Søren Kierkegaard.
Diapsálmata.
Traducción del danés, introducción y notas
de Enrique Bernárdez.
El Jardín de Epicuro.
Hermida Editores. Madrid, 2015
¿Qué es un poeta? Una persona desdichada que oculta hondos sufrimientos en su corazón, pero cuyos labios son de tal naturaleza que si de ellos brotan sollozos y alaridos, suenan como una bella música. Le sucede como al desdichado que era torturado lentamente, a fuego lento en el toro de Falaris, y cuyos alaridos no llegaban hasta los oídos del tirano para horrorizarle, pues a éste le sonaban a dulce música. Y las personas se apiñan en torno al poeta y le dicen: vuelve a cantar, es decir, deja que los sufrimientos atormenten tu alma y que tus labios conserven su anterior forma; pues el alarido no haría sino angustiarnos, pero la música es deliciosa. Y los críticos intervienen diciendo: cierto es, así ha de ser según las reglas de la estética. Ahora bien, se entiende, un crítico se asemeja también a un poeta como una gota de agua a otra, con la salvedad de que aquél no tiene sufrimientos en el corazón ni música en los labios. Y por eso prefiero ser porquero en Amager y que me entiendan los cerdos, antes que ser poeta mal entendido por las personas.
Es el primero de los textos breves que forman parte de Diapsálmata, un conjunto de textos breves y reflexivos que, entre el microrrelato, la fábula y el aforismo, escribió Kierkegaard en 1843, a los treinta años.
Con su cuidado habitual lo publica Hermida Editores con una nueva traducción directa del danés a cargo de Enrique Bernárdez, autor de un esclarecedor prólogo y de las notas que iluminan los textos.
Exponentes iniciales y esbozos del existencialismo cristiano de Kierkegaard, se suceden los recuerdos, los comentarios o las sentencias en estos textos cuyo título alude a una pausa entre los salmos, a “un instante sin voz y sólo con el sonido de un instrumento musical al final de cada uno de los salmos del rey David”, como señala Enrique Bernárdez en su introducción.
Precedidos de un prólogo del propio autor, que atribuye la obra a dos autores anónimos mediante el socorrido recurso del manuscrito encontrado, estos textos breves se mueven entre la filosofía y la literatura, entre el ensayo y la fantasía imaginativa. Son anotaciones autobiográficas, esbozos y preludios de ideas que desarrollará en obras posteriores, expansiones sentimentales y desahogos de los estados de ánimo en torno a temas como el amor y el tiempo:
Esta es mi desventura: a mi lado va siempre un ángel de la muerte, y no es la puerta de los elegidos la que embadurno con sangre como señal de que ha de pasar de largo ante ellas; no, es precisamente la puerta de aquellos en la que entrará…, pues sólo el amor recordado es feliz.
Aparece con frecuencia en estos textos un pesimismo existencial que en ocasiones convive con un innegable vitalismo en torno al conocimiento y el dolor, el pensamiento y la música, la escritura y la vida:
La vida se me ha vuelto una bebida amarga, y sin embargo hay que tomarla como las gotas, despacio, contándolas.
Estas pocas páginas contienen una expresión condensada de las preocupaciones vitales y filosóficas, éticas y estéticas del danés. Lo resume Enrique Bernárdez en estas líneas:“con un tono que con frecuencia pasa de lo irónico a lo humorístico, estas breves piezas vienen a representar, por tanto, algo así como una condensación del mundo filosófico de Kierkegaard.”
Un ejemplo final:
Ay, la puerta de la felicidad no se abre hacia dentro, no podemos entrar por ella como una tromba, dándole un empujón; sino que se abre hacia afuera, y nada se puede hacer.
Santos Domínguez