Pío Baroja.
Nueve novelas y un prólogo.
Edición de Juan María Marín Martínez
y Francisco Muñoz Marquina.
Cátedra AVREA. Madrid, 2012.
Cátedra AVREA publica, en una cuidada edición preparada por Juan María Marín Martínez y Francisco Muñoz Marquina, nueve novelas esenciales de la producción barojiana: Silvestre Paradox, Camino de perfección, la trilogía La lucha por la vida, Zalacaín el aventurero, César o nada, Las inquietudes de Shanti Andía y El árbol de la ciencia, además del Prólogo casi doctrinal sobre la novela.
Nueve novelas escritas entre 1901 y 1911, los diez años más intensos de la escritura de Baroja, en los que el novelista hizo del pensamiento de Schopenhauer el cimiento ideológico de su escritura y el fondo sentimental pesimista que recorre su obra.
Desde los tanteos iniciales en busca de una voz propia, con la autobiografía generacional de Camino de perfección, Baroja logró el dominio de un mundo novelístico consolidado en La lucha por la vida y de ahí llegó a la plenitud de sus mejores novelas, las que escribió entre 1908 y 1912, dueño ya de un universo narrativo inconfundible sobre la voluntad y el dolor de la existencia, sobre la inacción y el mundo como realidad caótica, sobre la inadaptación y la marginalidad, con una voz personal que se mueve entre el tono humilde y el desabrimiento, entre la distancia del espectador o el juicio implacable del autor que irrumpe en la novela.
Y es que –como escribió Ortega- a nada se parece tanto un libro de Baroja como a un objeto arrojadizo.
Baroja escribió novelas egocéntricas, sin un diseño cerrado ni un plan que organice el relato –yo escribo mis libros sin plan; si hiciera un plan no llegaría al fin-, con frecuentes irrupciones de personajes secundarios o acciones marginales, con comentarios y reflexiones que interrumpen la narración, porque componía las novelas como el que va por el camino distraído, mirando este árbol, aquel arroyo y sin pensar demasiado a dónde va.
Sobre esa ausencia de plan triunfan la fuerza de los hechos, la agilidad narrativa, la capacidad descriptiva y la rapidez en la caracterización de los personajes secundarios o los protagonistas abúlicos, activos o contemplativos en los que Baroja proyectó su autobiografía o sus posiciones ideológicas.
Todas esas características seguramente hubieran sido incompatibles en su obra con un estilo más trabajado, porque la suya es una retórica del tono menor, alejada de la grandilocuencia y en busca de la precisión del párrafo corto y la viveza del diálogo.
Todas esas características seguramente hubieran sido incompatibles en su obra con un estilo más trabajado, porque la suya es una retórica del tono menor, alejada de la grandilocuencia y en busca de la precisión del párrafo corto y la viveza del diálogo.
Construido ya ese potente mundo literario barojiano, su autor entró en una lenta y sostenida decadencia a la sombra de Nietzsche y de Aviraneta. Desde 1913, Baroja fue aislándose de la sociedad civil y de su entorno literario y cultural. Probablemente empezó a darse cuenta de que llegaba una nueva época a la que ya no pertenecía ni por edad ni por lecturas ni por talante personal. Baroja se fue anquilosando literariamente y aunque siguió escribiendo novelas como las de la serie Memorias de un hombre de acción, agradables de leer, divertidas incluso, trepidantes en su acción, su desfase técnico es cada vez más evidente.
Desde ese momento, lo mejor que escribe Baroja ya no pertenece al territorio de la narrativa, sino al de las memorias con los siete tomos que agrupó en el ciclo autobiográfico Desde la última vuelta del camino.
De esa lenta y prolongada decadencia de quien fue el mejor novelista español de la primera mitad del siglo XX da muestras el Prólogo casi doctrinal sobre la novela con el que Baroja replicó a las Ideas sobre la novela de Ortega y Gasset, primero desde la Revista de Occidente y luego como prólogo de La nave de los locos en 1925.
Con ese prólogo, tan crítico con la novela contemporánea, Baroja se convertía en el último novelista del XIX. Por eso, transcurrido más de un siglo, son estas novelas de su primera etapa las que han ido fijando la memoria y el gusto del lector como el canon de la novelística barojiana.
Santos Domínguez