17 marzo 2025

Fechner. Nanna o el alma de las plantas




Gustav Theodor 
Nanna o el alma de las plantas
Prólogo de Paco Calvo.
Traducción de Luis O’Valle Martínez 
y José Miguel Gómez Acosta. 
Atalanta. Gerona, 2025.

Consciente de que se le podía atribuir una propensión al pensamiento mágico por defender la presencia de mecanismos conscientes en las plantas, escribía el físico y psicólogo Gustav Theodor Fechner (1801-1887) en el Prefacio de Nanna o el alma de las plantas, que publicó en 1848:

Admito haber albergado ciertas dudas a la hora de tratar el tema que abordaré a continuación, en apariencia fantasioso y situado en el ámbito más apacible de la naturaleza, en un momento en el que el gran impulso y ritmo de los tiempos acapara el interés de todos, incluido el de aquellos más templados, en relación con asuntos mucho más importantes. ¿Acaso no estoy pidiendo que se comience a escuchar el susurro de las flores, algo a lo que nunca se ha prestado atención, ni siquiera en los periodos de mayor serenidad, en medio del fragor de un viento capaz de derribar los troncos de raíces más profundas, y que además se aprenda a creer en ello, en una época en la que hasta la voz más potente del ser humano tiene dificultades para afirmarse o imponerse?

Fechner, una isla rara en el panorama positivista y mecanicista de la ciencia y la filosofía europea de la época, anticipó hace casi dos siglos la creciente teoría contemporánea de la neurobiología vegetal, con autores como Stefano Mancuso (Sensibilidad e inteligencia en el mundo vegetal) que admiten la existencia de una particular forma de vida sensible y consciente en las plantas. Una forma de vida con comportamientos inteligentes y adaptativos frente a una tradición que ve una forma inferior de existencia en lo vegetal, desde Aristóteles, que las consideraba animales defectuosos y por tanto las clasificaba como la forma más baja de la vida.

 Fechner amplió su propuesta desde las plantas a la cosmología y desarrolló tres años después su teoría psicofísica animista sobre la existencia de una conciencia universal en Sobre las cosas del cielo y del más allá (1851), donde expuso la concepción cosmológica pampsiquista de un mundo dotado de una peculiar vida interior. Un mundo animado por la conciencia y la emoción de todo lo vivo: desde la tierra hasta las estrellas, desde las plantas hasta el hombre o el conjunto del universo en un sistema de conexiones en el que el lugar del hombre está a medio camino entre el alma de las plantas y la de las estrellas. Porque la conciencia no es una cualidad exclusiva de lo humano, sino que se extiende a todos los niveles de vida del universo. Defendía así, desde el pampsiquismo y  por elevación,  la existencia de una conciencia terrestre con la que están más familiarizadas las filosofías orientales, las mitologías ancestrales y la mentalidad infantil.

La revelación que está en la raíz de Nanna o el alma de las plantas ocurrió el 5 de octubre de 1843, cuando tras una progresiva ceguera y un largo episodio depresivo que lo habían mantenido encerrado en una habitación oscura, salió al jardín de su casa por primera vez sin la venda que había protegido sus ojos.    En ese momento se produce la experiencia de una visión que iba más allá de los límites de la experiencia humana y tuvo la sensación de que cada flor brillaba con una claridad peculiar, como si proyectara una luz interior hacia fuera.

Desde el título, que evoca a Nanna, la diosa de las flores en la mitología nórdica, Fechner hace explícita su convicción de la existencia de una naturaleza consciente y emocional en las plantas. Una convicción que apoyaba en su observación de la vida de las plantas y en diversos experimentos botánicos  que buscaban demostrar la existencia de una experiencia interior a partir de las expresiones físicas externas. Una experiencia en la que el sistema de fibras y filamentos vegetales de las plantas parecen ser el equivalente del sistema nervioso de los animales para desarrollar una conciencia del entorno y reaccionar adecuadamente ante estímulos ambientales como la luz, la temperatura y la humedad, los ciclos de las estaciones o los insectos polinizadores.

Esa epifanía del jardín transfigurado en la mirada al interior de una naturaleza animada es la que desencadena la elaboración de este libro que acaba de publicar Atalanta con traducción de Luis O’Valle Martínez y José Miguel Gómez Acosta. 

Lo abre un prólogo en el que Paco Calvo, autor de Planta sapiens, advierte de que “la posesión de un alma o una mente por parte de las plantas no implica que sea del mismo tipo que la nuestra. El lector de Nanna debe evitar caer en sesgos antropocéntricos o proyecciones antropomórficas. Lo que necesitamos es una llave maestra que nos permita abrir cualquier puerta, cualquier rama del árbol de la vida, y no una llave diseñada ex profeso para la cerradura específica del Homo sapiens o, incluso, del reino animal en su conjunto. Si las plantas tienen mente, entonces tienen su propia mente.”

Fechner cierra su ensayo aludiendo precisamente a esa particularidad:

El proceso de formación del fruto revela, desde su inicio, una diferencia fundamental entre las plantas y los animales. Mientras que en las plantas se trata de un proceso que se desarrolla dentro del organismo, en los animales es un acto compartido entre dos individuos. Esto puede tener una gran importancia desde un punto de vista psíquico. Los reinos vegetal y animal no están destinados a repetirse, sino a complementarse; aquello que en los animales ocurre en el oscuro terreno de lo inconsciente, y solo se vislumbra a través de ciertos fenómenos de la reproducción, constituye en las plantas el núcleo de su vida consciente.

Frente al reduccionismo materialista que ve la conciencia como el resultado del tráfico complejo de las redes neuronales, Fechner abrió con este ensayo nuevas perspectivas de acceso a la comprensión de la realidad y difuminó en su obra los límites entre lo interior y lo exterior, entre lo visible y lo invisible, entre la conciencia y la materia.

Santos Domínguez