07 marzo 2025

W. B. Yeats. La torre

 

W. B. Yeats.
La torre.
Edición, introducción y traducción 
de Andrés Catalán.
Alianza editorial. Madrid, 2025.

El irlandés W. B. Yeats (1865-1939) es uno de los poetas imprescindibles del siglo XX, creador de una poesía que plantea un peculiar diálogo entre el poeta y el mundo.  Un diálogo del que surge una expresión lírica en la que coexisten la tradición y la modernidad, lo objetivo y lo subjetivo, lo autobiográfico y lo visionario, la expansión y la contención, lo local y lo universal, y el tono confesional convive con la alucinada voz del bardo o del oráculo. 

Comprometido con los movimientos nacionalistas de finales del XIX, Yeats asume en su ideología y desarrolla en su obra una conciencia reivindicativa de las raíces culturales y de la mitología céltica que está en la base de sus primeros libros y a lo largo de una obra en la que se funden ejemplarmente vida y poesía, ideología y literatura.
 
En 1917 Yeats compró Thoor Ballylle, una torre medieval en el campo, cerca de Galway, al oeste de Irlanda. Convertida en una metáfora de sí mismo y de su poesía (“Me gusta pensar en ese edificio como un símbolo permanente de mi obra claramente visible al paseante”, escribía en una carta), esa torre dio título a un libro de poemas que publicó en 1928 y que se iría ampliando en ediciones sucesivas para recoger en su edición definitiva poemas escritos entre 1912 y 1933.

Lo abre ‘Rumbo a Bizancio’, uno de los poemas esenciales de su autor. Estas son  las dos primeras de sus cuatro estrofas en la magnífica traducción de Andrés Catalán que acaba de aparecer en El libro de bolsillo de Alianza editorial

I
Aquel no es un país para viejos. Los jóvenes 
en brazos unos de otros, los pájaros que cantan
-generaciones moribundas- en los árboles, 
cascadas de salmones, mares llenos de caballas, 
ya anden, vuelen o naden durante el verano entero 
todos encomian cuanto es engendrado, nace y muere.
Atrapados en esa música sensual todos olvidan 
los monumentos de la imperecedera inteligencia.

II
Un anciano no es sino algo miserable,
un gabán andrajoso sobre un palo, 
a no ser que el alma aplauda y cante, 
y cante aún más por cada andrajo de su mortal vestido, 
pero no se aprende a cantar sino estudiando
los monumentos de su propio esplendor;
y por eso he surcado el mar hasta llegar
a la ciudad sagrada de Bizancio.

Cada vez más honda y meditativa, la poesía de Yeats alcanza su cima en estos poemas maduros de La torre, en los que el diálogo consigo mismo, la emoción, el sueño y el paisaje, el mito clásico y las leyendas célticas, la memoria y el fervor patriótico vertebran una escritura atravesada por la conciencia aguda de la temporalidad, la capacidad de sugerencia y la fuerza de las imágenes.

El tiempo y la memoria, Irlanda y el amor, las torres y la llama forman parte del imaginario poético de uno de los poetas imprescindibles del siglo XX, creador de un mundo propio de imágenes que conjugan pensamiento y emoción con la afirmación de la propia identidad y el sentimiento del paso del tiempo. 

Así comienza ‘La torre’, el largo poema que escribió en 1926 y da título al libro:

¿Qué voy a hacer con este absurdo
-ay, corazón turbado-, esta caricatura, 
y esta edad decrépita que me han atado 
como el rabo de un perro? 
                               Nunca tuve 
imaginación más exaltada, apasionada, 
fantástica que ahora, ni un ojo ni un oído 
que se prestasen más a lo imposible… 
No, ni en mi niñez cuando con caña y mosca, 
o la lombriz humilde, subía a la loma de Ben Bulben 
con todo un eterno día de verano por delante.
Se ve que debo mandar a paseo a la Musa, 
optar por la amistad de Plotino y Platón 
hasta que la imaginación, ojo y oído, 
se conformen con razonar y traten 
de abstracciones; o bien sufrir el escarnio de 
tener que ir arrastrando un puchero abollado.

Poesía de la expansión y la contención, a la vez localista y universal, de su modernidad sin consuelo, de su hondura creciente y su fuerza expresiva da una muestra significativa la espléndida traducción de Andrés Catalán, que ha escrito para esta edición un texto introductorio -‘Una torre en Irlanda’- en el que destaca que “la torre no es un ensimismamiento nostálgico, sino a menudo un otero desde el que contemplar, reflexionar y cantar con ironía y lucidez sobre un paisaje que es a la vez simbólico y real, interior y exterior, y, sobre todo, donde el pasado tiene el mismo peso que el futuro y donde el presente, que en aquellos momentos era de todo menos tranquilo, llegaba a llamar con la culata de un fusil a la misma puerta de la fortaleza. La torre era, después de todo, un vetusto edificio antiguamente ocupado por hombres de armas, durante mucho tiempo testigo de guerras convulsas.”

“Yeats no escribía colecciones de poemas, sino libros con espíritu de arquitecto”, añade a propósito de la construcción de La torre y de las reformas estructurales a que sometió al libro en las sucesivas ediciones. Ediciones revisadas que reordenaban un conjunto de poemas del que forma parte la serie Un hombre joven y viejo, que termina con estos versos:

No haber vivido es lo mejor, dicen los viejos clásicos; 
no haber respirado el hálito de la vida, no haber mirado al ojo del día; 
lo segundo mejor es un alegre buenas noches y sin más marcharse.

Una magnífica edición bilingüe que incorpora al final las notas aclaratorias que Yeats incorporó en las primeras ediciones de la obra.

Santos Domínguez

 


05 marzo 2025

Montaigne. Ensayos

 


Michel de Montaigne.
Ensayos.
Antología.
Edición de Mauro Armiño.
Alianza Literaturas. Madrid, 2025.

“Este es un libro de buena fe, lector”, decía Montaigne en la presentación de sus Ensayos. Al publicar sus primeros volúmenes en 1580, adelantándose en un cuarto de siglo al Quijote y en dos décadas a Hamlet, Montaigne no sólo se convertía en uno de los padres de la modernidad, sobre todo estaba fundando un género que ahonda en el conocimiento de sí mismo –“yo mismo soy la materia de mi libro”- y que indaga subjetivamente en la realidad, porque, explicaba en el ensayo sobre la educación de los hijos, “esto que aquí escribo son mis opiniones e ideas; yo las expongo según las creo atinadas, no para que se las crea. No busco otro fin que descubrirme a mí mismo.”

Montaigne empezó a escribir sus ensayos a los 38 años, en 1572, cuando, hastiado del mundo y afectado de melancolía por su orfandad reciente, se retiró al castillo familiar para dedicarse, por este orden, a la lectura, la reflexión y la escritura “consagrando al reposo y a la libertad el sosegado aposento que heredé de mis mayores.” A esas alturas de su vida ya sabía algo que luego diría en sus ensayos: que a medida que el hombre exterior se destruye, el hombre interior se renueva.

Desde esa tranquilidad del retiro del campo, dedicado al estudio, Montaigne se convierte en un clásico cercano que nos habla directamente  -“hablo sobre el papel como hablo con el primero que encuentro”-, en un intelectual lúcido, escéptico y antidogmático, en un humanista comprensivo, de pensamiento incisivo y asistemático, en un escritor irónico que, a la vez que creaba el nuevo género del ensayo, usaba en su prosa el estilo de la libertad, un estilo intermedio entre la altura literaria y el uso corriente.

Así empezó a consolidarse un modelo estilístico capaz de combinar la elegancia y la transparencia. Pero no se trataba de una mera cuestión de estilo, sino de algo más hondo y más transcendente: de la construcción de un modelo cultural y social que sería durante décadas el más representativo de la modernidad literaria en Europa.

Alianza Editorial publica en su colección Literaturas una espléndida antología de los Ensayos de Montaigne. La edición la ha preparado Mauro Armiño, responsable de la traducción, la selección, las notas y el prólogo, donde concluye que “es en ese cruce de literatura y filosofía, en última instancia de vida y pensamiento, donde Montaigne podría reconocerse, porque, como él quería, sus ensayos no pretendían ser otra cosa que una «conversación entre amigos»: por ejemplo, el punto de partida de un hecho personal; por ejemplo, una caída del caballo sufrida por Montaigne, el texto se orienta, no hacia una reflexión centrada en su persona, sino hacia consideraciones sobre la respuesta del hombre ante la adversidad. Esa conversación sobre múltiples temas de la vida real, de las costumbres, hecha para amigos y entre amigos es lo que constituye la modernidad de Montaigne, dado que en muchos de los aspectos que trata y sobre los que expresa su opinión, bastante moderada en ocasiones, bastante pacificadora, sigue siendo en el siglo XXI un generador de ideas benéficas y provechosas.”

Una pertinente cronología de Montaigne y una bibliografía actualizada de las principales ediciones y los estudios recientes de los Ensayos cierra esta magnífica selección de ensayos en los que Montaigne aborda los grandes temas que han recorrido la historia del pensamiento y de la literatura con espontaneidad y libertad, como textos abiertos que van de la tristeza a los caníbales, de los mentirosos a la Filosofía como aprendizaje de la muerte, de la incertidumbre de nuestro juicio a la vanidad de las palabras, de la crueldad a la cólera, de la conciencia a la holgazanería, de la cobardía al arrepentimiento.

Como “el más clásico de los modernos y el más moderno de los clásicos” lo definió Harold Bloom, que en El canon occidental escribía que “Montaigne habla de sí mismo a lo largo de 850 páginas, y todavía queremos saber más de él, pues representa no al hombre medio, y desde luego tampoco a la mujer, sino a casi todos los hombres que tienen el deseo, la capacidad y la oportunidad de pensar y leer.”

Con los Ensayos Montaigne aspiraba a conocerse a sí mismo y a mostrarse a los demás: “Quiero -escribía en el proemio ‘Al lector’- que en él se me vea en mi manera de ser simple, natural y ordinaria, sin afectación ni artificio: porque es a mí mismo a quien pinto.”


Santos Domínguez 

                                                     

03 marzo 2025

Deleito y Piñuela. Sólo Madrid es Corte

 


José Deleito y Piñuela.
Sólo Madrid es Corte.
La capital de dos mundos bajo Felipe IV.
Prólogo de Gabriel Maura Gamazo.
Ediciones Ulises. Colección Madrid.
Sevilla, 2025.

“La capital del vasto imperio hispánico, corazón de un mundo, centro de la política universal, orgullo de los habitantes de sus dilatadas provincias y colonias, meca de curiosos, diplomáticos, pretendientes, viajeros, ambiciosos y soñadores de toda laya, no era, ciertamente, en los días del cuarto Felipe, una ciudad maravillosa que correspondiese a su representación y a su fama. 
No ya Londres, Viena o  París, sino cualquier Corte europea, aun la de soberanos oscuros, como los príncipes de la fragmentada Alemania, superaban a Madrid en belleza y suntuosidad de edificios, calles y paseos. […]
Sin embargo, los contemporáneos hablaban de la capital española con admiración y deslumbramiento, rivalizando en su elogio poetas e historiadores”, escribe José Deleito y Piñuela en Sólo Madrid es Corte, que acaba de publicar Ediciones Ulises en su Colección Madrid.

Subtitulado La capital de dos mundos bajo Felipe IV, apareció en 1942 con un prólogo de Gabriel Maura que se recupera en esta edición, con la que se inicia la publicación de la serie de siete obras que Deleito dedicó a mirar de cerca la España de Felipe IV a través de la reconstrucción intrahistórica de la vida cotidiana.

Títulos como El declinar de la Monarquía española, El Rey se divierte, También se divierte el pueblo, La mujer, la casa y la moda en la España del rey poeta, La mala vida en la España de Felipe IV o La vida religiosa española bajo el cuarto Felipe: Santos y pecadores, que consagraron a Deleito y Piñuela como un renovador de los estudios históricos.

Varias décadas antes de que la historia de la vida cotidiana se convirtiese, de la mano de Fernand Braudel en Francia y de Peter Burke en Inglaterra,  en una de las direcciones más renovadoras de la historiografía contemporánea, José Deleito y Piñuela (Madrid, 1879 - 1957), krausista y catedrático de la Universidad de Valencia depurado por el franquismo, publicó entre 1935 y 1952 siete tomos sobre la vida española bajo el reinado de Felipe IV que se convirtieron muy pronto en títulos de lectura ineludible para quien quisiese acercarse a la historia del siglo XVII en España.

Ese Siglo de Oro declinante no puede ser entendido por el lector actual sin leer estas obras de Deleito y Piñuela, que traza en ellas un recorrido intrahistórico para reconstruir de forma plástica y cercana el pulso de la vida diaria a través de los círculos cortesanos y los ambientes de las clases bajas, el vecindario de una corte divertida y peligrosa bajo la dejadez de un rey flojo, dominado primero por los favoritos y en sus postrimerías por monjas proclives al misticismo histérico.

Los Avisos y Noticias -los periódicos de la época-, las obras de teatro, los libros de viaje o los textos poéticos o narrativos son la base documental de la que arranca Deleito para construir estas obras admirables mediante cuadros vivísimos que evocan el acontecer diario: las fiestas, la educación, la higiene, la moda o la vida religiosa. 

En el prólogo de Sólo Madrid es Corte Gabriel Maura destaca de Deleito  “su laboriosidad infatigable, sus escrupulosos métodos de trabajo y la correcta lisura de su estilo.” Rigor documental y agilidad narrativa que son las dos claves fundamentales de estos libros, repletos de citas literarias y alusiones documentales que aportan una gran cantidad de informaciones intrahistóricas sobre la época y que son teselas del amplio y trabajado mosaico que se completa en el conjunto de la serie.

“Consagraré el presente volumen -escribe Deleito en la ‘Advertencia preliminar’- a estudiar cómo eraa Madrid y cómo se vivía en él bajo el cetro de Felipe IV, el rey mujeriego y abúlico, en cuyo tiempo empezó a derrumbarse el Imperio español, pero a quien la adulación cortesana llamó el Rey Planeta y Felipe el Grande.”

Los seis apartados del libro abordan el escenario en que se movía el madrileño de entonces a través de aspectos como el recinto urbano y el aspecto general de aquel Madrid, sus calles principales y sus plazas, los lugares de expansión, como los paseos del Prado de San Jerónimo y de Recoletos o el río Manzanares; las construcciones civiles y los edificios religiosos, las iglesias y los conventos, las fuentes, el vecindario y la higiene, la suciedad y el descuido, la basura como recurso profiláctico, el régimen municipal y la administración, el abastecimiento, las tabernas y los vinos, los refrescos y las alojerías, los figones y los bodegones, las posadas y sus riesgos, la industria y el comercio, las tiendas y los mercados, los gremios, el día y la noche de la vida madrileña, desde la asistencia a misa a los peligros nocturnos de amor y sangre de la Corte, pasando por los mentideros y las gradas de San Felipe, las tardes en el Prado y las diversiones en el Manzanares, en la Huerta de Juan Fernández, en campos y jardines en aquel Madrid que, en palabras de Lope de Vega, estaba “caro pero famoso”. 

Se completa así un panorama global que aborda “los diversos aspectos topográfico, material, psicológico y social que Madrid ofrecía” para “presentar aquí aquel pueblo matritense, devoto y frívolo, ocioso y bullanguero.”

Un admirable y animado fresco que se completa con el apéndice gráfico que reproduce las diez imágenes que aparecían en la edición original de 1942 y se cierra con una ‘Conclusión’ en la que Deleito explica que “sí, frente a todas las adulaciones cortesanas, Madrid, materialmente, era un lugarón feo, sucio y destartalado; si en el orden moral padecía los estragos de las grandes e improvisadas aglomeraciones urbanas, juntamente con la relajación de ideales y costumbres peculiar en la España de los Felipes, en compensación fue la Villa y Corte realzada en aquel periodo por sombras augustas, que la poblaron con ecos y matices de inmortalidad. Fue el Madrid de Felipe IV el que presenció la apoteosis de Lope de Vega al morir el Fénix de los ingenios, el que oyó las sátiras agudas y los dichos cáusticos de Quevedo, el que aclamó a don Pedro Calderón -los tres madrileños ilustres-; fue el que alcanzó en su cenit nuestro teatro clásico, y vio pintar los más famosos lienzos de Velázquez; fue el que, con sus lances de amor y fortuna, citas furtivas, pláticas ingeniosas, duelos callejeros y románticas aventuras de tapadas y embozados, había de llenar toda una literatura galante y caballeresca, que daría la vuelta al mundo.
Son títulos harto sobrados para señalar un luminoso jalón en la historia de Madrid, y eternizar su recuerdo.”

Santos Domínguez