28/6/24

Ilse Aichinger. El atado

 

Ilse Aichinger.
 El atado.
Traducción y prólogo de Adan Kovacsics.
Ediciones del subsuelo. Barcelona, 2024.

Se despertó bajo el sol. La luz se proyectaba sobre su cara de tal modo que tuvo que volver a cerrar los ojos; bajaba la luz sin encontrar obstáculos por el declive, se juntaba formando arroyos y arrastraba las bandadas de mosquitos que pasaban volando justo por encima de su frente, daban vueltas, trataban de aterrizar y eran alcanzados por más y más bandadas. Cuando quiso ahuyentarlos  se dio cuenta de que estaba atado. Una cuerda torcida, delgada, se le incrustaba en los brazos. Los bajó, volvió a abrir los ojos y echó un vistazo a su cuerpo. Sus piernas estaban atadas hasta los muslos, una misma cuerda le rodeaba los tobillos, subía cruzándose una y otra vez, le rodeaba la cintura, el pecho y los brazos. 

Así comienza El atado, el texto que da título al volumen en el que se reúnen once relatos de Ilse Aichinger (Viena, 1921-2016), una narradora y poeta austriaca imprescindible en el canon de la literatura en lengua alemana de la segunda mitad del siglo XX. Lo publica Ediciones del subsuelo con una magnífica traducción de Adan Kovacsics.

Es la versión ampliada de la recopilación que había aparecido en 1952 bajo el título de uno de ellos, Discurso bajo la horca, el que cierra brillantemente la meditada estructura del volumen con el alucinado monólogo de un ahorcado y su pulsión de muerte: “Sea bóveda o sea el fuego que quema la bóveda, quiero cosechar el cielo prometido.”

Un título que cambió en la edición ampliada que publicó en 1953 por El atado, uno de los nuevos relatos, una intensa parábola sobre el desvalimiento, la esclavitud, la animalidad y la esperanza de clarísimas resonancias kafkianas. 

Esa peripecia del hombre que un día se despierta atado bajo un arbusto y acaba en un circo como atracción, encierra algunas de las claves del oscuro mundo narrativo y de la amarga concepción de la existencia de Ilse Aichinger: la soledad del individuo desvalido en medio de una realidad sombría e incomprensible, las situaciones límite a las que se enfrentan los protagonistas, el mundo inquietante de la muerte, la incomunicación y las limitaciones expresivas del lenguaje.

Ilse Aichinger puso al frente del libro, que se edita ahora por primera vez en español, una reflexión teórica -Narrar en este tiempo-, una breve narratología en la que habla del peculiar punto de vista común a estos relatos: “Si lo entendemos de modo correcto podremos darle la vuelta a aquello que parece apuntar contra nosotros, podremos comenzar a narrar precisamente desde el final y hacia el final, y el mundo volverá a desvelarse para nosotros. Entonces hablamos, cuando comenzamos a hablar bajo la horca, sobre la vida misma.
Aunque los siguientes relatos tengan en apariencia pocas cosas en común, sí los une el hecho de que casi todos han sido escritos desde ese punto de vista.
Se desarrollen hoy o hace cien años, en la guerra o en la paz, en la luna o en la estación del metropolitano de una gran ciudad, todos se desarrollan claramente desde el final y hacia el final.”

Desde el final y hacia el final. Esa es la clave de uno de los mejores relatos del libro, el portentoso Historia en espejo, en el que la agonizante protagonista narra en segunda persona desde un laberíntico cruce de tiempos y espacios, contempla la escena de su propia muerte y de su entierro y se remonta a su nacimiento y al tiempo de la infancia, “mientras estás todavía muerta.”

Por eso afirma Adan Kovacsics en el prólogo que “hasta el final, todo en Ilse Aichinger es comienzo y por tanto prodigioso. […] Hay en ella un hondo deseo de no haber vivido y una actitud de radical oposición al mundo. […] La postura de rechazo de Aichinger se refiere no sólo a la sociedad humana, sino a la existencia en sí y a la naturaleza. De ahí la actitud radical de no inclinarse, de no someterse.”

Construidos magistralmente desde dentro de los personajes, son once relatos intensos e inolvidables: desde el viaje de pesadilla de El pliego abierto a “la mujer que se disuelve en cuanto se quita las gafas de sol” y las tres muchachas que desde la popa del barco de vapor se burlan del marinero que se ahoga en Espíritus del lago.

Narrados con una prosa, fría y cortante, afilada y poderosa, los perturbadores relatos de Ilse Aichinger hablan desde el pesimismo existencial de un mundo de sombras y niebla, incomprensible y enigmático, porque nacen de una actitud rebelde y resistente, de un inconformismo que no cierra nunca la puerta a la esperanza, presente en el título de su única novela, La esperanza más grande. Como en el final de El atado:

Cuando llegó al río, su rabia se calmó. Al amanecer tuvo la sensación de que el agua arrastraba témpanos de hielo, de que sobre las vegas del otro lado había caído ya la nieve que borra el recuerdo.

Una potente y muy recomendable experiencia literaria.

Santos Domínguez 

26/6/24

Franz Kafka. Relatos cronológicos

  


Franz Kafka. 
Relatos cronológicos.
Ilustraciones de El Rubencio.
Traducciones de Carmen Gauger 
y Adan Kovacsics.
Alianza Editorial. Madrid, 2024.


Quién fuera un indio americano, siempre en estado de alerta, y, con el caballo al galope, cortando el aire, vibrara una y otra vez sobre el suelo vibrante hasta dejar las espuelas, pues no hay espuelas, hasta soltar las riendas, pues no hay riendas, y ver delante el terreno como un prado recién segado, ya sin cuello de caballo ni cabeza de caballo.

Entre ese Deseo de ser piel roja y La obraAlianza Editorial reúne veintitrés relatos de Kafka en Relatos cronológicos, un espléndido volumen con traducciones de Carmen Gauger y Adan Kovacsics e ilustraciones de El Rubencio.

Veintitrés relatos imprescindibles como La condena, En la colonia penitenciaria, Ante la Ley,  Chacales y árabes, Un médico rural, Durante la construcción de la muralla china, Un informe para una academia, La verdad sobre Sancho Panza, El silencio de las sirenas, Un artista del hambre o Investigaciones de un perro, que forman parte del canon kafkiano del relato.

La partida, escrito probablemente entre febrero de 1920 y febrero de 1921, es uno de esos relatos ineludibles, un brevísimo texto de apenas doce líneas, construido en primera persona a partir del diálogo entre el narrador y su criado, una parábola sobre la vida como viaje hacia lo desconocido:

Ordené traer mi caballo del establo. El criado no me entendió. Fui yo mismo al establo, ensillé el caballo y me monté en él. Oí una trompeta a lo lejos, pregunté al criado por su significado. No sabía nada ni había oído nada. Me detuvo en el portón y preguntó: «¿Adónde cabalgas, señor?» «No lo sé», dije, «sólo lejos de aquí, sólo lejos de aquí. Siempre lejos de aquí, sólo así podré llegar a mi meta» «¿Conque conoces tu meta?», preguntó. «Sí», respondí, «acabo de decirlo, «Lejos-de-aquí», esa es mi meta». «No llevas provisiones», dijo. «No las necesito», contesté, «el viaje es tan largo que me moriré de hambre si no me dan nada por el camino. Ninguna provisión me puede salvar. Es, por fortuna, un viaje realmente inmenso.

Abre el volumen una estupenda introducción en la que se repasan la vida y la obra de Kafka, su vocación literaria, la historia textual, la técnica y el sentido argumental de los veintitrés relatos seleccionados. Este es el comentario del que cierra el libro, La obra, considerada como la última ficción escrita por Kafka: “Escrito en primera persona por un horadador de cavernas subterráneas que nunca da por terminada su labor, La obra sobresale como una de las fábulas más enigmáticas, y con sentido más abierto, del escritor checo, tanto por el continuo elogio de la soledad y el silencio, condiciones naturales de la vida de escritor, como por la descripción de la incansable labor tuneladora, llevada obsesivamente hasta los límites de lo razonable, tan similar, en su abigarrada infinitud, a los trabajos y los esfuerzos del escritor que fue Franz Kafka.”

Los relatos seleccionados en este volumen -se explica en la Nota a la edición- “ofrecen una muestra amplia y representativa de la obra de Franz Kafka; la singularidad de la selección reside en su organización cronológica, en algunos casos aproximada, que permite apreciar la evolución de su escritura y de su universo creativo. Carmen Gauger y Adan Kovacsics, grandes conocedores de la obra de Franz Kafka, firman estas traducciones en lengua castellana, realizadas con la clara intención de respetar las peculiaridades expresivas del escritor checo. Un número significativo de estos escritos fueron publicados en vida del autor; otros forman parte de aquellos otros que no le parecían definitivos y que deseó que fueran destruidos tras su muerte, y así se lo pidió a Brod.”

En una carta a su amigo Oskar Pollak escribía Kafka el 27 de enero de 1904 estas frases que resumen su concepto de la literatura desde la perspectiva del lector: “A mi juicio, solo deberíamos leer libros que nos muerden y nos pican. Si el libro que estamos leyendo no nos despierta de un puñetazo en la crisma, ¿para qué lo leemos?”

Y añadía: “Necesitamos libros que surtan sobre nosotros el efecto de una desgracia muy dolorosa, como la muerte de alguien al que queríamos más que a nosotros, como un destierro en bosques alejados de todo ser humano, como un suicidio; un libro ha de ser un hacha para clavarla en el mar congelado que hay dentro de nosotros. Eso creo yo.”

A través del contrapunto y la conciencia de la soledad y la desorientación, del desencanto y el sentimiento de culpa, de las lecciones de economía narrativa y potencia expresiva, del juego desconcertante de autobiografía y parábola, de sarcasmo y secuencias oníricas, de parodias subversivas, ironías y paradojas, Kafka apunta siempre, aun con la distancia narrativa de la tercera persona, a un mundo incomprensible, a la frustración del fracaso y a la compleja relación entre el individuo y la comunidad.

Está en estos textos el Kafka canónico y maduro, el escritor nocturno que cuestiona angustiosamente el mundo, el oscuro oficinista que se desdibuja en máscaras irónicas o se atrinchera en el interior de sí mismo y anticipa en Ante la Ley una semilla de El proceso; el que deja en sus páginas varias parábolas inolvidables (Chacales y árabes o Un informe para una academia) sobre el sinsentido de la existencia y los límites de la expresión, sobre la crisis de la identidad y la razón. Y esta magnífica edición ilustrada quedará como una de las aportaciones editoriales de referencia con motivo del centenario de la muerte de Kafka en 1924.

“Kafka, ese soñador que no quiso que sus sueños fueran conocidos -escribió Borges-, ahora es parte de ese sueño universal que es la memoria. Nosotros sabemos cuáles son sus fechas, cuál es su vida, que es de origen judío y demás, todo eso va a ser olvidado, pero sus cuentos seguirán contándose.”

“Yo no soy nada más que literatura y no puedo ni quiero ser nada más que eso”, anotaba en el cuaderno octavo de sus Diarios el 21 de agosto de 1913. Estos relatos confirman hasta qué punto admirable cumplió con determinación ese destino elegido.


Santos Domínguez 





24/6/24

Las voces de Quimera

 

Las voces de Quimera.
Edición de Jofre Casanovas.
Montesinos. Barcelona, 2024.

Como “un caracol nocturno en un rectángulo de agua” definía Lezama Lima la poesía en una de las entrevistas recogidas en el espléndido volumen Las voces de Quimera, una recopilación de todas las que aparecieron en esa revista entre 1980 y 1989. 

El volumen, publicado por Montesinos en una espléndida edición de Jofre Casanovas, se abre con una entrevista a modo de prólogo de Jofre Casanovas a Miguel Riera, fundador y editor de Quimera, cuyo primer número apareció en noviembre de 1980, con una tirada de 35.000 ejemplares mensuales, una cifra asombrosa que había ido reduciéndose hasta la mitad cuando la dejó a finales de los 90.

Desde aquel primer número hasta hoy mismo, Quimera ha sido una revista literaria de referencia en español, pero quizá aquella primera década es la que resume de un modo más brillante y significativo su papel en el panorama de la literatura, a través de sus reseñas, urgentes y efímeras, y sobre todo a través de unas entrevistas que reflejan el paisaje de la literatura española y universal de finales del siglo XX, en plena posmodernidad.

Rafael Alberti, Reinaldo Arenas, Bernardo Atxaga, Carmen Balcells, James Baldwin, Juan Benet, Thomas Bernhard, Adolfo Bioy Casares, Jorge Luis Borges, Antonio Buero Vallejo, William Burroughs, Raymond Carver, Julio Cortázar, Ángel Crespo, Miguel Delibes, Luis Mateo Díez, José Donoso, Umberto Eco, Jaime Gil de Biedma, Pere Gimferrer, Luis Goytisolo, Juan Goytisolo, Eugène Ionesco, Roman Jakobson, Clara Janés, Milan Kundera, José Lezama Lima, Naguib Mahfouz, Javier Marías, Juan Marsé, Eduardo Mendoza, Toni Morrison, Antonio Muñoz Molina, Cynthia Ozick, Leopoldo María Panero, Pier Paolo Pasolini, Cristina Peri Rossi, Soledad Puértolas, Manuel Puig, Francisco Rico, Carmen Riera, Augusto Roa Bastos, Alain Robbe-Grillet, Juan José Saer, José Saramago, Jaime Siles, Susan Sontag, Gonzalo Torrente Ballester, Mario Llosa, Manuel Vázquez Montalbán.

Ese es el listado completo de los autores que se expresan en las entrevistas contenidas en este amplio volumen. Novelistas como Atxaga, Muñoz Molina, Benet, Bioy, Kundera, Cortázar, Robbe-Grillet, Saramago, Vargas Llosa, Thomas Bernhard, Naguib Mahfouz, Torrente Ballester, Susan Sontag o Javier Marías; poetas como Alberti, Lezama Lima, Toni Morrison, Gil de Biedma, Jaime Siles o Gimferrer; teóricos de la literatura como Jakobson, Francisco Rico o Umberto Eco dejan en estas entrevistas sus ideas sobre la literatura y la vida.

El discurso contra el método de Francisco Rico; el arte nuevo de escribir novelas clásicas de Vargas Llosa; el desierto retórico de J. J. Saer; Thomas Bernhard, de una catástrofe a otra; Jaime Siles y la poesía como investigación lingüística; Torrente Ballester al que, alejadas las sombras, le llegaban por entonces los gozos; Vázquez Montalbán desde el balneario; Cortázar y el exorcismo de la escritura; Clara Janés entre existencialismo y esencialismo; Carver en su vida post-alcohólica; Buero Vallejo en su ardiente claridad; el diálogo entre Susan Sontag y Borges en la feria del libro de Buenos Aires; el adiós a Región de Juan Benet con Saúl ante Samuel; el tópico hecho añicos de Bernardo Atxaga; el regreso al origen de Juan Goytisolo; la poesía ensimismada de Pere Gimferrer; Gil de Biedma y el oficio de escribir;  la existencia como ejercicio de estilo en Ionesco; un Naguib Mahfouz contra las modas; la magia de lo que pudo ser en un Javier Marías que había terminado ya Todas las almas, aunque no la había publicado todavía; Marsé y su estrategia de olvidos y recuerdos o la última entrevista a Pasolini en el verano de 1975 en Cinecittà. Una entrevista que recoge “sus facetas artísticas, sus obsesiones y hasta escalofriantes premoniciones”, como explica su entrevistadora, Eugenia Wolfowicz.

Son los diversos reflejos de un panorama literario deslumbrante en el que, como señala Miguel Riera en la entrevista inicial, “además de la irrupción de la literatura latinoamericana se produjo el rescate de la gran literatura europea. Siempre ha habido grandes escritores, pero agrupar a tantos en un periodo tan breve, que coincidió con el retorno de la democracia, es difícil que vuelva a repetirse.”

La más peculiar de estas entrevistas, por extensa y por profunda, es el “Asedio a Lezama Lima” que firmaba Ciro Bianchi Ross. Se trata de la entrevista que se le hizo en 1970, cuando el excepcional poeta, novelista y ensayista cubano cumplía sesenta años. Hasta 1975, unos meses antes de su muerte, se fueron ampliando las preguntas y actualizando las respuestas de Lezama, que revela en casi cincuenta páginas a dos columnas las claves vitales y literarias sobre las que se construye su obra portentosa. Por eso, esta entrevista podría incorporarse como introducción a las ediciones de su obra poética, de Paradiso o de Oppiano Licario. Se cierra con estas palabras de Lezama:

Si algo he sabido hacer en la vida es aprovechar todas las posibilidades que se me han presentado. Por eso ahora en que la obesidad, el asma, la disnea, los años, me han reducido a esta suerte de inmovilidad, y en que -fuera de mi obra- no tengo otra cosa que hacer que seguir en la sala de mi casa esperando a la muerte, puedo hacer mía la frase de Flaubert que quisiera que fuera mi epitafio: «Todo perdido, nada perdido».


Santos Domínguez 


21/6/24

Luis Alberto de Cuenca El triunfo de estar vivo

  


Luis Alberto de Cuenca
El triunfo de estar vivo.
Edición de Ricardo Virtanen.
Cátedra Letras Hispánicas. Madrid, 2024.


EL BOSQUE

El bosque me contó la vieja historia.
Dijo que hubo otro tiempo en que los hombres 
se aventuraban entre su espesura
en busca del oráculo divino.
Pero nadie llegaba a ver el centro
de la selva, donde la pitonisa
resolvía las dudas de los fieles.
Porque no había centro, porque el bosque 
era y es un inmenso laberinto
sin principio ni fin, y porque el orden 
de las cosas excluye las respuestas.
Y es así como, ciegos e ignorantes, 
nos dirigimos hacia el precipicio
de la nada, perdidos en el bosque
de la traición, el odio y la mentira. 
Eso me dijo el bosque en un susurro, 
mientras yo iba camino de Damasco.

Es uno de los poemas más conocidos de Luis Alberto de Cuenca, que reúne en El triunfo de estar vivo un ciclo poético escrito entre 1996 y 2012 y formado por cuatro libros -Sin miedo ni esperanza, La vida en llamas, El reino blanco y Cuaderno de vacaciones- que publica Cátedra Letras Hispánicas con edición de Ricardo Virtanen, que destaca en su amplio estudio introductorio que  “en estos cuatro libros el crisol temático se regenera, repitiendo motivos y temas de antaño, y se reformulan novísimas concepciones. […] En nuestros cuatro libros, sobre todo en los dos últimos, se recuperan motivos y temas antiguos, al tiempo que transita en el poema una nueva espiral que ensancha la concepción temática bajo el halo de su poesía posmoderna.” Y añade que “una de las características básicas de la poesía de Luis Alberto de Cuenca es su gran perfección formal, extensiva a su clasicismo reformado y posmoderno de su segunda etapa en adelante, cuando se propugna un poema de estructuras cerradas. Nada en sus poemas parece estar realizado al azar.”

El texto que reproducíamos al principio, ‘El bosque’, es uno de los poemas iniciales de Sin miedo ni esperanza, que, según las propias palabras del autor, “traslada al papel el hallazgo, siempre asombroso y electrizante, de un nuevo amor.” Esa circunstancia biográfica explica el cambio de tonalidad que se aprecia en este libro, afincado en una luminosidad de la que carecían los poemas sombríos del anterior Por fuertes y fronteras. Una luminosidad presente desde su primer poema, ‘Gormenghast’: “Tu cuerpo, princesa, es un oasis en el desierto helado del silencio.”

Sin miedo ni esperanza se cierra con ‘Imágenes’, un poema con el que Luis Alberto de Cuenca reivindica el carácter figurativo de su poesía:

Imágenes, imágenes, imágenes.
Idílicas, obscenas, horrorosas.
Más veloces que el viento, más heroicas 
que una canción de gesta, más estúpidas 
que el dolor, la piedad y la traición, 
más lentas que la espina que atraviesa 
el corazón del pájaro, más locas 
que el amor, más sutiles que el deseo.
Conmigo vais y moriréis conmigo.

El libro siguiente, La vida en llamas, contiene poemas escritos entre 1996 y 2005, coetáneos de los de Sin miedo ni esperanza, lo que explica la homogeneidad temática, tonal y estilística de ambas obras.

Lo abre otra declaración poética, ‘Línea clara’:

Dicen que hablamos claro, y que la poesía
no es comunicación, sino conocimiento,
y que sólo conoce quien renuncia a este mundo
y a sus pompas y obras -la amistad, la ternura,
la decepción, el fraude, la alegría, el coraje,
el humor y la fe, la lealtad, la envidia,
la esperanza, el amor, todo lo que no sea
intelectual, abstruso, místico, filosófico
y, desde luego, mínimo, silencioso y profundo-.
Dicen que hablamos claro, y que nos repetimos
de lo claro que hablamos, y que la gente entiende
nuestros versos, incluso la gente que gobierna,
lo que trae consigo que tengamos acceso
al poder y a sus premios y condecoraciones,
ejerciendo un servil e injusto monopolio.
Dicen, y menudean sus fieras embestidas.

Defiéndenos, Tintín, que nos atacan.

Tanto en la reunión de voces e imágenes, de literatura y cine de La vida en llamas como en las líneas de fuerza divergentes (Homero y Superman) integradas en El reino blanco, su siguiente libro, conviven en un difícil y fugaz equilibrio la alegría y el desengaño, la melancolía y el humor, lo festivo y lo amargo en un característico cruce de opuestos que recorre gran parte de la obra de Luis Alberto de Cuenca, que defendería esa integración en la ‘Canción de opósitos’ del Cuaderno de vacaciones:

¿Norte o sur? ¿Aventura o biblioteca?
¿Rencor o amor? ¿Coraje o cobardía?
¿Dios o Diablo? Piénsalo y decídete
cuanto antes. La vida va trazando
signos confusos dentro de tu cuerpo,
y se han fundido viejas conexiones
que se consideraban infalibles.
Piénsalo bien. El mundo da sus vueltas
cada vez más deprisa. No hay quien siga 
su ritmo. No hay quien pueda sustraerle
un solo instante para decir alto
y claro, sin la más mínima duda,
mirándote al espejo, estas palabras:
«Norte y sur, aventura y biblioteca,
rencor y amor, coraje y cobardía,
Dios y Diablo, todo al mismo tiempo».

Desde El reino blanco hay un oscurecimiento en la poesía de Luis Alberto de Cuenca que afecta más a la mirada existencial que a la concepción estilística del poema, como se refleja en este ‘Elogio de la poesía’:

La vida es prosa más o menos aburrida, 
pero no siempre ha sido tan tediosa y prosaica.
En el alba imprecisa de nuestro origen hubo, 
primero, una voz recia que evocaba las gestas 
del caudillo del clan; luego, otra voz más íntima  
y dulce que, al compás de la lira, cantaba  
el amor, subrayando su plenitud, o el odio 
que inspira la traición, o el cruel desengaño.
Y esas voces traían a la vida promesas 
de olvido y deshacían los hielos del invierno 
al ritmo del bastón de mando del chamán 
en los fuegos de campamento de la tribu.
Y esas voces fundaban un jardín de palabras 
hermosas en el centro del desierto silente 
del mundo, una floresta de color y belleza
que, como un cáncer, iba destruyendo, implacable,  
el bosque sin memoria de nuestra soledad,  
haciéndonos mejores, más libres y más sabios.

El último libro de la recopilación, Cuaderno de vacaciones, muestra en su fecunda madurez a un poeta que, tras perfilar una voz poética inconfundible, ha ido afinando y depurando su tono, ha matizado su mirada y ha ido dejando algunas máscaras impostadas hasta encontrar su tonalidad más auténtica y cercana en los poemas de este libro.

La angustia y el desengaño son los motores de una búsqueda interior, de un itinerario ascético de depuración espiritual y estilística en el que la poesía es una forma de encontrar anclajes vitales y de integrar fructíferamente literatura y experiencia en un brindis vitalista que funde pasado, presente y futuro, melancolía y optimismo, humor y seriedad y una ironía que emerge en muchos de sus poemas. 

El intenso ‘Caverna perpetua', escrito desde la cueva platónica de las ideas y las imágenes, resume el tono poético y la temperatura humana del libro:

Como todos los hombres, vine al mundo 
a recordar, porque el conocimiento
es tan sólo memoria, remembranza, 
reminiscencia de otra realidad
mejor, más prestigiosa y más estable, 
de la que un día fuimos desterrados. 
La vida es perseguir inútilmente
la fuente primordial, donde confluyen 
todos los hilos de agua del recuerdo, 
rozar casi sus gárgolas y hundirse
en el suplicio de una sed eterna.
Tú, madre mía, soledad, aún puedes 
salvarme de este olvido que amenaza 
con sembrar de silencio las llanuras 
sonoras de mi alma. Novia mía, 
hermana soledad, dime qué hubo,
o si hubo algo, digno de memoria 
fuera de la caverna en la que vivo.

Uno de los poemas de Cuaderno de vacaciones, ‘Apología de los clásicos’, se reafirma en la línea de claridad expresiva que podría resumir la fecunda trayectoria poética de Luis Alberto de Cuenca. Termina con estos cuatro versos:

Los clásicos ayudan a vivir, 
y a morir, y a olvidar nuestras miserias, 
y a no perdernos por el laberinto 
sin Teseo ni Ariadna que es el mundo.

Santos Domínguez 



19/6/24

Paso ligero

  


Paso ligero.
La tradición de la brevedad 
en castellano (siglos XX y XXI).
Edición, selección y prólogo de José Luis Morante. 
La Isla de Siltolá. Sevilla, 2024.

La tradición de la brevedad en castellano (siglos XX y XXI) es el subtítulo del volumen Paso ligero, que publica La Isla de Siltolá en su colección Levante, con edición, selección y prólogo de José Luis Morante.

Sus cuatrocientas páginas se reparten equilibradamente entre un amplio estudio introductorio y una completa antología de aforismos desde Unamuno hasta Erika Martínez.

En su estudio introductorio, que se remonta a los orígenes más remotos del género y a la epifanía de lo breve en las colecciones bajomedievales de refranes y consejas, en los apotegmas y máximas renacentistas o en la concentración conceptista del Oráculo manual de Gracián, José Luis Morante señala que “en la argumentación textual, existir es pensar, prodigar afirmaciones y dudas; y así lo manifiesta la mecánica intelectiva del aforismo como estética de lo discontinuo.”

Y frente a esa “estética de lo discontinuo”, la vigencia del aforismo -señala Morante- “discurre continua, aunque desigual, con periodos de salud precaria. En ellos la escritura breve tuvo un rol secundario y tangencial ante el vitalismo de la poesía, el ensayo, el cuento o la novela. Sin embargo, en el crepúsculo del siglo XX y el inicio del siglo XXI la modalidad expresiva prodiga una crecida aluvial.”

Tras un repaso por otras antologías y tratados sobre el género aforístico y sobre sus diversas denominaciones y variantes (de los microlitos de Celan a los pecios de Ferlosio, de las nótulas de Cristóbal Serra a los aerolitos de Ory o a los sofismas de Vicente Núñez) la introducción ofrece un recorrido histórico por más de un siglo desde la Edad de Plata hasta la actualidad: desde Unamuno a Bergamín, de Juan Ramón a Juan Gil-Albert, de Machado a Gómez de la Serna, de Max Aub a Pérez Estrada, de Cirlot a Vicente Núñez y de León Molina a Javier Sánchez Menéndez.

Éstos son algunos de los aforismos de la antología: 

Piensa el sentimiento, siente el pensamiento. Lo pensado es lo sentido. (Unamuno)

La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero.
Agamenón. Conforme.
El porquero. No me convence. (Machado)

Todo es siempre menos. (Juan Ramón Jiménez)

El buen escritor no sabe nunca se sabe escribir. (Gómez de la Serna)

Todos estamos solos, porque en algunos esa soledad se hace más patente y más patética; eso es todo. (Juan Gil-Albert)

El arte, ¿verdad o mentira? ¿Importa? NO. Si es arte, es verdad. (Max Aub)

El ciego no tiene noción de la oscuridad; tampoco el ignorante la tiene de su inocencia. (Cristóbal Serra)

Un poema es la autobiografía del sueño. (Ory) 

La lluvia sobre el mar es asonante. (Pérez Estrada)

El mar es un monólogo interior. (Erika Martínez)

“En los remozados recorridos del aforismo -concluye José Luis Morante en el texto final- es constatable una estética abierta en su expresión, desnuda y activa, siempre implicada desde tonos distintos en búsquedas de conocimiento, reflexión y belleza. Más allá de contingencias y gustos circunstanciales, la economía verbal ha encontrado por fin, en su despliegue, reconocimiento mayoritario y activa presencia intelectual. Define esa dimensión del pensamiento donde menos es más.”


Santos Domínguez 

17/6/24

Arnau Fernández Pasalodos. Hasta su total exterminio

 


Arnau Fernández Pasalodos.
Hasta su total exterminio. 
La guerra antipartisana en España, 1936-1952.
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2024.

 La peripecia vital y la muerte de Manuel Sesé Mur, un pastor oscense que colaboró con el maquis antifranquista, son el punto de partida y de llegada, el hilo conductor de Hasta su total exterminio. La guerra antipartisana en España, 1936-1952, de Arnau Fernández Pasalodos, que publica Galaxia Gutenberg.

Así resume esa peripecia en su Introducción, “El ejemplo de Manuel Sesé Mur”:

Manuel Sesé pasó por casi todos los escenarios posibles de la guerra civil española y del sistema represivo de los vencedores. En primer lugar, participó en la revolución y en la guerra regular, defendiendo las posiciones republicanas del frente de Huesca. Cuando se produjo el hundimiento de la línea en marzo de 1938, se echó al monte, convirtiéndose en un huido, y a consecuencia de ello su familia fue represaliada y castigada. Tras presen- tarse ante los vencedores sufrió el calvario y las arbitrariedades de los consejos de guerra y de las cárceles franquistas; hambre, terror y tortura fueron el día a día para miles de vencidos. Pudo evadir la muerte a pesar de haber ostentado cargos directivos durante la revolución, y una vez en libertad vigilada volvió con su familia y recuperó cierta normalidad dentro de la vida civil. Sin embargo, sus convicciones políticas le llevaron a asumir todos los peligros que implicaba la colaboración con los órganos de la resistencia armada antifranquista. Ni la experiencia de la guerra, ni el trauma de ver a su mujer encarcelada, ni haber tenido que huir por los montes perseguido por la Benemérita, ni un consejo de guerra, ni cinco años de prisión y torturas evitaron que se sumase a la lucha contra la dictadura a través de un comité de resistencia. Ya solo quedaba el último escalón en la maquinaria represiva del franquismo: la muerte. Al Nuevo Estado y a la Guardia Civil, su agencia preferente para la lucha antiguerrillera, no les temblaron las manos a la hora de asesinar a individuos como Manuel Sesé, que por sus ideales políticos y por su actitud resistente quedaban fuera del proceso de construcción de la comunidad nacional.
¿Cómo fue posible que un pastor oscense muriera de un disparo a bocajarro efectuado por un guardia civil a principios de 1948? Es más, ¿por qué los miembros de la Benemérita no terminaron siendo investigados por asesinato, sino que los responsables del operativo fueron recompensados con diversas cruces al mérito militar?

A partir de ese ejemplo y usando una metodología de microhistoria significativa, Fernández Pasalodos aborda en este ensayo la guerra irregular entre insurgencia y contrainsurgencia en España entre 1936 y 1952 en diferentes territorios peninsulares. Entre fuerzas militares regulares y partidas de huidos y maquis que se echaron al monte antes de entregarse o después de salir de prisión y se organizaron en pequeños grupos para practicar la resistencia, más que con el enfrentamiento directo, asimétrico y desfavorable para ellos, con una guerra de guerrillas amparada en la sorpresa y en el sabotaje.

La respuesta fue la creación de contrapartidas, de “sectores de persecución de huidos”, en los que, por el predominio espacial de ámbitos rurales, tuvo un papel destacado la Guardia Civil, cuyo director general, Eliseo Álvarez-Arenas, afirmaba en 1941: “A los enemigos en el campo hay que hacerles la guerra sin cuartel hasta lograr su total exterminio, y como la actuación de ellos es facilitada por sus cómplices, encubridores y confidentes, con ellos hay que seguir idéntico sistema.”

Hasta su total exterminio, que debe su título a esas palabras, contextualiza esta lucha de partidas y contrapartidas en un marco más amplio:

Para entender la violencia, es necesario insertar el caso español en un escenario: Europa. La resistencia armada republicana se anticipó a sus homólogas europeas y se dilató en el tiempo más allá del final de la Segunda Guerra Mundial, y eso hace que no pueda leerse desde la excepcionalidad de un caso nacional, sino que debe entenderse, antes que nada, como una experiencia europea en consonancia con el marco político-geográfico mucho más amplio en que tuvo lugar. La experiencia española de guerra irregular hay que encuadrarla con las coexistidas en el Frente Oriental, Francia, Yugoslavia o Italia, sobre todo desde el análisis de las políticas y prácticas contrainsurgentes, porque el fenómeno de guerra contrainsurgente en Europa fue tan relevante y dilatado en el tiempo que, en realidad, podemos hablar de una guerra antipartisana europea entre 1936 y 1952.

Una guerra asimétrica que se prolongó durante más de quince años desde la serranía de Cádiz hasta las calles de Moscú y en la que la principal víctima fue la población civil, sobre todo de zonas rurales. A esa contextualización de la situación de España en el marco de la guerra antipartisana europea, al inicio de la resistencia armada y al origen de aquella guerra irregular de exterminio dedica Fernández Pasalodos la primera de las cinco partes en las que articula su ensayo, que aborda en su segunda parte las leyes de represión del bandolerismo, las represalias masivas contra las redes de colaboradores y la violencia sexuada contra la población civil, las deportaciones y los campos de concentración, el uso de escudos humanos o la exposición de cadáveres como escarmiento y aviso.

El entramado de la contrainsurgencia franquista, con la aplicación de la ley de fugas, la uniformidad estratégica y el paradójico contraste entre guardias civiles con alpargatas y guerrilleros con tricornios y correajes y la suma de delaciones, deserciones y labores de información, es el eje de la tercera parte, a la que sigue otro apartado -«¿Y qué hace la Guardia Civil?»- que explica la dureza represiva a partir del proceso de radicalización de los comportamientos violentos de la contrainsurgencia.

Uno de los aspectos más interesantes del ensayo es el que se trata en su quinta parte -‘Bailar con la más fea: la experiencia de los guardias civiles y sus familiares’-, donde se analizan las precarias condiciones de vida de los guardias (la mayoría de extracción social humilde) que participaron en la lucha antiguerrillera, sus miedos y sus fracasos, porque “hasta la fecha se han escrito numerosas biografías y decenas de monografías sobre las experiencias de los guerrilleros y sus colaboradores, pero apenas sabemos nada de lo que vivieron y sufrieron miles de guardias civiles y soldados. Es más, solo se ha mirado hacia los guardias civiles para hablar de las prácticas violentas, es decir, para analizar la represión, pero jamás se ha hablado de las miserias y fatigas de la guerra antipartisana. Las condiciones de vida de los guardias civiles es una de las caras más ocultas de la lucha antiguerrillera.”

Igualmente, “el papel que jugaron las esposas y los hijos de los guardias civiles en los espacios de lucha antipartisana ha sido el más ignorado. En algunos momentos, las mujeres fueron determinantes en la actuación de los hombres en las labores represivas, ya que ellas también vivían en el teatro de operaciones y sufrieron en sus propias carnes el rechazo social al trabajo de sus maridos: miradas desafiantes, gestos de desprecio, malas palabras o la negativa de algunos tenderos a venderles sus productos”, explica en el capítulo ‘De esposas a viudas’ Fernández Pasalodos, que cierra el ensayo con un epílogo -‘Manuel Sesé y yo’- en el que concluye que “este trabajo me ha permitido no solo entender el porqué de su muerte, sino también el del resto de miles de hombres y mujeres que terminaron asesinados, torturados, deportados y encarcelados en lo que la dictadura franquista entendió como una guerra “hasta su total exterminio”.

Santos Domínguez 


14/6/24

Juan de Mena. Laberinto de Fortuna



Juan de Mena.
Laberinto de Fortuna. 
Edición de Luis Gómez Canseco.
Cátedra Letras Hispánicas. Madrid, 2024.

 Al muy prepotente       don Juan el segundo,
aquel con quien Júpiter     tuvo tal celo
que tanta de parte        le fizo del mundo
quanta a sí mesmo       se fizo del cielo,
al gran rey de España,    al César novelo
al que con Fortuna          es bien fortunado,
aquel en quien caben      virtud e reinado;
a él, la rodilla         fincada por suelo.

Tus casos falaces,       Fortuna, cantamos, 
estados de gentes        que giras e trocas,
tus grandes discordias,       tus firmezas pocas,
y los que en tu rueda         quejosos fallamos. 
Fasta que al tiempo          de agora vengamos
de fechos pasados         cobdicia mi pluma
e de los presentes          fazer breve suma.
Dé fin Apolo,          pues nos comenzamos.

La ‘Suprascripción’ y el Argumento contra Fortuna’ son las dos estrofas iniciales de las 297 coplas de ocho versos que componen el Laberinto de Fortuna, el largo y brillante poema narrativo y alegórico de Juan de Mena (1411-1456), con el que culmina el cultismo poético prerrenacentista en Castilla. Un cultismo poético prerrenacentista que se expresa con la solemnidad inimitable de las coplas de arte mayor castellano y con la potencia rítmica del dodecasílabo equilibrado en dos hemistiquios regulares, separados por una cesura muy marcada. 

Ese arte mayor castellano llega a su cima con Juan de Mena, el mayor poeta del siglo XV, y con su Laberinto de Fortuna, una de las obras mayores de la literatura medieval castellana, del que acaba de aparecer en Cátedra Letras Hispánicas una edición crítica de Luis Gómez Canseco con una relativa modernización del texto, porque -explica- “he pretendido eliminar tantas barreras lingüísticas y gráficas como me ha sido razonablemente posible para franquear el paso a los lectores del siglo XXI; eso sí, sin alterar la fonología y la morfología de la lengua usada por Juan de Mena y sin renunciar a su característica inestabilidad.”

Es una espléndida edición minuciosamente anotada que se abre con un extenso estudio introductorio sobre la vida y la obra de Juan de Mena, a quien “le llegó la gloria en vida junto con beneficios y caudales que le permitieron gozar de una existencia holgada. Porque la fama póstuma está muy bien, pero no se saborea de igual manera. Esa fama de poeta letrado se construyó con una piedra angular de gran calibre: nada más y nada menos que el Laberinto de Fortuna.

Esa introducción se completa con una amplia bibliografía y con una orientadora guía para leer el Laberinto de Fortuna según una propuesta que articula el poema en doce secciones.

El eje argumental del poema es el viaje del poeta en el carro de Belona, la diosa que lo rapta y lo lleva a la casa de la Fortuna. Guiado por la Providencia, personificada en una hermosa muchacha que desciende de una nube, el poeta contempla la geografía del mundo y sus diversas partes. 

La Providencia le muestra a continuación las tres ruedas de la Fortuna: dos inmóviles, las del pasado y del futuro, y una móvil, que representa el tiempo presente. Cada una de esas tres ruedas contiene siete círculos concéntricos (Diana, Mercurio, Venus, Febo, Marte, Júpiter y Saturno) que responden a la concepción geocéntrica que tenía Ptolomeo del universo. 

Habitados por personajes famosos de la antigüedad o cercanos al tiempo de Mena, cada uno de los círculos se relaciona además con virtudes como la castidad, el buen amor, la prudencia, la fortaleza y la justicia, o con vicios como la avaricia, la codicia o la traición.

Cierra el poema una conclusión en la que al amanecer la Providencia, antes de desvanecerse, hace una profecía esperanzadora sobre el reinado de Juan II, al que el poeta insta en la estrofa final a cumplir lo profetizado:

Fazed verdadera      la grand Providencia,
mi guïadora       en aqueste camino,
la cual vos ministra          por mando divino
fuerza, coraje,          valor e prudencia,
por que la vuestra         real excelencia 
haya de moros         pujante victoria,
e de los vuestros       ansí dulce gloria
que todos vos fagan,       señor, reverencia.

Influido por la Divina Comedia, junto con la tradición de los Somnia proféticos y visionarios herederos del ciceroniano Sueño de Escipión y muy marcado por la influencia de Virgilio y Lucano, Mena escribe el Laberinto de Fortuna con un doble propósito: con una evidente voluntad de reforma moral en medio del caótico laberinto que eran la sociedad y la política en la época de Juan II, al que dedica la obra.

Pero con ese poema Mena aspiraba también a crear un lenguaje poético elevado, alejado del nivel conversacional, y a situarlo a la altura literaria del latín en aquella España que ya empezaba a definirse a través de una literatura que alcanzaría su identidad nacional en el Siglo de Oro.
 
Por cierto, el Laberinto  de Fortuna, conocido también con generosa imprecisión como Las Trescientas, fue el único poema medieval castellano admirado y comentado por los humanistas del Renacimiento, que vieron en él la altura de una obra clásica, merecedora de ediciones comentadas como las que hicieron Hernán Núñez de Toledo en 1499 y El Brocense en 1582. 

Y su huella sigue presente en la literatura del siglo XX de una manera peculiar: Caballero Bonald reutilizó el título en 1984 para homenajear a Juan de Mena y a su voluntad de crear ese alto lenguaje poético alejado del habla de la calle. Así lo justificaba: “Nada parece impedirme ahora que, a un desnivel de quinientos años, rememore y agradezca todo ese ejemplar esfuerzo de dignificación creadora. Por eso -y por algún motivo más extravagante- titulo este libro como Juan de Mena el suyo”.

Y por aquellos mismos años ochenta el narrador Medardo Fraile tituló también Laberinto de Fortuna su única novela.

En uno de sus episodios más memorables, perteneciente al extenso círculo guerrero de Marte, se evoca la muerte del conde de Niebla en el intento fracasado de asalto a Gibraltar. Un asalto marítimo que el conde lleva a cabo tras desechar los malos augurios con un valor tan personal que parece anticipar la actitud humanista frente a la superstición medieval:

Desplega las velas,     pues, ya. ¿Qué tardamos?
E los de los bancos      levanten los remos,
a vueltas del viento       mejor que perdemos;
Non los agüeros,           los fechos sigamos,
pues una empresa        tan santa levamos
que más non podría      ser otra ninguna;
presuma de vos             e de mí la Fortuna
non que nos fuerza,      mas que la forzamos.

Santos Domínguez 


12/6/24

Azorín. El chirrión de los políticos

 

Azorín.
El chirrión de los políticos. 
Fantasía moral.
Prólogo de Domingo Ródenas de Moya.
Drácena. Madrid, 2024.

Hace poco más de un siglo, entre enero y septiembre de 1923, Azorín fue publicando en el diario argentino La prensa una serie de artículos que integraría luego en los quince capítulos, precedidos de un prólogo y seguidos de un epílogo, de El chirrión de los políticos, que publicaría ese mismo año con el subtítulo Fantasía moral. 

Se trata de una sátira política, escrita desde el desengaño de quien como Azorín había intervenido en la política activa durante veinte años, desde 1901 en que fue uno de los firmantes con Baroja y Maeztu de un manifiesto regeneracionista. Fue diputado del partido conservador de Antonio Maura entre 1907 y 1919 y no pudo renovar mandato en 1920, por lo que quizá al desengaño se sume también una cierta dosis de despecho.

La edición con la que Drácena recupera este libro se abre con un prólogo -“Dicho y olvidado”- en el que Domingo Ródenas de Moya vincula el desengaño político de Azorín con el sistema corrupto de la Restauración, de apariencia democrática y esencia oligárquica, basado en un parlamentarismo clientelar al que pondría fin ese mismo año 1923 el pronunciamiento de Primo de Rivera.

Con la sombra tutelar de Quevedo al fondo, esta sátira contra la política tiene como marco y referente moral la figura de un político ejemplar, don Pascual, un intelectual tolerante del que un amigo del narrador dice en el prólogo que es “una antinomia viviente” que, ‘admirador de todas las cosas de la inteligencia, intelectual, intelectualizado, no es ni puede ser un político. Y esta es una antinomia profunda; este es su verdadero conflicto.”  Porque -añade luego- “un político intelectual se destruye a sí mismo. La inteligencia negará siempre en el político la obra práctica de este.”

No es difícil ver en ese personaje paradigmático un reflejo del propio Azorín, que proyecta en don Pascual la relación conflictiva entre acción política e inteligencia que él mismo podía haber experimentado.

Tras una parte central que es el núcleo de la sátira de la política de su tiempo (las elecciones, los consejos de ministros, la oposición, los candidatos, los viajes ministeriales a provincias, el Parlamento, la reforma constitucional).

Los tres capítulos del epílogo, que muestran a don Pascual en el despacho, en su piso y en su casa de campo, trazan el modelo del político ideal, al que se le atribuyen estas palabras, con las que un idealista Azorín manifiesta sus propias ideas: 

¿Para qué queremos el Poder? Si algún día viene a nuestras manos, lo aceptaremos, pero sin codicia, sin concupiscencia. Estamos gobernando hace años sin estar en el Poder. Creamos una llamita de civismo, de cultura, de independencia mental, que esparce sus resplandores en la noche de nuestra patria. Si alguna vez ocupamos el Poder, seremos sinceros y desinteresados. No romperemos abiertamente con la tradición, porque no se puede prescindir de las fuerzas hereditarias, seculares, de un pueblo; pero orientaremos nuestros actos, armónicamente, sin estrépito, hacia lo porvenir. Y si nunca podemos sentarnos en un sillón ministerial, ¿qué habremos perdido? Nuestra obra de difusión de la cultura, de avivamiento del amor a España, estará hecha.

Una sátira intemporal, porque, además de las corrupciones, de la ley del embudo y el clientelismo que comparten aquellos políticos con los actuales, ¿a quién no le resulta lamentablemente familiar y actual una respuesta como esta, del presidente del Consejo de ministros ante un asunto incómodo?:

-No estoy enterado de nada. Ignoro en absoluto el asunto de que ustedes me hablan. Procuraré enterarme. Ahora no puedo adelantar juicio.

Si no fuera porque esas frases son inverosímiles en los políticos que nos gobiernan hoy, que ignoran la sintaxis tanto como la vergüenza, parecería de ayer mismo. O de mañana.

Santos Domínguez 

10/6/24

Guía de lugares imaginarios

  


Alberto Manguel y Gianni Guadalupi.
Guía de lugares imaginarios.
Edición abreviada.
Traducciones de Ana María Becciú, 
Borja García Bercero y Javier Setó.
Alianza editorial. Madrid, 2024. 



Ruinas Circulares, Tierra de las.
Lugar que no figura en los mapas, situado tal vez en la desembocadura de un río que va a dar al extremo sur del mar Caspio, allí donde el idioma zend no está contaminado de griego. Lo más interesante de este lugar es un recinto circular que corona un tigre o caballo de piedra. Ese redondel es un templo. Allí un hombre puede soñar a otro hombre e imponerlo a la realidad.
La única prueba de su irrealidad es que es capaz de hollar el fuego y de no quemarse. Soñar a un hombre entero lleva más de un año. El pelo innumerable es tal vez la tarea más difícil. Los hombres soñados son instruidos en los ritos del dios del fuego y enviados a otros templos despedazados cuyas pirámides persisten aguas abajo; otros viven como hombres normales sin percatarse de su propia existencia. El viajero deseoso de confirmar que nadie lo está soñando puede pasar por la prueba del fuego, una ceremonia frecuente en estas regiones.

Esa entrada, inspirada en el relato de Borges Las ruinas circulares, de El jardín de senderos que se bifurcan, es una de los cientos que contiene la Guía de lugares imaginarios de Alberto Manguel y Gianni Guadalupi, cuya edición abreviada publica Alianza editorial en el Libro de bolsillo con traducciones de Ana María Becciú, Borja García Bercero y Javier Setó.

Desde la Abadía de El nombre de la rosa (“De todos los tesoros que albergaba la biblioteca, el más importante era el tratado sobre la comedia, de Aristóteles, que se creyó perdido durante muchísimo tiempo”) hasta Zuy, “próspero reino élfico situado en los Países Bajos”, Manguel y Guadalupi reúnen en la Guía de lugares imaginarios una geografía de los reinos de la imaginación, una cartografía fantástica de los territorios de la literatura en un libro inclasificable que tiene mucho de diccionario y algo de atlas, con un centenar de mapas y planos de James Cook que reproducen gráficamente esos territorios imaginarios y con abundantes ilustraciones de Graham Greenfield.

Manguel y Guadalupi celebran así una fiesta de la imaginación a través de sus centenares de entradas que dan acceso al universo de la ficción antigua, clásica y contemporánea: de la homérica isla Ogigia a la Ohonoo de Melville, de la Ersilia de Italo Calvino al Castillo Blanco de Sir Thomas Malory, de los vastos desiertos de Mordor en la Tierra Media de Tolkien a la Atlántida platónica, de la Isla de Próspero que fundó Shakespeare a la cervantina Ínsula Barataria.

Son algunos de los cientos de topónimos de la fantasía, de las muchas puertas abiertas a una geografía ficticia, a una topografía del universo de lo imaginado y a la descripción de paisajes, montañas, bosques y ciudades, clima y costumbres, flora y fauna, forma de gobierno y comunicaciones o gastronomía.

Entre la mitología y la literatura, estos abundantísimos lugares inventados son manifestaciones de la imaginación que ha generado lugares de quimera y espacios de utopía. Una geografía que ha ido construyendo la inventiva de los hombres con leyendas milenarias o con creaciones modernas que se han instalado en el imaginario occidental.  

Estos son unos fragmentos de la entrada dedicada a la Isla del Tesoro: 

Isla situada frente a las costas de México; tiene unos quince kilómetros de largo por ocho de ancho. En la costa sur hay un puerto natural, conocido como el fondeadero del capitán Kidd. 
[…]
Los únicos edificios de la isla son una empalizada y una cabaña oculta en los bosques próximos al fondeadero sur. Construida sobre una loma, al lado de un manantial, la cabaña puede albergar casi cuarenta personas.
El primer mapa de la isla lo levantó en 1754 el capitán Flint, que escondió en ella su famoso tesoro.



Rematada con un enciclopédico índice por autores, la Guía de lugares imaginarios es una invitación a explorar o redescubrir los inagotables lugares de la imaginación, porque -escribe Mangel- “la geografía de la imaginación es infinitamente más vasta que la del mundo material. Por banal que suene esa afirmación, nos permitió experimentar la inmensa generosidad que implicaba nuestra tarea: dar entidad a paisajes y criaturas que no pueden reclamar su presencia en el mundo de los volúmenes y los pesos. Como los angélicos habitantes cuyas jerarquías debatieron nuestros antepasados, como el unicornio y la mantícora, como el indescriptible éter y el misterioso flogisto, como los conceptos de democracia perfecta y buena voluntad para todos los hombres, los lugares imaginarios no necesitan ser reales para existir en nuestra conciencia. Utopía, el País de las Maravillas, la Atlántida y El Dorado están siempre presentes, aunque su ubicación no se consigne en ninguna cartografía oficial.”

Seguramente no es una casualidad que muchos de estos lugares imaginarios sean islas (como la de San Brandán, la de El Señor de las moscas, la de Utopía, la de Arena Verde, la de las Sirenas, la de Dioniso, la de la Ciudad del Sol que imaginó Tommaso Campanella en el XVII, la del Snark o la de los Sueños) o castillos como el de Kafka, el de Drácula, el de Otranto o el que Verne inmortalizó en los Cárpatos. 

Porque las islas y los castillos son no sólo los lugares propicios de la literatura y de la imaginación, sino también la mejor metáfora del lector. Isla y castillo a la vez, como el palacio del rey Arturo o la vieja ciudad de Arkham, el cementerio imaginario de Spoon River que nos legó Lee Master participa de las características propias de esos dos ámbitos. De ese lugar y de sus habitantes dice la Guía:

Aldea de Nueva Inglaterra, en los Estados Unidos, célebre por su cementerio. Las leyendas grabadas en sus lápidas relatan las vidas de los que allí yacen.
Leyendo estos epitafios, el viajero puede enterarse de toda la historia de Benjamin Pantier, un abogado a quien ataron el alma con un dogal del cual tiraron hasta que murió; de Henry Chase, el borracho del pueblo; de A. D. Blood, que mandó cerrar todos los cafés; y también de Roscoe Purkapike que se fugó de su hogar, al que regresó al cabo de un año contando a su esposa, que era puritana, que lo habían raptado los piratas del lago Michigan y que no había podido escribirle porque los bucaneros le habían puesto grilletes. (Su esposa fingió tragarse la increíble historia y lo recibió con los brazos abiertos.)
[…]
Hay que advertir que los muertos no siempre están de acuerdo con lo que se pone en las lápidas ajenas y que, cuando esto ocurre, protestan desde su tumba; entonces discuten y alborotan hasta que, finalmente, se calman, cuando menos hasta el siguiente altercado.

Esta es la entrada dedicada a la Isla de Crusoe o Speranza, a veces llamada Isla de la Desesperación:

Isla situada a unas veinte leguas de la costa de Sudamérica y no a mitad de camino entre la isla de Juan Fernández y la costa de Chile, como así han sugerido geógrafos franceses. El interior de la isla es montañoso, con valles fértiles. Hay playas y calas muy hermosas, y la desembocadura de un riachuelo proporciona un cómodo puerto al noreste. La isla se hizo célebre a comienzos del siglo XVIII gracias a las crónicas de un tal Robinson Crusoe, de York, que naufragó en ella el 30 de septiembre de 1659. Pueden visitarse los restos de los tres campamentos que levantó Crusoe: uno en la desembocadura del río, otro junto a una ladera rocosa, en dirección noroeste, desde donde se ve bien esa parte de la isla, y un tercero en un valle que hay en el interior. En el sur de la isla se halla la playa de Viernes, donde por primera vez Crusoe vio una pisada en la arena, y algo más al este un poste que Crusoe clavó para señalar el camino. Otro poste de madera que usó como calendario, y que lleva grabadas estas palabras: «Aquí llegué a tierra el día 30 de septiembre de 1659», todavía se puede ver cerca de lo que fue su primer campamento. En la playa de Viernes aún se pueden hallar huesos humanos, restos de un festín de los caníbales.

Santos Domínguez 


7/6/24

Rafael Morales Barba. Guardia nocturna

  


Rafael Morales Barba.
Guardia nocturna.
Bartleby Editores. Madrid, 2024.

Guardia nocturna se asoma a un mundo propio y al suburbio personal (y social). Un centinela demasiado atento al yo precario que encuentra cómplices en los márgenes y que se destila con dolor. Pequeñas solidaridades, asombros, intimidades y vaciamientos, desolaciones desnutridas y guiños a los desprotegidos. A los del yo y a los de al lado, el otro. Mi intenso compromiso social y humano a veces se mira y otras mira hacia afuera, vive la ausencia de su desánimo o pusilanimidad, de su adentramiento obsesivo, en voz baja. Lo cierto es que suele revolverse hacia su yo en su impotencia por explayarse, y ha preferido la acción personal con discreción. No por ello deja de aparecer en verso, y aparece de pronto aquí y allá, sin expresionismo ni alaradas.”

Mis limitaciones léxicas me impiden saber qué significan esas “alaradas” que no encuentro en ningún diccionario, pero creo entender lo que quiere decir Rafael Morales Barba en el prólogo con el que abre  su Guardia nocturna, que publica Bartleby Editores.

Se reúnen bajo ese título las que el propio autor llama sus “escaramuzas poéticas” anteriores: Canciones de deriva y Climas, dos libros a los que se añade el reciente Aquitania, que toma su título del poema inicial, subtitulado ‘Luna de marzo’:

Has tornado a las aguas 
sin por qué, luna 
en la ría, besado mis labios 
hervidos sobre el agua del rape 
en su lecho de arena. 

Opiácea luz narcótica, tan clara 
cae por el todo tan breve 
y este aire 
caliente, 
navegando, 
barchetta.

Tibios arpegios oirán celestiales los muertos 
sumergidos, no voces desteñidas 
como estas, ¡cómo insisten 
tocando en la puerta de aire 
desde abajo, 
luna amarilla… 

esperando mareas.

Más conocido por su ejercicio crítico que por su vocación poética tardía, Morales Barba cultiva una escritura del despojamiento expresivo desde un difícil equilibrio entre lo elusivo y lo alusivo, desde un ejercicio de depuración de la mirada y de síntesis de la palabra.

Este ‘Septiembre’ es una muestra de su expresión recortada y sugerente:

Por el lazo de sombras 
bajo la catalpa y el sendero tenue 
de ligera brisa 

sin reproche en el labio 
ni en su palabra oscura.

Con un frecuente fondo de paisajes marítimos de medusas y crepúsculos, de salinas y farallones, de espumas y veleros, de barcas y brumas norteñas, esta es una poesía de mirada sutil que va desde lo exterior a lo interior, desde la contemplación del paisaje a la meditación, desde la evocación a la reflexión.

Otro ejemplo de ese mundo propio y de esas lecciones del paisaje: esta ‘Guardia nocturna’, de la que toma su título este volumen que recoge la obra poética de Rafael Morales Barba, su voz afinada y su palabra afilada: 

Las horas por el aire 
transparentes 
con sus besos de arena, muy ligeras 
entre cubetas breves, 
viejas grullas varadas 
en Guerande sobre la sal y el sodio, 
sin quimeras ni vuelos, 
claras.

Sin gasas, desvestidas, sobrevestes, 
linajes.
Súbitos golpean con el cincel metales 
y esculpe el viento un callejón nocturno. 

Asomado al balcón la salina 
de un tenor vaciado 
sin melodía 

canta.


Santos Domínguez 


5/6/24

Teresa Langle de Paz. Un instante de verdad



Teresa Langle de Paz.
Un instante de verdad.
Un ensayo sobre el sosiego.
Ático de los libros. Barcelona, 2024.

 La vinculación entre poesía y filosofía se remonta a hace más de veinticinco siglos con Parménides, autor de una única obra, un poema filosófico -Sobre la naturaleza- del que se conservan fragmentos en los que reflexiona por primera vez sobre la relación entre el ser y el pensamiento.

Esa vinculación estrecha entre la creación poética y el pensamiento filosófico se prolonga, a través de Goethe y el romanticismo de Novalis,  Hölderlin y Schiller, poetas y filósofos, hasta la época contemporánea en la razón poética de María Zambrano, que abordó esa relación en su imprescindible Filosofía y poesía, o en la razón estética de Chantal Maillard, poeta y ensayista.

Y esos dos nombres son referentes esenciales en la escritura y en el pensamiento de Teresa Langle de Paz, que llegó a la poesía desde la filosofía para escribir dos libros (El vuelo de la tortuga y Oda a la mota que quiso ser aire) desde los que ahora regresa al ensayo con Un instante de verdad, que publica Ático de los libros, donde por cierto evoca el poema de Parménides, uno de los pilares del pensamiento occidental, a propósito de que “la luz y la oscuridad son la esencia de todo.”

Como “un paseo filosófico por la poesía o un paseo poético por la filosofía” define ella misma este sugerente viaje por interiores y exteriores que organiza en dos partes de títulos significativos: ‘Viaje interior. La experiencia pura’ y ‘Visitar la noche del mundo. La palabra exacta’.

Abren el volumen unas palabras preliminares de Doris Sommer, profesora de la Universidad de Harvard, en las que dice de Teresa Langle que “su deseo de encontrar nuevas vías paradigmáticas e instrumentos conceptuales que le permitan explorar algunos resquicios de nuestro mundo, en donde se alberguen atisbos de esperanza para construir y unir, tiene como resultado un ensayo valiente y original con espíritu innovador.”

“Mi propósito -explica la autora en la introducción- es abordar una explicación de la instantaneidad del mundo que nos ayude a indagar en la búsqueda de la verdad, quizá la más antigua búsqueda del ser humano; pero de una verdad que esté al alcance de nuestras manos y de nuestra vista, y que nos ayude a construir un mundo más unido y equitativo. El lenguaje, como instrumento de pensamiento con el que articular esta búsqueda, requiere también una exploración de nuevos territorios simbólicos y metafóricos, un acercamiento a lo que llamaré la palabra exacta.”

Esa búsqueda de la exactitud estaba precisamente en la raíz estética y en el impulso poético de su Oda a la mota que quiso ser aire, lo que confirma de nuevo la relación coherente de filosofía y poesía, de pensamiento y creación en el conjunto de la obra de Teresa Langle, que antepone a su ensayo una propuesta de once máximas que resumen las líneas vertebrales de su desarrollo:

1. La posibilidad de hallar la verdad está en la percepción.
2. Para hallar la verdad hay que dejar que el mundo se nos revele. 
3. El mundo se revela en la instantaneidad si dejamos que nos asalte. 
4. La singularidad del instante revelado es el hogar del saber.
5. El saber nos eleva por encima de la individualidad.
6. El vuelo del saber nos conduce a un encuentro único y singular. 
7. De ese encuentro nace el lenguaje y la metáfora.
8. La palabra originaria es entonces comprendida.
9. Se vislumbra el camino hacia el conocimiento verdadero.
10. Volvemos al mundo con la confianza de haber conocido la verdad. 
11. La verdad nos une. Es hora de actuar.

Instante y verdad: esas son las dos palabras claves de este ensayo que indaga hondamente en la verdad de la pura experiencia vital inabarcable, en la libertad de lo instantáneo, “incontenible e inevitable”, y en el pragmatismo del instante aparentemente trivial, porque -afirma Teresa Langle- “si no podemos disciplinar la realidad, ni tan siquiera la comprensión de la realidad, ¿no sería más práctico encontrar formas de entender, de explicar, de aceptar y de actuar que tuviesen realmente en cuenta la naturaleza entrópica de la existencia en general, y de las experiencias humanas en particular?”

Y con ese afán de entender, de explicar, de aceptar y de actuar se desarrolla este ensayo, sostenido en una mirada incisiva que se proyecta en la naturaleza como profundidad necesaria, en la intuición de lo invisible y de lo minúsculo, en el instante huidizo que contiene lo infinito y en el reconocimiento de la extrañeza del mundo para que “nada pase inadvertido”. Se trata de “dejar la conciencia en suspenso para que las cosas nos asalten y nos afecten. Que  el intelecto se aparte y deje paso, verdaderamente, a lo que estamos viendo, oyendo, sintiendo. Ese es el momento propicio para el encuentro. Eso es el encuentro.”

Y en ese encuentro Teresa Langle enlaza ahora desde la teoría filosófica con lo que fue su práctica poética en la espléndida Oda a la mota que quiso ser aire y defiende en estas páginas que “hay que prestar más atención a lo diminuto y a lo sutil, a todo lo que también es mundo aunque no se vea” para de esa manera “explorar la percepción del instante con la intuición para adentrarse en la riqueza semántica de la incertidumbre. Esta es una vía para saber.” Porque la incertidumbre y el desorden son consustanciales a la vida y desde ahí “se debe aprender a pensar el instante para descubrir su verdad transformadora en lo personal y en lo social.”

Inevitablemente, cualquier reflexión de calado sobre el saber y el conocimiento implica también una reflexión sobre el lenguaje, que “tiene profundas raíces en la cultura, en las vivencias, en la piel.”  Esa reflexión se aborda en la segunda parte del ensayo, donde se defiende que “el lenguaje metafórico se acerca temerosamente a la pulsión de vida que se halla en los instantes y sabe decir algo de ella. De algún modo, las experiencias particulares del mundo son el lenguaje en su estado originario, con todos sus matices aún por manifestarse.”

Y esa experiencia del mundo, como el lenguaje que la expresa, se alimentan de intuiciones y de sensaciones, de lo imperceptible y del silencio contemplativo, porque “el instante es sensorial, la verdad es instantánea; y su esencia, misteriosa y efímera.”

Como la de la poesía, cabría añadir. 

La admirable relación expresiva que establece Teresa Langle entre filosofía y poesía a través de la tensión entre palabra y pensamiento queda resumida en expresiones tan cargadas de sentido como “Pensar el aire no es suficiente” o en este párrafo, uno de los momentos más hondos y más intensos de este ensayo:

Hemos venido a visitar la noche del cosmos y nos hemos encontrado el día de nuestro mundo. Hemos venido a transitar el día y nos recibió la noche de todas las noches. Nuestra conciencia nos empuja a conocer, nos coloca como observadores de otras vidas. Mas no podemos observar las vidas de los demás como quien contempla un objeto externo para analizarlo. Llegar a la noche inventada por la piel y sus sonrisas es una oportunidad para imaginar lo que el sol quiere mostrarnos. Somos intrusas e intrusos en la entrañas de un cielo y un suelo que no nos contemplan.

“La tarea que tenemos por delante no es explicar definitivamente el mundo, sino comprender al menos cómo hacer que los lugares más habitables se extiendan y quepan en ellos más personas y más seres”, escribe Teresa Langle en este libro subtitulado Un ensayo sobre el sosiego, una luminosa y enriquecedora lección de calma que se cierra con un escueto y significativo ‘Epílogo’:
 
Adiós.¡No corráis!

Santos Domínguez