10/1/18

Valle-Inclán. El ruedo ibérico


Ramón del Valle-Inclán.
El ruedo ibérico.
Edición de Diego Martínez Torrón.
Cátedra Letras Hispánicas. Madrid, 2017.

El reinado isabelino fue un albur de espadas: Espadas de sargentos y espadas de generales. Bazas fulleras de sotas y ases.

Con esa viñeta comienza Aires nacionales, el primero de los diez libros que componen La corte de los milagros, la primera entrega de El ruedo ibérico. Esas mismas líneas volverán a repetirse al final del capítulo, lo que completa un diseño circular acorde con el título de la serie y con la meditada estructura que diseñó Valle para todo el ciclo.

Cátedra Letras Hispánicas publica El ruedo ibérico en edición anotada de Diego Martínez Torrón, que en su estudio introductorio lo define como “la obra cumbre de la narrativa universal del siglo XX. Una obra maestra que parece escrita para un lector lector/a de otro siglo posterior.”

Un ciclo que –añade- se caracteriza por “una perfecta técnica narrativa”, “un estilo inigualable” y “un retrato de la época que abarca desde las clases altas de la corte a las clases bajas de la sociedad.”

Fue el más ambicioso de los proyectos literarios de Valle-Inclán, el más sostenido en el tiempo y, a pesar de que el plan quedó inconcluso, a la escritura del ciclo novelístico El ruedo ibérico le dedicó una constancia poco frecuente en él. 

En 1923 ya había empezado a hablar de una serie narrativa sobre el siglo XIX y pocos días antes de su muerte el 5 de enero de 1936 seguía trabajando en el ciclo que había proyectado en nueve novelas organizadas en tres series ternarias que iban a abarcar desde las vísperas revolucionarias de 1868 a la muerte de Alfonso XII -Los amenes de un reinado, Aleluyas de la Gloriosa y La Restauración borbónica-, aunque el ciclo se interrumpiría en agosto de 1868, antes de la Revolución de septiembre, la Gloriosa

Con una historia textual laberíntica, pues la publicación de fragmentos en periódicos anticipaban o seleccionaban fragmentos, en 1927 apareció en libro la primera novela –La corte de los milagros- y el año siguiente Viva mi dueño. El proyecto se truncó en la tercera novela –Baza de espadas-, de la que Valle dejó terminado sólo el primer libro -Vísperas setembrinas-, que no se publicó hasta 1958. 

Organizadas en libros formados por breves estampas, viñetas o cromos expresionistas, las novelas de El ruedo ibérico son una muestra depurada de la técnica del esperpentismo: la perspectiva cenital, la ironía, la degradación de los personajes, héroes o villanos reflejados en espejos cóncavos y rebajados a la condición de peleles o animales, la mirada distanciada, la visión crítica de la realidad y sobre todo la potencia de su elaboración estilística se imponen a un dudoso afán cronístico o documental:

Los héroes marciales de la revolución española no mudaron de grito hasta los últimos amenes. Sus laureadas calvas se fruncían de perplejidades con los tropos de la oratoria demagógica. Aquellos milites gloriosos alumbraban en secreto una devota candelilla por la Señora. Ante la retórica de los motines populares, los espadones de la ronca revolucionaria nunca excusaron sus filos para acuchillar descamisados. El Ejército Español jamás ha malogrado ocasión de mostrarse heroico con la turba descalza y pelona que corre tras la charanga.

Y esa perspectiva astral propia del esperpento permite componer un mosaico narrativo de multitud de personajes grotescos en escenarios descoyuntados, como en esta viñeta de Cartel de ferias, la parte central de Viva mi dueño:

En la llanura fulgurante, el villaje ancho y decrépito. Fuera de bardas, el gitano aduar. Sobre un cerro de retamares la mina del castillo. Triscan las cabras, y el pastor remontado en la sombra de la ruina, hace calceta.—En Solana del Maestre, como por todo aquel ruedo, las ferias aparejan siempre prematuros calores, y prosperan las alegrías del jarro. Por aquellos días, nunca faltaba el Trueno Madrileño en Los Carvajales. El Marqués de Torre-Mellada —parasol de alpaca, uniforme con espadín, sombrero apuntado—, entre un juez y un alcalde, los murguistas detrás, las vaquillas de la capea por delante, presidía, año tras año, la Ceremonia de los Verdes.

Santos Domínguez