Javier Salvago.
La vida nos conoce.
Antología poética.
Prólogo de Juan Bonilla.
Renacimiento. Sevilla, 2011.
La vida nos conoce.
Antología poética.
Prólogo de Juan Bonilla.
Renacimiento. Sevilla, 2011.
El médico me manda no escribir más. Al menos,
me pide que no ponga sobre la llaga el dedo,
que deje de arañarme por dentro como un gato
y, de escribir, que escriba con menos entusiasmo,
que me ande por las ramas –mejor, que fantasee
lo mismo que hacen otros–, que llene las paredes
de tapices, el suelo de mullidas alfombras
y dedique a Venecia y a Pisa algunas odas.
En suma, que no saque mis trapos a la calle
–si por trapos se entienden ciertas intimidades–
y que aprenda a ser pulcro, discreto y decadente
como algunos colegas bastante transigentes.
Total, para que el sueño me otorgue sus blanduras,
imitaré a la grey que aspira a ser oscura.
En un curso intensivo, me aprenderé los nombres
de cuantas telas haya y de todas las flores.
Celebraré los fastos, la gloria, la grandeza
de alguna corte antigua –mejor de ser siniestra–
y afinaré las cuerdas de mi rudo instrumento
para que en adelante suene a Renacimiento.
Si por alguna causa se me agotara el tema
siempre habrá alguna moda, liviana y pasajera,
algo que nos devuelva el sabor del pasado
o su olor, cuando menos, discretamente rancio.
Así que por la paz de un reposo perfecto
–con tal de que no deje testimonio del tiempo
que me tocó vivir–, todo vale. De acuerdo.
me pide que no ponga sobre la llaga el dedo,
que deje de arañarme por dentro como un gato
y, de escribir, que escriba con menos entusiasmo,
que me ande por las ramas –mejor, que fantasee
lo mismo que hacen otros–, que llene las paredes
de tapices, el suelo de mullidas alfombras
y dedique a Venecia y a Pisa algunas odas.
En suma, que no saque mis trapos a la calle
–si por trapos se entienden ciertas intimidades–
y que aprenda a ser pulcro, discreto y decadente
como algunos colegas bastante transigentes.
Total, para que el sueño me otorgue sus blanduras,
imitaré a la grey que aspira a ser oscura.
En un curso intensivo, me aprenderé los nombres
de cuantas telas haya y de todas las flores.
Celebraré los fastos, la gloria, la grandeza
de alguna corte antigua –mejor de ser siniestra–
y afinaré las cuerdas de mi rudo instrumento
para que en adelante suene a Renacimiento.
Si por alguna causa se me agotara el tema
siempre habrá alguna moda, liviana y pasajera,
algo que nos devuelva el sabor del pasado
o su olor, cuando menos, discretamente rancio.
Así que por la paz de un reposo perfecto
–con tal de que no deje testimonio del tiempo
que me tocó vivir–, todo vale. De acuerdo.
En Variaciones sobre un tema de Manuel Machado, que así se titula este poema, está gran parte del mundo poético de Javier Salvago (Paradas, 1950). Sus temas (los sueños fracasados, el tiempo, la vida pasada), la línea clara de su lenguaje, su tono frecuentemente irónico o la influencia de Manuel Machado en la actitud ante el mundo, en la elección de los modelos métricos y en una música que se mueve siempre entre el aire popular del arte menor y el aliento narrativo del alejandrino pareado.
Ese texto pertenece a En la perfecta edad, uno de los libros que forman parte de la antología La vida nos conoce que publica Renacimiento con prólogo de Juan Bonilla.
Desde La destrucción o el humor hasta el inédito Nada importa nada, pasando por Volverlo a intentar, Los mejores años o Ulises, que es posiblemente su mejor libro, se reúne en este tomo un conjunto representativo de la poesía de Salvago.
Una poesía unitaria en sus temas y coherente en sus actitudes, diversa en tonos, directa y coloquial, recorrida por un personaje que evoca el mundo de su infancia y su familia, el tiempo y los espacios en los que discurrió su pasado y transcurre su presente.
Desde La destrucción o el humor hasta el inédito Nada importa nada, pasando por Volverlo a intentar, Los mejores años o Ulises, que es posiblemente su mejor libro, se reúne en este tomo un conjunto representativo de la poesía de Salvago.
Una poesía unitaria en sus temas y coherente en sus actitudes, diversa en tonos, directa y coloquial, recorrida por un personaje que evoca el mundo de su infancia y su familia, el tiempo y los espacios en los que discurrió su pasado y transcurre su presente.
Un personaje que asume con dignidad y con hartazgo la derrota de los sueños y los agravios de la vida: Que la vida dolía / yo lo aprendí muy pronto, escribe en uno de sus arranques paródicos.
En ese y en muchos de los textos de Javier Salvago, el spleen, el tedio, el cinismo a la defensiva, el sostenido tono elegiaco marcan la actitud y la tonalidad de una poesía que mira al pasado más que al futuro y se reconoce más en quien fue que en el náufrago superviviente que es.
En ese y en muchos de los textos de Javier Salvago, el spleen, el tedio, el cinismo a la defensiva, el sostenido tono elegiaco marcan la actitud y la tonalidad de una poesía que mira al pasado más que al futuro y se reconoce más en quien fue que en el náufrago superviviente que es.
Poesía de la experiencia, línea clara y con una constante actitud confesional que destaca Juan Bonilla en su prólogo y que tiene como centro la vida que aparece en el título de la antología y al frente de un poema, de su libro Ulises, que se cierra con esta estrofa:
La vida se conoce y nos conoce y sabe
que no somos de piedra para aguantarle tanto,
que nos sobran motivos para coger la puerta
–la vida nos conoce-, y nos ata con lazos.
que no somos de piedra para aguantarle tanto,
que nos sobran motivos para coger la puerta
–la vida nos conoce-, y nos ata con lazos.
Santos Domínguez