José Manuel Benítez Ariza.
Sexteto de Madrid y otros cuentos.
Hipálage. Osuna (Sevilla), 2007.
Sexteto de Madrid y otros cuentos.
Hipálage. Osuna (Sevilla), 2007.
El cuarto libro de relatos de José Manuel Benítez Ariza (Cádiz, 1963), Sexteto de Madrid y otros cuentos, que publica la editorial Hipálage, reúne diecinueve textos. Los seis primeros están ambientados en un Madrid que no es sólo su referencia espacial sino su eje temático, como en otros textos de Benítez Ariza: en los poemas de Madrid y otros sonetos y en uno de los cuentos más ácidos de Lluvia ácida, que llevaba como título el nombre de la capital.
Si quien los escribe, como es el caso, lo hace desde fuera, desde una ciudad de provincias separada de ese espacio urbano por una larga noche de viaje en tren expreso y por un cierto alejamiento temporal, se impone la visión distanciada. El distanciamiento espacial, temporal y afectivo de ese territorio narrativo madrileño y de los personajes y acciones que lo habitan evita cualquier posibilidad de implicación costumbrista y garantiza una adecuada perspectiva narrativa.
De modo que, más allá de un realismo autobiográfico o fotográfico, estos textos tienen una dimensión simbólica menos escueta que los límites del barrio de Latina o los alrededores de Sol en los que se sitúan.
Por esos los textos de la segunda parte, con una ambientación más imprecisa o dispersa, no generan una ruptura con el Sexteto propiamente dicho. Aunque haya una mayor tendencia a la fantasía o incluso un tono kafkiano en alguno de esos relatos, como el espléndido Paladares, en general siguen construyéndose con la misma materia cotidiana, desde la misma mirada que observa las vidas precarias, dobles o desorientadas, la fragilidad problemática de las relaciones humanas y de pareja, los límites oscuros que separan el sueño de la realidad, mediante una técnica mixta que combina la observación con la imaginación.
Precisamente la incursión de lo fantástico en la realidad, la conmutación de vida y literatura, de realismo y onirismo ha tenido siempre en el cuento su mejor territorio narrativo. Son los pliegues de la realidad de los que habla su autor como la raíz de sus relatos:
Ciertas confluencias de calles, ciertos locales, ciertos rincones de la capital me han parecido siempre los decorados idóneos para esos pliegues de la realidad de cuya constatación surgen mis relatos. Un cuento no es sino el intento de acotar – y acaso agotar- lingüísticamente esos pliegues.
Benítez Ariza, que se define en la nota que cierra el volumen como un ladrón de historias, se mueve con solvencia y seguridad en este terreno del relato corto, que exige, como la poesía, sentido de la medida y de la intensidad y obliga a que los materiales más triviales demuestren la consistencia de su temple.
Variados en técnica y enfoque, esa tensión literaria que sitúa al relato cerca del poema la consiguen la mayoría de estos textos, que -como en la poesía- revelan tan buen oído para incorporar una palabra como para administrar los silencios.
Si quien los escribe, como es el caso, lo hace desde fuera, desde una ciudad de provincias separada de ese espacio urbano por una larga noche de viaje en tren expreso y por un cierto alejamiento temporal, se impone la visión distanciada. El distanciamiento espacial, temporal y afectivo de ese territorio narrativo madrileño y de los personajes y acciones que lo habitan evita cualquier posibilidad de implicación costumbrista y garantiza una adecuada perspectiva narrativa.
De modo que, más allá de un realismo autobiográfico o fotográfico, estos textos tienen una dimensión simbólica menos escueta que los límites del barrio de Latina o los alrededores de Sol en los que se sitúan.
Por esos los textos de la segunda parte, con una ambientación más imprecisa o dispersa, no generan una ruptura con el Sexteto propiamente dicho. Aunque haya una mayor tendencia a la fantasía o incluso un tono kafkiano en alguno de esos relatos, como el espléndido Paladares, en general siguen construyéndose con la misma materia cotidiana, desde la misma mirada que observa las vidas precarias, dobles o desorientadas, la fragilidad problemática de las relaciones humanas y de pareja, los límites oscuros que separan el sueño de la realidad, mediante una técnica mixta que combina la observación con la imaginación.
Precisamente la incursión de lo fantástico en la realidad, la conmutación de vida y literatura, de realismo y onirismo ha tenido siempre en el cuento su mejor territorio narrativo. Son los pliegues de la realidad de los que habla su autor como la raíz de sus relatos:
Ciertas confluencias de calles, ciertos locales, ciertos rincones de la capital me han parecido siempre los decorados idóneos para esos pliegues de la realidad de cuya constatación surgen mis relatos. Un cuento no es sino el intento de acotar – y acaso agotar- lingüísticamente esos pliegues.
Benítez Ariza, que se define en la nota que cierra el volumen como un ladrón de historias, se mueve con solvencia y seguridad en este terreno del relato corto, que exige, como la poesía, sentido de la medida y de la intensidad y obliga a que los materiales más triviales demuestren la consistencia de su temple.
Variados en técnica y enfoque, esa tensión literaria que sitúa al relato cerca del poema la consiguen la mayoría de estos textos, que -como en la poesía- revelan tan buen oído para incorporar una palabra como para administrar los silencios.
Santos Domínguez