Un retrato en la geografía.
Estación de máscaras.
Drácena Ediciones. Madrid, 2020
Se podría escribir una especie de novela surrealista sobre el petróleo en Venezuela. En la que de repente las gentes se dan cuenta de que están vestidas de petróleo, de que comen petróleo, de que hablan petróleo y a la niña que toca piano se le empegostan los dedos y hay una gran náusea en el país porque de repente todo el mundo descubre que todo huele a ese olorcito medio podrido y pegajoso del petróleo crudo, y que todo está negro rojizo, pegajoso, derretido y mal oliente. Sería una especie del mito de Midas. No que todo lo que toca se le vuelve oro, sino que todas las cosas que lo rodean de pronto se le vuelven petróleo.
Esas frases de Luis Sormujo, el intelectual comprometido en quien refleja sus ideas Uslar Pietri, resumen el sentido de Un retrato en la geografía, su novela de 1962 que planteó como primera entrega de la trilogía Laberinto de fortuna.
Dos años después publicaría su continuación en Estación de máscaras, y con ella abandonaría Uslar Pietri, decepcionado con su participación en la política activa y dolido con la mala acogida crítica, su proyecto de trilogía sobre las repercusiones políticas, sociales, económicas de los cambios materiales y sobre todo de mentalidad de la riqueza sobrevenida en Venezuela con el petróleo.
Protagonizadas por Álvaro Collado, una contrafigura en la que Uslar Pietri proyectó su propio idealismo, las dos novelas trazan un cuadro de conjunto de la realidad venezolana que podría quedar resumida en estas dos intervenciones de Luis Sormujo:
Si todo es petróleo, todo esto es petróleo, todos nosotros somos petróleo. Esa orquesta tan chillona toca con petróleo, aquella mujer, vestida con esa seda blanca demasiado brillante que parece un forro de urna mortuoria, es petróleo. Este whisky es petróleo. Y hasta estas palabras que estamos hablando son petróleo.
Si todo es petróleo, todo esto es petróleo, todos nosotros somos petróleo. Esa orquesta tan chillona toca con petróleo, aquella mujer, vestida con esa seda blanca demasiado brillante que parece un forro de urna mortuoria, es petróleo. Este whisky es petróleo. Y hasta estas palabras que estamos hablando son petróleo.
“Si por arte de magia alguien quitara bruscamente, en este momento, el petróleo de la vida venezolana, sería como si quitaran el esqueleto de una persona, o el sistema nervioso. Desaparecería de repente la orquesta, y la mujer con vestido de forro de urna. Y yo con mi whisky, y Jerry con sus musiúes, y tú con tus leyes, Saúl. Y nos encontraríamos en un conuco de plátano y maíz, junto a un rancho en pierna, oyendo cacarear a unas gallinas flacas que pican gusanos en la tierra.
Un retrato en la geografía se cierra cuando Álvaro Collado huye de su pasado y de un episodio en el que muere el agente Lázaro Agotángel en la Universidad Central. Se aleja en barco de Venezuela rumbo a Le Havre y hay una leve esperanza en su párrafo final:
La luz se borró. Ya no quedaba sino su pequeña vida en la soledad inmensa. Pero en ella sentía viva, con su prodigiosa presencia, el ansia de resurrección que es el hombre.
La segunda comienza diez años después, cuando Álvaro Collado, después de su exilio, regresa en barco por La Guaira para ingresar en esa Estación de máscaras en una turbia realidad social y humana y en una agitación política que le hace establecer este diagnóstico:
Álvaro estaba escribiendo un libro sobre la nueva realidad que había surgido de la riqueza petrolera.
No era que lo estaba escribiendo, sino que tenía tiempo pensando en escribirlo. Un libro no sobre los hechos, sino sobre las concepciones y el cambio de mentalidad.
-Ya no somos el país rural de hacendados y peones, de guerrilleros y leguleyos que sigue apareciendo en nuestras novelas. Nos hemos convertido en otra cosa y hay que reflejar eso en los libros. La noción mágica de la realidad que el petróleo ha despertado en nosotros. Tal vez una especie de epopeya primitiva. La Odisea del venezolano que no puede regresar a su vida ordinaria perdido entre los dioses y los fantasmas malvados. Todo este delirio que los posee. Ser ricos sin trabajo, ni ahorro. Alcanzar todo sin esfuerzo, los inmigrantes, los especuladores, los intermediarios, los traficantes de influencias, los peladeros que se convierten en urbanizaciones, la sensación de poderse topar en cualquier desván con una lámpara de Aladino. Eso hay que buscar el modo de decirlo.
[...]
Sí, tomo notas y hasta he desarrollado algunas partes. Sería una novela mítica y realista a la vez. Tal vez podría llamarse El laberinto o El Minotauro. El petróleo es como un minotauro en el fondo de su laberinto por el que andamos perdidos en busca de la riqueza o de la muerte.
Sustentadas narrativamente en una técnica muy cinematográfica y en el uso del diálogo, porque lo que parece interesar al autor aquí es el intercambio dialéctico de reflexiones sobre política y poder, son dos novelas de ideas y de contexto político que acaba de publicar Drácena Ediciones, que sigue rescatando así el conjunto de la obra narrativa de Uslar Pietri, de la que han aparecido otros títulos tan significativos como La ruta de El Dorado, Oficio de difuntos o La visita en el tiempo.
Santos Domínguez