19 octubre 2016

Juan Ramón y Zenobia en Cuba


Antonio Ramírez Almanza.
Para una presencia de Juan Ramón Jiménez 
y Zenobia Camprubí en Cuba.
Facediciones. Huelva, 2016.

“Juan Ramón sigue estando en Cuba: deambulando por las calles intensas de color de La Habana, interrogando a los edificios que el tiempo ha vaciado, en La Habana Vieja, por las fortalezas; en la Moderna, paseando en la tarde por el Malecón con Menéndez Pidal con destino al Vedado para internarse en el moderno Hotel Victoria, que hoy, como se dijo, refleja en un azulejo blanco de la entrada la constancia del vivir de Juan Ramón y Zenobia en aquel lugar”, escribe Antonio Ramírez Almanza en uno de los capítulos de Para una presencia de Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí en Cuba, un volumen que llega a su tercera edición y que recoge un conjunto de estudios sobre la presencia de Juan Ramón Jiménez y Zenobia en la Isla de la Ida, donde permanecieron hasta enero de 1939.

Con el telón de fondo del exilio literario español en Cuba, a donde llegaron en noviembre de 1936, Ramírez Almanza propone, entre el relato y la investigación que se apoya en los textos juanramonianos, un recorrido por los paisajes y lugares que frecuentaron Juan Ramón y Zenobia, protagonistas de dos destierros que “sin ser contrapuestos, fueron absolutamente distintos”, porque frente a la conformidad pragmática de Zenobia y el compromiso humanitario que la convirtió en incansable viajera por la isla, Juan Ramón interiorizó con amargura su irreversible condición de exiliado.

Una situación desde la que el poeta ejerció una influencia decisiva en escritores jóvenes como Lezama Lima, Cintio Vitier, Fina García Marruz, Dulce María Loynaz o Serafina Núñez, a quien en su condición de último testigo de Españoles de tres mundos se le dedica el capítulo final, que recoge la entrevista que le hicieron Diego Ropero-Regidor y Antonio Ramírez Almanza en La Habana el 14 de febrero del 2000, donde resalta que “nadie podía negar la luz de Juan Ramón, nadie.”

Santos Domínguez

18 octubre 2016

Mont Saint Michel y Chartres


Henry Adams.
Mont Saint Michel y Chartres.
Traducción de José Rafael Hernández Arias
José Enrique Ruiz Doménec.
Arpa Editores. Barcelona, 2016.

El origen y el significado del gótico, las raíces de la cultura europea. Ese es el subtítulo de Mont Saint Michel y Chartres, un clásico de la literatura de divulgación sobre la época medieval que el estadounidense Henry Adams publicó hace más de un siglo y que aparece por primera vez en español editado por Arpa Editores en una estupenda edición traducida por José Rafael Hernández Arias y prologada por José Enrique Ruiz Doménec. 

Bostoniano refinado, escritor cuidadoso y preciso, como señala el prologuista, Henry Adams  (1838-1918) completó sus estudios en Europa y elaboró en este volumen un intenso y profundo relato que aborda en sus dieciséis capítulos la esencia del gótico a través de su arquitectura y su literatura, de la religión y la filosofía, de la teología o la poesia trovadoresca.

Centrado en el siglo XII, su talante narrativo intenta captar y transmitir el tono espiritual de una época que encontró su identidad más significativa y duradera en el arte y en la literatura, en la abadía del Mont San Michel y en la Chanson de Roland, que “es una con el Mont-Saint-Michel”, porque “es en poesía lo que el Monte es en arquitectura.” 

En torno a la abadía de Mont San Michel y a la catedral de Chartres, Adams describe torres y pórticos, esculturas y vitrales, vincula el gótico al desarrollo del culto mariano porque "todo lo que los cantares no podían expresar, floreció en el gótico; lo que la mente masculina no podía idealizar en el guerrero, se idealizó en la mujer; ninguna arquitectura elevada en la tierra, a no ser el gótico, causó este efecto de lanzar su pasión hacia el cielo.” 

Y así elabora el autor un libro que puede leerse como guía de viaje, como una historia de la cultura, como un relato que reconstruye el clima espiritual de aquel periodo floreciente de la cultura, marcada por la importancia decisiva de la religión y el arte como elementos vertebradores de aquella sociedad. 

La imaginación y los trovadores, el amor cortés y Leonor de Aquitania, las rivalidades teológicas en las que se vio envuelto Tomás de Aquino, los ábsides y los rosetones,  María de Champagne y Chrétien de Troyes o la filosofía de Pedro Abelardo son algunos de los rasgos característicos de un movimiento en el que se fraguó un primer renacimiento que marcó decisivamente la identidad europea.

Santos Domínguez



17 octubre 2016

La historia de la escritura


Ewan Clayton.
La historia de la escritura.
Traducción de María Condor. 
Siruela. El Ojo del Tiempo. Madrid, 2016 

Por lo que se refiere a la palabra escrita, nos encontramos en uno de esos momentos decisivos que se producen raras veces en la historia de la humanidad. Estamos presenciando la introducción de nuevos medios y herramientas de escritura. No ha sucedido más que dos veces en lo concerniente al alfabeto latino: una, en un proceso que duró varios siglos y en el que los rollos de papiro dejaron paso a los libros de vitela, en la Antigüedad tardía; y otra, cuando Gutenberg inventó la imprenta de tipos móviles y el cambio se difundió por toda Europa en una sola generación, a finales del siglo XV. Y ahora, el cambio significa que durante un breve periodo muchas de las convenciones que rodean a la palabra escrita se presentan fluidas; somos libres para imaginar de nuevo cómo será la relación que tendremos con la escritura y para configurar nuevas tecnologías. ¿Cómo se verán determinadas nuestras elecciones? ¿Cuánto sabemos del pasado de este medio? ¿Para qué nos sirve la escritura? ¿Qué herramientas de escritura necesitamos? Tal vez el primer paso para responder a estas preguntas sea averiguar algo del modo en que la escritura llegó a ser como es.

Con ese párrafo abre Ewan Clayton su magnífico ensayo La historia de la escritura, que publica Siruela en su colección El Ojo del Tiempo con traducción de María Condor. 

Calígrafo, monje, profesor de diseño tipográfico, Ewan Clayton propone en los doce capítulos de este volumen un recorrido por la evolución del alfabeto latino y de la escritura, por sus distintos soportes e instrumentos: desde el pincel de punta cuadrada hasta los programas de diseño de tipografía digital pasando por la pluma de caña o de ave; desde los rollos de papiro al papel y a la imprenta, a las máquinas de escribir y alos procesadores de texto pasando por las tablillas de cera o los manuscritos medievales en códices de pergamino. 

Un proceso evolutivo en el que la caligrafía se convierte en eje de un estudio que presenta las diversas etapas de la historia de la escritura como herramienta del conocimiento del mundo y del ser humano. Desde el trazo al diseño, desde el pulso artesanal del copista a los tipos móviles de Gutenberg y al diseño por ordenador, se aborda en estas páginas la importancia decisiva de la imprenta en el Renacimiento y en la Revolución Francesa, la creatividad tipográfica en los carteles publicitarios o en los periódicos. 

Porque, más allá de una mera historia de la escritura, este es un espléndido recorrido por la historia de la cultura y la literatura, por la evolución de la tecnología de la escritura y el diseño gráfico. Pero también una historia de las emociones y del pensamiento como formas de expresión y construcción del yo en un relato construido en torno a tres ejes de referencia: el desarrollo de la caligrafía y la tipografía, la evolución de la tecnología de la escritura y el contexto histórico, social y cultural del que forma parte.

Tres perspectivas que se van entecruzando en una cuidada edición ilustrada con abundantes imágenes explicativas para tejer un estudio panorámico, minucioso y documentado, pero ameno a la vez de la evolución de la escritura, que –señala Ewan Clayton en el último capítulo, El artefacto material- es mucho más que una mera reproducción del habla. Algunos elementos de la letra –guión, colores, cambios de estilo, de la romana a la itálica o a la gótica- no guardan ninguna relación directa con el habla y, desde luego, hay muchas cosas que la escritura tiene que pasar por alto: entonación, velocidad, subidas y bajadas de volumen, la interacción del habla y la expresión facial, así como la alianza del habla con los gestos, en una interrelación de signos coreografiados que discurren entre el hablante y el oyente. La escritura no capta nada de esto. 

Pero la escritura hace algo que no hace el habla. Comunica por medio de diversos sentidos, color, forma, peso, textura. Tiene también una relación distinta con el tiempo. Puede dejar un sustrato que perdure un largo periodo, a menudo mucho más amplio que la vida del autor. Puede recorrer físicamente grandes distancias, puede configurarse colectivamente y “continuar” mucho más tiempo del que alguien es capaz de hablar sin pausa. Es posible volver a ella. Se le pueden integrar ilustraciones. Puede ordenar cosas visualmente, en formas tabulares, radiales o inclusivas, lo que es difícil de hacer en el lenguaje hablado; no existe ningún equivalente auditivo del sumario de un libro ni del índice analítico. La escritura participa en la manera en que entendemos nuestras relaciones y construimos y coordinamos nuestras instituciones, que inician su andadura precisamente en ese punto en el que las cosas devienen demasiado extensas (como en la fábrica del siglo XIX) o demasiado complejas (la enciclopedia) para que el habla funcione de manera eficaz.

Santos Domínguez

14 octubre 2016

Antonio Hernández. Viento variable


Antonio Hernández.
Viento variable.
Calambur. Barcelona, 2016.

Entre la mirada interior y la exterior, entre el parque madrileño del Retiro y la bahía gaditana, entre el apasionamiento encendido y el escepticismo desengañado, entre la anécdota individual y su significado simbólico, Viento variable, el reciente libro de Antonio Hernández que publica Calambur, es una espléndida muestra de la capacidad que tiene la
poesía como método de integración de realidades contrapuestas, además de una nueva pieza en la construcción de la sólida obra poética a la que su autor ha dedicado hasta ahora más de medio siglo.

No se trata de una pieza más, aclarémoslo ya, ni de un simple apéndice de su poesía completa, sino de un libro que tiene la importancia crucial de una clave de bóveda en el edificio poético del autor.

Articulado en torno a distintos leitmotive que recorren sus secciones como ejes temáticos vertebrales, como variaciones que matizan su mirada, Viento variable es un libro que, como las sinfonías, combina la coherencia unitaria de la composición y la autonomía de sus movimientos con la pertenencia a un todo que le otorga su sentido más profundo.

Porque en Viento variable Antonio Hernández agrupa lo narrativo y lo lírico en un libro que contiene el ocaso y el amanecer y reúne lo vivido y lo imaginado, lo astral y lo minúsculo, la memoria y el sueño en la evocación del paisaje como estado del alma, según anuncia la cita de Amiel que abre el libro.

Y por eso y porque “las espinas forman parte del parque” o porque “la primavera / tiene su espejo perfecto en la rosa: / esplendor y traición; del polen nacen lágrimas / y el césped guarda fuegos embozados', esa integración de contrarios tiene sus referentes ideológicos y poéticos en el Barroco, un movimiento con una conciencia del tiempo tan aguda y punzante como la que recorre este libro. Y por tanto  no es casual la resonancia quevedesca de muchos de sus versos, la mirada irónica, distante y desengañada que recuerda los avisos gongorinos con un tono desgarrado que convive aquí también con la gracia vitalista y afirmativa de Lope.

Integración y reunión no sólo de temas, sino de tonos y enfoques, de metros diversos, entre la proximidad coloquial o la levedad casi aérea de la canción y el largo aliento meditativo del verso libre en un conjunto en el que coexisten distintas formas de mirar a un mundo opaco y complejo, ancho y ajeno como el que le inspiró a Ciro Alegría el título de su mejor libro.

Una armonía que prefiguraron ya esos dos Géminis sevillanos  (“uno me hizo su hermano / y el otro su sobrino”) que evoca y homenajea uno de los poemas de este libro que es antes que nada un memorial de emociones de amplio espectro que se mueven entre el ámbito doméstico y la dimensión social de la poesía.

Viento variable es, pues, la historia del corazón de un poeta que va de lo íntimo a lo testimonial y resume la infancia en los ojos de su nieto o en el recuerdo de su abuelo industrioso e infeliz, en el ángel trangresor que puso impremeditadamente la semilla de la poesía en unos libros abandonados en la fonda de su abuela o en la evocación de su primo Pepito el Rana.

Porque, como en la parte más sustancial de la obra toda de Antonio Hernández, el recuerdo –“lámpara de la vida”- mantiene encendida la luz de la memoria que nos construye frente al paso del tiempo que nos destruye, sostiene la llama de un paraíso perenne y perdido entre las sombras y la esperanza, entre un presagio funesto y un mal sueño, entre la revelación de un crepúsculo atlántico en la Bahía de Cádiz y la paciencia dorada del otoño en el contraluz de ese mar subalterno del estanque del Retiro.

En ese tipo de contrastes se sustancia literariamente la lucha interior del poeta que sostiene un íntimo, inmisericorde debate consigo mismo, un diálogo interior descarnado en el que coexisten la luz y la sombra en la misteriosa transparencia de la vida y en los estragos del tiempo que hace cojear “de las piernas y de los sueños”,  tocados por las huellas invisibles que dejan el miedo y los naufragios.

Bajo una mirada desgarrada, de estirpe quevedesca, irónica y distante –ya lo decíamos-, pero también compasiva y conmovida, porque “en la llama esplende lo escondido,/hace señas lo oscuro”, se suceden en Viento variable las envidias líricas y las insidias prosaicas, el horario vespertino del tullido y una música que aleja el lunes, una casa de fieras que es la metáfora del mundo y una luz musical que no cojea, la crítica de la injusticia o el canto desnudo del pobre con la música callada del piano en la casa familiar, Enrique de Melchor y Duke Ellington, Claudio Rodríguez reencarnado en gorrión, Antonio Machado con su desnudez vestida de alma o un Lorca sin tumba ni mármol.

Por si quedaba alguna duda, en este nuevo viaje al corazón de las palabras Antonio Hernández vuelve a demostrar que la literatura vive en el matiz del adjetivo y de su primo el adverbio, como demostró por la vía de los hechos consumados el maestro Luis Rosales, al que se dedica uno de los textos más memorables de este libro, socarrón y amargo, presidido a veces por un tono sombrío y otras por la sonrisa luciferina y comprensiva de quien va de su corazón a sus asuntos.

A estas alturas de su obra, cada nuevo libro de Antonio Hernández es un ejercicio de riesgo, el que asume aquí por ejemplo al situar su texto en la encrucijada de los géneros y en el mestizaje de lenguajes y registros que se mueven entre el prosaísmo deliberado o el tono coloquial y la ambición expresiva.

Pero además, cada nuevo título de un autor consagrado tiene la obligación de ser una nueva aportación dotada de sentido propio que la justifique en sí misma y que a la vez ilumine el resto de su obra poética retrospectivamente.

Esa responsabilidad, que Antonio Hernández cumplió ejemplarmente en Nueva York después de muerto, es la que orienta también la escritura de este Viento variable, una nueva piedra fundamental en el conjunto de la poesía de un autor imprescindible en la poesía española de los últimos cincuenta años.

Alguien que, según confiesa –distante y confidencial a un tiempo- en uno de los textos:

ha sufrido tanto
que tiene el corazón mellizo.
Por eso ha sobrevivido.
Por eso lo que escribe
no es letra muerta.

Santos Domínguez


13 octubre 2016

La lluvia está diciendo para siempre


Jorge de Arco. 
La lluvia está diciendo para siempre. 
Colección Melibea. Talavera de la Reina, 2016.


La voz limpia del campo 
resuena en el umbral de la garganta. 
Es la hora del trigo y los arcángeles. 
Es la hora del alma y del relámpago. 
Resuena mi reloj 
y en el espejo súbito 
del alba 
comienzan a vibrar 
las siete campanadas del invierno. 

-Heredero del aire, 
del beso y del ahogo 
que dicta la soberbia del amor, 
hago inventario 
del frío y de los soles del ayer-. 

Detrás de los maizales, 
la lluvia está diciendo para siempre. 
Ahora, escucho de nuevo, 
la fe de su canción, 
los ecos que golpean 
al son de la memoria. 

Es el poema que abre la primera parte de La lluvia está diciendo para siempre, el libro con el que Jorge de Arco obtuvo el premio Rafael Morales en su edición de 2015.

Un libro en el que conviven la elegía y la oda, porque el pasado persiste en el presente de la memoria y la palabra se detiene en el tiempo: “Ayer estoy llegando al número de casa...” 

Escritos con la contención del metro corto que oculta un ritmo de largo aliento y de honda intensidad, los versos de La lluvia está diciendo para siempre abordan los negocios del corazón y el tiempo, de la noche y la memoria con el contrapunto de dos voces amantes que consumaron su luz bajo el cielo adolescente.

Con imágenes potentes y un sabio uso de los adjetivos, Jorge de Arco compone en estos poemas una indagación desde la sombra insomne de la memoria, una evocación en busca de la claridad y de la aurora, porque –como nos enseñó definitivamente Antonio Machado- se canta lo que se pierde.

Y por eso hay en estos textos, escritos con la fuerza de la poesía verdadera que nos explica y nos conmueve, una invocación a la memoria en demanda de respuestas y de esa serenidad con la que cierra el libro este poema:

Todo está en calma 
delante de mis ojos. 
La noria del silencio martillea 
sobre las largas lindes del recuerdo 
y la tormenta última 
dejó los campos 
empapados de sueños y nosotros. 

Voy descorriendo 
en esta noche, 
la niebla y los cabellos de lo amargo, 
la luna y su desvelo, 
mi lumbre y su verdad. 

Afuera, 
el brillo del estío 
es la ardida canción 
que sigue hablando de los dos.

Santos Domínguez

12 octubre 2016

Henri Duchemin y sus sombras


Emmanuel Bove.
Henri Duchemin y sus sombras.
Traducción de María Teresa Gallego Urrutia 
y Amaya García Gallego.
Hermida Editores. Madrid, 2016.


Con una espléndida traducción de María Teresa Gallego Urrutia y Amaya García Gallego, Hermida Editores publica Henri Duchemin y sus sombras, un volumen que reúne una novela corta y otros seis relatos breves de Emmanuel Bove que se editaron originalmente en 1939 en Gallimard.

Emmanuel Bove (1898-1945) fue un escritor al margen y en ese margen viven también los personajes que pueblan estas páginas como narradores de sus experiencias ambiguas o como protagonistas en los que proyectó sus propias sombras.

Y más sombras que luces hay igualmente en estos textos en los que la fuerza de lo vivido es el soporte de una literatura directa y la agilidad  narrativa o la fluidez de los diálogos levantan la imagen de un mundo sombrío y de unas relaciones humanas opacas y problemáticas que quizá expliquen la influencia que ejerció en Camus o en Nathalie Sarraute o la atención que suscitaron en Handke y Ashbery, que tradujeron a Bove y de esa manera reivindicaron su forma de narrar y de mirar el mundo.

“La claridad abandonada de la lámpara solo alumbraba cosas quietas”, escribe Bove, con ese instinto para el detalle que destacó Samuel Beckett, en el primero de los relatos, ambientado en la soledad de una Nochebuena. Una novela corta -El crimen de una noche- en la que el crimen y la culpa sobrevuelan con la sombra de Dostoievski al fondo y tiñen la acción como en un sueño navideño de Dickens.

La soledad y el aislamiento, la infidelidad y los encuentros con desconocidos, la dificultad de las relaciones humanas y de pareja, el fracaso, la resistencia o el autoengaño del narrador-personaje son algunos de los hilos conductores de estos relatos construidos desde fuera por una tercera persona narrativa, como ¿Será mentira? o levantados desde dentro por una primera persona propensa a engañarse a sí misma y a engañar al lector, como Lo que vi o La historia de un loco, historias que revelan las difíciles relaciones de los personajes con un mundo opaco, con  los otros y consigo mismos.

Son seguramente proyecciones del mundo interior de Bove, tan sombrío y amargo como el regusto áspero que dejan estas narraciones.

Santos Domínguez

10 octubre 2016

Antonio Pau. Vida de Rainer Maria Rilke




Antonio Pau.
Vida de Rainer Maria Rilke. 
La belleza y el espanto.
Trotta. Madrid, 2007

"Oh vida, vida: tendría que estar fuera. / Pero estoy dentro, en llamas. Ya nadie me conoce.” Esos dos versos cierran el último poema que escribió Rilke a mediados de diciembre de 1926.

Poco antes de su muerte el 29 de diciembre, pronunció sus últimas palabras: “La vida no puede darme ya más. He estado en todas las cumbres.”

Como ese último poema, esas palabras las evoca Antonio Pau en su Vida de Rainer Maria Rilke. La belleza y el espanto, una magnífica biografía que forma parte del catálogo de la Editorial Trotta y que es seguramente el acercamiento más profundo a la vida y la obra de uno de los poetas esenciales del siglo XX.

Desde su niñez y formación en Praga hasta su enfermedad y muerte en Muzot y Valmont, de los Nuevos poemas a los Apuntes de Malte Laurids Brigge, de la primera revelación de las Elegías de Duino a su estancia en Toledo y en Ronda, entre los ángeles del Greco y Los sonetos a Orfeo, una obra que va mucho más allá de la simple biografía para adentrarse en las claves de una escritura como la de Rilke, tan profundamente vinculada a la vida de su autor. Porque, siempre en el límite las dos, la de Rilke fue -como señala Antonio Pau- una vida para la obra:

“Rilke vivió para su obra. Son pocos los pasos que dio que no se encaminaron al cumplimiento de lo que él sintió como una ineludible vocación y un inaplazable deber. Eso hace que no haya episodio, pensamiento, desánimo, inquietud o proyecto de su vida que no deba tenerse en cuenta para entender su obra.”

Por eso esta imprescindible biografía, además de como una aproximación a las circunstancias en las que surgen las Elegías de Duino o Los sonetos a Orfeo, se puede leer también como una antología esencial de la poesía de Rilke con las magníficas versiones de Antonio Pau, uno de los mejores traductores de poesía alemana al español, que bucea también en lo más significativo del epistolario rilkeano en busca de las circunstancias vitales que aportan muchas de sus claves creativas. 

Porque esta no es una biografía acumulativa ni erudita, sino la propia de un lector que desde los textos se remonta al contexto vital -a menudo problemático- que los explica o de las que surge.

Con una aproximación al interior del personaje, con una técnica que evoca los primeros los primeros planos, Pau recrea la atmósfera creativa y la tonalidad espiritual de los textos de Rilke: la soledad, el asombro, los viajes sin rumbo, los largos periodos de aislamiento, la higuera que desencadenó en Toledo el comienzo de la sexta Elegía o la estrella fugaz que vio precipitarse en el vacío desde el puente de San Martín.

Entre el vacío angustioso y la creatividad desatada, entre momentos de escritura torrencial y de dolorosa sequía creativa, todo parece ir preparando en la vida y la obra de Rike esa explosión final de las Elegías duinesas y los Sonetos a Orfeo, en un largo proceso creativo que esta biografía reconstruye admirablemente.

Una biografía enriquecida con abundante material gráfico que incluye ilustraciones sobre el poeta, sobre los paisajes que fueron decisivos en su poesía y sobre las obras de arte que generaron en él un relámpago creativo que sigue iluminando la noche de los hombres porque da lugar a una poesía que tiene la inalterable transparencia del diamante.

Santos Domínguez

05 octubre 2016

Innokenti Ánnenski. Melancolía por lo fugaz



Innokenti Ánnenski.
Melancolía por lo fugaz.
Antología.
Edición bilingüe.
Traducción y prólogo de
Natalia Litvinova.
Vaso Roto. Madrid, 2016.

“¿Cómo imaginar la poesía rusa del siglo XX sin Ánnenski?”, escribe Natalia Litvinova en el prólogo de Melancolía por lo fugaz, la antología poética de Innokenti Ánnenski que publica Vaso Roto.

Esporádicamente traducido al español en revistas y sitios de internet, esta antología es la primera edición en formato de libro de una significativa muestra de un autor que entendió la poesía como una indagación en lo misterioso, como búsqueda de las revelaciones y de la luz con las que las palabras iluminan la realidad.

Vivió entre 1855 y 1909, y a pesar de la brevedad de su obra y de que su reconocimiento fue póstumo, desempeña un papel crucial en la transición de la poesía rusa del XIX al XX y ejerce una amplia influencia en los poetas posteriores. Anna Ajmátova lo reconocía como su maestro y su poesía está presente entre las que marcaron más decisivamente a Pasternak.

"Su voz tiene la fuerza de un conjunto de rayos misteriosos arrojados que destacan como lo más alto de la poesía rusa contemporánea”, escribe la responsable de la traducción, la también poeta Natalia Litvinova en un prólogo en el que destaca la revelación y el misterio como señas de identidad de la poesía de Ánnenski, al que su formación de filólogo le proporciona un conocimiento sólido de la tradición cultural de la que forma parte.

Ese es uno de los cimientos sobre los que se sostiene su obra poética. El otro es la modernidad de la poesía simbolista francesa de Baudelaire, Rimbaud o Mallarmé, con los que compartió el spleen característico del desorientado fin de siglo en todo Europa. Desde esa posición de eslabón entre el pasado y el futuro, Anna Ajmátova lo vio como el padre de la vanguardia poética rusa, prefigurada en su poesía.  

La fusión de pensamiento y sentimiento, el paso del tiempo, la noche y la tristeza, una melancolía blanda que se proyecta en el espejo de la naturaleza, el recuerdo y  el atardecer, la levedad y lo impreciso, el gusto por todo lo que en este mundo / no tiene sonido ni eco, la identificación con la naturaleza -la nieve, la bruma o el mar- o con un jardín vacío atraviesan estos poemas marcados por la angustia y la desazón existencial, por una conciencia trágica del mundo que lo emparenta con Dostoievski, al que dedica uno de los poemas del libro , que termina así: 

lo que para nosotros hoy brilla como una suave luz 
para él fue un fuego doloroso.

¿Dónde ocultarme de las noches?, escribió en uno de sus poemas quien se veía como el hijo débil de una generación enferma, como un hombre desolado por el presagio de la muerte. 

Nada raro en alguien cuya vida quedó marcada por una dolencia cardíaca desde los cinco años. Cuando subía las escaleras de la estación de trenes de San Petersburgo murió de un ataque al corazón.

Santos Domínguez



04 octubre 2016

Paul Virilio. La administración del miedo


Paul Virilio.
La administración del miedo.
Traducción de Salvador Pernas Riaño.
Pasos Perdidos. Madrid, 2016.

Como un diálogo socrático con Bertrand Richard más que como una entrevista se plantea La administración del miedo, el libro de Paul Virilio que publica Pasos Perdidos con traducción de Salvador Pernas Riaño.

Con unos planteamientos que recuerdan a los que exploró narrativamente Isaac Rosa en El país del miedo, Virilio aborda en estas conversaciones la gestión del miedo como instrumento de control por parte del Estado y la importancia de la velocidad y de la inmediatez, porque el terror consagra la ley del movimiento y evita el pensamiento crítico en un mundo globalizado.

Un mundo sometido al hiperdesarrollo de la tecnología que nos conecta a una pantalla para observar la realidad, sustituye el mundo real por su simulación y suplanta la vida individual por la vida virtual en una sociedad cada vez más inmadura e infantil, “pues – escribe en el Prefacio Bertrand Richard- en una época no tan lejana hacerse mayor, llegar a ser adulto, significaba precisamente superar los miedos para entrar con más o menos valor y lucidez, o al menos aparentándolo, en el difícil periodo en que uno se convertía en un hombre. Para ser adulto había que liberarse de los miedos imaginarios, de las angustias que provienen de una confusa concepción del mundo, y dirigir la propia vida e incluso, en ocasiones, participar también en la elaboración del destino colectivo.
Por decirlo en pocas palabras, el miedo estaba mal visto. Era señal de un temperamento débil y de una falta de consistencia personal.”

Una sociedad hipermoderna que ha abolido las distancias espaciales y temporales y nos ha impuesto la velocidad de lo inmediato y la ansiedad de la actualidad permanente, porque así como la velocidad de los transportes achica las distancias y empequeñece el espacio, la velocidad con que se transmite la información anula el tiempo y nos sitúa en un presente irreflexivo, en un flujo simultáneo e ininterrumpido de imágenes que representan el presente.

Paul Virilio lo resume demoledoramente cuando afirma que la pérdida de realidad es un resultado del progreso y que el miedo es uno de los derivados de la velocidad.

Santos Domínguez

03 octubre 2016

Perro. Vida de Rainer María Rilke


Albert Roig.
Perro. 
Vida de Rainer María Rilke
Traducción de Antoni Cardona Castellà. 
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2016. 


¿Puedes calibrar conmigo la maravilla de “comprender” así a un perro que pasa (...), penetrar en el mismísimo centro del perro, en ese centro que lo ha hecho tal, en ese lugar de su interior en donde Dios habría podido sentarse, una vez terminado el perro, para descubrir sus primeras perplejidades, sus primeros hallazgos, asegurarse de que lo ha logrado, de que no le falta nada, de que no se podría haber hecho mejor... Podemos permanecer un momento en el centro del perro, a condición de estar en guardia y de saltar afuera antes de que su mundo no se vuelva a cerrar sobre nosotros; en caso contrario seríamos un perro en el perro, desaprovechados para todo lo demás, escribía Rilke el 17 de febrero de 1914 en una carta desde París a Magda von Hattinberg.

En esas palabras residen algunas claves fundamentales de la obra de Rilke y de la mirada del poeta al mundo. Y de ellas toma su título chocante la peculiar biografía de Rilke, tan intensa como inusual en su nada complaciente perspectiva crítica, que Albert Roig ha construido en Perro. Vida de Rainer María Rilke, que publica Galaxia Gutenberg con traducción de Antoni Cardona Castellà. 

Esa carta y la actitud sumisa que el poeta tuvo ante los poderosos y las mujeres que lo protegieron explican la persistencia de ese símbolo zoológico y doméstico en la vida y la obra de Rilke hasta convertirse en un emblema  porque la riqueza le interesaba y no le interesaba. Y la nobleza, la veneraba, para él la práctica de la poesía era una transfusión de sangre azul. Pretendía, así, ennoblecer su destino, de poeta y para Rilke amar a una mujer era escribirle cartas y más cartas y enviarle ramos y más ramos de rosas. Nadie ha escrito tantas cartas sobre la poesía y la vida y sobre el amor y la rosa y tantos inocuos cantos de amor, de antes del amor, como Rainer Maria Rilke. Fue rico en promesas. Y tal vez fuera el amante más fraudulento, acorazado tras la mentira del amor «heroico» de la mujer, el amor no posesivo /.../ Seguía por las calles a las mujeres bonitas con un ramo de rosas blancas en las manos, tierno y tembloroso como una hoja joven, y ellas reían, sabían que aquel hombre era el poeta Rainer Maria Rilke y que era dulce e indefenso, como un perrito sin collar, y se hacían amigas suyas, amigas blancas.

Y además, y eso explica la elección de la fotografía de portada, fue un niño desgraciado, hijo único, delgado, y muy nervioso, se consumía encerrado a solas en un piso triste. Su infancia no fue una infancia vivida sino soñada. En un retrato, es una criatura de cuatro años, viste falda, faralaes y cintas, a su lado hay un perrito faldero, dulce. Él decía que se adentraba en aquel perrito, es el niño solitario y enfermizo que vive enterrado en las bestias y en las cosas.

Esa mirada hacia el interior del personaje orienta esta biografía arriesgada y profunda que integra una variada documentación de fuentes primarias (poesía, relatos, cartas, fotografías) e imaginación creadora en un relato que convoca voces diversas y miradas cruzadas en torno a la figura de Rilke y al lugar donde se cruzan su vida y su poesía.

Una construcción crítica en la que Roig combina la interpretación y la  integración  de materiales muy diversos para articular una biografía heterodoxa e intensa, sorprendente y arriesgada de quien era dulce e indefenso como un perrito sin collar.

A pesar de que en ellas a veces el sarcasmo demoledor puede más que la ironía distante, estas páginas transmiten una sensación de realidad verosímil más aceptable en el fondo que alguna biografía hagiográfica de tan admirativa.

Perro traza la imagen en claroscuro de un letraherido pulcrisimo que siempre está despidiéndose de las mujeres a las que no puede amar: Ahora publican que todas lo veneraban; las mataba a todas, a las telefonistas de los hoteles, a las pintoras, a las actrices más bonitas, a las baronesas más picantes. Sólo una mujer sufrida y con carencias, como su esposa, Clara, o desesperada e histérica, como madame Albert o madame Klossowska, o una tuberculosa ucraniana que erraba por el mundo sin un céntimo en el bolsillo, o la veneciana más ingenua podían desear y podían soportar a este hombre caprichoso y volátil, deprimente y huraño, tacaño y vil. Lou Andreas-Salomé y Magda von Hattingberg se libraron de él a la primera ocasión.

Escrita con la fluidez narrativa de una novela, Perro ahonda, con un rastreo minucioso de la biografía de Rilke, en las luces y las sombras del personaje y en su plan calculado para construir su leyenda patética y su aura de misterio con máscaras que apuntan a un mismo centro y ocultan el núcleo vacío de quien va siempre en huida: de Múnich a un París angustioso, del Toledo del Greco a Capri, a la Selva Negra, a Venecia o a la torre de Muzot.

A partir de sus hospedajes frecuentes, de su relación peculiar con las mujeres, de las enfermedades y la búsqueda de protección de hombres poderosos o de laristócratas adineradas que lo admiran tanto como Marie von Thurn und Taxis, Roig propone también una antología esencial con muestras de algunos de los textos fundamentales de Rilke en sus distintas versiones al español. 

Santos Domínguez

30 septiembre 2016

Marta López Vilar. En las aguas de octubre

Marta López Vilar. 
En las aguas de octubre. 
Bartleby Editores. Madrid, 2016.

"Canta la muerte y es distinta su música", escribe Marta López Vilar al comienzo de Rito, el poema que abre su último libro En las aguas de octubre, que publica Bartleby Editores.

El mundo clásico y la geografía mediterránea del mito son los espacios reales y culturales en los que la autora proyecta su intimidad y su memoria a través de su mirada y su palabra. Una palabra poética que se convierte en medio de conocimiento de uno mismo y en una forma de consuelo y de iluminación en lo oscuro ante todo lo que huye.

Poesía como exploración, como búsqueda y recuento de las pérdidas, como indagación en la memoria y como salvación de esa primera persona que atraviesa el libro en busca de la revelación de sí misma en el otro y en lo otro: los misterios de Eleusis y los ritos órficos, Ovidio y Espriu, Orfeo y Píndaro, Calímaco y Marco Aurelio, Sophia de Mello y María Poliduri.

Entre el nunca y el después, esos son algunos de los referentes que articulan En las aguas de octubre, un libro que responde a una concepción sagrada y oracular de la poesía como iluminación y como expresión de los adioses, porque “escribir es despedirse”, como escribe en Las huellas.

Y por eso en este diálogo con el mito, con la literatura y el paisaje como espejos en busca de respuestas tienen una enorme importancia las figuras femeninas marcadas por la muerte o el abandono: Eurídice y Perséfone, Níobe y Nausicaa, Dido y Calipso, que se reflejan en el espejo de las aguas discursivas y temporales de estos poemas.

Unos poemas en los que la sabia matización del adjetivo marca el rumbo de un viaje a la luz desde la sombra y buscan en la levedad y el silencio un ámbito habitable, una lectura del mundo que aspira a ir más allá del desierto o del destierro que son los lugares del poeta. 

Entre una isla griega o el Etna, un efímero conjuro para eludir la muerte con el temblor del instante en la delicada tela de la vida o para fijar la arena del tiempo o del camino como en este espléndido Eurídice:

Quédate así un instante,
que esta luz que ahora me cubre
la memoria –ese paraje inhóspito y helado-
nunca convertirá en final lo que ahora brilla
como una lluvia débil cayendo de los árboles.

Es la prueba más hermosa
de estar vivos para siempre.
La única, tal vez.


Santos Domínguez


29 septiembre 2016

La mente participativa


Henryk Skolimowski.
La mente participativa.
Prólogo de Jordi Pigem.
Traducción de Juan Arnau y Su Lleó. 
Atalanta. Gerona, 2016.

Como el destello repentino de un relámpago en la oscuridad define Jordi Pigem la trayectoria de Henryk Skolimowski en el prólogo con el que presenta La mente participativa. Una nueva teoría del universo y del conocimiento, el volumen que publica Atalanta con traducción de Juan Arnau y Su Lleó. 

Escribe Jordi Pigem en ese prólogo: “Las viejas narrativas se derrumbaron y todavía no ha emergido una nueva. La ciencia explica muchas cosas, pero no nos da una visión del mundo completa y coherente que contribuya a dar sentido a nuestras vidas. La ciencia del siglo XX presuponía que somos el mero resultado de combinaciones accidentales de átomos en un universo sin sentido. Algo que, intuitivamente, casi todos sabemos que es falso. Lo sabemos intuitivamente y lo vamos corroborando a medida que emerge un nuevo paradigma científico, holístico y posmaterialista. Pero este nuevo paradigma todavía no ha generado una nueva narrativa suficientemente completa, capaz de orientarnos acerca de quiénes somos y qué hacemos aquí, en el mundo.Porque esa tarea no corresponde a la ciencia sino la filosofía. 
Pero la filosofía contemporánea parece que se ha resignado a la ausencia de visión global y de sentido. Buena parte de la filosofía del último medio siglo ha sido un chapotear en la ciénaga del nihilismo.”

Y este libro de Henryk Skolimowski (Varsovia, 1930) es una respuesta a esa crisis en forma de nuevo proyecto intelectual que tiene como centro el impulso integrador de la mente participativa. 

Un proyecto que explora los vínculos entre la filosofía y la ciencia, que fueron inseparables entre los presocráticos antes de un proceso emancipador en el que la ciencia siguió vinculada a la filosofía como filosofía natural antes de convertirse en una disciplina diferenciada a partir del racionalismo y el positivismo.

Se empieza a perfilar así una nueva propuesta, la filosofía ecológica, que sería el tercero de los proyectos del pensamiento occidental. Tras la filosofía griega y su carácter iluminador y prometeico; tras el fracaso del proyecto fáustico de la ciencia y la tecnología que se imponen en el pensamiento occidental a partir del siglo XVII y de Newton, la filosofía ecológica se alza como una tercera propuesta basada en la visión de la mente participativa, con una mirada global y abarcadora que construye el mundo a medida que lo conoce  y con una concepción del conocimiento como construcción cultural constituyente de la realidad. 

Frente a la mirada materialista y a la crisis del pensamiento objetivista y tecnológico, la propuesta de Skolimowski es la expresión de un renacimiento espiritual, una respuesta a la idea de la realidad como algo objetivo que existe independientemente de nosotros y una negación de las teorías que conciben la mente humana como una realidad individual y aislada.

Porque la idea de la mente participativa pone en cuestión la concepción moderna del mundo y de nuestra relación con él: no somos espectadores sino coautores y partícipes de un universo de relaciones en el que todo está interconectado en una realidad en la que nada existe sin la participación de la mente. De esa manera, el mundo no es el resultado de una mera suma de objetos y fenómenos sino un entramado complejo de relaciones que conectan la realidad, no algo preexistente o independiente de nosotros, sino el resultado del diálogo que establecemos con ella.

Parménides lo intuyó con lucidez cuando escribió “sin mente no hay mundo” y en el prólogo que ha escrito para la edición española de este libro, Skolimowski concluye: “Nuestra vida es la creación de nuestra mente. Debemos reconocer que esa vida es la creación de una mente participativa, que habita y actúa en un universo participativo.” 

Ante la crisis del conocimiento absoluto con el que soñó la ciencia moderna desde Newton, esta propuesta de una nueva teoría del conocimiento tiene tanto de epistemología como de cosmología, pues recompone las relaciones entre la mente y la realidad y propone una nueva representación del mundo.

Una teoría cosmológica que cierra el círculo que abrieron los presocráticos y conecta con ese espíritu integrador de lo objetivo y lo subjetivo, de la ciencia y la filosofía, de lo material y lo espiritual en su exploración unitaria de las relaciones de la conciencia con la realidad. 

Esta propuesta integradora hace una síntesis de la iluminación y el análisis a través de esa filosofía participativa que “supone darse cuenta de que creamos el universo a nuestra imagen: somos la imagen del universo que, al crearnos, quiere reflejarse a sí mismo en aquello que ha creado.”

Santos Domínguez

28 septiembre 2016

Roberto Bolaño. 2666


Roberto Bolaño.
2666.
Alfaguara. Barcelona, 2016.

Con la publicación de la póstuma y monumental 2666, la mejor novela de Roberto Bolaño y la más radicalmente comprometida con la realidad y el rigor estilístico, inaugura la editorial Alfaguara la Biblioteca Roberto Bolaño, en la que se recogerá la obra completa del escritor chileno, incluidos tres inéditos: la novela El espíritu de la ciencia ficción, un libro de cuentos y otro que recopilará la totalidad de su poesía.

Para una parte importante de la crítica, 2666 es la novela que ha ejercido una influencia más decisiva en el panorama de la novela reciente en español. Es, desde luego, una de las novelas más ambiciosas y logradas de las últimas décadas. Su transcendencia va más allá de las fronteras del idioma y en Estados Unidos ha obtenido abundantes reconocimientos de la crítica dessde su traducción en 2008.

Como en todo relato canónico, en el principio eran la palabra, el viaje y la búsqueda del misterioso Benno von Archimboldi, aspirante al Nobel. Al fondo de la trama, los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez, el desierto de Sonora y un repaso a la historia de un siglo XX fecundo en desastres.

La parte de los críticos, La parte de Amalfitano, La parte de Fate, La parte de los crímenes y La parte de Archimboldi son las cinco secciones que integran esta novela de novelas, porque Bolaño planeaba editar sus cinco partes en cinco libros, a razón de uno por año. Finalmente, los herederos y el editor consideraron preferible la edición en un solo volumen, al que en esta reedición se añade un apéndice con la reproducción facsímil de los apuntes de Roberto Bolaño para la escritura de 2666.

Desde su aparición en 2004, esta ambiciosa novela.    traza una ineludible línea fronteriza en los modos de narrar, porque cierra el ciclo de la novela del siglo XX mediante la condensación de sus características, y abre el camino de la novela del siglo XXI.

Literatura en estado puro, ejercicio de virtuosismo narrativo y alegoría del horror contemporáneo, 2666 es una de esas obras torrenciales que, como dice Amalfitano, uno de los personajes fundamentales, “abren caminos en lo desconocido.”

Una obra monumental, una catedral inabarcable, llena de luz y de misterio, de presencias y ausencias, de silencios y sombras. 

Y hay que entrar en ella para asombrarse de la altura de las bóvedas de esta cima literaria y bajar a su criptas y descender a las simas de la crueldad, a ese oasis de horror en medio de un desierto de aburrimiento que evocó Baudelaire y que invoca la cita inicial de esta novela impresionante por tantas razones.

No es la menor de ellas que este sea el testamento literario y vital de Roberto Bolaño.

Santos Domínguez

26 septiembre 2016

José María Arguedas. El Sexto


José María Arguedas.
El Sexto.
Prólogo de Fernando Iwasaki.
Edición de Elena Buterini y Gastón Segura.
Drácena. Madrid, 2016.


Entre 1937 y 1938 José María Arguedas estuvo preso ocho meses como consecuencia de las protestas estudiantiles en apoyo de la II República española y contra la visita de un representante de la Italia fascista a la universidad peruana.

De esa experiencia carcelaria en El Sexto, el penal limeño del que tomaría título más de veinte años después, surgiría en 1961 su cuarta novela, que acaba de recuperar Drácena con edición de Elena Buterini y Gastón Segura.

“Comencé a redactar esta novela en 1957; decidí escribirla en 1939”, escribe Arguedas en el pórtico de esta novela que publicó entre Los ríos profundos y Todas las sangres, quizá su mejor novela. 

Y justamente esa distancia de veinte años entre la experiencia carcelaria y su reconstrucción novelística le permite a Arguedas distanciarse y abrir el objetivo de manera que el valor autobiográfico, incluso el propósito testimonial o la voluntad de denuncia no ocupan el primer plano de su significado. Hay, sí, una potente base autobiográfica y hay análisis políticos, pero además recorre toda la obra una reflexión sobre la condición humana.

Porque El Sexto tiene en su condición de novela corta una intensidad que permite una lectura simultánea en tres niveles cuyo centro es el recinto carcelario, un microcosmos conflictivo que representa metafóricamente la situación de Perú durante la dictadura del general Benavides, como señala Fernando Iwasaki en el prólogo –“Poder y ternura en El Sexto”- que ha escrito para esta plausible recuperación de la novela de Arguedas.

Narrada en primera persona por Gabriel, alter ego de Arguedas, El Sexto refleja desde la perspectiva de un estudiante idealista sin militancia la conflictiva relación entre apristas y comunistas, presos políticos de partidos prohibidos en el Perú de la época. 

Con un enfoque más emocional que ideológico, más inclinado a lo ancestral que a lo político, y a través de la relación y las conversaciones con su compañero de celda el minero indio Cámac, se aborda no sólo ese conflicto entre los opositores a la dictadura, sino una interpretación del hombre y de la sociedad, desde un reducido espacio interior que es reflejo de la realidad exterior.

Y al hilo de ese enfrentamiento, emergen otras relaciones conflictivas: entre lo indígena y lo criollo, entre la cultura quechua y la castellana, entre lo interior y lo exterior, entre  los presos comunes y los presos políticos, entre la brutalidad animal y el sentimiento, con la prosa consistente de un narrador eficaz y con unos diálogos creíbles y vivos, como los personajes que pueblan esta novela.

Santos Domínguez

23 septiembre 2016

Bonnefoy. La larga cadena del ancla. La hora presente



Yves Bonnefoy. 
La larga cadena del ancla.
La hora presente.
Edición bilingüe.
Traducción y prólogo de Enrique Moreno Castillo.
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2016.


¿Qué son esos peñascos, esa arena? Son Ítaca.
Sabes que están allí la abeja y el olivo,
y la esposa leal y el viejo perro,
pero mira, el agua brilla negra bajo tu proa.

¡No, no mires más esta ribera! 
Sólo es tu pobre reino. Tú no vas 
a tender la mano a ese hombre que eres,
tú, que no tienes ya tristeza ni esperanza.

Pasa, defrauda. ¡Que huya por tu izquierda! 
Mira que para ti se ahonda ese otro mar, 
la memoria que asedia al que quiere morir.

¡Sigue! Mantén el rumbo hacia la otra 
ribera baja, allá. Donde, en la espuma, 
juega aún el niño que tú fuiste aquí.

Ese texto, Ulises pasa ante Ítaca, es uno de los Casi diecinueve sonetos –casi diecinueve y casi sonetos- que forman parte de La larga cadena del ancla, el libro de poesía de Ives Bonnefoy que publica en edición bilingüe, junto con La hora presente, Galaxia Gutenberg con traducción y prólogo de Enrique Moreno Castillo.

Sobrevuelan ese poema dos de los temas vertebrales de la poesía de Bonnefoy: el mar y la noción de límite, a los que aludía así en El territorio interior:

Es verdad que el mar favorece mi ensoñación, porque asegura la distancia, y significa, para los sentidos, la plenitud vacante; pero ocurre de una forma no específica, y veo que los grandes desiertos, o la trama, desierta también, de las rutas de un continente, pueden ocupar la misma función, que es la de permitirnos errar, aplazando por mucho tiempo la mirada que a todo abraza, y renuncia. /.../ Pero es así como olvidamos los límites, que son la potencia, sin embargo, de nuestro ser en el mundo.

Bonnefoy es un poeta fundamental de la poesía europea del último medio siglo, cuya obra la recorre una mirada integradora, al paisaje y al interior de sí mismo, en busca de la armonía y de un territorio verbal luminoso que se convierte en eje y meta de su escritura.

Publicados en 2008 y 2011, La larga cadena del ancla y La hora presente son, en palabras de Enrique Moreno Castillo en su prólogo, “frutos de una fecunda ancianidad” y “constituyen el tramo final de una aventura poética que se halla entre las más importantes de nuestra época.”

En La larga cadena del ancla se unen en un conjunto amplio y armónico la meditación existencial y la materia biográfica, las referencias culturales del arte y la literatura, los viajes y la música o los mitos para expresar la relación del poeta y el hombre con el mundo.

En cuanto a La hora presente, más breve y más urgente, más directa y más intensa, refleja la experiencia diaria del poeta y la funde con los recuerdos que iluminan la realidad bajo una luz desconocida. A ese libro pertenece este espléndido poema, Desciende del caballo:

Desciende del caballo y le ofrece la copa 
del adiós. Y le pregunta a ella adónde va 
y por qué debe hacerlo. Leo este poema ajeno, 
lo reescribo, lo transformo. “Amigo mío, 

la dicha ajena me ha sonreído en esta tierra. 
¿Adónde voy? Busco en estas montañas 
el silencio, la paz del corazón. Esta es mi patria, 
nunca más vagaré lejos de ella. 

¿Va tranquilo mi corazón hacia su hora? 
Pero mira, esta tierra que amamos ha vuelto a florecer, 
es primavera, está otra vez como nueva,

alrededor las cimas vuelven a ser azules. 
¿Voy a decirte adiós? ¡No, que por siempre, 
por siempre susurre el agua, reflorezca la hierba!”

La poesía se convierte así, como en toda la obra madura de Bonnefoy, en revelación y refundación del mundo por medio del lenguaje. Así lo resume en el texto que cierra el volumen: Y palabras, todo eso, palabras, pues en verdad, compañeros, ¿qué otra cosa poseemos? Palabras que se encorvan bajo nuestra pluma, como insectos aniquilados en masa, palabras con grandes espinas que nos despellejan, palabras que arden bruscamente, y tenemos que aplastar ese fuego con nuestras manos desnudas, no es fácil.

La de Bonnefoy es poesía en busca de sentido, de ordenación del mundo en el encuentro con el otro y consigo mismo, poesía como territorio de encrucijada y de incertidumbre, poesía atravesada por una interrogación persistente sobre el tiempo y la memoria, a través de la mirada y la palabra y desde la afirmación de la vida y la conciencia de finitud que recorre la obra de Bonnefoy.

Y a esas claves responden también estos dos libros, que en más de un sentido representan la cima, el punto de llegada de un escritor que mantiene en ellos la esperanza en la lengua y la poesía como elementos de transformación de la realidad, porque la poesía –como ha dicho alguna vez- hace que pasemos del espíritu de posesión, impulsor de equívocos y guerra, al deseo de participación simple y directa en el mundo.

Santos Domínguez

21 septiembre 2016

Los últimos días de Adelaida García Morales


Elvira Navarro.
Los últimos días 
de Adelaida García Morales.
Literatura Random House. Barcelona, 2016.

“Adelaida arrastraba una leyenda de mujer muy rara, complicada, misteriosa, secreta, hipertímida, delicadísima, melancólica, depresiva, autodestructiva, escurridiza y un montón de cosas más, y había muchas zonas oscuras en su biografía.”

Con ese torrente de adjetivos explicaba Luis Alegre en un podcast –“La necrológica de Adelaida García Morales”- la personalidad opaca de la autora de El Sur o El laberinto de las sirenas, a los pocos días de su muerte.

Ese texto se reproduce en el epílogo de Los últimos días de Adelaida García Morales, el libro de Elvira Navarro que publica Literatura Random House cuando se cumplen dos años de su desaparición.

En ese podcast se cuenta por primera vez la anécdota de la que surge este libro: Adelaida García Morales va a solicitar a una delegación municipal una ayuda de 50 euros para poder ir en autobús a Madrid a visitar a su hijo y para quedarse una noche en una pensión.

Justamente con esa visita comienza la novela: 

Una mujer se presenta en el despacho de la concejala. Es un cuarto desabrido, con tres ceniceros sobre una repisa de obra y varias estanterías atiborradas de cartapacios y libros cuyo tema es el propio municipio, hoy convertido en una ciudad dormitorio. Hay desde publicaciones del cronista local hasta un volumen de leyendas comarcales, pasando por un poemario infantil de una maestra jubilada que cuenta cómo los Reyes Magos llegan al pueblo para alegrar el árbol de Navidad de los hogares humildes.
La mujer que tiene ahora delante parece una pobre. No va sucia, pero algo en ella luce largamente descuidado, como la fachada de un edificio cuya pintura se deja caer. Se adivina que los moradores de esa finca aún tratan de convertir su interior en un hogar, aunque también puede colegirse, por el temblor de las luces que vierten las ventanas, que alguno se mete en la cama sin calefacción y sin cena.
A la concejala, en su mesa sobria y pintada muchas veces del mismo color marrón (las capas de pintura desprendida trazan discretas gargantas en cuyos pliegues va acumulándose el polvo), le abruman las pilas de papeles colocadas a su izquierda y derecha. Se lleva una mano a la frente antes de dirigirse a esa señora de aspecto descompuesto.
—¿Qué desea?
—Soy Adelaida García Morales.

Las cosas no fueron exactamente así, aunque el fondo del asunto no varió mucho. Convertida casi en uno de esos personajes aislados y misteriosos que habitan sus novelas, aquella mujer descuidada y obesa, irreconocible si se la compara con las delicadas formas de su juventud, moriría unos días después, el 22 de septiembre de 2014, en Dos Hermanas, sin poder haber hecho ese viaje para el que solicitaba aquella ayuda.

En torno a su figura misteriosa y desquiciada se organizan Los últimos días de Adelaida García Morales, una obra de ficción eficaz y verosímil, no una crónica biográfica, que Elvira Navarro articula narrativamente en torno a dos ejes: la concejala que la recibe en su despacho y la realizadora de un documental que convoca a tres personajes -tres testigos no cercanos,  sino periféricos- que la conocieron: la madre de un compañero de colegio de su hijo, el psiquiatra que la atendió en su centro de salud y una amiga de la infancia.

Santos Domínguez