Carlos Pujol.
Los secretos de San Gervasio.
Prólogo de Andrés Trapiello.
Menoscuarto. Palencia, 2019.
“Es esta, sin lugar a dudas, la última gran novela del no menos grande y célebre detective que hayan conocido los siglos. En el verano de 1884, el año del cólera, el año en que empezó a levantarse el monumento a Colón, el año en que Maxim's de París incluyó los profiteroles con chocolate en su carta de postres, Sherlock Holmes y el doctor Watson fueron a parar a Barcelona siguiendo la misteriosa pista de un caso no menos misterioso. De ese viaje, desconocido hasta hoy, tratan las páginas de esta deliciosa novela”, afirma Andrés Trapiello en el prólogo -El año del fracaso de Holmes- que ha escrito para la reedición de Los secretos de San Gervasio, la novela de Carlos Pujol que recupera Menoscuarto veinticinco años después de su primera edición en 1994.
La misteriosa desaparición de don Pelegrín Vilumara, “un fabricante textil de fama europea”, es el motivo del viaje de Holmes y Watson, a petición de sus hijas Angélica y Eulalia y el motor de esta divertida y agilísima novela.
Como es obligado en una trama policial, al principio hay un inevitable cadáver. Y como es también obligatorio en la reseña de una novela de detectives, no se debe adelantar ni un dato más de los que afectan al desarrollo de la acción.
En cambio, es imprescindible destacar aquí que Los secretos de San Gervasio es una de esas novelas en las que el lector percibe cuánto se ha divertido el autor mientras la escribía. Porque el lector asiste a un divertimento narrativo desarrollado con sutil humor paródico por la mano experta de Carlos Pujol y por su prosa cuidada y eficiente en la recreación de ambientes contemplados por la mirada extranjera y extrañada de Holmes y Watson, ante cuyos ojos desfila un buen número de personajes curiosos y extravagantes.
Esta afortunada recuperación incorpora como epílogo un magnífico ensayo breve de Carlos Pujol sobre el género policial, en el que se leen párrafos como este:
“Holmes es un prototipo radicalizado de los años del positivismo, fruto de la mente de un médico. Tiene una fe ciega en los indicios materiales, es el maniático de las huellas dactilares y de las pisadas, el analista de las gotas de sangre y de los cabellos sueltos, de la composición química de una clase de barro. Holmes, el hombre que eleva la técnica de la observación a la categoría de ciencia infalible, es la potenciación máxima de Dupin, una máquina deductiva perfecta y deshumanizada, pero con rasgos personalísimos /.../ Sus conocimientos son de una excentricidad insuperable, ya que solo sabe lo que le interesa para sus investigaciones: es un gran experto en química, sobre todo en venenos, está versado en anatomía, medicina legal y legislación, y es un erudito en casos criminales. Pero ignora voluntariamente todo lo demás, que según él le estorba y le impide concentrarse, y cierto día Watson descubre con estupor que ni sabe que la Tierra gira alrededor del Sol ni quiere saberlo, ya que es un conocimiento que no le sirve de nada en su trabajo. Desmesuradamente orgulloso, sólo vive para investigar.”
Santos Domínguez