Rafael Sánchez Ferlosio.
La verdad de la patria.
Escritos contra la patria y el patriotismo.
Selección, presentación y notas
de Ignacio Echevarría.
Debate. Barcelona, 2020.
El opio de los pueblos que hoy se expende entre los españoles no es sino el narcisismo alternativo que el poder central elucubró cuando vio exhausta la rentabilidad política del narcisismo nacional: el «nosotros, los españoles», el «España y yo somos así, señora», el gol de Zarra contra Inglaterra en el mundial de Maracaná, constituyen un narcisismo que ha dejado de vender, que ya no consigue colocar un céntimo en bonos del Estado entre los españoles. Había que reorganizar todo el juego de espejos y producir reflejos diferentes para seguir cumplimentando la acrisolada práctica política de mantener al pueblo encandilado con alguna identidad. De los vetustos baúles centralistas, el presidente Adolfo, en funciones de ama de llaves del rancio solar hispano, fue solícita y amorosamente rescatando los viejos trajes regionales, el de charro, el de baturro, el de patán. Es verdad que el común y uniformador olor a naftalina era tan fuerte que disminuía hasta la casi total evanescencia cualesquiera cualidades que permitiesen distinguir los trajes unos de otros; se habría esperado, pues, ver vacilar a algún comparsa en el temor de ponerse el que no es, y sin embargo, helos aquí ya todos en escena, dispuestos a atacar con entusiasmo la chispeante y chocarrera zarzuela costumbrista de Los Villalares. ¡Música, maestro!
Así termina “Villalar por tercera y última vez”, un artículo que Sánchez Ferlosio publicó en El País el 2 de mayo de 1978 y en el que hacía una crítica feroz al estado de las autonomías -”la peste catastrófica de las autonomías”, como la definiría años después- que se estaba perfilando en lo que entonces era un proyecto de Constitución.
Ese texto abre el volumen La verdad de la patria, que publica Debate con una selección de artículos, ensayos y pecios de Rafael Sánchez Ferlosio en torno al concepto de patria y a la naturaleza conflictiva de cuestiones como el nacionalismo, el patriotismo o la identidad colectiva.
Se ha ocupado de la edición Ignacio Echevarría, que destaca en la Presentación que “de entre todos los miembros de su generación, probablemente sea Ferlosio el que más asidua y profundamente reflexionó sobre lo que constituye el meollo de todo patriotismo: «el nefasto fetiche de la identidad». Su alergia tanto a la noción de patria como al ufano sentimiento de adhesión que comporta obedece a su convencimiento de que toda identidad, ya sea individual o colectiva, se define por antagonismo, y que se mantiene a fuerza de alimentarlo. De ahí que, en un ensayo célebre de 2002 llame a la patria «hija de la guerra», y a su vez llame a la guerra «hija de la patria». La cuestión de la patria y del patriotismo se imbrica íntimamente, para el autor, con otras cuestiones también centrales de su pensamiento: la de la guerra misma y las de la historia y la conciencia histórica.”
Ordenados cronológicamente, el núcleo conceptual de estos textos está anunciado ya en este temprano pecio del que toma el título la antología: (Alonsanfán) La verdad de la patria la cantan los himnos: todos son canciones de guerra.
La identidad nacional y los nacionalismos periféricos, la fiebre conmemorativa de la cultura por parte de “la fauna necrófaga española”, el papel del ejército en la transición y en la historia de España, los actos de afirmación nacional son motivos de reflexión que atraviesan gran parte de la obra ensayística de Ferlosio. Reflexiones sobre los conceptos de patria y de identidad que tienen su momento de mayor elaboración en el espléndido Discurso de Gerona, de 1984, un texto central donde Ferlosio define la identidad y la conciencia histórica como palabras propias de una “jerga de borrachos”.
La guerra de banderas y las banderías, el patriotismo como suma de espíritu narcisista y fanatismo arrogante o la denuncia de la mitología de las raíces ancestrales son objeto de la mirada crítica de Sánchez Ferlosio, que escribió párrafos tan lúcidos como este, del citado “Villalar por tercera y última vez”:
¡Salve, país de imitación, raza de monas, España apócrifa, España cañí! ¿Puede haber algo más degradante para un hombre o para un pueblo, ya se llame español o castellano, que disfrazarse de sí mismo, con el lúgubre empeño de parecerse más a sí mismo cada vez? ¿Cómo es que no está aquí entre vosotros el hombre del camello, el único español que iría vestido, no de lo que es, lo que era o lo que quiere ser, sino de lo que el sol y el desierto quieren que se vista? (Si Pedro niega a Cristo, el gallo canta, pero si Cristo niega a Pedro, el gallo calla.) Si usarais el espejo no para contemplaros, sino para veros, advertiríais que la castiza zarzuela histórico-costumbrista de Los Villalares no tiene nada que envidiarle en lo maligno, grotesco y delirante a la solemne ópera imperial de Otumba, de San Quintín y de Lepanto. Esa zarzuela con que decís reivindicar la que llamáis España real reproduce punto por punto los rasgos más característicos de los pomposos fastos de la que llamáis España oficial: 1) el fetichismo de la identidad y la autenticidad; 2) el culto de los símbolos con la exaltación retórica concomitante; 3) la autoconvalidación apologética por identificación con una historia y unos antepasados (así los autonomistas han hablado de dar a las regiones una «conciencia histórica»); 4) el reivindicatorismo como actitud y expresión ontológica absoluta, permanente y total; 5) la mística de esa peculiarísima institución española llamada acto de afirmación (ya ha habido actos regionalistas que se han autodenominado literalmente así); 6) el gusto por las palabras que empiezan por «in» y terminan por «ble»: inalienable, irrenunciable, imprescriptible, etcétera, y 7) subsumiendo a todos los anteriores: cultivar por espíritu el cadáver del espíritu.
O como este otro, que cierra “El acto de afirmación”:
Necesitando de un anti, como en el caso de la Antiespaña, el acto de afirmación se nos revela como un acto de autoafirmación, por cuanto hace referencia a una tensión hostil. En fin, que viene a ser en su función biológica idéntico al rugir y aporrearse con los enormes puños el hercúleo pecho del gorila en la selva, a decir: "Yo soy yo", o mejor: "¡Aquí estoy yo!", o incluso: "¡Antes que Dios fuera Dios y los Velascos Velascos, los Quirós eran Quirós!", o, finalmente: "¡A la bin, a la ban, a la bin, bon, ban, nosotros, nosotros, y nadie más!", como en un partido de fútbol de colegio.
Santos Domínguez