14/3/11

La siesta de M. Andesmas


Marguerite Duras.
La siesta de M. Andesmas.
Traducción y prólogo de Amelia Gamoneda.
Demipage. Madrid, 2011.

Aunque había salido del camino con paso vivo, el perro se hizo el remolón bordeando el precipicio. Olió la luz gris que cubría la llanura. En esa llanura había cultivos que rodeaban un pueblo, ese pueblo, y numerosas carreteras partían de él rumbo a un mar mediterráneo.

En ese paisaje, visto desde lo alto de una casa solitaria en el bosque, sitúa Marguerite Duras La siesta de M. Andesmas, una espléndida novela corta que publicó en 1962 y que reedita Demipage con traducción y prólogo de Amelia Gamoneda.

Un bosque, un valle, un monte, un pueblo y el mar al fondo. Y en el centro de ese paisaje, Andesmas (acrónimo de tres apellidos de amantes de la autora: Antelme, Des Forêts y Mascolo), un anciano en el duermevela de la siesta mientras espera al contratista Michel Arc.

Pasan por allí, en la tarde caliente de junio, un perro rojo, y luego la hija y la mujer del contratista que no llega. Desde el pueblo suben las notas de una canción (Cuando las lilas florezcan para siempre). Suena la vida allá abajo y Andesmas, entre el sueño y la vigilia, espera en silencio y mira, entre la plenitud de la tarde luminosa y la sombra creciente de un haya, el abismo que tiene delante de la casa.

No pasa nada. Inmóvil en un sillón de mimbre, Andesmas dormita en un tiempo dilatado en el que convergen el presente, el pasado y el futuro, y en un espacio impreciso que es el de un paisaje real entre Saint-Tropez y Gassin, pero sobre todo el de la conciencia, el deseo y la incertidumbre.

Hablar de las perspectivas narrativas, de las convergencias temporales, de los cambios de voz y de otros rasgos propios de la estética del nouveau roman sería lícito, pero limitaría la excepcional grandeza de esta novela corta, su enorme profundidad lírica, la potencia verbal de sus páginas.

Está aquí en su plenitud turbadora lo que Vila-Matas llamó gran poesía de la nada y estimulante tratado de poesía de las incertezas. Porque en La siesta de M. Andesmas, como en la poesía, no pasa nada y pasa todo.

Pasa todo en la conciencia del anciano que espera que vuelva el tiempo, que las lilas florezcan para siempre, sobrecogido frente al precipicio y ante una vida que se desmorona. Y pasa todo, intensamente, en la conciencia del lector atrapado por su inquietante y perturbadora intensidad verbal y emocional.

La inmovilidad del relato es la inmovilidad de Andesmas, pero sobre todo la de su tonalidad y su fuerza lírica, igual que su tensión emocional y verbal tienen más de la poesía que la narrativa, como la abolición del tiempo y la ausencia de acción en el espacio solitario que comparten el lector, el autor y el personaje.

Pocas veces se encontrará el lector con una obra de intensidad tan sostenida como esta, en la que el tiempo, la conciencia y el abismo se abren bajo una luz cada vez más etérea, con el protagonismo absoluto de la palabra en una novela imborrable a la que no le sobra ni le falta nada. Una obra de arte absoluta.

La traducción de Amelia Gamoneda, a la altura de un original tan exigente como la mejor poesía.

En 2004 se estrenó una adaptación cinematográfica (L'Après-midi de monsieur Andesmas) que dirigió Michelle Porte. Como sucede con las obras excepcionales, pese a la sensibilidad de la directora, pese a la excelente interpretación de Michel Bouquet y de Miou-Miou, la película está muy por debajo de una novela tan irrepetible como La siesta de M. Andesmas.

Santos Domínguez