Rubén Darío.
“Yo soy aquel que ayer no más decía”
Libros poéticos completos.
Ricardo de la Fuente Ballesteros y Francisco Estévez (coords.)
Fondo de Cultura Económica. Madrid, 2018.
El Fondo de Cultura Económica publica una edición crítica, coordinada por Ricardo de la Fuente Ballesteros y Francisco Estévez, de los Libros poéticos completos de Rubén Darío, con la intención de “ofrecer con exactitud la poesía que Darío escribió y luego reunió en libro poético, y determinar con el mayor rigor posible la forma en que quiso que llegara al público” con el fin de “que el lector pueda disfrutar del texto más autorizado de los libros de poesía de Rubén Darío.”
Abre la edición un amplio estudio preliminar que propone “un doble acercamiento a la trayectoria vital de Darío para, desde ella, iluminar su trayectoria poética.” Con ese objetivo, se propone al lector un recorrido por las circunstancias biográficas y el contexto vital, histórico y cultural en el que surgen los libros de poesía de Rubén Darío, resultado de “una trayectoria vital agitada y apasionante, una vida marcada por la tragedia, que se refleja en una poesía también trágica, más allá del exotismo colorista en el que se ha visto a menudo a Darío /.../, mucho más que el cantor de princesas, marquesas y cisnes, símbolos, por otra parte, habitualmente malinterpretados, porque Rubén es un poeta de variados intereses, desde lo erótico a lo religioso, de lo social a lo metapoético, de lo oculto a lo existencial.”
Rubén es seguramente el poeta más decisivo en la tradición poética hispánica del siglo XX, porque impulsó la modernidad desde el diálogo con otras culturas, con otras literaturas, con otras épocas. Y de ese diálogo surge la síntesis entre lo antiguo y lo moderno, entre lo francés y lo hispánico, entre lo europeo y lo americano que está en la base del Modernismo.
Sin el influjo determinante de Rubén, autor de una obra que con Azul y Prosas profanas cambió el rumbo de la poesía española e hispanoamericana, no hubiera sido posible nada de lo que vino después, empezando por Machado o Juan Ramón y siguiendo por los novísimos.
La importancia de la renovación métrica y rítmica, su revitalización de la lengua poética lo sitúan en un nivel de influencia comparable sólo con Garcilaso, con quien Rubén comparte la condición de haber trazado una frontera, un antes y un después, en la poesía en español.
Desde Garcilaso no había habido una renovación poética comparable en importancia y transcendencia a la del Modernismo. Y es que si el toledano puso al español a dialogar con la poesía italiana y con Petrarca, Rubén la pone en contacto con la francesa a través de Hugo y de Verlaine, como Cernuda o Gil de Biedma harían luego con la poesía inglesa.
Y, como resultado de ese diálogo, el alcance de la renovación va mucho más allá de las meras cuestiones métricas o rítmicas. Con autores como Rubén o Garcilaso es fácil comprender que la poesía es sobre todo cuestión de voz, es decir, de tono y de timbre.
Wallace Stevens.
Poesía reunida.
Edición de Andreu Jaume.
Traducciones de Andrés Sánchez Robayna,
Daniel Aguirre y Andreu Jaume.
Lumen. Barcelona, 2018.
Lumen publica la Poesía reunida de Wallace Stevens en edición bilingüe preparada por Andreu Jaume, que señala en su introducción que este espléndido volumen no recoge la poesía completa del autor estadounidense, sino “su corpus esencial, así como el grueso de todos sus aforismos.”
Sus casi ochocientas páginas incorporan algunos de los poemas traducidos por Andrés Sánchez Robayna en De la simple existencia, la antología que publicó Galaxia Gutenberg en 2003, así como los libros completos Ideas de orden, La roca y Poemas tardíos traducidos por Daniel Aguirre, al igual que los Aforismos completos, todos ellos en Lumen.
Se añaden como novedad fundamental dos libros imprescindibles del poeta norteamericano: Notas para una ficción suprema y Las auroras de otoño, con las traducciones de Andreu Jaume.
Heredero del Romanticismo inglés y del Simbolismo francés, entroncado estéticamente con la pintura impresionista y con el cubismo, Stevens (1879-1955) fundió en su poesía lo universal y lo local, la palabra y la mirada, lo concreto y lo abstracto, lo sensorial y lo intelectual para hacer visible lo oculto y ocultar lo visible, de manera que lo visible se hace más difícil de ver y a la vez el poema aspira a la revelación de lo invisible. Por eso Andreu Jaume habla en su introducción de “la concepción bautismal del lenguaje que puede volver a nombrar el mundo” en Wallace Stevens, para quien “muchas veces el poema consiste en una mera combinación y complicación de palabras que van creando una atmósfera y que producen al final el efecto de un encantamiento.”
Toda su poesía, sutil y visionaria, ambiciosa y difícil, abstracta y a menudo impersonal - lo que Stevens denominaba ‘el poema de la mente’- está influida por sus lecturas filosóficas y por sus intereses plásticos y aspira a expresar con la imaginación las relaciones entre el hombre y el mundo. La imaginación se convierte en un arma poética fundamental: el poder del hombre sobre la naturaleza, el instrumento que ordena el caos.
Sus textos irracionalistas e imaginativos resisten el asedio de la razón y las interpretaciones lógicas, porque –como escribió en uno de sus aforismos- “un poema no precisa de significado y, como la mayoría de las manifestaciones de la naturaleza, con frecuencia no lo tiene.”
Porque un poema es para Wallace Stevens una exploración del mundo, otra forma de pensamiento y de conocimiento, una indagación en la capacidad reveladora del lenguaje y un diálogo entre la realidad y la imaginación. No se trata por tanto de nombrar la realidad, sino de descubrirla con el poema. Un poema que no debe proponer ideas sobre la cosa, sino llegar a la cosa misma, como había dejado escrito en el título del último poema de La roca.
Esta música lleva mucha muerte dentro.
El amor lleva dentro mucha música,
mucho mar, mucha muerte.
La muerte es un amor que habla con el silencio.
El amor una melodía hija del mar y de la muerte:
asciende, gira, enlaza el cuerpo, lo encadena
hasta asfixiarlo despiadadamente.
En esos versos del Adagio para Franz Schubert están algunas de las claves temáticas del Cuaderno de Nueva York, el libro de José Hierro que publica Nórdica en una estupenda edición ilustrada por Adolfo Serra que cierra un posfacio en el que Vicente Luis Mora destaca la importancia de esta obra, porque "amén de sus méritos propios, el último libro orgánico de José Hierro tiene la especial virtud de constituirse como un aleph de toda su obra poética."
Se conmemoran así los veinte años de este libro, que tuvo un asombroso éxito editorial y que era el resultado de siete años de escritura sobre el amor y la muerte, el arte y el tiempo, la poesía y la música, que ocupa un lugar central en la obra.
Treinta y dos poemas, organizados en una estructura musical musicalmente con un preludio y tres movimientos constituidos por poemas largos, salvo en la parte central, Pecios de sombra, en donde predominan los poemas breves de arte menor.
Cuaderno de Nueva York es un libro unitario, no sólo porque sus poemas están conectados por el espacio unificador de la gran ciudad que les sirve de escenario, sino porque la tonalidad que los recorre responde a un mismo acorde poético que funde lo exterior y lo interior, la historia y la biografía, la reflexión y la emoción, el presente y la memoria en unos poemas discursivos y alucinados, visionarios y descriptivos.
Entre el reportaje y la alucinación, entre lo lírico y lo narrativo, un paisaje con figuras como Mozart y Beethoven, Schubert y Pound, Warhol y Alma Mahler, Miguel de Molina y Bach, Lope y Gershwin, Brahms y Verdi, Schumann y el Rey Lear, solitarios sacados de su tiempo y de su espacio para habitar en estos poemas y expresarse mediante monólogos dramáticos que permiten a Hierro la fusión de la experiencia propia y la ajena, su proyección personal en el personaje con un yo poético ambiguo y polivalente.
Esta magnífica edición ilustrada se enriquece con la interpretación gráfica que hace Adolfo Serra de los poemas de Cuaderno de Nueva York, en los que Hierro dejó versos tan intensos y desgarrados como estos de A orillas del East River:
Siempre aspiré a que mis palabras,
las que llevo al papel,
continuasen llorando
–de pena, de felicidad, de desesperanza,
al fin, todo es lo mismo–,
porque yo las había llorado antes;
antes de que desembocasen en el papel blanquísimo,
en el papel deshabitado, que es el morir.
Dejarían en él los ecos asordados empañados,
de lo que tuvo vida.
José Hierro.
Cuaderno de Nueva York.
Ilustraciones de Adolfo Serra.
Posfacio de Vicente Luis Mora.
Nórdica. Madrid, 2018.
Esta música lleva mucha muerte dentro.
El amor lleva dentro mucha música,
mucho mar, mucha muerte.
La muerte es un amor que habla con el silencio.
El amor una melodía hija del mar y de la muerte:
asciende, gira, enlaza el cuerpo, lo encadena
hasta asfixiarlo despiadadamente.
En esos versos del Adagio para Franz Schubert están algunas de las claves temáticas del Cuaderno de Nueva York, el libro de José Hierro que publica Nórdica en una estupenda edición ilustrada por Adolfo Serra que cierra un posfacio en el que Vicente Luis Mora destaca la importancia de esta obra, porque "amén de sus méritos propios, el último libro orgánico de José Hierro tiene la especial virtud de constituirse como un aleph de toda su obra poética."
Se conmemoran así los veinte años de este libro, que tuvo un asombroso éxito editorial y que era el resultado de siete años de escritura sobre el amor y la muerte, el arte y el tiempo, la poesía y la música, que ocupa un lugar central en la obra.
Treinta y dos poemas, organizados en una estructura musical musicalmente con un preludio y tres movimientos constituidos por poemas largos, salvo en la parte central, Pecios de sombra, en donde predominan los poemas breves de arte menor.
Cuaderno de Nueva York es un libro unitario, no sólo porque sus poemas están conectados por el espacio unificador de la gran ciudad que les sirve de escenario, sino porque la tonalidad que los recorre responde a un mismo acorde poético que funde lo exterior y lo interior, la historia y la biografía, la reflexión y la emoción, el presente y la memoria en unos poemas discursivos y alucinados, visionarios y descriptivos.
Entre el reportaje y la alucinación, entre lo lírico y lo narrativo, un paisaje con figuras como Mozart y Beethoven, Schubert y Pound, Warhol y Alma Mahler, Miguel de Molina y Bach, Lope y Gershwin, Brahms y Verdi, Schumann y el Rey Lear, solitarios sacados de su tiempo y de su espacio para habitar en estos poemas y expresarse mediante monólogos dramáticos que permiten a Hierro la fusión de la experiencia propia y la ajena, su proyección personal en el personaje con un yo poético ambiguo y polivalente.
Esta magnífica edición ilustrada se enriquece con la interpretación gráfica que hace Adolfo Serra de los poemas de Cuaderno de Nueva York, en los que Hierro dejó versos tan intensos y desgarrados como estos de A orillas del East River:
Siempre aspiré a que mis palabras,
las que llevo al papel,
continuasen llorando
–de pena, de felicidad, de desesperanza,
al fin, todo es lo mismo–,
porque yo las había llorado antes;
antes de que desembocasen en el papel blanquísimo,
en el papel deshabitado, que es el morir.
Dejarían en él los ecos asordados empañados,
de lo que tuvo vida.
Rosario Castellanos.
Poesía no eres tú.
Obra poética (1948-1971).
Fondo de Cultura Económica. México, 2017.
El Fondo de Cultura Económica acaba de reeditar en un volumen muy cuidado Poesía no eres tú, el volumen en el que reunió Rosario Castellanos (México, 1925- Tel Aviv, 1974) su obra poética escrita entre 1948 y 1971.
Rosario Castellanos es uno de los grandes nombres de la literatura mexicana del siglo XX y forma parte, como Jaime Sabines y José Emilio Pacheco, de una irrepetible edad de oro de la poesía contemporánea en ese país.
Desde Apuntes para una declaración de fe, su primer poema, hasta El retorno, que cierra su último libro, Viaje redondo, la obra de Rosario Castellanos tiene un evidente fondo autobiográfico y desarrolla, con una conciencia cada vez más radical de su condición femenina, una trayectoria que va desde la búsqueda al conocimiento, a la afirmación de su propia identidad, esa “dignidad de isla” que nombraba en uno de sus poemas.
La soledad y el tiempo, el amor y la muerte (“entre la muerte y yo he erigido tu cuerpo”), la amargura, la rebeldía y la ironía de un humor cada vez más negro son algunos de los temas, los enfoques y los tonos de una poesía de enorme potencia verbal y emocional.
Con esa constante presencia de lo autobiográfico que recorre sus libros, la poesía de Rosario Castellanos es una mirada al espejo, una forma de trazar su autorretrato, incluso cuando se proyecta en una máscara como en la excelente Lamentación de Dido, la reina abandonada por Eneas y hermanada con la poeta en la desolación:
Ah, sería preferible morir. Pero yo sé que para mí no hay muerte.
Porque el dolor —¿y qué otra cosa soy más que dolor?— me ha hecho eterna.
En Destino, un poema de Lívida luz que empezaba con dos versos memorables (“Matamos lo que amamos. Lo demás/no ha estado vivo nunca.”), confluyen los temas esenciales de la poesía de Rosario Castellanos, en la que se fusionan ejemplarmente el ímpetu del sentimiento y la potencia de una palabra que nunca deriva hacia la oscuridad metafórica, sino hacia la expresividad enunciativa y directa que remata el texto con este verso: “Damos la vida sólo a lo que odiamos.”
El amor como crecimiento o como destrucción, la rebeldía ante la soledad y las postergaciones, la incursión en la herida y en la sombra marcan las claves de esta poesía, exigente y rigurosa desde el punto de vista formal y estrechamente vinculada a la realidad biográfica y a las circunstancias sentimentales de su autora.
Además de sus libros originales, Poesía no eres tú incorpora las versiones que hizo Rosario Castellanos de poemas de Emily Dickinson y Paul Claudel y las especialmente brillantes de Marcas, de Saint-John Perse.
Javier Lorenzo Candel.
Apártate del sol.
Siltolá Poesía. Sevilla, 2018.
No miréis los escombros, / No atendáis a las ruinas, nos dijeron, / Ni a los ruidos del aire / Entre los vanos de vieja arquitectura /…/ Y después sed modernos, / Emprendedores, hombres /Defensores del pulso de estos días / Y haced de la otra época, la del que busca / Y sufre y considera, y promueve y pregunta,/ Un tiempo ya remoto, escribe Javier Lorenzo Candel en el poema que abre su Apártate del sol, que publica Siltolá Poesía.
En esta época de tanto adanismo poético hay que celebrar la aparición de un libro como este, que nos recuerda lo que dijo Eugenio D'Ors: "Todo lo que no es tradición es plagio."
La de Javier Lorenzo Candel es una voz afirmada en la asimilación de la tradición para reflejar la conciencia del tiempo ("Qué poco dura el día") y la fugacidad (“Esta efímera forma de pasar por la vida”) desde la contención expresiva (“A nadie he de contar que todo lo que vi / Regresa al frío”).
Y no es sólo una cuestión de temas. La tonalidad de la voz poética, la cadencia serena de su ritmo y la naturalidad expresiva de sus versos son los elementos que hacen de los 46 poemas del libro un conjunto admirable que reivindica una dicción poética anclada en la mejor tradición clásica y modulada inevitablemente por una mirada contemporánea que la actualiza y nos la devuelve tan fresca como las rosas inmortales de Ausonio o de Ronsard de esta espléndida variación sobre el tema del Carpe diem:
Serás, muchacha, hermosa solo por unos años,
Luego vendrá insolente tu vejez, y del tiempo
Que vives, hazme caso, quedará la añoranza,
Los hombres que dejó tu insultante belleza,
Tu descaro, la fuerza de tu amor femenino.
Igual que yo lo he sido, tú serás un recuerdo,
Tan solo bella imagen de un pasado remoto
Que no habrá de volver.
Y pasarán de largo los hombres que desees,
Y será la aflicción quien comparta tus sábanas.
Regalo de los dioses es esta sinrazón
Que parece que ignoras, un regalo
Que asiste, afortunadamente, a la Naturaleza.
Celebro lo perdido, y por perdido doy cuanto gano,
y en la eterna batalla que es mi vida,
soy un rey vencido, y mis soldados soy caídos en combate.
Y aunque luché incansable desde el alba al ocaso,
mi reino no es mayor que esta pequeña piedra.
Esa es la versión que Juan Peña hace de ‘Lo que he vivido’, de Yeats. Es una de las quince traducciones que reúne en El poema extranjero, el volumen que publica La Isla de Siltolá en su colección Nuevas traducciones, que va precedido de una nota del autor en la que señala:
“He pretendido que estas traducciones sean lo más fieles posible al texto original. En ocasiones, sin premeditación, se me ha impuesto la traducción de una emoción más que la traducción literal de las palabras que crearon esa emoción. De ahí que mis errores se deberán no sólo a mi impericia filológica, sino a que yo, como lector, acaso haya leído una emoción equivocada en un poema extranjero.”
Y es precisamente ese hilo de emoción el que une estas quince estupendas versiones de poemas extranjeros como la Oda a una urna griega, El infinito, Correspondencias o El viaje a Bizancio, que revelan la capacidad del traductor, poeta él mismo, para captar la voz personal que vibra en los versos de estos textos.
Sin faltar al irrenunciable deber de ser fiel a cada una de las potentes voces poéticas traducidas (Hölderlin, Keats, Leopardi, Baudelaire, Yeats, Kipling, Rilke, Dylan Thomas), Peña deja en estas traducciones su impronta de poeta, su conciencia del lenguaje y su sentido del ritmo para hacer que los poemas extranjeros adquieran vida propia en sus versiones evitando el peligro de hacer meras transcripciones más o menos literales, prosaicas o incapaces de transmitir la fuerza del original.
Santos Domínguez