Luis Feria.
Obra poética y cuentos.
Edición de Carlos Eduardo Pinto.
Prólogo de José Carlos Mainer.
Pre-Textos. Valencia, 2015.
Soy una inmensa llaga que no cesa. / No me toquéis, que duelo, escribió Luis Feria (Santa Cruz de Tenerife, 1927-1998) en el cierre de su libro final, Arras, de 1996.
Con el resto de su obra poética y sus cuentos, Pre-Textos reedita muy oportunamente un magnífico volumen que apareció por primera vez en el año 2000 con edición de Carlos Eduardo Pinto y prólogo de José Carlos Mainer., que recorre en su introducción el itinerario poético de Luis Feria, desde la perplejidad inicial entre el silencio y la creación al primer conocimiento del mundo en Conciencia; desde la toma de posesión de sí mismo en Fábulas de octubre al desasimiento de Cuchillo casi flor y Casa común y a la despedida de Arras.
Un conjunto de quince libros publicados entre 1962 y 1996, además de tres cuentos y una serie de textos dispersos aparecidos en revistas literarias y secciones culturales de periódicos.
Luis Feria, autor de una de las obras poéticas más depuradas de la llamada generación del medio siglo, fue un poeta al margen, un hombre solitario en el que la insularidad no fue sólo un dato en su carnet de identidad y una condición geográfica, sino una forma de vida y un rasgo que atraviesa su escritura luminosa y meditativa, de palabra depurada y precisa, en la que el paso del tiempo es clave temática dolorosa y origen de una evocación celebratoria:
A la lenta caída de la tarde
amar la vida largamente es todo
el oficio del hombre que respira.
Alzar la mano y detener el cielo.
Destino de la luz, nunca te acabes.
La casa, los gorriones, la luz, el mar, el viento o los jazmines forman parte del universo solar, luminoso, vegetal y alado de Luis Feria. Es la casa de la infancia y la memoria (A veces la memoria vuelve para quedarse) que evocan las prosas de Más que el mar, los textos encendidos de Cuchillo casi flor (oficio de creer, ley del furtivo) o los poemas desenfadados de Casa común y su celebración de lo elemental, la escoba, la despensa, el fregadero o el humilde gorrión friolero (Guerrita, cago en diez, vaya intemperie).
De tono muy distinto son los poemas breves y finales de Arras. Poemas de expresión minimalista que están atravesados por el sentimiento de pérdida, por la añoranza de la infancia desde la noche del corazón (Gracia fugaz, infancia, plata suma) para construir un libro que se cierra con esos dos versos desolados que evocaba al principio:
Soy una inmensa llaga que no cesa.
No me toquéis, que duelo.
Entre sus papeles póstumos Luis Feria dejó esbozada una Teoría del poeta que comienza así: En el quehacer poético, el autor está siempre solo, siempre aislado, es el precio tremendo que tiene que pagar por su obra: su soledad. Únicamente le rodean en el tránsito sus vivencias más íntimas, y ese mundo particular, cerrado y único en el que nadie más que el poeta tiene cabida.
Santos Domínguez