


















Reseñar libros malos no es sólo una pérdida de tiempo, sino también un peligro para el carácter (W.H. Auden)
Javier Marías.
Salvajes y sentimentales.
Alfaguara. Madrid, 2010.
La edición ampliada de Salvajes y sentimentales incorpora treinta artículos nuevos respecto de la anterior, del año 2000. Con selección y prólogo de Paul Ingendaay, corresponsal de cultura del Frankfurter Allgemeine Zeitung, se reúnen en este volumen los artículos de Javier Marías sobre el fútbol, una recuperación semanal de la infancia, como explica el artículo inicial, una escenificación de la épica o una metáfora de la sociedad que se analiza en el artículo final, Los matones protegidos, de este mismo año. En sus páginas, rápidas y vistosas como un regate, brilla el articulista incisivo como un delantero centro, demoledor como un central de los de antes, inteligente como un centrocampista cerebral. Y el latido de un corazón tan blanco, que ve como síntoma alarmante que ya no odien a su equipo, escribe sobre el estrabismo de los semidioses o evoca ese álbum de los cabezudos que se reproduce en la portada del libro.
La pared se balanceó, y una conocida y dulzona sensación de náusea inundó mi garganta. La cerilla quemada en el suelo pasó flotando por milésima vez ante mis ojos. Alargué la mano para agarrar aquella inoportuna cerilla, pero desapareció; dejé de ver. Con esas frases comienza El artista de la pala. Es el tercero de los seis volúmenes que constituyen los Relatos de Kolimá de Varlam Shalámov, que Minúscula está editando en su totalidad. El infierno blanco de Kolimá, en Siberia, el paisaje de la taiga, los sufrimientos en los campos de trabajo, la injusticia, el dolor y la aniquilación a través de una sobrecogedora mirada en primera persona a la experiencia destructiva de los campos de concentración estalinistas.
Guillermo Cabrera Infante.
Tres tristes tigres.
Edición de Nivia Montenegro
y Enrico Mario Santí.
Cátedra Letras Hispánicas. Madrid, 2010.
Antonio Ferres.
París y otras ciudades encontradas.
Gadir. Madrid, 2010.
En su colección La voz de las cosas, donde ya publicó La desolada llanura, Gadir edita el último libro de poesía de Antonio Ferres (Madrid, 1924).
París y otras ciudades encontradas es un libro que celebra la vida y lamenta el paso del tiempo, suma lo personal y lo colectivo, lo existencial y la conciencia crítica y compagina el dolor de las derrotas y la esperanza en que la Historia supere sus errores.
En sus versos cortos y sus poemas directos conviven la mirada y el recuerdo, el sueño y la contemplación de un París de tormentas y bulevares hacia el Sena o de una ciudad oceánica en la que emerge nocturna la Atlántida.
Evocados, soñados o contemplados, en la contención verbal y emocional de estos poemas viven el amor y los bosques, la ciudad como metáfora del pequeño mundo del hombre, las muchachas y los pájaros, las islas y las montañas, el recuerdo y la esperanza de una ciudad invisible hecha de signos y de rostros, el sueño de una nueva realidad desde la noche oscura, en un incendio de palabras en el que se consume el mundo y se consuma el tiempo, porque
Morir es como estar
es como vivir siempre
Es tan fácil volver
desde la muerte
desde las tumbas enrojecidas
tan fija la luz
bajo el disco glorioso del sol
desde las tierras altas
volver de la mano del Nilo
volver otra vez
como dioses de carne
-Nefertiti-.
Santos Domínguez
Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores publica la edición completa de Hojas de Madrid con La galerna, un amplio conjunto de poemas que Blas de Otero dejó inéditos cuando murió el 29 de junio de 1979.
En estos poemas está el Blas de Otero comprometido con su entorno y atento a lo que le rodea, persiste el existencialista (el coexistencialista, prefería decir él) que reflexiona visceralmente sobre el sentido de la vida y la escritura, pero además aparece el poeta más arriesgado con la experimentación verbal, el de expresión más libre, el que reescribe un famoso verso de Neruda para hacerle decir esto:
Puedo escribir los tristes más versos esta noche.Hojas sueltas, decidme, qué se hicieron
los Infantes de Aragón, Manuel Granero, la pavana para una infanta,
si está Madrid iluminado como una diapositiva
y sólo en este barrio saltan, ríen, berrean sesenta o setenta y cinco niños
y sus mamás ostentan senos de Honolulu, y pasan muchachas con sus ropas chapadas,
faldas en microscuro, y manillas brillantes y sandalias de purpurina,
hojas sueltas, caídas
como cristo contra el empedrado, decidme,
quién empezó eso de cesar, pasar, morir,
quien inventó tal juego, ese espantoso solitario
sin trampa, que le deja a uno acartonado,
si la plaza de Oriente es una rosa de Alejandría,
ah Madrid de Mesonero, de Lope, de Galdós y de Quevedo,
inefable Madrid infestado por el gasoil, los yanquis y la sociedad de consumo,
ciudad donde Jorge Manrique acabaría por jodernos a todos,
a no ser porque la vida está cosida con grapas de plástico
y sus hojas perduran inarrancablemente bajo el rocío de los prados
y los graves estrofas que nos quiebran los huesos y los esparcen
bajo este cielo de Madrid ahumado por cuántos años de quietismo,
tan parecidos a don Rodrigo en su túmulo de terciopelo y rimas cuadriculadas.
Fernando Pessoa.
Libro del desasosiego.
Edición de Manuel Moya.
Baile del Sol. Madrid, 2010.
Es uno de los clásicos imprescindibles que nos ha dejado el siglo XX. Y como todos los clásicos, es por definición inagotable. Un cuarto de siglo después de que apareciera la primera versión española de Ángel Crespo, Baile del sol publica una nueva traducción del Libro del desasosiego, de Fernando Pessoa. La ha preparado Manuel Moya, que escribe en el prólogo:
Pocos autores del siglo XX se han sentido tan visceralmente refractarios a los movimientos sociales como este lisboeta solitario y anónimo que, si bien trató en su juventud de tener su propio papel en el reparto social, acabó convirtiéndose en una sombra, desligado del afecto y apenas acompañado por la admiración de algunos pocos contemporáneos. Ni la violencia radical de Celine, ni los nihilismos de Beckett o Cioran, llegan más lejos en cuanto a desgarro y escepticismo que los de este casi invisible traductor de cartas comerciales, este paseante ensimismado, este contemplador convulso de un microcosmos hermoso y decadente como Lisboa. Los personajes que jalonan Libro del desasosiego, convictos de su vacío radical, afirmados en su anónima dignidad, conscientes de su desmesurada intrascendencia, habitan un mundo en descomposición, zozobrante, crepuscular, anclado en el vacío y en la desesperanza. Visto así, el libro es «un breviario del decadentismo», como lo definiera su traductor y crítico alemán Georg Rudolf Lind.
Entre la secuencia temática y la cronológica, quizá la esencia de estos textos sea su fragmentarismo, su carácter abierto, su desarrollo caleidoscópico y azaroso, la radical libertad de su escritura.
Esta cuidada edición es una buena ocasión de volver a la Lisboa de Pessoa / Soares y a su mundo visto por un personaje que es del tamaño de lo que veo y no del tamaño de mi estatura.
En el Prefacio del presentador del libro, Fernando Pessoa describe a Soares como un hombre de unos treinta años, delgado, más bien alto que bajo, encorvado exageradamente mientras permanecía sentado, pero no tanto cuando se hallaba de pie, vestido con un cierto desaliño no del todo desaliñado.
En su primera presentación, el personaje se describe como perteneciente a esa clase de hombres que están siempre al margen de aquello a lo que pertenecen.
Desde la oficina de Vasques y Cía, en la Rua dos Douradores, hasta el mar, cercano al Terreiro do Paço donde pasa tardes enteras a la orilla del Tajo, Soares vaga por las calles de la Baixa, por las plazuelas solitarias bajo la niebla o la lluvia en un ejercicio contemplativo de renuncia y distancia frente a la vida trivial simbolizada por el patrón Vasques.