29/11/23

Ricardo Piglia. El último lector


Ricardo Piglia.
El último lector.
Edición de Ricardo Baixeras Borrell.
Cátedra Letras Hispánicas. Madrid, 2023.

“Hay una foto donde se ve a Borges que intenta descifrar las letras de un libro que tiene pegado a la cara. Está en una de las galerías altas de la Biblioteca Nacional de la calle México, en cuclillas, la mirada contra la página abierta.
Uno de los lectores más persuasivos que conocemos, del que podemos imaginar que ha perdido la vista leyendo, intenta, a pesar de todo, continuar. Esta podría ser la primera imagen del último lector, el que ha pasado la vida leyendo, el que ha quemado sus ojos en la luz de la lámpara”, escribía Ricardo Piglia al comienzo de “¿Qué es un lector?”, el primero de los seis capítulos con los que compuso El último lector, el luminoso ensayo narrativo que publica Cátedra Letras Hispánicas con edición de Ricardo Baixeras Borrell, que desarrolla en su amplio estudio introductorio y en sus minuciosas anotaciones la construcción de Piglia de la lectura como literatura y de la literatura como lectura en un intercambio continuo de mundos que dialogan.

La de Borges es una de las escenas de lectura que evoca Piglia, que explicó que “este libro no intenta ser exhaustivo. No reconstruye todas las escenas de lectura posibles, sigue más bien una serie privada; es un recorrido arbitrario por algunos modos de leer que están en mi recuerdo. Mi propia vida de lector está presente y por eso este libro es, acaso, el más personal y el más íntimo de todos los que he escrito.”

Porque El último lector aborda las representaciones y las interpretaciones de la figura del lector que nos transmite la literatura a través de personajes como don Quijote, Hamlet, Madame Bovary, o Anna Karenina, su presencia central en los relatos de Borges y en los diarios de Kafka y en sus cartas a Felice Bauer o los puentes tendidos entre la escritura y la lectura en autores como Cervantes, Poe, Joyce o Proust. Autores que fueron además y antes lectores excepcionales.

Y es que -afirma Piglia- “la pregunta «qué es un lector» es, en definitiva, la pregunta de la literatura. Esa pregunta la constituye, no es externa a sí misma, es su condición de existencia. Y su respuesta -para beneficio de todos nosotros, lectores imperfectos pero reales- es un relato: inquietante, singular y siempre distinto.” 

Y por eso, añade, “buscamos entonces las figuraciones del lector en la literatura; esto es, las representaciones imaginarias del arte de leer en la ficción. Intentamos una historia imaginaria de los lectores y no una historia de la lectura. No nos preguntaremos tanto qué es leer, sino quién es el que lee (dónde está leyendo, para qué, en qué condiciones, cuál es su historia).”

Esas figuraciones de lectores imaginarios que en una novela leen una novela muestran en diferentes escenas y escenarios la lectura como salvación en Robinson Crusoe, como origen de un proyecto de vida en don Quijote, como refugio en Anna Karenina, como redención en Mme. Bovary  o como manifestación de lucidez diferencial y extrema en Auguste Dupin.
 
Sobre la lectura narrada, Piglia construye en El último lector una poética de la recepción literaria en la que la lectura es también una manera de escribir, un método de apropiación y reescritura de los universos que crea la lectura, cuando “construye un espacio entre lo imaginario y lo real, desarma la clásica oposición binaria entre ilusión y realidad. No hay, a la vez, nada más real ni nada más ilusorio que el acto de leer.
Muchas veces el lugar de cruce entre el sueño y la vigilia, entre la vida y la muerte, entre lo real y la ilusión está representado por el acto de leer.”

Y en esa poética de los libros leídos es fundamental la perspectiva del lector, y por tanto saber no sólo qué, por qué y cuándo lee el lector, sino también y sobre todo desde dónde se lee. Entre la variada tipología de lectores, Piglia destaca la del lector puro que hace de la lectura su forma de vida:

El lector adicto, el que no puede dejar de leer, y el lector insomne, el que está siempre despierto, son representaciones extremas de lo que significa leer un texto, personificaciones narrativas de la compleja presencia del lector en la literatura. Los llamaría lectores puros; para ellos la lectura no es solo una práctica, sino una forma de vida.

Esa relación existencial entre realidad e imaginación, entre vida y literatura se convierte en uno de los hilos conductores de los seis capítulos de este ensayo sobre la lectura y la escritura, sobre la experiencia literaria y el papel activo del lector. Este párrafo resume el vínculo entre la lectura y la realidad que, con sus diversas variantes y perspectivas, constituye uno de los temas vertebrales de El último lector:

Hay una relación entre la lectura y lo real, pero también hay una relación entre la lectura y los sueños, y en ese doble vínculo la novela ha tramado su historia.
Digamos mejor que la novela -con Joyce y Cervantes en primer lugar- busca sus temas en la realidad, pero encuentra en los sueños un modo de leer. Esta lectura nocturna define un tipo particular de lector, el visionario, el que lee para saber cómo vivir.

Santos Domínguez 



27/11/23

Cuentos fantásticos chinos


 Cuentos fantásticos chinos.
Edición de Gabriel García-Noblejas Sánchez-Cendal.
Cátedra Letras Universales. Madrid, 2023.

Ciento veinticuatro relatos escritos entre el siglo cuarto a. C. y el siglo XVIII contiene la antología de Cuentos fantásticos chinos que publica Cátedra Letras Universales con edición de Gabriel García-Noblejas Sánchez-Cendal, que señala que con ella “desea proporcionar al lector una panorámica tan general como profunda de la corriente literaria china de los «cuentos fantásticos» o «relatos de casos extraordinarios», que abarca unos veinticinco siglos y llega hasta la actualidad. […] La selección de los relatos se ha hecho según un criterio fundamental: la representatividad; representatividad en cuanto a temas, personajes, tramas y trasfondo cultural y, también, en cuanto a estilo y calidad literaria.”

Organizada en tres partes (I. Desde finales de la dinastía Zhou hasta la dinastía Tang; II. Dinastías Tang y Song; III. Dinastías Ming y Ching), esta selección de cuentos traza desde su ámbito narrativo un completo panorama social, cultural y literario que está en el trasfondo histórico de una evolución de milenios.

Esta antología, que se cierra cronológicamente en el siglo XVIII con seis cuentos de Yuan Mei (1716-1797), el maestro chino del cuento fantástico, además de un muestrario significativo de una corriente narrativa muy extendida en la literatura china de todas las épocas, es un reflejo de las costumbres y las creencias de aquella sociedad, de los cambios de mentalidad, de la transformaciones históricas y socioculturales o de la evolución del budismo y el taoísmo que se proyectan en la incorporación de nuevos temas y actitudes. 

Intercalados al principio en libros de historia y filosofía como material anónimo de apoyo de una idea o una explicación, estos relatos fantásticos carecían en aquel primer momento de autonomía literaria y de título, porque funcionaban como meras ejemplificaciones narrativas, sin entidad propia más allá de la puramente demostrativa.

El río prohibido, Dentro de una almohada, De la movilidad de las montañas, El espíritu que se salió de su cuerpo, Los hombrecillos voladores, Hombre en una oreja, El cadáver andante, El espíritu enamorado o El país sin puertas son algunos de los títulos de estos relatos que narraban hechos extraordinarios y fueron logrando su reconocimiento cultural como forma literaria desde la reivindicación de lo verosímil y lo moral, a la vez que la primitiva sencillez del relato fue dando paso a una mayor elaboración estilística y a una progresiva complejidad de las tramas argumentales y los personajes.

Los espíritus de los muertos y los fenómenos anormales, las lluvias de sangre y las plagas de langostas, los poderes sobrenaturales, las metamorfosis animales, los eclipses y los sueños proféticos, las mujeres que regresan del Más Allá son algunos de los temas de estos relatos recopilados por Gabriel García-Noblejas, que afirma en su introducción que confía “en que el lector podrá ir percibiendo cómo nacen, crecen, se desarrollan y mueren los temas, personajes, motivos literarios, estilos y transfondos culturales; podrá ir percibiendo, en fin, la vasta riqueza y la personalidad propia de los cuentos fantásticos chinos.”

Santos Domínguez

 

24/11/23

Carlos Edmundo de Ory. Los reinos de allí



  Carlos Edmundo de Ory.
Los reinos de allí.
Poesía reunida 1940-2010.
Edición e introducción de Jaume Pont.
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2023.

Cuando se cumple el centenario de Carlos Edmundo de Ory (1923-2010), Galaxia Gutenberg publica la edición definitiva de su poesía completa en Los reinos de allí, el monumental volumen preparado por Jaume Pont, que ya editó hace veinte años en esta misma colección la imprescindible antología Música de lobo y que destaca en su magnífica introducción que “pocos poetas como él han sabido conciliar, de forma tan singular, la pasión por la vida con la imaginación creadora, el dolor con la risa, lo cotidiano con lo metafísico, el sentimiento de un tiempo rotulado con la pasión por el lenguaje y la música del alma. Esta abisal contradicción lo acompañó siempre. Algunos títulos de sus libros son prueba fehaciente de ello: Música de lobo, La flauta prohibida, Técnica y llanto, Miserable ternura, Melos melancolía… No hay complementariedad sin contradicción, como nos enseñó Heráclito. Escribir fue para Ory un continuo buceo en las profundidades de dicha paradoja inagotable.”

De estos versos de «Espacio de treinta dimensiones», en Clausi tenebris carcere, del ciclo La flauta prohibida, toma su título el volumen:

Nada importa el llegar a los reinos de allí 
.............
Empieza lo que nunca y lo que no 
encalla ni se precipita
¡Grandes barcos del sueño!
¡Troicas tiradas por los tres caballos!

Desde los iniciales y neorrománticos Versos de pronto (1945) al elegíaco y culminante Melos melancolía (1999), su testamento poético, se recoge en Los reinos de allí el corpus íntegro de la obra poética de Ory, que desarrolló una trayectoria literaria de casi setenta años, los que separan los primeros poemas adolescentes, que se incorporan en un amplio apéndice final, del inédito de 2010 “Hablando con Fernando Polavieja”.

Ory afrontó su escritura como una aventura poética radical, de feroz independencia y de incansable creatividad que recorre su obra creciente a través de la imaginación desbordante y la búsqueda expresiva que se refleja en sucesivos poemas y libros (Técnica y llanto, Miserable ternura o Melos melancolía), en ciclos (Los sonetos, Poemas, Órgano constante, Lee sin temor, La flauta prohibida y Soneto vivo) y en antologías (Metanoia o Música de lobo), en que se conjuran la intensidad del simbolismo y la agudeza barroca, el vanguardismo experimental y visionario con el fuego emocional, el juego verbal ingenioso con los laberintos oníricos, el dolor con la sorpresa, la zozobra existencial con las provocaciones postistas, lo órfico con lo ético, lo metafísico con lo cotidiano, la llama con la sombra, la poesía con la vida, el rapto creador con la transfiguración poética de la realidad, el soneto con el azar, la tradición con la vanguardia, la tensión expresiva con el desasosiego vital, lo nocturno con la angustia y la conciencia del tiempo destructivo.

Porque Ory se veía a sí mismo como “un limpiabotas del verbo” y veía el mundo como “una fábrica de lágrimas”, pero sabía también que “un poema es la autobiografía del sueño” y que “la poesía es un vómito de piedras preciosas.” 

Los reinos de allí recupera ochenta poemas inéditos de un Ory heterodoxo y vitalista, autor de una poesía en la que conviven la creatividad y el juego, la ingenuidad y la ira, la tristeza y la alegría, el amor y la muerte desde una mirada excéntrica y poderosa.

“Ory se consideró siempre una voz alentada por una energía eminentemente órfica -escribe Jaume Pont en su introducción-. En este sentido, su biós orphikós es la pura manifestación de una vivencia cuya singularidad lo sitúa en los márgenes, en el lugar destinado al poeta errante y solitario. Su poesía lo demuestra sin mengua. Modelo de libertad y de independencia, la obra poética de Ory ha tejido su discurso al margen siempre de las tendencias dominantes. Esta fue siempre su divisa. Las huellas que dejó a su paso solo parecen tener una finalidad: la construcción de un sentido que busca, como en el soneto de Mallarmé «La tumba de Edgar Poe», el sondeo más profundo de las palabras de la tribu. No se trata de nombrar tan solo la realidad, de describirla sin más, sino de crearla a través del lenguaje.”

De Melos melancolía es este espléndido poema de 1986, “Ruinas luminosas”, que resume en sus versos la voz, la mirada y la palabra encendida de Carlos Edmundo de Ory:

El mundo es lo que digo y lo que pienso es malo
Estoy malo estoy mal otra vez como a veces 
Hoy es cuando es invierno y es por eso que yazgo 
acullá en mi suburbio por demás lejosísimo 
Negro hablo al silencio oh de la boca mía 
de la que qué entreoigo si no es la voz vibrátil 
del pestañeo de existencia arduo sollozo 
Óigomela sonando como vano tambor 
siendo relincho siendo anuncio clave 
Murmullo de criatura tan preciosa que fuera 
aleteando en su bosque y mírola lamer 
la oscuridad dañina dándose con la noche 
Ya el ángel del lenguaje no encabeza el disfrute 
ya no más medio mudo la sonrisa le aureola 
Me perdono y ordeno mi paso diurno ahora 
Yo que tanto me iba hacia el mugir del viento 
y a mi lado me estaba mirando el mundo a mí 
mientras toco los cables de alta tensión y toco 
el fondo del crepúsculo hasta encontrar la perla 
Sagradas son las manos y sagrado el dolor 
Pon un dedo en el alma y que sus labios sabios 
hagan de la garganta una página única 
La batuta a mis pies más fina que un cuchillo 
desde mi camarote me escondo del espanto
Y cueste lo que cueste buscaba y buscaré 
la isla donde estuve cantándome a la vera 
del retumbo infinito de las cosas 
donde estuve junto a ellas cayéndose y también 
me caía en camino a espalda de los bosques 
Un enfermo borracho que se rompe la frente 
Mi cabeza rojiza se llenaba de llanto 
Tengo razón de irme más cerca de lo lejos 
para encontrar más pura la locura del canto 
Oh ruinas ruinas luminosas no hay musgo 
que cubra la memoria minada de zafiro


Santos Domínguez 



22/11/23

La vida fuera de uno mismo


Pietro Del Soldà.
La vida fuera de uno mismo.
Traducción de Juan Manuel Salmerón Arjona.
Tusquets. Barcelona, 2023. 

Cuando llegó a Londres en la primavera de 1790, después de cuatro meses errando por Europa, Alexander von Humboldt tenía veinte años. Como su amigo Georg Forster, quedó extasiado ante el espectáculo que ofrecía el Támesis: el río estaba lleno de barcos cargados de especias de las Indias orientales, de azúcar del Caribe, de té de China, de madera de Rusia... Aquella «selva de mástiles», como escribió en su diario, despertó en él el deseo de viajar a países lejanos, de irse, de alejarse de Prusia, aquel país frío y árido, y de su madre, una mujer opresiva que era incapaz de amar, y zambullirse por fin en lo desconocido.

Así comienza “El otro lugar que nos falta”, el primero de los nueve capítulos en que se organiza La vida fuera de uno mismo, el espléndido ensayo de Pietro Del Soldà que acaba de publicar Tusquets con traducción de Juan Manuel Salmerón Arjona.

Subtitulado Una filosofía de la aventura (la expresión es de Georg Simmel, uno de los referentes intelectuales de Del Soldà, junto con Jankélévitch), La vida fuera de uno mismo propone un recorrido por siglos de cultura, a través del arte, la literatura y la filosofía, para reivindicar la aventura como método de superación de los límites personales, como una experiencia contra la rutina y el conformismo para ir más allá de uno mismo y del ensimismamiento:

La monótona actividad del día a día nos impide imaginar otros lugares, nos lleva a enjaular lo extraordinario en lo ordinario, a refugiarnos en el presente y a encerrarnos en un cascarón individual muy duro, que construimos acumulando confusamente las muchas tareas que debemos desempeñar en el ámbito profesional y en la vida privada, los intereses materiales que ponemos siempre en primer lugar y todos los miedos que crecen junto con la incertidumbre que invade nuestra época. Un cascarón que nos protege, sí, pero que limita nuestro horizonte y aborta el deseo de conocer otros lugares.

Porque, explica Pietro Del Soldà, obsesionados por evaluar nuestras actuaciones en todos los ámbitos, atribuimos una importancia inadecuada a las expectativas que los demás tienen hacia nosotros, cuando “en su constante esfuerzo de autodefensa […] el Yo se enfrenta constantemente a las expectativas que se tienen sobre su conducta, que son para él las más importantes a la hora de determinar su bienestar. Hablo de las expectativas de la familia, de la escuela, del «grupo de pares», del mundo laboral, de los amigos y de la sociedad en general, que el Yo considera una especie de «tribunal permanente»; un tribunal que está siempre ahí (no se sabe por qué) juzgando su rendimiento en todos los terrenos, público y privado, profesional y sentimental, político y económico. A estas (presuntas) expectativas ajenas se suman las que el propio Yo, interiorizando el juicio de los demás, tiene con respecto a sí mismo.”

Y en consecuencia, añade, “en cada gesto que hacemos prevalece, casi siempre, una pregunta: ¿qué beneficios o perjuicios reportará a mi identidad personal? ¿Qué consecuencias tendrá en mi reputación, en mi aspecto físico, en mi salud, en mi currículo, en mi vida sentimental, en mi situación económica?”

Frente a la ansiedad de responder a las expectativas sociales, frente a las certezas de un mundo cerrado y concéntrico, Del Soldà defiende la experiencia de la aventura que rebasa los límites de la rutina cotidiana y las zonas de seguridad para salir al encuentro de un yo profundo y verdadero. Esa aventura, que supera la trampa de las expectativas y emergen como desafíos que exigen improvisación, puede adquirir formas muy diversas: desde un viaje a una obra de arte, desde un encuentro con el otro a una batalla, pasando por la lectura de una obra literaria:

Las aventuras son brechas que se abren en el mundo de las costumbres, pero no por eso debemos interpretarlas bajo el signo negativo de la pérdida: por esas brechas se filtra una luz inusual y distinta, sí, pero que percibimos como íntimamente nuestra.

En todo caso esta filosofía de la aventura es una propuesta contra la tiranía del yo, una experiencia de ruptura que rompe con el conformismo, un ejercicio de liberación del yugo del presente y la esclavitud de lo cotidiano. 

“Hay que salir.” Esa es la frase clave. Salir para encontrar la libertad fuera de nosotros frente a la monotonía de lo habitual. Salir como salieron los atenienses a combatir en defensa de su libertad contra los persas en la llanura de Maratón, la madre de todas las batallas, una mañana de agosto del 490 a.C.

“La respuesta es moverse”, escribe Del Solà. Lo supo el viajero Heródoto, que habló del poder de la libertad y del conocimiento, y cuya vida “consiste en salir siempre, en traspasar fronteras” en un viajar eterno, porque “conocer es ir a ver.”

Sartre, que se ensució las manos y pasó a la acción en la aventura de la política; Platón, que traspasó en Sicilia la frontera del pensamiento y quiso pasar de la teoría a la práctica y fracasó inevitablemente en su proyecto de unir el poder y el saber; Montaigne, que abominó del reino de la costumbre (“maestra violenta y traidora”) porque debilita los sentidos y violenta las leyes de la naturaleza; Humboldt, con sus viajes portentosos y su pasión por el descubrimiento del ancho mundo y la defensa de una ética de la naturaleza; Isabelle Eberhardt, la mujer valiente que amó el desierto o el Ulises sin retorno de Kazantzakis son ejemplos eminentes de esa vida fuera de sí que escapa del ensimismamiento y que frente a las fronteras defiende los horizontes a través de experiencias en el límite que suponen una ruptura de esquemas y el reencuentro con el yo más profundo y auténtico. El último párrafo del ensayo lo resume a la perfección: 

Y así el círculo homérico se rompe, el futuro incierto es la única patria posible del nuevo Ulises, que no aspira a la paz doméstica y aún menos al amenazante amor patrio que en ese mismo momento, mientras Kazantzakis escribe su gesta, está creciendo en Europa. Con los amigos, Ulises parte a la aventura sabiendo que, en la vida, no hay retorno. Y nos place pensar que, a bordo, junto con Capitán Caparazón, el Broncista y todos los demás, haya sitio y víveres suficientes para el viejo Heródoto, para Platón, que ya no va a Siracusa, para Hugo Barine, para el buen Montaigne, al que ya no repugna lo “nuevo”, para Alexander von Humboldt, para Isabelle Eberhardt, para Kapuscinski, para Corto Maltés y para todos aquellos que estén convencidos de que su destino es la aventura.


Santos Domínguez 



20/11/23

José Antonio Ramírez Lozano. La ruta de Eminé



José Antonio Ramírez Lozano.
La ruta de Eminé.
Algaida. Sevilla, 2023.


 A la memoria de dos maestros de la literatura de la imaginación, el viaje y el estilo dedica José Antonio Ramírez Lozano su última novela, La ruta de Eminé, que publica Algaida. 

Y a la luz benéfica y celebrativa de esos dos faros de la prosa y la novela -mediterráneo uno, atlántico el otro- discurre esta obra, en la que el joven armenio Turión orienta su caravana a la ruta que le lleva al encuentro de su amada desconocida Eminé, porque 

Bien sabía Turión que el destino es como un verso escrito. Como eso, como el hilo de una oculta caligrafía con que un hombre enhebra su propia historia. Algunos apenas si aciertan a leerlo. Turión sí. Turión había sido en su mocedad pescador de sombras y sabía intuir el brillo de una escama, la existencia de peces en el aire abisal de la noche. Supo por eso de su caligrafía, del destino que le estaba asignado y que en su alma se cifraba. 

Todo empieza en Martuni, un pueblo de pescadores nocturnos que cobran sus presas por torres y azoteas. Y entre ellas una carpa singular, la carpa dorada que pesca una noche Turión, en la que se cifra el buen augurio del joven con las treinta monedas de oro de sus escamas y con el nombre otomano y femenino de Eminé escrito junto a sus vísceras. 

A partir de ese momento Turión inicia su ruta hacia el oeste, hacia Estambul en busca de esa muchacha que es uno de los nombres de su destino. Y en Estambul, “una ciudad construida sobre sí misma por tres veces” (Bizancio y Constantinopla son las dos anteriores) “cambió su vida para siempre”. Allí Turión, el pescador de sombra, no encuentra a Eminé, la hija muda de Basir que “teje una alfombra de sombra y silencio para el sultán”, que la tiene presa hasta que termine su labor.

Desde entonces, Turión “supo que más allá de esta ciudad ya no había mundo” y emprende un nuevo viaje a Topkapi para encontrar y liberar al sultán perdido en la alfombra de sombra y silencio tejida por Eminé, con la que el hijo de las sombras emprende un viaje a Emirán, un lugar creado por la mágica palabra de seda de la tejedora de sueños, un remoto reino “prometido más allá del desierto.” 

Se aprovisionan de esperanza y de cincuenta camellos para la travesía hacia el confín de los sueños:

La carga de aquellos cincuenta camellos bastaría para pagar los portazgos y manutención de todo el camino hasta que arribasen al confín de sus reinos. Treinta camellos de avituallamiento y veinte con serones repletos de cúrcuma y cilantro, mostaza, anís, canela y albahaca, almizcle, ámbar, terebinto, incienso, mirra y láudano. Cada cual con su cofrecillo especiero y su candado, sus llaves en un collar colgando del pecho de Eminé.

Y hasta ahí quiero y debo contar sobre su peripecia argumental, su torrente de aventuras y su intenso desenlace.

Sepa el lector que en la búsqueda de ese lugar recién fundado hacia el levante de los sueños por la potencia creadora de la palabra y el deseo, acompañará gozoso a los dos jóvenes amantes, que parecen llegados desde una novela bizantina o de un cuento mágico de Las mil y una noches.

Entre asombros compartidos y diálogos sabrosos, dejarán a estribor el mar de Mármara y las islas de Adalar, atravesarán reinos errantes y exóticas ciudades fantásticas (Kartal, Cytia, Sila, Pontinia o Merla) como las que soñó Italo Calvino, otro de los referentes narrativos que alimentan la imaginación fabuladora de Ramírez Lozano, en la que conviven esclavos filólogos y camelleros de nombres eufónicos y sugerentes (Yasar, Carispeto, Chitián, Vital, Pitio o Norám), mirlos que arden en la noche como tizones, aguas fluviales que llevan palabras y borran los nombres de quienes se lavan en ellas y naranjos escaleras, Icasio el eremita y el satánico Artemón, que desorienta a los viajeros en el laberinto de su reino.

Imaginación potente encauzada en una prosa de admirable fluidez y empastada en un registro de altísima calidad, comparable a la de los maestros Perucho y Cunqueiro, que dijo una vez estas palabras memorables: “Lo más propio mío es sumar noticias que muestran lo vario que es el mundo, y lo ricamente, y con cuántas sorpresas, se puede almacenar la memoria humana. Yo, que no desconozco los grandes temas del siglo, y estoy atento a eso que llamamos la coyuntura histórica, y acepto la gran patética de mi tiempo y quiero ayudar en lo que me sea posible y aun bastante más, al hombre de estos días, tantas veces puesto en el filo de la navaja, no me dejo asustar por los profesionales de la angustia y busco en la gran peripecia humana, tantas veces mágica aventura, tantas veces sueños espléndidos y mitos trágicos, la razón a continuar.”

Santos Domínguez

 

17/11/23

Vittorio Sereni. Los instrumentos humanos



Vittorio Sereni.
Los instrumentos humanos. 
Edición bilingüe de José Muñoz Rivas
Libros del Aire. Santander, 2023.


Se han ido todos-
mascullaba la voz dentro del receptor.
Y luego, sabionda:-No volverán más-.

Pero hoy 
en este trecho de playa nunca antes visitado 
esos parches solares… ¿Señales 
de ellos que del todo no habían partido? 
Y callados esos a tu girarte, como si nada fuera.

Los muertos no es lo que día a 
día hay que perder, sino aquellas 
manchas de inexistencia, cal o ceniza 
preparadas para hacerse movimiento y luz.
                                                                       No 
dudes, -me embiste con su fuerza del mar-
hablarán.

Ese poema, ‘La playa’, cierra Los instrumentos humanos, de Vittorio Sereni, que publica Libros del Aire en edición bilingüe con traducción, introducción y notas de José Muñoz Rivas, que escribe en el texto introductorio: “La  actividad literaria de Vittorio Sereni (1913-1983) en torno a los años sesenta del siglo pasado es una de las más ricas y sin lugar a dudas complejas de las desarrolladas por los poetas pertenecientes a la llamada poesía del Novecientos en Italia. […] Hay bastante consenso en la crítica en que Gli strumenti umani es un libro fascinante pero lleno de complejidad para todo tipo de lectores, y que solo es posible abordarlo con mucho detenimiento, y sobre todo atendiendo a la personalidad compleja del autor.”

A ese esfuerzo interpretativo para arrojar luz a la complejidad y singularidad de estos poemas dedica Muñoz Rivas las páginas de su espléndida introducción, que aborda el difícil contexto histórico y biográfico del que surgen. Un contexto marcado por la Segunda Guerra Mundial, la derrota del ejército italiano y el cautiverio de Sereni en campos de concentración de Argelia y Marruecos.

Una experiencia tan traumática y tan determinante que, pese a su reinserción en la posguerra, sigue flotando en Los instrumentos humanos como referente real o como trasposición metafórica de algunos de estos textos en los que se suman la culpa y la claustrofobia, convocados por un título que procede del poema Aún en la carretera de Zenna, donde escribe Sereni:

Y yo podré por lo que cambia desesperarme 
llevar alrededor la cabeza quemada de dolor…
pero el opaco sucederse de las cosas 
que allí detrás adivino: la polea en el pozo, 
el ir y venir del teleférico en los bosques, 
los mínimos actos, los pobres 
instrumentos humanos ceñidos a la cadena 
de la necesidad, el sedal 
arrojado al vacío en los siglos, 
las escasas vidas que al ojo de quien vuelve 
y encuentra que nada, nada en verdad ha cambiado 
se repiten idénticas…

La primera edición de Gli strumenti umani apareció en 1965, tras un prolongado silencio poético de Sereni, cuando habían pasado casi veinte años de la publicación del anterior Diario de Argelia. Organizados en cuatro partes, casi “auténticos poemarios independientes”, en palabras de Muñoz Rivas, sus poemas fueron escritos entre 1945 y 1965, como indicaba la nota editorial de Einaudi.

Destaca el editor en su introducción que estos textos polifónicos incorporan, como método poético y como telón de fondo, la narratividad, la incorporación del registro hablado o la tradición petrarquista de la que procede la tensión entre diálogo y monólogo que articula la poesía de Sereni. Como en ‘Los versos’, una reflexión metapoética que es sin duda uno de los mejores poemas del libro:


Se escriben todavía.

Se piensa en estos mintiendo 
a los trémulos ojos que te felicitan 
la última noche del año.
Se escriben solo en negativo 
dentro de una negrura de años 
como pagando una fastidiosa deuda 
que era vieja desde hace años. 
No, no es ya feliz el ejercicio.
Ríen algunos: tú escribías para el Arte.
Ni siquiera yo quería esto sino que quería bien otra cosa.
Se hacen versos para sacudirse un peso 
y pasar al siguiente. Pero hay siempre 
algún peso de más, no hay nunca 
ningún verso que baste 
si mañana tú mismo te olvidas de él.

O la mirada reiterada al paisaje como reflejo de los estados de ánimo. Así en ‘Un retorno’:

En el lago las velas hacían un blanco y compacto poema 
pero igual ya no le era mi respiración 
y no era ya un lago sino un atónito 
espejo de mí, una laguna del corazón.

Cierra el volumen de esta admirable edición crítica que es el resultado del trabajo minucioso de Muñoz Rivas, un nutrido aparato de notas que facilitan la lectura con aclaraciones textuales y explicaciones del contenido de unos poemas a menudo herméticos. Notas que en otras ocasiones rastrean las fuentes de los textos o revelan las conexiones entre los poemas del libro y el conjunto de la obra de Sereni.

Este es el tercer libro de una trayectoria poética que, aunque reducida en número de libros, cuatro entre 1941 y 1981, fue muy intensa y muy dilatada en cuanto al número de poemas que incluye cada uno de sus títulos. 

Una trayectoria iniciada con Frontiera que cerraría Stella variabile, cuya traducción aparecerá en las próximas semanas en edición bilingüe en esta misma editorial, firmada también por José Muñoz Rivas.

Santos Domínguez 



 


15/11/23

Mario Martín Gijón. Restitución

 

Mario Martín Gijón.
Restitución.
Pretextos. Valencia, 2023.

Hay algo atávico y primigenio en una ciudad surgida de las aguas. Recuerdo un despertar de madrugada en la plaza de San Marcos. Sólo había bebido media botella de vodka, pero quién sabe qué espíritus tóxicos se mezclaron en aquel brebaje, el más asequible de la sección de licores del Euro-Spin. El espacio estaba tan turbio como las aguas, las dos columnas menos firmes que de costumbre. Sus cuatrocientas ventanas, armónicas olas congeladas, se mecían suavemente.

Así evoca el escultor checo Miroslav desde el tren de vuelta un amanecer en Venecia, a la que había huido desde Praga: “Lo que busqué, quizás, al marchar a esa ciudad perenne, para ser capaz finalmente del gran rifiuto: vivir sin memoria de todos mis fracasos, empezar de nuevo al final de mi vida, hallar una luz.”

Ese personaje es el protagonista narrador de ‘La isla de los cipreses’, el primero de los capítulos con los que Mario Martín Gijón construye su magnífica novela Restitución, que publica Pre-Textos en su colección de narrativa contemporánea.

Organizada en tres partes (“Huida”, “Búsqueda”, “Hallazgo”) separadas por dos breves interludios, Restitución va más allá de las fronteras narrativas del género novelístico para adentrarse, a través de unos personajes construidos desde dentro y dotados de hondura y de verdad, en una profunda indagación sobre la fragilidad de la condición humana y en una densa reflexión sobre la cultura contemporánea (de la filosofía a la literatura, de la poesía a la política) y sobre los límites intelectuales y existenciales del individuo.

Esa primera parte es a la vez consecuencia y desarrollo de la novela corta Inconvenientes del turismo en Praga (2012), narrada en parte por el mismo personaje (“Llamadme Miroslav”), que se cerraba en el momento en que mataba al joven español Fernando. Cumplida su condena en la prisión de Pankrac, decide ir a Venecia, donde lleva una vida de vagabundo mendicante que evoca con memoria alucinada en el tren de regreso a Praga:

Y qué mejor que hacer memoria, de por qué llegué y por qué me fui de la única ciudad que, en cuanto a belleza y sensualidad, puede rivalizar con Praga.

Viví en ese laberinto de calles y canales, sin saber si era yo Teseo o el Minotauro, perseguidor o perseguido, apuesto joven cuando el deseo me rejuvenecía, o monstruo necio que se escarnece en carne propia, que se lacera pues no hay más cera que la que arde, carne hacia su verdugo sin apenas defenderme, pues quien a hierro mata a hierro muere. Y ese error que me llegó al horror me obligaba a recordar una y otra vez a aquel joven español al que abatí como si fuera yo un san Jorge y él, dragón que amenazara a una doncella.

Otro escultor, el polaco Zbigniew, protagoniza la intensa secuencia (‘La imitación de Zbigniew’) que completa la primera parte de la obra con una exposición desde fuera, en tercera persona, de su desgarro interior, de su comportamiento agónico entre el ascetismo del Kempis y la lucha contra la tentación, entre el pasado bohemio en París y la renuncia a su mujer en Borek. Es otra forma de huida: la estremecedora huida de sí mismo.

Tras esa primera parte, entre sueños y alucinaciones alcohólicas, un primer interludio, la perturbadora “Parábola europea”, con sus guillotinadas cabezas parlantes, abre paso a una segunda parte -“Búsqueda”- ambientada en Stuttgart y en Marbach, un pueblecito a orillas del Neckar, adonde llega la española Sofía Giménez con una beca de formación para investigar en los fondos del Archivos de Literatura Alemana sobre El fermento, un manuscrito de Giménez Caballero desaparecido en los años treinta.

Allí conoce a Jeremías, archivero obsesionado con “el pálido Celan y el negro Heidegger”: 

Heidegger y Celan, Celan y Heidegger. Una atracción fatal, yo sé bien lo que es eso. Una conversación inacabada, e inacabable. Yo también consulto, ausculto y escucho las voces que custodio en este archivo y, por encima de todas ellas, las de estos dos muertos, más vivos que los que creemos vivir en esta edad decadente.

El segundo interludio, “Testamento chileno”, recoge la cabeza de un anciano inmovilizado en silla de ruedas como consecuencia de las protestas de 2019 contra Sebastián Piñera, que evoca el golpe de Pinochet en 1973, un episodio chileno de Miroslav que también estaba narrado y asociado a la primavera de Praga y al fracaso al fracaso de la vía socialista de Dubček en Inconvenientes del turismo en Praga.

Málaga, Carratraca, París y Berlín son las referencias espaciales de la tercera parte, “Hallazgo”, que se abre con un primer capítulo -‘Obcecada luz’- en el que los dos filólogos, Sofía y Jeremías, se convierten en narradores alternantes de los hechos  que preparan un desenlace inesperado y violento.

Zbigniew, el Tratado de la Encarnación de Juan Casiano y su vivencia religiosa al límite entre la mano de Dios y la mano del diablo, entre el maltrato y el arrepentimiento,es el centro de la segunda  secuencia, ‘La llamada’, de esta parte final que cierra Magdalena, o el consuelo, en la que se evoca memorablemente la relación conflictiva y la ruptura entre Heidegger y Celan, que conversan en el Volkswagen escarabajo del profesor Neumann, quien deja espléndidas reflexiones sobre el poeta y el filósofo junto con lecciones de botánica a su cuidadora Magdalena, la mujer repudiada por Zbigniew, que evoca su último día en Berlín con el anciano Neumann, que le dedica sus últimas palabras:

-María… Magdalena… Consuelo de mi vida -dijo antes de quedarse dormido.

Como en su brillante La pasión de Rafael Alconétar, abundan en Restitución rasgos característicos del estilo de Martín Gijón: las digresiones y los meandros reflexivos, los guiños literarios y juegos de palabras como el calambur y la paronomasia, que no son gratuitos fuegos de artificio, sino un método para explorar los matices de la realidad y sus insospechadas conexiones.

Restitución es literatura exigente en su forma, en la densidad intelectual de su base y en el ambicioso desarrollo de un entramado narrativo que une a unos personajes con otros en el mosaico de una sólida construcción novelística que es literatura en estado puro.


Santos Domínguez 



13/11/23

Mircea Cărtărescu. El hacedor de insomnios



José Carlos Rodrigo Breto.
Mircea Cărtărescu. 
El hacedor de insomnios.
Ediciones del Subsuelo. Barcelona, 2023.


Es uno de los varios cuadros  con listas de novelas -Diez textos circulares, Diez novelas de formación, Diez autores y sus ciudades, Diez textos metaliterarios, Diez novelas de realismo mágico a la europea…- que incorpora la primera parte del espléndido ensayo Mircea Cărtărescu. El hacedor de insomnios, de José Carlos Rodrigo Breto, que publica Ediciones del Subsuelo.

Una novela corta (El Ruletista), una novela extensa (Solenoide) y una trilogía (Cegador) son las obras del rumano en las que se concentra este asedio intenso a la escritura de Cărtărescu, uno de los referentes imprescindibles de la literatura actual, para explorar las claves de bóveda que sostienen sus monumentales edificios literarios. 

En esa primera parte, titulada “Todos los libros el libro” y centrada en El Ruletista, el relato de Cărtărescu se analiza como exponente de esa tendencia literaria: “La teratología es el estudio de las anomalías y malformaciones en los organismos animales y vegetales, en especial las malformaciones de origen embrionario. Por eso, la teratología es un relato terrible sobre aquello que ha nacido diferente, aberrante. La literatura teratológica, o la literatura como teratología, es una narración sobre deformes, sobre monstruosidades, sobre fenómenos de feria, y como tal aparece en «El Ruletista» de Mircea Cărtărescu, que pertenece a su libro de relatos Nostalgia. Nostalgia es un libro compuesto por una serie de cuentos que actúan a modo de gabinete teratológico, tras cada vitrina narrativa se encuentra un espécimen: el Ruletista, el Mendébil, los gemelos, Nana... y todos sus mundos soñados y, en muchas ocasiones, esos mundos soñados son pesadillas. E incluso insomnios.
Creo que la teratología permanece en toda la obra de Cărtărescu como una obsesión de su autor. […]
La gran literatura solo se ocupa de monstruos y monstruosidades. Desde muy temprano en El Ruletista, el narrador afirma que «la literatura es teratología».”

Se anuncia en esa primera sección del ensayo la importancia de la autoficción como clave de la escritura de Cărtărescu, especialmente en Solinoide, una obra central en su trayectoria.

Tomando como precedentes a Dante y a Sebald, se analiza la confluencia de autor, narrador y personaje como sujeto único de la narración autoficcional. Es lo que José Carlos Rodrigo Breto denomina “El tres en uno autoficcional”, que explica en estas líneas:

He hablado de un autor que a la par es narrador y personaje. Es el caso de Solenoide, donde el Mircea Cărtărescu autor nos cuenta, como un Mircea Cărtărescu narrador, la vida del Mircea Cărtărescu personaje, o bueno, quizás sea un anti-Mircea Cărtărescu..., pero de eso me ocuparé más tarde.
Es la idea de tres en uno. Es esa idea revolucionaria: autor, narrador, personaje. Sí, es uno de los fundamentos, quizás el fundacional, el más poderoso de la autoficción, nuestro género de hoy en día, nuestro género narrativo de la posverdad. El género más apropiado para un momento en el que nada es verdad y nada es mentira. ¿Cabe mayor posverdad que un autor que se narre como personaje?

La escritura autorreferencial como método de salvación, el realismo mágico y la literatura fantástica, la novela de formación, Kafka, Borges y Mann, el mito y el sueño, el eterno retorno, lo onírico o la metaliteratura son algunos de los ejes sobre los que gira este sostenido esfuerzo de interpretación que da como resultado un ensayo original, sólido y profundo que aborda la novela riparográfica ( “la encargada de dibujar o pespuntear cadáveres”) o la literatura de gabinete entomológico, porque “la narrativa de Cărtărescu se ocupa con la misma precisión minuciosa tanto del mundo, del cosmos, como del cuerpo.”

El capítulo central, “Solenoide o El Hacedor”, se dedica al análisis de esa “novela total”, un “libro-carrusel” que contiene todos los libros, “un texto mental, un destilado cerebral de los mundos oníricos que experimenta su personaje principal”, consciente de que “todo sucede en un sueño, toda mi vida es onírica.”

Y en el centro de la novela, “el libro del Bucarest triste”, la ciudad como un estado de ánimo (“la ciudad más triste que se haya erigido jamás sobre la faz de la tierra”) y como “un ente tóxico que lo inficiona todo”, la evocación de la infancia y la melancolía, el interior de las casas y el imaginario sombrío que las sustenta, la maquinaria siniestra del poder totalitario en la Rumanía de Ceaucescu, la soledad y los desdoblamientos del protagonista en un recorrido por la oscuridad que José Carlos Rodrigo resume así: “Entramos como diletantes en la novela. Salimos como profesionales. Del dolor.”

El lúcido análisis de la trilogía Cegador -El ala izquierda, El cuerpo, El ala derecha- completa el trazado que hace este ensayo del mapa intelectual y el proyecto estético del planeta literario Cărtărescu: “Cărtărescu -concluye José Carlos Rodrigo en su “Epílogo cegador”- es un callejón sin salida, pero bendita tapia o cerca o verja o reja que nos corta el paso.”

Santos Domínguez 





10/11/23

Álvaro Mutis. Nocturna


Álvaro Mutis. 
Nocturna.
Edición y prólogo de Gonzalo García Barcha.
Zalipoli. Libros del Kultrum. Barcelona, 2023.


La noche desciende por la sierra,
se abre paso entre pinares y robledos,
con sigilo se establece alrededor del edificio,
se hace más densa, más presente a cada instante,
acumula sus fuerzas, agazapada, preparándose
para la contienda que la espera. Pone cerco
al Palacio Monasterio, por sus grises muros
repta una y otra vez y en vano intenta
tomar posesión del Real Sitio. Exhala entonces
su obstinado bismuto, destila sus alcoholes
funerales, extiende su grasiento sudario
de hollín y siempreviva y apenas logra,
tras porfiar con ciega energía, instalar
su tiniebla en los jardines, demorarse
en la galería de los convalecientes
y resistir por cierto tiempo en los patios,
poca cosa. Entretanto, por obra de la nocturna
brega sin sosiego, ocurre la insólita sorpresa:
los muros, las columnas, las fachadas, los techos,
las torres y las bóvedas, la obra toda adquiere
esa leve consistencia, esa alada ligereza
propias de una porosa substancia que despide
una láctea claridad y se sostiene en su ingrávida
mudanza frente a la vencida sitiadora
que cesa en su estéril asalto.
Por breves horas, entonces, el sueño del Rey
y Fundador recobra su prístina eficacia,
su original presencia ante la noche,
contra los ingratos hombres y el olvido.

Es uno de los “Cuatro nocturnos  de El Escorial” que forman parte del espléndido volumen que acaba de llegar a las librerías con una recopilación de los poemas nocturnos de Álvaro Mutis.

Nocturna es el título del libro con el que Libros del Kultrum, en coedición con la editorial mexicana Zalipoli, rinde homenaje a Alvaro Mutis en el centenario de su nacimiento.

Lo abre un prólogo en el que Gonzalo García Barcha, hijo de Gabriel García Márquez y responsable de la edición, evoca la presencia amistosa y casi familiar de Mutis, entre México y París, a lo largo de su infancia, su adolescencia, su época universitaria y su madurez. Cierran ese prólogo estas palabras: “¿Cómo no rendir homenaje, por medio de este recuento de sus Nocturnos, a quien contribuyó tanto a darle sentido a la noche? En el centenario de su nacimiento, ponemos este pequeño libro en manos del lector, y rendimos tributo a aquellos que nos enseñaron que la poesía anda suelta a nuestro alrededor. Que las obras de todas las artes son meras herramientas para capturarla viva. Que está al alcance de cada uno de nosotros y que no es patrimonio exclusivo de nadie, sino que existe para que la utilicemos como un bálsamo cotidiano.”

Poeta poderoso que supo sintetizar en su obra el impulso narrativo y la hondura lírica, la potencia verbal y la sutileza de la imagen, de la poesía de Mutis dijo Octavio Paz que es el resultado de “una alianza de esplendor verbal y decadencia de la materia.”

Los poemas de esta antología temática, un recorrido por itinerarios nocturnos e iluminaciones aurorales, se han extraído de cuatro de sus libros: Los elementos del desastre, Los trabajos perdidos, Crónica regia y alabanza del reino y Un homenaje y siete nocturnos. 

De ese último libro es “Nocturno en Valdemosa”, una evocación de Chopin que termina con estos versos:

La tramontana se aleja, el viento calla 
y un sordo grito se apaga en la garganta del insomne. 
Al silencio responde otro silencio, 
el suyo, el de siempre, el mismo 
del que aún brotará por breve plazo 
el delgado manantial de su música 
a ninguna otra parecida y que nos deja 
la nostalgia lancinante de un enigma 
que ha de quedar sin respuesta para siempre.

En esta breve e intensa antología se resume el mundo poético de Mutis a través de temas vertebrales que recorren el resto de su obra: la incertidumbre de los destinos humanos, la mirada elegíaca hacia el tiempo destructor, el fatalismo ante las derrotas en medio de un mundo en ruinas, el enaltecimiento del pasado y  las iluminaciones en la oscuridad.

Enumerativos y de largo aliento, sus versos de desarrollo en espiral, en los que a la potencia verbal se suma la armonía rítmica, no son sin embargo suficientes para impedir la victoria final del silencio y el olvido que se lamenta en el Nocturno V:

Largas horas me quedo contemplando el ir y venir de embarcaciones de toda clase:
majestuosos buques cisternas pintados de naranja y azul celeste,
graves caravanas de planchones cargados con todo lo que el hombre consigue fabricar,
y que el pequeño remolcador empuja mansamente a su destino, mientras bregan sus hélices
en un desaforado borboteo cuya estela se pierde en la oscuridad;
navíos que llegan de las islas con la pintura desteñida y huellas de hollín y desventura en los puentes de mando;
barcos de rueda que intentan copiar, sin conseguirlo, los altivos originales de antaño,
y ese viejo vapor de quilla recta y esbelta chimenea a punto de caer por obra del óxido feroz que la combate.
Escorado, enseña sus lástimas y se va deshaciendo con la pausada resignación de quien vivió
días de soberbio prestigio entre los hombres que lo dejan morir sin evitarle la impúdica evidencia de su ruina.

Porque la conciencia de la temporalidad es seguramente el eje que organiza la obra toda de Álvaro Mutis, no sólo su poesía, también todo el ciclo novelístico de Maqroll el Gaviero, el personaje central al que definía así en una carta a Elena Poniatowska: “El gaviero es el tipo que está allá arriba en la gavia, que me parece el trabajo más bello que puede haber en el barco. Allá entre las gaviotas frente a la inmensidad y en la soledad más absoluta, Maqroll es la conciencia del barco. Los de abajo son un montón de ciegos. El gaviero es el poeta, es el que ve más lejos y anuncia y ve por todos.”

El magnífico texto de la contraportada lo firma Mateo García Elizondo, que afirma en él que “a lo largo de su vida, Alvaro Mutis fue empleado en relaciones públicas, vendedor itinerante, escritor de novelas de aventura, poeta de la errancia y del mar, reo en el Palacio Negro de Lecumberri por «delitos líricos y gastronómicos», apasionado de la historia, y un irredento jugador de billar. «Un poema tiene que ser como una carambola», llegó a decir, «uno golpea la bola que va a arrancar, y con ella golpea las otras dos de forma armónica, y ya. Eso es un poema»
Aquí se recogen los cantos que le compuso entre duermevelas e insomnios febriles a ese manto oscuro que se debate con la luz de las lámparas, apoderándose del día y arropándolo todo, y detrás del cual se revelan los contornos de un paisaje a veces vertiginoso, a veces sombrío, pero casi siempre cómplice y acogedor.
Con la lucidez que otorga la noche, Mutis evoca en estas páginas los vientos inhóspitos, la lluvia sobre los cafetales, el silencio de un espejo que ve todas las intimidades, y los ríos que arrastran navios oxidados, dejando por su paso estelas de vapor. Por ellas desfilan santos, reyes y generales, desfila el tiempo que lo conquista todo, que atrae al destino y arrasa con la más gloriosa existencia, salvo la de la noche que regresa, siempre cambiante, pero idéntica a sí misma desde que el mundo tiene memoria.”


Santos Domínguez
 

8/11/23

Perro con poeta en la taberna. Los ermitaños




Antonio Gálvez Ronceros.
Perro con poeta en la taberna.
Los ermitaños.
 Drácena. Madrid, 2023. 

De la misma generación de Vargas Llosa y Julio Ramón Ribeyro, el narrador peruano Antonio Gálvez Ronceros (1932-2023) es uno de los mejores autores de cuentos de su país.

Poco conocido en España, donde sus libros estaban inéditos hasta ahora, Drácena acaba de publicar Perro con poeta en la taberna (2018), su única novela corta y su última obra, y su primer libro, la colección de cuentos Los ermitaños (1962).

Perro con poeta en la taberna, publicada a los 86 años, es una divertida narración sobre la vanidad del mundillo literario y una burla de las imposturas poéticas. Humor, ironía y sarcasmo se van graduando en este relato hilarante sobre un poeta sin talento que se siente víctima de los críticos y los editores. 

Escrita con la precisión expresiva de su espléndida prosa y con admirable eficacia narrativa, es una novela corta que asume la tradición lucianesca y cervantina en el perro de Huancayo que habla: “Dijo que sí -reconoce el perro-, que él era el mismo con quien hacía un año un poeta llegado de Lima se había encontrado con él en la madrugada y que juntos habían acabado la noche en una taberna de las afueras.”

Ese poeta mediocre y sin nombre que llega desde Lima, en un exceso de confianza ególatra, desconoce el lugar donde debía recitar y finalmente se suspende el recital por incomparecencia del poeta, al que el perro le reprocha “que hacía muy mal al dedicarse a poeta y no a la poesía.” Y añade:

Entonces le dije que según mi entender y sentir, la relación entre el poeta y la poesía debería ser de desigualdad, pero una desigualdad en la que el poeta quedara sepultado, hasta la anulación, por su propia poesía. Agregué que en su caso yo veía una desigualdad a la inversa y que esta inversión era fuente de sus problemas.

Y a partir de ese momento el perro se convierte en eje de un monólogo narrativo para evocar desde su mirada crítica distante y lúcida un rosario de historias que resumen las vanidades literarias y la pequeñez de sus protagonistas.

Esta edición recupera también su primer libro de cuentos, Los ermitaños (1962), de tono muy distinto. Anclados en el realismo social y con enfoques irónicos, sus siete cuentos breves están ambientados en la campiña costera de Chincha, la provincia peruana en la que nació Gálvez Ronceros. 

Escritos con un eficiente manejo del diálogo que refleja el habla popular, los protagonizan personajes solitarios y marginales, aislados por la sociedad, actores de turbias historias rurales de miseria y codicia, de gula y avaricia: un borracho al que le roban repetidamente los sombreros, la frustrada sustitución de un burro por un automóvil, los dos ladrones que aguardan bajo la noche para robar un cochino en una pequeña hacienda rural, la venganza de una cena de carne desconocida, un tesoro escondido en una tinaja y un encuentro con el diablo en un sendero o la muerte de un perro loco. El más triste y el más celebrado, Joche, se centra en la muerte del niño de doce años que lo protagoniza.

Ese cuento, “el más extenso y el que considero el más ambicioso, me ocupó cuatro años para acabarlo, en un trabajo  más  mental  que  de  escritura.  Tenía que  construir  la  historia  a  partir  de  ciertos hechos  motivadores  que  en  mi  caso  son  el estilete que me incita a crear una historia”, como señala el propio Antonio Gálvez Ronceros en la larga entrevista -“El bendito gozo de contar”- que le hizo Jorge Eslava en 2013, con la que se cierra el volumen. 

Así resume el autor en esa entrevista su Perro con poeta en la taberna, que estaba entonces en proceso de composición y se editaría cinco años después:

Efectivamente, Perro con poeta en la taberna es un diálogo que tiene mucho de monólogo. Sucede en un bar de provincia de la sierra, adonde el poeta ha llegado invitado a través de una carta —después se va a saber que es una carta misteriosa—, a dar un recital en un local cultural. Nunca llega a dar el recital, porque nunca encuentra el local. Y en esa conversación, debido a la vanidad que revela el poeta, en realidad un poetastro, el interlocutor  decide  referirse  a  su  vanidad  y para ello ilustra el caso de la vanidad del artista. La historia va desenvolviendo una serie de casos de personajes vanidosos, incluso se extiende hasta a un filósofo.

Santos Domínguez 




6/11/23

Mutis centenario



Álvaro Mutis. 
Empresas y tribulaciones 
de Maqroll el Gaviero. 
Prólogo de Juan Esteban Constaín.
Alfaguara. Barcelona, 2023.


Álvaro Mutis.
Summa de Maqroll el Gaviero. 
Prólogo de William Ospina.
Lumen. Barcelona, 2023.

El pasado 25 de agosto se cumplió el centenario del nacimiento de Álvaro Mutis (Bogotá, 1923-México, 2013). Y para conmemorarlo, Alfaguara y Lumen acaban de reeditar la parte esencial de su obra narrativa y poética: los dos volúmenes de Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero y la poesía completa recogida en la Summa de Maqroll el Gaviero.

Con La Nieve del Almirante, el diario de viaje del Gaviero ‘encontrado’ en una librería del barrio gótico de Barcelona, iniciaba Álvaro Mutis hace casi cuarenta años un recorrido completo y tortuoso por puertos y peligros de la mano de Maqroll el Gaviero a lo largo de siete títulos -La Nieve del Almirante, Ilona llega con la lluvia, Un bel morir, La última escala del Tramp Steamer, Amirbar, Abdul Bashur, soñador de navíos y Tríptico de mar y tierra- publicados entre 1986 y 1993.

Cinco años antes de la publicación en 1986 de La Nieve del Almirante, Mutis había incluido en su libro de poesía Caravansary un texto en prosa narrativa con el mismo título que anticipaba el de la novela, en cuya parte final acabaría integrándose. Este es el fragmento en que se describe a Maqroll:

Una tabla de madera, sobre la entrada, tenía el nombre del lugar en letras rojas, ya desteñidas: "La Nieve del Almirante". Al tendero se le conocía como el Gaviero y se ignoraban por completo su origen y su pasado. La barba hirsuta y entrecana le cubría buena parte del rostro. Caminaba apoyado en una muleta improvisada con tallos de recio bambú. En la pierna derecha le supuraba continuamente una llaga fétida e irisada, de la que nunca hacía caso. Iba y venía atendiendo a los clientes, al ritmo regular y recio de la muleta que golpeaba en los tablones del piso con un sordo retumbar que se perdía en la desolación de las parameras. Era de pocas palabras, el hombre. Sonreía a menudo, pero no a causa de lo que oyera a su alrededor, sino para sí mismo y más bien a destiempo con los comentarios de los viajeros.

Siete títulos que resumen las aventuras y errancias de un personaje inolvidable a través de sus fabulaciones y sus viajes, de sus empresas y sus tribulaciones y del contacto con otras vidas entre el amor y la muerte. 

Seis novelas y una trilogía de cuentos que entre 1986 y 1993 completan uno de los conjuntos novelísticos más ambiciosos y brillantes de la literatura contemporánea en español, que Alfaguara reúne en dos tomos que cierra un epílogo de García Márquez (“Mi amigo Mutis”), un texto escrito “sólo para decirle con todo el corazón, cuánto lo admiramos, carajo, y cuánto lo queremos.”

En una carta a Elena Poniatowska explicaba Álvaro Mutis que Maqroll “es el tipo que está allá arriba en la gavia, que me parece el trabajo más bello que puede haber en el barco. Allá entre las gaviotas frente a la inmensidad y en la soledad más absoluta, Maqroll es la conciencia del barco. Los de abajo son un montón de ciegos. El gaviero es el poeta, es el que ve más lejos y anuncia y ve por todos.”

Apátrida, opaco y de pasado borroso, el Gaviero es más que un personaje un estado de ánimo, un tono y una mirada en la que conviven la búsqueda y el desengaño, el desaliento y un espíritu aventurero que le lleva aguas arriba del Xurandó o a fundar prostíbulos en Panamá, de los mares procelosos a tierra firme o al subsuelo de las minas de oro en los Andes colombianos.

Siempre en busca de sentido y de sí mismo, entre la soledad y la fiebre, hacia puertos imposibles, lugares inexistentes y aventuras imprevisibles, del Caribe al Mediterráneo con su fraternal compañero libanés Abdul Bashur, que acabará sus días estrellado en una pista de Funchal en la isla de Madeira, Maqroll tiene la altura trágica de los héroes antiguos y forma parte no sólo de la literatura imprescindible sino de los mitos contemporáneos que comparten con los clásicos la bajada a los infiernos desde los valles de Tierra Caliente a las galerías subterráneas de las minas.

Como los griegos antiguos, el Gaviero sabe que vivir no es lo importante, navegar sí. Y por eso este superviviente de sí mismo es un navegante de peligros entre la quimera y la desolación, entre el deterioro de los viejos cargueros y la herrumbre de los muelles con niebla y con salitre, entre puertos inhóspitos, ríos imaginarios y recodos fluviales que parecen la antesala de la muerte.

Porque Maqroll somos todos, como afirmaba García Márquez: Su obra, su vida misma, son las de un vidente que sabe a ciencia cierta que nunca volveremos a encontrar el paraíso perdido. Maqroll no es sólo él […] Maqroll somos todos.”

Y por eso, los azares de su vida errante y sentimental demuestran una vez más que el carácter es el destino y su hondura indescifrable, el lirismo desesperanzado de los sueños perdidos y los amores imposibles, sus naufragios y sus desastres por selvas ecuatoriales y ríos caudalosos.

Como un “personaje desastrado y marginal, estoico y lúcido, que lo acompañaba en su poesía desde los veintidós años” define a Maqroll en su prólogo Juan Esteban Constaín, que añade que el personaje es “un vidente, un navegante atracado en tierra firme y comprometido siempre en las empresas más absurdas y febriles, los cuales asume con absoluta seriedad, con la resignación y la solemnidad del que sabe que la vida se honra y se justifica en esos rituales y esas ceremonias que nada tienen que ver con las quimeras de la modernidad: el éxito, la riqueza, la fama, la superación personal. 
Lo mejor de Maqroll, lo más bello y perdurable, es su concepción del mundo, su ética, emparentada hasta lo más profundo, claro, con la de su autor, quien a lo largo de la vida, y conforme iba madurando, fue adjudicándole a su inolvidable personaje muchas de sus peripecias y aventuras, al punto de que no era fácil saber bien qué de aquello le había pasado de verdad a cuál de los dos.”

Profundo e insondable como los ríos que transitó el Gaviero, alto como la gavia desde la que veía pasar los días y los trabajos, a la deriva, entre esteros funerales y nieves impasibles, este ciclo es uno de los monumentos literarios imprescindibles de la literatura en español de las últimas décadas.

Muchos años antes de convertirse en el eje de este conjunto narrativo, su irrepetible protagonista había aparecido en un poema de 1948 que se recogió en 1953 en Los elementos del desastre. Es la “Oración de Maqroll”, “cuyo uso cotidiano recomendamos a nuestros amigos como antídoto eficaz contra la incredulidad y la dicha inmotivada” y terminaba así: 

¡Oh Señor! recibe las preces de este avizor suplicante y concédele la gracia de morir envuelto en el polvo de las ciudades, recostado en las graderías de una casa infame e iluminado por todas las estrellas del firmamento.
Recuerda Señor que tu siervo ha observado pacientemente las leyes de la manada. No olvides su rostro.
Amén.

Complementaria del ciclo novelístico de Maqroll, la poesía de Mutis abordó reiteradamente los contornos del personaje, cuya figura se fue perfilando en sucesivos libros de poesía. Por ejemplo en estos fragmentos de Reseña de los Hospitales de Ultramar (1973):

Derivaba el Gaviero un cierto consuelo de su trato con las gentes. Vertía sobre sus oyentes la melancolía de sus largos viajes y la nostalgia de los lugares que eran caros a su memoria y de los que destilaba la razón de su vida.
Pero fue en el Hospital del Río en donde aprendió a gustar de la soledad y a rescatar en ella la única, la imperecedera substancia de sus días. Fue en el río en donde vino a aficionarse a las largas horas de solitario soñador, de sumergido pesquisidor de un cierto hilo de claridad que manaba de su vigilia sin compañía ni testigos. (En el río)

Un ala que sopla el viento negro de la noche en la miseria de las navegaciones y que aleja toda voluntad, todo propósito de sobrevivir al orden cerrado de los días que se acumulan como lastre sin rumbo.
La espera gratuita de una gran dicha que hierve y se prepara en la sangre, en olas sucesivas, nunca presentes y determinadas, pero evidentes en sus signos.
Un irritable y constante deseo, una especial agilidad para contestar a nuestros enemigos, un apetito por carnes de caza preparadas en un intrincado dogma de especias y la obsesiva frecuencia de largos viajes en los sueños. (Las Plagas de Maqroll)

Lumen reúne la poesía de Mutis en la Summa de Maqroll, con un prólogo en el que William Ospina explica que “desde sus comienzos, la poesía de Álvaro Mutis acumula plurales impresiones del mundo, nos sumerge en un estado de observación perpleja de esas realidades poderosas e incontrolables, y finalmente nos entrega la evidencia de que esas cosas solo es posible verlas porque están en quien las ve.”

Poeta poderoso que supo sintetizar en su obra el impulso narrativo y la hondura lírica, la potencia verbal y la sutileza de la imagen, de la poesía de Mutis dijo Octavio Paz que es el resultado de “una alianza de esplendor verbal y decadencia de la materia.”

El mundo poético de Mutis gira en torno a unos temas vertebrales que recorren también el resto de su obra: la incertidumbre de los destinos humanos, la mirada elegíaca hacia el tiempo destructor, el fatalismo ante las derrotas en medio de un mundo en ruinas, el enaltecimiento del pasado y  las iluminaciones en la oscuridad, como en uno de sus ‘Cuatro nocturnos de El Escorial’:

La noche desciende por la sierra,
se abre paso entre pinares y robledos,
con sigilo se establece alrededor del edificio,
se hace más densa, más presente a cada instante,
acumula sus fuerzas, agazapada, preparándose
para la contienda que la espera. Pone cerco
al Palacio Monasterio, por sus grises muros
repta una y otra vez y en vano intenta
tomar posesión del Real Sitio. Exhala entonces
su obstinado bismuto, destila sus alcoholes
funerales, extiende su grasiento sudario
de hollín y siempreviva y apenas logra,
tras porfiar con ciega energía, instalar
su tiniebla en los jardines, demorarse
en la galería de los convalecientes
y resistir por cierto tiempo en los patios,
poca cosa. Entretanto, por obra de la nocturna
brega sin sosiego, ocurre la insólita sorpresa:
los muros, las columnas, las fachadas, los techos,
las torres y las bóvedas, la obra toda adquiere
esa leve consistencia, esa alada ligereza
propias de una porosa substancia que despide
una láctea claridad y se sostiene en su ingrávida
mudanza frente a la vencida sitiadora
que cesa en su estéril asalto.
Por breves horas, entonces, el sueño del Rey
y Fundador recobra su prístina eficacia,
su original presencia ante la noche,
contra los ingratos hombres y el olvido.

Enumerativos y de largo aliento, sus versos de desarrollo en espiral, en los que a la potencia verbal se suma la armonía rítmica, no son sin embargo suficientes para impedir la victoria final del silencio y el olvido que se lamenta en el Nocturno V, de su último libroUn homenaje y siete nocturnos.

Largas horas me quedo contemplando el ir y venir de embarcaciones de toda clase:
majestuosos buques cisternas pintados de naranja y azul celeste,
graves caravanas de planchones cargados con todo lo que el hombre consigue fabricar,
y que el pequeño remolcador empuja mansamente a su destino, mientras bregan sus hélices
en un desaforado borboteo cuya estela se pierde en la oscuridad;
navíos que llegan de las islas con la pintura desteñida y huellas de hollín y desventura en los puentes de mando;
barcos de rueda que intentan copiar, sin conseguirlo, los altivos originales de antaño,
y ese viejo vapor de quilla recta y esbelta chimenea a punto de caer por obra del óxido feroz que la combate.
Escorado, enseña sus lástimas y se va deshaciendo con la pausada resignación de quien vivió
días de soberbio prestigio entre los hombres que lo dejan morir sin evitarle la impúdica evidencia de su ruina.

“La gran literatura -escribe Juan Esteban Constaín en el prólogo de Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero- es una forma particular y única de ver el mundo, de nombrarlo. Los grandes escritores no son sino eso: una voz irremplazable, una entonación que es la que nos seduce y maravilla, nos inquieta, nos hace seguirla por todos los recodos que va abriendo, la ruta luminosa de un estilo, unos temas, unas obsesiones. Quizás no haya un logro estético y artístico más grande que ese, crear un mundo, dotarlo de un protagonista que trasciende la voluntad de su creador y, en el caso concreto de la literatura, se vuelve una presencia tan consistente y poderosa que acompaña a los lectores como si fuera un gran amigo o un miembro de su casa, a veces incluso más que los que sí lo son de verdad. Pocos autores lograron ese milagro, Álvaro Mutis lo hizo con Maqroll el Gaviero.[…] No creo que se le pueda pedir más a un escritor, no se me ocurre mayor gloria que esa.”

Santos Domínguez