Félix María Samaniego.
Veintidós cuentos picantes.
Edición de Alfonso Martínez Galilea.
Ilustraciones de Javier Jubera García.
Pepitas de calabaza. Logroño, 2012.
Veintidós cuentos picantes.
Edición de Alfonso Martínez Galilea.
Ilustraciones de Javier Jubera García.
Pepitas de calabaza. Logroño, 2012.
El jardín prohibido. Así titula Alfonso Martínez Galilea el prólogo que ha escrito para esta selección de Veintidós cuentos picantes de Samaniego que acaba de publicar Pepitas de calabaza con espléndidas ilustraciones de Javier Jubera.
Es un Samaniego muy distinto al conocido fabulista ejemplarizador y didáctico. Semejante al Moratín padre del Arte de las putas, el de estas silvas narrativas, libres y flexibles, es un Samaniego secreto, oral y manuscrito. Porque estos textos circularon clandestinamente y fueron conocidos por ámbitos ilustrados y minoritarios desde finales del XVIII o se diluyeron en la tradición anónima a través de la transmisión oral para la que estaban pensados.
Son los “cuentos verdes” a los que aludía en su Historia de los heterodoxos españoles Menéndez Pelayo, que los conocía y no quería ni siquiera citar los títulos de estas “composiciones nefandas” de un Samaniego que se integraba así en la corriente libertina que tuvo en la Ilustración referentes tan decisivos como Sade o Casanova.
En los últimos años se han sucedido las ediciones de estos textos que muestran, en palabras de Alfonso Martínez Galilea, “un Samaniego en su manera más jocunda, irreverente y viva.”
Cuando las editó López Barbadillo en El jardín de Venus, en 1921, resumía su contenido en estos términos: “burlas de frailes y monjas y mucho chiste y regocijo.”
El descaro, el anticlericalismo, la libertad expresiva que encuentra su mejor cauce en la libertad de los heptasílabos y los endecasílabos de sus silvas recorren estos cuentos cuyo escaso valor literario se compensa con la frescura de un lenguaje sorprendentemente contemporáneo.
Samaniego tuvo problemas con la Inquisición de Logroño, donde ahora aparece esta cuidada edición enriquecida con las ilustraciones sólidas y carnales de Javier Jubera.
Es un Samaniego muy distinto al conocido fabulista ejemplarizador y didáctico. Semejante al Moratín padre del Arte de las putas, el de estas silvas narrativas, libres y flexibles, es un Samaniego secreto, oral y manuscrito. Porque estos textos circularon clandestinamente y fueron conocidos por ámbitos ilustrados y minoritarios desde finales del XVIII o se diluyeron en la tradición anónima a través de la transmisión oral para la que estaban pensados.
Son los “cuentos verdes” a los que aludía en su Historia de los heterodoxos españoles Menéndez Pelayo, que los conocía y no quería ni siquiera citar los títulos de estas “composiciones nefandas” de un Samaniego que se integraba así en la corriente libertina que tuvo en la Ilustración referentes tan decisivos como Sade o Casanova.
En los últimos años se han sucedido las ediciones de estos textos que muestran, en palabras de Alfonso Martínez Galilea, “un Samaniego en su manera más jocunda, irreverente y viva.”
Cuando las editó López Barbadillo en El jardín de Venus, en 1921, resumía su contenido en estos términos: “burlas de frailes y monjas y mucho chiste y regocijo.”
El descaro, el anticlericalismo, la libertad expresiva que encuentra su mejor cauce en la libertad de los heptasílabos y los endecasílabos de sus silvas recorren estos cuentos cuyo escaso valor literario se compensa con la frescura de un lenguaje sorprendentemente contemporáneo.
Samaniego tuvo problemas con la Inquisición de Logroño, donde ahora aparece esta cuidada edición enriquecida con las ilustraciones sólidas y carnales de Javier Jubera.
Santos Domínguez