18 marzo 2011

Jaccottet. El paseo bajo los árboles


Philippe Jaccottet.
El paseo bajo los árboles.
Traducción de Rafael-José Díaz.
Cuatro Ediciones. Madrid, 2011

El suizo Philippe Jaccottet (Moudon, 1925) es uno de los poetas fundamentales de la literatura contemporánea en francés. Gran parte de su obra ha sido traducida al español por Rafael-José Díaz, experto traductor y poeta que se ha encargado también de preparar la edición de El paseo bajo los árboles, un conjunto de prosas cruciales para entender el mundo ético y estético de Jaccottet que acaba de publicar Cuatro Ediciones.

En El paseo bajo los árboles, un libro de 1957 que amplió en 1961 y que estaba inédito en español, Philippe Jaccottet escribe un intenso y fecundo tratado de ignorancia y de incertidumbre y ofrece las claves de la profundidad de su mirada poética y de su tono verbal, un tono bajo y de una misteriosa hondura, como sabe quien haya leído su poesía.

La necesidad de escribir estos textos la explica el poeta en estas palabras: a partir de cierto momento ya no pude conformarme con escribir poemas; tuve que intentar comprender esas emociones y la relación que las unía a la poesía. Se había apoderado de mí cierta curiosidad, que me hizo escribir los pocos textos que siguen, y que tal vez me haga escribir otros, nunca se sabe.

Los capítulos de El paseo bajo los árboles persiguen la delimitación del misterio de la experiencia poética, son un asedio a la incertidumbre de la forma, tanteos en la sombra e incursiones en el espacio de la sorpresa de la palabra, la percepción y el conocimiento.

Jaccottet se mueve en ellos entre la indagación en la realidad, la alucinación febril y la lucidez crítica del poeta consciente del territorio que pisa, de ese espacio compartido con otros visionarios como Novalis, Hölderlin o Rilke, tres poetas alucinados cuya palabra potente también miró a la cueva del origen y a la belleza efímera.

Se busca en ellos la entrada en el enigma de la luz, que guía la mano del poeta; la misma luz que vio Hölderlin y que irradia desde el interior de las cosas; una búsqueda de la transparencia en el río y en los pájaros, en el árbol, las montañas y la luna.

Y a través de intuiciones de lo imperceptible y de los tanteos en la oscuridad se produce la revelación de la imagen, y el sueño se convierte en puerta de acceso al poema y a la belleza que brilla en la extrema contradicción; en la contradicción llevada hasta el enigma y hasta un enigma que, si lo pensamos, debe parecernos también una locura: alas de mariposa, semillas, miradas...

Entre la reflexión y la duda, las indagaciones en el interior de sí mismo y la mirada hacia el paisaje, los textos de Jaccottet trazan un itinerario lleno de idas y venidas, un trayecto poético no lineal, sino elíptico, espiral y curvo.

Como en el resto de la obra de Jaccottet, conviven en estas prosas – esenciales para entender la leve tonalidad poética y la honda mirada de su autor- el saber y el no saber, en una actitud que oscila entre el sondeo en lo inefable y la aspiración a la exactitud expresiva . Una actitud que recuerda el no saber sabiendo de los místicos españoles del Renacimiento y que se resumía en textos como El ignorante, que empezaba con este verso: A medida que envejezco, crezco en ignorancia.

La edición se complementa con una detallada cronología que recorre la vida y la obra de Jaccottet y con un iluminador diálogo de 1991 entre el poeta y Jean Roudaut. Allí también encontrará el lector invitaciones a la lectura de la poesía de Jaccottet y destellos como la percepción de que en el poema la luz del mundo se transparenta del modo más puro.

Santos Domínguez

16 marzo 2011

Marsé. Caligrafía de los sueños

Juan Marsé.
Caligrafía de los sueños.
Lumen. Barcelona, 2011.

Así es como imaginamos al ángel de la historia. Vuelto hacia el pasado. Donde vemos una cadena de acontecimientos, él ve una única catástrofe que no hace más que amontonar escombros ante sus pies. El ángel desearía quedarse, despertar a los muertos y recomponer lo que se ha venido abajo.

Con esa cita memorable de Walter Benjamin sobre el ángel de la historia, un texto escrito a propósito del inquietante cuadro de Paul Klee, encabeza Juan Marsé su última novela, Caligrafía de los sueños, que publica Lumen.

Y esas palabras, como la muchacha que mira en la fotografía de cubierta hacia atrás igual que el ángel, explican la voluntad rememorativa, el trabajo de Marsé con esos materiales de derribo - de los que habló Rafael Chirbes y que evocaba Benjamin al final de la cita- y la mirada del novelista hacia un mundo que fue suyo en la infancia y la adolescencia y que ya no existe más que como paisaje mental y como ámbito de su narrativa.

En la Barcelona de posguerra, en el Barrio de Gracia, a lo largo de la calle Torrente de las Flores que va de Travesera de Dalt a Travesera de Gracia, transcurren las vidas en vía muerta de unos personajes que se evaden de la realidad en el Cine Selecto, en el Salón Verdi o en tabernas como el Rosales, personajes que conviven con las ratas azules que hacen guardia sobre los luceros y con sotanas tan negras como las ratas.

Cuarenta y seis esquinas son demasiadas para una calle como esa, en la que las oscuras existencias de los personajes consuelan sus fracasos en el refugio de los sueños que ofrecen las sesiones dobles del cine de barrio, en las aventis y en las contorsiones de bailarinas excéntricas.

Personajes en busca de la felicidad que son observados por su autor con una mirada compasiva que recuerda mucho a la de Cervantes. Y es que esta novela, que recapitula los temas y los ambientes más significativos de Marsé e incorpora muchos rasgos autobiográficos en la figura adolescente de un Ringo Kid que ya aparecía en Si te dicen que caí, es quizá su obra más cervantina, no sólo por esa mirada piadosa, sino por el impulso evasivo que otorga a perdedores como Matarratas o Abel Alonso, que usan la fantasía para huir de una realidad gris y se sobreponen a ella a base de sueños o de conspiraciones.

Ese impulso vincula entre sí a los personajes de Caligrafía de los sueños tanto como el ambiente compartido del barrio, pero de una manera más profunda. Porque esta es una historia sobre el amor de la señora Mir y sobre una carta perdida de Abel Alonso, pero también es un retrato de Ringo Kid como artista adolescente, una novela de formación en la que se funden memoria y fabulación, realidad e imaginación en torno a un rasgo característico de la novela desde su fundación cervantina como género moderno: el conflicto entre el individuo y el mundo, entre la realidad y el deseo.

Como ocurre también en la materia sonámbula que Ridruejo captó en las aventis, esta es una novela visual en su origen y en su desarrollo (Yo trabajo con imágenes, no con ideas, ha dicho reiteradamente Marsé), una obra construida con la palabra, la memoria, la fabulación y con una mirada casi cinematográfica que huye por igual de la nostalgia y de la distancia para situarse en un territorio narrativo en el que la imaginación derrota a la dura realidad de los perdedores.

Es el mismo territorio de la trilogía Si te dicen que caí, Un día volveré y Ronda del Guinardó, con personajes que vienen de esas novelas, de algunos de sus cuentos o de El embrujo de Shanghai, en cuyo comienzo el capitán Blay, que también anda por las páginas de Caligrafía de los sueños, evocaba esos sueños juveniles que se corrompen en boca de los adultos.

Es ese jardín de verdad con ranas de cartón en el que el novelista ha cifrado su técnica de trabajo y que intuye Ringo-Marsé en el primer capítulo: lo inventado puede tener más peso y solvencia que lo real, más vida propia y más sentido, y en consecuencia más posibilidades de pervivencia frente al olvido.

Caligrafía de los sueños es también -como el resto de su obra- un ajuste de cuentas de Marsé con su pasado. Un ajuste de cuentas hecho no desde el rencor, sino desde la necesidad de explicarse un mundo y una época a lo largo de catorce capítulos y un epílogo encabezado por esta significativa cita de Joseph Roth: Todo lo que crecía requería mucho tiempo para crecer. Y todo lo que desaparecía necesitaba mucho tiempo para ser olvidado.

Cuando toma conciencia de esa obligación moral del testigo, Ringo-Marsé afila su lapicero y empieza a anotar en una libreta la melodía de las palabras que ahora vuelven.

Las anota para que tarden mucho en ser olvidadas. Porque esa, la de mantener la memoria, es junto con la invención de los sueños, una de las funciones de la literatura.

Santos Domínguez

14 marzo 2011

La siesta de M. Andesmas


Marguerite Duras.
La siesta de M. Andesmas.
Traducción y prólogo de Amelia Gamoneda.
Demipage. Madrid, 2011.

Aunque había salido del camino con paso vivo, el perro se hizo el remolón bordeando el precipicio. Olió la luz gris que cubría la llanura. En esa llanura había cultivos que rodeaban un pueblo, ese pueblo, y numerosas carreteras partían de él rumbo a un mar mediterráneo.

En ese paisaje, visto desde lo alto de una casa solitaria en el bosque, sitúa Marguerite Duras La siesta de M. Andesmas, una espléndida novela corta que publicó en 1962 y que reedita Demipage con traducción y prólogo de Amelia Gamoneda.

Un bosque, un valle, un monte, un pueblo y el mar al fondo. Y en el centro de ese paisaje, Andesmas (acrónimo de tres apellidos de amantes de la autora: Antelme, Des Forêts y Mascolo), un anciano en el duermevela de la siesta mientras espera al contratista Michel Arc.

Pasan por allí, en la tarde caliente de junio, un perro rojo, y luego la hija y la mujer del contratista que no llega. Desde el pueblo suben las notas de una canción (Cuando las lilas florezcan para siempre). Suena la vida allá abajo y Andesmas, entre el sueño y la vigilia, espera en silencio y mira, entre la plenitud de la tarde luminosa y la sombra creciente de un haya, el abismo que tiene delante de la casa.

No pasa nada. Inmóvil en un sillón de mimbre, Andesmas dormita en un tiempo dilatado en el que convergen el presente, el pasado y el futuro, y en un espacio impreciso que es el de un paisaje real entre Saint-Tropez y Gassin, pero sobre todo el de la conciencia, el deseo y la incertidumbre.

Hablar de las perspectivas narrativas, de las convergencias temporales, de los cambios de voz y de otros rasgos propios de la estética del nouveau roman sería lícito, pero limitaría la excepcional grandeza de esta novela corta, su enorme profundidad lírica, la potencia verbal de sus páginas.

Está aquí en su plenitud turbadora lo que Vila-Matas llamó gran poesía de la nada y estimulante tratado de poesía de las incertezas. Porque en La siesta de M. Andesmas, como en la poesía, no pasa nada y pasa todo.

Pasa todo en la conciencia del anciano que espera que vuelva el tiempo, que las lilas florezcan para siempre, sobrecogido frente al precipicio y ante una vida que se desmorona. Y pasa todo, intensamente, en la conciencia del lector atrapado por su inquietante y perturbadora intensidad verbal y emocional.

La inmovilidad del relato es la inmovilidad de Andesmas, pero sobre todo la de su tonalidad y su fuerza lírica, igual que su tensión emocional y verbal tienen más de la poesía que la narrativa, como la abolición del tiempo y la ausencia de acción en el espacio solitario que comparten el lector, el autor y el personaje.

Pocas veces se encontrará el lector con una obra de intensidad tan sostenida como esta, en la que el tiempo, la conciencia y el abismo se abren bajo una luz cada vez más etérea, con el protagonismo absoluto de la palabra en una novela imborrable a la que no le sobra ni le falta nada. Una obra de arte absoluta.

La traducción de Amelia Gamoneda, a la altura de un original tan exigente como la mejor poesía.

En 2004 se estrenó una adaptación cinematográfica (L'Après-midi de monsieur Andesmas) que dirigió Michelle Porte. Como sucede con las obras excepcionales, pese a la sensibilidad de la directora, pese a la excelente interpretación de Michel Bouquet y de Miou-Miou, la película está muy por debajo de una novela tan irrepetible como La siesta de M. Andesmas.

Santos Domínguez

11 marzo 2011

La palabra iluminada de Manuel Padorno


Manuel Padorno.
La palabra iluminada.
(Antología 1955-2007)

Edición de Alejandro González Segura.
Cátedra Letras Hispánicas. Madrid, 2011.


Atravesé la puerta. Al otro lado
no estaba el mundo. Ya, todo distinto.
Por lo que tuve que empezar siquiera
a descifrarlo. ¿Qué se parecía?
Nada. Absolutamente nada. Nunca.
Para nombrarlo como era, entonces
debía utilizar otro lenguaje
(que deberé aprender), y es por lo que
trazo unos signos, formo algunas letras,
vuelvo palabras lo que vi, sabiendo
que con ellas no puede referirme
con toda exactitud a aquello, el otro
lugar en donde entré, donde salí
hasta ver, borroso, lo invisible.

Esos versos, de Entrada al desvío, forman parte de Desvío hacia el silencio y resumen el sentido de la poesía y la creación del poeta y pintor canario Manuel Padorno (1933-2002), uno de esos autores inclasificables que fueron coetáneos de los más conocidos poetas del grupo de los 50.

Poetas como Antonio Gamoneda, Luis Feria, Mª Victoria Atencia, Ángel Crespo, Félix Grande, Fernando Quiñones, Paca Aguirre o César Simón, por citar sólo a algunos, porque la nómina podría alargarse con muchos nombres más de poetas excelentes que hicieron su particular camino de perfección en solitario.

A estos poetas que afrontaron al margen de grupos su aventura poética a través de un mapa que les llevó a alcanzar su propio tono de voz, los manuales y las antologías los suelen confinar a los márgenes del canon, aunque su obra esté a la altura de los canónicos Claudio Rodríguez, Jaime Gil de Biedma, Ángel González o José Ángel Valente, que era, por cierto, el que señalaba que donde acaba el grupo empieza el poeta.

De esa aventura estética, de esa búsqueda de un mundo poético propio que se justifica en sí misma tanto como en sus hallazgos da cuenta La palabra iluminada, la reciente y extensa antología Manuel Padorno que Cátedra Letras Hispánicas publica con introducción, selección y notas de Alejandro González Segura.

La palabra iluminada recorre el proceso creador de Padorno desde el inicial Oí crecer a las palomas hasta los póstumos Canción atlántica y Edenia. Medio siglo de poesía que intenta “llegar hasta el desvío, desvelar la realidad”, como señalaba el poeta en las palabras preliminares de su antología personal La guía.

Manuel Padorno fue un poeta en el que la insularidad iba más allá del rasgo biográfico y de su hábitat. Afecta a la misma esencia de su razón poética. Porque la poesía de Padorno proyecta una mirada comprensiva a la realidad, es una constante búsqueda de lo invisible, del otro lado, una indagación en lo infrecuente por parte de quien se veía a sí mismo como un nómada que convoca la epifanía de la luz o como un sacerdote revelador de lo oculto o lo etéreo: La lámpara que rueda en mí, tan torpe, /también alumbra lo desconocido.

La luz, el mar, el agua, el viaje con la palabra hacia la revelación de otra realidad, hacia esa Edenia de su último libro, son algunas de las constantes temáticas de una poesía que se mueve en el filo de la oralidad y el hermetismo, entre el tono coloquial y la elaboración gongorina.

Su poética atlántica, minuciosamente analizada en la introducción por Alejandro González Segura, conecta a Padorno con el tercer Juan Ramón, el de Lírica de una Atlántida, en un deseo común de descubrir otra realidad, de expresar lo inefable, de escribir desde el otro costado o desde el otro lado.

La luz y la palabra que se resumen en el título de la antología son una constante en quien como Padorno era pintor además de poeta. De hecho, para la viñeta de la portada se ha elegido un acrílico sobre lienzo, Nómada marítimo, que resume el mundo del poeta, tan marcado por la mirada, la luz y la iluminación de la palabra.

Sobre esa línea luminosa que une su poesía con su pintura escribía Manuel Padorno en su conferencia Una lectura distinta del mundo a través de la pintura y la poesía (1995):

El motivo principal tanto de mi pintura como de mi poesía, desde siempre, es desvelar el mundo exterior, ir penetrando y fijando una nueva lectura del mundo, lo que yo llamo el “afuera”, fundamentado principalmente en el tema de la luz y del mar. Así surge el nomadeo de la luz, el “Árbol de luz”, la “Gaviota de luz”, “El vaso de luz”, la “Pirámide de luz”, “La luna del mediodía”, “La carretera del mar”, etc. Se trata de crear una mitología, una cosmología atlántica, canaria, basada en el mundo invisible, en lo que no se ve, en lo que se desconoce, en lo que se ignora.

Un mundo poético que podría resumirse en estos versos que cierran la Sextina del vaso de luz:

El solitario tiene un vaso de agua
en sus manos (la orilla de la playa)

donde bebe la llama de la luz.


Santos Domínguez

09 marzo 2011

Goncharov. El mal del ímpetu

Iván Goncharov.
El mal del ímpetu.
Traducción y notas de Selma Ancira.
Minúscula. Barcelona, 2011.

¿Han leído ustedes, muy señores míos, o por lo menos han oído hablar de ese extraño mal que antaño padecieron los niños tanto en Alemania como en Francia y que no tiene nombre ni ha quedado registrado en los anales de la medicina? Se trataba de una dolencia que creaba en ellos la necesidad imperiosa de subir al monte Saint Michel (creo que en Normandía).

En vano los desesperados padres intentaban disuadirlos: la mínima resistencia a sus enfermizos deseos traía consigo penosísimas secuelas: la vida de los niños comenzaba a extinguirse poco a poco. Sorprendente, ¿no?

Sorprendente, sí, la potencia con la que arranca El mal del ímpetu, la novela corta que Iván Goncharov escribió en 1838. La acaba de publicar Minúscula en su serie Paisajes narrados con traducción y notas de Selma Ancira.

Y si sorprendente es el comienzo, aún lo es más el desarrollo de este agilísimo relato sobre la actividad compulsiva de paseantes enloquecidos que ataca a la familia Zúrov cuando llega la primavera a Petersburgo.

Una narración tan ágil como esta familia de hiperactivos a quienes cuando llega el buen tiempo una fuerza irresistible los expulsa de la ciudad. Y entonces se lanzan a vadear los ríos, se sumergen en los pantanos, se abren paso por entre tupidos matorrales cubiertos de espinas, trepan a los árboles más altos; ¡cuántas veces se han caído, se han precipitado en abismos, se han hundido en el lodo, han tiritado de frío e incluso, qué horror, han padecido hambre y sed!

Es la otra cara de Oblómov, la famosa novela sobre la indolencia que Goncharov escribió veinte años después en torno a la pasividad patológica de aquel inolvidable y excéntrico personaje. Un personaje que tiene su obvio antecedente en Nikon Ustínovich Tiazhelenko, un acostado que desempeña un papel narrativo esencial en El mal del ímpetu.

Algún raro y contagioso mecanismo de transitividad hace que el lector aborde este relato -ligero y profundo a la vez- con la misma compulsión epidémica de los protagonistas de esta obra, que, como Oblómov, tiene la inteligencia y el humor sutil de los clásicos, que dicen siempre más de lo que dicen.

Santos Domínguez

07 marzo 2011

Juan Goytisolo. Guerra, periodismo y literatura

Juan Goytisolo.
Obras completas VIII.
Guerra, periodismo y literatura.

Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores. Barcelona, 2010.

¿Qué puede conducir a un escritor entrado en la sesentena y que además odia las guerras, como es mi caso, a intervenir como testigo en algunos de los conflictos más duros de la pasada década, conflictos cuyas vicisitudes y consecuencias se prolongan de una forma u otra hasta el día de hoy? Si algunos corresponsales y periodistas lo hacen por amor al riesgo, por una apuesta consigo mismos o, más prosaicamente, para ganarse el pan, yo no me reconozco en ninguna de estas tres variedades profesionales. Mis guerras y conflictos nacionales, religiosos o étnicos fueron distintos: me involucré en ellos por razones éticas y culturales, por un afán de conocer y dar a conocer una verdad forzosamente parcial, como todas las verdades del mundo, pero ajena a la forjada con manipulaciones y amaños por los medios de comunicación de masas: los canales de la televisión global y las principales agencias informativas.

Ese párrafo, que abre el prólogo de Paisajes de guerra, de Juan Goytisolo, resume los motivos intelectuales y los impulsos éticos que llevaron al novelista a implicarse en algunos de los conflictos bélicos que han marcado las últimas décadas.

Conflictos culturales y guerra de palabras se titula significativamente ese prólogo de uno de los siete libros que recoge el octavo volumen de las Obras completas de Juan Goytisolo que está publicando Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores.

Guerra, periodismo y literatura incluye sus escritos más comprometidos, como los dedicados a sus crónicas de viaje a territorios en guerra como Bosnia-Herzegovina y Chechenia. Unos textos que, más allá de su valor como testimonios periodísticos, se integran a la perfección en el corpus literario de Goytisolo, que explica esa vinculación en el mismo prólogo:
A lo largo de mi vida me he esforzado en combinar lecturas y experiencias, asentar éstas en aquéllas y avanzar a tientas por una senda ignota: la que conduce del testimonio crudo y siempre parcial de la realidad exterior a la verdad literaria de la ficción, el trecho que va del Cuaderno de Sarajevo al rompecabezas o conjunto de elementos dispersos que el lector cómplice deberá relacionar para abrirse paso por el territorio cervantino de la duda y de una complejidad laberíntica en la que se ve atrapado: la de mi novela El sitio de los sitios.

Disidencia, testimonio y denuncia recorren libros como De la Ceca a la Meca, Paisajes de guerra: Sarajevo, Argelia, Palestina, Chechenia, Pájaro que ensucia su propio nido, Fronteras sur, Diálogos sobre la desmemoria, los tabúes y el olvido, El Lucernario: la pasión crítica de Manuel Azaña y Contra la sagradas formas.

De la Ceca a la Meca tiene como origen los guiones de la serie de televisión que se tituló Alquibla, en la que Goytisolo reflejó la variedad y la extensión de la cultura islámica, sus ritos, su arquitectura y sus tradiciones desde Tánger hasta Samarcanda en un itinerario que discurre a través de Irán y Turquía, Egipto y Jordania, Uzbekistán y Mali, Argelia y Marruecos.

El horror por el genocidio en los Balcanes y la indignación frente al silencio cómplice de Occidente ante matanzas como la de Srebrenica quedaron reflejadas en su imprescindible Cuaderno de Sarajevo, donde Juan Goytisolo fue testigo directo del cerco de la ciudad por los serbios.

Pero no es el único escenario conflictivo que aparece en el libro: del Magreb al Cáucaso, la guerra civil de Argelia en el vendaval, la devastación sistemática del territorio palestino o el asedio de Chechenia por los rusos son otros ejemplos de conflictos sanguinarios en los que chocan el mundo oriental y el occidental y dos tradiciones, la musulmana y la cristiana.
Las crónicas de guerra y los ensayos que analizan la realidad cultural del mundo islámico tienen como base la experiencia personal de Juan Goytisolo, sus viajes y sus lecturas sobre los fundamentalismos religiosos, ideológicos y nacionalistas de diverso signo.

Y en torno a esas mismas preocupaciones giran los ensayos de Pájaro que ensucia su propio nido, escritos a lo largo de más de treinta años, aunque hay en ellos un espectro más amplio de preocupaciones. Por ejemplo, el más antiguo de los textos es un artículo sobre Franco con motivo de su muerte, (In memoriam F.B.B.) y el más reciente, de 2007, trata del feminismo y la misoginia.

Este octavo volumen de la obra completa de Juan Goytisolo incorpora abundantes materiales dispersos en publicaciones periódicas, textos que hasta ahora no habían sido recogidos en libro. Por ejemplo, Fronteras sur es un título nuevo que incorpora los artículos de El peaje de la vida, un libro del año 2000, y añade otros anteriores y posteriores a esa fecha. Hay entre ellos un nexo temático: las migraciones del sur al norte, sus causas sociopolíticas y culturales y los problemas que generan esos flujos migratorios en los países de acogida y en zonas muy concretas y bien conocidas por Juan Goytisolo, como Almería.

El Lucernario: la pasión crítica de Manuel Azaña es la expresión del reconocimiento a su figura reformista y a su impulso modernizador, contra el que se cebó la intolerancia de la España reaccionaria: Con anterioridad a su fulgurante carrera política, Azaña había denunciado una y otra vez la identificación de la causa española con la causa católica; la instrumentalización de la historia al servicio del mito; la supuesta necesidad de cerrar filas, predicada por la ortodoxia españolista, contra las conjuras del enemigo; el culto a la verdad establecida e incólume. Los pilares del sentimiento nacional, advertía, se asentaban en bases muy frágiles: la ignorancia de los hechos y un afán exterminador apenas suavizado por la evolución de los conocimientos y las costumbres (...) El gran crimen de Azaña fue así el de proponer unas formas de convivencia a una sociedad todavía inmadura para ellas y en un contexto internacional claramente desfavorable.

Contra las sagradas formas, que incorpora una sección nueva sobre la discontinuidad cultural española, recoge un conjunto de ensayos, artículos y conferencias recientes que tienen como hilo conductor la mirada crítica sobre las verdades admitidas en el terreno de la historia y la literatura, la defensa de lo heteroxo, del mestizaje y de los saberes no rentables.

Las vicisitudes del relato histórico y el magisterio de Américo Castro, el universo de La Mancha y la defensa de Cervantes contra sus admiradores olvidadizos, el laberinto y el círculo como emblemas de Las mil y una noches y la cultura del relato oral, Jean Genet y el Próximo Oriente, la palabra poética como experiencia abisal en San Juan de la Cruz, María Zambrano y Valente, la ejemplaridad de Octavio Paz...

A través de esos y otros temas, Juan Goytisolo dialoga críticamente con las muy diversas tradiciones de las que se han nutrido su obra y su experiencia vital. La literatura, la política y la estética recorren unas páginas de rigor afilado en las que se afrontan los temas centrales de su producción: la revisión crítica de la historiografía oficial española, la reivindicación de un Cervantes heterodoxo y casi contemporáneo, el elogio del conocimiento desvinculado del beneficio o la cultura oral.

La leyenda jacobea, una lectura polisémica del Arcipreste de Hita en la plaza Xemaá-El-Fná, Blanco White, Kundera o Grass se convierten en ejes de una recopilación que culmina en el elogio del saber desinteresado y en el reflejo de una reflexión literaria y humana desde la distancia de la vejez y la libertad.

Una parte sustancial de los textos de Guerra, periodismo y literatura son aproximaciones al mundo islámico desde distintas perspectivas, textos ensayísticos o periodísticos que, como subraya el propio Goytisolo desempeñan un papel seminal en el ámbito de mi creación literaria.
Juan Goytisolo ha ido construyendo una sólida obra creativa que es paralela a su reflexión crítica sobre la sociedad, la historia y la literatura. Dos actividades inseparables que se manifiestan en estos textos que permiten explorar la relación que hay entre sus artículos periodísticos y su obra narrativa.

Santos Domínguez



04 marzo 2011

Cavafis. Poesía completa


C. P. Cavafis.
Poesía completa.
Traducción de Pedro Bádenas de la Peña.
Alianza Literaria. Madrid, 2011.

Cuando de pronto, a medianoche, se oiga
pasar invisible un báquico cortejo
con músicas maravillosas, con vocerío -
tu fortuna flaqueante, tus obras
fallidas, los sueños de tu vida
que salieron todos vanos, no los llores inútilmente.
Como dispuesto desde hace tiempo, como un valiente,
despide, despide a Alejandría, que se aleja.
Sobre todo no te engañes, no digas que fue
un sueño, que tu oído te engañó;
no te acojas a tan vanas esperanzas.
Como dispuesto desde hace tiempo, como un valiente,
como te cabe a ti, que de una ciudad tal mereciste el honor;
acércate resuelto a la ventana
y escucha conmovido, mas sin
súplicas ni lamentos de cobarde,
como goce postrero los sones,
los maravillosos instrumentos del místico, báquico cortejo
y despide, despide a la Alejandría que tú pierdes.

Lo contaba Plutarco en sus Vidas paralelas: Antonio supo una noche en Alejandría que el dios familiar le había abandonado a su suerte ante Octavio. Sobre ese momento, que va más allá de la anécdota histórica y se convierte en metáfora del hombre que asume con valentía conmovida su destino mortal, Cavafis escribió en 1911 El dios abandona a Antonio, uno de los grandes poemas del siglo XX.

Fue el primer poema de Cavafis que se tradujo al inglés, y E. M. Forster, que evocó al poeta por las calles de Alejandría, utilizó sus versos como eje de un magnífico libro sobre la ciudad (Alexandria: A History and Guide, 1922).

Un poema que ha deslumbrado a generaciones de lectores, a Cernuda ("me parece una de las cosas más definitivamente hermosas de que tenga noticia en la poesía de este tiempo”), a Gil de Biedma o a Leonard Cohen, que se inspiró en este poema memorable para escribir una de sus canciones más prodigiosas, Alexandra Leaving.

En ese poema se pueden resumir las claves fundamentales de la poesía de Cavafis: en primer lugar, Alejandría, la ciudad helenística, la capital del recuerdo –como la definió Forster-, portuaria, decadente y cosmopolita en la que nació y murió el poeta el mismo día, el 29 de abril (1863-1933).

Y en torno a esa referencia troncal, a esa ciudad en la que se cruzan el pasado y el presente y la historia antigua con el destino personal, crece una poesía elegiaca en la que la historia es una metáfora del presente, un ingrediente fundamental de la escritura. Cavafis decía “soy un historiador-poeta” y con frecuencia un personaje de la antigüedad -Juliano el Apóstata, Nerón, Antíoco, Herodes Ático, César- o el recuerdo de un episodio histórico le sirven para hablar sin patetismo del destino, del viaje, la soledad, la destrucción del tiempo o de su homosexualidad, como en este Me fui:

Nada me ató. Me liberé de todo y me fui.
A placeres que, medio reales,
medio soñados, rondaban en mi alma,
me fui en la noche iluminada.
Y de los más fuertes vinos bebí, como
del que beben los héroes del placer.

En aquella Alejandría en la que convivían tres culturas: la griega, la egipcia y la británica, Cavafis escribió casi toda su obra en griego, pero marcó de forma decisiva la literatura anglosajona, de Durrell a Eliot, de Forster a Auden. Pocos poetas tendrán tantos poemas recordables y tan intensos como Ítaca (Ten siempre a Ítaca en tu mente./ Llegar allí es tu destino), otro poema de 1911, como Idus de marzo (Teme, alma mía, la grandeza) o los más antiguos Murallas (Sin sentirlo, fuera del mundo me cercaron) o La ciudad, el poema que Cavafis prefería de entre los suyos, que se cerraba con estos versos desolados:

No hallarás nuevas tierras, no hallarás otros mares.
La ciudad te seguirá.
Vagarás por las mismas calles.
Y en los mismos barrios te harás viejo;
y entre las mismas paredes irás encaneciendo.
Siempre llegarás a esta ciudad. Para otra tierra -no lo esperes-
no tienes barco, no hay camino.
Como arruinaste aquí tu vida,
en este pequeño rincón,
así en toda la tierra la echaste a perder.

La Poesía completa de Cavafis que publica Alianza Literaria, con traducción, prólogo y notas de Pedro Bádenas de la Peña, reúne 305 textos. Además de los 154 poemas “canónicos” seleccionados por el propio poeta, otros 151 que presentan el corpus poético completo del autor alejandrino en una edición imprescindible.

Santos Domínguez

02 marzo 2011

Eduardo Berti. Lo inolvidable


Eduardo Berti.
Lo inolvidable.
Páginas de Espuma. Madrid, 2010.

En el territorio indefinido y movedizo que separa o comunica lo real y lo fantástico se sitúan los once relatos que Eduardo Berti (Buenos Aires, 1964) ha reunido en Lo inolvidable, que publica Páginas de Espuma.

Muy distintos en tonalidad y enfoque narrativo, en su mirada a la realidad y en su desenlace, los cuentos de Lo inolvidable tienen en común, además de su pericia literaria y su cuidado lenguaje, la insistencia en temas como la memoria y la soledad, la literatura, la identidad y el olvido.

Hay más rasgos que unen estos relatos con un sutil hilo que los recorre. Por ejemplo, la incursión inquietante de lo fantástico en lo cotidiano, de lo desconocido en lo rutinario, y la presencia constante del secreto en el fondo de su trama, porque todos estos cuentos contienen un secreto sumergido que emerge en el desenlace en forma de sorpresa, en un inesperado giro final.

Un padre y un hijo camino de la escuela, una dentadura postiza que cobra vida propia para recitar versos de Aleixandre sobre los dientes, el diario de una lectora compulsiva y metódica de diarios, una carta vendida, la retrospectiva de un cineasta, las formas de olvido de un músico abandonado por la música, la experiencia del exilio... son algunos de los temas de estos relatos.

Con puntos de partida muy distintos, con narradores externos o desde la perspectiva de la primera persona, con finales cerrados –casi todos- o abiertos, la versatilidad del cuento permite integrar en su estructura materiales tan distintos como el diario, la carta o el programa de mano de una filmoteca.

Con Borges y Cortázar al fondo, con biografías inventadas, con filmografías y grabaciones musicales apócrifas y con erudiciones ficticias, los relatos de Lo inolvidable convocan en sus variados planteamientos, en su diverso desarrollo y en su intensidad literaria la detallada narración realista y el elemento fantástico inesperado, lo familiar y lo sorprendente, la imaginación y la observación, la experiencia y la literatura.

Así se entiende que Berti ponga al frente del libro esta cita de Luciano de Samósata, un precursor de la literatura fantástica: en una sola cosa seré veraz: en decir que miento.

Toda una propuesta estética para los relatos de este libro. Algunos de ellos –La carta vendida, Formas de olvido o Lo inolvidable- hacen honor al título y difícilmente se borrarán de la memoria del lector.

Santos Domínguez

28 febrero 2011

Zola. Las tres ciudades




Émile Zola.
Lourdes.
Introducción de Juan Bravo Castillo.
Traducción de Julio Gómez de la Serna.
Cabaret Voltaire. Barcelona, 2010.

Émile Zola.
Roma.
Traducción de Miguel Gadea Vernalte.
Cabaret Voltaire. Barcelona, 2009.

Émile Zola.
París.
Introducción de Juan Bravo Castillo.
Traducción de Julio Gómez de la Serna.
Cabaret Voltaire. Barcelona, 2008.


Mi punto de partida —escribía Zola al crítico Van Santen Kolff a propósito de su novela Lourdeses el examen de esa tentativa de fe ciega en medio del cansancio de este fin de siglo. Hay reacción contra la ciencia y es un intento de retorno a la creencia del siglo X, a esa creencia de los niños que se arrodillan y rezan, sin previo examen. Imagine a los miserables enfermos a quienes los médicos han abandonado: no se resignan, apelan a un poder divino, imploran para que éste les cure, contra las propias leyes de la naturaleza. Tal es el llamamiento al milagro. Y, yendo más allá, mi opinión es que la humanidad es hoy día una enferma que la ciencia parece condenar y que se arroja a la fe en el milagro por pura necesidad de consuelo.

Los últimos años del siglo XIX fueron cruciales en la historia social, política y cultural de Europa. En plena crisis de la razón y del pensamiento positivista, se produjo una apertura de la filosofía, el arte y la literatura hacia procesos irracionalistas a la vez que la gente, desorientada, buscaba refugio y consuelo en fenómenos religiosos y manifestaciones paranormales.

Zola, que había nacido en 1840, era en ese problemático final de siglo el novelista más relevante de la literatura europea junto con Tolstói, con el que le une por esos años una tendencia común a la utopía socialista y a una espiritualidad renovada.

En ese ambiente de crisis concibe Zola su novela Lourdes, la primera de la serie Las tres ciudades. Como las otras dos, se publicó por entregas antes de aparecer en forma de libro en 1894. A ella se sumarían luego con cadencia bienal, en 1896 Roma y en 1898 París, que completaba la trilogía.

Las tres novelas están unidas por un mismo protagonista, el abate Pierre Froment, uno de los más acabados caracteres de la obra novelística de Zola, un personaje representativo de aquel fin de siglo de crisis de creencias y convulsiones sociales. Además de esa función estructural de eje que unifica las tres novelas, el protagonista es portavoz de Zola y su propia trayectoria encarna las contradicciones entre razón y fe que agitaron la transición conflictiva de un siglo a otro.

El lector español reconocerá en él un antecedente del San Manuel Bueno unamuniano, una figura que a la vista de las siguientes líneas quizá le deba más a Zola que a Kierkegaard:

Sacerdote sin creencias, velando por las creencias de los demás, sirviendo casta y honradamente su profesión, con la tristeza altiva de no haber podido renunciar a su inteligencia como había renunciado a su carne de enamorado y a su ensueño de salvador de los pueblos, permanecía al menos en pie, con una grandeza solitaria y arisca. Y aquel negador desesperado, que había tocado el fondo de la nada, conservaba una actitud tan elevada y tan grave, aromada de una bondad tan pura, que en su parroquia de Neuilly tenía fama de ser un santo amado de Dios, cuyas oraciones conseguían milagros. Era el modelo; sólo tenía el gesto del sacerdote, sin el alma inmortal, como un sepulcro vacío en el que no quedase ni siquiera la ceniza de la esperanza; y mujeres dolorosas, parisienses que derramaban lágrimas, lo adoraban, besaban su sotana; y una madre torturada, que tenía a su hijo en la cuna en peligro de muerte, suplicaba que pidiese su curación a Jesús, segura de que Jesús se la concedería, en aquel santuario de Montmartre, donde llameaba el prodigio de su corazón encendido de amor.

La voluntad de reflejar la totalidad de lo real da lugar a un análisis de las peregrinaciones a Lourdes como un fenómeno complejo en el que conviven la superstición milagrera, la mercadería y la comprensión compasiva hacia quienes buscan consuelo en esas manifestaciones. En Lourdes pasó Zola varias temporadas, que le dejaron tan confuso e impresionado que empezó a redactar la primera novela de la serie como una forma de poner orden en su perplejidad. El resultado fue una novela en la que expresó su “simpatía crítica” con quienes peregrinaban a la gruta de los milagros.

El tono de la novela se resume en su último párrafo:

Por encima del París inmenso se alzaban unas humaredas lejanas, emanaciones rojizas que ascendían como ligeras nubéculas, la respiración difusa y volátil del coloso que estaba entregado a su trabajo. Era París con sus forjas; París con sus pasiones, sus luchas y sus sordos rumores de tempestad, su vida ardiente en perpetua gestación del porvenir. El tren blanco, el tren lamentable de todas las miserias y de todos los dolores penetraba en él a gran velocidad, lanzando con mayor agudeza todavía la fanfarria lacerante de sus silbidos. Los quinientos peregrinos y los trescientos enfermos iban a diluirse en él, iban a caer otra vez en la dura calzada de sus vidas, saliendo de aquel sueño prodigioso que acababan de hacer, hasta el día en que la consoladora necesidad de un nuevo sueño los empujase a empezar otra vez la eterna peregrinación al país del misterio y del olvido.

No hay en Lourdes ningún ataque hiriente a aquel montaje, pero aun así fue inmediata la inclusión de su opera omnia en el Índice de libros prohibidos por la iglesia.

La siguiente novela de la serie, Roma, fue en gran medida una consecuencia de la anterior. La ingenuidad de Zola viajó a Roma para intentar convencer a la curia vaticana de su buena voluntad. El intento terminó en fracaso, pero le suministró material de primera mano para enfrentar la religiosidad reformista que defiende el abate y los intereses del Vaticano sobre el telón de fondo de la ciudad eterna, que vive la contradicción permanente entre el pasado glorioso y el presente miserable, entre el cristianismo y la democracia, entre el arte y el crimen.

Frente a esas dos ciudades que representan el pasado, París es la capital civilizadora que mira hacia delante, el sueño del futuro, pero también un lugar de enormes contrastes, en donde coexisten la miseria de los bajos fondos y el lujo de los salones aristocráticos o los ambientes selectos del placer y el consumo. Lo resumía el propio Zola en un anuncio que había escrito para la prensa:

París es un estudio humano y social de la gran ciudad. En el marco dramático de una conmovedora historia de ayer y de hoy, se agitan la inmensa muchedumbre, los dichosos y los hambrientos, todos los mundos: el mundo del trabajo manual, el mundo del trabajo intelectual, el mundo de la política, el mundo de las finanzas, el mundo de los ociosos y del placer.

Con excelentes prólogos de Juan Bravo Castillo y espléndidamente editadas por Cabaret Voltaire, las tres novelas de la serie constituyen uno de los momentos más altos de la novela decimonónica. Porque en esta trilogía está el Zola que mejor resiste el paso del tiempo, el de pensamiento más complejo y desprovisto de certezas y prejuicios, el que revisa su visión del mundo y sus métodos narrativos para dar respuesta a los interrogantes que clausuraban una época y abrían nuevos caminos.

Y aunque técnicamente la trilogía responde a las características del Naturalismo, por su voluntad totalizadora, su preferencia por el mosaico colectivo o su ímpetu documental sobre la realidad inmediata, Zola ha abandonado a estas alturas el pesimismo naturalista y descartado la caridad cristiana y la rabia anarquista para convertirse en un apóstol de la utopía socialista y defender la justicia social a través de esta trilogía esperanzada, reivindicativa y contemporánea de su Yo acuso sobre el affaire Dreyfus.

En Las tres ciudades está la plenitud del maestro de la novela que anticipa en medio siglo algunas de las propuestas narrativas de la novela social y la técnica conductista: el protagonismo colectivo, la reducción de ambientes y la concentración temporal, la preferencia por los espacios abiertos o la voluntad de representación significativa de la realidad mediante unos movimientos de masas que anticipan las películas de Griffith o de Abel Gance.

Santos Domínguez

25 febrero 2011

Fernando Beltrán. Donde nadie me llama


Fernando Beltrán.
Donde nadie me llama.
(Poesía 1980-2010)

Prólogo de Leopoldo Sánchez Torre.
Hiperión. Madrid, 2011.

Treinta años después /y el frío de la edad a las espaldas, escribe Fernando Beltrán (Oviedo, 1956) en Aniversario, el último de los Poemas rebeldes, que recogen textos escritos desde 1992 y no incluidos en sus libros anteriores.

Los versos finales de Aniversario (Y si esto era la estancia de la vida /esta casa es contigo) cierran también el volumen Donde nadie me llama (Hiperión), que recopila la poesía escrita por Fernando Beltrán a lo largo de estos treinta años.

En 2001 se publicaba la antología El hombre de la calle. Diez años después, también con un prólogo de Leopoldo Sánchez Torre sobre la poesía indiscreta de Fernando Beltrán, esta recopilación reúne en un libro “una de las aventuras poéticas más estimulantes e imprescindibles de las últimas décadas”, en palabras del prologuista.

Desde Aquelarre en Madrid hasta El corazón no muere Fernando Beltrán ha ido construyendo una poesía urgente y elaborada, interrogativa y vital, alucinada y comprometida. Y siempre exigente desde el punto de vista ético y poético.

Esa doble exigencia es el resultado de una poesía figurativa y urbana, elaborada desde la experiencia y planteada como forma de escrivivirse, como fusión de escritura y vida. La libertad expresiva y la potencia metafórica de su lenguaje componen una compleja estética de lo sencillo, en palabras de su autor.

Las calles y los bares de Madrid, los interiores y los exteriores, la mirada hacia dentro y hacia fuera de un yo lírico que es “un hombre a secas,” contradictorio y frágil, crítico y autocrítico; la conciencia del tiempo, la angustia y la ironía, lo íntimo y lo público son los ejes temáticos y los lugares en los que transcurre la poesía nocturna de Aquelarre en Madrid y las tardes de invierno, las noches y los cines de Gran Vïa.

En los dos libros la ciudad es un manicomio de prisas, una jungla de acero sin sentido en la que el desasosiego y la soledad se proyectan en las barras de los bares, en los suburbios, en los sueños fracasados o en el metro. Estos poemas urbanos basan gran parte de su creatividad lingüística en la sorpresa verbal de la metáfora y en la ruptura de las frases hechas.

Entre los dos libros, Ojos de agua fue una emotiva evocación nostálgica de la infancia, de los juegos, los recreos y los charcos, los cromos y los recortables: No hay vértigo más hondo / que un mirar sin ser vistos / por el niño que fuimos.

Desde la vocación de sombra del poeta, Fernando Beltrán ha seguido alternando en toda su obra la poesía entrometida y crítica con una temática íntima que recorre la infancia, el amor o la muerte.

Y así, El gallo de Bagdad ( Cantó el gallo en mitad del bombardeo) es una crítica, abierta o irónica, pero implacable, del poder bélico a través de unos textos escritos desde la conmoción provocada por la barbarie de la aviación de los civilizadores (Murió como una bala. /Aún no sabe que ha muerto.)

Tras dos libros (Amor ciego y Bar adentro) que tienen como centro el amor y en los que explora su mundo emocional a la luz de las palabras (El deseo sin fin / de la mujer poema), Fernando Beltrán ofreció en Parque de invierno una visión conmovida de la muerte de su padre (Ver al fondo la muerte de mi padre. / Correr. / No poder alcanzarla.) La intensidad emocional de ese libro se expresa a través de unos poemas en los que el despojamiento verbal contribuye a subrayar la hondura de su desolación.

Con La semana fantástica Fernando Beltrán volvía al tema de la ciudad para realizar una síntesis de crítica e intimidad del hombre urbano que bucea en su complejo mundo emocional. Es el hombre a secas, yo que recoge en su expresión madura las claves de su tonalidad poética, como en el espléndido Premio Nobel, que termina con estos versos en un bar de Madrid: donde anónima y muda la poesía / que no viene en los libros / aparece de pronto tras la barra /de una historia cualquiera, /en cualquier parte.

El corazón no muere, que se publicó hace cinco años, cierra hasta ahora la obra de Fernando Beltrán. En ese libro, atravesado por la presencia apremiante del tiempo y por un tono sombrío, figura este poema, una de sus cimas creativas, un texto que podría resumir con su excepcional altura expresiva y su lucidez el canon poético, el universo temático y el compromiso ético de su autor:

la voz de los poetas,
los que aventan palabras, los que tejen la piedra,

los que avivan los grifos del incendio y se lavan los dedos
en sus llamas, los que esculpen espejos como arterias
y echan bloques de azúcar en los campos
minados de la sangre, los que sueñan cuchillos

y atraviesan el filo de las noches con un pie en la galerna
y otro quieto en el barro de las casas natales, los que llaman
a voces a los botes, y callan luego al borde del rescate
y ven cómo se aleja la ambulancia pasándoles de largo,
los que atizan cometas y hurgan calmas y confunden

las rayas de las cebras con las rayas de un tigre,

el galope de un pez con la espina de un árbol,
los que tienen siempre hambre, los saciados, los que buscan
sinfín y al fin se abocan como dientes de leche
condenados al tránsito, los que arrojan palomas

a sus pozos y arena a sus paraguas, los que no
se conforman, los pálidos la miel los contagiados,
los que nunca se rinden, los que mueren de pie bajos los cascos

de los mismos caballos que inventaron, los que arengan

al poema con sus tropas, verso a verso ordenadas
y engañan luego al mundo con sus banderas blancas,

los que imantan las brújulas de lluvia
y al calor de la herrumbre, una noche de perros

inventaron el don de las metáforas.

Santos Domínguez

23 febrero 2011

Clásicos Linceo


Teofrasto.
Caracteres.
Edición de Alberto Nodar.
Cátedra. Clásicos Linceo. Madrid, 2010.



Teognis.
Elegías (Libro I).
Edición de Esteban Calderón Dorda.
Cátedra. Clásicos Linceo. Madrid, 2010.


Sentado en compañía de otros, su especialidad es hablar del que se ha levantado y acaba de irse, y una vez que coge carrerilla no cortarse de poner verde ni a sus familiares. Habla a menudo mal de sus propios amigos y familiares, incluso de los muertos.

Esas líneas tienen dos mil quinientos años de antigüedad y de actualidad. Describen al maledicente, uno de los treinta Caracteres que definió Teofrasto, el que hablaba como Dios, que eso significa textualmente el apelativo que le otorgó su maestro Aristóteles a Tírtamo de Lesbos, que vivió en el siglo IV a. C.

Fue uno de los escritores más admirados de la antigüedad. Sucedió a Aristóteles como director del Liceo peripatético, heredó su biblioteca y el amor a Nicómaco.

Escribió mucho y bien, aunque la mayor parte de su obra se ha perdido. Significativamente, uno de sus campos de interés fue la zoología. Y entre la zoología y la ética se mueven estos Caracteres, un clásico que no perdido actualidad porque en estos veinticinco siglos la especie no ha evolucionado demasiado. El adulador, el pesado, el paleto, el caradura, el fabulador, el gamberro, el arreglalotodo, el grosero o el cobarde siguen siendo variedades frecuentes que además tienen una frecuente facilidad para hibridarse y convivir en un mismo sujeto.

Los publica Cátedra en su colección Clásicos Linceo en edición bilingüe, con traducción y notas de Alberto Nodar, que recuerda en su introducción la influencia de Teofrasto sobre La Bruyère o Elias Canetti.

Dos siglos antes que Teofrasto, Teognis había escrito una ética y una poética del desengaño en su libro I de las Elegías.

Dirigidas a Cirno, su joven amante, su amplitud temática sobrepasa los límites del canto funerario para criticar la falsedad de las relaciones sociales, advertir del peligro de los excesos etílicos o lamentar la fugacidad de la juventud, la necedad y la ingratitud.

Sus dísticos están marcados por el sentimiento del tiempo y por un estoicismo tan extremo como el de esta estrofa:

De todas las cosas la mejor para los humanos es no haber nacido ni llegar a ver los rayos del ardiente sol, y una vez nacido, cruzar cuanto antes las puertas del Hades y yacer tumbado bajo un montón de tierra.

La traducción es de Esteban Calderón Dorda, que se ha encargado de preparar, prologar y anotar la edición bilingüe de las Elegías de Teognis, también en Clásicos Linceo.

Santos Domínguez

21 febrero 2011

Los sinsabores del verdadero policía


Roberto Bolaño.
Los sinsabores del verdadero policía.
Anagrama. Barcelona, 2011.


Para Padilla, recordaba Amalfitano, existía literatura heterosexual, homosexual y bisexual. Las novelas, generalmente, eran heterosexuales. La poesía, en cambio, era absolutamente homosexual. Dentro del inmenso océano de esta distinguía varias corrientes: maricones, maricas, mar-iquitas, locas, bujarrones, mariposas, ninfos y filenos. Las dos corrientes mayores, sin embargo, eran la de los maricones y la de los maricas. Walt Whitman, por ejemplo, era un poeta maricón. Pablo Neruda, un poeta marica. William Blake era maricón, sin asomo de duda, y Octavio Paz marica. Borges era fileno, es decir de improviso podía ser maricón y de improviso simplemente asexual. Rubén Darío era una loca, de hecho la reina y el paradigma de las locas (...) Cernuda, el querido Cernuda, era un ninfo y en ocasiones de gran amargura un poeta maricón, mientras que Guillen, Aleixandre y Alberti podían ser considerados mariquita, bujarrón y marica respectivamente.

Los lectores de Roberto Bolaño reconocerán en este párrafo que abre el primer capítulo de Los sinsabores del verdadero policía (Anagrama) la inolvidable taxonomía poética que aparecía en Los detectives salvajes.

No es el único caso. Cuando llegue al episodio del sorche sevillano en la División Azul, reconocerá el texto de Otro cuento ruso, de Llamadas telefónicas; el recuerdo de la violación de Rimbaud y la cita que lo evoca le devolverán a otro episodio de Los detectives; los escritores bárbaros son los de Estrella distante

Porque Los sinsabores del verdadero policía, a la que Roberto Bolaño se refería ya en una carta de 1995 como MI NOVELA, contiene materiales, personajes (Amalfitano, el exiliado chileno, su hija adolescente Rosa), lugares (Santa Teresa, Sonora) y situaciones que se fueron integrando en su obra de madurez (Estrella distante, Los detectives salvajes, 2666), pero además de ese carácter seminal ofrece abundantes textos inéditos del mejor Bolaño.

Los sinsabores del verdadero policía es una novela póstuma que Roberto Bolaño había empezado a escribir en los ochenta y que siguió redactando y revisando hasta su muerte. Un Bolaño tan familiar como imprescindible, avisa J. A. Masoliver Ródenas en su espléndido prólogo Entre el abismo y la desdicha.

Familiar e imprescindible por su práctica del humor paródico, de la literatura dentro de la literatura, por la acumulación de materiales fragmentarios que forman un rompecabezas en el que el lector tiene un papel decisivo para detectar la presencia de escaleras secretas, pasillos y ventanas que comunican estos textos con el resto de la obra de madurez de Bolaño.

A los lectores de Bolaño les importará poco si estos textos dispares y provisionales iban a formar parte de un proyecto autónomo, si se asimilaron parcialmente en 2666, si los había aparcado definitivamente o si constituyen una novela inacabada, pero no incompleta –como advierte el prologuista- con un nivel de calidad similar a las cimas narrativas de Bolaño.

Ese es un territorio abonado para la duda y la hipótesis filológica. Lo que no admite dudas es que estas páginas, signifiquen lo que signifiquen en el conjunto de la obra de su autor, son una antología del Bolaño maduro, libre y potente, un itinerario por la mejor literatura del brujo contador de historias que mantiene prendido al lector y lo introduce en un mundo en el que la escritura y la lectura se convierten en diversión en estado puro.

Lo demuestran páginas tan divertidas como el casting de un biopic sobre Leopardi para el que se eligen actores como Vargas Llosa, Blanca Andreu, Vila Matas, Jorge Herralde, Josefina Aldecoa, Martín Gaite, Muñoz Molina, Cela, Juan Goytisolo, Javier Marías, Marsé o Martín de Riquer. O la agudeza humorística de las Notas de una clase de literatura contemporánea, con un ranking de poetas que establece desde el más lúcido o el más gordo hasta el peor compañero de borrachera o el que mejor haría de gángster en Medellín o en Hong-Kong.

Pero también páginas de altísima calidad como esta, que justifican una obra entera:

¿Y qué fue lo que aprendieron los alumnos de Amalfitano? Aprendieron a recitar en voz alta. Memorizaron los dos o tres poemas que más amaban para recordarlos y recitarlos en los momentos oportunos: funerales, bodas, soledades. Comprendieron que un libro era un laberinto y un desierto. Que lo más importante del mundo era leer y viajar, tal vez la misma cosa, sin detenerse nunca. Que al cabo de las lecturas los escritores salían del alma de las piedras, que era donde vivían después de muertos, y se instalaban en el alma de los lectores como en una prisión mullida, pero que después esa prisión se ensanchaba o explotaba. Que todo sistema de escritura es una traición. Que la poesía verdadera vive entre el abismo y la desdicha y que cerca de su casa pasa el camino real de los actos gratuitos, de la elegancia de los ojos y de la suerte de Marcabrú. Que la principal enseñanza de la literatura era la valentía, una valentía rara, como un pozo de piedra en medio de un paisaje lacustre, una valentía semejante a un torbellino y a un espejo. Que no era más cómodo leer que escribir. Que leyendo se aprendía a dudar y a recordar. Que la memoria era el amor.
Santos Domínguez

18 febrero 2011

Gimferrer. Rapsodia


Pere Gimferrer.
Rapsodia.
Seix Barral. Barcelona, 2011.

Cuanto pueda decirse –en cualquier sentido- respecto al poema lo dice ya, a su modo, el poema mismo, escribe Pere Gimferrer en la nota que abre Rapsodia (Seix Barral), el libro que escribió en seis días de escritura inspirada, entre el 25 y el 31 de enero de 2010.

Durante unos meses de corrección acabó de perfilar este poema unitario articulado en diecisiete movimientos en los que el diseño musical y la metáfora se convierten en instrumento para reflejar el mundo y para evocar la vida (cuando lo que viví se convierte en metáfora).

La juventud baldía y solitaria, el amor y la literatura, París y Bagdad como ciudades vividas o soñadas, la pintura y la música, la temporalidad, el cine y la poesía son algunas de las constantes temáticas que recorren unos textos en los que la vida se filtra a través del recuerdo y el tamiz de la cultura en una llamativa síntesis de experiencia vital y artística que reúne a Matisse y Góngora, a Browning y Apolo.

Una síntesis que convoca en el mismo poema una pelota de pingpong con Caronte, un balón de goma con Tiépolo y evoca en versos sucesivos la carbonilla de un portal de Londres y la risa junto al Tajo de las ninfas de Garcilaso.

Música e imagen, ritmo y mirada se conjugan en sus versos visionarios y potentes:

Nuestra vida son cartas de una baraja rota:
no la baza de espadas o la dama,
sino el ahorcado de los tarotistas,
cabeza abajo en el turbión de azufre,
navegador de la tormenta negra.

Un espléndido libro esta Rapsodia en la que la vida ya es metáfora de la vida y las imágenes visuales se van sucediendo y encauzando en el ritmo enumerativo del endecasílabo flexible y el alejandrino solemne, porque

Al explicarse, el verso nos explica.

Santos Domínguez

16 febrero 2011

Saber de libros sin leer


Henry Hitchings.
Saber de libros sin leer.
Es fácil hablar de libros que no has leído.

Traducción de Eva Robledillo.
Planeta. Barcelona, 2011.

¿Invitarías a Jane Austen si organizaras una cena?
¿Realmente te gustaría unirte al club de Dante?
¿Debe interesarte la poesía?
Shakespeare: ¿mucho ruido y pocas nueces?
¿De qué va realmente la Biblia?
¿Puede Proust cambiarte la vida?
¿Por qué los rusos? Tolstói y Dostoievski
¿Por qué la gente no deja de hablar de la novela del siglo XIX?
¿Quién demonios es Henry James?
¿Cómo quitarte de encima a un filósofo?
¿Quién importa ahora? La Gran Novela Americana y su escuálida prima inglesa.

Más allá de su título irónico, provocador y comercial, Saber de libros sin leer (Planeta) es un libro que no deja de plantear al lector preguntas como esas y que plantea una muy inteligente reflexión sobre lectura y literatura de un crítico competente y prestigioso como Henry Hitchings.

Aunque la pregunta inicial, más que ¿por qué hablar de libros que no se han leído?, debería ser otra, debería ir más al fondo de la cuestión, a su verdadera raíz: ¿por qué no se lee?

Porque los libros son demasiado largos, porque pesan más que un DVD, porque no se tiene tiempo para leerlos, porque hay alternativas más tentadoras que la lectura, porque “cualquiera que haya tratado de fomentar la lectura habrá oído de todo sobre el atractivo magnetismo del último videojuego, las series televisivas de culto, una página web o un grupo musical. Los demás medios parecen más acuciantes, y su escenario, más impresionante. Es evidente que hoy en día existen más distracciones que las que había en la época, digamos, de Dickens, Wordsworth o Proust. Aunque Shakespeare corriera el riesgo de que le asestaran una puñalada mortal en el ojo, al igual que su homólogo, el dramaturgo Christopher Marlowe, no estaba ocupado frenéticamente editando sus listas de reproducción de iTunes o actualizando su perfil en MySpace.”

O porque, como dijo Philip Larkin, poeta y librero, “los libros son un montón de mierda.”

Lo paradójico de esta situación es que el descenso de lectores es compatible con un aumento paralelo del número de escritores, porque tanto la lectura como la escritura conservan un prestigio social indiscutible, porque hablar de libros es una actividad social: un placer de sobremesa o de las fiestas, del que se disfruta delante de una espumosa jarra de cerveza o de una copita de whisky; es tema de gratos paseos a altas horas de la noche o de enérgicos e impetuosos enfrentamientos; y tal vez incluso una actividad para una pista de tenis o de dormitorio.

La lectura conserva un aura de sacralidad a la que renuncia Henry Hitchings, que hace una defensa cercana de los libros, que no son sagrados ni falta que les hace.

Lo sabía hace siglos un lector ejemplar como Montaigne, que escribía cosas como esta: “Si me aburre un libro, empiezo otro; y me pongo a leer sólo en aquellos momentos en los que comienzo a estar cansado de no hacer nada.”

Este es un libro que escandalizará por su título a algunas mentes estrechas, que no lo leerán, claro está, pero harán aspavientos. Y no harán más. Como no hace nada por la lectura la crítica engolada y gramatical, autoritaria o académica, ejercida por lectores poco recomendables que espantan a otros posibles lectores.

El que de verdad hará algo por los libros y por la lectura es este desenfadado y lúcido ensayo, una mirada crítica sobre el papel del escritor y el lector, un acercamiento nada superficial a obras y autores fundamentales y una invitación constante a leerlos.

Para cerrar el libro, Hitchings propone más preguntas. Un cuestionario con cincuenta preguntas como estas, que no importa responder o no y que contradicen el subtítulo, porque demuestran que no es fácil hablar de libros sin haberlos leído:

¿Qué actor, originario de Montreal, asocia a Shakespeare y Dostoievski?
¿Quién encuentra una nariz en una barra de pan recién horneada?
¿Qué monarca inglés escribió un panfleto sobre los riesgos del tabaco?
¿En qué obra de Shakespeare se basa el filme 10 razones para odiarte?
¿Qué personaje recita el mayor porcentaje de frases en el Otelo de Shakespeare?
¿De qué grupo de música británico es la canción Pyramid Song, que contiene varias alusiones a Dante?
¿Con quién se casó la Beatriz de Dante?

Una última pregunta, esta mía:

¿Se puede resistir alguien a leer un libro tan divertido y tan provocador a la lectura como este?

Santos Domínguez

14 febrero 2011

Stone Junction


Jim Dodge.
Stone Junction.
Una epopeya alquímica.

Prólogo de Thomas Pynchon.
Traducción de Mónica Sumoy Gete-Alonso.
Alpha Decay. Barcelona, 2011.

En su colección Héroes modernos Alpha Decay reedita Introitus lapidis con su título original, Stone Junction.

Precedida de un memorable y entusiasta prólogo de Thomas Pynchon, es la tercera novela de Jim Dodge (California, 1945), un escritor tan secreto y poderoso como el prologuista, que le dedica al libro adjetivos como irreverente y sensible, mágico y americano.

El gobierno de los EE.UU. custodia un enorme diamante esférico extraterrestre de tres kilos: la Piedra Filosofal. En torno a ella se organiza esta novela iniciática, una odisea moderna sobre la búsqueda del conocimiento y de uno mismo a través de su protagonista, Daniel Pearse, una epopeya de forajidos sin jerga melancólica, sin nostalgia de los años ochenta, con magia y sociedades secretas, con drogas y rock’n roll; un viaje a través de los cuatro elementos hasta la conquista del fuego.

Un viaje que se inicia con este párrafo:

Daniel Pearse nació en un lluvioso amanecer, el 15 de marzo de 1966. No recibió un segundo nombre de pila porque su madre, Annalee Faro Pearse, estaba agotada después de dar con un primer nombre y un apellido, sobre todo con el apellido. Según sus más certeros cálculos, el padre de Daniel podría haber sido uno entre siete hombres. Annalee se inclinó por el nombre de Daniel por su sonido fuerte, y porque sabía que él debería ser fuerte.

Al nacer Daniel, Annalee era una huérfana de dieciséis años acogida por la Residencia Femenina de Greenfield, un centro de tutela de Iowa dirigido por las hermanas de la Santísima Virgen María, donde había sido internada por orden judicial tras intentar robar de la vitrina de una joyería una barra de plata de unos treinta gramos. Contó al agente que la detuvo que era una huérfana de la luna, y al juez le dijo que no reconocía la autoridad del tribunal para tomar decisiones sobre su vida. Se negó a colaborar y se limitó a dar su nombre: Annalee Faro Pearse. El juez la condenó a ingresar en Greenfield hasta que cumpliera dieciocho años.


Y que empieza a cobrar intensidad en la página siguiente:

La hermana Bernadette escudriñó el rostro de Annalee durante medio minuto y a continuación desvió la mirada hacia su barriga. Un músculo tembló en su mejilla fláccida.
-Parece ser que estás embarazada -dijo impertérrita.

Annalee removió su cuerpo pesado en la dura silla.

-A mí también me lo parece.

-Te violaron -suspiró la hermana Bernadette-. El niño será dado en adopción.
Annalee hizo un gesto de negación con la cabeza.

-No me violaron. Me folló un hombre a quien yo amaba. Me gustó. Quiero el bebé.
-¿Y quién es el afectuoso padre?
-No lo sé.

La hermana Bernadette juntó las manos sobre la mesa y parpadeó lentamente.
-¿No lo sabes porque nunca has sabido su nombre, o porque hay demasiados nombres que recordar?

Annalee vaciló un momento, tras el cual afirmó con rotundidad:

-Las dos cosas.

Entonces -la hermana Bernadette asintió con la cabeza y, de manera tajante, sentenció- eres una furcia y una ladrona.
Annalee se levantó; sus ojos azules le centelleaban.

-¡Siéntate, furcia! -gritó la hermana Bernadette, dando una manotada contra el escritorio y poniéndose de pie-. ¡He dicho que te sientes!
Annalee, que medía casi un metro ochenta y pesaba poco más de sesenta kilos, le rompió la mandíbula a la hermana Bernadette al primer puñetazo, un derechazo que le propinó con toda su alma.


Se publicó en 1990 y el prólogo de Pynchon es de 1997. En esos siete años, el autor de Mason & Dixon ya había captado el don profético de este libro asombroso y la capacidad visionaria de una novela que se anticipaba a la ciberrealidad.

Stone Junction
es un artefacto novelístico construido por un eficacísimo narrador, una bomba de relojería programada por un sabio desinhibido que se ha estado divirtiendo a fondo mientras la escribía.

A medio camino entre La búsqueda del grial y La conjura de los necios, esta epopeya alquímica es una obra sorprendente, descabellada y divertida.

Espléndidamente traducida por Mónica Sumoy Gete-Alonso, sus afortunados lectores no olvidarán la experiencia, se harán adictos a Dodge y muy probablemente caerán en la tentación de una relectura aún más alucinada, aún más placentera.

Santos Domínguez