10 noviembre 2023

Álvaro Mutis. Nocturna


Álvaro Mutis. 
Nocturna.
Edición y prólogo de Gonzalo García Barcha.
Zalipoli. Libros del Kultrum. Barcelona, 2023.


La noche desciende por la sierra,
se abre paso entre pinares y robledos,
con sigilo se establece alrededor del edificio,
se hace más densa, más presente a cada instante,
acumula sus fuerzas, agazapada, preparándose
para la contienda que la espera. Pone cerco
al Palacio Monasterio, por sus grises muros
repta una y otra vez y en vano intenta
tomar posesión del Real Sitio. Exhala entonces
su obstinado bismuto, destila sus alcoholes
funerales, extiende su grasiento sudario
de hollín y siempreviva y apenas logra,
tras porfiar con ciega energía, instalar
su tiniebla en los jardines, demorarse
en la galería de los convalecientes
y resistir por cierto tiempo en los patios,
poca cosa. Entretanto, por obra de la nocturna
brega sin sosiego, ocurre la insólita sorpresa:
los muros, las columnas, las fachadas, los techos,
las torres y las bóvedas, la obra toda adquiere
esa leve consistencia, esa alada ligereza
propias de una porosa substancia que despide
una láctea claridad y se sostiene en su ingrávida
mudanza frente a la vencida sitiadora
que cesa en su estéril asalto.
Por breves horas, entonces, el sueño del Rey
y Fundador recobra su prístina eficacia,
su original presencia ante la noche,
contra los ingratos hombres y el olvido.

Es uno de los “Cuatro nocturnos  de El Escorial” que forman parte del espléndido volumen que acaba de llegar a las librerías con una recopilación de los poemas nocturnos de Álvaro Mutis.

Nocturna es el título del libro con el que Libros del Kultrum, en coedición con la editorial mexicana Zalipoli, rinde homenaje a Alvaro Mutis en el centenario de su nacimiento.

Lo abre un prólogo en el que Gonzalo García Barcha, hijo de Gabriel García Márquez y responsable de la edición, evoca la presencia amistosa y casi familiar de Mutis, entre México y París, a lo largo de su infancia, su adolescencia, su época universitaria y su madurez. Cierran ese prólogo estas palabras: “¿Cómo no rendir homenaje, por medio de este recuento de sus Nocturnos, a quien contribuyó tanto a darle sentido a la noche? En el centenario de su nacimiento, ponemos este pequeño libro en manos del lector, y rendimos tributo a aquellos que nos enseñaron que la poesía anda suelta a nuestro alrededor. Que las obras de todas las artes son meras herramientas para capturarla viva. Que está al alcance de cada uno de nosotros y que no es patrimonio exclusivo de nadie, sino que existe para que la utilicemos como un bálsamo cotidiano.”

Poeta poderoso que supo sintetizar en su obra el impulso narrativo y la hondura lírica, la potencia verbal y la sutileza de la imagen, de la poesía de Mutis dijo Octavio Paz que es el resultado de “una alianza de esplendor verbal y decadencia de la materia.”

Los poemas de esta antología temática, un recorrido por itinerarios nocturnos e iluminaciones aurorales, se han extraído de cuatro de sus libros: Los elementos del desastre, Los trabajos perdidos, Crónica regia y alabanza del reino y Un homenaje y siete nocturnos. 

De ese último libro es “Nocturno en Valdemosa”, una evocación de Chopin que termina con estos versos:

La tramontana se aleja, el viento calla 
y un sordo grito se apaga en la garganta del insomne. 
Al silencio responde otro silencio, 
el suyo, el de siempre, el mismo 
del que aún brotará por breve plazo 
el delgado manantial de su música 
a ninguna otra parecida y que nos deja 
la nostalgia lancinante de un enigma 
que ha de quedar sin respuesta para siempre.

En esta breve e intensa antología se resume el mundo poético de Mutis a través de temas vertebrales que recorren el resto de su obra: la incertidumbre de los destinos humanos, la mirada elegíaca hacia el tiempo destructor, el fatalismo ante las derrotas en medio de un mundo en ruinas, el enaltecimiento del pasado y  las iluminaciones en la oscuridad.

Enumerativos y de largo aliento, sus versos de desarrollo en espiral, en los que a la potencia verbal se suma la armonía rítmica, no son sin embargo suficientes para impedir la victoria final del silencio y el olvido que se lamenta en el Nocturno V:

Largas horas me quedo contemplando el ir y venir de embarcaciones de toda clase:
majestuosos buques cisternas pintados de naranja y azul celeste,
graves caravanas de planchones cargados con todo lo que el hombre consigue fabricar,
y que el pequeño remolcador empuja mansamente a su destino, mientras bregan sus hélices
en un desaforado borboteo cuya estela se pierde en la oscuridad;
navíos que llegan de las islas con la pintura desteñida y huellas de hollín y desventura en los puentes de mando;
barcos de rueda que intentan copiar, sin conseguirlo, los altivos originales de antaño,
y ese viejo vapor de quilla recta y esbelta chimenea a punto de caer por obra del óxido feroz que la combate.
Escorado, enseña sus lástimas y se va deshaciendo con la pausada resignación de quien vivió
días de soberbio prestigio entre los hombres que lo dejan morir sin evitarle la impúdica evidencia de su ruina.

Porque la conciencia de la temporalidad es seguramente el eje que organiza la obra toda de Álvaro Mutis, no sólo su poesía, también todo el ciclo novelístico de Maqroll el Gaviero, el personaje central al que definía así en una carta a Elena Poniatowska: “El gaviero es el tipo que está allá arriba en la gavia, que me parece el trabajo más bello que puede haber en el barco. Allá entre las gaviotas frente a la inmensidad y en la soledad más absoluta, Maqroll es la conciencia del barco. Los de abajo son un montón de ciegos. El gaviero es el poeta, es el que ve más lejos y anuncia y ve por todos.”

El magnífico texto de la contraportada lo firma Mateo García Elizondo, que afirma en él que “a lo largo de su vida, Alvaro Mutis fue empleado en relaciones públicas, vendedor itinerante, escritor de novelas de aventura, poeta de la errancia y del mar, reo en el Palacio Negro de Lecumberri por «delitos líricos y gastronómicos», apasionado de la historia, y un irredento jugador de billar. «Un poema tiene que ser como una carambola», llegó a decir, «uno golpea la bola que va a arrancar, y con ella golpea las otras dos de forma armónica, y ya. Eso es un poema»
Aquí se recogen los cantos que le compuso entre duermevelas e insomnios febriles a ese manto oscuro que se debate con la luz de las lámparas, apoderándose del día y arropándolo todo, y detrás del cual se revelan los contornos de un paisaje a veces vertiginoso, a veces sombrío, pero casi siempre cómplice y acogedor.
Con la lucidez que otorga la noche, Mutis evoca en estas páginas los vientos inhóspitos, la lluvia sobre los cafetales, el silencio de un espejo que ve todas las intimidades, y los ríos que arrastran navios oxidados, dejando por su paso estelas de vapor. Por ellas desfilan santos, reyes y generales, desfila el tiempo que lo conquista todo, que atrae al destino y arrasa con la más gloriosa existencia, salvo la de la noche que regresa, siempre cambiante, pero idéntica a sí misma desde que el mundo tiene memoria.”


Santos Domínguez
 

08 noviembre 2023

Perro con poeta en la taberna. Los ermitaños




Antonio Gálvez Ronceros.
Perro con poeta en la taberna.
Los ermitaños.
 Drácena. Madrid, 2023. 

De la misma generación de Vargas Llosa y Julio Ramón Ribeyro, el narrador peruano Antonio Gálvez Ronceros (1932-2023) es uno de los mejores autores de cuentos de su país.

Poco conocido en España, donde sus libros estaban inéditos hasta ahora, Drácena acaba de publicar Perro con poeta en la taberna (2018), su única novela corta y su última obra, y su primer libro, la colección de cuentos Los ermitaños (1962).

Perro con poeta en la taberna, publicada a los 86 años, es una divertida narración sobre la vanidad del mundillo literario y una burla de las imposturas poéticas. Humor, ironía y sarcasmo se van graduando en este relato hilarante sobre un poeta sin talento que se siente víctima de los críticos y los editores. 

Escrita con la precisión expresiva de su espléndida prosa y con admirable eficacia narrativa, es una novela corta que asume la tradición lucianesca y cervantina en el perro de Huancayo que habla: “Dijo que sí -reconoce el perro-, que él era el mismo con quien hacía un año un poeta llegado de Lima se había encontrado con él en la madrugada y que juntos habían acabado la noche en una taberna de las afueras.”

Ese poeta mediocre y sin nombre que llega desde Lima, en un exceso de confianza ególatra, desconoce el lugar donde debía recitar y finalmente se suspende el recital por incomparecencia del poeta, al que el perro le reprocha “que hacía muy mal al dedicarse a poeta y no a la poesía.” Y añade:

Entonces le dije que según mi entender y sentir, la relación entre el poeta y la poesía debería ser de desigualdad, pero una desigualdad en la que el poeta quedara sepultado, hasta la anulación, por su propia poesía. Agregué que en su caso yo veía una desigualdad a la inversa y que esta inversión era fuente de sus problemas.

Y a partir de ese momento el perro se convierte en eje de un monólogo narrativo para evocar desde su mirada crítica distante y lúcida un rosario de historias que resumen las vanidades literarias y la pequeñez de sus protagonistas.

Esta edición recupera también su primer libro de cuentos, Los ermitaños (1962), de tono muy distinto. Anclados en el realismo social y con enfoques irónicos, sus siete cuentos breves están ambientados en la campiña costera de Chincha, la provincia peruana en la que nació Gálvez Ronceros. 

Escritos con un eficiente manejo del diálogo que refleja el habla popular, los protagonizan personajes solitarios y marginales, aislados por la sociedad, actores de turbias historias rurales de miseria y codicia, de gula y avaricia: un borracho al que le roban repetidamente los sombreros, la frustrada sustitución de un burro por un automóvil, los dos ladrones que aguardan bajo la noche para robar un cochino en una pequeña hacienda rural, la venganza de una cena de carne desconocida, un tesoro escondido en una tinaja y un encuentro con el diablo en un sendero o la muerte de un perro loco. El más triste y el más celebrado, Joche, se centra en la muerte del niño de doce años que lo protagoniza.

Ese cuento, “el más extenso y el que considero el más ambicioso, me ocupó cuatro años para acabarlo, en un trabajo  más  mental  que  de  escritura.  Tenía que  construir  la  historia  a  partir  de  ciertos hechos  motivadores  que  en  mi  caso  son  el estilete que me incita a crear una historia”, como señala el propio Antonio Gálvez Ronceros en la larga entrevista -“El bendito gozo de contar”- que le hizo Jorge Eslava en 2013, con la que se cierra el volumen. 

Así resume el autor en esa entrevista su Perro con poeta en la taberna, que estaba entonces en proceso de composición y se editaría cinco años después:

Efectivamente, Perro con poeta en la taberna es un diálogo que tiene mucho de monólogo. Sucede en un bar de provincia de la sierra, adonde el poeta ha llegado invitado a través de una carta —después se va a saber que es una carta misteriosa—, a dar un recital en un local cultural. Nunca llega a dar el recital, porque nunca encuentra el local. Y en esa conversación, debido a la vanidad que revela el poeta, en realidad un poetastro, el interlocutor  decide  referirse  a  su  vanidad  y para ello ilustra el caso de la vanidad del artista. La historia va desenvolviendo una serie de casos de personajes vanidosos, incluso se extiende hasta a un filósofo.

Santos Domínguez 




06 noviembre 2023

Mutis centenario



Álvaro Mutis. 
Empresas y tribulaciones 
de Maqroll el Gaviero. 
Prólogo de Juan Esteban Constaín.
Alfaguara. Barcelona, 2023.


Álvaro Mutis.
Summa de Maqroll el Gaviero. 
Prólogo de William Ospina.
Lumen. Barcelona, 2023.

El pasado 25 de agosto se cumplió el centenario del nacimiento de Álvaro Mutis (Bogotá, 1923-México, 2013). Y para conmemorarlo, Alfaguara y Lumen acaban de reeditar la parte esencial de su obra narrativa y poética: los dos volúmenes de Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero y la poesía completa recogida en la Summa de Maqroll el Gaviero.

Con La Nieve del Almirante, el diario de viaje del Gaviero ‘encontrado’ en una librería del barrio gótico de Barcelona, iniciaba Álvaro Mutis hace casi cuarenta años un recorrido completo y tortuoso por puertos y peligros de la mano de Maqroll el Gaviero a lo largo de siete títulos -La Nieve del Almirante, Ilona llega con la lluvia, Un bel morir, La última escala del Tramp Steamer, Amirbar, Abdul Bashur, soñador de navíos y Tríptico de mar y tierra- publicados entre 1986 y 1993.

Cinco años antes de la publicación en 1986 de La Nieve del Almirante, Mutis había incluido en su libro de poesía Caravansary un texto en prosa narrativa con el mismo título que anticipaba el de la novela, en cuya parte final acabaría integrándose. Este es el fragmento en que se describe a Maqroll:

Una tabla de madera, sobre la entrada, tenía el nombre del lugar en letras rojas, ya desteñidas: "La Nieve del Almirante". Al tendero se le conocía como el Gaviero y se ignoraban por completo su origen y su pasado. La barba hirsuta y entrecana le cubría buena parte del rostro. Caminaba apoyado en una muleta improvisada con tallos de recio bambú. En la pierna derecha le supuraba continuamente una llaga fétida e irisada, de la que nunca hacía caso. Iba y venía atendiendo a los clientes, al ritmo regular y recio de la muleta que golpeaba en los tablones del piso con un sordo retumbar que se perdía en la desolación de las parameras. Era de pocas palabras, el hombre. Sonreía a menudo, pero no a causa de lo que oyera a su alrededor, sino para sí mismo y más bien a destiempo con los comentarios de los viajeros.

Siete títulos que resumen las aventuras y errancias de un personaje inolvidable a través de sus fabulaciones y sus viajes, de sus empresas y sus tribulaciones y del contacto con otras vidas entre el amor y la muerte. 

Seis novelas y una trilogía de cuentos que entre 1986 y 1993 completan uno de los conjuntos novelísticos más ambiciosos y brillantes de la literatura contemporánea en español, que Alfaguara reúne en dos tomos que cierra un epílogo de García Márquez (“Mi amigo Mutis”), un texto escrito “sólo para decirle con todo el corazón, cuánto lo admiramos, carajo, y cuánto lo queremos.”

En una carta a Elena Poniatowska explicaba Álvaro Mutis que Maqroll “es el tipo que está allá arriba en la gavia, que me parece el trabajo más bello que puede haber en el barco. Allá entre las gaviotas frente a la inmensidad y en la soledad más absoluta, Maqroll es la conciencia del barco. Los de abajo son un montón de ciegos. El gaviero es el poeta, es el que ve más lejos y anuncia y ve por todos.”

Apátrida, opaco y de pasado borroso, el Gaviero es más que un personaje un estado de ánimo, un tono y una mirada en la que conviven la búsqueda y el desengaño, el desaliento y un espíritu aventurero que le lleva aguas arriba del Xurandó o a fundar prostíbulos en Panamá, de los mares procelosos a tierra firme o al subsuelo de las minas de oro en los Andes colombianos.

Siempre en busca de sentido y de sí mismo, entre la soledad y la fiebre, hacia puertos imposibles, lugares inexistentes y aventuras imprevisibles, del Caribe al Mediterráneo con su fraternal compañero libanés Abdul Bashur, que acabará sus días estrellado en una pista de Funchal en la isla de Madeira, Maqroll tiene la altura trágica de los héroes antiguos y forma parte no sólo de la literatura imprescindible sino de los mitos contemporáneos que comparten con los clásicos la bajada a los infiernos desde los valles de Tierra Caliente a las galerías subterráneas de las minas.

Como los griegos antiguos, el Gaviero sabe que vivir no es lo importante, navegar sí. Y por eso este superviviente de sí mismo es un navegante de peligros entre la quimera y la desolación, entre el deterioro de los viejos cargueros y la herrumbre de los muelles con niebla y con salitre, entre puertos inhóspitos, ríos imaginarios y recodos fluviales que parecen la antesala de la muerte.

Porque Maqroll somos todos, como afirmaba García Márquez: Su obra, su vida misma, son las de un vidente que sabe a ciencia cierta que nunca volveremos a encontrar el paraíso perdido. Maqroll no es sólo él […] Maqroll somos todos.”

Y por eso, los azares de su vida errante y sentimental demuestran una vez más que el carácter es el destino y su hondura indescifrable, el lirismo desesperanzado de los sueños perdidos y los amores imposibles, sus naufragios y sus desastres por selvas ecuatoriales y ríos caudalosos.

Como un “personaje desastrado y marginal, estoico y lúcido, que lo acompañaba en su poesía desde los veintidós años” define a Maqroll en su prólogo Juan Esteban Constaín, que añade que el personaje es “un vidente, un navegante atracado en tierra firme y comprometido siempre en las empresas más absurdas y febriles, los cuales asume con absoluta seriedad, con la resignación y la solemnidad del que sabe que la vida se honra y se justifica en esos rituales y esas ceremonias que nada tienen que ver con las quimeras de la modernidad: el éxito, la riqueza, la fama, la superación personal. 
Lo mejor de Maqroll, lo más bello y perdurable, es su concepción del mundo, su ética, emparentada hasta lo más profundo, claro, con la de su autor, quien a lo largo de la vida, y conforme iba madurando, fue adjudicándole a su inolvidable personaje muchas de sus peripecias y aventuras, al punto de que no era fácil saber bien qué de aquello le había pasado de verdad a cuál de los dos.”

Profundo e insondable como los ríos que transitó el Gaviero, alto como la gavia desde la que veía pasar los días y los trabajos, a la deriva, entre esteros funerales y nieves impasibles, este ciclo es uno de los monumentos literarios imprescindibles de la literatura en español de las últimas décadas.

Muchos años antes de convertirse en el eje de este conjunto narrativo, su irrepetible protagonista había aparecido en un poema de 1948 que se recogió en 1953 en Los elementos del desastre. Es la “Oración de Maqroll”, “cuyo uso cotidiano recomendamos a nuestros amigos como antídoto eficaz contra la incredulidad y la dicha inmotivada” y terminaba así: 

¡Oh Señor! recibe las preces de este avizor suplicante y concédele la gracia de morir envuelto en el polvo de las ciudades, recostado en las graderías de una casa infame e iluminado por todas las estrellas del firmamento.
Recuerda Señor que tu siervo ha observado pacientemente las leyes de la manada. No olvides su rostro.
Amén.

Complementaria del ciclo novelístico de Maqroll, la poesía de Mutis abordó reiteradamente los contornos del personaje, cuya figura se fue perfilando en sucesivos libros de poesía. Por ejemplo en estos fragmentos de Reseña de los Hospitales de Ultramar (1973):

Derivaba el Gaviero un cierto consuelo de su trato con las gentes. Vertía sobre sus oyentes la melancolía de sus largos viajes y la nostalgia de los lugares que eran caros a su memoria y de los que destilaba la razón de su vida.
Pero fue en el Hospital del Río en donde aprendió a gustar de la soledad y a rescatar en ella la única, la imperecedera substancia de sus días. Fue en el río en donde vino a aficionarse a las largas horas de solitario soñador, de sumergido pesquisidor de un cierto hilo de claridad que manaba de su vigilia sin compañía ni testigos. (En el río)

Un ala que sopla el viento negro de la noche en la miseria de las navegaciones y que aleja toda voluntad, todo propósito de sobrevivir al orden cerrado de los días que se acumulan como lastre sin rumbo.
La espera gratuita de una gran dicha que hierve y se prepara en la sangre, en olas sucesivas, nunca presentes y determinadas, pero evidentes en sus signos.
Un irritable y constante deseo, una especial agilidad para contestar a nuestros enemigos, un apetito por carnes de caza preparadas en un intrincado dogma de especias y la obsesiva frecuencia de largos viajes en los sueños. (Las Plagas de Maqroll)

Lumen reúne la poesía de Mutis en la Summa de Maqroll, con un prólogo en el que William Ospina explica que “desde sus comienzos, la poesía de Álvaro Mutis acumula plurales impresiones del mundo, nos sumerge en un estado de observación perpleja de esas realidades poderosas e incontrolables, y finalmente nos entrega la evidencia de que esas cosas solo es posible verlas porque están en quien las ve.”

Poeta poderoso que supo sintetizar en su obra el impulso narrativo y la hondura lírica, la potencia verbal y la sutileza de la imagen, de la poesía de Mutis dijo Octavio Paz que es el resultado de “una alianza de esplendor verbal y decadencia de la materia.”

El mundo poético de Mutis gira en torno a unos temas vertebrales que recorren también el resto de su obra: la incertidumbre de los destinos humanos, la mirada elegíaca hacia el tiempo destructor, el fatalismo ante las derrotas en medio de un mundo en ruinas, el enaltecimiento del pasado y  las iluminaciones en la oscuridad, como en uno de sus ‘Cuatro nocturnos de El Escorial’:

La noche desciende por la sierra,
se abre paso entre pinares y robledos,
con sigilo se establece alrededor del edificio,
se hace más densa, más presente a cada instante,
acumula sus fuerzas, agazapada, preparándose
para la contienda que la espera. Pone cerco
al Palacio Monasterio, por sus grises muros
repta una y otra vez y en vano intenta
tomar posesión del Real Sitio. Exhala entonces
su obstinado bismuto, destila sus alcoholes
funerales, extiende su grasiento sudario
de hollín y siempreviva y apenas logra,
tras porfiar con ciega energía, instalar
su tiniebla en los jardines, demorarse
en la galería de los convalecientes
y resistir por cierto tiempo en los patios,
poca cosa. Entretanto, por obra de la nocturna
brega sin sosiego, ocurre la insólita sorpresa:
los muros, las columnas, las fachadas, los techos,
las torres y las bóvedas, la obra toda adquiere
esa leve consistencia, esa alada ligereza
propias de una porosa substancia que despide
una láctea claridad y se sostiene en su ingrávida
mudanza frente a la vencida sitiadora
que cesa en su estéril asalto.
Por breves horas, entonces, el sueño del Rey
y Fundador recobra su prístina eficacia,
su original presencia ante la noche,
contra los ingratos hombres y el olvido.

Enumerativos y de largo aliento, sus versos de desarrollo en espiral, en los que a la potencia verbal se suma la armonía rítmica, no son sin embargo suficientes para impedir la victoria final del silencio y el olvido que se lamenta en el Nocturno V, de su último libroUn homenaje y siete nocturnos.

Largas horas me quedo contemplando el ir y venir de embarcaciones de toda clase:
majestuosos buques cisternas pintados de naranja y azul celeste,
graves caravanas de planchones cargados con todo lo que el hombre consigue fabricar,
y que el pequeño remolcador empuja mansamente a su destino, mientras bregan sus hélices
en un desaforado borboteo cuya estela se pierde en la oscuridad;
navíos que llegan de las islas con la pintura desteñida y huellas de hollín y desventura en los puentes de mando;
barcos de rueda que intentan copiar, sin conseguirlo, los altivos originales de antaño,
y ese viejo vapor de quilla recta y esbelta chimenea a punto de caer por obra del óxido feroz que la combate.
Escorado, enseña sus lástimas y se va deshaciendo con la pausada resignación de quien vivió
días de soberbio prestigio entre los hombres que lo dejan morir sin evitarle la impúdica evidencia de su ruina.

“La gran literatura -escribe Juan Esteban Constaín en el prólogo de Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero- es una forma particular y única de ver el mundo, de nombrarlo. Los grandes escritores no son sino eso: una voz irremplazable, una entonación que es la que nos seduce y maravilla, nos inquieta, nos hace seguirla por todos los recodos que va abriendo, la ruta luminosa de un estilo, unos temas, unas obsesiones. Quizás no haya un logro estético y artístico más grande que ese, crear un mundo, dotarlo de un protagonista que trasciende la voluntad de su creador y, en el caso concreto de la literatura, se vuelve una presencia tan consistente y poderosa que acompaña a los lectores como si fuera un gran amigo o un miembro de su casa, a veces incluso más que los que sí lo son de verdad. Pocos autores lograron ese milagro, Álvaro Mutis lo hizo con Maqroll el Gaviero.[…] No creo que se le pueda pedir más a un escritor, no se me ocurre mayor gloria que esa.”

Santos Domínguez




 

03 noviembre 2023

Así que pasen cinco años


Federico García Lorca.
Así que pasen cinco años.
Edición de Margarita Ucelay.
Cátedra Cinco décadas. Madrid, 2023.

“Dentro de cuatro o cinco años existe un pozo en el que caeremos todos”, dice proféticamente uno de los personajes de Así que pasen cinco años, una de las obras “imposibles” del teatro de García Lorca, que la terminó en agosto de 1931, cinco años antes de caer en el pozo de la guerra civil en que cayeron todos.

Es uno de los títulos que Cátedra reedita en su colección Cinco décadas, con edición de Margarita Ucelay

Según Miguel García Posada, Así que pasen cinco años es “una de las piezas capitales del teatro lorquiano, si es que no estamos ante la obra más perfecta -más equilibrada, más compleja- del autor. […] La tersura y la sugestión de la prosa -simbólica, pero sin el desgarramiento de El público- y la belleza de los pasajes en verso le dan a Así que pasen cinco años una calidad artística exquisita.”

Subtitulada Leyenda del tiempo, transcurre en la hora detenida de las 6 de la tarde y por su surrealismo onírico y por el simbolismo freudiano de sus imágenes se encauzan el sueño y la identidad, la realidad y la imaginación, el desdoblamiento y las máscaras, la angustia ante el tiempo y la muerte.

“Así que pasen cinco años. Leyenda del tiempo es una de las creaciones mayores del teatro de Federico García Lorca. Pieza novísima en forma y contenido, fue el resultado de un ambicioso proyecto del poeta de «crear un teatro nuevo, avanzado de formas y teoría» que había de originar el deseado «teatro del porvenir», escribe en su extenso estudio introductorio Margarita Ucelay, que aborda la génesis de Así que pasen cinco años, que define como “una autobiografía en clave onírica” y vincula su gestación al ciclo neoyorquino, repasa la valoración crítica de la obra, rastrea sus fuentes, describe su estructura en verso y prosa, analiza la simbología de su espacio escénico o la importancia del color, la música y el ritmo y concluye su interpretación con estas palabras: “Así que pasen cinco años es obra de indudable dificultad, pero no hay en ella hermetismo. No es críptica. La actitud del poeta es en casos ambigua y abierta por tanto a interpretación. Es obvio que la obra está centrada en el proceso mental del protagonista.”

El amor oscuro y la frustración de la esterilidad, temas capitales que atraviesan la obra poética y dramática de Lorca, son también los ejes temáticos de Así que pasen cinco años, renovadora y potente en su prosa:

VIEJO.- Todavía cambian más las cosas que tenemos delante de los ojos que las que viven sin distancia debajo de la frente. El agua que viene por el río es completamente distinta de la que se va. ¿Y quién recuerda un mapa exacto de la arena del desierto... o del rostro de un amigo cualquiera?

Y en su verso, como en esta intervención del Arlequín:

El Sueño va sobre el Tiempo
flotando como un velero.
Nadie puede abrir semillas”
en el corazón del Sueño.
 
(Se pone una careta de alegrísima expresión.)
 
¡Ay, cómo canta el alba! ¡Cómo canta!
¡Qué témpanos de hielo azul levanta!
 
(Se quita la careta.)
 
El Tiempo va sobre el Sueño
hundido hasta los cabellos.
Ayer y mañana comen
oscuras flores de duelo.
 
(Se pone una careta de expresión dormida.)
 
¡Ay, cómo canta la noche! ¡Cómo canta!
¡Qué espesura de anémonas levanta!
 
(Se la quita.)
 
Sobre la misma columna,
abrazados Sueño y Tiempo,
cruza el gemido del niño,
la lengua rota del viejo.
 
(Con una careta.)
 
¡Ay cómo canta el alba! ¡Cómo canta!
 
(Con la otra careta.)
 
¡Qué espesura de anémonas levanta!
 
Y si el Sueño finge muros
en la llanura del Tiempo,
el Tiempo le hace creer
que nace en aquel momento.
 
¡Ay, cómo canta la noche! ¡Cómo canta!
¡Qué témpanos de hielo azul levanta!


Santos Domínguez



01 noviembre 2023

El orden del azar. Guillermo de Torre entre los Borges


 Domingo Ródenas de Moya.
 El orden del azar.
Guillermo de Torre entre los Borges.
Anagrama. Barcelona, 2023.

Cuando el foco cae hoy, raramente, sobre Guillermo de Torre suele ser por razones familiares o de arqueología cultural: adalid vanguardista, cuñado de Borges. Entonces queda iluminado su entorno más próximo, los hermanos Norah y Jorge Luis Borges en primer lugar y, con ellos, los círculos que se expanden a su alrededor, con escritores y artistas que van desde Lorca, Picasso, Ortega y Gasset, Huidobro, Victoria Ocampo, Eduardo Mallea o Ernesto Sabato hasta Tristan Tzara, F. T. Marinetti, Francis Picabia, André Breton, Valery Larbaud o André Malraux; desde Américo Castro, José Ferrater Mora, María Zambrano, Max Aub, Rosa Chacel o Francisco Ayala hasta Camilo José Cela, Dionisio Ridruejo, José Luis Cano o Josep Maria Castellet. Es difícil sustraerse a la sugestión de que toda la cultura literaria del siglo XX pasa por Torre como, de otro modo, pasa por Borges, y de que ambos, con grados diversos de visibilidad, fueron hacedores y cronistas de la misma.
Torre y Borges, Borges y Torre, cómplices juveniles y hermanos políticos, encarnaron la vocación literaria en su forma más temprana e incoercible, una pasión por la palabra que los condujo a transitar, en paralelo, de la poesía a la crítica y el ensayo, en diarios y en revistas, y que solo a los cuarenta años cristalizó en una obra por la que se sintieran justificados. En el moroso cumplirse de esa vocación, Torre fue dejando un reguero de iniciativas extraordinarias que van de la gestación de La Gaceta Literaria o la revista Sur a la colección Austral o la revolucionaria editorial Losada, y su ubicuidad en el campo cultural español y latinoamericano sigue causando asombro. Cuando, en 1964, The Times Literary Supplement lo consideró el gran crítico del exilio español, su cuñado, Borges, era ya un ídolo literario internacional. Cada uno de ellos se había alcanzado a sí mismo.

Así comienza el texto preliminar, “Las dos vidas de Guillermo de Torre (Unas palabras previas)”, con el que Domingo Ródenas de Moya presenta El orden del azar, la biografía de Guillermo de Torre (Madrid, 1900- Buenos Aires, 1971), poeta ultraísta, crítico, teórico y cronista de la vanguardia, ensayista prolífico y bibliógrafo, activista cultural y editor en el exilio bonaerense, creador de la benemérita colección Austral y cofundador de la editorial Losada, primer recopilador de la obra completa de García Lorca entre 1938 y 1946, cuñado de Borges y constructor de puentes culturales entre la España del interior y la del exilio.

El libro se estructura con arreglo a dos ejes organizativos: uno, retrospectivo, que en sus breves capítulos se va remontando desde 1971, al final de la vida de Guillermo de Torre, hacia atrás. Así lo explica Domingo Ródenas en esas palabras previas: “Esta dirección retrospectiva de la flecha del tiempo, desde las exequias de Torre o sus últimos meses en 1970 hacia atrás, es la que orienta los capítulos más breves.”

Y otro, más amplio y extenso, más nuclear, lleva siguiendo linealmente el desarrollo de su proyecto vital y literario: “La otra vida, que ocupa la mayor parte del libro, es la del hacerse progresivo, la del día a día guiado por una voluntad de ser, por un designio o proyecto vital hacia cuyo logro organiza el individuo su desempeño cotidiano. Aquí el tiempo lineal y acumulativo es el del querer ser haciendo y no el de haber sido en función de lo hecho. Entre uno y otro se va trazando la secreta filigrana de lo contingente, la causalidad invisible que trunca o auxilia; en definitiva, el orden informulable del azar.”

Diferenciados no sólo por la distinta dimensión de los capítulos sino también por su diferente tipografía, esos dos ejes temporales, esas dos líneas convergentes desde el presente de sus últimos meses de vida al pasado y desde el pasado al presente, dibujan entre 1916 y 1971 un retrato continuo del personaje biografiado y un panorama del complejo contexto en que se desarrolla su actividad intelectual: desde su formación universitaria en la Facultad de Derecho de Madrid, “entre incapaces y dementes”, como decía Ortega; las lecturas formativas la tertulia ramoniana de Pombo; Cansinos y Gómez de la Serna; el ultraísmo y el creacionismo de Huidobro; la ansiedad de la fama y el autobombo; los encuentros y desencuentros con Juan Ramón Jiménez, que le llamó en una carta de desahogo “estrella de la tarde del ultraísmo; mariposa blanca de los prados del esdrújulo; niño terrible del Manzanares; desgracia de la familia […] ¡Qué lástima me da su padre!”; la mala acogida crítica de su primer y último libro de poesía, Hélices, libro “verdaderamente grotesco” para Gerardo Diego, cuyo “vocabulario enojoso” lamentó Fernandez Almagro y que su amigo Borges redujo a “una bella calaverada retórica.”

En contraste con la mala recepción de aquel desastre poético, su Literaturas europeas de vanguardia tuvo una buena consideración crítica, aunque Borges de nuevo le reprochó su “progresismo, ese ademán molesto de sacar el reloj a cada rato.” Es lo que el argentino llama “el despuesismo”, la supuesta superioridad de los viernes sobre los jueves y del futuro sobre el pasado.

Esa relación cambiante y difícil con Borges es uno de los hilos conductores de El orden del azar, que aborda también la relación de Torre con Lorca, su temprana instalación en Buenos Aires, sus vínculos porteños con los Borges, Victoria Ocampo y la revista Sur, en la que se colocó como secretario de redacción antes de que, como la Revista  de Occidente, se convirtiera también en editorial; la fundación de la colección Austral, inspirada en la vieja Colección Universal de Calpe, en la alemana Albatross Books y en la inglesa Penguin Books o su incorporación al año siguiente a la nueva editorial Losada como director literario.

La biografía comienza con esta frase: “La noticia saltó con el calor de la mañana: Guillermo había muerto.” Veinticuatro horas después, “en la mañana sofocante del 14 de enero de 1971”, ante el panteón familiar de los Borges en el cementerio de La Recoleta donde se enterraba a Guillermo de Torre, se evoca el destino cruzado de la relación de más de medio siglo con Jorge Luis Borges que vertebra la obra: el vínculo familiar y literario entre “el hombre ciego de pie y el hombre horizontal dentro del féretro.”

Las circunstancias y la edad bifurcaron la obra y la vida de Guillermo de Torre, que el destino cruzó con los Borges por la vía del matrimonio en 1928 con Norah, la hermana de Jorge Luis. Dos continentes y dos épocas culturales e históricas, de España a Argentina y de la modernidad insurrecta a la tradición de la vanguardia, marcaron la trayectoria de un testigo excepcional de la literatura del siglo XX entre 1915 y 1965, cuando su imprescindible y temprano Literaturas europeas de vanguardia (1925) tiene su edición ampliada y definitiva con un nuevo título, Historia de las literaturas europeas de vanguardia.

La abundantísima correspondencia que intercambió durante décadas con García Lorca, Salinas, Cansinos, Alfonso Reyes, Juan Ramón Jiménez, Gómez de la Serna o Giménez-Caballero, con quien fundó La Gaceta Literaria, es un testimonio plural que aporta mucha información de primera mano del momento cultural y literario de España e Hispanoamérica en unos años decisivos para la configuración de la modernidad en el ámbito de la lengua española.  

Porque, tras su etapa subversiva, iconoclasta y vanguardista, en la que Guillermo de Torre “se había convertido en la imagen espantable del hereje indócil, del bárbaro que viene a hacer tabula rasa de los valores bendecidos y que multiplica su presencia en España y Europa”, sobreviene la guerra civil y la derrota, tras la que  “Torre también perteneció al mundo desesperanzado de la posguerra y el exilio. Desde Buenos Aires trabajó para hacer audible la voz de los náufragos (de León Felipe, de Juan Ramón, de Guillén y Salinas, de Arturo Barea o Corpus Barga), al tiempo que se empeñaba en difundir en español la gran literatura moderna, la de Kafka, D. H. Lawrence, Rilke, Paul Valéry o Virginia Woolf. Y, desde ese mundo lúgubre, combatió con sus medios contra la España jactanciosa e ignara de la dictadura, contra el fascismo acomodaticio que había instaurado el terror y la desmemoria de Estado. Todo ello mientras su viejo camarada Jorge Luis Borges iba acotando su propia vocación literaria un tanto errabunda hacia la ficción, y él mismo se avenía (o se resignaba) a que la suya cuajara en forma de pensamiento crítico al servicio de los otros, de su lectura y elucidación. En ambos casos, el azar había decretado su orden, separando a quienes durante décadas habían seguido trayectorias similares e incluso, entre 1937 y 1942, habían convivido bajo el mismo techo.”

De su trayectoria vital e intelectual, de sus dos vidas sucesivas y de su constante impulso modernizador habla en profundidad Domingo Ródenas en este seguimiento minucioso de ese “misterioso orden que impone el azar al ir viviendo.”

Un sólido estudio, publicado por Anagrama y subtitulado Guillermo de Torre entre los Borges, que rebasa los límites de la biografía y, con una equilibrada combinación de materia documental y reconstrucción ficcional, traza en sus seis capítulos dobles un amplio panorama de la literatura y la cultura del siglo XX en España y en Argentina en el “tiempo convulso que le tocó vivir: el siglo XX, el de la modernidad y la destrucción.”


Santos Domínguez 

30 octubre 2023

Jon Fosse. Mañana y tarde



 Jon Fosse.
Mañana y tarde.
Traducción de 
Cristina Gómez-Baggethun y Kirsti Baggethun.
Nórdicalibros /De Conatus. Madrid, 2023.


Más agua caliente, Olai, dice la vieja matrona Anna 
Venga, no te quedes ahí parado en la puerta de la cocina, dice 
Ya, ya, dice Olai 
y nota un frío y un calor extenderse por su piel y la piel se le eriza y una felicidad recorre todo lo suyo y se le sale por los ojos en forma de lágrimas cuando corre hacia el fogón y empieza a llenar una artesa con agua humeante, así que agua caliente, por agua no será, piensa, y echa agua en la artesa y oye a la vieja matrona Anna decir que con eso basta, será suficiente, dice, y Olai levanta la vista y ahí está la vieja matrona Anna, cogiéndo la artesa 
Ya la llevo yo, dice la vieja matrona Anna 
y en ese momento suena un grito contenido en la alcoba y Olay mira a la matrona Anna a los ojos y sacude la cabeza y ¿no esbozará también una sonrisilla?
Paciencia, dice la vieja matrona Anna 
Si es niño, se llamará Johanness, dice Olai
Ya veremos, dice la vieja matrona Anna 
Pues sí, Johannes, dice Olai 
Por mi padre, dice 
No le veo inconveniente al nombre, dice la vieja matrona Anna 
y suena  otro grito, ya más abierto 
Paciencia, Olai, dice la vieja matrona Anna
Paciencia, dice 
¿Me estás oyendo? dice 
Paciencia, dice 
Tú que eres pescador sabrás que en un barco no caben mujeres, dice 
Ya, ya, dice Olai 
Pues aquí pasa lo mismo con los hombres, sabes lo que traen ¿no? dice la vieja matrona Anna 
Si, ya, traen desgracias, dice Olai 
Eso, desgracias, dice la vieja matrona Anna 
y Olai ve a la matrona Anna enfilar hacia la puerta de la alcoba con la artesa con agua caliente por delante, con los brazos estirados y de pronto la matrona Anna se para en la puerta del alcoba y se vuelve hacia Olai 
No te quedes ahí parado, dice la vieja matrona Anna 
y Olai se estremece ¿estará él trayendo desgracias sin pretenderlo? es lo último que quiere ¿no irá a perder a su Marta, a su querida, amada y respetada Marta, a su novia, a su mujer? no la irá a perder ¿no? no puede ser Anda, cierra la puerta de la cocina y siéntate en tu silla dice la vieja matrona Anna 
y Olai se sienta ante la mesa de la cocina, hinca los codos sobre el tablero y apoya la cabeza en las manos y menos mal que llevó a Magda a casa de su hermano, piensa Olai, cuando salió a buscar a la vieja matrona Anna llevó primero a Magda a casa de su hermano, y no estaba seguro de si hacía bien porque Magda ya es casi una mujer, los años pasan volando, pero Marta le pidió que lo hiciera, cuando se puso de parto y lo mandó con la barca a buscar a la vieja matrona Anna  

 Así comienza Mañana y tarde, la espléndida novela del noruego Jon Fosse, reciente Premio Nobel, que publican en coedición Nórdicalibros y De Conatus con traducción de Cristina Gómez-Baggethun y Kirsti Baggethun.

Antes de la concesión del Nobel, Fosse ya era considerado uno de los mejores narradores europeos de las últimas décadas. Para quien no conozca su totalizadora Trilogía y su monumental Septología, editados en español por De Conatus, esta Mañana y tarde, una potente novela corta que transcurre entre el nacimiento de Johannes y su muerte, puede ser una buena vía de entrada en la escritura poderosa de Fosse, en su prosa hipnótica y a veces tortuosa, rítmica y exigente. 

Entre la mirada impertérrita del narrador omnisciente, la lentitud repetitiva del flujo de conciencia de los personajes y el chispazo rápido del diálogo escueto, entre la realidad y la alucinación, entre la vida y la muerte, Mañana y tarde obedece a un ritmo binario desde su título hasta su estructura y su desarrollo. Dos partes vertebran esta novela, que asume también dos perspectivas: la de Olai cuando nace Johannes, su segundo hijo, y la de un Johannes ya anciano que afronta el viaje de salida de su día final sin saber que es un viaje son salida ni el día final.

Organizada en torno a ese trayecto temporal del pasado al presente, la novela transcurre entre el primer y el último día de la vida de Johannes, a través del recuerdo de los episodios triviales de su vida cotidiana (su trabajo de pescador; la relación con Erna, su mujer, ya fallecida; sus siete hijos; sus nietos; Peter, su mejor amigo; Jakop el Zapatero).

Y al Johannes anciano le llega su hora. Se levanta una mañana más ligero que de costumbre, como sin peso, con una agilidad inusual, sin dolores ni molestias. No siente frío en la casa habitualmente destemplada y se fuma el primer cigarrillo relajante del día, “pero hoy no nota nada y mira que es raro, porque de toda la vida, hasta que no se fuma unos cuantos cigarrillos, es como si no entrara del todo en la vida, piensa Johannes”.

Cuando sale de la casa, todo parece igual pero distinto a la vez:  “Pero ¿qué está pasando? Es como si todo estuviera cambiado y al mismo tiempo estuviera como siempre, todo está como antes y todo está distinto, piensa Johannes.”

Seguramente está todo como siempre, piensa Johannes. Y él es el mismo viejo de siempre, viejo, sí, de eso no cabe duda, pero sano y fuerte, y esta mañana se sentía tan ágil como un niño, pero […] levanta el brazo y a duras penas consigue levantarlo y entonces mira sus dedos largos y ajados y ve que alrededor de las uñas los dedos se le están poniendo azules

Y cuando llega a la ensenada para coger la barca con rumbo oeste por un mar en rara calma, se encuentra en la orilla con Peter, su mejor amigo, muerto hace tiempo, al que le tira piedras que lo atraviesan. Juntos salen a pescar cangrejos para la señorita Pettersen, otra difunta con la que Johannes tiene un raro encuentro. Y a ese muelle vuelve el pasado con Erna y con Marta jóvenes en una primera cita con los jóvenes Johannes y Peter.

Ese reencuentro con el pasado contrasta con el desencuentro con su hija Signe en el presente de su último día:

Signe, Signe, dice Johannes
Y Signe que se para un momento ante él y nunca había visto Johannes tanto miedo en los ojos de Signe, tiene los ojos negros de miedo, piensa Johannes, y además no lo ve, avanza derecha hacia él y avanza y avanza hacia él
Signe, Signe ¿no me ves? grita Johannes 
y Signe avanza derecha hacia él y luego entra en él  y Signe lo atravesó como si nada y él notó su calor, pero ella lo atravesó como si nada, como si nada, piensa Johannes

En una línea literaria de estructuras simétricas y concéntricas y escritura envolvente que enlaza en enfoque y en tono con Beckett a través de Thomas Bernhard, Jon Fosse sostiene su Mañana y tarde sobre la sombría reflexión existencial acerca del sentido de la vida, un viaje de la nada a la nada, en palabras de Olai: “y ahora, mientras su madre Marta grita de dolor, el niño vendrá al frío de este mundo y aquí estará solo, separado de Marta, separado de todos los demás, estará solo aquí, siempre solo, y luego, cuando todo haya acabado, cuando llegue su hora, se descompondrá y volverá a la nada de la que salió, de la nada a la nada, ese es el curso de la vida, para las personas, los animales, los pájaros, los peces, las casas, las herramientas, para todo lo que existe, piensa Olai, aunque también es mucho más, piensa”

Este es el diálogo rápido e intenso que se produce ya al final de la novela. Es quizá el momento más conmovedor de Mañana y tarde, una obra cuya creciente intensidad se mueve entre el antes del nacimiento y el después de la muerte para dejar una huella indeleble en el lector:

Y Johannes mira a Peter y hay que ver qué cosas dice este hombre, qué horror, que está muerto 
¿Estoy muerto? dice Johannes 
Ya te has muerto, tú también, Johannes, dice Peter 
Y como yo era tu mejor amigo, me ha tocado ayudarte a cruzar, dice 
¿Ayudarme a cruzar? dice Johannes 
y Peter asiente con la cabeza 
Estás en tu cama, Johannes, dice Peter 
No me digas dice Johannes
Pues sí, dice Peter 
Venga, Johannes dice 
y Johannes se reúne con Peter y entonces Peter y Johannes echan a andar por el camino 
[…]
¿y adónde vamos? dice Johannes
Ay, ya estás preguntando cómo si aún vivieras, dice Peter 
¿A ninguna parte? dice Johannes 
Allí donde vamos no es ningún lugar, y por eso tampoco tiene nombre, dice Peter

Santos Domínguez

 


27 octubre 2023

Virginia Woolf. El estrecho puente del arte


Virginia Woolf.
El estrecho puente del arte.
Ensayos literarios.
Edición y traducción de Rafael Accorinti.
Páginas de Espuma. Madrid, 2023.

Virginia Woolf acuñó en 1927, en uno de sus ensayos literarios, la metáfora del estrecho puente del arte para aludir al cruce entre tradición y modernidad en el que se sitúa la creatividad de un autor cuando asume por un lado las diversas herencias literarias y afronta por otro lado las novedades que justifican el sentido de su escritura.

Esa metáfora, “alude al momento paradigmático en que quien escribe ha de decidir qué llevarse de sus antecesores y qué aportar a sus contemporáneos”, como señala Rafael Accorinti en la introducción de su edición de El estrecho puente del arte, la colección de ensayos y artículos literarios que acaba de publicar Páginas de Espuma.

Organizados en dos partes -«El arte de la ficción» y «El arte de la biografía»-, Virginia Woolf aborda en estos textos ensayísticos la literatura de Melville, que “ha culminado su labor mejor que el artista más sofisticado de nuestra época”) y de Dickens, en cuyas novelas “todo es absoluto y extremo”; de Flaubert (que “tardó un mes en encontrar una frase para describir un repollo”) y de Dostoievski (“el fervor de su genio lo insta a cruzar todos los límites”), de Chéjov (“Nadie hay que parezca mejor dotado de un sentido más agudo de la belleza”) y Tolstói (“el más grande de todos los novelistas”, que “reescribió Guerra y paz siete veces’), de Stendhal (que “se propuso desde el principio dominar el arte de la vida”) y de Proust (‘todo su universo está impregnado de la luz de la inteligencia’); de Henry James ( de quien subraya “su manera majestuosa” y “la maestría de su prosa”); de Hemingway (“un escritor hábil y concienzudo”) o Thoreau, que “hizo todo lo que pudo para fortalecer su propia comprensión de sí mismo.”

En estos textos Virginia Woolf hace un repaso de sus lecturas y lanza  una invitación a la lectura modélica del lector común, aquella que está libre de prejuicios académicos y no se deja orientar por otra guía que su propio gusto y su independencia de criterio.

En “¿Cómo debería leerse un libro?”, el texto de una conferencia para un colegio femenino de Kent en enero de 1926, da este consejo:

El único consejo que, en verdad, una persona puede dar a otra sobre la lectura es que no permita que nadie le aconseje, que siga sus propios instintos, que use el sentido común, que llegue a sus propias conclusiones. Si estamos de acuerdo en esto, entonces me siento en la potestad de proponer algunas ideas y sugerencias, porque la lector de lector no has de dejar que cuarto en esa independencia que es la cualidad más importante que puede llegar a tener.

Con su criterio propio de lectora común, Virginia Woolf evoca memorablemente sus horas en una biblioteca (“Día tras día no hacemos otra cosa que leer. Es una época de una excitación y una exaltación asombrosas”), exalta la belleza de la poesía griega y la perfección de su lengua, hace una lectura superficial y anodina del Quijote, se acerca al Viaje sentimental de Sterne o a Defoe, uno de los grandes escritores sencillos, a través de Moll Flanders y de Roxana; declara su simpatía por Jane Austen, “la artista más perfecta entre las mujeres”, y su profunda clarividencia de lo cotidiano y habla con admiración de otras escritoras como Emily Brontë o George Eliot o hace una profunda lectura de los novelistas rusos en “El punto de vista ruso”, de 1919, uno de sus mejores ensayos.

Pero hay mucho más en estas páginas intensas y cercanas de una Virginia Woolf lectora sutil: una reflexión sobre la relectura y sobre la crítica, un profundo análisis de los relatos de fantasmas de Henry James, una evocación necrológica de Conrad, con un agudo estudio de Marlow como proyección analítica y sutil del novelista desdoblado en su personaje; la autobiografía de De Quincey como paradójica suma de defectos y muestra de talento, o una lúcida disección de la obra novelística  de Thomas Hardy.

Son las lecturas en voz baja, las propuestas de una lectora excepcionalmente penetrante, pero también las reflexiones técnicas de la novelista renovadora y consciente de su oficio que explora los procesos creativos y la anatomía de la ficción, la construcción del personaje desde dentro y la atención a su psicología, bajo una marcada influencia de tres novelistas decisivos en la configuración de su obra: Dostoievski, Henry James y Proust.

Cierra el conjunto el breve “Atardecer en Sussex: Reflexiones en un automóvil”, un ensayo de 1930 en el que Virginia Woolf  habla en un ejercicio de ventriloquía y desdoblamiento de las distintas identidades que coexisten en su personalidad.

Una personalidad compleja y problemática para la que, como afirma Rafael Accorinti en su introducción, “leer y escribir es dar pasos hacia el pensamiento crítico, la independencia intelectual y la posterior libertad de la mujer.”

Con la edición de El estrecho puente del arte Páginas de Espuma sigue enriqueciendo su espléndida colección de ensayos: Chéjov, Flaubert, Dostoievski, Proust, Poe, Stevenson, Clarín, Henry James, Joyce o Harold Bloom son algunos de los ilustres antecesores de su catálogo.

Santos Domínguez 




 

25 octubre 2023

Rafael Chirbes. Diarios (tomo III)

 

Rafael Chirbes.
Diarios. 
A ratos perdidos 5 y 6.
Anagrama. Barcelona, 2023.


“Ser altivo, sectario e ignorante, todo junto, es algo terrible. No necesitas leer a un escritor. Consideras que sus libros son algo así como un asunto privado, intrascendente: como si no fuera justo al revés, que el único asunto público con el que lidia un escritor es su escritura, que justo todo lo demás, su sexo, su familia y hasta sus opiniones sobre esto o aquello, forma parte de lo privado que no debe interesarnos, o debe interesarnos solo muy relativamente”, escribía Rafael Chirbes el 9 de enero de 2007 en la segunda anotación de A ratos perdidos 5 y 6, la tercera y última entrega de sus Diarios, que publica Anagrama.

Es un voluminoso tomo que recoge el material de once cuadernos que abarcan desde el 8 de enero de 2007 al 28 de junio de 2015, cuando Chirbes presagiaba ya el fin, mes y medio antes de morir el 15 de agosto:

Cuando hace un año me propusieron repetir una frustrada colonoscopia me negué: si el índice tumoral está bien, para qué reproducir las incomodidades (me debieron tocar o perforar algo, a raíz de aquello me pasé seis meses con molestias). Dejemos algo en manos del azar, le dije a la médico. Poco a poco, las molestias que habían desaparecido han sido sustituidas por otras nuevas y sigo perdiendo peso (dieciséis kilos menos de lo que durante los últimos años era habitual). Al principio, la doctora de tiroides lo consideraba un signo positivo: mejor estar delgado. Esta última vez se alarma, porque, además de peso, pierdo hierro, y eso puede ser un signo de la existencia de algún tumor, aunque el índice tumoral continúa siendo excelente. Se preocupa por una tos incomodisima que tengo desde hace seis meses y que algunos días apenas me deja hablar (¿cómo no has ido a que te vea el otorrino?), por el colon, me dice que tengo que pedir una nueva colonoscopia al internista, y yo hace meses que estoy pensando lo peor, pero no tengo muchas ganas de vivir que digamos, y calculo que no es mal momento, antes de que empiecen las limitaciones de verdad, las dependencias ajenas. Lo que sea y cuando sea, con tal de que no resulte desagradable. Luego pienso en los animalitos, en mis perros y mis gatos, ¿qué hacer con ellos? ¿Dejarlos en manos de quién? Y no tengo tan claro que el momento sea tan bueno como me había dicho antes, y pienso que ojalá no sea lo que llevo meses imaginando.

Sus casi mil páginas son un espejo turbio el que se refleja el escritor y el hombre, los cientos de lecturas y los días interminables, los insomnios, el cine y la música, el miedo y la enfermedad. Los problemas económicos, el alcohol y la vida literaria, la política y la angustia, lo cotidiano y la escritura, los desahogos y los odios, el dolor físico y el bloqueo creador se suceden en estos diarios, a menudo sombríos, bajo una mirada cada vez más distante, más ácida y más desengañada hacia sí mismo y hacia lo que le rodea: “Pienso en las posiciones de tantos literatos, arrimados a ese boberío cínico del zapaterismo que disfraza de inquietud social una despiadada estrategia de conquista del poder, pienso en la fragilidad del libro que ayer le mandé a Herralde, y en mi propia fragilidad, y me asusto.”

Son trazos de “una vida cogida con alfileres”, de una “vida a la deriva” que asume en estos años un aislamiento cada vez mayor en su casa de Beniarbeig, entre el vacío existencial y la parálisis creativa: “Ni vivo ni escribo”, anota en una ocasión. “No tengo relación con nadie”, escribe en la primera anotación, el 8 de enero. Y el 2 de febrero: “Paso la noche sin dormir, pensando que no soy capaz de escribir ni una línea (no la he escrito). […] Me digo que tengo que aceptar que se ha acabado mi etapa de escritor.” Y unos días después: “No tengo ningunas ganas de seguir escribiendo, de ser escritor.”

Compuestos en la época en que Chirbes obtuvo más reconocimiento crítico con Crematorio y En la orilla, sus dos mejores novelas, afloran en estos diarios su inseguridad y sus dudas creativas con opiniones demoledoras sobre la primera en enero de 2007, cuando todavía se titulaba Cremación: “un libro francamente desagradable”; “me parece infumable, insalvable”; “esa puta novela que se me empasta en los dedos”,  “la novela entera es un error”; “esta novela me ha agujereado por dentro”. O esta anotación, del 8 de enero, con la que se abre el volumen:

Jornada larga. Llevo despierto desde las seis de la maña­na, leyéndome esta novela insalvable, que destapa mis limi­taciones como escritor. Cabeza vacía y mano torpe, que se suman a una pérdida de referentes, a este no tener nada en la cabeza que me tortura. ¿Cómo puede uno querer ser escri­tor, si no tiene nada que decir? Basta con ver la prosa, la me­diocridad de la escritura, la falta de densidad, la ausencia o planura de ideas. Lo dicho: la lectura de hoy me ofrece un balance demoledor.

Esa autocrítica feroz contrasta con los elogios que suscita la novela en sus primeros lectores y en el editor Herralde, pese a lo cual Chirbes sigue pensando que Crematorio es un fracaso y  un libro fallido: “a pesar de los halagos, vuelvo a estar en el pozo, convencido de que todo el tiempo que le dedicado a la literatura ha sido tiempo perdido; que nada de lo que he escrito se sostiene y que, además, este tipo de vida ha ido dejándome solo, sin ningún agarradero, sin nada en lo que sostenerme, seco, falto de sentimientos: mi confianza, mi amor, ni siquiera sexo.”

Estos diarios son un exorcismo implacable del autor consigo mismo y con los demás, a los que dedica juicios como estos: “Durante quince años me tocaba discutir con amigos progresistas o que se consideraban revolucionarios que pensaban que Antonio Gala era un gran escritor progresista porque escribía columnas periodísticas contra los militares, contra la OTAN y contra la guerra. Leían devotos La pasión turca. ¡Lo consideraban un escritor progresista, cuando todo en él forma parte de lo rancio, lo ñoño, lo reaccionario! No había manera de convencerlos de que escribir contra la OTAN no libraba a su escritura de ser profundamente cursi; o, lo que es aún peor, estúpida y por eso mismo profundamente reaccionaria, halagadora de lo peor, falsa belleza para complacencia de marujas y marujones en celo. La bestia negra de estos amigos (algunos de ellos, profesores de literatura) era Vargas Llosa. Se negaban a ver que podía ser un liberal, un reaccionario, y, a la vez, un notable novelista (La guerra del fin del mundo, Conversación en La Catedral). Tampoco debería extrañarme de esas cosas. Discutir sus libros desde esa base. Pero la novela pinta poco en la sociedad contemporánea: vale lo que crece en torno a ella, los retratos de los autores, las declaraciones, las entrevistas, los manifiestos a los que se adhieren. Nadie parece tener tiempo para leerse las quinientas páginas que hace falta leer antes de empezar a hablar de un escritor, pero todo el mundo tiene tiempo para quedarse media hora viéndolo en la tele, o para echar una ojeada a la página que, en el periódico, habla de él. Tendrían que prohibirnos a los escritores decir nada que no fuera por escrito, y negarnos a los novelistas el derecho a verter una sola opinión, o un comentario, sobre la novela que hemos escrito. Si quieres saber de qué trata, léetela.”

O estas líneas demoledoras, sobre un artículo de Almudena Grandes: “Tras leer la columna de Almudena Grandes en el suplemento de El País, descolgué el teléfono y, como no me apareció ella, sino que me salió el contestador, le dejé un mensaje diciéndole que sentía vergüenza, le dije algo así como que no encontraba una piedra suficientemente grande en mi huerto para meterme debajo para ocultar la vergüenza que sentía. Se trataba de un artículo a la vez estúpido y repulsivo, mezcla de bobería y sectarismo. […] Ya me habían dicho que Almudena y su marido, Luis, son dos de los animadores culturales que frecuentan La Moncloa (Sabina es otro de ellos y, en el frente periodístico, Suso de Toro y Millás), pero la ñoña columnita de hoy expresa un desprecio notable hacia la inteligencia de los lectores, incluida la mía; si decimos que la literatura es indagación qué  diremos que es esa columna. Hay un salto cualitativo, aquí aparece la desvergüenza del cortesano, y es que, claro, se acercan las elecciones y hay que cavar a toda velocidad las trincheras.”

Son sólo unas muestras significativas del tono descarnado, de la lucidez y la temperatura de estos diarios atravesados por la autocrítica más lúcida (“Soy el peor autor de diarios de la historia”, anotaba el 28 de mayo de 2008), por una creciente fragilidad y repletos de alusiones a libros, pinturas y películas, de la Odisea a Los cuatrocientos golpes de Truffaut, de Velázquez a Karl Kraus, de Ocho y medio, de Fellini, a Balzac, pasando por Sender o Galdós, uno de sus autores más admirados.

Estos últimos cuadernos de Chirbes son, como él mismo dice, “los menos personales, los más reflexivos y menos anecdóticos”. Y hay en ellos, de principio a fin, atravesando cientos de páginas oscuras con su sombra funesta, entre la desaparición  de su compañero Paco, la claustrofobia y los repetidos ataques de pánico, la premonición de su propia muerte en reflexiones como esta:

Se muere a solas y dejando al descubierto la impotencia de los contempladores. No puedes compartir tu dolor ni tu lamentable extinción: todo lo que te llevas contigo, lo intransmisible, lo exclusivo.


Santos Domínguez

 


23 octubre 2023

Schwaller de Lubicz. El milagro egipcio


 R. A. Schwaller de Lubicz.
El milagro egipcio.
Traducción de Andrés Piquer Otero.
Atalanta. Gerona, 2023. 


“René «Aor» Schwaller de Lubicz (1887-1961), nacido en Alsacia, fue artista, químico, revolucionario, neopitagórico y egiptólogo, pero también, más secretamente, adepto y practicante del hermetismo, con una profunda experiencia en los procesos esotéricos de laboratorio. Alumno de Matisse, receptor del título caballeresco «de Lubicz» y colaborador de Fulcanelli (uno de los más influyentes alquimistas del siglo xx), Schwaller llevó a cabo uno de los más poderosos esfuerzos en el mundo moderno por aunar lo metafísico con lo concreto. Quizá porque su obra maestra, el tratado egiptosófico Le Temple de l’homme (El Templo del hombre, 1957-1958), contiene unas mil páginas de denso análisis geométrico, Schwaller es uno de los esotéricos más respetados y a la vez olvidados del siglo xx. En los círculos académicos, su enfoque simbolista de la egiptología suscitó una enconada controversia, mientras que en los ambientes literarios despertó la admiración de figuras como Jean Cocteau y André Breton. A pesar de ello, o quizá justo por ello, sus textos han merecido escasa atención académica”, escribe Aaron Cheak en el amplio estudio introductorio La llamada del fuego: la búsqueda hermética de René Schwaller de Lubicz, que sirve de prólogo esclarecedor a El milagro egipcio, de René Schwaller de Lubicz, que publica Atalanta en una magnífica edición ilustrada por su hija Lucie Lamy y traducida por Andrés Piquer Otero.

Entre 1939 y 1951, tras abandonar Mallorca, a donde había ido tras la pista de Ramon Llull, René «Aor» Schwaller de Lubicz se estableció en Egipto, donde intuyó ante el mural de la tumba de Ramsés IX que lo representaba como la hipotenusa de un triángulo rectángulo -el triángulo sagrado- la probable vinculación de la civilización egipcia con las tradiciones herméticas y pitagóricas.

Se iniciaban así una serie de investigaciones de egiptología simbolista y geometría sagrada que culminarían en su monumental El templo del hombre, del que este volumen recupera en su segunda parte una selección significativa de textos.

Schwaller de Lubicz, que ya había abordado interpretaciones esotéricas y alquímicas de las catedrales francesas, propone desde entonces una lectura simbólica del templo iniciático de Luxor como templo del hombre y como imagen del cosmos.

Murió en 1961 y en 1963 se publicó póstumo El milagro egipcio, organizado en dos partes: una primera, con artículos inéditos que son una preparación para el lector y una introducción a su obra capital, El templo del hombre, de la que se ofrecen la segunda parte los pasajes esenciales. 

Se trata de una recopilación de textos organizada por su mujer Isha, que afirmaba en la presentación de la primera edición de El milagro egipcio: “El esfuerzo del maestro por expresar estas enseñanzas de modo que fueran asimiladas por los menos instruidos dota a estos textos del conmovedor encanto de una enseñanza oral en la que el maestro se identifica con las dificultades de los alumnos y les muestra cómo orientarse a la hora de penetrar en la ciencia de los sabios.”

Matemática y arquitectura, pintura y geometría, número y conocimiento, analogía y volumen, simbolismo esotérico y teología se funden en estas páginas que proponen las claves interpretativas para descifrar el lenguaje iniciático de la religión egipcia y de la sabiduría faraónica, el pensamiento filosófico y matemático que está en la base de la cultura del Egipto de los faraones, olvidada tras milenios marcados por la filosofía griega.

La imagen y el signo, el lenguaje numérico y los ritos iniciáticos son las claves de un conocimiento articulado como pensamiento analógico y simbólico que encauza lo que Schwaller de Lubicz define como la inteligencia del corazón, que concibe el templo como imagen del universo. 

Y con ese punto de partida Schwaller de Lubicz reivindica la inteligencia emocional que, “en conexión con la inteligencia cerebral, puede abrir los ojos a una forma totalmente distinta de pensar y actuar.” 

Ese pensamiento espiritual y cosmológico, hecho obra y dotado de sentido  humano, es revelación y expresión de ideas y símbolos de armonía cósmica en una cultura como la egipcia, que refleja una manera de ser y de pensar la realidad, de concebir al hombre y el universo a través de conceptos como el Antropocosmos y el Templo místico con los que intenta iluminar las leyes de la creación que dan sentido al mundo, a la arquitectura del templo y a las inscripciones, porque “el templo debe leerse como un libro”:

La inscripción del pensamiento faraónico no ha de ser leída lógicamente como nuestras escrituras. Ha de ser interpretada.
La egiptología será exégesis o errará en sus fines y se quedará en lo insignificante.
En el pensamiento faraónico, el Hombre es el Antropocosmos, un Todo. 
[…]
La egiptología puede ser un oficio de sepultureros y de saqueadores de tumbas, o bien la más maravillosa fuente de saber para un mundo futuro.

Santos Domínguez