Salvatore Quasimodo (1901-1968), que soñó y recreó en su poesía la imagen de su Sicilia natal como una isla de tradiciones y esencias griegas, reivindicó lo clásico y cultivó el hermetismo antes de verse sacudido por la Segunda Guerra Mundial y de evolucionar a una poesía más discursiva y afincada en el presente.
Quasimodo fue un poeta de trayectoria muy unitaria y coherente a lo largo de medio siglo de escritura, aunque se podrían distinguir en ella dos etapas separadas por la guerra mundial. Dos épocas, cada una de ellas de unos veinticinco años en los que su poesía se desenvuelve entre el mito y el dato, entre el hermetismo y el tono discursivo, entre un lenguaje elíptico y un propósito comunicativo.
Y en las dos etapas, una serie de notas unitarias, como su insularidad. Quasimodo es un poeta isleño y Sicilia es el referente del paraíso perdido, de la infancia, de una edad mítica y de una isla encantada a la que traslada el mito de Ulises.
Cuando en 1942 publica una antología con el título Y de pronto anochece, reúne en ella lo más importante de su obra hasta ese momento. Está recogida en ese libro la producción más hermética de Quasimodo, desde Aguas y tierras a Nuevos poemas. Y en medio, dos cimas de la poesía italiana de la primera mitad del XX, Oboe sumergido y Erato y Apolo.
Los modelos estilísticos ungarettianos, la religiosidad, los mitos sicilianos y griegos, la naturaleza o la aspiración a lo absoluto o lo eterno vertebran unos libros en los que su poesía va depurándose en la búsqueda y en una apertura progresiva a la realidad, en un salir de sí mismo para acercarse a los demás.
El tono de esos textos oscila con frecuencia entre lo elegíaco y lo bucólico, de manera que el sentimiento de pérdida, la destrucción, el dolor o la soledad, transferidos metafóricamente a la naturaleza, a las voces astrales y a los mitos mediterráneos. Quizá sea Erato y Apolo la cumbre del hermetismo visionario y místico de Quasimodo, antes de que en Nuevos poemas se aproxime al resto de los hombres a través de la humanización del paisaje y de una mayor tendencia al diálogo con los demás.
Luego, la experiencia traumática de la guerra abre la segunda fase de Quasimodo, con su libro más discursivo, Día tras día, antes de volver a la temática de la isla siciliana con el surrealismo de El falso y verdadero verde y a la gran variedad de tonos y tendencias de La tierra incomparable antes de hacer balance en Debe y haber, el testimonio último de un Quasimodo sereno y ya cercano a la muerte y a los hombres.
La isla y el Mediterráneo, los caballos al galope y los pájaros en la noche forman parte de su imprescindible universo poético y de una obra levantada con la mirada compasiva y los versos oscuros o luminosos de una de las voces más notables de la poesía europea del siglo XX.
Quasimodo fue un poeta de trayectoria muy unitaria y coherente a lo largo de medio siglo de escritura, aunque se podrían distinguir en ella dos etapas separadas por la guerra mundial. Dos épocas, cada una de ellas de unos veinticinco años en los que su poesía se desenvuelve entre el mito y el dato, entre el hermetismo y el tono discursivo, entre un lenguaje elíptico y un propósito comunicativo.
Y en las dos etapas, una serie de notas unitarias, como su insularidad. Quasimodo es un poeta isleño y Sicilia es el referente del paraíso perdido, de la infancia, de una edad mítica y de una isla encantada a la que traslada el mito de Ulises.
Cuando en 1942 publica una antología con el título Y de pronto anochece, reúne en ella lo más importante de su obra hasta ese momento. Está recogida en ese libro la producción más hermética de Quasimodo, desde Aguas y tierras a Nuevos poemas. Y en medio, dos cimas de la poesía italiana de la primera mitad del XX, Oboe sumergido y Erato y Apolo.
Los modelos estilísticos ungarettianos, la religiosidad, los mitos sicilianos y griegos, la naturaleza o la aspiración a lo absoluto o lo eterno vertebran unos libros en los que su poesía va depurándose en la búsqueda y en una apertura progresiva a la realidad, en un salir de sí mismo para acercarse a los demás.
El tono de esos textos oscila con frecuencia entre lo elegíaco y lo bucólico, de manera que el sentimiento de pérdida, la destrucción, el dolor o la soledad, transferidos metafóricamente a la naturaleza, a las voces astrales y a los mitos mediterráneos. Quizá sea Erato y Apolo la cumbre del hermetismo visionario y místico de Quasimodo, antes de que en Nuevos poemas se aproxime al resto de los hombres a través de la humanización del paisaje y de una mayor tendencia al diálogo con los demás.
Luego, la experiencia traumática de la guerra abre la segunda fase de Quasimodo, con su libro más discursivo, Día tras día, antes de volver a la temática de la isla siciliana con el surrealismo de El falso y verdadero verde y a la gran variedad de tonos y tendencias de La tierra incomparable antes de hacer balance en Debe y haber, el testimonio último de un Quasimodo sereno y ya cercano a la muerte y a los hombres.
La isla y el Mediterráneo, los caballos al galope y los pájaros en la noche forman parte de su imprescindible universo poético y de una obra levantada con la mirada compasiva y los versos oscuros o luminosos de una de las voces más notables de la poesía europea del siglo XX.
Ahora llega a su segunda edición la versión bilingüe de la poesía completa de Quasimodo, que tradujo Antonio Colinas para la excelente colección de poesía de la editorial Linteo. Con ella obtuvo en 2005 el Premio Nacional de Traducción que otorga el Ministerio de Asuntos Exteriores de Italia.
Santos Domínguez