3/2/23

Rilke. Sonetos a Orfeo



Rainer Maria Rilke.
Sonetos a Orfeo.
Edición bilingüe.
Edición y traducción de Juan Andrés García Román.
Pre-Textos. Valencia, 2022.


 Se alzó un árbol. ¡Oh trascendencia pura! 
¡Orfeo canta! ¡Alto árbol en el oído! 
Y calló todo. Pero en tal callar 
pulsaba un nuevo inicio. Un cambio, una señal. 

Criaturas de silencio emergieron del claro 
y liberado bosque, de escondites y nidos.
Y ya no era por miedo o por astucia 
si andaban sigilosos o si eran precavidos, 

sino para escuchar. Gritar, rugir, bramar 
se habían vuelto pequeños para sus corazones. 
Donde no había morada que recogiera aquello, 

solamente un refugio del más oscuro anhelo, 
un cobertizo, sí, con postes que temblaban, 
tú les creaste un templo en el oído.

Ese es el primero de los cincuenta y cinco Sonetos a Orfeo de Rilke en la traducción de Juan Andrés García Román para la edición bilingüe que publica Pre-Textos en la colección La Cruz del Sur.

Organizados en dos partes casi simétricas, Rilke los compuso en tres semanas de febrero de 1922 como monumento funerario para su amiga muerta Vera Ouckama-Knoop. Así hablaba el poeta de su febril proceso de escritura: “Los Sonetos a Orfeo […] son, para mí personalmente, la más misteriosa de mis obras, por el modo en que surgieron y tomaron posesión de mí, al dictado, al más enigmático dictado que he padecido y cumplido.”

En su impulso hímnico, tienen estos Sonetos algo de canto de frontera, de travesía del tiempo, de viaje de ida y vuelta entre la vida y la muerte como expresión de unidad en un todo que está más allá de lo visible:

¿Es Orfeo de este mundo? No, su naturaleza 
creció de los dos reinos.

De ahí la elección de la figura de un Orfeo jubiloso y unificador como eje de estos textos que, aunque variados en sus temáticas, apuntan siempre al centro que vertebra el libro: el canto de alabanza a la transformación y a la movilidad de lo vivo, el tiempo y la muerte, la relación con la naturaleza, el amor y el destino, el dolor como error del cuerpo y la integración jubilosa en la unidad del mundo.

Porque, como resume en el principio y el final del soneto IX,

Sólo quien ya ha elevado 
su lira de las sombras 
vislumbra una alabanza 
que no se agota.
[…]
Sólo en el mundo doble 
se volverán las voces 
eternas, suaves.

Esto le decía Rilke en una carta a la madre de Vera:

“Todo lo que humanamente hubiera bastado para llenar una larga existencia terrenal (no sabemos cuál) tuvo la posibilidad de realizarse de repente por entero. Entonces una infinita luz brotó en el corazón de la joven y en él aparecieron, iluminados, los dos extremos de su pura intuición: por un lado, el pensamiento de que el dolor es un error, una burda equivocación surgida en nuestra parte corpórea, y que hunde su cuña de piedra en la unidad cielo-tierra; por el otro, el sentimiento de la unión profunda de su corazón abierto a todo, con la unidad del mundo que es y que dura, el consentimiento a la vida, la integración jubilosa, conmovida, total, del mundo terrestre —¿sólo terrestre? No (¿qué es lo que no sabría ella en esos primeros asaltos de la demolición y de la partida?), sino la integración con el todo, en un mundo muy superior al de aquí.”

En su introducción, ‘Rilke, el mago’, escribe el editor: “Los Sonetos, al contrario que las Elegías, no avanzan, se acendran, se adentran. Y esa estrategia tiene, claro está, una impronta en el asunto tratado, pues, aunque los temas sean próximos, su resultado es una transfiguración. Así en los Sonetos, el motivo de la desaparición y la metamorfosis deviene en una mística gozosa; la unión es viable, se realiza en el propio poema.”

Todo ese proceso se expresa de manera culminante en el espléndido soneto final:

Oh silencioso amigo de tan lejanos reinos, 
aún siente que tu aliento el espacio acrecienta.
Repica en la estructura del campanario oscuro.
Lo que en ti se alimenta 

toma su fuerza en esa colación.
Anda,ve, sal y entra de la transformación.
¿Qué herida duele más o qué experiencia? 
Si el beber te es amargo, tú hazte vino.

En la noche de exceso sé una mágica fuerza 
que cruza tus sentidos y el sentido 
de ese entrecruzamiento.

Y si lo de este mundo te olvidó, 
a la callada tierra di: yo fluyo.
Y al torrente de agua di: yo soy.

Nada mejor para terminar esta reseña que reproducir el temblor de las palabras con las que cierra García Román el prólogo a su espléndida traducción de los Sonetos a Orfeo:

“Rilke no es propiedad del erudito. Es esperanza. ¿De cuántos poetas puede decirse que nos han sanado? ¿Y por qué eso no tiene más eco? ¿Por qué no somos más conscientes de que sí hay ciertas respuestas que el espíritu humano ha desperdigado aquí y allá? Las necesitamos. Por eso es importante esta obra.
[…]
Quien tenga miedo a su propio declive, quien haya perdido a un padre o a un hijo, se haya distanciado de la persona a la que ama o, simplemente, ande corto de esperanza quizás encuentre aquí algún albergue. Ahora es el momento de los versos. Detén tus pasos. Aún es posible la poesía. Rilke existe.”

Santos Domínguez