30/8/06

Suite francesa




Irène Némirovsky. Suite francesa.
Traducción de José Antonio Soriano.
Salamandra. Barcelona, 2005.

El 13 de julio de 1942, recién detenida por los gendarmes del régimen de Vichy, Irène Némirovski escribía a Michel Epstein, su marido: Por el momento estoy en la gendarmería comiendo grosellas mientras espero que vengan a llevarme.

Faltaba poco más de un mes para que la exterminaran en Auschwitz el 17 de agosto. Dejaba algunas obras inéditas, entre ellas esta Suite francesa.

Escrita en condiciones excepcionales, con un decisivo componente autobiográfico que no afecta tanto al argumento como a la tonalidad y al punto de vista, la Suite francesa es la ambiciosa obra que Irène Némirovsky (Kiev, 1903-Auschwitz, 1942) dejó sin terminar antes de ser asesinada en un campo de exterminio. Eso ocurrió en agosto de 1942 y poco después su marido corría la misma suerte.

Sus dos hijas conservaron durante muchos años una maleta con un cuaderno marrón escrito con lápiz. Lo que siempre les pareció un cuaderno de apuntes o un diario era en realidad el manuscrito de esta obra póstuma e inconclusa que se publicó en Francia en 2004 y que publicó al año siguiente en español Salamandra.

Estaba escrita con una letra minúscula, apenas legible con el tiempo, que dificultó mucho la transcripción de ese texto inacabado. Un texto que Irène Némirovski había organizado según esquemas musicales (Suite francesa es el título de una pieza de J.S. Bach). La libreta incluía las dos primeras partes de las cinco que su autora había proyectado: Tempestad en junio (una descripción casi periodística del París que espera la llegada de las tropas alemanas para entregarse) y Dolce (una parte más narrativa, con el ejército alemán acantonado en una Francia rendida y colaboracionista).

En un apéndice se recogen una serie de apuntes sobre la situación de Francia y las anotaciones que ordenaban el material del proyecto y varias cartas de los años 1936 a 1945 relacionadas con la autora o con su desaparición.

Con la lucidez de quien se mira como alguien póstumo, con despectiva distancia de una Francia que no le concedió la ciudadanía, de un país más pendiente de las artimañas para sobrevivir que de unos valores políticos y sociales que se han desmoronado, de un régimen colaboracionista que no sólo la ha abandonado a su suerte, sino que la ha arrojado en manos de sus verdugos a través de la gendarmería, Irène Némirovski había escrito en su cuaderno de notas estas líneas que evidencian esa mirada distante: ¡Dios mío! ¿Qué me hace este país? Ya que me rechaza, considerémoslo fríamente, observémoslo mientras pierde el honor y la vida.

Transcendiendo esa situación histórica concreta, por encima de esas condiciones extremas en las que se desarrolla la obra, lo que plantea la Suite francesa es un análisis desalentado de la condición humana.

En una carta a su editor el 11 de julio de 1942, dos días antes de que los gendarmes franceses la detuvieran para deportarla a un campo de concentración, decía Irène Némirovski: He escrito mucho. Supongo que serán obras póstumas.

Algunas obras tienen, desde que se conciben en la mente del autor, esa voluntad de ser póstumas. Eso genera una estética de la distancia, de la ironía que estaba en la base del esperpento de Valle en la definición de aquel Don Estrafalario cuya estética aspiraba a reflejar el mundo desde la otra orilla, desde la perspectiva de quien ya no está en este mundo. Algo de eso quería decir también Gómez de la Serna, seguidor de Valle en tantas cosas, cuando declaraba que para escribir bien había que estar un poco moribundo.

Desarraigada de su país por el exilio tras la revolución del 17, de su familia por las pésimas relaciones con su madre, de su raza y de su religión (fue judía y antisemita), en esa condición radicalmente marginal está la clave de gran parte de su obra desde su primera novela, David Golder, con la que había iniciado una brillante y sorprendente carrera literaria. Brillante por la calidad indiscutible de esa y de otras obras como El baile, una breve obra maestra sobre la venganza.

Sorprendente por la consistencia de unos textos que desde la primera novela muestran una madurez estilística insólita en quien como ella no tenía el francés como su lengua materna.

Santos Domínguez