26/6/15

Equipaje de vacaciones. Poesía


Luis Feria
Obra poética y cuentos.
Edición de Carlos Eduardo Pinto.
Pre-Textos. Valencia, 2015.

Soy una inmensa llaga que no cesa. / No me toquéis, que duelo, escribió Luis Feria (Santa Cruz de Tenerife, 1927-1998) en el cierre de su libro final, Arras, de 1996.

Con el resto de su obra poética y sus cuentos, Pre-Textos reedita muy oportunamente un magnífico volumen que apareció por primera vez en el año 2000 con edición de Carlos Eduardo Pinto y prólogo de José Carlos Mainer, que recorre el itinerario poético de Luis Feria, desde la perplejidad inicial entre el silencio y la creación al primer conocimiento del mundo en Conciencia; desde la toma de posesión de sí mismo en Fábulas de octubre al desasimiento de Cuchillo casi flor y Casa común y a la despedida de Arras.

Un conjunto de quince libros publicados entre 1962 y 1996, además de tres cuentos y una serie de textos dispersos aparecidos en revistas literarias y secciones culturales de periódicos.

Luis Feria, autor de una de las obras poéticas más depuradas de la llamada generación del medio siglo, fue un poeta al margen, un hombre solitario en el que la insularidad no fue sólo un dato en su carnet de identidad y una condición geográfica, sino una forma de vida y un rasgo que atraviesa su escritura luminosa y meditativa, de palabra depurada y precisa, en la que el paso del tiempo es clave temática dolorosa y origen de una evocación celebratoria:

A la lenta caída de la tarde
amar la vida largamente es todo
el oficio del hombre que respira.
Alzar la mano y detener el cielo.
Destino de la luz, nunca te acabes.

La casa, los gorriones, la luz, el mar, el viento o los jazmines forman parte del universo solar, luminoso, vegetal y alado de Luis Feria. Es la casa de la infancia y la memoria (A veces la memoria vuelve para quedarse) que evocan las prosas de Más que el mar, los textos encendidos de Cuchillo casi flor (oficio de creer, ley del furtivo) o los poemas desenfadados de Casa común y su celebración de lo elemental, la escoba, la despensa, el fregadero o el humilde gorrión friolero (Guerrita, cago en diez, vaya intemperie).

De tono muy distinto son los poemas breves y finales de Arras. Poemas de expresión minimalista que están atravesados por el sentimiento de pérdida, por la añoranza de la infancia desde la noche del corazón (Gracia fugaz, infancia, plata suma) para construir un libro que se cierra con esos dos versos desolados que evocaba al principio: 

Soy una inmensa llaga que no cesa.
No me toquéis, que duelo.

Entre sus papeles póstumos Luis Feria dejó esbozada una Teoría del poeta que comienza así: En el quehacer poético, el autor está siempre solo, siempre aislado, es el precio tremendo que tiene que pagar por su obra: su soledad. Únicamente le rodean en el tránsito sus vivencias más íntimas, y ese mundo particular, cerrado y único en el que nadie más que el poeta tiene cabida.



Angelina Gatell.
La oscura voz del cisne.
Bartleby. Madrid, 2015.

Como en una despedida, Angelina Gatell reúne en las dos partes de La oscura voz del cisne un conjunto de poemas marcados por su tono elegiaco, por la presencia la muerte como una inminencia que desata la memoria -el ayer es mi historia y mi patria-, un componente fundamental en toda su poesía que se había acentuado en los últimos libros, Noticia del tiempo y Cenizas en los labios.

Pero esa oscura voz del cisne que canta en la cercanía de la muerte convoca con serenidad los recuerdos en forma de nombres y de afectos y los pone en orden para hablar de presencias y pérdidas, para rescatar imágenes confusas que el tiempo ha ido difuminando y que la palabra serena y firme de Angelina Gatell restaura como se restauran las fotografías antiguas, para curarse de la ausencia y para dejar constancia escrita de la vida como en un testamento hológrafo antes de que falten las palabras.

Una elegía imprescindible como la que da título al último poema de un espléndido libro en donde se reúne / la hermosa arqueología / de todo / lo que empecé a perder una mañana / del año veintiséis del siglo veinte.




Cristina Peri Rossi.
La noche y su artificio.
Cálamo Poesía. Palencia, 2014. 

Amo la noche y su artificio
ausente la luz diurna
brillantes los faros
soliloquio de semáforos
que guiñan sus tres ojos
y parpadean en la inmensidad nocturna
negra como mar, escribe Cristina Peri Rossi en el poema que abre y da título a su último libro de poesía, La noche y su artificio, que publica Cálamo. 

Nocturnos y eróticos, urbanos y lésbicos, los poemas de La noche y su artificio establecen un triple diálogo: con el yo lírico como expresión de una intensa voluptuosidad, con la amante sobre la que se proyecta el deseo y finalmente entre unos textos y otros como piezas de una secuencia amorosa vertebrada sobre la conciencia de la fugacidad y la pérdida.

Esa noche del título, la noche de Barcelona, es el escenario –más espacial que temporal-  de la efusión amorosa, pero también de la soledad y la pérdida. Es la noche bipolar del encuentro y el desencuentro, la noche turbulenta, libre y desordenada, en la que se mueve un personaje lírico tan cambiante y a veces tan confuso como esa noche feroz y sentimental / de emociones intensas y soledades íntimas.



Víctor Jiménez.
La mesa italiana.
Renacimiento. Sevilla, 2015.

Los otros todos que nosotros somos es un verso de Octavio Paz que Juan Lamillar evoca en el  estupendo prólogo que abre La mesa italiana, el último libro de Víctor Jiménez, que publica Renacimiento en su colección mayor, Calle del Aire.

Con la difícil naturalidad del tono cercano y confesional que recorre estos textos, con su acostumbrada maestría en el uso de estrofas clásicas o de ritmos populares, Víctor Jiménez reúne en torno a esa mesa italiana a aquellos seres sucesivos que ha ido siendo en un ejercicio admirable de contención expresiva y de expansión sentimental, sístole y diástole de la palpitación poética de un autor que a lo largo de su ya amplia trayectoria vuelve a acreditar eso que muy pocos logran: ser un poeta con animal de fondo, alguien que tiene algo que contar, un poeta que conoce el secreto del final intenso de los poemas y hace contagiosa la emoción dolorosa de versos como estos: porque hay vidas que duran lo que quiere la muerte /y muertes hay que duran lo que quiere la vida.

Y así como a veces nos reconocemos en lo que han escrito otros o en los paisajes que dibujaron los maestros, Víctor Jiménez se reconoce y se reconstruye mirándose en el espejo de su memoria cinematográfica, “para desplegar – como señala Lamillar- una geografía (una cinematografía) personal de circunstancias y sentimientos” a través de la evocación de unos títulos –El viajero del tiempo, Senderos de gloria o La sombra de una duda- que podrían cifrar su vida y la memoria de su infancia, su juventud perdida o su presente en las desoladas secuencias de esta efímera / cartelera, tal vez, de incertidumbres. 



Rubén Martín. 
Arquitectura o sueño.
La Isla de Siltolá. Sevilla, 2015.

Escribo porque pienso que es la forma más humana y sincera de vivir conmigo mismo. Escribo deshaciéndome en paisajes, retorciendo sueños, por un amor sin condiciones a la vida, afirma Rubén Martín en uno de los textos de Arquitectura o sueño, que publica La Isla de Siltolá.

Las prosas de ese libro, organizado en cuatro partes, trazan el itinerario de un viaje que tiene como referente París, su paisaje urbano, sus edificios y sus monumentos, su río y sus museos, sus cementerios, sus tardes o sus árboles.

Pero ese viaje exterior, como suele ocurrir, dibuja el mapa de un múltiple viaje interior hacia el amor, hacia la escritura, hacia la conciencia creativa, hacia el centro. Un camino de perfección, un viaje a la armonía y al fondo de sí mismo a través de la arquitectura interior o del sueño creativo que ordena el mundo.

Es la escritura que propone el orden dentro del desorden, la fusión de los contrarios -dentro y fuera, noche y día, realidad y ficción, lucidez y sueño- porque ¿acaso la vida no obedece siempre a esta mecánica donde acaba el sueño y da comienzo la arquitectura que obra el día y su lucidez?

Y hay también mucho de fusión en la variedad de estos textos que van de las notas de lectura a los poemas en prosa, del aforismo a la anotación de dietario; de la reflexión sobre pintura y poesía a las evocaciones autobiográficas, pero siempre en una dirección: la que busca el propio centro en un orden sin orden /.../ Y es entonces cuando el hombre /.../ debe acometer fielmente su tarea: armonizar tal desorden. Esto es, fluir con la luz y hacia la luz.




María Sanz.
Oboe d'amore.
Colección Melibea. Talavera de la Reina, 2015.

Continúas viviendo / como quien no ha nacido, escribe María Sanz en uno de los poemas de Oboe d'amore, el libro con el que obtuvo el ultimo premio de poesía Rafael Morales que publica la colección Melibea de Talavera de la Reina.

Con el tono de tristeza serena que se asocia al instrumento musical aludido en el título, los poemas intimistas y melancólicos de Oboe d'amore funden la armonía musical y una nostalgia que se acompasa en el brillo de sus potentes imágenes y se modula en su afinado ritmo clásico.

Poesía de interiores con otoño y lluvia al fondo como imágenes de la desolación convertida por María Sanz en alta poesía que conjura el paso del tiempo, en música que se levanta contra el silencio, en unos poemas de espejo frente al espejismo del deseo, en unos textos donde la voz poética conversa con su eco en un tono desnudo y nada complaciente.

Tema y variaciones, arte de la fuga en este Concierto para rosas, elegía / con oboe d’amore en el otoño, / dulce lamentación de los sentidos / cuando la tarde, exhausta, se diluye.


Marcin Kurek.
El Sur.
Traducción de Amelia Serraller.
Prólogo de Xavier Farré.
Bartleby. Madrid, 2015.

¿Qué ha pasado, / cómo es posible que yazca ahora / muerto en el suelo? ¿Muerto?

Así comienza El Sur, un largo poema narrativo y visionario del polaco Marcin Kurek, que publica Bartleby en edición bilingüe con traducción de Amelia Serraller y prólogo de Xavier Farré.

Con la seguridad de que vive sus últimas horas, porque ha bebido el líquido de una botella con una venenosa rama de adelfa, -¿Se puede morir acaso / de forma tan tonta, envenenado con el agua / de una botella de plástico en la que ayer / alguien metió una pequeña rama?- el protagonista de El Sur inicia un viaje por su memoria, “una expedición hacia múltiples interiores”, como señala Xavier Farré en su prólogo.

Y en esa frontera indefinida entre la vida y la muerte se disuelven también la conciencia y la identidad del yo lírico, se diluye la diferencia entre la ficción y la realidad y la tradición y la modernidad dialogan en un poema donde se desencadenan torrencialmente imágenes que vuelven del pasado, diálogos conversacionales, se evocan otros muertes, se mezclan lecturas y experiencias,  lugares y viajes, preguntas y respuestas, diálogos y músicas, asociaciones imprevistas, palabras propias y ajenas o interrogaciones como esta: ¿Qué buscabas en la catedral de Jaén el Viernes Santo del año noventa y tres? 

Ese material magmático, heterogéneo y disperso, es el que ha ido construyendo al personaje y el que estalla en  los versos de este poema de una gran potencia verbal.



Escribiré en el piano.
Edición de Manuela Júdice y Jerónimo Pizarro.
Traducción de Jerónimo Pizarro y Nicolás Barbosa López.
Pre-Textos. Valencia, 2015.

Y escribiré en el piano / de las aguas / las pruebas de que viviste, de que estuviste vivo / un día, escribe Manuel Gusmão (1945) en uno de los 101 poemas portugueses que reúne la antología bilingüe de poesía portuguesa que toma como título el primero de esos versos.

Desde el siglo XII hasta el siglo XXI, desde el rey don Dionís, reelaborador de cantigas de amigo, hasta Fernando Pessoa, pasando por Almeida Garrett, Antero de Quental o Cesario Verde. Desde Gil Vicente, poeta en dos lenguas peninsulares, a Fernando Pinto do Amaral, pasando por Nuno Júdice, Al Berto, Eugénio de Andrade o Ramos Rosa, Escribiré en el piano es una selección de poesía portuguesa de todos los tiempos en la que el criterio –salvo en el  caso de Camões y de Pessoa- consiste en seleccionar un poema de cada autor.

De esa manera, los editores, Manuela Júdice y Jerónimo Pizarro, componen una muestra representativa en la que poesía y música se hermanan en el título como desde su más remoto origen, como reflejo de “la importancia de llevar a cabo el ejercicio de la escritura en o sobre una base musical (ya sea un piano o un ritmo silábico)”, como señalan los traductores, Jerónimo Pizarro y Nicolás Barbosa López, en el prefacio de esta selección que incorpora, junto con los clásicos y los modernos, las voces más significativas de la poesía portuguesa actual.


Santos Domínguez