14/1/09

Fernando Quiñones. Las crónicas del hombre


Amalia Vilches.
Fernando Quiñones.
Las crónicas del hombre.

Alianza Literaria. Madrid, 2008.
Diez años después de la muerte de Fernando Quiñones (Chiclana, 1930-Cádiz, 1998), aparece en Alianza una voluminosa biografía que se plantea como homenaje y reparación de una injusticia. La ha escrito Amalia Vilches, que ha manejado una amplia bibliografía y recabado el testimonio oral de quienes fueron sus amigos.

Barroco por gaditano, Fernando Quiñones se movía con soltura no sólo en los diferentes géneros, sino también en la frontera de lo culto y lo popular. En él los contrastes entre lo oral y lo escrito, entre lo oído y lo leído, el desgarro entre lo serio y lo humorístico se integran con naturalidad en una técnica de claroscuros -otra vez el Barroco- en la que luces y sombras se delimitan mutuamente para definir el contorno de la realidad.

Entre el levante y el poniente, entre las tabernas y las bibliotecas, entre Borges y Pericón, entre Cádiz y Madrid, Fernando Quiñones, poeta, narrador, articulista, flamencólogo, fue un escritor largo, autor de una obra diversa en la que conjuga espontaneidad y técnica, inspiración y trabajo, instinto y sabiduría, como destaca Juan José Téllez en el excelente prólogo que ha redactado para este libro.

Fronterizos como el Cádiz de las encrucijadas de tres mundos, los relatos de Quiñones tienen a menudo la alta intensidad estilística de la poesía, de la misma manera que muchos de sus poemas relatan una historia o se sostienen sobre un diálogo.

Recoger la complejidad de su persona y de su escritura es el objetivo ambicioso de esta biografía que compagina vida y literatura, que se integraron inseparablemente en Fernando Quiñones. Tan inseparablemente que contar su vida y dibujar su imagen es hablar de sus libros de relatos - de sus Cinco historias del vino, de La gran temporada o El coro a dos voces-; de novelas como Las mil noches de Hortensia Romero o La canción del pirata; de la serie poética del Libro de las Crónicas, en los que reflejó su niñez huérfana y su juventud callejera y portuaria; de la fundación de la revista Platero y sus inicios en el periodismo gaditano, una escritura que nunca abandonó y que culminaría en sus Mijitas del freidor, la columna que mantuvo en el Diario de Cádiz en los años noventa; de sus trabajos alimenticios y sus supervivencias de inmigrante con jambruna en Madrid hasta que se abrió paso en el Reader's Digest.

Recuerda Amalia Vilches que el de la biografía -lo decía el propio Quiñones- es un género difícil y elevado. Y pese a su encomiable esfuerzo, este libro, finalmente malogrado, lo confirma. Desgraciadamente estas crónicas del hombre que fue Fernando Quiñones acaban naufragando en la deriva de un anecdotario deslavazado sobre las ocurrencias del biografiado y en un desmañado resumen de sus libros.

Pródigo en descuidos, en confusiones de nombres -el repulsivo Celedonio de La Regenta aparece transformado aquí en Ceferino- y de lugares -en San Juan de los Reyes hay de todo, pero no una Universidad Popular-, en faltas de ortografía -no erratas- como axfisia, en errores de fechas como situar el golpe de estado de Tejero en el 83, se echa de menos en él una revisión que hubiese reparado estas minucias y también errores tan notables en un libro sobre Quiñones como confundir el castillo de Santa Catalina con el de San Sebastián. Es verdad que están enfrente uno de otro, a babor y a estribor de La Caleta, a un salto de mojarra, pero nadie que haya pasado un par de veces por allí los confunde. Y menos teniendo en cuenta que el paseo que desde la puerta caletera lleva hasta el castillo de San Sebastián se llama Paseo de Fernando Quiñones. Con gorrilla y en bronce, lo saluda la figura entrañable del autor de las Crónicas.

Santos Domínguez