también un hombre profundamente vinculado a su época, un autor que hace la crónica del pasado, el resumen del presente y la profecía del futuro.

No hay asunto de la actualidad que no esté planteado y resuelto en un clásico que, más que ningún otro, es sinónimo de contemporáneo. No hay más que echar un vistazo alrededor para darse cuenta de la vigencia de Shakespeare. Ricardo III, Enrique V, Falstaff, Enrique IV y el rey Juan. Quienes mejor los encarnan hoy no están en las compañías de actores, sino en la calle, en la política, en la escalera de al lado.

Complejas, cercanas y distantes a la vez, esas criaturas de Shakespeare no son los arquetipos de la envidia y el vitalismo, de la mentira o la ambición, sino sus encarnaciones más definitivas. En eso consiste la invención de lo humano de la que hablaba Harold Bloom, que al comienzo de su excelente Shakespeare. La invención de lo humano, respondía a la posible pregunta ¿Y por qué Shakespeare?, con una respuesta también interrogativa, aunque retórica: Pues, ¿quién más hay?

Con edición de Andreu Jaume, que ha escrito una espléndida introducción a la vida y la obra del autor y un inteligente análisis de sus dramas históricos, se siguen poniendo al alcance de los lectores españoles el teatro y la poesía de William Shakespeare en una cuidada y asequible edición de bolsillo en tapa dura con traducciones contemporáneas que son más literarias que literales y que respetan el verso y la prosa originales. Una referencia imprescindible para los lectores de Shakespeare en español.

Santos Domínguez


20/11/12

Joseph Campbell. Imagen del mito



Joseph Campbell.
Imagen del mito.
Traducción de Roberto R. Bravo.
Imaginatio vera. Atalanta. Gerona, 2012.

Atalanta edita por primera vez en español Imagen del mito, una obra monumental del mitólogo norteamericano Joseph Campbell (1904-1987).

Un libro que se titula así tenía que estar basado en un amplio banco de reproducciones que permiten recorrer cinco milenios de historia, mitología y representaciones plásticas a través de más de cuatrocientas imágenes comentadas.

Porque imagen y relato son consustanciales a la esencia y al desarrollo del mito y en esas dos actividades se han proyectado siempre la imaginación y la capacidad narrativa con las que el hombre construye, mediante símbolos y palabras, la interpretación coherente del universo, de los sueños y de la vida que es la raíz del mito.

Y lo que ofrece Campbell en este libro espectacular es un viaje guiado por la relación entre el mito y la civilización, entre el mito y el sueño, entre el mito y el pensamiento a través de las variadas manifestaciones visuales que las distintas culturas han elaborado, desde Mesopotamia a los mayas o los etruscos, desde la India a Oceanía, desde la cultura egipcia a la olmeca, desde China a Europa.

La mirada de Campbell es la mirada abarcadora y profunda propia de quien sustituye los prejuicios por la curiosidad intelectual y arranca de un amplio sincretismo cultural y religioso para transmitir una visión abierta e integradora de las distintas construcciones mitológicas.

Por eso en este libro conviven y dialogan Jung y los ritos tribales de los sioux, Shakespeare y el Mahabbarata, Gilgamesh y el Ulysses de Joyce, Thomas Mann y el Libro de los muertos en una constante búsqueda, como señala Leandro Pinkler en el prólogo, del “punto de unión entre el mundo visible y el invisible, que constituye la esfera de acción de lo sagrado.”

Y es ahí donde Campbell distingue una diferencia fundamental entre las mitologías orientales, que asumen la unión con lo divino, y las occidentales, que narran episodios de separación. Es el árbol de la vida o el árbol de la ciencia, la experiencia de lo misterioso o la voluntad de conocimiento de la esfera giratoria del tiempo y el espacio, la mística o la razón.

Desde el primer capítulo, en el contraste entre el sueño de Vishnú y el de Job imaginado por el visionario que fue William Blake, se refleja esa oposición entre los símbolos del misterio universal y la magnitud cósmica, por un lado, y la representación de las limitaciones personales por otro.

Campbell se dedicó en sus libros a buscar un espacio de reconciliación entre la consciencia y el misterio a través de los arquetipos mitológicos, religiosos y psicológicos de las distintas culturas, y utilizó la antropología, el psicoanálisis, la literatura o la fenomenología de las religiones para construir una interpretación vitalista del mito y del héroe, de ahí que prestara tanta atención a los mitos encarnados en Osiris, Dionisos, Mitra o Cristo, señores de la muerte y la resurrección.

El objetivo de esta obra enciclopédica, como señala en su prefacio, fue profundizar en la dimensión icónica de la mitología a través de la potencia evocadora de las imágenes que representan a los mitos. Con esas imágenes, la distintas culturas aspiraban a hacer visible lo invisible, a revelar el misterio, a representar simbólicamente lo imperceptible, a expresar lo inefable.

Porque, señala Campbell, los mitos surgen, como los sueños, y al igual que la vida, de un mundo interior desconocido para la conciencia despierta.

Y eso es lo que justifica la necesidad de un libro como este y la importancia de sus descripciones e interpretaciones iconográficas, que explican las claves simbólicas de imágenes que van desde las pinturas rupestres de Rodesia a Paul Klee, de los sellos sumerios a Gauguin, de un zigurat de hace 35 siglos a un cuadro de Jackson Pollock.

Organizado en seis secciones que arrancan de la relación entre el mito y el sueño a través de Vishnú, el gran soñador del universo, y culminan en la paradoja y el misterio del despertar, Imagen del mito aborda los relatos míticos de transmisión oral y los más elaborados de las tradiciones escritas que construyen el orden cosmológico en las tres grandes religiones –budismo, cristianismo, islamismo-; explora las diferencias entre la mitología oriental y la occidental, entre el loto dorado y la rosa alquímica; propone una lectura psicológica de la simbología del mito del dios serpiente como símbolo del poder sobre la muerte; resalta la repercusión literaria del mito del dios sacrificado, descifra la importante presencia del dios jabalí en diferentes mitologías o conecta las uvas dionisiacas con los ritos cristianos de la última cena.

En 1973, cuando se publicó la primera edición de este volumen, Campbell agradecía al editor la belleza de las ilustraciones del libro. Cuarenta años después, con los avances en las técnicas de edición, el resultado es aún más espectacular que el de aquella primera versión en la reproducción de imágenes en las que se suceden catedrales y ánforas, templos y tapices, pirámides y relicarios, vidrieras y sinagogas, mandalas sánscritos y bajorrelieves asirios para completar un catálogo de los mitos y los símbolos que han elaborado las distintas culturas a lo largo de cinco mil años.

Lástima que ya no pueda disfrutarlo Campbell, que llegó a convertirse en vida en una influencia decisiva en La guerra de las galaxias a través de su libro El héroe de las mil caras, que dejó también una huella determinante en los patrones narrativos de Matrix o Indiana Jones o en el mundo de los videojuegos.

Santos Domínguez

19/11/12

Virginia Woolf. La señora Dalloway


Virginia Woolf.
La señora Dalloway.
Traducción de  José Luis López Muñoz.
Alianza editorial. Madrid, 2012.


Virginia Woolf.
La señora Dalloway.
Traducción de Andrés Bosch.
Debolsillo. Barcelona, 2012.


Pero todo el mundo estaba convencido de que la grandeza viajaba en el interior del vehículo; la grandeza, oculta, recorría Bond Street, y tan sólo el espesor de una mano la separaba de gentes corrientes que, ahora, por primera y última vez, se encontraban al alcance de la voz de la majestad de Inglaterra, del símbolo perdurable del Estado, símbolo que conocerán los anticuarios curiosos, al examinar las ruinas del tiempo, cuando Londres sea un camino alfombrado de hierba y cuando, de todos los que aquel miércoles por la mañana se apresuraban por las aceras de Bond Street, no queden más que huesos y unas cuantas alianzas mezcladas con el polvo, junto con los empastes de oro de innumerables dientes cariados. Porque entonces se sabrá cuál era el rostro del automóvil.

Esas líneas forman parte de La señora Dalloway, la primera de las tres grandes novelas -las otras dos son Al faro y Las olas- de Virginia Woolf .

A ese párrafo memorable le atribuía García Márquez una influencia decisiva sobre su propia obra, porque modificó su idea del mundo y su sentido del tiempo, lo que le permitió volcar esa impresión en el proceso de descomposición de Macondo.

El argumento no puede ser más sencillo: un soleado día del junio londinense en la vida de Clarissa Dalloway, una mujer de 52 años que prepara una fiesta para esa noche.

A partir de ese planteamiento, con un sutil uso del tiempo y el espacio, de la voz de la narradora y la de los personajes, Virginia Woolf construye un edificio narrativo levantado sobre lo que podríamos llamar la poética del instante con tres materiales básicos: los recuerdos, los sentimientos y las sensaciones para dar esa impresión personal de la vida que debe proponer toda novela, como quería Henry James.

Cuando escribo no soy más que una sensibilidad, anotaba la novelista en sus diarios. Y esa sensibilidad se convierte en esta novela en una lámpara con la que ilumina el mundo Virginia Woolf, que quizá alcanzó aquí el punto más alto de sutileza para tamizar la realidad, para devolvérnosla filtrada por una mirada delicada y por una palabra que la recrea:

En los ojos de la gente, en cada vaivén, paso y zancada, en el fragor y el tumulto, en los coches de caballos, automóviles, ómnibus, camionetas, hombres-anuncio que giraban y arrastraban los pies, en las bandas de música, en los organillos, en el júbilo y el tintineo y el extraño canto agudo de algún aeroplano que cruzaba el cielo, estaba lo que ella amaba: la vida, Londres, aquel instante del mes de junio.

En ese proceso es fundamental la mediación de una narradora que conoce la intimidad de unos personajes que en el fondo son reflejos poliédricos de la propia autora. Esa narradora, tan cercana a los personajes que a veces abandona el estilo indirecto libre y les cede la palabra para que se expresen a través del monólogo interior, comparte su mirada femenina con la protagonista.

De Bond Street a Oxford Street, de Piccadilly a St. James, del Mall a Regent’s Park, la narradora recorre las calles, los parques y los interiores del centro de Londres con transiciones muy suaves entre su propia voz y la de los personajes, con cambios casi imperceptibles entre la narración y el monólogo.

Es una mirada embellecedora, porque la realidad la crea quien la mira, una mirada que se dirige a un mundo etéreo e intangible, pero de una enorme consistencia literaria. Y así la sensibilidad refinada de la narradora se proyecta sobre el mundo de la misma manera que Virginia Woolf se proyecta en el interior de los personajes.

Si en la señora Dalloway proyectó Virginia Woolf su exaltación vitalista, también como reflejo del lado oscuro de la autora tiene un papel esencial en la obra el perturbado Septimus Warren, un veterano de la Primera Guerra Mundial que arrastra un trastorno alucinatorio como secuela de su experiencia bélica. Es el inquietante mundo del dolor, la locura y el suicidio que acechan en el lado oscuro de la autora y de la realidad.

Son dos personajes que no se conocen y se cruzan una sola vez en la novela, delante del coche del primer ministro –o de la reina, o del príncipe de Gales- en uno de esos momentos en los que la realidad se muestra especialmente huidiza.

Casi a la vez aparecen dos traducciones en formato de bolsillo: la de José Luis López Muñoz en Alianza y la de Andrés Bosch en Debolsillo. No sabría con cuál de las dos quedarme si tuviera que elegir. Las dos me parecen espléndidas y a la altura de una novelista que contribuyó a cambiar la sensibilidad estética del siglo XX con una novela tan imprescindible como esta. Una de esas pocas novelas que le cambian al lector, como a García Márquez, su idea del mundo y su manera de mirar la realidad.

Santos Domínguez


17/11/12

William Blake. Antología bilingüe


William Blake.
Antología bilingüe.
Introducción y traducción 
de Enrique Caracciolo Trejo.
Alianza. Madrid, 2012


¡Tigre! ¡Tigre!, luz llameante
En los bosques de la noche,
¿Qué ojo o mano inmortal,
Osó idear tu terrible simetría?

Así termina El tigre, que forma parte de los Cantos de experiencia de William Blake (1757-1827), uno de los poetas más enigmáticos y asombrosos de la tradición occidental. 

Inclasificable e irrepetible, su intensa poesía fue una isla deslumbrante en el racionalismo del siglo XVIII, una profecía del irracionalismo o del satanismo romántico y de la actitud visionaria y onírica del superrealismo.

Grabador y poeta, místico y pintor, soñador iluminado y filósofo, excéntrico y astuto, Blake fue un artista total que fundió la palabra y la imagen en una doble actividad que nunca concibió por separado y que dio lugar a libros tan desasosegantes como el Matrimonio del Cielo y el Infierno, los Cantos de experiencia y de inocencia o la épica breve de los libros proféticos que compuso en su madurez, como culminación de una obra que Chesterton resumió con estas palabras:

“Blake no poseía ninguno de los rasgos del poeta desmayado, del simple místico bobo. Si verdaderamente fue un hombre loco, se puede dar tanto énfasis a la palabra loco como a la palabra hombre. Y así, por ejemplo, a pesar de su oficio sedentario y de sus pacíficas teorías, poseía un extraordinario valor físico.”


Aquel poeta iconoclasta y profético, en cuyos versos conviven en raro equilibrio las luces y las sombras, fundó una cosmogonía prometeica propia sobre el hombre anterior a la caída en los Cantos de inocencia y sobre el conocimiento del dolor en los Cantos de experiencia, creó una obra de enorme potencia imaginativa y expresiva, murió cantando y -como explicó Antonio Rivero Taravillo- dejó una huella importante en Yeats o en el Graves de La diosa blanca, en Cirlot o en Borges.

La Antología bilingüe, que publica Alianza en su colección de bolsillo con introducción y traducción de Enrique Caracciolo, da una imagen global del poeta complejo y potente que fue Blake, de la evolución de su obra y de la convivencia en sus versos de lo oscuro y lo deslumbrante, de la inspiración y lo conceptual, del caos y el orden, de lo escandaloso y lo convencional y de una inusual coexistencia de lucidez, locura y rebeldía, como en uno de los Proverbios del Infierno que forman parte de su imprescindible El matrimonio del Cielo y el Infierno:

Así como la oruga elige las hojas más bellas para posar sus huevos, así el sacerdote deja caer su maldición en los gozos más dulces.

Santos Domínguez

16/11/12

Paul Auster. Poesía completa

Paul Auster.
Poesía completa.
Traducción y prólogo de Jordi Doce.
Seix Barral. Barcelona, 2012.


Sentirte separado del lenguaje es perder tu propio cuerpo. Cuando las palabras te fallan, te disuelves en una imagen de la nada. Desapareces.

Con ese texto, el decimotercero de sus Notas de un cuaderno de ejercicios de 1967, declaración de principios y manifiesto poético personal, se cierra la Poesía completa de Paul Auster que acaba de publicar Seix Barral en edición bilingüe con traducción y prólogo de Jordi Doce, que ha revisado para la ocasión la traducción que hizo de estos textos en 1996 para la editorial Pre-Textos con el título Desapariciones.

Como un alivio frente a la barrera de la prosa se planteaba el ejercicio de la poesía Paul Auster, que antes de ser novelista fue un poeta que estaba empezando a construir por entonces un universo literario coherente.

Por ejemplo, la relación que expresa el texto anterior entre el lenguaje y el mundo, la sensación de pérdida o la disolución del sujeto poético que aparece en esas breves líneas anuncian algunas de las líneas de fuerza de la obra narrativa de Auster.

Leer estos poemas a la luz de sus textos más conocidos es una de las razones que aconsejan este acercamiento a uno de los mundos literarios más sólidos de la literatura actual. Un mundo en el que la búsqueda de la identidad personal, de la voz propia y la mirada ocupan un lugar esencial, como en este Lapsario:

Se ha encontrado a sí mismo,
erguido en el lugar
donde el ojo más fieramente
se hace fuerte.

Iniciado en la poesía como traductor de los textos simbolistas franceses, esa vinculación con la literatura europea es una de las constantes de la obra de Auster, que une a la influencia juvenil de Emily Dickinson las de Mallarmé, Celan, Ungaretti o Jabés.

A lo largo de diez años, de 1970 a 1979, los poemas elusivos de Paul Auster, de versos cortos y ritmos sincopados, tienden a crecer desde el texto suelto a la secuencia de poemas, aspiran a proyectar iluminaciones verbales en la sombra del mundo y ponen los cimientos de un mundo literario en construcción a través de la mirada y la palabra.

Es una poesía contemplativa, un ejercicio de indagación lingüística y de búsqueda de sentido existencial en la estructura laberíntica de un mundo opaco, una poesía anclada en el lirismo, en la intensidad del lenguaje y en sus valores connotativos, en la libertad de las asociaciones verbales más que en la narratividad, en la abstracción y el conocimiento más que en el prosaísmo documental. Es lo que ocurre por ejemplo en Visible, de Fragmentos del frío:

Bobinas de relámpagos, desovilladas
en la noche escindida de invierno: truenos
tirados por estrellas, como si

tu fantasma hubiera pasado, ardiendo,
por el ojo de una aguja y se hubiera afinado
hasta la transparencia con la seda
de la nada.


Santos Domínguez


15/11/12

Esquilo. Sófocles. Eurípides

Esquilo. Sófocles. Eurípides.
Obras completas.
Edición coordinada por Emilio Crespo.
Cátedra. Bibliotheca AVREA. Madrid, 2012.

En su Bibliotheca AVREA, Cátedra reúne el teatro completo de Esquilo, Sófocles y Eurípides. Son las treinta y dos tragedias -más un drama satírico- que se conservan de esos tres clásicos griegos que estrenaron esas obras a lo largo de setenta años del siglo V a.C.

Han pasado desde entonces dos mil quinientos años y sin embargo la mayor parte de esos textos mantienen una vitalidad asombrosa que se actualiza en cada lectura, en cada representación, en cada adaptación para el teatro o para el cine.

Porque estas obras no solo han alimentado la filosofía y la literatura hasta ayer mismo, hasta Faulkner, María Zambrano o García Márquez, o el cine de Passolini; siguen planteando al hombre contemporáneo preguntas sobre la libertad y la conducta, sobre el error y la esperanza a través de personajes que representan paradigmas ejemplares o son referentes de la crueldad, pero que sobre todo son seres vivos que van más allá de su condición de arquetipos y desde su tiempo primordial forman parte del inconsciente colectivo occidental: Electra o la venganza, Medea entre el instinto maternal y el deseo amoroso, Prometeo el rebelde o la libertad del hombre frente a los dioses, la complejidad de Edipo y su búsqueda de la verdad y de la propia identidad, Antígona o la resistencia contra el poder injusto...

La organización del libro no responde al orden cronológico de los textos o a la edad de sus autores, sino a la cronología interna de los mitos a los que se refieren estas tragedias. Y así, entre Prometeo encadenado, la primera, y Los persas -la última porque es la única que no tiene un  fondo mitológico, y sin embargo la más antigua por fecha de composición- se ordenan estas obras en la que se cruzan los ecos y las sombras, el dolor y el conflicto, la soberbia y la cólera, la ceguera y la locura, la compasión y la venganza.

Esas dos obras de aquel  viejo soldado de Salamina que fue Esquilo, testigo de la derrota de Jerjes, son la apertura y el cierre de este volumen y resumen muchas de las claves de la tragedia griega: el cruce de vida y muerte, de frustración y esperanza, de libertad y destino que están en el fondo de obras imprescindibles como Edipo rey y Antígona, de Sófocles, el más equilibrado de los tres, tan cercano que parece uno de los nuestros o como Las bacantes y Medea, de Eurípides, el más antipático y joven de ellos, el solitario escéptico que según la tradición fue devorado por los perros del rey de Macedonia.

Esta edición, coordinada por Emilio Crespo, reúne las traducciones de los tres trágicos en la colección Letras Universales de esta misma editorial: la que hizo José Alsina de Esquilo, la de Sófocles que firmó Vara Donado y la traducción que hicieron López Férez y Juan Miguel Labiano de las obras de Eurípides.

Se añade un nuevo y amplio estudio introductorio firmado por Luz Conti, Rosario López, Luis M. Macía y Mª Eugenia Rodríguez, y además se enriquece la edición con un abundante repertorio de ilustraciones de vasos de cerámica y grabados de los delicados dibujos de línea clara del neoclásico Flaxmann.

Santos Domínguez

13/11/12

La espiral de la austeridad


Economistas aterrados.
La espiral de la austeridad.
España intervenida.
Traducción de 
Santiago Martín Bermúdez.
Pasos perdidos. Barcelona, 2012.

En esta nueva entrega de los Economistas aterrados, La espiral de la austeridad. España intervenida, que publica Pasos perdidos, Thomas Coutrot, Henri Sterdyniak, Benjamin Coriat y Dany Lang. continúan con sus críticos análisis de las políticas económicas de la Unión Europea. Por un lado denuncian el diagnóstico errado, pues en su opinión la crisis no se inició por el déficit excesivo de los estados, sino por la desregulación financiera mundial promovida por los economistas neoliberales, que permitió, entre otras prácticas lamentables, la formación de gigantescas burbujas inmobiliarias en varios países. Pero por otro lado manifiestan que tampoco la terapia es la correcta: la austeridad sólo conduce a la recesión y al crecimiento del paro, sin que el déficit y la deuda se solucionen.

Pero esto ya lo habían explicado en 2010 en su manifiesto fundacional. Ahora añaden una nueva denuncia: la Unión Europea, un supraestado de escasa legitimidad democrática, ha tomado decisiones que vacían de participación ciudadana importantes decisiones políticas. El llamado Pacto Presupuestario conducirá a que todos los países incluyan en sus Constituciones modificaciones que impiden que los parlamentos nacionales sean autónomos a la hora de diseñar la política económica de cada estado.

En España ya se modificó la Constitución en septiembre de 2011 y si no recuerdan el referéndum es porque no lo hubo. Casi no hubo ni debate.

Con estas medidas la Soberanía se transfiere a unos organismos europeos poco o nada representativos, que tras unos cálculos que los autores del libro consideran opacos, cuando menos, pueden obligar a un país a aplicar una serie de recortes sin tener en cuenta que esa actuación provoque un daño económico y social insufrible.

Los autores no sólo denuncian que el procedimiento es antidemocrático, sino también que el objetivo no es otro que desmantelar el estado social.

Frente a estas políticas europeas erradas, antidemocráticas, crueles y cargadas de objetivos perversos, las propuestas de Economistas aterrados son fácilmente comprensibles: controlar la especulación financiera mundial, conseguir que los países con problemas de deuda paguen unos tipos de interés razonables, prohibir los paraísos fiscales, obligar a que los bancos se dediquen a la gestión del crédito (controlando sus ambiciones especulativas), tomar medidas fiscales que consigan, por ejemplo, que los multimillonarios no puedan pagar menos porcentaje de impuestos que sus chóferes...

Ojalá estas denuncias y estas propuestas se concretaran en una fuerza política que, por un lado inquietase, aunque sólo fuera un poco, a los privilegiados que provocaron la catástrofe; y por otro a los demás, nos trajese un poco de esperanza.
Jesús Tapia

Maravall. La cultura del Barroco

José Antonio Maravall.
La cultura del Barroco.
Ariel. Barcelona, 2012.

Para conmemorar los setenta años de la editorial, Ariel reedita uno de los monumentos del ensayismo hispánico contemporáneo: La cultura del Barroco, un estudio fundamental que José Antonio Maravall publicó en 1975 y que es seguramente la mejor iluminación de conjunto sobre las implicaciones culturales de ideología y estética, de religión y literatura, de política y teatro en el marco de la Contrarreforma de Trento y en medio de una grave crisis económica, social y política.

Con un campo cronológico limitado a la primera mitad del siglo XVII y con una atención especial al reinado de Felipe IV, Maravall desenmascara la instrumentalización de la cultura al servicio de los intereses del poder y desvela los procedimientos de maquinación del teatro y de la fiesta como formas de propaganda para preservar las estructuras señoriales de la monarquía austríaca.

La del Barroco fue –como explica minuciosamente este ensayo- una cultura programada e intervenida desde el poder, desde la alianza trabada por la monarquía, la aristocracia tradicional y el jesuitismo contrarreformista para preservar los privilegios de los poderosos y las diferencias estamentales en una sociedad tan conflictiva como la del Seiscientos español.

Por su transcendencia literaria y su lugar central en la literatura barroca, el ejemplo más significativo es el del teatro nacional de Lope de Vega, Tirso de Molina o Calderón de la Barca. La fórmula urbana del arte nuevo, que conectó con el pueblo de manera asombrosa, fue aprovechada desde el poder para producir una manipulación ideológica de los espectadores, para estimular una cultura persuasiva que imponía desde los escenarios de los corrales la adhesión inconsciente y ciega a los valores tradicionales – el honor, la honra, la jerarquía, la autoridad- sobre los que se asentaba el sistema monárquico señorial de la España barroca. 

Maravall lo resume en estos términos:

El Barroco no es sino el conjunto de medios culturales de muy variada índole, reunidos y articulados para operar adecuadamente con los hombres [...] a fin de acertar prácticamente a conducirlos y a mantenerlos integrados en el sistema social.

Esa es la tesis fundamental de este libro, la revelación de los códigos usados por aquella cultura dirigista que proyectó en el pueblo su afán propagandístico y le inculcó sutilmente el inmovilismo a través de una serie de recursos de acción sicológica y de una cosmovisión pesimista de la realidad.

Una interesada cosmovisión barroca de raíz ascética cuyo centro es el desengaño ante la imagen de un mundo al revés o de un teatro en el que todos fingen, de una naturaleza que se ha convertido en fuerza agresiva que desencadena catástrofes sanitarias o terremotos o inundaciones. Así se impone el miedo a la muerte y se induce finalmente a la inacción, al apartamiento del mundo, al conformismo.

La cultura del Barroco, un ensayo ejemplar e imprescindible sobre aquella cultura dirigida, masiva, urbana y conservadora, forma parte de un proyecto más amplio y ambicioso con el que el profesor Maravall aspiraba a construir una historia social de las mentalidades.

Con todo lo que en él hay de ensayo, de enfoque personal, de erudición, profundidad y rigor analítico, desde su publicación, hace casi cuarenta años, este libro no solo mantiene su vigor, sino que se ha consolidado como un estudio esclarecedor que abrió en su momento nuevas perspectivas en el campo de los estudios de historia cultural y de la sociología de la literatura española.

Santos Domínguez