Historia de la literatura española.
9. El lugar de la literatura española.
Fernando Cabo Aseguinolaza.
Crítica. Barcelona, 2012.
Desde que se anunció el proyecto renovador de una nueva Historia de la literatura española dirigida por José-Carlos Mainer que publica la Editorial Crítica, había dos volúmenes que llamaban especialmente la atención por la novedad de su enfoque.
Aparte de sus nuevos enfoques y de la nueva disposición de materiales en los tomos dedicados a la historia de la literatura en las distintas épocas, las novedades más llamativas del proyecto eran dos volúmenes transversales que ya son una realidad.
Uno es el tomo octavo Las ideas literarias, que se publicó hace un año y que dirigido por José María Pozuelo Yvancos aborda en un espléndido panorama de conjunto la formación de las teorías literarias y la práctica de la crítica como exponente del canon literario en España a lo largo de ocho siglos, desde 1214 hasta 2010.
El otro, El lugar de la literatura española, acaba de aparecer y aborda el concepto mismo de literatura española, analiza sus relaciones con las literaturas de otras lenguas peninsulares (catalana, gallega, vasca) y europeas o con la literatura hispanoamericana.
Se trata de una ampliación del campo de estudio para situar la literatura española en un contexto que va más allá del estrictamente nacional, que se fija cuando España se constituye como el primer estado moderno a finales del siglo XV.
Es una cuestión de perspectiva, una meditación del marco, como diría Ortega y Gasset. Porque, como se sabe, los árboles no dejan ver el bosque y una mirada demasiado estrecha, demasiado limitada a lo cercano, sitúa los textos fuera de contexto e impide apreciar en su verdadera dimensión el bosque literario del que forma parte la literatura española.
Una literatura que surge en el marco de la cultura europea del Renacimiento, no renuncia a sus raíces orientales, al mestizaje árabe y hebreo de Al-Ándalus y Sefarad, se proyecta en la expansión en América, crece a la vez que las tensiones con los nacionalismos periféricos, incorpora otras literaturas mediante la traducción.
Esa identidad problemática de la literatura hispánica en el conjunto de la literatura universal es el resultado de una suma de conflictos entre la tradición y la modernidad, entre lo centralista y lo periférico, entre lo español y lo americano.
Y así surgen una serie de preguntas que orientan las claves de este estudio cercano a los planteamientos de la literatura comparada.
Por ejemplo, ¿habría que hablar de literatura española o de literatura en español? Si se asume esta segunda solución, se amplía considerablemente el campo de estudio, en una perspectiva que va más allá de las identidades nacionales y se define en función de la comunidad lingüística y de las semejanzas culturales y literarias. Porque en definitiva estamos hablando de una sola literatura, escrita en la misma lengua y alimentada en la misma tradición, dirigida al mismo público y canalizada por el mismo mercado editorial, enraizado en México, Madrid, Buenos Aires o Barcelona.
La compleja relación entre lengua y nacionalidad, entre la literatura española y la literatura hispanoamericana empieza a plantearse en la segunda mitad del siglo XX, cuando la literatura americana en español empieza a ser visible en el mundo con Neruda, Borges, Lezama, Cortázar o García Márquez, aunque la expresión latinoamericana y su peculiaridad literaria había empezado a fraguarse con los cronistas de Indias y con Sor Juana Inés de la Cruz.
Porque el concepto de literatura nacional es una construcción política del siglo XVIII y se sostiene en un discurso cultural nacionalista y castellano que convendría revisar desde una óptica más abarcadora y menos excluyente, ya que desde el desarrollo de la literatura hispanoamericana es imposible vincular la lengua castellana a una única referencia nacional.
Este estudio aspira a transmitir una perspectiva global del lugar que ocupa la literatura española en el ámbito peninsular y fuera de él. Y del no menos problemático lugar que ocupó en Europa, un espacio oscuro del que la rescataron los alemanes. Porque a finales del XVIII y comienzos del XIX hubo un rescate alemán de la literatura española frente al ¿qué ha aportado España?, de Masson.
Frente a la insularidad medieval de una literatura castellana intransitiva y encerrada en sus propios límites, pese a excepciones como la Escuela de traductores de Toledo, en el siglo XVI empieza a circular la literatura española en Europa como consecuencia de su relevancia internacional.
En primer lugar en Italia, tan relacionada con España a través del reino de Aragón por motivos dinásticos. Y tras esas traducciones al italiano, otras al alemán, al inglés o al francés: La Celestina, el Amadís, el Lazarillo, el Guzmán de Alfarache o el Quijote son las obras fundamentales sobre las que se fundamentó un nuevo paradigma literario y, en suma, una renovación de la literatura europea, como señala Fernando Cabo Aseguinolaza.
Pero desde el XVIII, tras el último destello que representa Calderón, la intranscendencia internacional de la literatura española –con la excepción de García Lorca- es palmaria hasta hace dos décadas, en las que la repercusión de la novela española en el extranjero es cada vez más evidente. Lo confirman las traducciones de Marsé, Pérez-Reverte, Vila-Matas, Cercas, Millás y, sobre todo, Javier Marías.
Organizado en cinco apartados –La construcción de la literatura nacional; Europa, o no; El oriente en casa; América, hacia una literatura mundial y La negociación del lugar-, como en el resto de los volúmenes de esta Historia de la literatura española, un centenar de textos apoyan los contenidos desarrollados en la primera parte de esta entrega, la penúltima en aparecer.
Para completar el proyecto, sólo queda por aparecer un volumen, el correspondiente al Renacimiento. Con él culminará este empeño monumental que ha renovado decisivamente el panorama de los estudios literarios en España con sus enfoques actualizados e integradores.
Santos Domínguez