Jesús García Calderón.
La soledad partida. Antología 1991-2006.
Prólogo de Antonio Carvajal.
Editora regional de Extremadura. Mérida, 2006.
La soledad partida. Antología 1991-2006.
Prólogo de Antonio Carvajal.
Editora regional de Extremadura. Mérida, 2006.
Un poeta verdadero como éste -escribe Antonio Carvajal en el prólogo de La soledad partida, de Jesús García Calderón-, inmerso ‘en las mesmas aguas de la vida’, vale por sí y no necesita rebaños ni etiquetas con marca registrada.
Independientemente de los prejuicios estéticos de cada uno y de las connotaciones que las palabras inevitablemente tienen, la poesía de Jesús García Calderón se nutre de forma explícita e indisimulada de su experiencia. Y uno tiene que preguntarse una vez más si existe alguna poesía que no sea de la experiencia.
La belleza moral, que Quintana equiparaba benéficamente a la poesía, la detecta Antonio Carvajal como rasgo definitorio de los poemas de Jesús García Calderón. Una condición dieciochesca que García Calderón comparte con otros poetas compasivos y juristas del XVIII, como Jovellanos o Meléndez, y que le lleva a articular algunos poemas en torno a la piedad hacia el desvalido.
Poeta fiel a sus raíces culturales, a los valores humanos y a la fuente de la vida que riega su poesía, hay en esta antología que ha publicado la Editora regional de Extremadura muestras de los diversos libros y plaquettes de García Calderón, que al responsabilizarse de la selección fija el canon esencial y autorizado de su poesía.
Una poesía que evoluciona desde el verso corto y la actitud lírica de libros iniciales como La provincia hacia la lenta respiración narrativa de sus últimos poemas. Y paralelamente, desde unos textos intimistas que miran hacia atrás y hacia dentro, hacia el ámbito familiar y sentimental, hacia la memoria personal, hasta los textos más recientes, en los que el poeta proyecta su mirada hacia fuera y hacia el presente.
Y al hacer eso, no solo su ojo tiene que acomodarse a la nueva distancia. También su verso tiene que ajustarse a una expresión de más largo aliento, que es el que exigen esos poemas de tono más narrativo. Un tono que no desprecia ni encubre la expresión ni la perspectiva lírica, que ya no es el centro de textos que a veces son una galería de delincuentes, un retablo de marginados.
La mirada del poeta deja de ser así una mirada ensimismada y se convierte en mirada comprensiva y compasiva, instalada en ese lugar fronterizo donde se unen el mundo interior y el exterior, la casa y los viajes, un hijo y el trabajo, el pasado, el presente y el otoño, para encauzarse en un verso que va creciendo y tensándose a la vez en un preciso mundo poético de carpetas con expedientes y despachos oscuros, de ciudades con parques y oficinas judiciales.
Hay autores que reservan sus esfuerzos líricos para la explosión del último verso, para eso que los relamidos llaman técnicamente el epifonema. En los poemas de Jesús García Calderón siempre me ha llamado mucho la atención la fuerza de los primeros versos de cada texto, versos de enorme contundencia con los que se fija la atención del lector desde el principio.
Sé que no soy el primero que lo destaca, pero en el poema que se titula Manos de piedra, sobre un rumano sin papeles, están la cifra y la clave del mejor García Calderón, del más conmovedor y más directamente cálido, el que habita un mundo lleno de precisiones espaciales y temporales en soledad partida que es el origen de su quehacer poético.
Santos Domínguez