18/9/12

Historia de la pobreza en EE.UU.


Stephen Pimpare.
Historia de la pobreza en EE.UU.
Península. Barcelona, 2012.


El profesor de Historia contemporánea Stephen Pimpare recoge en este libro, que publica Península en su colección Atalaya, decenas de testimonios de primera mano sobre la pobreza en Estados Unidos. Unas veces de personajes conocidos como el activista Malcolm X o como el escritor James Baldwin, pero sobre todo de personas anónimas, como asistentes sociales, vagabundos, madres solteras que viven de las ayudas públicas, parados...

Es un libro de ensayo, pero a la vez un recopilatorio de documentos y relatos personales que ayudan a ver la pobreza desde distintos puntos de vista y a entender un poco su enorme complejidad: desde quienes piensan que la pobreza es simplemente una condena que sufren, merecidamente, personas descarriadas; hasta quienes, como el profesor Pimpare, contemplan la pobreza no como la simple falta de dinero, sino como algo muchas veces conectado con la enfermedad, la violencia, la obesidad (al menos desde mediados del siglo XX), la ancianidad...

A veces, los testimonios pueden parecer un poco extremos (sorprende cómo en ese país perder el empleo significa en muchas ocasiones una caída automática en la pobreza más absoluta), pero hay que recordar que en Estados Unidos los lazos familiares son más laxos que en España y apenas sirven de protección, y que el estado no cumple en la misma medida que en muchos países europeos como amortiguador de la miseria. De todos modos, la actual ola de recortes sociales (el fantasma que recorre Europa) pronto acabará con estos distingos y, de este modo, la lectura del libro puede ilustrar al lector como previsión de lo que pronto será común también en esta orilla del Atlántico.

Algunos testimonios resultan estremecedores (“Cuando un vagabundo te pide pan, ponle estricnina o arsénico y no volvera a molestarte, y los demás no se acercarán al barrio”, recomendaba The Chicago Tribune a sus lectores en 1884), otros rozan lo humorístico, y algunos producen perplejidad, en especial aquellos que recogen la vergüenza de quienes se ven obligados a recurrir a las ayudas sociales y llegan a negar que lo que reciben sean ayudas públicas, pues ellos también han asumido que quienes se benefician del dinero público tienen que haber hecho algo inmoral para encontrarse en esa situación.

La lectura del libro nos ofrece una perspectiva múltiple del problema: cómo ven la pobreza quienes no la sufren (“eso sale de mi bolsillo” le grita un hombre a una mujer pobre que recibe los cupones de ayuda alimentaria), las autoridades que administran la asistencia social (siempre temerosas de que la oferta de ayuda genere un aumento de la demanda) y los pobres, que tienen que demostrar su idoneidad y su virtud para ser ayudados.

Sorprende la tendencia a exigir a quienes reciben ayuda social que acepten ciertas tutelas y que se sometan a controles, como si el Estado se hubiese contagiado de la tradicional manía eclesiástica de mezclar los componentes materiales y espirituales en la práctica de la caridad.

Implícita en esta tendencia a juzgar la moralidad de los pobres está la idea de que estos tienen que ser culpables de algo, y de que sólo llevando una vida virtuosa podrán salir de la pobreza. En los últimos meses, algunos de nuestros próceres no han parado de proponer ocurrencias (alguna de ellas ya concretada legalmente) para exigirles a los parados españoles algo a cambio de los lujos de los que disfrutan: que arreglen los jardines de la Villa y Corte y que reforesten nuestros bosques chamuscados durante la canícula. Lo que me sugiere inquietantes preguntas: ¿Estará naciendo en España un movimiento ecologista de derechas? ¿Darán frutos amargos los árboles sembrados con trabajos forzosos?

Jesús Tapia