19 diciembre 2016

Navidades de libro. Regalo


Jordi Esteva.
Socotra.
Atalanta. Gerona, 2016.

Hace cinco años, Jordi Esteva publicaba en Atalanta un espléndido libro: Socotra, la isla de los genios, que era el resultado de su experiencia en esa isla anclada en el Índico, al sudeste de la Península Arábiga, a la salida del Golfo de Adén.

Un lugar mágico poblado por una fauna de otra época, de un tiempo mitológico en el que los griegos tenían esta isla como patria del Ave Fénix. Un lugar en el que crece una vegetación no menos mitológica de la que forman parte la mirra, en cuyas brasas ardía aquel pájaro inmortal, o el incienso de los ritos y las momias faraónicas, o el drago, el árbol de la sangre del dragón cuya savia roja usaban los gladiadores para embadurnarse los músculos. O el áloe que buscaba Alejandro porque cicatrizaba las heridas del combate.

Un lugar como ese, con bosques de incienso sobre los que vuela el ave Roc de Las mil y una noches, solo puede describirse dosificando adecuadamente, como hace Jordi Esteva, la fantasía y la realidad, la historia y la ficción. 

Esa mezcla difusa estaba también en las abundantes y magníficas fotos -Esteva es fotógrafo además de escritor- que reflejan con una luz casi irreal, con la luz tenue del sueño, su mirada a una isla sagrada para los griegos, porque en ella había erigido Zeus su propio templo y en sus cumbres había tenido su trono Urano, el dios primordial, abuelo de Zeus y padre de Cronos.

Entre el sueño y la realidad, entre África y Asia, entre la historia y la leyenda, entre la geografía y la literatura, entre la biología y la magia, Jordi Esteva relataba así un viaje a la infancia del mundo y al paisaje de las llanuras de Caín, un viaje que transforma la mirada y la sensibilidad del viajero, que vuelve siendo otro.

Cinco años después Jordi Esteva publica en la misma editorial un nuevo volumen, Socotra, que es el resultado de varios viajes de regreso a aquella isla, porque, como explica en su introducción, “pasados unos pocos años me invadió la nostalgia. Recordaba los espacios abiertos, la extraña vegetación, las montañas de granito que se elevaban como dedos suplicantes hacia el cielo. Echaba en falta el dormir bajo las estrellas junto a aquellos pastores que aún estaban en contacto con un mundo primigenio. Pero sobre todo quería visitar a los personajes que ya conocía. Durante mis viajes había ido fraguando amistad con los jeques de las montañas y sus familias. Quería volver a escuchar, alrededor de un fuego, las historias de animales fabulosos y de yins. Tenía ganas de volver a fotografiar, pero esta vez me decidí a rodar al mismo tiempo una película. Naturalmente en blanco y negro, siguiendo la estética de las fotografías ya realizadas. Me acompañaron Abdul-raooq Abdullah y su tío Ahmed Ben Afrar, hijo póstumo del último sultán de Socotra. Y viajé tres veces más a la isla. Feliz. Filmando y fotografiando.”

Y así, si en aquel libro tenía más peso el texto que las imágenes, en este hay un mayor despliegue gráfico que lo convierte en un libro visual sobre los paisajes de la isla y sus pobladores, en un álbum espectacular que completa un DVD con la película Socotra, que rodó el viajero, fotógrafo y escritor Jordi Esteva en blanco y negro, con la misma estética que se desprende de las fotografías, que enriquecen textos breves e intensos.

Con una cita inicial de Malcolm Lowry, que la evocó en Bajo el volcán, es un documental espectacular de algo más de una hora que tiene como hilo conductor el viaje de una caravana de camelleros hacia las cumbres montañosas de la isla. En el trayecto se van sucediendo los pedregales y las aguas corrientes, los valles y las alturas agrestes, los dragos y las palmeras. Y en los descansos, los contadores de historias tradicionales, de relatos orales sobre diabólicos genios femeninos y serpientes.



Antonio Pau.
Rilke en Toledo.
Trotta. Madrid, 1997.

En noviembre de 1912 llegaba a Toledo un Rilke en busca de sí mismo y de una ciudad por la que sentía una antigua atracción ligada a la figura del Greco que pintó allí unos ángeles que comunican lo terrenal con lo celeste.

En esa ciudad, intermedia también en el aire entre la tierra y el cielo, tuvo el poeta algunas de las experiencias estéticas y espirituales más decisivas en su vida y su obra. Y a ese viaje, que en el fondo le dirigía al interior de sí mismo, dedicó Antonio Pau un libro memorable, Rilke en Toledo, publicado por la Editorial Trotta.

Un volumen que reconstruye esa estancia intensa y breve de Rilke en Toledo con un abundante despliegue gráfico y con un rastreo de las cartas y los poemas en los que Rilke habla de su relación con una ciudad que le impresionó tanto que esa experiencia emergió luego en su poesía. 

De ese episodio rilkeano de crecimiento interior surgiría el tema del ángel que sería vertebral en las Elegías de Duino y convertiría a Toledo en el lugar de las Elegías y las revelaciones, un ámbito que pertenece más a lo espiritual que a lo físico.

En esa ciudad, que el poeta veía más en los espacios astrales que en la tierra, Rilke proyectó la búsqueda de sí mismo, impulsado por la necesidad de encontrar la ciudad ideal que había visto reproducida en los cuadros del Greco. Llamado por esa pintura y por esa ciudad, esa breve experiencia toledana dejó una semilla que no tardaría en germinar en su obra poética posterior, en las Elegías y los Sonetos a Orfeo. 

Del cambio vital y literario que había provocado en él la estancia en Toledo, en donde se sintió más un habitante que un turista, dejaba constancia ya en una carta de finales de 1912: "Contemplar este mundo, ya no desde el hombre, sino desde el ángel, es quizá mi auténtica tarea, o al menos la tarea en la que confluyen todos mis intentos anteriores."

Con un álbum comentado de fotografías, cuadros y grabados, Antonio Pau evoca una estancia breve e intensa en la que se produjo la fusión de lo exterior y lo interior, simbolizado en aquella estrella fugaz que vio caer una noche sobre el Puente de San Martín y sobre su propio interior, al que en realidad se había dirigido en aquel viaje a la ciudad de la revelación, que iluminaría con fuerza su vida y su obra.





Raúl Guerra Garrido.
Castilla en canal.
Fotografías de Asís G. Ayerbe.
Cálamo. Palencia, 2016.

Ilustrada con espléndidas fotografías de Asís G. Ayerbe, Cálamo publica una nueva edición ilustrada de Castilla en canal, el libro de viajes en el que Raúl Guerra Garrido hace un completo recorrido por los restos de aquel sueño ilustrado, de aquel gigantesco y ambicioso proyecto de ingeniería civil que quiso comunicar, mediante un sistema de esclusas, el puerto de Santander con la meseta castellana.

El Canal de Castilla fue un ambicioso proyecto, un sueño de gigantes, que funcionó parcialmente y que no llegó a completarse cuando lo hicieron innecesario otros medios de comunicación como el ferrocarril. Aun así –escribe Guerra Garrido-, “el canal constituye un magnífico muestrario de obras hidráulicas, presas, puentes, acueductos y sifones, además de las esclusas, todas ellas austeras y de una absoluta modernidad en su tiempo. Un patrimonio enriquecido con las múltiples edificaciones que jalonan los márgenes, espaciosas fábricas de harinas, molinos, batanes y algún que otro excepcional artefacto. Una obra que, en palabras de los viajeros de la Ilustración, «hará memorables a los que la empezaron y a los que la sigan y concluyan». Su conclusión fue un logro feroz.”

Al texto original se le aporta ahora el valor añadido de unas estupendas imágenes que hacen que al recorrido geográfico se superpongan el relato narrado del viaje y la mirada plástica del fotógrafo a través de los tres ramales del Canal  de Castilla: el Canal del Sur, el Canal de Campos y el del Norte. En torno a esas tres partes se estructura este volumen que queda enmarcado por un preludio -'Castillos en el aire'- y un epílogo -'Castillos en la mar'- en los que Guerra Garrido evoca aquel proyecto que constituye, como ha señalado él mismo, la gran epopeya civil española de todos los tiempos.

Un libro de viajes en el que se conjugan la geografía y la historia, la narración, la imagen y el paisaje en torno a aquel impulso visionario y modernizador de los ilustrados. Un sueño de la razón que no siempre produce monstruos.




Julio Cortázar.
Prosa del observatorio.
Alfaguara. Madrid, 2016.

Pese a ser su obra menos conocida, pese a su condición inclasificable, Prosa del observatorio, que recupera Alfaguara en una bella edición ilustrada es uno de los textos centrales e imprescindibles en la obra de Julio Cortázar.

En ese libro, que contiene las fotografías que hizo en el observatorio de Jaipur (India) en 1968, la imagen y el ritmo se conjugan  para resumir el universo cortazariano en una fusión que integra esas imágenes gráficas con  los doce fragmentos de 1971 que componen su arquitectura textual.

Una arquitectura literaria construida en prosa poética de alto voltaje para dar lugar a un libro breve e intenso, alto y hondo a un tiempo, como las estrellas y los espacios oceánicos observados o evocados en la noche de Jai Singh, el sultán que diseñó esos observatorios a comienzos del siglo XVIII.

La música de las esferas en la alta noche de Jaipur y el Mar de los Sargazos en una iluminación que integra lo visual y lo verbal, lo plástico y lo cósmico, la arquitectura de  la curva y del ángulo, del arco y la columna, de la escalinata y la rampa que exploran estas fotografías.

Una integración de imágenes y palabras que funde intuiciones y reflexiones, el cielo y el océano, el principio y el fin, la Vía Láctea y la migración de las anguilas,  lo oriental y lo occidental, el tiempo y el espacio en una obra de arte total - poema y ensayo, notas de viaje y relato- que resume desde la altura del observatorio la visión del mundo de Cortázar, su asombro ante la magia de la noche, hecha palabra e imagen.


A través del espejo.
Antología a cargo de Andrés Ibáñez.
Atalanta. Gerona, 2016.

'Los cristales esquivan la magia del reflejo', escribía Lorca en la Oda a Salvador Dalí. Es inevitable el recuerdo de ese verso al leer el espléndido ensayo -'Ver mi rostro'- que ha escrito Andrés Ibáñez como introducción a la antología A través del espejo, que publica Atalanta.

Una introducción en la que Ibáñez evoca los antiguos espejos oscuros, los espejos sin reflejos que servían más para ocultarse o para desaparecer como Alicia más que para mirarse en ellos. Desde la obsidiana azteca al cobre egipcio, desde el espejo de agua de Narciso hasta el espejo mágico de la fuente cristalina en la que se mira la amada en el Cántico sanjuanista.

Desde los espejos órficos y dionisiacos a los espejos medievales y renacentistas, desde los espejos curvos y los cristales opacos de la antigüedad a los espejos planos y aún turbios, quien se miraba en ellos reflejaba la vanidad o el autoconocimiento, la locura o la cordura, el engaño a los ojos o la verdad profunda de sí mismo.

Entre la mitología y la pintura, entre la filosofía y la literatura, ese prólogo propone un recorrido demorado por la presencia de los espejos a lo largo de la tradición cultural y por el malestar ante la mirada, por la inquietud o el pánico ante la magia profunda de los espejos, por las sombras verticales y los reflejos en el agua.

Ese estudio introductorio es la puerta de entrada de esta “antología de relatos y fragmentos en torno al tema de los espejos”. Desde el espejo de Narciso en las Metamorfosis de Ovidio hasta los repetidos espejos de los relatos de Goran Petrović, una narrativa del espejo que recoge cuentos memorables de Hoffmann y de Poe, de Lovecraft y Lugones, de Bioy y Borges, de Papini y Danilo Kiš, de Chesterton y Virginia Woolf, que se miraron en los espejos para entenderse o para ocultarse, para reflexionar o para conjurar sus miedos.



 C. P. Cavafis.
Esperando a los bárbaros.
Ilustraciones de Miguel Ángel Martín.
Traducción y prólogo de Luis Alberto de Cuenca.
Reino de Cordelia. Madrid, 2016.

“Más que un poema propiamente histórico, Esperando a los bárbaros /.../ es una parábola. Pero ¡cuánto conocimiento de la historiografía, y en concreto de las fuentes antiguas que nos informan acerca de los últimos siglos del Imperio Romano, destila la pieza!”, escribe Luis Alberto de Cuenca en su prólogo a la edición de Esperando a los bárbaros, el memorable poema de Cavafis en Reino de Cordelia.

Espléndidamente editado en tapa dura con sobrecubierta y las ilustraciones de Miguel Ángel Martín, “que ha interpretado gráficamente el poema de Cavafis de la forma más pop, divertida e ingeniosa posible”, como señala Luis Alberto de Cuenca, autor también de la traducción de ese texto, uno de los poemas imprescindibles no sólo del poeta alejandrino, sino de todo el siglo XX, que comienza así en esta versión:

¿Qué esperamos todos, reunidos en el foro?
Es que hoy llegan los bárbaros.
¿Por qué nadie trabaja en el Senado? ¿Qué hacen
sin legislar, sentados los senadores?
Es que  hoy llegan los bárbaros
y no vale la pena dictar leyes:
que las dicten los bárbaros.



Charles Dickens.
Cuentos de Navidad.
Traducción de Miguel Ángel Pérez Pérez.
Alianza Editorial. Madrid, 2016.

Alianza reedita, con una nueva traducción de Miguel Ángel Pérez, Cuentos de Navidad, un clásico que reúne en un volumen los cinco relatos navideños de Charles Dickens.

Canción de Navidad, que inició el ciclo con la reconversión del avaro Scrooge a manos de los espectros de las navidades pasadas, presentes y futuras en sus cinco inolvidables estrofas. Los cuatro cuartos del reloj de Las campanadas, un relato de duendes ambientado en nochevieja y en las campanadas de fin de año de la iglesia en donde Trotty el recadero conoce en sueños a los espíritus optimistas de las campanas del tiempo. El grillo del hogar, organizada en los tres chirridos que sugieren las situaciones emocionales de ese grillo doméstico que es una especie de espíritu protector de la familia Peerybingle. La batalla de la vida, una historia de amor rural de dos hermanas enamoradas sobre las que se organiza una trama con final feliz. El hechizado, en la que un espectro navideño embruja a Redlaw, un sombrío profesor de química que acaba transformado en un hombre amable y humilde.

Cinco novelas cortas que fueron apareciendo en las navidades de 1843 a 1848 y que contienen la esencia de su universo narrativo y de sus personajes,  habitantes humildes de un Londres decimonónico o de ámbitos rurales en unos relatos en los que conviven la crítica de la injusticia y el humor, los rasgos sentimentales folletinescos y el terror propio del relato gótico.

La infancia y la injusticia, los sueños y la magia, la imaginación y la realidad, la crítica social y la fantasía en estos cinco relatos que construyeron decisivamente el imaginario navideño entre la alegría y la tristeza, entre la canción jubilosa del presente y la elegía del pasado, entre la ironía crítica, la esperanza y la piedad por los débiles.



Rafael Sánchez Ferlosio.
Industrias y andanzas de Alfanhuí.
Ilustraciones de Asen Stareishinski.
Literatura Random House. Barcelona, 2016.

El 13 de diciembre de 1950 terminaba Rafael Sánchez Ferlosio su primera novela. Su última frase –"Alfanhuí vio, sobre su cabeza, pintarse el gran arco de colores"- culminaba la que, en palabras de Ignacio Echevarría, es una “novela insólita e inclasificable, mezcla de relato de formación y retablo de maravillas, escrita con una prosa prodigiosa, de originalísima imaginería, y dotada del encanto intemporal de las viejas narraciones.”

Una novela excepcional en todos los sentidos. Además de por su calidad literaria y su potencia imaginativa, por su singularidad, porque no hay nada comparable en la narrativa española a las Industrias y andanzas de Alfanhuí por su naturalidad en el tratamiento de lo maravilloso, por su incorporación de lo fantástico en lo cotidiano.

Novela itinerante, con rasgos de novela picaresca, elegía de la infancia, precedente del realismo mágico... Son algunas muestras de los intentos de caracterización de un relato que se resiste a la simplificación del rótulo.

Alfanhuí es, sobre todo, una novela de la mirada. Desde la significativa cita inicial de Mateo 6,22, “La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo es puro, todo tu cuerpo será luminoso”, hasta la luz del arco iris que cierra la novela, la mirada y el color son los hilos conductores de una narración organizada en tres partes que cierran la muerte o la ceguera.

Industrias al principio y andanzas luego. Guadalajara, Madrid, Moraleja. El gallo de veleta  y el maestro taxidermista que pone al protagonista su nombre, una onomatopeya del grito de los alcaravanes, porque, como ellos, tiene los ojos amarillos; don Zana, la marioneta, y la pensión de doña Tere; la abuela, febril incubadora de huevos de gallina; la muerte venerable del buey Caronglo...

Son algunos de los inolvidables episodios que van alimentando una sabiduría que a Alfanhuí le entra por los ojos de su mirada infantil a lo largo de una obra de la que Ferlosio escribía en 2001, a los cincuenta años de haberla publicado: “puedo salvar todavía el ingenio de ciertas ocurrencias y hasta la felicidad de algunos hallazgos de invención.”

Entre ellos, con la textura de una prosa sólida y a la vez delicada del sabio contador de historias, la aventura del viento remoto y la flauta que toca silencios o los jardines de la luna y el sol.

Con ilustraciones de Asen Stareishinski, la recupera en una magnífica edición en tapa dura Literatura Random House.


Antonio Buero Vallejo. Vicente Soto 
Cartas boca arriba. 
Correspondencia (1954-2000)
Fundación Banco Santander. 
Colección Obra Fundamental. Madrid, 2016.

“Si tus sueños de creación no han cuajado ahí –todavía-, no pienses que aquí habrían cuajado más. Los españoles que salen adelante, si salen, son los que emigran. Así lo pienso, aunque yo –todavía- sueñe con salir adelante sin hacerlo. ¡Y ahora, un gigantesco pedo por todas las amarguras y frustraciones! ¡ Ni aquí, ni ahí, han podido con nosotros! ¡Que el 67 te sea propicio!”, escribía Buero Vallejo desde Madrid el 23 de diciembre de 1966 en una carta dirigida a su amigo Vicente Soto, residente en Londres desde 1954 y que sólo unas semanas después, a comienzos de enero, ganaría el Nadal con la novela La zancada.

Esa es una de las cartas que, para conmemorar el centenario del nacimiento de Antonio Buero Vallejo (1916-2000), publica la Colección Obra Fundamental de la Fundación Banco Santander en el volumen Cartas boca arriba. Correspondencia (1954-2000), un libro que recoge más de doscientas cartas que cruzaron el dramaturgo y el narrador Vicente Soto (1919-2011), un raro casi desconocido aunque ganó el Nadal y publicó algunas novelas sin resonancia crítica ni gran acogida entre los lectores.

Con un título que es un homenaje a una obra de Buero, Las cartas boca abajo, esta correspondencia va más allá del mero testimonio de una amistad. Es un recorrido por parte de la intrahistoria literaria, de las postergaciones en el negociado literario que se mueve entre intrigas, envidias y competencias desleales, vanidades y frustraciones que afectan tanto al escritor que quiere abrirse camino como al ya consagrado que era Buero, que insistía en la necesidad de “escribir, crear, confiar, mientras suspiramos con melancolía porque el planeta nos desconoce y juega al fútbol.”

Son dos amarguras superficialmente distintas, pero solidarias y complementarias, que se mueven entre la intimidad amistosa y la vida literaria, entre lo público y lo cotidiano, entre lo familiar y lo profesional. Dos biografías cruzadas en el encuentro de dos miradas: la de Buero desde dentro de España, la de Soto desde fuera.

Recopiladas y seleccionadas por Domingo Ródenas, que ha puesto al frente del volumen una introducción sobre la amistad de aquellos dos “cofrades lisboetas” que se conocieron en la tertulia del Café Lisboa y que intercambiaron más de cuatrocientas cartas desde que Soto emigró por razones económicas a Londres. Una correspondencia tan caudalosa que ha obligado al editor a eliminar la mitad para que no se desbordara un volumen que supera el medio millar de páginas.

Por eso mismo, Ródenas ha organizado la correspondencia entre Buero y Soto en cinco tramos cronológicos precedidos de sendas introducciones que contextualizan las cartas de cada uno de esos periodos, desde la primera, del 5 de diciembre de 1954, a la última de Vicente Soto, fechada el 30 de abril de 2000, un día después de la muerte de Buero, y dirigida a la viuda y el hijo del dramaturgo, que había escrito poco antes alguna tarjeta ya casi ilegible.

Santos Domínguez

17 diciembre 2016

Xavier Seoane. Threnói



Xavier Seoane.
Threnói.
Edición bilingüe.
Reino de Cordelia. Madrid, 2016


Procedamos al entierro 
                                        de los Derechos del Hombre.

Canten las plañideras 
                                       el estado de excepción.

Si Escalibor 
                     está en manos de felones,
¿dónde los druidas que fundan
                                                   el caldero de cobre?

¿Alguien
                alertó a las reses?
¿Salieron
                las manadas de lobos?

Así comienza el primero de los cuarenta cantos en los que Xavier Seoane ha organizado Threnói, que publica Reino de Cordelia en edición bilingüe con traducción del autor.

Versos en los que resuena el eco de Shakespeare y del Apocalipsis, de Homero y los plantos medievales, de platón y los profetas, de Dante y de Lorca, de Allen Ginsberg y el romancero. 

Una multitud de voces que convoca el poeta en un libro cuyo título y explica de esta manera: “Threnói: palabra latina, que significa planctus, lamentum. Procedente del griego Thrènos. Tiene una cierta equivalencia con el término hebreo Qinôt. En castellano significa trenos, llantos, cantos plañideros entrecortados de suspiros, elegías, lamentaciones.”

Y nadie mejor que el propio autor para hacer la traducción del gallego al español de estos versos que hablan, con tono oracular y mirada visionaria, del desmoronamiento de un mundo. 

Entre el lamento elegíaco y la denuncia de la injusticia y la destrucción, la evocación de Dachau, Treblinka, Auswitch o Wall Street, estos cuarenta cantos reúnen en la intensidad de sus versos un coro de voces que viene del fondo de la historia de la conciencia humana, desde el jardín de Academo a la ciudad moderna por la que yerra un Samsa herido entre torres derrumbadas que recuerdan aquellas otras torres altas de Ilión y se convierten en metáfora de la condición del hombre en el mundo contemporáneo, que ha visto cómo 

Se quebraron las vigas.

Se derrumbaron 
                            los muros de carga.
Se desfondó el tejado.

Lo que parecía granito 
era yeso laminado.

El revestimiento, 
la cimentación... 
todo está destrozado.

Aunque a veces, entre tanto derrumbe emerge en estos versos un espacio de esperanza que se levanta con la luz que deja una muchacha al cruzar la calle o en la mirada a la naturaleza:

Mirando al mar  
no hay naufragio.

El azul es la absoluta plenitud  
de una frágil mas cierta victoria sobre la nada.

Y, pese a todo,

aunque quizás 
no logremos cambiar la Historia con mayúsculas 
y el destino prosiga formateando camadas 
de histriones y canallas, 
hay esperanza, amor, hay esperanza. 

Pues no toda viejecita sentada al sol nocturno es celestina, 
no todo fracasado es un inútil 
ni estúpido quien no mete la mano 
en las arcas de su conciudadanos. 

Hay una elegancia de destino 
en la forma en que se desliza
la humilde gota 
                            por el cristal. 

Hay dignidad en la chispa que se alza 
como una mariposa en lo imposible 
para inmolarse un instante después 
sobre las brasas del hogar.


16 diciembre 2016

Lezama Lima. Poesía completa


José Lezama Lima.
Poesía completa.
Compilación, posfacio
y notas de César López.
Sexto Piso. Madrid, 2016.

En el cuadragésimo aniversario de la muerte de Lezama Lima, Sexto Piso reúne su Poesía completa en un volumen preparado por César López, que a la edición de Letras Cubanas (La Habana, 1985) añade un puñado considerable de poemas que se han ido recuperando después de aquella fecha.

“José Lezama Lima y la primera palabra” títula César López desde La Habana el epílogo de este volumen que recoge la obra poética de uno de los autores más importantes de la lengua española. Una primera palabra primordial que es “una convocatoria de búsqueda y perplejidad”, porque “es invisible y se escapa.” 

'Sólo lo difícil es estimulante', escribía Lezama Lima al comienzo de “Mitos y cansancio clásico”, uno de los ensayos que forman parte de La expresión americana. Y esos dos adjetivos -difícil y estimulante-, complementarios siempre en Lezama, definen sus ensayos, su narrativa y su poesía. 

Lezama, uno de los poetas esenciales del siglo XX en español, practicó una literatura que frente a la imaginación hegeliana defiende la imaginación mítica y frente a la razón histórica propone el logos poético, que explora los vínculos que establece la analogía, no las relaciones de causalidad. Y ese método tiene mucho que ver con la forma de mirar la realidad en el Barroco, a base de conceptos que establecen relaciones inesperadas entre las diversas manifestaciones de la realidad.

Tanto en sus ensayos -Confluencias, La expresión americana- como en su narrativa -Paradiso, Oppiano Licario- y en su poesía, Lezama indaga en lo telúrico y en lo estelar a través de una imaginería potente y de una expresión barroca que explora en la oscuridad y en la memoria. Y con esa mirada que reivindica la visión del mundo como imagen integradora de historia y cultura, arte y literatura, mito y pensamiento, Lezama bucea en “las maternales aguas de lo oscuro”.

Una mirada que marca la progresiva depuración de una poesía que parte del momento preciosista y sensorial de Muerte de Narciso y Enemigo rumor para alcanzar su mayor altura  en la concentración y abstracción de su etapa central –Aventuras sigilosas, La fijeza y Dador-, la más densa y significativa, con cimas como 'Rapsodia para el mulo' o 'El coche musical', y decantarse luego por una poesía más accesible y comunicativa: la del póstumo Fragmentos a su imán.

Una evolución más concéntrica que lineal, porque se produce en el interior de una obra de enorme unidad no solo en su secuencia poética, sino también en su práctica narrativa. Porque Paradiso, Oppiano Licario, e incluso un ensayo como Confluencias, tienen mucho que ver con su mundo poético, tanto en su potente impulso verbal como en los temas en los que fija su mirada, en la que confluyen la exploración y el descubrimiento, lo telúrico y la revelación.

La asimilación de la cultura evocada en la naturaleza, las referencias mitológicas, musicales o pictóricas están en la raíz del universo literario de Lezama, en el que conviven la exploración de los símbolos secretos y el descubrimiento de las pulsaciones de la realidad y el sueño, la visión y la experiencia, las estructuras musicales (rapsodia, suite, aria, fuga) y el lenguaje como instrumento de indagación en lo oscuro.

Leer Enemigo rumor, Analecta del reloj o Dador es entrar en otro mundo, en el dominio vertiginoso de lo órfico, en una literatura que se fundamenta en la ambición imaginativa de su poesía, en la potencia oracular de una palabra que ilumina la realidad con el rayo metafórico de la imagen, que es la realidad del mundo invisible.

Y así, sobre todo en la época de su plenitud creadora, su poesía hermética y visionaria, siempre atravesada por un agudo sentido de la temporalidad, crea una realidad transfigurada en una reelaboración que nos la devuelve como un edificio verbal recién levantado con la calidad tranquila de la luz y sobre esa primera palabra que “en la poesía, en el poeta, en el poema, es anterior a la palabra misma y se origina consecuentemente en otro tiempo”, como escribe César López en su posfacio.

Un volumen, muy manejable pese a sus más de mil páginas, que está llamado a convertirse en la edición de referencia de esta poesía imprescindible.

Santos Domínguez

15 diciembre 2016

Dióxido de carbono


Juan José Vélez Otero.
Dióxido de carbono.
Valparaíso Ediciones. Granada, 2016.

Hemos vivido el tiempo
sin saber que también era
moneda de intercambio que se agota.

Después,
tirar los dados y ajustarnos a la muerte,
o al estricto legado de la naturaleza:
veintitantas toneladas métricas
de dióxido simple de carbono
que fuimos emitiendo al respirar
después de tantos días jugando con la vida
a la ruleta rusa.

Así termina Dióxido de carbono, el poema que da título al libro que Juan José Vélez Otero publica en Valparaíso Ediciones.

Una sostenida elegía atravesada por la sensación de fracaso, quizá la palabra más repetida en estos textos en cuya voz confesional se expresa una dolorosa melancolía, la nostalgia de la niñez (Qué solos los columpios de mi infancia) y la memoria convertida en puerto de refugio, en espacio de consuelo en el que se evocan imágenes familiares y lugares como el cineo de barrio que estaba a una manzana del paraíso. Porque la evocación del pasado se construye más con el espacio que con el tiempo, es más que una cuestión de fechas una noción de lugar.

Con un lenguaje conversacional que no renuncia a la ambición expresiva y con un tono cercano que seguramente procede de la poesía inglesa de la que es un reputado traductor, con la contención del soneto o el desbordamiento expresivo del verso libre, desde la primera frase del libro (A qué has venido aquí) la reflexión y el frío del desconsuelo recorren estas páginas en las que la luz de la memoria ilumina las sombras y aplaca la tristeza en poemas memorables como El regreso de Ulises o Ubi sunt, que termina con estos versos, representativos de la tonalidad general del libro:

Estoy triste y hablo solo. Es lo que pasa cuando uno
está triste, que habla consigo mismo.
O con los muertos.
Ubi sunt, doña Blanca, ¿dónde están,
dónde están, dónde están aquellos días?

Dióxido de carbono es una crónica desolada de las derrotas, un recuento de pérdidas y de noches. Pero entre tanto atardecer y tanta sombra, no faltan explosiones de luz como la de Aurora, un celebratorio poema de amor que se cierra así:

Y se desnuda
como quien abre un ramo de lavandas,
y pisa el aire y lleva sus caderas
hacia el humo del baño. La contemplo
como un feliz muchacho que de pronto
descubriera el sentido de estar vivo.


Santos Domínguez

14 diciembre 2016

El amante de lady Chatterley, edición ilustrada


D. H. Lawrence.
El amante de lady Chatterley.
Ilustraciones de Romana Romanyshyn y Andriy Lesiv.
Traducción de Carmen M. Cáceres y Andrés Barba.
Sexto Piso Ilustrado. Madrid, 2016.

En El amante de lady Chatterley, D. H. Lawrence trazó una compleja cartografía del deseo y completó una reivindicación de la libertad sexual femenina frente a las convenciones sociales del puritanismo en un mundo profundamente conservador y represivo .

Por eso, cuando apareció en 1928, dos años antes de la muerte de su autor, aquella novela sobre una mujer insatisfecha, sobre un marido que vuelve de la guerra parapléjico y sobre un vigoroso guardabosques provocó una escandalosa sacudida en su país, donde estuvo prohibida hasta 1960.

Un escándalo persistente que fue más allá de la sociedad de su época, no sólo por las explícitas descripciones de las relaciones sexuales entre Lady Constance Chatterley y el guardabosques Oliver, sino porque sus páginas contienen un alegato contra las diferencias sociales y a favor de la libertad sexual de la mujer.

Sexto Piso publica, con  traducción de Carmen M. Cáceres y Andrés Barba, una espléndida edición ilustrada de esa novela, en la que Romana Romanyshyn y Andriy Lesiv abordan plásticamente el conflicto entre el individuo y la sociedad, entre la razón y el instinto, entre las imposiciones sociales y la libertad.

Santos Domínguez

12 diciembre 2016

Ortega y Gasset. El Espectador



José Ortega y Gasset.
El Espectador I y II.
Alianza Editorial. Madrid, 2016.


José Ortega y Gasset.
El Espectador III y IV.
Alianza Editorial. Madrid, 2016.

"Por tierras de Sigüenza y Berlanga de Duero, en días de agosto alanceados por el sol, he hecho yo —-Rubín de Cendoya, místico español—un viaje sentimental sobre una mula torda de altas orejas inquietas. Son las tierras que el Cid cabalgó. Son, además, las tierras donde se suscitó el primer poeta castellano, el autor del poema llamado Myo Cid.
No se crea por esto que soy de temperamento conservador y tradicionalista. Soy un  hombre que ama verdaderamente el pasado. Los tradicionalistas, en cambio, no le aman; quieren que no sea pasado, sino presente. Amar el pasado es congratularse de que efectivamente haya pasado, y de que las cosas, perdiendo esa rudeza con que al hallarse presente arañan nuestros ojos, nuestros oídos y nuestras manos, asciendan a la vida más pura y esencial que llevan en la reminiscencia."

Así comienza la primera de las 'Notas de andar y ver', uno de los capítulos del primer tomo de El Espectador, la revista unipersonal que José Ortega y Gasset proyectó con una periodicidad bimestral que no pudo cumplir. 

Finalmente publicó ocho tomos entre 1916 y 1934. Ocho tomos que Alianza Editorial recupera en su colección El libro de bolsillo en el marco de una Biblioteca de autor dedicada a Ortega. 

Coordinados y revisados por un equipo de trabajo del Centro de Estudios Orteguianos de la Fundación José Ortega y Gasset-Gregorio Marañón, los tomos originales van a ir apareciendo de dos en dos en cada volumen.

Precedidos de sendas notas preliminares sobre las peculiaridades y la génesis de los textos, en el primer volumen se recogen las entregas de 1916 y 1917 y en el segundo los tomos correspondientes a 1921 y 1925.

Está en estos libros el mejor Ortega desde el punto de vista literario, el prosista brillante que, más allá del descuido barojiano o del esquematismo casi telegráfico de Azorín, da constantes muestras de una prosa de largo aliento, elaborada, clara y tersa que alcanza en estas páginas sus manifestaciones más altas.

Son las páginas de Ortega que han soportado y seguramente soportarán mejor el paso del tiempo por la consistencia estilística de una prosa en la que conviven el matiz y la limpidez, la levedad fluida de la frase y la precisión luminosa de sus imágenes.

Y aunque en todos ellos está el pensador profundo, estos no son textos estrictamente filosóficos, sino manifestaciones de la curiosidad intelectual de un observador perspicaz. Están en su variedad más cerca del libro de viajes, de la crítica literaria, de los apuntes sobre pintura, arquitectura o música.

Con la reflexión sobre España al fondo, son ensayos de ética y estética en los que Ortega aborda la pintura de El Greco y de Velázquez, las novelas de Baroja y el casticismo de Azorín o sus andanzas por Soria y Sigüenza.

Se recogen en estos volúmenes algunos de los textos más memorables y de los ensayos breves del autor de las Meditaciones del Quijote: ‘Tierras de Castilla. Notas de andar y ver’, ‘Tres cuadros del vino (Tiziano, Poussin y Velázquez)’, ‘Ideas sobre Pío Baroja’, ‘Azorín. Primores de lo vulgar’, ‘De Madrid a Asturias o los dos paisajes’ o ‘Meditación del marco.’

Textos en los que el extraordinario prosista que fue Ortega dejó la impronta de su voluntad de estilo, de su intuición y su inteligencia, de su capacidad para la sutileza, para la metáfora o la sugerencia impresionista.

Un ejemplo entre muchos posibles: este párrafo de ‘Las dos lunas’, un capítulo de ‘De Madrid a Asturias o los dos paisajes’:

"En el momento de entrar la noche, la luna menguante aparece a media altura, como una pupila que va pasando sobre la campiña y quedara llena de estupor. En la alta mies, de súbito, surge un labriego que lleva al hombro una guadaña. Se mira en ella la luna, y el hierro de la guadaña parece convertirse en una luna tan verdadera  como la de arriba. Es un momento de emulación y equívoco: ambas lunas refulgen caminando en sentido inverso. Pero el tren corre y deja ambas a un lado, sin que sepamos, en efecto, cuál es la original."

Santos Domínguez

09 diciembre 2016

Piedad Bonnett. Poesía reunida


Piedad Bonnett.
Poesía reunida.
Lumen. Barcelona, 2016.


No hay cicatriz, por brutal que parezca, 
que no encierre belleza. 
Una historia puntual se cuenta en ella, 
algún dolor. Pero también su fin. 
Las cicatrices, pues, son  las costuras  
de la memoria, 
un remate imperfecto que nos sana
dañándonos. La forma
que el tiempo encuentra 
de que nunca olvidemos las heridas.

Ese poema, Las cicatrices, que abría en 2011 su último libro, Explicaciones no pedidas, es uno de los textos de la colombiana Piedad Bonnett (Antioquia, 1951) que se recogen en el volumen que con su Poesía reunida publica Lumen.

Una obra poética que, desde De círculo y ceniza ha ido trazando un camino propio para construir una voz personal a lo largo de una trayectoria de la que forman parte títulos como El hilo de los días, Ese animal triste, Tretas del débil o Nadie en casa.

En este último libro, de 1994, el segundo de los que publicaba, Piedad Bonnett fijaba el territorio de su escritura en un poema inicial, “Miserias de la palabra”, que podría servir de pórtico de su obra a la manera de una poética:

Cuando
irremediablemente debo detenerme
en tu umbral,
allí donde comienzas, donde acabas,
donde quiere
sembrar mi fuego un incendio indomable,
la palabra es apenas una muleta rota,
una pobre agonía aleteando.

Y si en la plana miseria de los días
entra a saco la muerte,
abrupta siempre, como un toque a la puerta
en una madrugada,
y sin embargo
el sol cumple su cita sin hacer aspavientos
y el estornino canta sobre el árbol,
como un puño que pega a una pared
inútil nace la palabra, y sorda.

Y si de pronto
un viejo olor inaugura la tarde
y ese niño que eras te saluda
azul desde su eterno paraíso,
y no logras saber cómo era el rostro
de tu padre, en su siesta o en su hora,
la palabra
cómo tartamudea, cómo tiembla
como una brújula que ha perdido el norte.

Si la luna es tan luna
que sube la marea del corazón,
naufraga la palabra.

Si la mirada
roza la piel y hace nacer el deseo,
se quema la palabra.

Si Dios tira sus ases,
trampea alegremente en tus narices,
escapa la palabra.

Y sin embargo,
para llamar la luna,
para hablar del deseo,
para llorar a Dios,
como una vieja meretriz desnuda
impúdica se ofrece la palabra.

Una poesía, ya se ve, de línea clara que no renuncia a la imagen ni a su vocación formal y nunca se arrastra en el terreno de lo prosaico, aunque suele adoptar un tono conversacional, para hablar del dolor y la tristeza, del desarraigo y la soledad, de la violencia en Colombia, de la memoria de una infancia infeliz o la intimidad desgarrada de la casa familiar.

Así en este Regreso:

Callan de pronto los abrazos
pues ya no sabe nadie qué decir,
tanto ha mordido el tiempo desde entonces.
Algo entorpece el aire, algo vacila entre la vieja silla
y el gesto de la mano.
y la sonrisa del recién llegado
es como el santo y seña de un hombre que ya ha muerto.
Hay, es verdad, una tarde fatigada de sol en la memoria,
y en el umbral de ayer
una madre doblando cada cosa,
doblando pena a pena con su casi sonrisa.
¿Pero quién dice nada, quién echa al mar las redes,
quién desata los cabos que ha ido atando el tiempo?

Lo cotidiano y lo doméstico, el tiempo y la muerte, el desamor y el olvido son algunos de los temas que vertebran la poesía de Piedad Bonnett, que no renuncia a iluminar las zonas oscuras de la vida mientras Lo demás es silencio, como títuló la antología que se publicó en España hace algo más de una década.

La narratividad y la emoción se dan cita en estos poemas que hablan del cuerpo y de los espejos, de la búsqueda de identidad y de la soledad, quizá el tema central de su obra, como destacaba José Watanabe en el prólogo de uno de los libros de Piedad Bonnett: “Cada poema –decía- es como el hito fundacional de un largo camino que se desarrolla sobre una superficie terrible: la soledad.”

En Ese animal triste, un libro de 1996, aparecía este poema, Revelación, que también se podría tomar como emblema para resumir el tono de su poesía y su forma de mirar el mundo:

De niña me fue dado mirar por un instante
los ojos implacables de la bestia.
El resto de la vida se me ha ido
tratando inútilmente de olvidarlos.

Santos Domínguez

07 diciembre 2016

Castilla en canal


Raúl Guerra Garrido.
Castilla en canal.
Fotografías de Asís G. Ayerbe.
Cálamo. Palencia, 2016.

Con espléndidas fotografías de Asís G. Ayerbe, Cálamo publica una nueva edición ilustrada de Castilla en canal, el libro de viajes en el que Raúl Guerra Garrido hace un completo recorrido por los restos de aquel sueño ilustrado, de aquel gigantesco y ambicioso proyecto de ingeniería civil que quiso comunicar, mediante un sistema de esclusas, el puerto de Santander con la meseta castellana.

El Canal de Castilla fue un ambicioso proyecto, un sueño de gigantes, que funcionó parcialmente y que no llegó a completarse cuando lo hicieron innecesario otros medios de comunicación como el ferrocarril. Aun así –escribe Guerra Garrido-, “el canal constituye un magnífico muestrario de obras hidráulicas, presas, puentes, acueductos y sifones, además de las esclusas, todas ellas austeras y de una absoluta modernidad en su tiempo. Un patrimonio enriquecido con las múltiples edificaciones que jalonan los márgenes, espaciosas fábricas de harinas, molinos, batanes y algún que otro excepcional artefacto. Una obra que, en palabras de los viajeros de la Ilustración, «hará memorables a los que la empezaron y a los que la sigan y concluyan». Su conclusión fue un logro feroz.”

Al texto original se le aporta ahora el valor añadido de unas estupendas imágenes que hacen que al recorrido geográfico se superpongan el relato narrado del viaje y la mirada plástica del fotógrafo a través de los tres ramales del Canal  de Castilla: el Canal del Sur, el Canal de Campos y el del Norte.

En torno a esas tres partes se estructura este volumen que queda enmarcado por un preludio -'Castillos en el aire'- y un epílogo -'Castillos en la mar'- en los que Guerra Garrido evoca aquel proyecto que constituye, como ha señalado él mismo, la gran epopeya civil española de todos los tiempos.

Frustrada en gran medida por las constantes interrupciones y luego por la llegada del ferrocarril, el Canal de Castilla, pensado para agilizar el comercio del trigo, llegó a tener en su cauce entre 1840 y 1860 quinientas embarcaciones que recorrían los más de doscientos kilómetros de su trazado por tres provincias –Valladolid, Palencia y Burgos- y por lugares como Alar del Rey, Melgar de Fernamental, Frómista o Medina de Rioseco.

Un libro de viajes en el que se conjugan la geografía y la historia, la narración, la imagen y el paisaje en torno a aquel impulso visionario y modernizador de los ilustrados. Un sueño de la razón que no siempre produce monstruos.

Santos Domínguez

05 diciembre 2016

Kafka. La transformación


Franz Kafka.
La transformación.
Edición de Luis Fernando Moreno Claros
y Pilar Benito Olalla.
Atalanta. Gerona, 2016.

“Si hubiera que elegir un relato literario emblemático del siglo XX, el agraciado sería casi con seguridad Die Verwandlung (La transformación), de Franz Kafka, normalmente traducido al castellano con el título de La metamorfosis. Pocas narraciones habrán sido tan admiradas y comentadas como esta que cuenta la rara historia del viajante de comercio Gregor Samsa, transformado en un bicho monstruoso”, escribe Luis Fernando Moreno Claros en el prólogo de su traducción de La transformación en Atalanta.

En vez del más frecuente, La metamorfosis, menos preciso y más arbitrario, se prefiere por parte de los traductores el título La transformación para designar esta obra que puede resumir como pocas el siglo XX.

El 17 de noviembre de 1912, en una carta a Felice, Kafka le habla de una “pequeña historia que me ha venido a la mente en la cama, en medio de mi aflicción y que me está oprimiendo en lo más hondo de mí mismo.” 

Esa misma noche, en medio de una intensa crisis personal que acabaría desencadenando, en ese otoño de 1912, la escritura de otros textos tan esenciales como La condena, empezaría a componer La transformación, cuya redacción se prolongó del 17 de noviembre al 7 de diciembre de ese mismo año, con un parón por medio que Kafka lamentó luego, porque notaba que, tras esa interrupción, al retomar la escritura, la tercera parte se resentía de una suerte de recalentamiento que perjudicaba al funcionamiento narrativo del conjunto. 


Junto con El fogonero y La condena, Kafka proyectó una edición de La transformación como parte de una trilogía que se iba a titular Los hijos, pues la relación problemática con el padre es el hilo conductor de los tres relatos. Frustrado ese proyecto inicial, se publicó como libro exento en 1915 y se convirtió desde entonces en la obra fundamental de las que Kafka publicó en vida, un texto que está escrito, como dijo Walter Benjamin a propósito de El proceso, “en el lugar nuboso de las parábolas. De allí surge la escritura de Kafka.”

Sabemos mucho de su historia textual, incluso de su proceso de construcción, sobre el que encontramos constantes referencias en los diarios y las cartas de Kafka a Felice. Pero sigue siendo una obra tan inaccesible como el castillo al que intentaría llegar el agrimensor K. muchos años después. 

Opaca y escrita para que la leamos como si estuviéramos despiertos en medio de un sueño, narrada con una llamativa frialdad por un narrador imperturbable, es precisamente en esa distancia y en el "ligero fastidio" que provoca la situación en el propio Samsa en donde se encuentra uno de los rasgos más peculiares de La transformación y de la manera kafkiana de narrar  desde un punto de vista en el que el protagonista se funde con el narrador a través de la sutileza del estilo indirecto libre. 

Lo explicó Nabokov en su irregular Curso de literatura europea: en este relato tienen una evidente importancia simbólica las puertas. La primera, la que tiene que cruzar el lector al entrar en el relato, es la más importante, porque plantea una elección definitiva: si en esa puerta abierta el lector incipiente no ve más que una invitación al absurdo, no la traspasará; si por el contrario la atraviesa habrá aceptado el juego e ingresará en un nuevo dominio, en una lógica peculiar y en un espacio narrativo en el que no encontrará nunca pistas ni claves sobre las infinitas posibilidades que se abren en la interpretación de los hechos. 

Además del amplio estudio introductorio en el que Moreno Claros aborda la génesis y las circunstancias en las que se fragua su escritura, esta edición ofrece una cronología y una bibliografía esencial actualizada. 

En la traducción también ha participado Pilar Benito Olalla, que firma un posfacio en el que repasa las interpretaciones ideológicas de la obra y propone un análisis filosófico que emparenta a Kafka con Platón y a Gregor Samsa con el mito de la caverna para acabar leyendo La transformación no sólo como una parábola sino como una profecía de los cambios a los que está expuesto el hombre contemporáneo, “por eso su obra resuena hoy más fuerte que nunca.”

Como siempre en Kafka, al fondo está el padre, la búsqueda y el problema de la identidad, el desconcierto y el desamparo, la construcción frustrada de un objetivo vital. "Lo que escribía trataba de ti", afirmaba Kafka en la Carta al padre, el que aparentemente es su texto más directamente confesional. 

“No es una confesión -explicaba Kafka sobre esta obra-, aunque en cierto modo sea una indiscreción /.../ hablar de las chinches de la propia familia.” Como en el resto de su obra, y singularmente en La transformación, una línea borrosa separa lo ficticio de lo autobiográfico, de la misma manera que en sus diarios alternan los apuntes de carácter muy personal con anotaciones de sueños y los sucesos triviales conviven con esbozos de relatos.

Una obra que es sin duda la más importante de todas las que Kafka publicó en vida y  que en gran medida, incluso tras la publicación de los póstumos, sigue siendo la más representativa de un autor que aquí está en estado puro, en medio de un mundo opaco y dueño de un lenguaje denso y frío y una literatura mágica y distante.

Santos Domínguez

02 diciembre 2016

Antonio Ramírez Almanza. La puerta de los secretos


Antonio Ramírez Almanza.
La puerta de los secretos.
Turandot Ediciones. Sevilla, 2014.

La quietud descansa escuchando los saltos de agua en los meandros cercanos del Genil hacia la vega de Córdoba. La hora se adueña protectora del verdor hondo de los naranjos, mientras todo sigue igual por las acequias, en el laurel gigante que no mueve la brisa, por los olivos, en el gallinero y los corrales, o en la majestad de las palmeras con sus arriates llenos de adelfas sin flores blancas de verano. 

Las nubes cercan las estribaciones de Sierra Morena por el amanecer inminente, entrando hacia el salón solitario, sobre la chimenea de azulejos sevillanos con moscas pegajosas y dulzonas de este tiempo de vendimias; dentro de la alacena y sus juegos de café de la Cartuja; frente a la vidriera de un san Antonio de Padua y, sobre todo, en el reloj de péndulo parado a las tres cuarenta de una madrugada. 

No era mirar arriba, sino dentro.

Es uno de los textos más significativos de los que integran La puerta de los secretos, de Antonio Ramírez Almanza.

Como en ese texto, lo que está fuera y lo que está dentro, la mirada a la naturaleza y la conciencia del tiempo, el presente y la evocación son la base de una reflexión en la que la poesía se concibe como una forma de entender el mundo y como una prospección en el interior de uno mismo para tomar conciencia del lugar que se ocupa en él.

Articulado en cuatro partes que oscilan entre lo existencial y lo erótico, entre la angustia y la afirmación vital, entre el verso y la prosa, recorre La puerta de los secretos una mirada interrogativa a la naturaleza y al fondo de sí mismo en busca de la luz desde lo oscuro.

Lentamente destilados en la voz serena de Antonio Ramírez Almanza, atraviesan estos poemas los días y sus huellas en un viaje hacia el amor desde la soledad y desde el desaliento de las noches.

Y la poesía se convierte en una forma de diálogo entre lo interior y lo exterior, porque mirar “no era mirar arriba, sino dentro” y ordenar una mesa era ordenar el mundo a través de una palabra poética que explora desde la contención las fronteras entre la luz y la sombra, entre la melancolía elegíaca y la afirmación del presente.

Santos Domínguez


30 noviembre 2016

T.S. Eliot. Cuatro cuartetos


T.S. Eliot.
Cuatro cuartetos. 
Edición y traducción de Andreu Jaume.
Lumen. Barcelona, 2016.

“Me encanta saber que has estado con el Beethoven tardío -escribía T. S. Eliot en una carta a Stephen Spender-. Tengo en el gramófono el cuarteto en la menor y me parece que su estudio es inagotable. Hay una especie de celestial o al menos más que humana alegría en algunas de sus cosas últimas que uno imagina para sí mismo como el fruto de la reconciliación y el alivio tras un sufrimiento inmenso. Y me gustaría hacer algo semejante en verso antes de morir.”

Como indica Andreu Jaume en la introducción a su edición bilingüe de los Cuatro cuartetos de Eliot en Lumen, en esa carta del 28 de marzo de 1931 hay “una descripción exacta de lo que consiguió con Cuatro cuartetos, en el que se propuso ir más allá de la poesía de un modo parecido a lo que Beethoven hizo con la música.”

Cuando Eliot publicaba en 1936 Burnt Norton, tras largos años de silencio poético desde La tierra baldía, no sabía aún que ese poema sería el primero de un ciclo de cuatro, esos Cuatro cuartetos en los que alcanzaría su mayor perfección formal y su mayor hondura meditativa. 

Esa obra inesperada de madurez es el resultado de una profunda crisis personal y de un proceso de transformación espiritual que le había llevado a convertirse al catolicismo y a adoptar la nacionalidad británica a finales de los años veinte.

De esa transformación personal hablaba el poeta en Miércoles de ceniza (1930), que no pasa de ser –señala Andreu Jaume- “un intento fallido de escribir un poema largo que diera cuenta de su experiencia religiosa.”

Hizo falta un hecho casual, el encargo de dos piezas teatrales para la iglesia, La roca y Asesinato en la catedral, para que Eliot encontrase un nuevo tono de voz, porque en los coros de La roca (1934) se prefigura ya la tonalidad musical de los Cuatro cuartetos.

Al año siguiente escribió Asesinato en la catedral, un drama religioso sobre Tomás Becket. De uno de los descartes de esa obra salió el comienzo de Burnt Norton, que concibió en principio como un poema aislado y que acabará convirtiéndose en la obertura del conjunto de los Cuatro cuartetos:

Tanto el tiempo del presente como el tiempo del pasado
quizá estén presentes en el tiempo del futuro
y el tiempo del futuro dentro del tiempo del pasado.

En ese estilo dramático, a medio camino entre la reflexión en voz alta y la apelación al lector, se moduló la nueva tonalidad poética de Eliot en un estilo marcado por la influencia bíblica de los libros sapienciales y de Dante. Un estilo más conversacional, más cercano al lector, más discursivo e inteligible que el de La tierra baldía.

Se inauguraba así un nuevo ciclo poético que sería el resultado de la reinvención personal y literaria de Eliot y de la sacudida de la guerra, que sobrevuela trágicamente desde 1939 los otros tres poemas del ciclo: East Coker, The Dry Salvages y Little Gidding.

Cada uno de los Cuatro cuartetos remite a lugares vinculados a la biografia de Eliot, a su experiencia vital y a una significación religiosa o filosófica asociada a cada uno de los cuatro elementos: aire, tierra, agua y fuego.

Con una arquitectura musical muy meditada en cada uno de sus cinco movimientos internos, los Cuatro cuartetos exploran el ascetismo de la vía purgativa, reúnen la meditación y la descripción, lo confesional y la capacidad metafórica. 

Con su tonalidad sentenciosa y persuasiva, la voz de estos poemas incorpora distintas tradiciones en busca de la divinidad y la transcendencia. Eliot convoca en ellos el espacio y el recuerdo en una mirada al interior de sí mismo, en busca del orden y del sentido, del lugar de intersección de lo temporal y lo intemporal, del luego y el antes, en Inglaterra y en ningún sitio, en un tiempo primordial  (“Siempre y jamás”) anterior a los nombres y en una estructura compositiva que va desarrollando temas y variaciones. 

Por eso el tema central abre el segundo cuarteto, East Coker, con la frase “En mi comienzo está mi fin” y lo clausura: “En mi fin está mi comienzo” y va recorriendo los textos del libro hasta el último poema del ciclo, que se cierra con un movimiento que remite otra vez al tema central, presente desde el principio de los Cuatro cuartetos:

Llamamos comienzo a lo que muchas veces es el final 
y crear un final supone crear un comienzo. 
El final está donde uno empieza.

La edición bilingüe de Andreu Jaume va precedida de un excelente prólogo –‘El verano cero’- y se enriquece con un importante aparato de notas colocadas al final para que no perturben la lectura de los textos. 

Completan el volumen esas dos piezas teatrales, los coros de La roca y Asesinato en la catedral, en las que Eliot encontró, casi sin proponérselo, una nueva tonalidad poética, una nueva voz que moduló y llevó a su punto culminante con los Cuatro cuartetos:

y todo irá bien
y de todas maneras todo irá bien
cuando lenguas de llama se entrelacen
en coronado nudo de fuego
y el fuego y la rosa sean uno.
Santos Domínguez

28 noviembre 2016

Luce López-Baralt. Asedios a lo indecible


Luce López-Baralt.
Asedios a lo indecible. 
Trotta Editorial Madrid, 2016.

“No hay en nuestra lengua una poesía más sobrecogedoramente hermosa ni más cargada de secretos insospechados y de lecciones trascendentes que la de San Juan de la Cruz”, escribe Luce López-Baralt en Asedios a lo indecible. San Juan de la Cruz canta al éxtasis transformante, que publica Trotta Editorial en un volumen que incorpora en apéndice la transcripción de los dos manuscritos (Sanlúcar y Jaén) del Cántico Espiritual, la Noche oscura del alma y la Llama de amor viva.

Asedios en forma de lectura, de estudios que intentan acercarse a ese ‘no se qué que quedan balbuciendo’ que resume la experiencia mística de San Juan de la Cruz. Una experiencia mística que, por su carácter irracional e intransitivo, es esencialmente inefable y plantea en consecuencia la dificultad de ser traducida a la lógica de la expresión lingüística.

‘Sólo el que por ello pasa lo sabrá sentir, mas no decir’, escribía el poeta en el prólogo de la Subida del Monte Carmelo, el comentario en prosa de la Noche oscura del alma. Porque en el camino de vuelta del poeta tras la experiencia secreta e intransferible de la vía unitiva, la palabra se revela insuficiente y genera un conflicto creativo ante las limitaciones verbales de lo inefable para comunicarlo. 

El estudio de López-Baralt profundiza por medio de una lectura creativa en esa lucha por la expresión a través de asedios en lo insondable, en lo nocturno, en la experiencia abismada del místico, en esa “soledad incomunicable” a la que aludía María Zambrano a propósito de San Juan de la Cruz.

En la búsqueda expresiva que intenta resolver verbalmente la emoción de la experiencia indecible, la poesía es el cauce más adecuado para comunicar la irracionalidad del trance místico. Y por eso cuando a San Juan lo obligaron sus superiores a explicar sus poemas con los comentarios en prosa, la calidad de sus textos no se acerca ni de lejos a la potencia literaria de los versos comentados forzadamente.

Y porque la unión mística del éxtasis ni se puede decir ni se puede entender, el poeta místico se mueve siempre, como señaló José Ángel Valente, entre dos imposibilidades: la del decir y la del no decir para configurar una práctica estilística en el ámbito de la sugerencia y de lo misterioso y en el límite de las posibilidades expresivas de la lengua. 

Desde la aceptación de esa perspectiva, Luce López-Baralt afronta la lectura desde esta ladera de los tres grandes poemas sanjuanistas- el Cántico, la Noche oscura y la Llama- y la elucidación de la simbología enigmática de sus imágenes a partir de “la alquimia ininteligible del éxtasis transformante.” 

Además de la evidente influencia del Cantar de los Cantares y del neoplatonismo, no se descarta la posible confluencia en los poemas sanjuanistas de la mística sufí en símbolos como la azucena, la noche o el pájaro solitario, porque "acaso el ambiente monacal, resguardado y secreto, guardó como en un prodigioso frasco de alcohol estas imágenes de remoto origen islámico mejor que otros espacios intelectuales más abiertos como la universidad o la corte."

Con la lucha por la expresión al fondo, la profesora portorriqueña desmenuza en su análisis y sus comentarios el proceso con el que “el poeta batalla con un lenguaje poético que amenaza con venirse abajo a cada momento por el esfuerzo comunicativo descomunal que le ha impuesto a los versos.”

Santos Domínguez

25 noviembre 2016

Alejandra Pizarnik. Poesía completa


Alejandra Pizarnik.
Poesía completa.
Edición de Ana Becciú.
Lumen. Barcelona, 2016.

                         Los ausentes soplan y la noche es densa. La noche tiene el color de los párpados del muerto.
                        Toda la noche hago la noche. Toda la noche escribo. Palabra por palabra yo escribo la noche.

Ese breve texto, Linterna sorda, es uno de los poemas de la primera parte de Extracción de la piedra de locura, que Alejandra Pizarnik publicó en 1968.

Un texto de 1966 que cumple ahora medio siglo y que se reedita en el volumen que recoge la Poesía completa de Alejandra Pizarnik en Lumen con los ocho libros que publicó en vida, entre La tierra más ajena y El infierno musical, más los poemas no recogidos en libro y los póstumos que reunieron Olga Orozco y Ana Becciú bajo el título de Textos de sombra y otros poemas.

En la intensa brevedad de ese poema se resume la tonalidad oscuramente confesional de la poesía de Alejandra Pizarnik (1936-1972) y asoman alguno de los temas característicos de su universo literario, lleno de sombras y de fulguraciones.

Para conjurar sus miedos, sus incertidumbres y sus contradicciones eligió vivir en la poesía para acabar ocultándose en el lenguaje:

y qué es lo que vas a decir
voy a decir solamente algo
y qué es lo que vas a hacer
voy a ocultarme en el lenguaje
y por qué
tengo miedo,

escribió en Cold in hand blues, un poema de su último libro, El infierno musical.

Heredera de Rimbaud, que le presta una cita con la que abre su primer libro, y de una escritura irracionalista que va de Lautréamont al superrealismo de Bretón pasando por Mallarmé, su sensibilidad exacerbada dotó a su poesía de tensión verbal y emocional, de un ímpetu visionario que encuentra su cauce en los símbolos que recorren su obra: la noche, el silencio, el jardín o el viento, imágenes de una naturaleza turbia que refleja el enigma del mundo, por eso – escribía- cada palabra dice lo que dice y además más y otra cosa:

Adentro de tu máscara relampaguea la noche. Te atraviesan con graznidos. Te martillean con pájaros negros. Colores enemigos se unen en la tragedia.

Es la imaginería oscura de la desolación, del dolor y el amor, de una intimidad dramática y una sensualidad desgarrada que oscila siempre entre el deseo y las heridas. Esa era su concepción terapéutica de la escritura: “Escribir un poema –decía en una entrevista de 1972, poco antes de suicidarse- es reparar la herida fundamental."

Siempre a medio camino entre la creatividad y la autodestrucción, Alejandra Pizarnik entendió la poesía como un intento de iluminación en lo extraño. Aspiró a la precisión y practicó una escritura exigente y desatada de imágenes en libertad. Fue la extranjera ante el espejo, la que calla en el desierto en busca de sí misma, quien emprende un viaje sin regreso al fondo de la noche. Así en Árbol de Diana:

Sólo la sed
el silencio
ningún encuentro
cuídate de mí amor mío
cuídate de la silenciosa en el desierto
de la viajera con el vaso vacío
y de la sombra de su sombra.

Entre el miedo y la fascinación, entre el vértigo autodestructivo y las adicciones, el desorden y la insatisfacción, la poesía de Alejandra Pizarnik es una experiencia sin concesiones en el límite. Una experiencia que reflejan poemas tan estremecedores como este Continuidad, de Extracción de la piedra de locura:

No nombrar las cosas por sus nombres. Las cosas tienen bordes dentados, vegetación lujuriosa. Pero quién habla en la habitación llena de ojos. Quién dentellea con una boca de papel. Nombres que vienen, sombras con máscaras. Cúrame del vacío —dije. (La luz se amaba en mi oscuridad. Supe que no había cuando me encontré diciendo: soy yo) Cúrame —dije.

De la edición se ha encargado Ana Becciu, que define este volumen como "una compilación, hecha con lealtad a Alejandra Pizarnik, y devoción a su obra, única e irrepetible."

Santos Domínguez


23 noviembre 2016

Ronsard. Sonetos


Pierre de Ronsard.
Sonetos.
Edición de María Teresa Gallego Urrutia.
Hermida Editores. Madrid, 2016.

Sonnet à Hélène

Quand vous serez bien vieille, au soir, à la chandelle,
Assise auprès du feu, devidant et filant,
Direz, chantant mes vers, en vous esmerveillant:
Ronsard me celebroit du temps que j'estois belle.

Lors vous n'aurez servante oyant telle nouvelle,
Desja sous le labeur à demy sommeillant,
Qui, au bruit de mon nom ne s'aille resveillant,
Benissant vostre nom de louange inmortelle.

Je seray sous la terre, et, fantôme sans os,
Par les ombres myrteux je prendray mon repos.
Vous serez au fouyer une vieille accroupie,

Regrettant mon amour et vostre fier desdain.
Vivez, si m'en croyez, n'attendez à demain:
Cueillez dés aujourd’huy les roses de la vie.


Soneto a Helena

Cuando seáis muy vieja y estéis, de noche, hilando 
a la luz de una mecha, a la lumbre sentada,
al entonar mis versos, diréis, maravillada:
mis años de hermosura fue Ronsard encumbrando. 

No habrá entonces sirvienta, que esa nueva escuchando, 
por más que en su tarea ya casi adormilada, 
al eco de mi nombre no vaya, espabilada, 
con inmortal encomio el vuestro agasajando.

Yo estaré bajo tierra, por un camino umbroso 
de mirtos mi fantasma buscará su  reposo.
Seréis vos una vieja, cabe el lar encogida;

penaréis por mi amor y vuestro genio esquivo.
Vivid sin más demora, atended mi motivo. 
Cortad sin más tardanza las rosas de la vida.

Ese soneto de Ronsard, el XLIII de su último libro, el cancionero titulado Los amores de Helena, es seguramente el más conocido de los que escribió el mejor poeta francés del Renacimiento.

Forma parte de la antología bilingüe de la obra poética de Pierre de Ronsard que ha preparado María María Teresa Gallego para Hermida Editores.

Además de los cuarenta primeros sonetos del Primer Libro de los Amores, que dedicó a Casandra, contiene una amplia muestra de su poesía y un apéndice con los comentarios que el humanista Marc Antoine de Muret, escribió a petición del propio Ronsard para explicar las alusiones mitológicas y los neologismos que aparecen en los poemas. 

Como Garcilaso en España, Ronsard traza una frontera decisiva en la poesía francesa desde la ruptura de la lírica renacentista con las convenciones de la poesía trovadoresca y cortesana de finales de la Edad Media.

No se trata sólo de la renovación temática métrica o estilística que extiende el petrarquismo en la literatura europea del XVI. No se trata sólo de una nueva manera de presentar el amor y de cambiar el papel del poeta en relación con la amada, ni de la incorporación de la nueva mirada vitalista y epicúrea a la naturaleza y al cuerpo o de la revitalización de la mitología grecolatina, ni de la incorporación de una nueva música, la del endecasílabo, en moldes nuevos como el soneto.

No se trata sólo de eso, ni siquiera de la nueva manera de organizar el libro de poemas como un conjunto orgánico según el modelo inaugurado por el Canzoniere de Petrarca.

Se trata de algo más sutil y más trascendente, de una renovación que no afecta a la superficie del texto. En la nueva poesía del Renacimiento –y la de Ronsard está entre las más significativas- el poeta se expresa con un nuevo tono, con una nueva voz. Esa es la aportación más profunda y más decisiva del nuevo estilo.

Fue un cambio tan trascendente que hasta Baudelaire en la poesía francesa, hasta Rubén en la poesía española, persistiría esa tonalidad inaugurada en el Renacimiento. Hasta entonces no cambió la voz del poeta. Ni el Barroco ni el Neoclasicismo, ni siquiera el Romanticismo, modificaron el tono poético.

Un tono que se aprecia ya en los cuarenta primeros sonetos del Primer Libro de los Amores, en los que Ronsard utiliza aún la música del endecasílabo, que no se adapta demasiado al esquema rítmico del francés. 

La responsable de la edición, María Teresa Gallego Urrutia, explica que ha sido incapaz de ceñirse en su traducción a ese ritmo y que ha tenido que usar el alejandrino. No debería intranquilizarse por eso. El propio Ronsard ya optó por ese esquema en sus sonetos de madurez a Helena. 

Y, volviendo a Rubén, él fue el introductor del soneto en alejandrinos bajo la influencia de la poesía parnasiana francesa y del lejano ejemplo de aquel Ronsard cuyas rosas evocó una vez Antonio Machado.

Santos Domínguez



21 noviembre 2016

Chéjov. Cuentos completos (1894-1903)


Antón P. Chéjov. 
Cuentos completos 
(1894-1903)
Edición de Paul Viejo
Páginas de Espuma. Madrid, 2016.


El 15 de julio de 1904, en la habitación de un hotel de Badenweiler, Chéjov pasaba sus últimas horas de vida junto a Olga Knipper y una botella de champán que les mandó el médico como última terapia. ‘¿Para qué poner hielo sobre un corazón vacío?’, dicen que dijo, casi al final. Una frase que parece sacada de uno de sus cuentos porque la podría haber pronunciado alguno de sus personajes.

Acababan así la vida y la escritura del padre del cuento contemporáneo, autor de una obra viva que sigue creciendo a medida que pasa el tiempo. Una obra que es menos un edificio que un árbol frondoso de hojas perennes que no han dejado de fortalecerse y de dar sombra apacible al lector.

Con el cuarto volumen de los Cuentos completos Páginas de Espuma culmina una empresa monumental y un proyecto titánico que a lo largo de cuatro años, desde 2013, con edición de Paul Viejo y en las versiones de sus mejores traductores al español, ha ido entregando en cuatro mil quinientas páginas la totalidad de la obra narrativa breve de Chéjov. Más de seiscientos relatos en unas traducciones tan cuidadas como la esmerada edición de estos cuatro tomos. 

Fechados entre 1894 y 1903, los cuentos que se recogen en este último tomo pertenecen, en palabras del traductor, a un momento cenital, “el de su más absoluta consagración, pero también el de su retiro, su despedida.”

Por eso Paul Viejo titula ‘Despedir a Chéjov’ la primera parte de su Introducción, donde afirma: “Despedimos a Chéjov. Despedimos a Chéjov justo cuando l legamos al final de la página y leemos, entre amenazados y tristes, una última frase, «No pensaba volver», y esa sentencia se va a quedar flotando en nuestra cabeza porque sabemos que es verdad, que no habría más Chéjov a partir de ese punto y final en el cuento «La novia», de ese saludo, de esa sonrisa sardónica que nos dice que hasta aquí. No lo hacemos solo porque el 15 de julio de 1904 se haya producido la gran desaparición, el cerrar de ojos, el «Ich sterbe» mal pronunciado. Despedimos a Chéjov algo antes, cuando termina su último relato, y ya va diciendo por ahí que está cansado.”

Pero esas líneas de Paul Viejo, tan melancólicas, tan traspasadas del espíritu de Chéjov, no son sino una invitación a entrar en esta celebración de la literatura con mayúsculas, a leer o releer La dama del perrito, El monje negro, Iónich, Mi vida, Las grosellas o En el barranco en este último volumen, que incorpora en un apéndice de más de doscientas páginas sus cuentos dispersos, inacabados, colectivos y atribuidos, junto a las ilustraciones que en ocasiones los acompañaban.

En esos últimos años “la consideración hacia Chéjov, tanto desde el punto de vista literario como del editorial estrictamente, era ahora muy superior”, lo que le permitió reunir en ocho tomos la totalidad de su narrativa breve. Es también entonces cuando se le empieza a traducir en Francia, Alemania, Inglaterra o Estados Unidos.

Natalia Ginzburg resumió los cuentos de Chejov con una imagen intuitiva y precisa: su obra es la de alguien que nos abre una puerta o una ventana y nos deja mirar dentro de la casa por un momento. Luego, la misma mano que la había abierto, cierra la ventana o la puerta.

Narrador de voz baja, Anton Chéjov construyó su universo literario con lo fugaz y lo secundario. En sus relatos abiertos conviven misteriosamente la levedad y la intensidad, la emoción y la distancia, se armonizan la ironía y la piedad, el humor y la tristeza bajo una mirada compasiva y honda, menos optimista que piadosa, que vive en el matiz y en la sutileza con que el escritor construye a los personajes, en las contradicciones de sus comportamientos y en la economía de sus elipsis sugerentes que dejan los finales abiertos.

La mirada sutil de Chéjov, que a diferencia de Dostoievski o Tolstoi nunca contempla a los personajes desde arriba, sino cara a cara, teje un hilo invisible y persistente que une, en la melancolía invisible y en la tonalidad persistente de su literatura, a Chéjov con Cervantes y con Shakespeare en la construcción de un universo narrativo en el que conviven ricos y pobres, sinceridad y simulación en una indagación honda y fundacional en la condición humana.

Una mirada magistral que vive en el matiz y en la sutileza con que construye a los personajes, en las contradicciones de sus comportamientos y en la economía de la elipsis, en la intensa emoción que habita en lo trivial, en la desesperanza contenida, en la ausencia de patetismo gesticulante, en unos silencios que son más significativos que las palabras que los ocultan.

Despedir a Chéjov. Las palabras son otra vez de Paul Viejo: “Él está cansado porque tiene cuarenta y cuatro años y miles de páginas a sus espaldas y bajo los ojos –«No pensaba volver»– y sabe lo que le depara el futuro. Pero no podemos cansarnos nosotros de leerlo. De recorrer ahora todos sus cuentos, incluso los que no están terminados, y saber con seguridad que aunque se fuera no se había marchado. Que Chéjov se ha quedado aquí, aunque se haya despedido. Aunque hayamos tenido que hacerlo. Despedir a Chéjov.”

Si hace unos años Páginas de Espuma publicó una memorable edición comentada de los Cuentos completos de Poe, y posteriormente una edición monumental en dos tomos de los relatos de Maupassant, la publicación de estos cuatro tomos con todos los cuentos de Chéjov culmina el mapa de ese bosque literario original y prodigioso que funda la narrativa breve contemporánea.

Santos Domínguez

19 noviembre 2016

David Fernández Rivera. Fractal


David Fernández Rivera.
Fractal.
Prólogo de Juan Luis Bedins. 
Amargord Ediciones. Madrid, 2016.


Creí regresar sobre la armadura 
de un tallo 
que ahora alza la cabeza 
sobre las rodillas del silencio, 
para contemplar que tras las viejas avenidas del cielo 
el sol 
ya es una lágrima. 

Con ese texto, titulado La rosa, abre David Fernández Rivera Fractal, el volumen que reúne veintidós poemas procedentes de sus libros Alambradas, Sahara y Ágata. Una antología de tres obras escritas entre 2009 y 2015, de esos tres títulos que pueden entenderse como una trilogía escrita a lo largo de estos seis años.

Pero Fractal no es una mera recopilación de la poesía última del autor. Es, también y sobre todo, una estación de llegada, una terminal que seguramente marca un punto y aparte y cierra una etapa de su escritura. Sobre los cimientos que han apuntalado estos libros es de esperar que se levanten las nuevas entregas poéticas y las nuevas propuestas de la poesía de David Fernández Rivera. 

Acompaña a esta edición de Amargord un CD en el que el autor reinterpreta ocho de los textos del libro en clave musical en una integración que se completa con la portada, una creación plástica del poeta, un acrílico sobre caracola titulado Nashville.

La poesía de Fernández Rivera es el resultado de una experimentación constante y radical en los límites del significado y de lo racional. El sonido y el sentido, lo sonoro, lo visual y lo conceptual, la imagen y la palabra, la naturaleza y la civilización, el individuo y la sociedad, la norma y la libertad creadora están sometidas en el lugar del poema a una tensión de la que surge una propuesta artística global que encuentran su espacio de representación en las páginas de este libro y en las pistas del disco con el que se completa. 

Santos Domínguez

18 noviembre 2016

Trescientos poemas de la dinastía Tang


Trescientos poemas de la dinastía Tang.
Edición bilingüe de Guojian Chen.
Cátedra Letras Universales. Madrid, 2016.

Salgo, cuando me place, / a dar un paseo solo, / y es un deleite inefable. / Llego hasta donde termina el arroyo. / Sentado, miro las nubes que nacen, escribe Wang Wei, un poeta del siglo VIII, en uno de los poemas que forman parte del volumen Trescientos poemas de la dinastía Tang, que acaba de aparecer en Cátedra Letras Universales.

En el año 2013 el profesor Guojian Chen publicaba en esta misma colección la insustituible antología Poesía china (siglo XI a. C.- siglo XX), un monumento literario como señala Carlos Martínez Shaw en el prólogo de esta nueva recopilación, que está considerada la antología de referencia de la poesía clásica china, hasta el punto de que actualmente se ofrecen cerca de dos mil ediciones distintas de esta obra en China. La recopiló muy tardíamente, en el siglo XVIII, el anónimo Literato solitario del bosque fragante, y recogía no trescientos sino trescientos trece textos que reflejan el apogeo poético de la poesía china, su edad de oro entre el 618 y el 907.

Con buen criterio, el traductor ha incorporado en un apéndice otros veinticinco excelentes poemas de la época que no figuraban entre los Trescientos poemas de la dinastía Tang, pero que merecen estar en este volumen por su calidad y su representatividad.

Una antología presentada por un amplio y profundo estudio introductorio sobre el contexto histórico y cultural en que surgió esta poesía y sobre los rasgos vertebrales que caracterizan su estilo y su métrica, su ritmo, sus temas o su despliegue metafórico.

Con unas notas mínimas que no perturban la lectura de esta poesía pero hacen algunas aclaraciones imprescindibles, y con una semblanza final de los autores, estos textos abordan, con la brevedad estilizada que los caracteriza, el sentimiento por el paso del tiempo entre la melancolía y la reivindicación vitalista del goce en el presente, el paisaje como reflejo de los estados de ánimo, la soledad y la niebla de los lagos, el amor o la luna en la montaña, la huida del mundo y la vida retirada, las ausencias y las despedidas.

Hay tres nombres fundamentales por la transcendencia de su poesía en esta recopilación: Li Bai (Li Po en otras transcripciones), idealista e imaginativo, Du Fu (Tu Fu), realista y descriptivo, y el bucólico Wang Wei, poeta del campo y del jardín.

Algunos expertos datan el comienzo de la poesía china mil años antes de Homero, aunque el poema más antiguo documentado no es tan antiguo. No es eso, con todo, lo más importante. Lo que explica su universalidad y su vigencia no es su antigüedad, sino su calidad, apreciada en la poesía occidental desde Goethe a Octavio Paz pasando por Alberti o Lorca.

Sobre la importancia de esta recopilación, resalta Guojian Chen que “es, según el consenso de los críticos y los estudiosos chinos, la más difundida, popularizada, comentada, citada y recitada de todas las recopilaciones de la poesía Tang y de toda la poesía china. Se puede decir que es el Quijote poético de China por su calidad literaria, su importancia en la cultura china y su popularidad.”

Santos Domínguez

17 noviembre 2016

Ignacio Gracia Noriega. Las burbujas de la tierra




 Ignacio Gracia Noriega.
Las burbujas de la tierra.
Cátedra Crítica y Estudios Literarios. Madrid, 2016.

En torno a William Shakespeare, el más grande y el más extraño de los poetas, se organiza el volumen Las burbujas de la tierra, en el que Ignacio Gracia Noriega agrupa un amplio conjunto de artículos que abordan la figura y la obra de Shakespeare.

A explorar las claves de su grandeza, de su vigencia y de esa condición extraña se dedica esta recopilación de artículos que abordan la biografía y la personalidad de Shakespeare, su concepción de la poesía y su dominio de la técnica teatral, el doble oficio de dramaturgo y poeta -“ocupaciones complementarias pero no idénticas”- de un autor inabarcable.

Tan inabarcable que Goethe decía que no se puede hablar de él, porque todo lo que se diga resulta insuficiente. Pero aunque su monumentalidad nos desborde, este tipo de acercamientos son irrenunciables y sirven para iluminar su obra y su grandeza, su poética teatral, los argumentos y los personajes que aparecen en su obra, las teorías sobre la autoría de sus obras, su visión de la naturaleza y de la historia, su imagen del poder, las adaptaciones al cine de sus obras por Orson Welles, Mankiewicz o Kurosawa,  la presencia de lo español en su teatro o su relación con la literatura española de su tiempo.

Complejo como la vida, enorme como el mundo, en torno a Shakespeare nos podemos seguir formulando la pregunta que da título al epílogo: ¿Qué sería el mundo sin Shakespeare?

Santos Domínguez